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Coches (1)

El invento coche aún no ha dejado de ser una lata con cuatro ruedas. No ha dado el salto brutal de aquellos primeros ordenadores, que ocupaban una habitación, a los actuales casi de bolsillo; o del teléfono de pared con horquilla a estos móviles a los que sólo les falta teletrasportarnos. Por muy silencioso y cómodo que sea, por sofisticado que sea el cuadro de mandos y muy buena la tapicería y los elevalunas eléctricos, por muy lejana que sea la distancia desde la que se puede abrir con el mando, en lo básico continúa siendo un cacharro rudimentario y, sobre todo, peligroso. Acabamos de pasar la Semana Santa con menos muertos en las carreteras que el año pasado, pero aun así con una cifra escalofriante. Por supuesto ya no podemos funcionar sin coches, de momento es imposible prescindir de ellos, así que apartaremos de la mente ciertas imágenes dolorosas para unos e incómodas para todos.

Nuestro sentido del tiempo y del espacio tiene forma de turismo, y en los manuales de antropología de dentro de mil años se recogerá este periodo del motor como la era en que vivimos peligrosamente. Peligrosa y cómoda a la vez. Más cómodo que ir a caballo o en carreta. "La peste de la carretera", puede que llamen a esta época. Los manuales recogerán una salida masiva de viernes de cualquier gran ciudad del mundo o una entrada a esa misma ciudad un domingo por la tarde y unos cuantos accidentes ilustrativos en que las grúas se llevan las latas arrugadas, y las ambulancias los cuerpos machacados. Entonces los que consulten el manual dirán: ¡Vaya! ¡Cómo se la jugaban estos tipos para ir de un sitio a otro! Sí, dirá otro, tenían que guiar esos inseguros cachivaches con un sistema primitivo de volante, cambio de marchas y pedales, y para adelantar a otro debían fiarse de lo que veían por un espejo que llamaban retrovisor.  

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24 de marzo de 2008
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Chatarra para el diván

Lo que bien se aprende, no se olvida, decían en la escuela cada vez que uno argüía que algún conocimiento pertenecía a un curso anterior. El problema, entonces incipiente y hoy escandaloso, está en la cantidad de fruslerías que uno debe aprenderse si pretende seguir tuteando al mundo. Instructivos, manuales, tutoriales y cursos cuya vigencia se desvanece con el arribo del próximo invento. Me amargaría la vida calcular, sólo en el disco duro de mi computadora, cuántos manuales hay cuyo conocimiento me ahorraría esfuerzo y tiempo en el manejo de cada herramienta, aunque sólo por algún corto tiempo. Pero al cabo no sé si sea más amargo resignarse a que nunca va uno a apalabrarse bien con todos sus autómatas, o a continuar atesorando conocimientos chatarra y más pronto que tarde terminar compartiendo su obsolescencia.

     Cada aparato con el que uno se entiende aspira a convertirse en una prótesis. No saber manejarlo tal como lo aconseja el instructivo equivale a ir cojeando por la vida, pero ni los usuarios más ordenados tienen el tiempo y el espacio mental para moverse con gallardía por las decenas de tableros e interfaces con los que hay que entenderse cada día. Al final, descompone uno los juguetes sin saber bien a bien qué fue lo que hizo mal, y eso desde el momento en que desconoce supinamente la utilidad de buena parte de los mandos y botones, de modo que oprimirlos equivale a sumir la tecla random y encomendarse al Espíritu Santo. Imaginemos una mano mecánica que se limita a obedecer las dos terceras partes de las órdenes de su dueño, ¿quién le asegura que cualquier día no va a mirarse abofeteando involuntariamente a un alto jerifalte siciliano?

     Son legión quienes se enorgullecen de sus conocimientos chatarra. Que es como envanecerse por poseer un coche nuevo que tardará unos meses en cubrirse de herrumbre. Pero son igualmente legión los que encuentran orgullo en no saber usar un jodido teléfono. Debe entenderse, piensan, que tras esa renuncia a la destreza técnica se oculta un alma insobornablemente libertaria y no una colección de pavores atávicos, primos hermanos de la idolatría. De modo que no sé ni qué pensar, vivo con sentimientos encontrados respecto a esos tiranos electrónicos que en teoría obedecen a un amo que no acaba de gobernarlos.

