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Clase X. En busca del lenguaje perdido (II)

Tengo la impresión de que -en rigor- para poder escribir una buena ficción no es necesario aprender muchas más palabras de las que habitualmente manejamos en nuestra vida diaria. Obviamente, parece indudable que si tenemos un vocabulario rico y extenso, resultará más fácil abocarnos a la redacción de un texto cualquiera y conferirle todos los matices que lo enriquezcan. Sin lugar a dudas, pero  ello por sí sólo no garantiza la calidad de ese texto. Como lectores, muchas veces advertimos en un cuento o en una novela, la impostura del lenguaje empleado por el narrador,  cierta rigidez en las frases que no sabemos bien a qué atribuir. Detrás de esos textos casi siempre acecha un escritor que no reflexiona con sus palabras sino que apela a otras nuevas, recién estrenadas, por así decirlo, y de las que piensa -sin lugar a dudas de forma equivocada- que resultan más atractivas que las otras, las habituales.  Decía Ernesto Sábato que la diferencia entre un buen escritor y un mal escritor radica en que el primero dice grandes cosas con pequeñas palabras y el segundo dice pequeñas cosas con grandes palabras. Grandes, pomposas palabras, he ahí uno los peligros que debe sortear el escritor. Las palabras pequeñas, sencillas, normalitas, suelen ofrecernos la ductilidad de su uso común -como unos viejos zapatos cómodos- pero sacan todo su poder cuando se combinan de forma novedosa con otras palabras igual de sencillas. Así, de la combinación de unas cuantas palabras sencillas puede surgir una agudísima descripción. Fíjense en esta descripción de Manuel Vicent  y observen que ninguna de las palabras que ha utilizado es extraña, solemne o acartonada. Todas las que maneja son viejas conocidas nuestras, ¿verdad? palabras oídas, leídas y utilizadas por nosotros una y otra vez.  Naturalmente, el uso reflexivo de las mismas es la que obra el milagro, el cuidado, la audacia y la novedad de su combinación nos sugiere la idea de un trabajo reflexivo. Pero para ello debemos intentar que los campos semánticos que manejamos no sean excesivamente rigurosos, al menos en este caso. En otros casos -como ya veremos más adelante- puede resultar una virtud. Pero pro ahora más bien tenemos que abrir el redil de nuestras palabras para poder combinarlas de manera sugerente y aguda, evitando pensar en ellas como unidades cuyo roce resulta restringido por asociaciones inmediatas de ideas. ¿Por qué una sonrisa tiene que ser siempre cálida? ¿Por qué la noche es siempre (y sólo) oscura y el silencio sepulcral? Es necesario pues combinar nuestras viejas palabras de forma novedosa e inesperada.

La propuesta de la semana:

Cuando decimos que tenemos que liberar nuestros campos semánticos, esto es (grosso modo) un conjunto de palabras o elementos significantes con significados relacionados, decimos también que vamos a liberar todo nuestro sistema de escribir: no vamos a buscar más palabras, sino que usaremos de forma novedosa las que ya conocemos. De manera que en esta ocasión haremos un listado de palabras relacionadas con la iglesia como por ejemplo: sacerdote, piedad, monacal, monaguillo, pecado, querubín, angélico, litúrgico, pastoral, obispo, pío y en fin, todas las que puedan añadir a estas. Y cuando tengamos una buena cantidad de ellas vamos a utilizarlas en elaborar un cuento. Pero un cuento que ocurra... en una discoteca. Nada de meter a los curas y a las monjitas en la discoteca, no. Nada de llamar a la discoteca El convento, no. Lo que queremos es que estas palabras tan alejadas de nuestro uso cotidiano encuentren otro uso completamente distinto al habitual al sacarlas de su ambiente. Por ejemplo: «Aquel camarero de ademanes sacerdotales» o «entraba una suave luz como de sacristía...» o «su baile era una liturgia apocalíptica...» La idea, insistimos en ello, es que esas palabras sean rescatadas de su uso inmediato, rutinario y convencional.  Esperamos devotamente vuestras homilías... 

