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Fuera esos hombres de mis calles

Hace tiempo vengo quejándome de algunas cosas que nunca cambian. Treinta años después de la llegada de la democracia en España tenemos que seguir soportando vergonzantes nombres de algunas calles. ¿Cómo es posible que una de las más hermosas, y principales, calles de Santa Cruz de Tenerife se siga llamando General Franco? Alguien podría imaginar la calle Adolf Hitler en el centro de Berlín. También pensaba poner el ejemplo de Mussollini en mi querida Roma, pero tal como están las cosas en Italia y cómo es el nuevo alcalde de Roma, todo disparate, toda regresión, es posible.

Puse el ejemplo de nombre de calle en Canarias porque siempre que voy me sorprende la cantidad y calidad de las calles que el fascismo español mantiene en Canarias. No se corresponde al pensamiento, la historia ni el carácter liberal de la mayoría de los canarios. Y que liberal nada tiene que ver con el ser liberal de Esperanza Aguirre, por ejemplo. No hay que viajar a Canarias para encontrar callejero franquista. No hace nada más que buscar en los callejeros de muchas ciudades de Castilla, Levante, Cantabria y otras muchas repartidas por casi todo el territorio español.

No todo está perdido, vengo de uno de los  primeros pueblos progresistas de España, Puerto de la Cruz. Fue el primer pueblo español que tuvo un ayuntamiento socialista, en los años 20 del pasado siglo. Ha sido uno de los pueblos más- y no necesariamente mejor- transformados por el turismo. Aunque conserva un entorno, algunas calles y una naturaleza envidiable. También una gente. Una gente que, al fin, en su mayoría se siente contenta por haber quitado el nombre de Franco en una de sus calles principales. Fuera la calle Francisco Franco, ¡viva la calle Agustín de Betancourt! Me alegro por los amigos de Puerto de la Cruz. /upload/fotos/blogs_entradas/muchas_veces_me_pediste_que_te_contara_esos_aos_med.jpgPor muchos, pero especialmente por uno de ellos: Juan Cruz. El periodista, novelista y antifranquista está contento, como lo están los del Instituto de Estudios Hispánicos, los del Museo de Arte  Contemporáneo, los concejales -menos los de Coalición Canaria- y la mayoría de los ciudadanos que no quieren seguir soportando calles con nombre de mala gente.

Juan Cruz nos ha contado muchas cosas del Puerto de la Cruz, ahora nos sigue contando desde la ficción cosas que le pasaron al chico que creció, se hizo periodista y novelista. Su última novela -no para- se llama Muchas veces me pediste que te contara esos años. Tiempo de franquismo, antifranquismo y sin franquismo. Me alegro por nosotros.

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4 de junio de 2008
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Una mujer increíble

Uno no se olvida fácilmente de la persona con la que vio un bombardeo.

En abril, durante mi último viaje a España, destripé un ejemplar del diario El País para conservar la contratapa. Había reconocido la foto a simple vista: se trataba de una entrevista de Juan Miguel Muñoz a Gaby Lasky, a quien yo había conocido en Jerusalén a fines del año 2000, a poco de iniciada esta segunda Intifada-de-nunca-acabar. Descubrir que Gaby estaba bien, y todavía haciendo de las suyas -cuando la conocí era una de las directoras de Peace Now, una organización pacifista de origen judío; ahora, como socia fundadora del estudio de abogados Benatan-Lasky, defiende a palestinos en tribunales israelíes- me puso muy contento. Metí la doble página del diario en mi equipaje y me la llevé conmigo a través del Atlántico, con la idea de escribir sobre Gaby algún día. Siempre hay buenas razones para escribir sobre gente que,  aun en medio de una circunstancia violenta, consagra su vida a erigir fundamentos para una paz verdadera.