     Debe de haber un porcentaje importante de caos personal a partir de esta diaria randomización que tiene a buena parte de la humanidad tomando decisiones meramente fortuitas en torno a actividades elementales, que es como irse a vivir a un casino donde las reglas rara vez son las mismas y el premio máximo es la supervivencia. No poca cosa, finalmente, para quienes nos hemos pasado mañanas, tardes y madrugadas enteras oprimiendo botones diseñados para salvar princesas y masajearse el ego en cada buen intento, pues como cuando niños encontramos inmensos yacimientos de autoestima en el manejo diestro de un par de juguetes. ¿Quién no quiere escuchar de unos labios queridos que es un crack del volante, un gurú cibernáutico, un connoiseur en hi-tech, aunque no sea tan cierto y en fin, más que nada por eso?

     Dreamweaver, Word, Safari, Photoshop, ImageReady, Director, iTunes, DVD Ripper, Sound Forge, TextEdit, iPhoto, Flash, Yummy FTP, Fireworks. Son los que me han venido de inmediato a la mente. Cada uno es un brazo mecánico que se mueve de acuerdo a mi colección personal de conocimientos chatarra y destrezas desechables. Nada que pueda presumir ante nadie, la mayoría de estos programas son juguetes celosos y adictivos, meras prolongaciones del gusto viejo por los videojuegos y las monomanías propias de quien ha contraído el vicio de narrar. Hay oculta una placentera impostura, similar a la de los juegos infantiles, tras el apasionado escozor por los conocimientos chatarra. Se juega y no se juega, se es y no se es, se salva a la princesa cojeando de ambas piernas y se siente uno heroico por eso, como San Juan Autista recién canonizado. To be and not to be, that is the password. *

 

* Escrito tras pasar a duras penas por la lección 14 del libro-curso-juguete Final Cut Express: Movie Making For Everyone (Apple Training Pro Series), por Diana Weynand.

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24 de marzo de 2008
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Galería de espectros: André Rubliov

Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he visto el del pintor André Rubliov.

Delfín Agudelo: ¿Lo ves acaso a través de la película de Tarkovsky?

Rafael Argullol: Lo veo fundamentalmente a través de la película de Tarkovsky pero no solo a través de ella. A este espectro le tengo dos historias personales que se cruzan. La primera es cuando contemplé por primera vez los iconos de André Rubliov en la Galería Tretiakov de Moscú —sobre todo cuando contemplé su icono de Cristo, y especialmente el de la "Santísima Trinidad"—, tuve una conmoción casi sin precedentes, sobre todo porque no iba preparado respecto a la importancia de los iconos o la importancia que para mí tendrían. La "Santísima Trinidad" de Rubliov me pareció una de las obras más perfectas de la historia del arte, y la que quizá encierra de mejor manera toda la magia de perfección del círculo, es como si lo divino y lo humano quedaran estrechamente unificados en el interior de un círculo mágico. Y esta historia se me entrecruza con la visión de la película de Tarkovsky André Rubliov, con la cual me sucedió lo mismo: la vi hace algunos años sin tener una idea muy clara de la importancia de esa película, y dejó en mí un sello realmente imperecedero. Me impresionó sobre todo que la película pudiera recoger algo que para mí es de los misterios más duros del arte, o quizás más fuertes de la creación artística: el punto de sutura, la línea de unión entre técnica y fe. Al contar la historia de Rubliov, Tarkovsky perfila a un hombre dotado de un extraordinario talento como pintor que hereda una técnica prodigiosa de sus maestros pero que en un momento determinado pierde no solo la fe religiosa sino la fe en el hombre y el arte. Luego, a través de una secuencia absolutamente genial de la película, se nos muestra la metáfora de la recuperación de esta fe: un chico, un adolescente hijo de un constructor de campanas, es obligado por parte del duque de Moscú a fundir y construir una campana, actividad que el asegura que hará. Logra construir la campana, y al final se descubre que no conocía la técnica para poder hacerlo. A través de la propia fuerza que tiene su fe, le hace llevar a cabo la realización de algo tan difícil como es la fusión y construcción de una campana. Al contemplar eso, Rubliov recupera la fe y se lanza a la pintura de esos maravillosos iconos. Para mí, el nombre de Rubliov no solo va unido al de una extraordinaria muestra de la pintura, sino también a algo que me parece absolutamente imprescindible desde el punto de vista de la creación, que es conservar la fe.