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28 de marzo de 2008
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Volver a Gracq

Antes de la muerte del amigo estaba acompañado por un delicioso, suave, tranquilo e inteligente libro de Julien Gracq. Bastante más que un libro de viajes, que también, son las notas de caminos y paisajes recorridos. Y otras maneras de viajar por la memoria, la vida, la historia y las lecturas. Se llama A lo largo del camino. Julien Gracq se acercaba con su coche por España con bastante frecuencia. Reivindica las desnudeces del paisaje castellano o los caminos secundarios por Aragón, por el delta del Ebro o por La Rioja. Invitación a circular perezosamente por carreteras secundarias. Entre los homenajes al paisaje, muy hermoso es el que hace de una tierra, unas carreteras y un espacio que queremos y conocemos muy bien. Gracq habla de Segovia:

"El recuerdo que guardo de Segovia -con una nitidez de fotografía- es el de su alcázar triangular, fortaleza curiosamente grácil al final de la cual la ciudad terminaba en punta afilada, hendiendo los trigales como el estrave de un crucero hundido. Ni un árbol. Desde allí, mi mirada tomaba al bajar una pequeña carretera de polvo más blanca que la harina; subía abruptamente hacia un pueblo castellano muerto de sed, encaramado sobre la cresta de la colina y que la carretera seccionaba justo en el medio como una almena. No había ni un alma en el paisaje, todo color de pan tostado, sólo un campesino que subía de espaldas al pueblo en su asno, cuyos flancos aparecían  cómicamente abultados por dos grandes sacos de trigo. El sol caía a plomo; era mediodía -excesivamente pronto en España para acudir al restaurante típico-, yo miraba, fascinado, ese paisaje sin edad, en el que nada, visiblemente, ni siquiera el menor detalle, había cambiado desde os tiempos de Don Quijote."

Así es. Yo lo he visto. Lo veo. Solamente hay que cambiar el burro por un tractor, ¿cuánto tiempo le quedará a ese paisaje que está parado en el tiempo? No mucho, mañana, estos desnudos paisajes de Castilla serán desierto o campos de golf, difícilmente habrá trigo que transportar. No hay burros. Ni hombres que los monten. No importa, mañana estaremos recordándolo desde el hoyo 17. O desde el 19.

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28 de marzo de 2008
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Galería de espectros: Lawrence de Arabia

Peter O'Toole, "Lawrence de Arabia"Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto el de Lawrence de Arabia.
Delfín Agudelo: ¿Has visto el cinematográfico o el literario?

R.A.: Lawrence de Arabia siempre me hace remontar a uno de mis primeros héroes y lo ví en primer lugar en su versión cinematográfica. Recuerdo que tenía unos quince años cuando vi la película de David Lean, y quedé impresionado tanto por la película como por el personaje que encarnaba Peter O’Toole. Me parecía una mezcla extraordinaria de desamparo y de heroicidad, de fuerza de la voluntad y al mismo tiempo cierto destino trágico que si, evidentemente a los quince años no comprendía ni mucho menos en toda su complejidad, me abría a toda una serie de otros héroes y personajes que he ido conociendo a lo largo de mi vida, en los cuales Lawrence de Arabia es un prototipo muy destacado. Por el otro lado representaba esa figura del aventurero que prácticamente ha desaparecido de nuestro paisaje, alguien que a través de su esfuerzo solitario es capaz de forzar la realidad que le envuelve para bien y para mal. Tiene, adicionalmente, algo en su carácter de aquello que Goethe en las conversaciones con Eckermann llama demónico, o si se quiere demoníaco —pero prefiero la primera—, que es aquello que a veces pide un hombre que no puede ser comprendido directamente desde le punto de vista de la razón, una fuerza extraordinaria que Goethe atribuye a Byron. Lawrence de Arabia emitía estas señales, tenía ese carisma excepcional para un adolescente y creo que luego también lo tiene, aunque viendo mucho más todos los matices del espectro, para una persona adulta.
 
En aquella época recuerdo que tras ver esa película me lanceé sobre una versión abreviada que estaba en la biblioteca de mi abuelo de Los siete pilares de la sabiduría, y años después leí la edición entera del que considero uno de los libros más importantes del siglo XX. No solo porque es una versión moderna de los grandes procesos iniciáticos de la literatura clásica, sino porque nos introduce a toda la tragicidad contemporánea desde el punto de vista de la condición humana y desde el punto de vista de la situación política y colectiva de nuestra época. Lawrence de Arabia era un hombre que daba la impresión de haber edificado toda su personalidad para luchar contra una sombra original en su vida, para luchar contra su incertidumbre respecto a la propia identidad, y especialmente hacía que el personaje de carne y hueso se convirtiera muy fácilmente en personaje literario, un poco al modo de un Lord Jim de Conrad, e incluso mucho más atrás, un poco al modo del Edipo de Sófocles: alguien que, obsesionado por su identidad, avanza y avanza, aunque esto le pueda llevar hacia la destrucción.

