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Jugar, ganar, tal vez perder

El texto de Unamuno tan crítico con los jugadores, con los que nos entretenemos con el azar, con los tontos que cambiamos cartoncitos porque no tenemos ideas, con los que damos golpes a las bolas en un tapete verde y con los que hacemos apuestas en los caballos, en la lotería, la ruleta o las quinielas, me hizo sentirme tan pequeño intelectualmente que empecé a dudar también del ajedrez. Es posible que el ajedrez sea más que un juego, pero quizá menos que un estudio. Y sigue diciendo el sobrio, pesado, listo, duro y algo tramposo de Unamuno que  "es cierto que el ajedrez desarrolla la atención...para el ajedrez...como las carreras de caballos, que desarrollan la cría de caballos...de carrera y los juegos florales que promueven el cultivo de la poesía...jocoso-floral".

¡Ya no nos queda ni Unamuno!...Yo prefiero los escritores, los pensadores, los seres humanos más abiertos a las contradicciones. No me creo a los profesores severos, moralistas y seguros. Me gustan muchas cosas de Unamuno, versos, pensamientos, viajes españoles y quijotescos, nivolas, pero no soporto su severidad de comportamiento. Y no me la creo.

Recuerdo que su amigo, gran escritor y excelente novelista, Leopoldo Alas Clarín, era un buen jugador de billar. Aunque muchas veces se arrepintiera de su adicción al juego por perder mucho dinero que burlaba de sus obligaciones familiares. Esa imagen tan desconocida del Clarín jugador, billarista y cercano al mundo de la "golfemia" es uno de los retratos que prefiero del gran escritor. Me gustan con pecados, con imperfecciones, con capacidad de jugar, de ganar y de perder...aunque sea el tiempo en un tablero.

No hay vidas ejemplares. Y si las hubiera que se vayan a tomar por el santoral.

Pensar en la jugarreta, el secuestro, el robo que lo peor de España, los tramposos falangistas, los ladrones de cadáveres y algunos asesinos del franquismo hicieron con la muerte y el entierro de Unamuno, me enternece con él y me irrita con los otros. Es mejor quedarse con ese intelectual que también tuvo contradicciones aunque no fuera capaz de jugar como nosotros, los tontos.

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21 de febrero de 2008
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El cine imperial

El nacimiento del cine tuvo detractores ilustres y defensores insólitos. A unos les parecía la pérdida de la cultura-culta, mientras otros lo estimaron como "el entretenimiento que iba buscando la Humanidad". Estos últimos consideraban el cinematógrafo como el medio de distracción idóneo por tres razones: funcionaba gracias a la energía eléctrica (que a la sazón bendecía cuanto tocara); no permitía la participación del público (que se tenía por rucio y subversivo) y era absolutamente inmutable en su contenido.

Hoy los videojuegos son apreciados por tres posibles razones que revocan la estimación referida al cine un siglo atrás. El videojuego es práctico porque puede prescindir de la conexión eléctrica, es admirable porque propicia la participación del usuario y es atractivo especialmente porque ni su proceso ni su final se hallan predeterminados.

El cine es al videojuego, lo que la cultura del capitalismo de producción a la cultura del capitalismo de consumo. El cine es al videojuego lo que los programas políticos fijados ideológicamente son a los actuales programas  cambiantes demoscópicamente.

El cine es imperativo, no admite corrección exterior. El videojuego es flexible, invita a la modificación popular. ¿De la dictadura a la democracia? ¿De la jerarquía al populismo? ¿Del orden  piramidal al mundo horizontal?

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21 de febrero de 2008
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El decoro y la grieta (2)

Hace ahora casi tres lustros tuve ocasión de ocuparme del texto de Crimen y Castigo citado en el último escrito y que posiblemente genera en el lector un malestar rayano en lo insoportable. Dostoievski logra en estas líneas condensar todos los elementos que configuran el destino ruin de los protagonistas:

Rodia, espectador de la escena, marcado por el crimen que obsesivamente barrunta; Catalina Ivanova que encuentra en la indigencia económica una coartada para liberar todo el desprecio sádico que incuba hacia su marido; Marmeladov, espejo de indigencia y debilidad, moldeado en cuerpo y espíritu por las humillaciones cotidianas que le inflinge su mujer y cobarde ante el maltrato que de terceros recibe su verdugo ("cuando hace un mes el señor Lebesiatnikin pegó a mi esposa con sus propias manos, ¿es que sufrí yo, mientras borracho e inerme contemplaba la escena?")