 

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24 de marzo de 2008
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Ácido retorno a la cuestión kantiana

En una reflexión anterior intentaba sintetizar tesis kantianas relativas a la imposibilidad de que el orden social, persistiera si las máximas de acción contrarias a la moralidad fueran erigidas en leyes universales, a las que se adecuaría necesariamente nuestro comportamiento. Uno de los ejemplos que el pensador nos ofrece es relativo a la palabra empeñada, ejemplo concretizado en la persona que, apurada, solicita una ayuda económica. Conviene recordar el argumento: la persona en cuestión puede hallarse tentada de prometer su devolución en un plazo determinado, aun a sabiendas de que ello no va a ser posible. Por definición, la palabra no surtirá efecto más que si el que la enuncia es susceptible de ser creído. Si la enunciación de falsas promesas fuera erigida en ley universal determinante del comportamiento, de tal manera que toda promesa tuviera entre sus rasgos esenciales el ser falsa... obviamente nadie avanzaría un penique, pues tendría la certeza de no recuperarlo. En suma: hasta para conducir a buen puerto mis aspiraciones más inmundas no podría dejar de desear que en el mundo haya seres motivados por valores desinteresados y favorables a la persistencia de los seres razonable, en lugar de serlo por meros intereses subjetivos.

En el evocado debate en que uno de los participantes acusaba al otro de mentir sistemáticamente estaban en juego ni más ni menos que los argumentos que tendría un ciudadano para elegir su primer representante en el orden de la polis, es decir de la organización de nuestras vidas en conformidad a una ley. Días después, conocido ya el resultado, el acusador deseó suerte en la gestión a su rival sin retirar en absoluto sus palabras y ante simpatizantes que, en consecuencia con lo que había reiterado su líder, coreaban "Si gana Zapatero gana un embustero".

Reitero: no había habido ni un instante de veracidad en un debate sobre la cosa pública, y tras el mismo parecía que, de facto, ni puñetera falta hace que lo hubiera. Reitero: cerca estamos del nihilismo y lejos estamos de la exigencia kantiana. Totalmente errónea puede llegar a parecernos la convicción de que un grado de veracidad en la palabra es condición de posibilidad incluso de una práctica social sustentada en el engaño.

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24 de marzo de 2008
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Historia de dos presidentes

2008 es año de dos elecciones presidenciales que nos afectan: la de EE UU, y la del Consejo Europeo. Los ganadores asumirán ambos sus cargos en enero de 2009. Las primeras tienen fascinado al mundo entero y especialmente a los europeos, porque abren nuevas perspectivas después de los años de Bush y por la dura batalla en las primarias demócratas entre Hillary Clinton y Barack Obama -una mujer y un negro- y un políticamente resucitado candidato republicano, John McCain. Las europeas no están interesando, y a estas alturas ni se sabe quién puede ser candidato. Y sin embargo, la Unión Europea estaría necesitada de un auténtico presidente, y si no es auténtico, al menos con peso político.

Las elecciones americanas no son directas, sino que los ciudadanos elijen unos compromisarios que a su vez designan al nuevo presidente. Pero es un ejercicio democrático.  Para el presidente del Consejo Europeo, el colegio de electores sumamente reducido: sólo los 27 jefes de Estado y de Gobierno de la máxima institución política en la UE. El presidente de EE UU será el hombre o mujer más poderoso del mundo. El de la UE, no, pues, aunque no será un mero florero, sus poderes se limitarán a un cierto control de la agenda, y a asegurar la continuidad entre una reunión y otra, aunque la dinámica del cargo puede llevarle a más. Todo ello suponiendo que los irlandeses o los polacos no metan nuevos sustos, y la ratificación del Tratado de Lisboa (que reemplaza a la non nata Constitución Europea) se culmine a tiempo. Pero no será el suyo el teléfono único al que se pueda llamar desde la Casa Blanca para resolver embrollos o diseñar actuaciones en común con la UE.

