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Eurovisión

El sábado por la noche me senté un rato a ver Eurovisión, ese festival que saca al hortera que Europa lleva dentro y cada vez con mayor frenesí. No tengo nada en contra porque es la otra cara de los monumentos y los museos y su intrincada historia aristocrática, para ser hortera hay que estar vivo y tener sangre en las venas. Lo hortera es auténtico, sale de lo más profundo del ser, es un vendaval de camisas desabrochadas hasta la mitad del pecho y cuellos por encima de las solapas, cadenas al cuello, ropa ceñida, músculos de gimnasio, tacón fino con pulserita al tobillo, mechas californianas. La elegancia va frenada, no se atreve, la elegancia es miedosa y va a lo seguro: el negro, el rosa palo, los ocres, pocas joyas, maquillaje discreto y castaño claro con reflejos dorados. La verdad es que es más cómodo y lleva menos tiempo arreglarse en plan elegante que en plan hortera. Comparemos, si no, a la concursante noruega, (que de lo que vi del festival me pareció la más elegante con un vestido de seda morado ligeramente por debajo de la rodillas y tapando hombros, cuya seriedad sólo rompía un amplio escote sobre pechos normales) con la de Ucrania: pendientes largos, brazaletes en ambos brazos, body de pedrería y flecos bailoteando sobre las nalgas, taconazos de aguja, moreno de rayos UVA y dos rocas a punto de salirse del corpiño. En esta comparación hay que valorar el esfuerzo de la ucraniana, aunque se haya recargado un pelín, y habría que reprocharle a la noruega que se trataba de una fiesta retransmitida a casi todo el planeta y no de ir a cenar al restaurante de la esquina.  

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26 de mayo de 2008
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Heredarás el viento

Día raro, el de ayer. En Argentina se celebraba otro aniversario de la Revolución de Mayo, a exactos dos años de lo que será en el año 2010 la -agónica, pero merecida- fiesta del Bicentenario. Parte de la atención del país estaba en Rosario, donde los dirigentes del campo hicieron un acto envolviéndose en la bandera y hablando de patriotismo, cuando no buscan más que torcerle el brazo al Estado para no tener que ceder nada de sus ganancias extraordinarias. ¿Qué clase de patriota es aquel que, sin más argumento que el de su propio beneficio, presenta ultimátums de corte mafioso a un gobierno elegido de modo democrático?

/upload/fotos/blogs_entradas/el_actor_juan_diego_botto_la_presidenta_de_la_abuelas_de_plaza_de_mayo_estela_parnes_de_carlotto_y_el_abogado_carlos_slepoy_derecha_med.jpgEn medio de mi estado de ánimo un tanto nublado (con la edad que tengo, y todavía no termino de entender la pulsión de muerte que inflama a tantos sectores de nuestra sociedad; hay mucha gente que no soporta estar bien, y que sólo parece sentirse viva durante las crisis terminales), me encontré en Página 12 con una entrevista que Nora Veiras le hizo a Carlos Slepoy, un abogado argentino cuya dedicación a la causa de los derechos humanos en particular, y de la Justicia en general, le valió el mayor de los elogios de parte de Baltazar Garzón. Hablando de cuestiones puntuales, referidas en general a los juicios a los genocidas que aún están en trámite, empecé a leer en las palabras de Slepoy cosas que interpelaban nuestra realidad más allá del marco concreto de las injusticias perpetradas durante la dictadura. Reproduzco sus palabras de manera literal, a ver si a ustedes les pasa lo mismo que a mí:

"Cuando decimos que la dictadura tuvo que contar necesariamente con la complicidad o colaboración activa de los gerentes de las fábricas, de los rectores de las universidades y de los colegios secundarios para señalar a quienes iban a ser objeto del secuestro o de la muerte, estamos diciendo que hay muchos responsables que no están rindiendo cuentas de todo esto".