Marmeladov se halla tan aferrado a las referencias de lo que un tiempo se designaba con la expresión "trabajador de cuello blanco", que su entera personalidad es fruto de ellas. No se trata (por utilizar una expresión de Ortega) de valores que él tiene sino más bien de valores que le tienen, valores que le dan soporte, hasta el punto de que no responder a ellos es vivido como mutilación en su entera personalidad social; el no responder a ellos... al menos en apariencia, y de hecho sólo en apariencia.

Pues dada la dificultad para abrirse camino en el pantano que el entorno social del pobre diablo constituye, la dignidad es efectivamente aquí tan sólo cuestión de apariencia. El decorado tiene como única función el disimular las grietas. En lo real de la intimidad la rotura es tan acusada que, cabe decir, el soporte se agota en la red de quiebras.

Volveré a este texto y concretamente a las relaciones entre Marmeladov y su mujer cuando toque abordar una de las epifanías más sórdidas de la mentira, esa mentira cuya función lubrificante del orden social efectivamente establecido me propongo poner de relieve en las semanas que siguen. Por el momento, quisiera retener otro aspecto de estas estremecedoras líneas de Dostoievski. Me interesa el extravagante discurso que citaba al principio: "Sí joven amigo -insistió con ademán lleno de dignidad...- me está tirando de los cabellos". Discurso mediante el cual el pobre diablo, incapaz de sobreponerse a su situación y ni siquiera de rebelarse, apunta a paliar la atroz impresión que la escena no puede dejar de producir en el testigo. Marmeladov espera de las palabras que, incluso en la situación límite en que se encuentra, salven las apariencias, espera que reintroduzcan la decencia y el decoro, términos ambos a los que remite la palabra dignidad, empleada por el narrador. Mas obviamente su esperanza es vana, y el pueril barniz de las palabras no hace sino acentuar las grietas, lo improcedente, lo literalmente indecoroso de la escena.

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21 de febrero de 2008
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Me voy volando

Me voy, salgo volando (nunca mejor dicho) para Sevilla desde Barcelona. Me encuentro en plena promoción de mi nueva novela PRESENTEMIENTOS (Alfaguara) y después de hacer unas cuantas entrevistas en Madrid me toca en otras ciudades. Es un ritual que acompaña la publicación de la mayoría de los libros y que ya casi va teniendo tintes románticos. Cuando la gente liga por Internet en lugar de en un bar, cuando hay casorios que salen de un chat, este cuerpo a cuerpo entre escritor y periodista, este traslado del escritor en persona al lugar físico para dejarse ver y ver al mismo tiempo a esas personas (que se van haciendo conocidas a lo largo de las novelas) que escriben sobre él, o ella en este caso, tiene su encanto, y lo echaremos de menos cuando llegue el momento en que no nos veamos las caras. 

Mañana os contaré cómo me ha ido.

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21 de febrero de 2008
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El tablero

Rafael Argullol: Es interesante ver cómo los géneros de la comunicación amorosa se han ido volviendo cada vez más sintéticos, y en cierto modo cada vez más tramposos; o de trampas más vinculadas a lo que sería la propia trampa del encantamiento de la publicidad de nuestra época.

Delfín Agudelo: ¿Es paradójica una carta de amor a través de un correo electrónico?

R.A.: No; es posible. Pero es casi el paso de lo que era el poema épico al haikú; o del poema épico al epigrama. Claro, ésa es la grandeza del sms, a diferencia del e-mail. Yo que he sido una persona muy poco dada a lo electrónico, me gusta mucho el lenguaje del sms, porque exige un carácter conceptual y sintético que encuentro muy interesante. Evidentemente, esta carta de amor se puede dar, pero exige en el escribiente una estrategia distinta a lo que era la carta de amor tradicional: le exige una estrategia o bien más metafísica, o muchísimo más imaginista, casi sensorial. El sms se acerca a la pincelada, mientras que la carta de amor en cierto modo se acerca al tratado.

D.A.: Pensaría que la caligrafía es un elemento fundamental. En la carta de amor, podríamos llamarla “caligrafía amorosa”: aquella que confirma quién la ha escrito. La diferencia entre una carta de amor escrita en ordenador o con la mano es abismal. Es más ameno recorrer ese mapa interior de mano de la caligrafía amorosa.