En el caso del presidente de  EE UU, los ciudadanos votan. En el de Europa, hay sondeos, aunque no es probable que los mandatarios les hagan caso. Así, según una encuesta publicada la semana pasada por el Financial Times  en los cinco países más poblados de la UE, los ciudadanos, especialmente los de Francia, Italia y España,  preferirían una figura de peso al frente del Consejo Europeo, ya se trate de Tony Blair (aunque hay una campaña en su contra, http://stopblair.eu/),  Angela Merkel, Felipe González (el que más apoyos recibe de todos), Romano Prodi, Anders Fogh Rasmussen o Jean Claude Juncker. Incluso se habla de la posibilidad de que Durao Barroso cruce la calle y pase de presidente de la Comisión Europea, al Consejo. La tesis predominante alemana es que el presidente debe provenir de un país de la zona euro y del espacio Schengen, lo que excluiría a Blair (al que no quieren los democristianos alemanes), pero también a cualquiera de casi todos los nuevos Estados miembros. Esta elección requerirá complejos equilibrios entre grandes y pequeños, nuevos y viejos, norte y sur y este y oeste.

En todo caso, no está ni mucho menos garantizado que los 27 vayan a elegir a un político de peso de un gran país, pues lanzarían un mensaje sorprendente de que la UE quiere dotarse de una identidad política fuerte. Por eso quizás el luxemburgués Juncker tendría posibilidades: eficaz, no despierta sin embargo temores, aunque fuera de su país es un desconocido. La campaña -que sólo de una manera preliminar comenzó en la reunión del último Consejo Europeo diez días atrás en Bruselas- será entre bambalinas. La criba aún no ha empezado, pero, indican fuentes comunitarias, los 27 actuales han señalado su voluntad de que sea "uno de ellos" o al menos alguien que   conozcan bien, de los que han negociado la Constitución Europea y el Tratado de Lisboa. Así, en el caso europeo, el colegio de electores coincidiría prácticamente con el colegio de elegibles. Pese a que se trata de un grupo de demócratas, no es una elección democrática.

Aunque las presidencias nacionales rotatorias cada seis meses no desaparecen, sí perderán relevancia cuando exista el nuevo presidente del Consejo Europeo. Esto es algo que están sopesando los españoles que han empezado a preparar la próxima presidencia española en el primer semestre de 2010, pues en este sentido será diferente, menos nacional, que las otras presidencias anteriores que ha ejercido este país.

Ni la Convención que preparó la Constitución fue comparable a la de Filadelfia que redactó la Carta Magna de EE UU, ni el texto hizo honor su nombre (y luego se jibarizó en Tratado de Lisboa), ni el presidente es realmente un presidente de Europa. Claro que el ya no así llamado ministro europeo de Asuntos Exteriores, no cambia en atribuciones, sino de nombre, quedándose en alto representante. Pero a la hora de elegir presidente de Europa, ¡quién fuera americano!

Publicado en El País, 24 de marzo de 2008

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24 de marzo de 2008
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Levantamiento de cruz

Vi la fotografía del ahorcado aún vivo, en manos de los verdugos. Luego otras donde ya se balanceaba, colgado de una enorme grúa. Hasta la fecha encuentro un magnetismo espeluznante en las imágenes de un ajusticiamiento. Contemplar esas instantáneas siniestras donde la maquinaria inapelable asesina en público y con la ley en la mano. ¿Qué ley? La sharia, en este caso. La gran conquista de la revolución iraní. Los condenados cuelgan  en plena calle, mientras abajo y desde los edificios menudean los curiosos que aprovechan para tomar fotos del muerto fresco. Habrá quienes aún lo pescaron convulsionándose, con las facciones de pronto deformadas por la acción de esa soga de color azul, coquetería extraña en un patíbulo. O será que les da igual el color, para un trabajo en tal medida cotidiano.