‘Sé que hay mucha gente que nos considera traidores', dice Muñoz que Gaby Lasky le dijo. En aquel momento del año 2000, en plena eclosión de violencia, las amenazas de muerte le llegaban a diario. A mí me dijo entonces: ‘No se puede defender lo indefendible'. La mayor parte de la gente tendería a pensar que lo verdaderamente indefendible es su posición, esto de saberse absoluta, combatida minoría en un contexto que privilegia las soluciones militares. Pero es obvio que Gaby Lasky, que aguantó los embates entonces, aguanta todavía. El reportaje de Muñoz cierra con una verdad inapelable: ‘He comprendido por mi trabajo que si hablaran todas las personas buenas que callan, se podrían cambiar muchas cosas'.

Aquella vez nos reunimos en las oficinas de Peace Now, en la Colonia Alemana de Jerusalén. Al finalizar salimos al sol y vimos pasar dos aviones israelíes de combate, rugiendo por encima de nuestras cabezas. Un par de minutos después oímos la primera bomba. Y después las otras.

Por fortuna la voz de Gaby Lasky suena todavía, para que no sean las bombas las únicas que hablen.

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4 de junio de 2008
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La tabarra del artista

Los artistas, con demasiada frecuencia, no prestan más interés que a lo que se refiere inmediatamente a su quehacer.  Pintores, músicos, escritores, son a menudo pesadísimos en la tertulia, minusválidos del conocimiento personal, solitarios, misántropos o psicóticos.

Algunos, desde luego, consiguen ser accidentalmente amenos pero  incluso entre escritores se da el caso de aquellos que hablan de la literatura sobre la literatura y convierten su habla en una peroración que no se sale de las citas, los títulos, los autores, los viejos libros. Con esto suponen que han logrado establecerse satisfactoriamente en el mundo de su oficio. Tan satisfactoriamente como un enfermo crónico hallará  en sus males y sus medicinas, en su régimen y sus inquietudes, un universo blindado tan complaciente como perverso. E insoportable para los prójimos.

Un pintor debería ser la pintura, un músico la música y un escritor la literatura en cuanto vestidos que cubren y dan aroma a su condición elemental pero otra cosa es metamorfosearse progresivamente en foscos cancerberos.

En cuanto se tropieza con ese tipo de artista que no existe sino en las mazmorras de  su oficio hay que desconfiar de él y sus influencias. Este  tipo de confinamiento despide al cabo una verdosa secreción que intoxica tanto al lector como a él mismo que pronto termina desocializado,  loco o carente de destino.

La música, la literatura o la pintura sólo perviven con júbilo en la respiración abierta, abordadas como un gustoso trabajo más, gozadas como un juego, liberadas del Sacro Encargo de  liberar a la Humanidad, al espectador, el lector, el público y al mismo artista de su pesar o su muerte.

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4 de junio de 2008
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La manada interior

El problema no es tanto temerse, con o sin Rimbaud, que "yo es otro"; una sospecha en teoría preocupante que en la cínica práctica puede reconfortar al irresponsable. Total, si yo es otro a mí qué cuentas quieren ya pedirme. El verdadero lío sale a escena cuando no puede uno ya ocultar que yo, lo que se dice yo, somos quién sabe cuántos, y que todos mentimos al unísono cuando osamos decir por intermedio de mis labios que yo soy así. ¿Así cómo? Como en ese momento se nos antoje a todos, o a la mayoría, o inclusive a esa minoría tramposa que habla en nombre de la manada entera -esto es, en el mío- cuando los demás duermen. O en fin, dormimos.

     Nunca sé bien de qué lado estoy, y desde ya concuerdo con los quisquillosos en que al menos durante los presentes párrafos debería evitar, por mera congruencia, el empleo de una primera persona del singular a la que he descalificado, por argüendera. Tomando, sin embargo, en cuenta que no soy un político, ni tampoco lo somos cualquiera de nosotros, puedo o podemos ser tan incongruentes como a mí se me pegue la gana, porque al cabo no creo en las ganas colectivas. Si ellas fueran posibles, nada habría más sencillo que ponerse de acuerdo consigo mismo en los temas de suyo divisivos, como sería, digamos, la relativa urgencia de sacudirse un vicio pernicioso. No todos dentro de uno quieren corregirse, y tampoco es cuestión de aceptar el chantaje de los edificantes, que en mi opinión son un hatajo de mustios. ¿En opinión de quién, perdón? Mía, he dicho, y al que no le parezca que se joda.

