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Galería de espectros: Los muertos de Böcklin


Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros, he visto las siluetas de los que se alejaban por la barca hacia "La isla de los muertos" de Böcklin.

Delfín Agudelo: Jamás sé si los cipreses saludan o despiden al viajero que entra o sale de la isla de los muertos.

R.A.: Esas siluetas son realmente potentes porque están suspendidas en medio de la niebla. Se nos recrea el tema clásico del cruce de la laguna Estigia para llegar al Hades. Böcklin recupera el tema de que los vivos, al morir, cruzaban la laguna Estigia en la barca de Caronte, pero lo transforma de una manera muy moderna para situarnos en un terreno onírico, para-real, proponiendo así una suerte de doble visión. Una es la visión tradicional, que también sería de raíz griega, según la cual los muertos llegan a un Hades en el que se dan puras sombras sin vitalidad. Esa visión sería directamente sombría. Pero creo que Böcklin, de acuerdo con lo que tú has dicho, también introduce una segunda visión en que la isla de los muertos es también una especie de Arcadia, un lugar de armonía y reposo. El espectador, ante este cuadro excepcional, tiene la sensación por un lado de que se pierde respecto a la vida de los sentidos, en un sentido terrestre; pero por otro lado está a punto de adentrarse en una Arcadia oscura de la cual nada sabe, pero no por esto es negativa o es abismal, sino que también puede ser evocadora de una extraña serenidad. También me ha llamado la atención de ese cuadro la potencia recreadora que ha tenido en espacios arquitectónicos y urbanos. En Granada hay una fundación, lo que era una de las quintas cerca de la Alhambra, que se llama Rodríguez de Acosta, cuyo autor estaba tan obsesionado con este cuadro que intentó reproducirlo en su propia quinta, donde iba a vivir. Toda la quinta de la actual Fundación Rodríguez de Acosta al lado de la Alhambra es una traslación al terreno de la arquitectura de “La isla de los muertos”. Pero a veces pienso que en la propia Barcelona el monumento a Jacinto Verdaguer, en el cruce entre Diagonal y Paseo de San Juan, es también una recreación, en este caso, escultórica, de la isla de los muertos, con el mismo juego de la simetría, de los cipreses, y la búsqueda de esta especie de serenidad onírica.

 

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29 de febrero de 2008
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II. Juegos de malabares

Bardem ha traído a los cómicos desde la penumbra del anonimato, una ralea de sombras despreciadas por los dueños del éxito fulgurante, en las tablas y en los negocios, o en la política, el éxito de quienes hablan siempre como primeras estrellas. Los cómicos ambulantes del teatro La Barraca de García Lorca, llevando el teatro por los pueblos de España durante los años efímeros de la república, subieron con Bardem al escenario del teatro Kodak. La dignidad y el orgullo del oficio representados por un actor entero, que ha podido superar esa triste barrera invisible que Hollywood ha colocado desde siempre delante de los actores hispanos,  para limitarlos a papeles pintorescos en los que reina el color local. El membrete fatal del "latin lover", que encasilla y frustra cualquier pretensión de universalidad, la vieja marca comercial de Valentino, y de la que apenas pudo zafarse Raúl Juliá.

Ahora la palabra cómico tendrá un nuevo sentido, o nada más recuperará su viejo sentido, el de una dedicación en la que se pone de por medio la vida, y que podemos extender a todos los que de alguna manera suben a los escenarios, con máscara o sin ella. Actores, bailarines, recitadores, ilusionistas, y por qué no, los escritores, que juegan al malabar con las palabras, y engañan con ellas y trastocan la realidad con ellas.

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29 de febrero de 2008
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La política al desnudo

Acostumbrado a desconfiar de los discursos elaborados para darme satisfacción, he sentido siempre una natural inclinación por la crítica que los deja al desnudo.

Creo que ha sido esta sana costumbre la que me ha salvado de padecer la más común de las dolencias intelectuales de nuestro tiempo: la credulidad. Esa tendencia emocional a dar por bueno lo que se oye. Ya sea para elogiarlo o denostarlo.

Sin embargo, me veo obligado a reconocer mi reciente desconcierto. He leído las declaraciones de Barack Obama en la edición española de la revista Esquire y me pregunto con asombro de dónde procede la similitud entre su discurso y el de Zapatero.

