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Ausencia de la cultura

/upload/fotos/blogs_entradas/arturofernandez_med.jpgSi pensamos que cultura es algo más que unas fotos, unas canciones, una referencia al canon o la cita de famosos cantautores hay que tener un oído del que carezco para saber qué piensan hacer con la cultura los principales candidatos a presidir el país. No es nuevo, la cultura es un adorno para los mítines, es una foto para la feria de vanidades, es la cita fácil de un libro que los asesores han recomendado. /upload/fotos/blogs_entradas/pedro_almodvar2_med.jpgClaro que es muy diferente presentarse con Almodóvar, por ejemplo, que con Arturo Fernández, con perdón. Si nos fiamos por las presencias, si tuviéramos que dar el voto por personalidades de la cultura al lado de uno u otro, no tendríamos dudas.

El voto de la cultura no es para la derecha. También en eso somos muy diferentes a los franceses. Nuestra derecha es diferente. Y, desde luego, Rajoy es muy poco Zarkozy. No soy muy partidario del ligón presidente de los franceses. Fui muy partidario de su mujer antes de ser primera dama, pero después de leer el libro de Yasmina Reza sobre la campaña de Zarkozy y de comprobar la capacidad de seducción sobre intelectuales de muy diferente pensamiento e ideología. Volví a ser consciente de nuestro largo camino que recorrer para ser lo que siempre quisimos -algunos- ser franceses. O afrancesados. También valen otros países europeos. Aquí la derecha se tropieza con el catecismo como lectura. También con autores de best seller o con algunos raros que se acercan a la derecha. Muchos de ellos conversos, antiguos izquierdistas. Nada despreciables por muchas cosas pero muy sometidos en su servidumbre a la nueva fe. O al nuevo estatus. No son muchos pero, además, se callan. Todavía parece excéntrico ser de derechas si te dedicas a la cultura. Conozco alguno, además, me gustan y los respeto pero son menos de que la inmensa minoría.

El país será mejor cuando la ausencia de la cultura sea un bien, sea la expresión de que el creador no tiene que mostrar sus creencias en algo tan difícil de creer como un partido político. Lo mejor sería poder pasar de ellos, de todos, pero todavía no estamos tan tranquilos, tan laicos, tan libre como para quedarnos leyendo un libro en el día del voto. Iré por demostrar mi contra. No por tener fe.

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6 de marzo de 2008
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Todo saldrá a la luz

Los gobiernos creen manejar en exclusiva la información privilegiada que tienen sobre el estado del mundo. Y los gobernantes apelan a este antiguo prestigio para justificar su impunidad. Como si hoy bastara la grave gestualidad del mandatario para convencer al auditorio.

Resulta muy evidente el origen de las dificultades que atraviesan los líderes democráticos para sostener su credibilidad y sorprende que se resistan a entender la transparencia, a veces brutal, que impone la sociedad de la información. Los representantes institucionales se mueven y hablan como si su público fuera cautivo de una seducción duradera.

Es cierto que los procesos electorales, incluso los que no se ven sometidos como el nuestro a la violenta diatriba del sabotaje, movilizan fervores grupales y los someten a estrechísimas disyuntivas. O haces esto o lo otro. Tú verás.

Pero el proceso de la información integra a un número cada vez mayor de ciudadanos y la Red los convierte no sólo en consumidores de información sino en gestores y productores activos que modifican con sus preferencias el futuro de los líderes políticos.

Véase el caso Sarkozy no sólo como un ejemplo de desventurada petulancia sino como la intervención severísima de una sociedad, la francesa, irritada con los excesos del que mientras se creía amparado por las viejas murallas del poder, se exponía alegremente a la intemperie.

