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Superficial verdad, densa falacia

El rival del presidente en funciones del gobierno parecía  durante los debates verdaderamente  preocupado por la problemática de la verdad. Pues tras su fiscalización de las modalidades de mentir del contrincante  anunció a un momento dado, durante el segundo debate, "yo voy a hablar también de la verdad".

Decepcionado quedó sin embargo el oyente que esperó un discurso teorético sobre la noción de verdad. El señor Rajoy no citó a Tarsky ni a Heidegger. No habló de la verdad, sino que se limitó a cantar al señor Zapatero unas cuantas verdades, la mayoría relativas a las dramáticas consecuencias para los más necesitados de su política social. Muchos oyentes o teleespectadores eran personas que podían temer las  inevitables implicaciones  de una  política económica  sustentada en el ideario liberal y la erección del mercado en referencia sagrada;  personas conscientes de que el partido del señor Rajoy lucha porque tal ideario se imponga aun con mayor radicalidad y que tienen en mente el aspecto sombrío de la prosperidad general de los gobiernos de Thatcher o Blair. Pues bien con estupor pudieron escuchar en boca del candidato frases críticas como las que siguen: "La diferencia entre los más ricos y los más pobres es hoy mayor en España"..."A la hora de las becas, de los comedores, y de la sanidad pública, algunos españoles se pueden ver perjudicados".

Edificante desde luego esta preocupación por las víctimas del sistema económico. A diferencia de lo que suele ocurrir esta vez era el representante del partido más devoto de la libertad de mercado el que parecía tener el monopolio de los buenos sentimientos, y hacía mayor gala de amor a los pobres  Lo que decía constituía muy probablemente una verdad como un templo. Mas el lugar desde el que lo decía convertía su discurso en un paradigma de falacia.

¡Que ilusoria puede llegar a parecer la kantiana  convicción de que un grado de veracidad en la  palabra es condición de posibilidad incluso de una práctica social sustentada en el engaño!   Viene a cuento transcribir literalmente lo que escribía hace unas semanas en relación a  esta  tesis de Kant:

"Hasta para conducir a buen puerto mis aspiraciones más inmundas no podría dejar de desear que en el mundo haya seres motivados por valores  desinteresados y favorables a la persistencia de los seres razonable, en lugar de serlo por meros intereses subjetivos. ¿Respuesta del cínico a tal argumentación? Pues la división de los comportamientos: la defensa de los intereses generales de los seres de razón para el otro, y la defensa de los intereses subjetivos para mi."

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19 de marzo de 2008
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El talentoso señor Minghella

Todavía estoy temblando. Me metí en la red a chequear mails y la noticia saltó ante mis ojos, como si hubiese estado convencida de que yo iba a querer enterarme de inmediato. ‘Murió Anthony Minghella, 54, Ganador del Oscar', decía el titular. Cliquear en busca del cable original no me aportó nada, su publicista se limitaba a confirmar el hecho sin dar precisiones sobre su causa. Además de mencionar lo obvio -que Minghella había dirigido El paciente inglés, que en su momento se alzó con un regio puñado de Oscars-, la escueta información remarcaba que su último trabajo era el aún inédito piloto para una serie de HBO que filmó en Africa, The No. 1 Ladies Detective Agency. Yo había leido sobre este asunto hace pocos días, porque el proyecto había sido producido y dirigido por este hombre y yo solía devorar cualquier información sobre sus pasos. Recuerdo haberlo entrevistado hace años, precisamente el día previo a la entrega del Oscar que lo consagró mejor director. Me pareció accesible e inteligente, de una sensibilidad que no desmentía lo que Patient decía a los gritos: aunque algunas de sus historias transcurriesen en escenarios espectaculares -por ejemplo Cold Mountain-, Minghella era de esos artistas que encuentran el lirismo de la vida en los pequeños gestos.

Ya me había gustado Truly, Madly, Deeply, por la delicadeza con que trataba la manera en que uno sigue amando a los que ya han muerto. (Ahora que lo pienso, el asunto tiene algo que ver con mi nueva novela, que se llama Aquarium.)