Las figuras retóricas de nuestro presidente, que tanto me irritan por su aspecto de sermón moral, las maneja el candidato Obama con la misma desenvoltura, fuerza y convicción.

"Aprendí de mi madre el disgusto por la crueldad, la falta de consideración y el abuso de poder", "a nadie le gusta vivir con miedo", "quiero acabar con la guerra de Irak y cerrar Guantánamo", "los caminos del corazón son tan variados y mi vida tan imperfecta que no me siento cualificado para ser el arbitro moral de nadie", "hay que hablar con el enemigo directamente"...

Los motivos personales de Obama coinciden exactamente con las razones que hacen deseable su victoria como nuevo presidente de los USA.

Pero sigue vigente el origen de la sospecha que nos hace ser tan injustamente agrios con estos oradores: ¿puede una bondad programática corregir los vicios y abusos del poder?

Lo que uno se teme, cuando rechaza la benéfica invitación a la sinceridad colectiva no es la farragosa ínfula religiosa que agita sobre nuestras cabezas, sino que la convocatoria de los buenos sentimientos, en lugar de organizar la regeneración social, sólo haga más llevadera la hipnosis institucional y disfrace de nuevo la descarnada realidad de la corrupción.

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28 de febrero de 2008
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Papel o digital

Son apasionantes los que comentarios que se generan en un blog como el de Pierre Assouline, el blog literario más conocido de Francia. Se trata de la doble difusión de un libro muy oficial: Rapport de la commission pour la liberation de croissance française (Informe de la comisión para la liberación del crecimiento de la economía francesa). Es un informe preparado por un grupo de expertos bajo el mando del economista Jacques Attali. Como es un informe muy oficial, preparado para el presidente de la República, la Documentation française, servicio estatal de difusión de documentos y estudios, pone en línea una excelente versión PDF. El fichero ofrece las herramientas clásicas de Adobe para buscar palabras y viajar entre los capítulos. Y, claro, el acceso al fichero es totalmente gratuito.

Aquella gratuidad provoca un montón de preguntas sobre la presencia del mismo libro en el tercer rango de la lista de los libros más vendidos de L'Express. Tiene un título un poquito más seductor: 300 décisions pour changer la France (300 decisiones para cambiar a Francia) pero vale 18,90 euros, lo que genera los comentarios del diario Le Figaro sobre la capacidad de seducción del papel con relación a los textos leídos en pantalla. Ya se vendieron más de cincuenta mil ejemplares del libro en papel. Las librerías recibieron 80.000 ejemplares. ¿Cómo puede ser? Respuesta muy sencilla: más allá del descubrimiento de un contenido, un libro ofrece una experiencia. Y no es la misma con una versión numérica.

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28 de febrero de 2008
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Vivir bien

Ni Séneca conseguía dar en el clavo a la hora de proponer una fórmula para vivir mejor. Perora, amonesta, susurra y, finalmente, en su osado opúsculo, Tratado sobre la brevedad de la vida, el único consejo neto que se deduce de su cansino texto es la idea de la quietud.

En su parecer, nada más idóneo que acaso lo inorgánico para llegar a ser feliz. O, siendo más laxos, el universo vegetal sería el modelo que cumpliría con mayor perfección sus enseñanzas. Pero ¿cómo, siendo humano, vivir sin arrebatos y pasiones, sin afanes o ilusiones, sin ambición ni ira?

Precisamente él mismo fue condenado a morir "por suicidio" (cortándose las venas de las manos y de las rodillas, de las piernas hasta llegar a sorber un intenso veneno para concluir de una vez) acusado de participar en una confabulación contra Nerón a quien, de otra parte, había formado como a un hijo desde su adolescencia. Como también fue el mismo Séneca quien despertó los recelos del emperador y toda la corte cuando sus riquezas (una fortuna acumulada no menor a 17.500.000 dracmas, un fortunón, según Dión Casio) no provenían de orígenes transparentes.

Su Tratado sobre la brevedad de la vida está escrito cuando estaba cerca de cumplir 70 y ya no formaba parte de la vida pública y sus ajetreos lo que convierte sus reflexiones en un balance de su brega anterior y que entonces consideraba ya carente de atracción y sentido.