R.A.: Confirmaría lo que dices. Incluso en la época de las máquinas de escribir, a finales del XIX y durante todo el siglo XX, las cartas amorosas en general continuaron escribiéndose a mano; mientras se escribía masivamente a mano, la carta personal —la amorosa, que es la reina de las cartas personales— se seguía escribiendo a mano. Evidentemente en nuestros días todo lo que son los procedimientos tecnológicos tienden a camuflaje, a la neutralidad del camuflaje. Pero nadie te dice que la nueva tecnología no vuelva a reproducir la necesidad de la caligrafía. El escáner ahora nos da una posibilidad caligráfica, pero sin embargo—y esto lo he oído— mucha gente está regresando a la escritura a mano. Quizás no para escribir un libro, como es mi caso, sino para la nota personal se está volviendo en cierto modo a la utilización de caligrafías personales. De lo contrario, evidentemente, el trazo neutro camufla. Ocurre que el lenguaje sintético, por ejemplo de los sms más que del e-mail, es un lenguaje de trampa y de camuflaje. Y en ese sentido es muy interesante ver que facilita el hecho de hacer una jugada en un tablero de damas: luego de la jugada, esperas el movimiento que pueda hacer la otra persona. Los grados de compromiso son muy distintos; es un tema fascinante el de la palabra entre los amantes, o entre los aspirantes a amantes.
En la carta había una estrategia a largo plazo: el que la escribía pensaba en cómo sería la recepción. Había un tiempo. En el mejor de los casos, había mensajeros de por medio, y pasaba todo un día antes de la recepción y retorno de la respuesta. Esto fue sustituido brutalmente por el teléfono, que fue el método más descarnado que se ha inventado. Tenías que desnudarte completamente. Si llamabas a una mujer o a una amante, tenías que descubrir todas las cartas por la instantaneidad de la comunicación. Y eso ahora ha sido sustituido por algo mucho más sibilino, que es una instantaneidad como la del e.mail o el sms, pero camuflada. Ofreces un fragmento, esperas el otro, ofreces otro, y así sucesivamente, y si esos fragmentos, como las piezas de un puzzle, van encajando, te atreves a la realización en conjunto. Si nos vieran desde fuera otros animales superiores— que es probable que nos vean— escribirían algo parecido a lo de Gerald Darrell sobre los usos y rituales amatorios de algunos animales, porque esos distintos intercambios semánticos o semióticos en la comunicación amorosa marcan muchísimo lo que son los rituales y las sensibilidades de una determinada época. Todo son cartas de amor. El telefonazo del aspirante amante al objeto de su deseo también es una carta de amor verbal, pero brutal. Y un e-mail, o un sms, también, pero son distintos modos de comunicación, y van desde el signo escrito, así sea de manera lapidaria, hasta la Divina Comedia.
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21 de febrero de 2008
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IV. El más complicado modelo para armar

Miseria, desamparo, desesperanza, sobre todo para los más jóvenes, que es la clientela de los maras, y criminalidad generalizada que toca a todos los sectores de la sociedad, los ricos protegidos dentro de sus fortalezas amuralladas, la clase media indefensa, y los pobres aterrorizados en las barriadas. El ingeniero industrial, al terciarse la banda presidencial, recibió el modelo para armar más complicado que manos humanas hayan tocado jamás en Guatemala.

Fruto de uno de esos milagros que los países latinoamericanos producen de tiempo en tiempo, la mayoría de la gente creyó más en el discurso de Álvaro Colom, de transparencia institucional y progreso social como armas para enfrentar el crimen, que en el de mano dura, del general Pérez Molina.

La mano dura para neutralizar a los maras, orquestada por gobierno de derecha, ya había fracasado ruidosamente en Honduras y El Salvador. Ahora el presidente Colom, que apenas tiene poco más de un mes en la presidencia, busca enfrentar al crimen organizado sin salirse del marco institucional, y la campaña de seguridad pública que las fuerzas policiales han lanzado sobre los focos rojos de delincuencia, sobre todo en la ciudad de Guatemala y en su extensa periferia, han obtenido como primera respuesta la multiplicación del asesinato de los choferes y ayudantes de autobuses, de los que van ya más de 15, una franca réplica de las pandillas decididas a defender sus territorios, y su negocio de cobro de impuestos de protección. La guerra recrudece, y será larga. 