/upload/fotos/blogs_entradas/el_paciente_ingls_med.jpg

Pero El paciente inglés me voló la cabeza. La vi por primera vez con Rodrigo Fresán, nos mandamos al cine de cabeza apenas aterrizados en Los Angeles para entrevistar a Madonna ante el estreno de Evita. Volví a verla por segunda vez en su premiere en Buenos Aires: todavía recuerdo cómo lloraba una mujer en el final, con una congoja que nunca oí nuevamente en un cine -excepción hecha de mi hija Milena ante el final de Kamchatka.

Que Minghella se hubiese enamorado de esa maravilla que es la novela original de Michael Ondaatje me ganó para su causa. Lo que me fascinó fue que hubiese encontrado la forma de trasladarla a la pantalla, aun cuando se trataba de un texto virtualmente inadaptable. Más allá del aliento épico que el desierto y la guerra conjuran de manera inevitable, Minghella supo llevar al cine las mínimas epifanías que constituían las glorias de la novela: el poder que algunas cosas en apariencia nimias pueden ejercer sobre el alma humana, se trate de un dibujo hecho a mano, de un libro ajado o la depresión que existe entre dos huesos en el pecho de la mujer amada.

Las películas que hizo después, The Talented Mr. Ripley y Cold Mountain, me gustaron hasta ahí. Pero la que sí me conmovió fue una película quizás menor en términos de producción, Breaking and Entering, con Jude Law y Juliette Binoche, que a partir de hoy quedará fijada como su última incursión en el cine. La gente con la que hablé sobre esta película me trató de loco, pero de todos modos yo sigo creyendo que Breaking and Entering conectaba con la misma sensibilidad que Minghella puso en juego en Patient y que yo sentí ausente en Ripley y Cold Mountain: esa certeza de que la vida es un hilo tenue y a la vez maravilloso, un fenómeno irrepetible que como tal merece ser objeto de infinitos cuidados, respetado como un poema, celebrado como una ocurrencia única en el espacio y en el tiempo.

En un mundo que por el contrario desprecia a diario el fenómeno de la vida, lamento su muerte con toda mi alma. Siento que perdimos a un campeón.

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19 de marzo de 2008
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Democracia o Dios

/upload/fotos/blogs_entradas/votando3_med.jpgEl supremo espíritu bíblico no ha desaparecido entre nosotros. Porque ¿qué es la democracia sino un sistema donde se representa la voluntad de Dios a través de la meticulosa descodificación de los resultados electorales? España, como otros países, ha consagrado estos últimos días al trabajo de interpretar el escrutinio del 9-M y con el fin de escrutar en él la voluntad entretejida del pueblo.

Nadie pensaba, por ejemplo, que los nacionalistas descenderían en Cataluña y el País Vasco. Ha sido uno de los hechos sobrevenidos sin pronóstico humano, una sorpresa semejante al advenimiento de una revelación o la realización de un hecho que sería previamente invisible a la mente humana. Pero de ello hay que aprender, sacar consecuencias gracias a aplicar los cinco sentidos en escuchar, oler, palpar y distinguir la verdadera voluntad del pueblo soberano que si realmente no existe absolutamente en el día a día, emerge como de una sima indeterminada con un trascendente mensaje entre los labios. Hay que poner extrema atención sobre el resultado electoral porque nunca será suficiente la indagación destinada a discernir el sacrosanto deseo popular que procede de las urnas. Esta suerte de papanatismo seudoreligioso que envuelve a las formas de la democracia política renace una y otra vez ante las bocas abiertas del votante. Los políticos hacen y deshacen a su conveniencia en la exégesis posterior a las elecciones y acomodan a sus intereses el recuento mientras la ciudadanía contempla a la manera de una feligresía discapacitada que deja en manos de sus representantes la extracción de las lecciones que orientarán a la sociedad entera. De los partidos en primer lugar pero de la nación también en la medida en que ellos, investidos como oficiantes, serán quienes determinen los pormenores de la liturgia programática del futuro y quienes decidan, en su debida proporción, los pasos a dar para el supuesto bien o la salvación de todos. Para ese fin la democracia se prolonga y persiste como una superestructura casi divina. Tan sagrada que nadie osa ponerla en cuestión. Tan trascendente que, como se ha comprobado en estos días, se pronuncia a la manera de los mismísimos oráculos y persiste, a pesar de sus tremendas injusticias, con la inerte solidez de los supuestos dioses.