No es breve la vida humana, dirá. Sólo parece breve si uno se afana en la tarea de acumular bienes y honores. El retiro del vulgo y la voluntaria quietud personal comportan, sin embargo, lo contrario. Es decir, la quietud favorecida por el alejamiento del bullicio urbano (Roma contaba casi con un millón de habitantes en esos años 60 después de Cristo) y basada en el pacífico equilibrio de la virtud, cultivada con despacioso esmero.

El "vive bien" de Séneca al final de sus días tiene así que ver con la idea de no complicarse la vida, no meterse en enredos económicos o políticos sino con la regla de poseer sólo lo necesario y acaso un poco más para eliminar , a la vez, la inquietud de pasar hambre. Al igual que las plantas, el máximo bien sería vivir con lo mínimo y sin pena, sentir algo pero al modo epiceno de la naturaleza, sin diatriba, sin finalidad, integrado suavemente en el devenir espontáneo del mundo y acabar, silenciosamente, apegado o camuflado en él.

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28 de febrero de 2008
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Salambó y las orillas oscuras

Me gusta el escritor José María Merino. Hace ya más de veinte años leí una novela suya, sin demasiado arrebato, sin pasión, sin desdeño. /upload/fotos/blogs_entradas/la_glorieta_de_los_fugitivos_med.jpgDespués encontré algunos de sus cuentos, me gustaron mucho más. Y así, de manera arbitraria y desigual, he seguido su obra. Sin entusiasmo, con placidez. Su último libro, La glorieta de los fugitivos, ha sido el ganador del curioso, arriesgado, arbitrario y singular premio Salambó. Nada menos que el premio que un jurado de narradores en español y catalán concede al que consideran el mejor libro publicado en esos idiomas. Del premio en catalán desconozco casi todo, pero el premio en castellano me interesa porque es un premio de colegas. Es decir, es un premio de envidias, celos, manías, fobias y odios. Además, un premio, porque sí, sin un duro, sin mucha historia, sin mucho criterio y sin demasiada repercusión. Un premio cada año más querido, más deseado, más...maniobrado, pensaba decir y no digo.

Después de aplaudir el libro, pequeño, bonito, suave, inteligente y útil de Merino -además en una editorial pequeña, esforzada y merecedora de mejor sitio, "Páginas de espuma"- tengo que confesar que a todos, casi todos, sorprendió que ese fuera el mejor de los libros en español del pasado año. Los del jurado son muy suyos, se parecen a los ciudadanos. Son capaces de votar a quien no conocen, a quien no han leído y a quien no piensan leer. Son gentes que tienen orillas oscuras. Es decir, son como nosotros: raros, pequeños, tramposos, interesados y vanidosos. Los hay mejores, pero no son jurados. Volveré al libro de Merino. Volveré a esa región literaria. E intentaré callar lo que tuve que escuchar- no en contra de Merino- sobre lo que piensan, odian, desprecian, desconocen e ignoran de la literatura reciente española. ¡Joder!, espero no perder del todo la memoria, Algún día tendré que contar algo de mi memoria de pequeñas historias. Mejor me callo, de momento... ¡Qué tropa!

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28 de febrero de 2008
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…Y el domingo por la tarde (2)

Decía que los futbolistas, y en general los que en ese deporte han de responder a exigencias técnicas, son quizás los más conscientes del papel que el fútbol juega como canalizador de frustraciones, las cuales deberían encontrar salida en lo real que las genera. Hubo un tiempo en que esto parecía claro, al menos para aquellos que enarbolan ante las miserias del orden social una actitud de resistencia. Mas hubo también en esto un aggiornamento, y la fracción  crítica de la clase, digamos, intelectual, dejó de ver con pavor la genuflexión de toda actitud racional a la que se asiste en los estadios, entreviendo incluso en la disposición de los forofos algún rescoldo de reivindicación auténtica y hasta una muestra de verdadero espíritu popular.

Más lúcidos (y también más cínicos) que los intelectuales respecto a  lo que realmente se juega en los estadios, son los responsables del orden, puesto que erigen verjas para que el campo de fútbol sea  cíclico campo de concentración. Estos responsables saben que lo real de las frustraciones canalizadas hacia lo aleatorio de un resultado no sólo retorna, sino que lo hace en el seno mismo de lo que servía de tapadera. Y así el disgusto por el resultado adverso se convierte en mutilación profunda, y a la par que la rivalidad artificiosa deviene auténtico odio, el falso ciudadano se revela verdadera fiera.