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6 de marzo de 2008
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La venganza del Capitán Piluso

Ayer se cumplieron veinte años de la muerte de Alberto Olmedo. Aunque en la Argentina sigue siendo inmensamente popular, el suyo es un fenómeno que no trascendió nuestras fronteras. Olmedo era una criatura de la televisión, pura y dura. Si bien triunfó en teatro y en numerosas películas, los films que se conservan no alcanzan a mostrar la verdadera dimensión de su talento. Al igual que John Belushi en los Estados Unidos, que brilló cuando protagonizaba Saturday Night Live pero nunca dio con una película que le hiciera justicia, Olmedo sólo parecía encenderse ante las cámaras de televisión. El hecho de haber trabajado como técnico de estudio en el viejo Canal 7 debe haberle dado un dominio impar de las posibilidades del medio. Olmedo no dudaba un instante a la hora de quebrar la cuarta pared y descubrir el tinglado que había más allá de las cámaras, proponiendo al televidente una complicidad hasta entonces inédita. Si hasta la muletilla de Rucucu, uno de sus personajes más memorables, parece más apropiada para esta era de zapping endemoniado que para aquellos tiempos en que ni siquiera existía el control remoto. Rucucu miraba a cámara -nos miraba- y decía con esos ojos llenos de picardía: "¡No toca botón!" Y uno obedecía y se quedaba viéndolo, hasta que Rucucu se despedía y ya no quedaba más que ver.

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Uno de los mayores orgullos que conservo de mi etapa de periodista es haberlo reivindicado en las páginas de la revista Humor, a mediados de los 80, cuando para muchos era todavía sinónimo del humor chabacano que había hecho su agosto durante la década de la dictadura. Es verdad que Olmedo había seguido trabajando durante el régimen militar, como tantas otras figuras de la TV. (No sin algunos problemas: una broma discutible, la de fingirse muerto cuando no lo estaba al inicio del programa El chupete, lo malquistó con el almirante Massera. El costado ridículo, o más bien patético, de los amos de la muerte: estuvo fuera del aire dos años, y cuando regresó con su personaje infantil del Capitán Piluso -que me había acompañado en cada merienda durante tantos años de mi infancia-, lo obligaron a quitarse el grado militar, quedando como Piluso a secas, al tiempo que prohibieron a su socio Coquito que vistiese su tradicional traje de marinero.) Pero los grises de su desempeño como ciudadano no podían, ni debían, negar su increíble talento histriónico. Alberto Olmedo intuyó la capacidad interactiva de la televisión mucho antes de que existiera la noción de interacción en los medios electrónicos: su comedia -sus miradas, sus silencios, sus bocadillos- nos incorporaba al juego. Sólo brillaba cuando estaba seguro que estábamos del otro lado, incapaces de tocar botón.

La única forma de certificar su talento es ver los viejos sketches. Por fortuna han empezado a editarse antologías. La mejor forma de homenajearlo que encuentro es poner play al DVD que reúne sketches de uno de sus mejores personajes, Rogelio Roldán (donde lo acompañaba el también talentosísimo Vicente Larrusa), que acabo de comprarme. Y merendar como antaño, mientras le agradezco en silencio tantas horas de alegría, tantas carcajadas, tanta ternura.

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6 de marzo de 2008
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Viejos, ancianos, abuelos (1)

Supongamos que alguien tiene un hijo a los veinte años y que vive hasta los noventa (algo cada vez más normal). Cuando el hijo tenga setenta años estará cuidando del padre de noventa. Y puede que el nieto tenga que hacerlo del padre y del abuelo si las cosas se han complicado por el camino y no llegan en buenas condiciones a tales edades (lo que también es bastante normal). Ese nieto, pongamos que tiene cuarenta y cinco o cincuenta años. Ya ha criado a sus hijos y puede relajarse un poco. Está en condiciones de viajar, de divertirse, aún es joven. Pero no puede. Las responsabilidades, que no cesan. Ha pasado del cuidado de los hijos al de los padres, los abuelos y, como sigamos así, los bisabuelos. Los queremos y no podemos ignorarlos, los lazos son demasiado fuertes. De eso se vale la Administración para mirar sólo de reojo un problema de capital importancia, que por cierto se está soportando mejor gracias a los inmigrantes. Anciana con ecuatoriana, anciano con rumana, colombiana, dominicana. Los parques madrileños están llenos de estas nuevas parejas, cuyas vidas están tejiendo la historia de una nueva convivencia y supervivencia sorda. Los telediarios, por ejemplo, sólo abordan el asunto en las vacaciones de verano o en navidades, cuando en plan sentimentaloide sacan a ancianos solitarios en sus solitarias casas, mientras tal vez algún familiar ande por ahí de picos pardos, y entonces a todos, aun a los más sacrificados, nos remuerde la conciencia porque no estamos constantemente al lado de nuestros mayores viviendo su vejez.  