Agrego yo: y también tuvieron que contar con la complicidad o colaboración activa de algunos obispos y sacerdotes, de dirigentes políticos y de gerentes de la actividad agropecuaria, muchos de los cuales siguen hoy en día dando discursos como si representasen otra cosa que su interés personal, y su propia capacidad de supervivencia. Sigo -sigue Slepoy:

"Acá hay un consenso general de que la dictadura no fue más que el brazo ejecutor de una política criminal... Se llega a la conclusión de que toda la deuda externa contraida durante la dictadura es una deuda fraudulenta, que consistió en avales públicos para la estatización de la deuda privada, que todo ha sido fraudulento, que no se puede justificar por qué se tomaron determinados préstamos. Sin embargo no se puede juzgar a estos responsables, entre los cuales están muchos de los que formaron parte del equipo económico de Martínez de Hoz (el primer Ministro de Economía de la dictadura), aparte de Martínez de Hoz mismo, porque está prescripta la acción. Esto es una auténtica aberración, porque si responsable es Videla de crímenes contra la humanidad, cuánto más son responsables sus mandantes, quienes pergeñaron el plan criminal como modo de llevar adelante las políticas económicas y sociales. De lo que se trataría simplemente es de plantear que esa aparente cosa juzgada que ha tenido por objeto dejar en la impunidad a quienes son también responsables de estos crímenes podría ser revisada".

Y por último:

"A mí me parece muy bien que se lo juzgue a Ménem por (la causa del contrabando de) las armas, pero quién lo va a juzgar por haber destruido la industria nacional, las empresas públicas, por haber hecho una política que sumió a este país en una situación de exclusión social, de marginación. Creo que otra cuenta pendiente es juzgar los crímenes del menemismo como tales... El Pacto Internacional de Delitos Sociales, Políticos y Culturales habla de las riquezas naturales como un patrimonio inalienable de los pueblos y ese patrimonio fue liquidado por el menemismo". (Agrego: buena parte de esa ‘liquidación' sigue perpetrándose hoy día.)

Mi pregunta es la siguiente: si esta sociedad se hubiese hecho cargo de sus responsabilidades, y forzado a que estos gerentes, obispos, políticos, economistas, rectores y demás actores de los que hablamos fuesen juzgados por su desempeño, en pie de igualdad con los militares que oficiaron de brazo asesino, ¿sería nuestro país lo que hoy es? ¿Habría existido el acto del campo tal como ocurrió ayer, motorizado por esos mismos dirigentes?

Cuándo celebramos la Revolución que nos convirtió en un pueblo independiente, ¿qué estamos celebrando?

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26 de mayo de 2008
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Galería de espectros: Josef K.

Anthony Perkins, Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto el de Josef K.
Delfín Agudelo: ¿Te refieres al personaje de El proceso de Kafka?
R.A.: Sí. Siempre que pienso en él tengo dos representaciones distintas, una más abstracta, otra más concreta. Una representación previa a contemplar la película de Orson Welles, El Proceso, y otra representación que es posterior a esta contemplación. Antes de El proceso llevado al cine, para mí Josef K. era un personaje en el cual se encarnaban todos los atributos del hombre medio, desde los físicos a los morales, espirituales, incluso a los atributos de vestimenta, de moda. Alguien que se veía sometido a un proceso laberíntico de acusaciones que lo iban empequeñeciendo; en cierto modo, convirtiendo en una sombra de lo humano. Por tanto, Josef K. es como una sombra que se va perdiendo en los pasillos de los juzgados, de los palacios de justicia, se va convirtiendo en una especie de hombre que pierde la corporeidad, la carnalidad a través de este magistral engranaje puesto en marcha por Kafka que es el sentirse acusado, sin saber la procedencia, incluso el fondo o el contenido de la acusación, y al final perdiendo incluso la posible fuente de esa acusación. Es decir, es un hombre que se convierte en sombra porque cae sobre él todo el peso de la ley; es aplastado por ella, sin que llegue a saber exactamente ni por qué le toca a él ni cuál es la ley, ni cuál es el origen de la ley.
Después de la representación de Welles, sin que se me desvaneciera por completo este tipo de traducción en personaje, se me apareció otra que era más bien un hombre que iba quedando progresivamente atrapado en grandes despeñaderos de burocracia. Un hombre que iba atravesando pasillos, archivos, archivos, pasillos, una habitación detrás de otra, sin saber tampoco nunca cuál era su posición en ele mundo. El universo iba quedando reducido a un gran archivo y él era una especie de personaje errante en ese gran archivo que era el mundo. Ahí el personaje encargado por Anthony Perkins es muy adecuado: esa pérdida en medio del universo archivo; e incluso Welles, con gran malintención, convierte una de las músicas que aparentemente parecían un divertimento de la música occidental, el "Adagio" de Albinoni, en una melodía terrorífica e inquietante. Quizá ahora en el momento en que pienso en el espectro de Josef K. pienso en una mezcla de ambos personajes. Por un lado uno que pierde incluso su propia corporeidad y se convierte en sombra, aplastado por el peso de la ley que no comprende; y otro que va avanzando por un pasillo interminable y acaba considerando que el mundo e incluso el universo es un solo archivo.
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26 de mayo de 2008
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El túnel a los sesenta años