     Gobernarse es tan fácil como poner al mando del propio destino a las versiones más sensatas de uno mismo, o tan difícil como lograr que el resto se deje mangonear por una minoría más risible que graciosa. Sé que es una opinión sesgada y hasta injusta, pero esas cosas pasan cuando se es gobernado por los menos y se vive a la orilla del golpe de estado íntimo. No es que no aprecie uno los dividendos que en ciertas coyunturas estrictas y puntuales rinde la sensatez aplicada a los propios intereses, sino que rara vez puede o quiere evitar que tales intereses resulten naturalmente insensatos. Se entiende así que nadie entre los que aseguran ser yo y firmar en mi nombre sepa con precisión para quién trabaja. ¿Debería asustarme descubrir esta brecha profunda y escarpada entre lo que intentó expresar mi gobierno y lo que terminó coreando mi oposición?

     "No sé qué me pasó", alega uno luego de haber dejado el poder en manos de los radicales más exaltados, como aquellos que llevan al infeliz yo a casarse en Las Vegas con la primera tercera persona que se le cruza. Las prisiones normalmente están llenas de gente que no sabe muy bien qué le pasó. Media, afirman, distancia entre sus intenciones y sus hechos. Fueron pero no fueron ellos, sino los otros, que además son muchos. ¿Qué sería, en estas circunstancias, el homicidio en defensa propia sino un linchamiento espontáneo, desesperado y unánime? Tomo distancia y pienso: No es cierto, yo soy yo. Uno es su propia y ciega dictadura. Algunas noches, luego del toque de queda, salgo a cazar a aquellos yos furtivos que no aceptan plegarse a esa voluntariosa voluntad que párrafos atrás atribuí a una multitud balcanizada y ahora centralizo con absoluta y terminante intransigencia.

     Siempre es así. Todos quieren hacerlo a su manera, se atropellan para imponer su punto de vista y al cabo convencerme de aplicar el párrafo final que cada uno imaginó, y en este punto lo único que puedo aplicar es la ley del látigo. De uno en uno, del uno al treinta y nueve. Una vez sofocada la rebelión, sigo adelante como si fuera yo uno y no una manada. Cuando menos espero que lo esperen, meto el freno y apago el motor. Señores pasajeros, ya llegamos.

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4 de junio de 2008
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Best-seller y best-teller

Rafael Argullol: Siempre encontraremos esa actualidad de lo atemporal.

Delfín Agudelo: La actualidad de lo atemporal es también no considerar que lo actual es pobre; o como alguien dijo alguna vez, los griegos ya lo escribieron todo, y cualquier escritura posterior es una variación. Sin embargo, muchas veces los clásicos son rechazados precisamente por serlo. Es una tragedia que su atemporalidad sea su condena en el momento de ser leídos- o no leídos. Por ejemplo, en Papa Goriot cualquier inmigrante encontrará una arenga lo suficientemente poderosa al leer uno de los monólogos de Vautrin. Pero estos episodios terminan formando parte de una minoría, puesto que generan una pereza que se apropia del lector infrecuente.

R.A.: Nosotros estamos en la misma situación que los griegos. De aquí que frases como aquella sobre los griegos o que la historia de la filosofía es hacer apostillas o notas a pie de página a Platón, son frases que pueden quedar bien o mal en el marco de una academia o de un debate cultural. Pero evidentemente cualquiera sabe que los griegos también fueron modernos respecto a otras antigüedades anteriores y que lo único que ocurre es que nosotros en muchos casos no conocemos los eslabones de la cadena o los hemos perdido. Pero si fuéramos capaces de rastrear en la genealogía lo que fue la cultura clásica, nos encontraríamos con que los griegos eran modernos respecto a otros que lo habían escrito todo. En ese sentido no hay que tener complejo de inferioridad. El hombre, desde el punto de vista de la expresión literaria y artística, ha estado siempre en la misma situación. Otra cosa es que cada época lo afronte con mayor densidad o fuerza. Si eso es así, estaría de acuerdo en que en lo literario, si antes decía que era la conjunción de lo actual y atemporal, siempre hay una especie de eterno retorno. Naturalmente que leyendo la Comedia Humana encontramos una tipología, geografía o mapamundi exactísimos sobre nuestros arribistas, nuestros nuevo-ricos, nuestros demagogos, nuestros  intrigantes, nuestros  banqueros o especuladores. Claro que sí, eso estaba ya reflejado. Y también estaba reflejado en las comedias de Aristófanes. O en las de Shakespeare. La diferencia es que en cada momento la máscara literaria va actuando a través de esas metamorfosis.