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6 de marzo de 2008
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Inglés para idiotas

En el gran bazar en que se ha convertido el proceso electoral puede encontrarse de todo, como hemos podido comprobar estas últimas semanas. El político, disfrazado de prestidigitador, hace los trucos que están a su alcance, e incluso —patéticamente— los que no lo están, con tal de convencer a los electores. Para conseguir sus propósitos se valen de buenas y malas artes, creciendo en sofisticación estos últimos a medida en que avanza la campaña. Los clientes más deseados son los “desmovilizados”, los “indecisos”, los “abstencionistas” y los que, si esto tuviera algún valor, votarían en blanco.

Precisamente con respecto al voto en blanco hemos asistido a uno de los pocos fenómenos remarcables de esta campaña electoral: el silenciamiento de la propuesta de Pascual Maragall. No es que yo crea que es fácil de aceptar que quien ha sido hasta hace poco presidente de la Generalitat y del partido socialista proponga a los electores el voto en blanco; sin embargo, esta circunstancia hubiera debido avivar el debate pues si alguien con su dilatada experiencia y responsabilidad políticas ha llegado a esta conclusión es que nos hallamos ante un caso de alerta considerable sobre el funcionamiento de nuestra vida pública.

Lo remarcable es que, en lugar de avivarse el debate, se ha producido una auténtica conspiración del silencio en la que han participado los medios de comunicación, al recoger un eco rápidamente debilitado, los partidos, encabezados por el propio partido socialista, y muchos de los amigos políticos de Pasqual Maragall, que apenas han intervenido en su defensa o así me lo ha perecido a mí. No han faltado, además, siniestras manifestaciones de supuesta “compasión”, sobretodo por parte de aquellos que viven y medran en estos aparatos de poder que exigen la opacidad y el camuflaje.
Fuera del “caso Maragall” —un personaje, Pasqual Maragall, que para bien o para mal remueve las aguas del pantano— no ha habido nada en el gran bazar que no fuera previsible. Entre ataque y ataque lo más vistoso ha sido la subasta que los candidatos han hecho con el dinero de los ciudadanos, unos regalando cheques y otros promesas de reducciones impositivas. En todos los casos está claro que en las arcas del Estado sobra dinero y no se entiende porqué éste no se emplea en arreglar las injusticias que el mismo Estado detecta gracias a sus sacrosantas estadísticas.
Pero si el segmento más filibustero de la campaña ha sido la tómbola que se ha realizado con el dinero público el segmento más estúpido ha sido, sin duda, el arrebato en torno a la enseñanza del inglés. De repente casi todos los candidatos, mirándose probablemente en el espejo de sus propias carencias, han encontrado en el aprendizaje del inglés el talismán de nuestro porvenir. Pronto toda Catalunya, toda España hablará inglés si hacemos caso a lo que nos aseguran los señores Zapatero, Rajoy, Montilla,… (todos al parecer menos ellos).
 
No vamos a negar ahora la importancia del inglés como lengua científica, económica o de comunicación pero de ahí a transformar ese idioma en la panacea de las virtudes futuras media un universo. Sin ir más lejos, y para recordar un tema doméstico, las turbas de simpáticos hooligans británicos vociferan en inglés entre cerveza y cerveza y no por eso los vamos a poner de ejemplo –creo- para esas escuelas llenas de niños angloparlantes que vamos a crear. Tampoco resulta conveniente, por ejemplo, inculcarles el himno de los marines para que lo canten en el recreo, por más que su letra algo tosca sea perfectamente inglesa.
 
