Para los franceses el escritor catalán Quim Monzó tiene una gracia especial. Fue, hace más de 30 años, el autor de un libro de cuentos cuyo título Olivetti, Moulinex, Chaffoteaux et Maury tiene el amenazante encanto de la vida del hogar. Titular un libro de literatura con tres marcas de aparatos electro-domésticos que llegaron a ser muy comunes en Francia es evocar a la vez la felicidad de la vida con los seres más queridos y también la explosión ineludible en el momento de hacer algo con ellos. Chaffoteaux et Maury sobre todo, que es la marca de calentadores de agua muy famosos, nos recuerda que no existe algo como el agua tranquila. El agua quema y provoca cortocircuitos y es lo que hace Quim Monzó, cuentista de toda la vida.
Hace un año leí una recopilación suya, Ochenta y seis cuentos (Anagrama), y se mantuvo mi opinión: su género es el cuento. Aunque Monzó tiene una posición de primer plano en las letras catalanas, nunca llegará a ocupar el sitio que consiguen los novelistas. Es injusto pero es así. Monzó es el gran cantante de los horrores de la vida cotidiana: entonces, no se ubicó en un camino para ser reconocido como un renovador de la filosofía occidental. Es injusto pero es así. Y su mejor novela, la única buena en mi opinión, La magnitud de la tragedia, cuenta las horas difíciles de un tocador de trompetista pasando por Barcelona no con su instrumento sino con su sexo en una crisis terminal de priapismo; nadie ve en esta historia una metáfora de la condición humana. Es injusto pero es así. Monzó sigue siendo un gran talento involucrado en obras que parecen menores. No llega a tener el reconocimiento que se merece. Cuando se le entregó la tarea de pronunciar el discurso de apertura de la feria de Frankfurt dedicada a la literatura catalana, el año pasado, algo no cabía. No se espera el remedio a la falta de estatuto de estado-nación de Cataluña de un escritor cuyos héroes a penas se sienten cómodos en su propia vida.
Como pasa el tiempo, el último libro de cuentos de Monzó, Mil cretinos (Anagrama) habla sobre todo de geriátricos y de bares. Todo el libro lleva una atmósfera de gran cansancio, de irritación frente a la presencia de seres humanos maleducados y huele a presencia de la muerte. Lo leí con placer y también con tristeza. Ya estamos muy lejos de los principios de la vida doméstica con los aparatos de Moulinex en la cocina. Los mil cretinos del título son los que viven en asilo para ancianos. El padre del narrador ya no soporta su vida, la madre tampoco. Ambos tienen un sueño: eutanasia. Título del cuento: "La llegada de la primavera". No es humor negro, se trata más bien de hiperrealismo. Es el último Monzó, un gran talento que nos acerca a la última tragedia de la vida.