 

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28 de marzo de 2008
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V. La Diosa de la guerra

/upload/fotos/blogs_entradas/silda_wall_spitzer_med.jpgSilda Wall representa en el escenario el papel de la esposa  que pone la cabeza entre las fauces del monstruo que se prepara con gusto a devorarla. Si pudiera fingir que no se siente humillada, si pudiera borrar de su rostro los trazos del desvelo, y las huellas del llanto, sería mejor. No puede decir nada, nadie le pregunta nada. Su papel es estar allí, y aguantar, en nombre de la institución de la familia.

He averiguado como se llama, y también quién es, qué hace. Una abogada corporativa graduada en la escuela de leyes de Harvard, que se vanagloria de que su nombre es una derivación de Serilda, la diosa teutónica de la guerra. Pero no está aquí, bajo las luces, para pelear ninguna guerra. Ya la perdió de antemano.

Y el novelista se pregunta: ¿qué pasará con ella lejos del resplandor de los focos, lejos del cadalso? ¿Cómo vivirá esta mujer tras las bambalinas el episodio que de acuerdo a las leyes de la moral pública le toca cumplir en el escenario, como una actriz disciplinada? Si se hubiera negado a comparecer, y hubiera exigido en cambio quedarse en su casa, la vindicta pública se volvería contra ella, por atentar contra el edificio de la institución familiar, siendo ella, la esposa, el pilar maestro.

E imagínenla anunciado que se divorcia; entonces pasaría ella a ser la pecadora que merece lapidación.

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28 de marzo de 2008
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Desprecio asiático a Occidente

El nuevo hemisferio asiático (The New Asian Hemisphere, Nueva York 2008), que lleva el significativo subtítulo de "el irresistible desplazamiento del poder global hacia el Este"  es un libro del diplomático de Singapur Kishore Mahbubani que está teniendo un gran éxito pues pone dedos sobre algunas llagas del mundo actual. Empieza con una afirmación retadora: "El ascenso de Occidente transformó el mundo. El ascenso de Asia traerá consigo una transformación igual de significativa". Y es una transformación que se está dando en un plazo de tiempo muy inferior al de una vida media.

Mahbubani publicó un buen resumen de su libro en una tribuna en El País. La tesis general no es nueva, y tiene mucho de verdad. Incluso la consideración añadida de que Occidente "tendrá  grandes dificultades para ajustarse a este cambio". Puede optar por cerrarse, o por abrirse. Pero hay algunos avisos de los que conviene tomar nota y que van en la dirección apuntada en otra ocasión sobre cómo un chino no se cortaba a la hora de considerar que Occidente estaba en un cierto declive.  

La visión asiática de Mahbubani va mucho más allá. En teoría, pretende decirnos que Asia aspira a ser como Occidente. En la práctica es muy crítico con la incompetencia occidental, habla de la "deslegitimación del poder occidental" y viene a defender, en la segunda y más interesante -por más reveladora- parte del libro los famosos valores asiáticos del autoritarismo. Así, "la mayoría de los occidentales no puede distinguir entre libertad de pensamiento y libertad de expresión". Y aunque "el actual liderazgo chino es plenamente consciente de que China tendrá eventualmente que avanzar hacia la democracia", esa no la agenda de hoy, aunque los chinos hayan cambiado mucho. El caso es que "Occidente no se ve ya como el guardián de los valores más elevados de la civilización humana". En muchos aspectos políticos, desde Oriente Medio al fracaso de la no proliferación de armas nucleares, Occidente ha demostrado su incompetencia (por no hablar de la impotencia que mencioné el otro día), y Asia, su competencia.

Está por ver cómo termina la actual crisis financiera y económica cuyo epicentro está en EE UU y en qué términos afectará a los emergentes, pues los afectará. Pero, en general, se puede apreciar un cierto desprecio de los asiáticos hacia Europa y Estados Unidos porque, entre otras cosas, no sabemos crecer tanto como ellos. Y el crecimiento económico es casi la única vara de medir en estos países que han conseguido despegar, y cambiar el mundo con ello.