Con todo, la verdad, el problema no estriba ni en los hooligans ni en los marines sino en nosotros: ¿Qué importa el idioma si lo que se dice es el fruto de la ignorancia? ¿Qué habremos avanzado si un estudiante universitario manifiesta en maravilloso inglés que no sabe quién es el emperador Carlos V o el pintor Piero della Francesca, que tampoco sabe, ni desde luego le importa cuál es el teorema de Pitágoras o el número pi, que confunde con absoluta impunidad la Revolución Francesa y el Mayo del 68? Estas pequeñas lagunas —en catalán, español o inglés— son fácilmente constatables para cualquiera que se entretenga en charlar con nuestros estudiantes, actividad que quizá sería de provecho para quien pretendiera presentarse candidato.
 
Sin embargo, lejos de hacer este trabajo de campo, el candidato prefiere ofrecer inglés para todos de modo que el mal sistema educativo actual derive en una peor academia de un único idioma. Tras el goteo apocalíptico de informes europeos y mundiales sobre el pésimo estado de educación en España hubiera sido de esperar que la enseñanza fuera el asunto central de la campaña. No ha sido así en absoluto, o únicamente lo ha sido en lo referente a la enseñanza del inglés, tema en el que la farsa guarda paralelismos con la subasta de talones y reducciones de impuestos: “Yo haré que todos sepan inglés en diez años”, “yo haré que sea en cinco”, “yo en dos”, y así sucesivamente.
 
Sospecho un par de razones. La primera, fácil de adivinar, es que proponer el inglés universal es una tarea bastante menos complicada que realizar una auténtica reforma educativa. La segunda es un poco más maliciosa: ¿saben nuestros candidatos quién es Piero della Francesca o cuál es el teorema de Pitágoras? ¿Les importa? English for idiots.

                                                                                               El País, 23/02/08

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6 de marzo de 2008
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IV. Carta a una sombra

El destino no es muchas veces imprevisión, ni tampoco fatalidad, sino conciencia de lo que uno ha venido a hacer sobre la tierra, y eso es lo que al fin ocurre con la muerte del héroe en El olvido que seremos.

Si un escritor tiene siempre un lector en singular que de alguna manera guía sus pasos, ese lector vigilante, en el caso de Héctor Abad Faciolince, es su padre. El padre asesinado. "Es una de las paradojas más tristes de mi vida: casi todo lo que he escrito lo he escrito para alguien que no puede leerme, y este mismo libro no es otra cosa que la carta a una sombra....", dice el hijo. Uno adivina que esta carta ha venido siendo escrita desde hace tiempos, desde aquel martes 25 de agosto de 1987, cuando la madre y los hijos, cada uno a su manera, recibieron la noticia del asesinato a mansalva del padre. Cada uno de ellos da su testimonio, que el hijo escritor transcribe. Y ese conjunto de testimonios viene a ser de las partes más conmovedoras del libro, en un libro que es todo conmovedor.

Pero más que la carta a una sombra, el libro es la rendición puntual de cuentas a una presencia viva. Una presencia que viene a llenarlo todo, vida, recuerdos, futuro, frente a la que no hay olvido posible. Más que el olvido, es el recuerdo que el padre será siempre en la cabeza del hijo que escogió ser escritor El padre que, según Aristófanes, llevamos siempre enterrado en la cabeza.

Lean El olvido que seremos

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6 de marzo de 2008
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Simetrías falaces (2)

Esta diferencia en la matriz es irreductible, y el cómputo de los crímenes de uno y otro bando no la convierte en modo alguno en variable de poco peso. Y quisiera estar convencido de que, en un fuero que no consiguen erradicar, los mismos defensores de la tesis contraria sienten que la dignidad está del otro lado. Digo "quisiera estar convencido", porque ciertamente no estoy seguro de estarlo, es decir: no estoy seguro de que sea apodíctico el argumento kantiano de que hasta para enarbolar banderas contrarias a la razón y a la dignidad, el hombre está obligado a hacer cómputos racionales y a responder a una provisión mínima de moral y de confianza en la moralidad del otro (recuérdese el apólogo sobre la petición de dinero en base a la simple palabra).