El viernes pasado participé en la lectura pública de El túnel en la Casa de América de Madrid. Se cumplían sesenta años de la novela de Ernesto Sábato; el acto era un lindo homenaje a un texto canónico. La lectura comenzaría a las siete de la noche y duraría hasta las doce. Lamentablemente, la lluvia torrencial hizo que apenas asistieran quince personas.

A mí me tocó leer, a las diez y cuarto de la noche, el capítulo treinta, seis páginas de una discusión entre Juan Pablo Castel y una encargada de correo. Curiosa sensación, leer un capítulo de una novela leída hace casi dos décadas y olvidada de tan canónica (El túnel tiene la buena/mala suerte de ser obligatoria en el colegio: todos la leemos de adolescentes, y luego no nos molestamos en volver a ella). Lo que aprendí de ese capítulo es que Sábato tenía claro que el correo era "un medio de comunicación, no un medio de compulsión". Castel ha escrito una carta y la ha depositado en el correo; luego se arrepiente del contenido de la carta y quiere recuperarla, pero la encargada no se la quiere entregar. Castel se molesta: "el correo no puede obligar a mandar una carta si yo no quiero". De ahí, entonces, eso de la comunicación y no la compulsión. ¿Qué es lo que uno debe hacer? "Las cartas de importancia hay que retenerlas por lo menos un día hasta que se vean claramente todas las posibles consecuencias". Tendría que leer toda la novela para ver si ha envejecido; de la lectura de este capítulo, está claro que no sólo nuestra forma de comunicación ha cambiado, sino también el fondo. El correo electrónico es, evidentemente, un medio de compulsión, no un medio de comunicación. Nos evitaríamos muchos líos si hiciéramos caso a Castel y dejáramos pasar al menos un día antes de enviar todos nuestros correos electrónicos. Pero eso iría contra la naturaleza misma del nuevo medio.

Guardo de Sábato un muy buen recuerdo. Leí Abbadon el exterminador en un momento de crisis vocacional en la Argentina. Corría el año 1985, yo estudiaba ingeniería en petróleos en Mendoza (esa parte de mi biografía parece haberse borrado), pero me la pasaba leyendo novelas todo el día. No sabía que hacer. La novela de Sábato cayó entonces en mis manos. Llegué a la escena -esto lo reconstruye mi memoria a su conveniencia, no he vuelto a leer Abbadon desde entonces-- en que el físico, distraído en su laboratorio porque está pensando en cuestiones artísticas, comete un accidente durante un experimento; esto lo lleva a dejar la carrera y asumir su vocación. Me enteraría luego que todo era biográfico: Sábato era un físico prestigioso hasta que una crisis lo llevó a dejar la ciencia y dedicarse por completo a la literatura. Y yo, por supuesto, siempre muy influido por universos ficcionales, llegué a la conclusión de que debía seguir los pasos del personaje de la novela y dejar la carrera de ingeniería. Nunca me arrepentí.

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25 de mayo de 2008
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¿Dónde está Wendy?

Más que un álbum de música, parecía un juguete. O mejor todavía, un audiojuego. Si lo escuchaba uno dentro de un coche con cuatro bocinas, los sonidos saltaban y daban vuelta de una a otra bajo una suerte de efecto marquesina que lo llevaba a uno del feudo del Hi-Fi al reino del Sci-Fi sin estupefacientes de por medio. No en balde Stanley Kubrick había encomendado al mismo autor -por entonces llamado Walter Carlos- la música de su Naranja Mecánica, que era otra fechoría con un extraño gusto a caramelo en extremo acidulado. La combinación de Bach y Moog podía sonar plana y primitiva, pero al cabo eran esos también sus encantos. Nadie le exige a un juego que cumpla con más reglas que las propias.