     Siempre es algún consuelo fantasear sobre los horribles crímenes que el ahorcado tuvo que haber cometido para acabar así. Puede uno hacerse a un lado, entonces. Sentenciar levantando los hombros que el infeliz se ganó su castigo. Pero al fin no sabemos por qué fue, si se le ha condenado por la sharia pudo ser acusado de no creer en Dios. O inclusive de no acreditar a sus representantes en la tierra, que son precisamente los que imponen la sharia. Pudo ser acusado por cualquier cosa, y hasta por ninguna. Su función, al final, es servir como ejemplo. Que la gente lo vea y se asuste y se pasme y se sacie. Mira lo que les pasa a los infieles.

     De acuerdo a los criterios de esos jueces, yo merezco de menos un castigo idéntico. Como lo habría merecido de la Inquisición, si de vivir entonces me hubiesen acusado de herejía. Hay una fiesta secreta y mezquina en torno a cada cuerpo que cuelga o arde o es descuartizado, al público le gusta presenciar acontecimientos inolvidables. Ver que es otro, no uno, el que estira la pata frente a todos, las manos esposadas y los pies descalzos. Fotografiado antes, durante y después del trabajo de la grúa, que alza el cuerpo en lo alto como un trofeo público. Se diría que es el botín de todos. El trofeo de los puros, que de seguro sólo inquietará a los que deben algo y ya tarde o temprano pagarán.

     Soy uno de los tantos que crecieron pensando que el hombre de la cruz murió por sus pecados. Sé desde entonces que en algún punto del planeta hay una cruz que espera por mí, pero es cierto que bien podría ser una soga. Vuelvo a mirar las fotos y experimento el vértigo enfermizo que tantas veces me pescó del cogote en la iglesia. Una fascinación aterrada que luego me ayudaba a fantasear en torno a toda clase de muertes y asesinatos. Por eso pocas veces puedo evitar, durante la horas oceánicas de Semana Santa, practicar el antiguo deporte del cross-lifting. Qué le vamos a hacer, es lo de hoy.

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19 de marzo de 2008
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Aquel presidente

Ahora me parece mentira. Y no ha pasado tanto tiempo. Le escucho y paso de la irritación al espanto. Ese que dice esas cosas sobre Irak y la guerra, sobre la libertad y la paz, ese tipo, fue un presidente español. Sí. Y lo fue dos legislaturas. Una por mayoría. Volver a escucharle es una mezcla de pena y miedo. De vergüenza por lo que fuimos, de temor a lo que podemos volver... ¡Y pensar que Robert Walser pasó tantos años en un manicomio!

No es la banalización del mal. Es otro estrato oscuro. Es un grado cero de la política. Es la ignorancia, el error, la perversión del mal, el orgullo del vanidoso, la borrachera de poder, la estupidez histórica y otras cosas. Algunas están contadas por Roth para referirse  a su jefe de filas. Su señor en aquellas intervenciones bélicas. El jefe de la tropa de una guerra asesina.

Ahora, estos días, el nuestro, el que renace en inglés, el que abunda en sus errores y en sus ardores guerreros, estará en alguna procesión. Quizá pidiendo perdón por nuestros pecados y cantando la paz de los vencedores.

El otro día, en la "missa pro defunctis" de Cristóbal de Morales, cuando se canta aquello de:"sanctus, sanctus, sanctus. Dominas Deus Sabaoth...", recordé que hubo un tiempo en que nosotros también cantábamos "Santo, santo, santo, es el Señor, Dios de los Ejércitos"...Esos ejércitos de los servidores de los dioses. Esos ejércitos que sirven para defender a su Dios contra los otros dioses. ¿O están defendiendo otra cosa?

Mientras no cambien los dioses, nada habrá cambiado.

Haré vacaciones de noticias, no quiero escuchar al innombrable. Ni a su tropa.

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19 de marzo de 2008
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Superficial verdad, densa falacia

El rival del presidente en funciones del gobierno parecía  durante los debates verdaderamente  preocupado por la problemática de la verdad. Pues tras su fiscalización de las modalidades de mentir del contrincante  anunció a un momento dado, durante el segundo debate, "yo voy a hablar también de la verdad".