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19 de marzo de 2008
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Caída y unión

Rafael Argullol: Pero en cambio Dios, en cuanto a ser autosuficiente, es incapaz de amar: para que haya amor tiene que haber caída, y tiene que haber castigo.

Delfín Agudelo: En este sentido, quien ama busca librarse así sea momentáneamente del castigo, pero lo hace sabiendo que el acto que depura puede traer consigo mismo otro castigo monstruoso: el del desamor.

Rafael Argullol: Eso me recuerda una maravillosa frase al final de la película de Bergman El ojo del diablo— cuyo título en realidad debería ser El orzuelo del diablo— que es una versión magnifica del mito de Don Juan. Se inicia con un lema o proverbio irlandés: “Toda doncella casta es un orzuelo en el ojo del diablo.” Esto es lo que da el título a la película. En ésta, don Juan está en el infierno, y Satanás, que tiene un orzuelo en el ojo porque han descubierto una chica casta— la última que queda en la faz de la tierra— ,envía a Don Juan a seducirla. Cuando va a seducirla, se produce una gran catástrofe, y es que la chica finalmente se deja seducir por don Juan pero no porque éste la cautive, sino por compasión, que es la patada más grande que puede recibir un amante. Hacia el final de la película, cuando Don Juan se le queja a Satanás—al cual, por cierto, ya le ha desaparecido el orzuelo— de que ha hecho su misión y sin embargo tiene que volver a la tristeza del infierno, y que además en cierto modo ha sufrido ese máximo castigo de seducirla no por sus encantos sino por compasión de la chica , Satanás le dice una frase genial: “Nunca hay castigo suficiente para quien ama.” Por tanto, el amor, que evidentemente siempre está vinculado al castigo, no deja de ser el fruto de un castigo inicial. Sin ese castigo, sin esa caída, en la vida de sonámbulo del andrógino, o en esa especie de blancura sideral del mundo de las ideas platónico, ahí no hay posibilidad de amor. El amor místico mismo, que casi siempre es un amor—en la tradición cristiana— que pasa por un cuerpo que se ha sentido escindido del dios padre como vía unitiva, como unión, es así precisamente porque es la más alta conciencia de separación y de nostalgia.

 

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19 de marzo de 2008
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La visita de las anacondas

La ciudad de Belém en Brasil, capital del estado de Pará, tiene millón y medio de habitantes y se halla situada en la desembocadura del río Amazonas en el océano Atlántico. Los bosques tropicales de las cercanías de Belém siguen siendo destruidos sin misericordia por los hacendados ganaderos que buscan extender sus pastos, y por tanto son estorbados por los árboles, y en esta tarea reciben pronta y eficaz ayuda de los madereros, que sacan enormes beneficios de la depredación.

/upload/fotos/blogs_entradas/belm._brasil_med.jpgEs lo que pasa en toda América Latina. Si uno compara cada año las fotografías tomadas por los satélites, verá como el verde de los bosques va desapareciendo para ser repuesto por las inhóspitas manchas ocres de la tierra arrasada.

Pero la novedad en Belém es que las víboras andan por las calles. Las han sacado de su habitat natural al esfumarse los bosques, y buscan refugio en las alcantarillas, en los baldíos, en los parques, y aún dentro de los edificios, las iglesias, los colegios, y los domicilios privados.

Hasta ahora han sido capturados unas dos docenas de reptiles, entre ellos una anaconda de tres metros de largo que se hallaba metida dentro de una cañería,  una de esas anacondas que sólo viven en las partes más hondas de la selva amazónica.