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28 de febrero de 2008
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Blowin' in rewind

Ingresé al culto cuando ya era tarde, y para colmo lo dejé temprano. Supongo, sin embargo, que cuando lo escuché por primera vez era ya un dylaniano. Casi todo el mundo lo es por estos días, y el que no ya se esfuerza por parecerlo. Su influencia es tan inmensa que me cuesta trabajo pensar en gente inmune a ella, pero aún más difícil parece vivir soportando la cruz de ser Bob Dylan. ¿O es que alguien todavía lo considera persona?

     Canta horrible, de pronto, y eso uno lo disfruta especialmente. Desentona a propósito, destroza sus canciones con tal de reventar las expectativas, pero si no lo hiciera no sería Bob Dylan. No saluda a su público, ni lo mima, es como si tuviera el placer de ignorarlo. Nunca, que yo recuerde, lo vi bailar. Hoy mismo, hace unas horas, con trabajos movía la pierna izquierda (las manos en las teclas, tieso, cool como sólo él consigue serlo). Tengo en momentos la impresión de que a gran parte de los que me rodean les interesa menos escucharlo que verlo, y ni siquiera sé si también sea mi caso.

     Llegué, de cualquier forma, libre de expectativas. No esperaba siquiera que tocara una sola canción conocida, y si se le ocurría cantar I Want You la distorsionaría tanto que de seguro tardaría media canción en darme cuenta. O tal vez era esa la expectativa, que hiciera estrictamente lo que se le antojara. ¿No era tal la razón que a tantos nos llevó a seguirlo con una preferencia rayana en beatería? Y esta noche, tan lejos ya de aquellas veladoras, ese look de bandido de Las Vegas me parece sublimemente ridículo, y lo sería sin duda si no fuera Bob Dylan quien lo ostenta.

     Se dice uno que vino a verlo y oírlo, pero ya entrado en gastos se da cuenta que basta con reconocerlo. La voz, la armónica, la pose, la ronquera, el estilo que casi nadie se ha librado de copiar un poco. Sus palabras barridas que apenas si se entienden, su actitud de lunático soberbio, de profeta undercover y poeta underground, patentada en los años en que ser subterráneo era un grave pecado social y no, como hoy, una medalla al mérito para crápulas wannabe. Lo reconozco para reconocerme, y acto seguido me desconozco porque a ratos me doy permiso de aburrirme, muy dylanianamente.

     Ver en estos momentos a Bob Dylan es como darse cita con un amor de la adolescencia. Menudean las señas de identidad, pero ya ni uno ni otro son los que eran. Alguna vez coleccioné versiones de Just Like A Woman, casi todas de Dylan en diversos conciertos, casi ninguna similar entre sí. Y lo más lindo era que la despedazara, nadie nunca lo haría como él, aunque por eso mismo y por más que lo intente su maldición consiste en nunca poder dejar de ser el entrañable monstruo que creó. Dylan: fuimos legión quienes quisimos ser como él y tuvimos la suerte de que fuera imposible. Valdría preguntarse si varios de los tránsfugas del culto no cedimos a la comezón de ir a verlo sólo para acabar de entender que nadie más que Dylan es Dylan. Y en fin, amén.

 Dylan, por Milton Glaser.

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28 de febrero de 2008
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El juego

Rafael Argullol: El instinto solo es algo que también anula esa capacidad de riqueza de lo erótico y que, por lo tanto, también domina la máscara.
 
Delfín Agudelo: ¿Es instintiva en el humano la comunicación amorosa?
 