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21 de febrero de 2008
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Cinco apuntes sobre los Oscar: 'No Country for Old Men' (2)

Este es otro caso de film que sufre en comparación con el libro que lo inspira. La novela original de Cormac McCarthy es magnífica, una obra de esas que recurre en nuestras pesadillas. La anécdota no tiene nada de especial. Un hombre llamado Llewelyn Moss encuentra por azar un maletín lleno de dinero. Huye con el tesoro, perseguido por un asesino profesional de nombre Anton Chigurh. Y detrás de la siembra de cadáveres -siempre detrás, culposamente detrás- va el sheriff Bell, un policía veterano que admite no haber visto tanta sangre junta en la totalidad de su carrera.

La riqueza intelectual está en el tenue hilo que une a los tres hombres, lo que Cinthia Ozick llamaría ‘el túnel cavado entre una mente y la otra'. A pesar de que casi nunca se cruzan, los hermana la sensación de estar en las inmediaciones de algo parecido a una revelación. En Moss (interpretado en la película por Josh Brolin) es el deseo de romper con la monotonía cotidiana, aun al precio de arriesgar la vida. En Chigurh (Javier Bardem) es el coagularse de algo similar a una filosofía: Chigurh se asume no como un criminal sino como un colaborador del destino, en la medida en que da cumplimiento a la suerte que sus víctimas han elegido para sí al actuar tal como actuaron. Y en Bell (Tommy Lee Jones) es un temblor del alma, que lo impulsa a renunciar al intento de comprender lo insondable del espíritu humano. Los tres son muy distintos y al mismo tiempo comparten esa sensación de ser piezas de un juego que los excede, y que jamás comprenderán del todo./upload/fotos/blogs_entradas/no_country_for_old_men_1_med.jpg

No Country for Old Men es uno de los mejores films de los hermanos Coen en mucho tiempo. Por lo general sale airosa de la representación de ese universo al borde del Apocalipsis que es tan propio de McCarthy. (En su última obra, The Road, el Apocalipsis ya ha tenido lugar.) Pero como por lo general los Coen suelen preservar una distancia irónica respecto de todos sus personajes, al tiempo que se permiten jugar con las convenciones del relato, su entrega a la sensibilidad salvaje de McCarthy puede prestarse a confusiones. Por ejemplo: el momento en que respetan literalmente una elipsis del texto -McCarthy escamotea un enfrentamiento central, porque la novela quiere privarnos de toda catarsis liberadora-, el recurso no suena esencial al relato, como en el libro, sino a un nuevo capricho de los Coen.

Lo que profundiza aun más su alejamiento del nudo del texto es la marcación actoral que los Coen hicieron a Javier Bardem. En el film, Chigurg es un psicópata que inspira miedo a simple vista, dotado además de un corte de pelo más propio de los Osmond Brothers que de un profesional del crimen: otra chiquilinada de los Coen, deseosos como siempre de llamar la atención del profesor de la clase a fuerza de ocurrencias que imaginan brillantes. Este Chigurh es el típico asesino maléfico de tantas películas. El Chigurh del relato, en cambio, es un hombre de apariencia tan común que nadie logra recordar sus rasgos. El terror que inspira en Bell deriva precisamente de esta ‘normalidad', porque sugiere que el trabajo de Chigurh es algo que cualquiera de nosotos podría hacer dada la circunstancia -como nos enseña tanta historia reciente, de Auschwitz a esta parte.  

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21 de febrero de 2008
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Carambola geopolítica

Al intentar destruir con un misil antimisil un satélite espía, el USA 193 Radarsat sobre el que ha perdido el control, Estados Unidos no sólo acabará con la amenaza de que sus trozos acaben cayendo sobre poblaciones, sino que demostrará al mundo y especialmente a China y a Rusia que está a la cabeza de las armas antisatélites. El disparo se diferencia poco del que usaría contra una cabeza nuclear enemiga en su sistema de defensa contra misiles balísticos, versión más modesta y actualizada, aunque aún de dudosa eficacia, de la llamada guerra de las galaxias de Ronald Reagan.

EE UU es el país más dependiente en los satélites para su vida, normal y militar. A principios de 2001, bajo la dirección de Donald Rumsfeld, que iba a ser en unas semanas jefe del Pentágono en la Administración Bush, la Comisión para la Valoración de la Organización y Gestión del Espacio para la Seguridad Nacional de EE UU alertó contra la posibilidad de que el país se viera cegado por lo que el informe describió como un "Pearl Harbour espacial", ante un ataque contra sus satélites. La destrucción de un satélite meteorológico por China con un misil a principios del año pasado hizo sonar varias alarmas ante la carrera militar por el espacio. EE UU se ha resistido siempre a aceptar prohibir la militarización del espacio.