     Que del primer experimento formal con un sintetizador saliera el primer disco de platino con música de Bach podía fastidiar a los puristas, pero igual, a su modo, profetizar los éxitos futuros de Philip Glass, que por entonces se pagaba el vicio de hacer música recorriendo Manhattan en su taxi. Aún hoy -y es posible que especialmente hoy, con parte ya del augurio cumplido- los sonidos del Switched-On Bach conservan la virtud de permitirle a uno asomarse al futuro. Valdría preguntarse si la misma Clockwork Orange mantendría impoluta su vigencia sin el trabajo de Walter Carlos (quien terminada la película persistiera en su tendencia a la vanguardia por la vía de una por entonces osada cirugía, que acto seguido lo convirtió en Wendy Carlos). Aún hoy siente uno que compra ciencia-ficción cuando se deja ir como un zopilote sobre la caja con los cuatro volúmenes del Switched-On. En mi caso, un objeto de culto instantáneo.

 

     A Wendy le disgusta sobremanera que le recuerden la existencia de Walter, pero a algunos no acaba de gustarnos que Wendy asome la cabeza y abra la boca cuando no debe. No he descendido aún del entrañable platillo volador cuando escucho la voz de una mujer añosa que habla sobre el trabajo original. Walter según Wendy. ¿Qué hacen esas pistas con la voz del autor ahora que ya es autora y más parece guía de museo? Afortunadamente, el aparato cuenta con la tecla delete, que se salta las pistas indeseables. Pero a veces lo olvido, y una vez más la puntillosa Wendy se encarga de sacarme del hechizo con su intervención. ¿Pensará acaso que uno quiere escucharla a ella tantas veces como a la música? Tampoco es agradable certificar que doña Wendy redujo drásticamente el tamaño de las queridas portadas originales para que la veamos a ella sosteniéndolas. Ahora bien, exigir o esperar que la señora Carlos entre completamente en razón, después de haberse dado a inventar un futuro que todavía hoy se asemeja al futuro, es pedir demasiado y hasta pecar de ingenuo.

     Cada dos o tres meses, desde que la compré, la caja con las cuatro piezas principales del trío Bach-Moog-Carlos se apodera del aparato y me instala en su atmósfera onírica con un extraño poder de convencimiento, de pronto comparable a la Técnica Ludovico. Ahora mismo, las cinco de la mañana, los ecos juguetones del Moog bien temperado van y vienen por entre las paredes de la casa con una nitidez que sobresalta. Bien oído, diríase, no es del todo imposible que ya esté soñando. 

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23 de mayo de 2008
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Contra la perfección

Mi amigo psiquiatra, un formidable hombre culto, me hace ver repetidamente que el mundo es así como es y los seres humanos tan irremediablemente imperfectos como nos parecen.

El diagnóstico, contra lo que parece, dista de ser una consigna conservadora o una orden de mansedumbre universal.  Se trata más bien de una luz tranquila que hace ver las taras y como componentes inseparables de la vida y sus complejas relaciones. De este modo, la figura de la desdicha o la insatisfacción frecuente se recibe no tanto como una insoportable deformidad sino como la genuina imagen de lo más real. La realidad no se tersa o mejora a nuestro antojo ni tiende a complacer las surtidas variantes de nuestros deseos. Es lo que es. Es tal como una orografía independiente de nuestra voluntad y constantemente apartada de los proyectos que imaginamos.  Es absolutamente lo que es. Los rasgos de su fisonomía que nos desagradan sólo provocan aún más dolor cuando pretendemos que sean de otro modo. Las cosas son como son, las personas con quienes no coincidimos resultan ser tan irreductibles como nuestra propia diferencia y, en consecuencia, lejos de pugnar por cambiarlas ganaríamos más asumiendo sus caracteres y recorrerlos desde su negación.