Estoy tanto menos seguro de lo anterior cuanto que, en mi propio entorno, escucho argumentos que homologan lo que significó el comunismo y lo que significó el fascismo o el franquismo. Se homologa, en suma, el fracaso para el ideal emancipador que suponen los campos de Siberia, al triunfo para el proyecto reductor de toda emancipación que suponen los campos de Petain, o la plaza de toros de Badajoz. Se homologa, en suma, en función de un imposible monto objetivo de mal y dolor, haciendo abstracción de que para el ser humano todo (dolor incluido) pasa por la criba de una interpretación, y que no es lo mismo el mal en que se abisma el ideal de libertad que el mal generado por el deseo de ahogarla.

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6 de marzo de 2008
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Hillary: 22 de abril o 29 de junio

Hillary Clinton se ha recuperado en las primarias de Tejas y Ohio. Ha demostrado que gana en los Estados grandes, que son los decisivos para la presidencial del 4 de noviembre. Sin embargo, el gran triunfador de este segundo supermartes ha sido John McCain que se ha convertido en el candidato republicano único, con lo que les saca ventaja a los demócratas que aún siguen en la pelea pues desde ayer se puede empezar a concentrar en las elecciones de noviembre. Por eso Clinton, que va aún por detrás de Barak Obama en número de delegados, tendrá que tomar una decisión sobre si seguir en liza o renunciar. Aunque las primarias van hasta el 7 de junio (Puerto Rico), si en la próxima gran cita de Pennsylvania, el 22 de abril, no adelanta a Obama, la primera mujer con posibilidades de llegar a la Casa Blanca debería renunciar en aras de las posibilidades del primer negro.

Si no lo hace, y si ninguno, como ya parece imposible, logra los 2.025 delegados necesarios para ganar la nominación, la pugna puede llegar hasta la Convención demócrata en agosto en Denver, y, según cómo, facilitar la victoria de McCain. De aquí a entonces, la carrera se podría tornar en pelea entre Obama y Clinton si se le añade el problema, que la candidata ha empezado a esgrimir, de cómo contar los 366 delegados de las primarias de Florida y Michigan, que le favorecen pero que la central del Partido Demócrata había considerado nulos al celebrarse en una pronta fecha no autorizado. Pueden ser decisivos.

Como bien analiza Michael Tomasky en un artículo titulado "Un posible superproblema" en  el último número de The New York Review of Books, el partido demócrata podría optar por no contar esos delegados -para frustración de unos votantes en un Estado como Florida que se ha demostrado clave en las últimas elecciones- o repetir las votaciones en forma de caucus, y ya no de primarias. Sólo tiene hasta el 29 de junio. Pues a partir de entonces, la decisión se tomará ya no desde el Comité de Reglas, dependiente del Nacional, sino del Comité de Acreditaciones de la Convención, que parecen dominar clintonianos y que debería aceptar o rechazar a esos delegados de Florida y Michigan.

En todo caso, los llamados superdelegados, 796 notables del partido, van a pesar probablemente menos de lo que es especula. Como ha indicado la presidente demócrata de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, para la cual "sería un problema para el partido si el veredicto fuera diferente del que el público ha decidido". Es decir que los superdelegados acabarán por plegarse a la voluntad mayoritaria de los delegados. De otro modo, la derrota de cualquiera fuese el candidato demócrata estaría garantizada.

¿A quién preferiría enfrentarse McCain? Pese a lo que indican los sondeos en la actualidad, es muy posible que a Obama, por ser un valor nuevo, y porque no se le ha examinado aún con lupa, mientras que a la dura Clinton ya se le han sacado todos los trapos sucios posibles, y los ha superado.

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6 de marzo de 2008
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La idiosincrasia dual

La adhesión a un partido ha dejado de coincidir con el compromiso militante. Ahora todo es más laxo y vagoroso.

/upload/fotos/blogs_entradas/sealdetrafico_med.jpgSin embargo, en nuestra España, la partición entre derechas e izquierdas se ha instalado como una idiosincrasia secular que acaso sólo encuentra correspondencia en los pares de marrajos y californianos en la Semana Santa de Cartagena o en las rivalidades Madrid/Barça de toda la eternidad. La dicotomía es, de una parte, hermosa y, de otra, pesadísima. Es hermosa  en cuanto proporciona fácilmente una acalorada conversación, propicia la identidad más rápida y ayuda a creerse con alguna causa concreta. Pero es también una formidable tabarra cuando muestra la dificultad para escapar de ella.