Decepcionado quedó sin embargo el oyente que esperó un discurso teorético sobre la noción de verdad. El señor Rajoy no citó a Tarsky ni a Heidegger. No habló de la verdad, sino que se limitó a cantar al señor Zapatero unas cuantas verdades, la mayoría relativas a las dramáticas consecuencias para los más necesitados de su política social. Muchos oyentes o teleespectadores eran personas que podían temer las  inevitables implicaciones  de una  política económica  sustentada en el ideario liberal y la erección del mercado en referencia sagrada;  personas conscientes de que el partido del señor Rajoy lucha porque tal ideario se imponga aun con mayor radicalidad y que tienen en mente el aspecto sombrío de la prosperidad general de los gobiernos de Thatcher o Blair. Pues bien con estupor pudieron escuchar en boca del candidato frases críticas como las que siguen: "La diferencia entre los más ricos y los más pobres es hoy mayor en España"..."A la hora de las becas, de los comedores, y de la sanidad pública, algunos españoles se pueden ver perjudicados".

Edificante desde luego esta preocupación por las víctimas del sistema económico. A diferencia de lo que suele ocurrir esta vez era el representante del partido más devoto de la libertad de mercado el que parecía tener el monopolio de los buenos sentimientos, y hacía mayor gala de amor a los pobres  Lo que decía constituía muy probablemente una verdad como un templo. Mas el lugar desde el que lo decía convertía su discurso en un paradigma de falacia.

¡Que ilusoria puede llegar a parecer la kantiana  convicción de que un grado de veracidad en la  palabra es condición de posibilidad incluso de una práctica social sustentada en el engaño!   Viene a cuento transcribir literalmente lo que escribía hace unas semanas en relación a  esta  tesis de Kant:

"Hasta para conducir a buen puerto mis aspiraciones más inmundas no podría dejar de desear que en el mundo haya seres motivados por valores  desinteresados y favorables a la persistencia de los seres razonable, en lugar de serlo por meros intereses subjetivos. ¿Respuesta del cínico a tal argumentación? Pues la división de los comportamientos: la defensa de los intereses generales de los seres de razón para el otro, y la defensa de los intereses subjetivos para mi."

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19 de marzo de 2008
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El talentoso señor Minghella

Todavía estoy temblando. Me metí en la red a chequear mails y la noticia saltó ante mis ojos, como si hubiese estado convencida de que yo iba a querer enterarme de inmediato. ‘Murió Anthony Minghella, 54, Ganador del Oscar', decía el titular. Cliquear en busca del cable original no me aportó nada, su publicista se limitaba a confirmar el hecho sin dar precisiones sobre su causa. Además de mencionar lo obvio -que Minghella había dirigido El paciente inglés, que en su momento se alzó con un regio puñado de Oscars-, la escueta información remarcaba que su último trabajo era el aún inédito piloto para una serie de HBO que filmó en Africa, The No. 1 Ladies Detective Agency. Yo había leido sobre este asunto hace pocos días, porque el proyecto había sido producido y dirigido por este hombre y yo solía devorar cualquier información sobre sus pasos. Recuerdo haberlo entrevistado hace años, precisamente el día previo a la entrega del Oscar que lo consagró mejor director. Me pareció accesible e inteligente, de una sensibilidad que no desmentía lo que Patient decía a los gritos: aunque algunas de sus historias transcurriesen en escenarios espectaculares -por ejemplo Cold Mountain-, Minghella era de esos artistas que encuentran el lirismo de la vida en los pequeños gestos.

Ya me había gustado Truly, Madly, Deeply, por la delicadeza con que trataba la manera en que uno sigue amando a los que ya han muerto. (Ahora que lo pienso, el asunto tiene algo que ver con mi nueva novela, que se llama Aquarium.)

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Pero El paciente inglés me voló la cabeza. La vi por primera vez con Rodrigo Fresán, nos mandamos al cine de cabeza apenas aterrizados en Los Angeles para entrevistar a Madonna ante el estreno de Evita. Volví a verla por segunda vez en su premiere en Buenos Aires: todavía recuerdo cómo lloraba una mujer en el final, con una congoja que nunca oí nuevamente en un cine -excepción hecha de mi hija Milena ante el final de Kamchatka.