Destruir el Radarsat antes de que caiga a la Tierra le viene muy bien para otros objetivos. Es la primera vez que lo va a intentar desde 1985. Por lo que han explicado los propios mandos militares norteamericanos, el misil que se utilizará será un SM-3 (Standard Missile 3), lanzado desde un buque equipado de sistema Aegis para la defensa antimisiles, probablemente desde el Pacífico. Su alcance es más limitado que el de los interceptadores desde tierra americana que EEUU quiere instalar también en Polonia. Éstos han de acercarse a su objetivo a una altura superior.

Como señala Stratfor, servicio privado de análisis de inteligencia, la tecnología contra misiles no difiere tanto de la que se puede usar contra satélites, aunque resulte más difícil alcanzar una cabeza nuclear cuando está realizando su reentrada en la atmósfera. El Pentágono y los militares quieren demostrar así que tienen "el arsenal antisatélite más robusto" del mundo, y de paso que su escudo antimisiles ya no es un sueño lejano, menos aún cuando esta Administración ha denunciado el tratado ABM de 1972, que lo limitaba. Era una de las piedras de toque de la estabilidad del equilibrio del terror de la guerra fría. El mensaje a China y Rusia es claro. También a Irán y otros países que se están dotando de cohetes de largo alcance.

Publicado en El País, 21 de febrero de 2008

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21 de febrero de 2008
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Fidel Castro, escritor

Podemos leer la carta de Fidel Castro a los cubanos como el testamento de un hombre al que siempre le resultó más fácil hablar que escribir. Nada queda en el texto divulgado por Granma de la grandiosa teatralidad de sus actuaciones públicas; muy poco subsiste de la elocuencia que conmovía a las masas hipnotizadas.

Pero la brevísima disertación autobiográfica tiene su interés y no vale la pena conformarse llamándola "carta de dimisión". Lo sustancial se esconde detrás de algunas frases y leyéndolas uno debe preguntarse ¿a quién se dirige Fidel? ¿A quién dedica las sutiles consideraciones de su mensaje?

Quizás a los fervorosos partidarios del régimen, que hace tiempo temen sufrir la soledad de los huérfanos.

A lo mejor a los más razonables de sus herederos, conscientes del declive que aguarda a un régimen hecho a imagen y semejanza de su paternal tutor.

Sin duda la carta quiere consolar el corazón entristecido de sus admiradores y, en cierto modo, paliar la furia de sus detractores. Varias veces apela a la inteligencia.

En cualquier caso, la carta se dirige al único interlocutor que importa a Fidel Castro: la posteridad. Es un tuteo que mantiene desde hace tiempo.

El dictador derrotó a sus enemigos, sedujo a sus adversarios, humilló a sus contrincantes. Se elevó por encima de los traidores, de los taimados, de los dubitativos. Fue el fuerte, el único, el gran Yo de su yo, mientras la mayoría de sus contemporáneos, incluso los que presumían de ser sus amigos, caían aniquilados por la decadencia o la confusión.

Fidel Castro no cede ante nadie. Tan sólo en un lugar existe la potestad de dar por concluida su Historia: y este lugar es la muerte. Sólo con la muerte negocia Fidel. Y esto es lo que está haciendo.

"Mi deber -dice Fidel desde la clínica y a sus años- es no aferrarme al cargo ni mucho menos obstruir el paso a personas más jóvenes". No aclara por qué le costó tanto tiempo cumplir su deber.

¿Un inesperado rasgo de humor en boca del comandante?

Un par de párrafos antes había dicho: "mi deseo es cumplir el deber hasta el último aliento".

Ningún lector debe sentirse defraudado pues a pesar de la brevedad, el género epistolar resuelve sus cábalas: Fidel renuncia pero permanece.

El último párrafo de la carta es una sorprendente promesa: "seguiré escribiendo". Y anuncia el título elegido para su libro:"Reflexiones del compañero Fidel".

Pero la "autobiografía" del comandante ya la escribió un cubano exiliado, Norberto Fuentes. El segundo tomo apareció el año pasado, en la editorial Destino, de Barcelona. Ya les contaré.