La tranquilidad que se desprende de esta actitud positiva se corresponde con la serenidad que procura saberse imperfecto para siempre. La perfección es un estorbo y su persecución una tabarra. Lo es tanto la perfección en sentido absoluto como la perfección relativa que asociamos a la semejanza de alguien con nuestro yo, de cuya similitud esperamos, ilusoriamente, un plus de deleites. Ni la tensión hacia el ser perfecto ni la busca de la máxima unidad personal traen nada bueno. Más bien son la fuente  segura de infelicidad puesto que la infelicidad se potencia con la impotencia de un anhelo y nada será menos asequible en este mundo que hacer de los sujetos y las cosas el ser deseable que no son.  

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23 de mayo de 2008
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Poetas de la ciudad

Todas las ciudades tienen sus poetas. Estoy en Córdoba, la ciudad de los Omeya, de los poetas, los filósofos, los matemáticos y los constructores de jardines, palacios y mezquitas. La ciudad de Góngora, poeta de poetas, solitario y jugador, con su seriedad de alejarse por las callejas. Y Córdoba, más cercana con los poetas de "Cántico", aunque Lorca nos dejara para siempre esa imagen de una ciudad lejana y sola, menos sobria, más barroca en este día del Corpus. Día verdaderamente reluciente. ¿Os acordáis? Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol. Hermosas mentiras de nuestra infancia, frases que no las borra el tiempo ni el descreimiento.

En Córdoba, con algunos poemas de Ricardo Molina: "¿Es esta aquella Córdoba que amamos?/¿es esta aquella Córdoba de melifluas voces/cuyo acento de vísperas llegaba hasta nosotros, / cuando Bernier lo mismo que a escolares ingenuos/ nos llevaba a admirar el patio de un convento?"

Esa Córdoba de lo poetas que en el franquismo querían celebrar la vida, la escapada de la "solera pálida, en las viejas tabernas patriarcales". En esas tabernas en que otro poeta cordobés, Pablo García Baena -que acaba de ganar el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana- leía églogas y buscaba mercenarios abrazos en recónditas tabernas. Poeta ideal para pedir noticias de Córdoba en un día de mucha luz en la ciudad ni lejana ni sola. Edén perdido. Armonía de nombres: Muro de la Misericordia, Alcázar Viejo, plaza de los Aguayos, Piedra Escrita, Tesoro, Hoguera, Cidros, Mucho Trigo, calles que el poeta recorrió, que vuelve a recorrer cuando nombra.

García Baena que termina uno de sus poemas a la ciudad, a su ciudad, con el viejo lamento de lo que fue y ya no es:

"....Usura y avaricia/ la heredad repartieron destruyéndola,/dividieron tu duelo,/ echaron suertes/ sobre el solar patricio,/fonsque sophiae,/mientras te disfrazaban percalinas/ para un siniestro carnaval turístico,/oh inmortal, eterna, augusta siempre,/oh flor pisoteada de España."

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23 de mayo de 2008
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Bling-bling

Ayer, jueves, en Francia, hay huelga de los transportes colectivos para denunciar el aumento del número de años de cotización necesario para cobrar del estado una pensión completa de jubilado (pasa de 40 a 41 años, pues la población envejece y aumenta su proporción de jubilados). El miércoles los pescadores provocaron manifestaciones para denunciar el aumento del precio del combustible (según la cotización del barril de petróleo calidad Brent en Nueva York). Hoy, hay amenazas de piquete de camioneros en carreteras y autopistas, también para denunciar el precio del combustible. "Tenemos una arma masiva, el camión" acaba de decir el líder del gremio de transportistas (no ha dicho arma de destrucción masiva pero esto no le quita nada a la voluntad de cortar el tráfico de manera ilegal).

/upload/fotos/blogs_entradas/blingbling_med.jpgFrancia es un país donde se producen huelgas y retenciones de carreteras para denunciar la demografía del país o la situación del mercado mundial de las materias primas. Francia es un país de excesos, un país bling-bling. Es una expresión que está en todas partes y ahora es la manera más común de calificar a su presidente, Nicolás Sarkozy. Se le tacha de ser un presidente bling-bling. Lo que necesita unas explicaciones. Bling-bling es una canción de rap, obra de BG, miembro del grupo Cash Money Millionaires. Nadie se acuerda de la canción creada hace diez años pero se quedó su título: bling-bling. Se supone que la repetición de la silaba bling se parece al ruido de la joyería barata, cadenas, aretes, relojes, anillos desplegada por los cantantes de rap de los años 90. Sarkozy no lleva esta parafernalia pero su gusto por los relojes Rolex, las gafas Raybann y su obvio placer a tener a su lado a la modelo Carla Bruni como esposa justifica para muchos el uso del adjetivo bling-bling como algo acertado cuando se trata del presidente.