La próxima vez que vea caer un árbol, piensa en que una víbora huirá en busca de calor hacia la ciudad donde usted vive, y a lo mejor escoge su casa. Espere por ella. 

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19 de marzo de 2008
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Semana santa y conversión de judíos

La re-introducción, voluntaria, del rito trentino en Latín en la misa, que ha permitido Benedicto XVI sobre una base voluntaria, ha producido una auténtica  desazón entre los judíos. La medida, comentada recientemente por Julio María Sanguinetti,  deshace los pasos dados por Juan XXIII y el Concilio Vaticano II e incluso por Juan Pablo II en sí y en materia de diálogo con los judíos. Pues la ahora de nuevo famoso plegaria de la liturgia de de Viernes Santo que salió del Concilio de Trento (1545-1563) volvía a hablar de la "ceguera" de los judíos, pedía al dios de los cristianos que "retirara el velo de sus corazones", y apelaba a su conversión.

Pese a que poca gente entenderá ya la misa en latín, los judíos, indignados por este paso atrás de la Iglesia católica, le pidieron al Papa que retirara estas partes de la plegaria. A principios de febrero, el Vaticano aceptó una versión que, efectivamente, eliminaba estas referencias a la "ceguera" y al "velo", pero no a la conversión de los judíos.

Estos se han movilizando contra esta apelación, primero a través de la Liga Anti-difamación y posteriormente a través de otras organizaciones. El cardenal Walter Kasper, presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los cristianos, en diversas declaraciones, se ha mostrado extrañado por la reacción  no entendiendo "por qué los judíos no pueden aceptar que usemos nuestra libertad para formular nuestras plegarias" añadiendo que "tienen oraciones en sus textos litúrgicos que a los católicos no nos gustan" y "hay que respetar las diferencias".

El judaísmo lo ha sido en épocas, pero hoy no es proselitista. Y en el caso de la actual iglesia católica (en competencia con otros movimientos cristianos que lo son tanto o más), en creciente competencia con otras ramas del cristianismo y de otras religiones, de proselitismo también se trata, aunque Kasper lo niegue. Parece mentira que a veces algunos, como el actual Papa, en vez de andar hacia adelante, crean que avanzar es ir hacia atrás. Claro que como comentaba recientemente Jonathan Tobin, judío, en The Jerusalem Post, "los judíos deberían dejar de preocuparse por las plegarias de otros, y continuar a trabajar para acercar las dos fes en defensa de las libertades Occidentales", que ve peligrar ante las fuerzas del islam. "Dada esa realidad", señala, "no es el momento de pelearnos por las oraciones de otros". Es una forma de ver lo júdeocristiano contra lo demás. De verlo con una lente desenfocada, pues, por ejemplo, en Europa, hay que reconciliar un nuevo pluralismo religioso que incluye ya el islam, en sí y con el secularismo.

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19 de marzo de 2008
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Madrid – Sigüenza (2)

La ciudad es magnífica y está impecable y tiene de todo y a lo grande: catedral, universidad del siglo XV (San Antonio de Porta Coeli), castillo, muralla, las puertas de la muralla como la Puerta del Sol llamada así porque por allí entran los primeros rayos de la mañana, y también la Posada del sol (s. XVI ), iglesias, conventos, la cantidad de monumentos es abrumadora. Domina la piedra con tonalidades rojas sobre el fondo ocre del resto de la pared, que le da una gran belleza. Fuera de la ciudad todavía quedan restos celtibéricos y dentro, a la Sigüenza medieval hay que sumarle otra Renacentista, introducida por el Cardenal Mendoza, a cuyos hijos los llamaba la reina "los bellos pecados del Cardenal" (otro detalle delicado); y aún se puede encontrar otra Sigüenza barroca y neoclásica.