Que Minghella se hubiese enamorado de esa maravilla que es la novela original de Michael Ondaatje me ganó para su causa. Lo que me fascinó fue que hubiese encontrado la forma de trasladarla a la pantalla, aun cuando se trataba de un texto virtualmente inadaptable. Más allá del aliento épico que el desierto y la guerra conjuran de manera inevitable, Minghella supo llevar al cine las mínimas epifanías que constituían las glorias de la novela: el poder que algunas cosas en apariencia nimias pueden ejercer sobre el alma humana, se trate de un dibujo hecho a mano, de un libro ajado o la depresión que existe entre dos huesos en el pecho de la mujer amada.

Las películas que hizo después, The Talented Mr. Ripley y Cold Mountain, me gustaron hasta ahí. Pero la que sí me conmovió fue una película quizás menor en términos de producción, Breaking and Entering, con Jude Law y Juliette Binoche, que a partir de hoy quedará fijada como su última incursión en el cine. La gente con la que hablé sobre esta película me trató de loco, pero de todos modos yo sigo creyendo que Breaking and Entering conectaba con la misma sensibilidad que Minghella puso en juego en Patient y que yo sentí ausente en Ripley y Cold Mountain: esa certeza de que la vida es un hilo tenue y a la vez maravilloso, un fenómeno irrepetible que como tal merece ser objeto de infinitos cuidados, respetado como un poema, celebrado como una ocurrencia única en el espacio y en el tiempo.

En un mundo que por el contrario desprecia a diario el fenómeno de la vida, lamento su muerte con toda mi alma. Siento que perdimos a un campeón.

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19 de marzo de 2008
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Democracia o Dios

/upload/fotos/blogs_entradas/votando3_med.jpgEl supremo espíritu bíblico no ha desaparecido entre nosotros. Porque ¿qué es la democracia sino un sistema donde se representa la voluntad de Dios a través de la meticulosa descodificación de los resultados electorales? España, como otros países, ha consagrado estos últimos días al trabajo de interpretar el escrutinio del 9-M y con el fin de escrutar en él la voluntad entretejida del pueblo.

Nadie pensaba, por ejemplo, que los nacionalistas descenderían en Cataluña y el País Vasco. Ha sido uno de los hechos sobrevenidos sin pronóstico humano, una sorpresa semejante al advenimiento de una revelación o la realización de un hecho que sería previamente invisible a la mente humana. Pero de ello hay que aprender, sacar consecuencias gracias a aplicar los cinco sentidos en escuchar, oler, palpar y distinguir la verdadera voluntad del pueblo soberano que si realmente no existe absolutamente en el día a día, emerge como de una sima indeterminada con un trascendente mensaje entre los labios. Hay que poner extrema atención sobre el resultado electoral porque nunca será suficiente la indagación destinada a discernir el sacrosanto deseo popular que procede de las urnas. Esta suerte de papanatismo seudoreligioso que envuelve a las formas de la democracia política renace una y otra vez ante las bocas abiertas del votante. Los políticos hacen y deshacen a su conveniencia en la exégesis posterior a las elecciones y acomodan a sus intereses el recuento mientras la ciudadanía contempla a la manera de una feligresía discapacitada que deja en manos de sus representantes la extracción de las lecciones que orientarán a la sociedad entera. De los partidos en primer lugar pero de la nación también en la medida en que ellos, investidos como oficiantes, serán quienes determinen los pormenores de la liturgia programática del futuro y quienes decidan, en su debida proporción, los pasos a dar para el supuesto bien o la salvación de todos. Para ese fin la democracia se prolonga y persiste como una superestructura casi divina. Tan sagrada que nadie osa ponerla en cuestión. Tan trascendente que, como se ha comprobado en estos días, se pronuncia a la manera de los mismísimos oráculos y persiste, a pesar de sus tremendas injusticias, con la inerte solidez de los supuestos dioses.

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19 de marzo de 2008
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