R. A.: La comunicación amorosa, históricamente, ha estado rodeada de elementos crípticos porque en definitiva nuestra comunicación amorosa es la continuidad de la comunicación amorosa animal, y el galanteo o ritual de galanteo está lleno de signos en los que, por un lado, se hacen evidentes estos elementos crípticos, y por el otro, se disimulan. En ese sentido citaba a Darrell, que estudió a fondo los usos amorosos entre las especies animales, y una de las conclusiones centrales es que en esa ritualidad hay siempre el juego entre lo que se esconde y lo que se explicita. Pienso que toda la historia del intercambio amoroso humano y del diálogo amoroso humano ha estado siempre lleno de este doble juego. Si nosotros atendemos a la historia de la poesía amorosa, toda ella es una historia bastante críptica. Quizá además por un hecho muy evidente, y es que la poesía amorosa por regla general ha sido dirigida a la amante mas no a la esposa,  al amante mas no al esposo. Una vez un profesor norteamericano, —no recuerdo el nombre— analizó gran parte de la poesía amorosa de occidente, y destacó que el noventa por ciento de las veces la voz poética le hablaba a la pareja no legal.
En ese sentido, lo que llamamos amor ha estado envuelto de un claroscuro que a la fuerza se ha traducido en todas las comunicaciones verbales. En nuestros usos amorosos actuales también ocurre eso. Vamos revelando piezas para ver cómo se muestra el otro. En definitiva, el diálogo amoroso tiene que ser siempre un juego de desenmascaramientos mutuos; dos amantes están enmascarados, y el ritmo del juego los desenmascara. Uno queda fuera del juego en la medida en que se desenmascara completamente, y en cambio el otro se guarda la máscara por completo: queda completamente fuera de juego. Para que permanezca este juego sería necesario que actuara esa doble dimensión, esta especie de dialéctica entre lo velado y lo descubierto, incluso en el caso hipotético de que pudiera haber un amor entre dos personas que continuara con gran intensidad a lo largo de los años, y hubiera una comunicación escrita, poética y literaria entre estas dos personas. De ahí que yo piense que la manera de condenar cualquier relación amorosa es decirle al otro “Sé exactamente cómo eres, sé exactamente lo que piensas; ya no tienes ninguna máscara, estás desnuda/o ante mí”. Es como el propio juego erótico: el cuerpo desnudo tiene importancia porque se puede desnudar. Pero el cuerpo desnudo en sí mismo sería completamente antierótico, como lo es una playa nudista, porque el desnudo erótico es importante por el proceso de desnudarse, revestirse y desnudarse.
 

D.A.: El juego de la máscara me recuerda una historia de Alphonse Allais relatada en un libro de Baudrillard. A dos amantes les llega una carta diciéndoles que su pareja le es infiel: si quieren comprobarlo, sólo tendrían que ir a un baile de máscaras que se celebrará dentro de poco. A él le la carta le dice que ella irá disfrazada de Piragua congolesa; a ella, que él irá vestido de Arlequín. Ya entrada la noche en el baile, dos personajes se aburren en un rincón: un Arlequín y una Piragua congolesa. Bailan, se hablan, terminan en un reservado. Cuando el uno se abalanza sobre el otro y le arranca la máscara, ¡no eran ni el uno ni la otra!  A veces, en el juego del desenmascaramiento, quien en realidad respira bajo el rostro artificioso no es ni la representación ni el representado.

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28 de febrero de 2008
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I. Los cómicos de la legua

Cuando Javier Bardem ha dedicado a los cómicos el Óscar ganado por su actuación en No es país para viejos, no ha cumplido con una de esas fórmulas simplonas y de sentimentalismo casero que tantas veces escuchamos de quienes agradecen desde el escenario a papá y mamá y al cónyuge por haberles ayudado a conquistar la estatuilla, leyendo de un papelito listo en el bolsillo por si acaso. "Mamá, esto va para ti, por los abuelos Rafael y Matilde. Va por los cómicos de España que llevaron la dignidad y el orgullo a nuestro oficio", tiene un sentido mucho más hondo que una fórmula de cortesía de esas que ya nadie recordará minutos más tarde.

Los cómicos de que habla Bardem son los que viajaban en los carromatos atestados de utilería y de disfraces y entraban en los patios de los castillos para erigir sus tinglados, e irrumpen a veces en las piezas de Shakespeare, como aquellos a quienes convoca Hamlet para que representen delante de su tío y de su madre el crimen de parricidio de que son culpables.

Son los cómicos que anduvieron por los caminos de España en el siglo de oro, los cómicos de la legua que representaban sus autos y comedias en los atrios y en los corrales, los mismos de los retablos de Cervantes, y los mismos de la Comedia del Arte de Italia, toda una estirpe de augusta tradición, la de los teatros de barriada y la de los circos de Bergman y Fellini.

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28 de febrero de 2008
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