Acabo de comprobarlo ayer por la mañana al visitar una oficina de hacienda (en el distrito IV de París) para hablar de mis impuestos. Había carteles que indicaban una huelga y al preguntar el motivo a un empleado entablo un diálogo cargado con un lapsus:

- nous sommes en grève contre la sexualité bling-bling.

- c'est quoi la sexualité bling-bling?

- non, nous sommes en grève contre la fiscalité bling-bling.

- c'est quoi?

- C'est la fiscalité de Sarkozy.

Incluyendo al lapsus del empleado que confunde al principio sexualidad y fiscalidad, el diálogo se traduce así:

- estamos en huelga en contra de la sexualidad bling-bling

- ¿qué es la sexualidad bling-bling?

- no, hacemos la huelga  en contra de la fiscalidad bling-bling

- ¿de qué se trata?

- es la fiscalidad de Sarkozy.

Mi pronóstico: a largo plazo tendremos un piquete en una carretera para denunciar la belleza de la esposa del presidente (y de manera subliminal a la sexualidad bling-bling que se atribuye al presidente). ¡Que país!

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23 de mayo de 2008
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Mr. Jones, toma cuatro

Con la neurona y media que me queda funcionando -son las dos y media en la madrugada del viernes aquí en la Argentina, y he estado escribiendo desde muy temprano-, cumplo con lo prometido y doy parte del rato entrañable que pasé anoche en compañía del doctor Henry Walton Jones Jr., después de tanto tiempo sin saber de su vida. Es verdad que Indiana Jones and the Temple of the Crystal Skull es la película más floja de la saga, pero nadie me quitará lo bailado. Como ocurre en los reencuentros tanto tiempo postergados, las cosas ya no son lo que eran -el otro no es el mismo y tampoco lo es uno, como ya lo sabía Heráclito- pero basta la proximidad para encender el calor de los buenos recuerdos compartidos.

/upload/fotos/blogs_entradas/indiana_jones_41_med.jpgA uno lo alegra saber qué fue en todos estos años de un personaje al que uno considera parte de su familia espiritual. Y una buena secuencia de acción -que las hay en esta película, como en todas las previas- es algo que siempre se disfruta. (La fuga en moto por dentro de la universidad me resultó muy simpática.) Encuentro loable el intento de poner a Indy en sintonía con los tiempos que corresponden a su edad física (el mundo de 1957 ya no es el mismo que no preveía la existencia de Auschwitz), lo cual genera una escena perturbadora que nunca creí que presenciaría: Indiana Jones y un hongo nuclear, compartiendo el mismo cuadro. Pero la promisoria línea argumental que ponía a Indiana Jones en el bando de los políticamente sospechados -un amigo subraya el hecho de que el gobierno ve comunistas ‘hasta en la sopa'-, se diluye enseguida en la intrascendencia.

Dicho esto, mentiría si no admitiese que disfruté. Mi hijo-en-camino empezó a zapatear en el vientre de su madre con los aplausos que el público dedicó a los títulos del film, y siguió haciéndolo en sintonía con la música de John Williams. Cada vez que miraba los rostros de mi familia y de la de mi amiga Miriam, no veía otra cosa que luz, esa expresión azorada en la que se transparenta el niño que alguna vez fuimos. ¿Se le puede pedir algo mejor a una película que nos transporta a ese estado del alma?

Al comienzo del film Indiana reflexiona sobre la familia que perdió -incluyendo a su padre, Henry Jones Sr.-, pero sobre el final ha ganado otra. Somos muchos los que no podemos pensar en Indiana Jones sin recurrir a las reglas que definen una familia. Uno puede ser el hombre más objetivo del mundo y tener consciencia de los defectos de su gente, y aun así no renegar de ellos. Con Indiana ocurre lo mismo: a pesar de todo, se lo quiere igual.

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23 de mayo de 2008
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