 

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28 de marzo de 2008
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Pensando en voz alta sobre el policial (1)

/upload/fotos/blogs_entradas/holmes1_med.jpgEn términos de la más pura especulación: ¿cómo debería proceder hoy un policial latino, cuáles serían sus coordenadas esenciales? La narrativa policíaca es en su mayoría de tradición anglosajona. Con el Auguste Dupin de Edgar Allan Poe, arranca centrada en la figura del investigador, que puede ser privado (como Dupin, como Holmes, como Marlowe) u oficial como los inspectores Dalgliesh y Wallander, y también la Jane Tennison de la miniserie Prime Suspect. Aquí surge ya un primer problema. Sé que Andrea Camilleri se las ingenió para darle carnadura al inspector Montalbano a pesar de que Italia está a la orden del día en mafias y corrupciones (no leí nada suyo aún, me propongo hacerlo ahora, después de la experiencia Wallander: ojalá me vaya mejor), pero en el mundo hispanoparlante, o para ser más específico en América del Sur, la figura del investigador oficial nos resulta infumable.

Seguramente existen policías ‘buenos', pero no conocemos ninguno. Y como nos consta que la corrupción no es sólo personal sino ante todo institucional, resultaría difícil que nos tragásemos una historia protagonizada por el único policía bueno en el seno de una asociación podrida. Ese policía no duraría ni cinco minutos en su puesto. No podría contar con sus superiores ni con sus subordinados, y ni siquiera con jueces o fiscales, que forman parte de otra institución con problemas estructurales no muy disímiles. Tratar de volver verosímil su historia demandaría un esfuerzo tal al escritor, que el enigma que debe estar en el centro del relato terminaría desluciéndose.

¿Deberíamos apostar, pues, a la figura de un investigador privado? Aquí surgen otras complicaciones. Los investigadores de la habitualmente llamada ‘escuela británica' (Dupin, Holmes) son hijos de un mundo al que se consideraba recto en su esencia: el crimen funcionaba como una desviación de esa rectitud, la mancha en un mundo de luz que el detective limpiaba para que todo siguiese como antes -como debe ser. Los investigadores de la narrativa negra corrigieron esa percepción desde una perspectiva que es esencialmente política: en este sistema que nos toca vivir, el crimen no es la excepción sino la norma. Tal como dice la cita de Brecht que a Ricardo Piglia le gusta repetir: es más criminal fundar un banco que asaltarlo. La raiz misma del asunto está jodida. El nuestro es un mundo en que el hombre es el lobo del hombre, un sálvese quien pueda, una sociedad que no reconoce otra ley que la del más fuerte -y el más fuerte suele ser aquel que tiene más dinero, o quien sirve a los señores del dinero, como nuestros ocasionales dictadores, como nuestras fuerzas de "seguridad", como nuestras instituciones de "justicia".

/upload/fotos/blogs_entradas/humphrey_bogart_en_la_piel_del_detective_philip_marlowe._med.jpgEl sistema está podrido. No habla otro lenguaje que el del dinero, que contamina del mismo modo que el poder: arruinando todo lo que toca. Claro, siempre existe la posibilidad de ponerse al margen del dinero. Piglia destaca que a pesar de las tentaciones que se le cruzan por delante, el Philip Marlowe de Raymond Chandler insiste en cobrar tan sólo la tarifa diaria que ha puesto a sus servicios: ni un dólar menos, pero tampoco un dólar más. Esa tozudez funciona como principio moral. Marlowe cobra lo suficiente, se determina a no necesitar más para vivir. Al dar la espalda a las tentaciones con que la sociedad de consumo nos bombardea a toda hora, no se coloca fuera del sistema pero sí en su límite: nadie puede corromper a aquel que nada (más) necesita.

Pero la del investigador privado no deja de ser una institución en sí misma, una pequeña empresa que en el mundo anglosajón puede dar módicas utilidades. En América del Sur, una empresa similar sólo funcionaría a pérdida. No le llevarían más casos que los de maridos o esposas infieles, o pequeñas disputas vecinales. ¿Se imaginan a Marlowe trabajando en trueque por una gallina o un cajón de bananas? Crear una oficina de investigaciones privadas que sobreviva aunque más no sea al día también reclamaría del escritor un esfuerzo para representar un verosímil que quizás no valga la pena. Sin mencionar que en los últimos años las empresas de investigación privada que sí funcionan se han visto obligadas a dedicarse a actividades non sanctas -espionaje industrial y político, wiretapping- además de haber absorbido los servicios de tanto ex policía y ex militar perseguido por las asociaciones de derechos humanos. No, las compañías de investigación (aquí prefieren llamarlas "de seguridad") son otro reducto de los malos. Habría que buscar en otra parte...

Esto va para largo. La sigo la próxima.