/upload/fotos/blogs_entradas/catedral_de_siguenza_med.jpgPrecisamente en la misma fachada de la catedral se reúnen varios estilos. Pero preferimos pasar dentro porque es allí donde está el sepulcro del siglo XV de don Martín Vázquez de Arce (El Doncel), cuyo encanto ha traspasado los siglos con gracia y levedad. Su posición es semiyacente y tiene un libro en las manos, con expresión de estar sintiendo muy profundamente lo que lee. Y éste es el enigma que nos lleva a mirarle una y otra vez: ¿qué estará leyendo?, ¿qué le atrapa así? Y en realidad es esta escultura la que le ha hecho famoso porque parece ser que no hubo nada de gran relieve en su vida, a pesar de morir guerreando en Granada a los veinticinco años. Por entonces ni siquiera se llamaba Doncel. Fue a finales del XIX cuando se le llamó así como definición de su juventud y hermosura. Inmediatamente dan ganas de saber más sobre él y es entonces cuando se impone visitar la casa de su familia.

Y después, por una calle muy empinada, subimos al castillo, utilizado hoy como Parador de Turismo, donde nuestra guía nos cuenta la leyenda de Blanca de Borbón, casada con Pedro I el Cruel, que la repudió y la confinó durante cuatro años entre estos muros. Murió muy joven y su fantasma vaga por el castillo. Pobre Blanca.

Publicado en El País el 16/3/2008

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19 de marzo de 2008
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El patín del diablo (y otras estrategias monstruicidas)

De los diablos sabemos que no toleran escuchar su nombre. De los monstruos, que no son tan abstractos para no alborotarse con la luna llena. Los unos son cobardes, los otros animales (y esto último lo certifico en los míos, que son unos cabrones bien hechos). Debe de haber cientos de formas de arrinconarlos, e incluso de meterlos en cintura. Cualquier cosa con tal de no tener que pelear contra unos y otros al mismo tiempo, corriendo incluso el riesgo de que se amafien.

     Pastorear a los monstruos es quizás el trabajo más ingrato en el oficio de la escritura. Ha dicho José Emilio Pacheco que el bloqueo no consiste en no poder escribir, sino en no poder sentarse a escribir. Es decir que los monstruos no se están quietos, finalmente cualquier animalito se harta de que lo traigan dándole vueltas a la noria de la nada. No es socialmente higiénico sacarlos a pasear, pero tampoco es mentalmente sano pasar el día entero jugando al gladiador con ellos. Y aquí es donde interviene el patín del diablo.

     Me gustaría que fuera menos ruidoso, pero al diablo no siempre le gusta ser discreto, menos aún si sale a patinar impulsado por un motor de podadora. Es, visto de muy cerca, la clase de aparato que tendría que avergonzar a quien lo conduce, pero lo cierto es que genera tantas simpatías como extrañezas. Los automovilistas tardan en reponerse de la visión de un cuerpo firme y vertical acercándose por el retrovisor. Nunca muy rápido, con trabajos cuarenta kilómetros por hora. Pero quienes tuvimos un patín del diablo y gastamos decenas de suelas impulsándolo, sabemos lo que vale la idea de volar con él a una velocidad impensable para cualquier juguete doméstico.

     No he olvidado la tarde en que se me ocurrió amarrar a mi chucho -un afgano veloz e impetuoso- al tubo del manubrio del patín del diablo. Pasearía como un rey, sería la envidia de muchos otros niños... Funcionó media cuadra, hasta que el perro vio a una hembra al otro lado de la calle y se soltó corriendo como un caballo flaco. Luego se paró en seco, no bien el patín del diablo y su dueño se estrellaron de frente contra un árbol. Tampoco olvido, aunque esto sucedió hará pocos años, que en mi primera tarde con un patín del diablo motorizado me di de frente contra una reja, de lo cual aún conservo un hueso de la mano ligeramente chueco y salido.