Todos los debates políticos televisados tendrán un ganador y un perdedor inequívoco de acuerdo a esta adscripción idiosincrática. Así que el debate, a despecho de la expectación que convoca, no enseña nada nuevo puesto que de antemano la investidura del discurso se aprecia y escucha como un fuerte ropaje de piedra inseparable de la condición partidaria del candidato. No hay más que leer los titulares de los periódicos al día siguiente de la confrontación para constatar que unos por aquí y otros por allá se han ahorrado cualquier reflexión libre a propósito de la liza televisada. La crítica negativa existe pero se concentra abusivamente en el otro. De este modo no sólo el debate, donde no se intercambian argumentos sino agresiones, parece inútil, también carece de utilidad la lectura de los comentarios y hasta la existencia misma de sus soportes.

Esta sociedad española ha fraguado en derechas e izquierdas de toda la vida y a la manera de una maldición histórica que como a Lot ha convertido en  materia estatuaria la inteligencia y a la emoción en un duopolio que se reparte entre lo mío y lo tuyo, lo blanco y lo negro, sin importar el tono, la pinta, la dicción o la  posible idea (¿innovadora?) de una maciza  facción. 

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6 de marzo de 2008
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La belleza, la voz, la vista

Escuchar una ópera nos permite imaginar la imagen de los componentes del drama como gustemos. Había escuchado algunas veces la ópera "La Gioconda", del casi olvidado Ponchielli. Con momentos tan famosos como el aria de "Cielo y mar", que ahora da título al nuevo divo de los tenores, el mexicano Rolando Villazón. Un cantante exuberante, poderoso, comunicativo y buen mozo. De la Gioconda también conoce todo el aficionado a la música o al ballet, la llamada "Danza de las horas". Además está el sufridor personaje central, la enamorada, apasionada y buenísima chica, esa cantante callejera, hija de una ciega, que está enamorada de uno que no la ama. Un dramón de Arrigo Boito, a partir de una obra de Víctor Hugo. Todo muy del gusto del pasado siglo. Pero la belleza de la música, además de la hermosa danza, ha permitido que esta incomprensible historia- como tantas de la ópera- siga siendo muy representada, muy querida y muy bien aceptada.

Hay un personaje que enamora al protagonista, al tenor de "Cielo y mar" que daría la fama al español Gayarre, es la bella y malcasada, Laura. Una mujer muy hermosa, una mujer atrevida por la que se provocan todas las desgracias de la obra. Siempre la imaginamos muy hermosa, capaz de seducir al bello y aventurero Enzo, a ese del que está fatalmente enamorada la Gioconda. Una mujer por la que uno estaría dispuesto a algunas locuras.

/upload/fotos/blogs_entradas/teatro_real_med.jpg

Con esa imagen idealizada fui al Teatro Real. Más bien, con esa ingenuidad, porque ya tendríamos que estar acostumbrados, a nuestros años y nuestras óperas, que una cosa es la voz y otra el cuerpo, una la realidad otro el deseo. Todos tenemos claros ejemplos de físicos que se contradicen con las pasiones que desatan en el escenario. Es un componente habitual de ese tinglado que es una ópera. Lo sabemos, y sin embargo nos decepcionamos.

La cantante que representa Laura, por decirlo discretamente, está en las antípodas de lo que uno entiende como arrebatadora belleza. Incluso lo que uno entiende por belleza. Aún diría más, lo que uno entiende por pasable. Es muy pequeña- unos señores que parecían muy serios detrás de mi fila, cada vez que entraba en escena decían: "¡ya viene el tapón!"- tirando a bastante gorda y con un físico poco agraciado. De voz estupenda pero cuando se abrimos los ojos es difícil dar crédito a que esa señora despierte tantas pasiones. En fin, tendrá mucha belleza interior. La ópera, que es representación en vivo y directo, ¿no debería cuidar más sus repartos? Ya se que la belleza es subjetiva, pero no tanto. A veces es mejor no ver. La imaginación tiene más posibilidades. La realidad suele ser más fea.

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5 de marzo de 2008
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El Boomeran(g)
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