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28 de marzo de 2008
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Rafael Azcona

Rafael Azcona ha sido un genio, ha sido bueno y ha sido siempre joven. Desde la primera vez que lo vi hace unos nueve años hasta la última, estas tres cualidades lo han iluminado de una forma que lo hacían brillar por encima de los demás. Si hubiese sido sólo un genio nos habría bastado con sus guiones, porque hay muchas veces que los genios no tienen ningún interés como personas, sin embargo Azcona tenía una cualidad rara y escasa: meterse en la piel del otro de forma natural, sin forzarlo, sin intentarlo siquiera. /upload/fotos/blogs_entradas/el_cochecito_med.bmpLas veces que lo traté, que no fueron muchas, tuve la intensa impresión de que me comprendía, de que se ponía en mi lugar. Miraba a los ojos buscando algo que seguramente ni yo misma era consciente de tener, y como a mí debía de ocurrirle a todo el mundo. El drama de la humanidad es que hay gente incapacitada para meterse en la piel de otro, gente intransigente, severa, que rechaza lo que es muy distinto a sí mismo. Azcona pudo escribir los maravillosos guiones de El verdugo, El pisito, El cochecito o Plácido, aparte de por poseer un talentazo descomunal, porque tenía el don de comprender. Prefería comprender a juzgar y sabía rescatar esa pequeña inocencia que nos hace salvables.

Y siempre gozó de ese aspecto joven, que le quitaba quince o veinte años de encima. Se dice que la cara es el espejo del alma. En su caso todo él era espejo de alguien con permanente interés por los demás, de alguien que miraba de verdad.  

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28 de marzo de 2008
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La rapiña

El humilde puerto pesquero de  Barcelona que antes describía está, pues,  gravemente amenazado. Las embarcaciones de recreo, son apenas utilizadas el fin de semana, pero, al ser triste símbolo de un pretendido status social, su número crece exponencialmente, exigiendo el uso exhaustivo de los muelles, moldeando  la imagen del puerto como espacio para ociosos y arrinconando la treintena de embarcaciones que, saliendo cada día a faenar, configuran un ámbito laborioso, elemental,  entrañable, y desde luego arcaico... pues incompatible con la reducción de toda expresión del esfuerzo humano a su valor de cambio, y de la propia vida humana a mercancía. ¿Anacrónica terminología? Pregúntesele a los habitantes del popular barrio de la Barceloneta contiguo a lo que queda del puertecito pesquero, víctimas del expolio de su espacio por pirañas que (en connivencia con los inspiradores de la Barcelona del diseño) adecentan ciertamente viviendas insalubres... bajo condición de que sean expulsados los habitantes de las mismas.

Expulsión no reconocida sin duda, ni siquiera deseada. Nadie tiene la culpa, se dirán, de que estas personas no hayan logrado seguir el prodigioso ritmo transformador de los últimos años, no hayan  logrado adaptarse a la irreprochable ley por la que una vivienda de treinta metros cuadrados, una vez actualizada, multiplicaba su precio por treinta aunque seguía siendo igual de angosta. Nadie, en suma, tiene la culpa de que en nuestras sociedades sigua habiendo inadaptados. Pues bien:

La total impunidad con  la que en los barrios rehabilitados de Barcelona y de tantas otras ciudades del mundo operan las pirañas que vacían un espacio urbano de gente y de espíritu, vuelve a hacer perceptible algo que durante un tiempo resultaba una evidencia, a saber: que una sociedad dónde el mercado carece de polo moderador no garantiza, en última instancia, más libertad que la del mercado mismo. Mientras esta última no sea vulnerada, el respeto a las demás libertades es de buen tono... pero no requisito para ocupar un lugar en el sol de la  respetabilidad.

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27 de marzo de 2008
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Caníbales

Si tuviéramos en cuenta nuestro estado personal, físico y psíquico, en momentos clave de la relación con los otros descubriríamos en qué gran medida nuestros comentarios, impresiones y juicios dependen del estado de uno mismo (sujeto) y no de la condición del  próximo (objeto).

De un estado personal a otro se deducen opiniones diferentes o, lo que acaba siendo más grave, actuaciones que no podemos corregir y que se dispararon impulsadas por el malestar de nuestro funcionamiento orgánico. El riesgo de injusticias, descalificaciones o enemistades provocadas por una acidez, un cansancio o una jaqueca son tan grandes como muy temibles. Pero así, paso a paso, se hila el tejido relacional y acaso las concepciones establecidas sobre casi cualquier asunto: el interés de un libro y de su autor, la belleza o fealdad de una película, la disposición o indisposición hacia el repetido discurso de un político.