     Recuerdo ambas anécdotas con un cierto deleite, toda vez que una y otra le confieren a mi patín motorizado algo del sex appeal propio de los vehículos autodestructivos. No mucho, pues. Puede que sea el .04 %, pero al menos hasta hoy ha arrasado con varias especies de monstruos. Algo tiene el patín, que revientan después de un rato de ir tras él. Vuelvo entonces a casa libre de alimañas, me atrevería a decir que los he visto desprenderse de mí, no bien sintieron la vibración del manubrio. Estaciono el patín con una excitación similar a la de un día de feria. Recorrer, finalmente, la ciudad de México abordo de un patín motorizado, vale por tres montañas rusas en hilera.

     Aliarse con los diablos para mejor pelear contra los monstruos parece una estrategia comprometida. No sabe uno los cobros que vendrán después, los muchachos del trinche conocen infinitas artimañas, pero a ver quién prefiere vivir montando a pelo al monstruerío en pleno jaripeo de esperpentos. Al fin al mando de la situación, levanto la libreta, tomo la pluma y sin pensarlo más se la clavo en el pecho al demonio que me trajo hasta acá. Perdona la molestia, me disculpo, pero es que tengo que ponerme a trabajar. Digo entonces su nombre y el diablo moribundo se arrastra con premura hacia el infierno que lo parió. Tengo que comenzar de una vez con el párrafo.

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18 de marzo de 2008
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Autenticidad y veracidad

El public editor de The New York Times es lo que se llama "defensor del lector" en la prensa hispana, un hombre que interviene cuando los lectores no reciben de su diario lo que esperan en el momento de la compra. Clark Hoyt, que es el public editor del diario neoyorkino, opina que los lectores en el momento de leer la reseña de una autobiografía tienen derecho a saber si se trata de un relato fidedigno de hechos reales.

Se escandaliza al descubrir que una historia de malos tratos y abusos de una chica, Love and consequences de Margaret B. Jones, es una obra de ficción. Lastima, como lo hizo Michiko Kakutani, que es la crítica más famosa del diario, aunque destacó la calidad del libro.

La autocrítica violenta del diario viene después de un artículo que recopila casos recientes de abusos de lectores a través de cuentos falsificados. Y se trata de algo muy preocupante, pues el defensor del lector indica de manera muy clara que corresponde a los críticos comprobar la autenticidad de los hechos en los libros autobiográficos. Ya lo escribí en este blog, esto es una visión equivocada de la literatura. Escribo esto teniendo al lado un librito: Le cahier rouge (El cuaderno rojo, Editorial Periférica en España) de Benjamin Constant. Empieza por un "Nací el 25 de octubre de 1767..." que lo ubica de manera definitiva en el género de la autobiografía. Su narrador va con una velocidad tremenda de Lausana a Edimburgo, bebe, ama y vive sin reposo. Italo Calvino lo describe así: "uno de los libros de memorias más divertidos que he leído, la novela que, cuando fui joven, y si hubiera sido ciudadano de otro siglo, me habría gustado vivir y escribir".

¿Es cierto lo que cuenta Constant? Parece que falta por completo a la veracidad, aunque su autorretrato es de lo más auténtico. Es decir: es literatura, y de la más grande. Le cahier rouge siempre se clasifica con "Adolphe", que es una novela, aunque cuenta la relación de Constant con Mme de Stael. ¿Dónde está la verdad cuanto tenemos a un buen escritor? Hay tantas pruebas de la necesidad de superar los hechos y hasta la Historia con el soplo de la literatura. Un ejemplo: el 11 de diciembre de 1969 André Malraux visita por última vez al general De Gaulle. De esta entrevista de unas horas sale un libro, no un artículo, un libro: Les chênes qu'on abat (Aquellos robles que derribamos). Un "magnífico libro detestable", dice Mario Vargas Llosa. "No hay nada como un gran escritor para hacernos pasar gato por liebre".

El retrato de De Gaulle es magnífico y el manejo de los hechos es detestable. ¿Pero qué dice Malraux al empezar su monumento a la gloria de De Gaulle?: ce livre est une interview comme la Condition humaine était un reportage, c'est à dire pas du tout: (este libro no es de ninguna manera una entrevista tal como la Condición Humana -novela, premio Goncourt de1933- fue un reportaje). En un libro la autenticidad prescinde de la veracidad.