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20 de febrero de 2008
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Presente, payador

Cierto es que fueron más los buenos que los malos. No quiero ni pensar en esos bestias que a mis padres les repartían reglazos y hasta bofetadas. (Mi padre alguna vez, con diez años, recibió una bien puesta de su profesor, misma que respondió con certera patada en la espinilla y carrera inmediata a la oficina del director, donde obtendría al cabo indulgencia plenaria.) Pasados los tres años en la asquerosa escuela lasallista donde la delación solía ser estimulada y recompensada, sólo padecí ya a uno que otro aburrido e hice cierta amistad con varios de ellos, incluso los que aún me reprobaban.

     Me importaban bien poco, para entonces, los números de mi aprovechamiento escolar. Recibía para entonces cada mala nota con el talante de un enemigo de Batman. Ya en la universidad, los mejores maestros solían ser vetados por los alumnos más cuadrados, que preferían tomar el dictado a ser objeto de cuestionamiento alguno. Aunque al final aquella universidad -la Iberoamericana, cuya carrera de Letras tenía apenas unos cuantos matriculados, la mayoría desafectos a la escritura- ofrecía perspectivas inmejorables en los pasillos y la cafetería, donde las musas eran legión y ya eso me bastaba para colmar la vida de intensas perspectivas literarias. Hasta que conocí al poeta Hugo Gola.

     Detestaba perderme una sola de sus clases, tanto que hasta dejaba alegremente la cafetería y olvidaba sus musas para acudir puntual a esa vibrante cita que era la clase de Poesía y Poética, misma que Hugo impartía en rigurosas minúsculas, pues detestaba tanto el academicismo que se reía de mi gusto por la poesía de Octavio Paz. ¡Vallejo!, contraatacaba con la sonrisa luminosa y voraz del niño que recién ha descubierto un tesoro debajo de una piedra. Tal era el tono de la clase entera: un hombre deslumbrado que habla, escucha y lee con los ojos de fuego y una sonrisa de amplio escaparate.

     Se carcajeaba de esos lectores pudibundos que no se atreven a leer en voz alta, entendía la poesía como música y se refocilaba en sus ecos, resuelto a confundir a la enseñanza con el contagio. Una vez nos sacó de la clase para sentarnos en un jardín, frente al crepúsculo del cual, aseguró, recibiríamos las mejores lecciones de poesía; otra nos desafió a decir el nombre de un árbol cercano, que por supuesto nadie atinó a adivinar. ¿Y así queríamos hacernos poetas?

     Algunos nunca lo pretendimos, pero Hugo ya insistía en la necesidad de escribir una prosa preñada de música, y esas solas palabras eran música para los oídos del narrador que yo quería ser. Por eso recibí como un regalo extraordinario su invitación a presentarme en dos de las sesiones de su club de poetas disfrazado de taller literario, que ocurrían de noche, en su casa invadida de payadores -así era como le gustaba llamarnos- a los que repartía consejos entusiastas y deslumbrantes. Fue gracias a su recomendación expresa, luego de que escuchó con atención quirúrgica la lectura de uno de mis embriones de novela, que leí Corrección, de Bernhard. Me haría bien, sentenció con ojo colmilludo, no sé si imaginando que sus observaciones me llevarían a dar tantos virajes como embriones dejé por el camino.

     Cierto es que nunca antes me vi tan lejos y tan cerca de hacer literatura. Quedaba la impresión, luego de tantas risas compartidas, de que aquel profesor que parecía todo menos profesor era la encarnación de la escritura. Por eso aquí y ahora lo recuerdo a él, bueno entre buenos, y al hacerlo regresan los demás. El que en muy buena hora sugirió que dejara esa carrera de mierda y abrazara a la vida con todos sus riesgos. La que me soportó por simpatía y me bajó los humos por deber. El que me plantó un siete y me aclaró que merecía el diez, pero no se le daba la gana ponérmelo porque quería verme hacer algo más. Y aquella que, muy niño, me abrazó a medio llanto hasta que una sonrisa triste lo reemplazó. Es para ellos que aquí mismo me robo un trozo de poema de Hugo Gola (cuyo rastro he perdido desde entonces, pero jamás, sin duda, su memoria fresquísima):

y si el vuelo
blanco
fuera la mano de dios
y el mar
su alcoba?

 

 

 

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20 de febrero de 2008
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