Porque no sólo se presenta la coyuntura en encrucijadas efímeras entre las cuales nuestro criterio se enciende sino que puede además quedar encasquillado y fijo como efecto de una posible repetición o una azarosa coincidencia del síntoma. Ese sujeto que no soportamos viene a comportarse pues como un alimento que no digerimos bien o como un viento o un ambiente que nos desazona. Basta, en ocasiones, un particular rictus del sujeto que desordena nuestro equilibrio fisiológico para que su presencia tienda a  convertirse  en alguna clase de tóxico o veneno. De las personas no sólo recibimos sus atributos humanos sino los gastronómicos, Somos tanto receptores como caníbales. No sólo recibimos sus efectos como sujetos sino también como sensaciones de color, de sabor y de olor que determinan el bienestar o el malestar de nuestro organismo. El saber es sabor, el intelecto huele, la idea crece o decae con la entonación de su cromatismo.

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27 de marzo de 2008
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Angustia de la perfección

Rafael Argullol: En nuestro mundo, llegar al paraíso es una especie de juego sin reglas, cosa que se advierte en nuestros días en que renacen los mitos de la inmortalidad y la eternidad en la medicina, en la genética, en la bioquímica, y hay una especie de lucha de todos contra todos y una incorporación plena de la rapiña capitalista a lo que es la formulación contemporánea de estos mitos.

Delfín Agudelo: En estos mitos siempre se da la misma condición: el humano toma el papel de Dios. Tu mención a Blade Runner repite lo de Frankenstein: la creación se rebela ante el creador. Por esto se considera la novela de Mary Shelley como una de las primeras obras de ciencia ficción, puesto que es un tema muy recurrente, casi el juego teatral del hombre como dios y su criatura que se va en contra suyo, que no es más que una puesta en escena que sucede una vez se derrumba el esquema cristiano, o la muerte del dios teológico Otro caso claro es 2001: Odisea al espacio, sobre todo cuando el computador central Hal no deja entrar al hombre a la nave espacial, y es la “criatura” diciéndole al creador: “Usted está alterado, no puedo dejarlo entrar, quiero mucho a esta máquina”; es prácticamente la máquina hablando del humano como un virus que no quiere dejar entrar en su cuerpo. La humanidad se ha encargado de hacer variaciones sobre la idea del paraíso perdido, del ser primigenio una vez desarrollado que va en contra.

Rafael Argullol: Son variaciones sobre un esquema mucho más antiguo que el que puede formular la ciencia ficción moderna. En realidad la ciencia ficción moderna es hija directa de la ciencia ficción antigua, que eran los mitos antiguos, incluidos los bíblicos. El problema de Hal en 2001, de los replicantes en Blade Runner o de la criatura en Frankenstein es que nosotros pretendemos la perfección: cuando queremos reconstruir el paraíso queremos reconstruir una perfección respecto a la cual tenemos nostalgia. Al reconstruir esa perfección intentamos precisamente que no tenga nuestros sentimientos imperfectos, nuestras sensaciones e angustias imperfectas. Lo que ocurre es que a través de ese juego de espejos al que antes aludía, resulta que todas esas criaturas, cuanto más perfectas técnicamente las creamos, más incorporan nuestras propias imperfecciones o tensiones y contradicciones espirituales. ¿Qué ocurre con la criatura Frankenstein? Que incorpora problemas típicamente humanos cuando su creador había querido para su criatura una gran perfección física, pero sin las tensiones espirituales típicas humanas. ¿Qué ocurre con los replicantes? Su creador también quería de alguna manera cuerpos perfectos dotados de belleza extraordinaria para funciones determinadas, pero no quería que se incorporara la ambivalencia e inestabilidad emocional, que es lo que finalmente se incorpora, y ellos mismos acaban preguntándose por el tiempo y la muerte. Hasta el ordenador Hal es tan perfecto que en un momento determinado sus combinaciones técnicas le llevan a concebir sentimientos, entre éstos el de los celos, uno de los más manifiestos de nuestra herida simbólica inicial. Esta es la paradoja: cuando nosotros sentimos nostalgia del paraíso, queremos crear un paraíso, pero quisiéramos que este paraíso fuera tan perfecto que no incorporara nuestras propias contradicciones. Pero inevitablemente, como en un juego de contagio, se lo damos; es una rueda cósmica que parece que rige toda la vida.

 

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27 de marzo de 2008
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