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18 de marzo de 2008
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No ficción, sí ficción

/upload/fotos/blogs_entradas/juan_villoro1_med.jpgEl domingo leí una entrevista que el suplemento adn del diario La Nación le hizo a Juan Villoro. Allí el periodista Leonardo Tarifeño le preguntaba al mexicano por el poderío actual de los relatos de no ficción, en contraposición a una ficción hispanoamericana que no puede comparársele en términos de resonancia. Villoro respondió de manera brillante: "La vigencia de la no ficción no deriva de un decaimiento de los mecanismos de la ficción, sino de la necesidad de crear sentido en la sociedad de la información". Viviendo en un mundo que chorrea ‘noticias' a toda hora y por todos sus orificios -creo que lo más sensato es cuestionar el carácter verdaderamente noticioso de los factoides con que se nos bombardea-, el hombre y mujer comunes ‘saben' más cosas que nunca, que nadie -y a la vez entienden poco y nada.

Villoro menciona como ejemplo de dato inútil el hecho de enterarse que Pamela Anderson desea ponerse nuevos implantes en los pechos. No quería enterarse de esa intención (¿para qué? ¿a quién puede interesarle, más allá de los miembros de un presunto club de fans o futuros cortejantes?), pero no pudo evitarlo. Por más que no salgamos de casa, resulta imposible que una morralla de datos de esta naturaleza venga en nuestra busca. ¿De cuántas estupideces se han enterado ya en lo que va del día? Yo puedo contar docenas, empezando por el punto final al divorcio McCartney-Mills. Este caleidoscopio de datos variopintos constituye, asegura Villoro, un discurso delirante. "¿Cómo curarnos de la inconexa información?", se pregunta, para de inmediato responder: "Con narración".

La entrevista se mueve entonces en otras direcciones. Pero yo me quedé con las ganas de que Villoro siguiese desarrollando el hilo de lo que venía diciendo, de que cerrase su argumento con el corolario que, de esta manera, quedó tan sólo implícito. Lo que para mí faltó verbalizar sería algo así: que la no ficción funciona porque está asumiendo más y mejor que nunca su función narrativa -quiero decir, la de contar una historia (real, en este caso) que comienza, se desarrolla y termina creando sentido a lo largo del proceso-, mientras que buena parte de la ficción ya no se atreve a narrar de esa manera. En lugar de contribuir a la creación de sentidos que disipen al menos en parte la tiniebla de la vida contemporánea, muchos escritores contribuyen al ‘discurso delirante' que es característica de los medios: fragmentan sus relatos, generan ruido, se evaden de la lógica como de la peste, imitan la experiencia del zapping. En su intento de estar a la moda, muchos autores de ficción se limitan a imitar los procedimientos de los medios electrónicos. Y aunque existen críticos que los celebran, los lectores suelen huir de estas imposturas. Y en su necesidad de encontrar un relato que les devuelva la sensación de unidad y de sentido, recurren a la no ficción, o a la ficción histórica, o a las series de TV que se fundan en el recurso del continuará.

Yo no creo que imponerle a alguien una historia ‘inventada' resulte cada vez más arbitrario, como dice Tarifeño que dice Juan Forn. Creo, por el contrario, que la gente hace suyas las historias que triunfan a la hora de seducirla, de convencerla, de involucrarla, sin separar de modo artificial las aguas entre ficción y no ficción. Si así no fuese, la gente viviría comprando noticias y libros de no ficción sobre historias estúpidas y chatas, y esto no ocurre. Los libros de crónica que se vuelven best-sellers triunfan simplemente porque cuentan historias más apasionantes -lo de reales o inventadas es aquí secundario- que los libros de ficción. Aceptémoslo: la vida es hoy más interesante que la mayor parte de los escritores. La culpa de que la gente busque lo que quiere en otra parte no es de la gente misma, sino de los escritores que la juegan de vanguardistas y al hacerlo le entregan la potencia de la literatura a los periodistas, a los cronistas y a la TV.

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18 de marzo de 2008
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