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4 de junio de 2008
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III. Las noticias de ayer, en el ayer

Un estilo y un método de comunicación que los jóvenes serán capaces de imponer en el futuro a la sociedad a través de los colegios y universidades, y de las empresas donde tengan sus puestos de trabajo, con lo que estarán creando un nuevo mundo, o lo están haciendo ya; así como los instrumentos tecnológicos que hacen posible este mundo, son obra también de jóvenes y adolescentes.

Un diario impreso, la maravilla de la sociedad industrial a lo largo del siglo veinte, nos sigue contando lo que pasó ayer; pero ya nadie se entera a través de los diarios de lo que pasó ayer, salvo que se trate de sus ediciones en versión electrónica, que deben cambiar minuto a minuto sus titulares, y apoyarse en voz y en video, para buscar emparejarse con el flujo informativo constante que se genera desde miles de sitios en Internet. Se trata hoy en día nada menos que de competir, desde el papel, con espacios de noticias que nunca tienen cierre, porque siempre se están haciendo, y para los cuales no existe el ayer, y el presente es precario y volátil.

Y el diario que habrá podido resistir el choque con el iceberg, será aquel que no imprima en su portada la gran noticia de ayer, porque habrá pasado a otra dimensión de la información, ofreciendo más puntos de vistas que noticias, más análisis, más espacios de formación de opinión, más investigaciones.

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4 de junio de 2008
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En el reino de Candaya

La semana pasada fui a Blanes a presentar Bolaño salvaje, el libro que coedité junto a Gustavo Faverón. Fue una experiencia fascinante, conocer a Carolina, y a muchos amigos que tuvo Bolaño en Blanes. La sala donde presentamos el libro, en el segundo piso de la fundación Planells, estaba llena de gente. Asistimos a la primera presentación pública del documental de Eric Hasnoot que acompaña al libro. Escuché a uno de los asistentes comentar que no habían prosperado las gestiones para que la nueva biblioteca de Blanes se llamara Roberto Bolaño; en el ayuntamiento habían decidido que sólo una sala de lectura de la biblioteca se llamara así. No había todavía una placa que indicara el nombre de la sala de lectura; ante las quejas, uno de los responsables del ayuntamiento respondió: "ahora todo el mundo habla de Bolaño, pero en diez años nadie se acordará de el".

Fui a Blanes junto a Paco Robles y Olga Martínez, responsables de la editorial Candaya, que publicó el libro. A ellos los conocí hace unos cuatro años por correo electrónico, cuando me enteré que Paco se hacía cargo de sololiteratura, uno de los sitios web más visitados de literatura latinoamericana (de hecho, incluso ahora que el sitio está descuidado, ocupa el lugar veintidós en visitas en el mundo virtual en internet; toda una proeza, tomando en cuenta que diez de los primeros veinte lugares son sitios porno). Luego nos conocimos en persona en Lleida. Paco y Olga tienen una mirada romántica sobre la literatura que desarma a cualquiera. Son profesores de colegio y vendieron una casa para cumplir su sueño de editores; no tienen secretaria, ellos lo hacen todo, y a veces envían libros a lugares remotos a pesar que la tarjeta de crédito del cliente todavía no ha sido aceptada. Candaya publica pocos libros y se arriesga con autores desconocidos en el mercado español. Publica a novelistas venezolanos, a poetas paraguayos. Ha tenido un éxito comercial notable con Nocilla dream, la novela de Agustín Fernández Mallo que se ha convertido en todo un emblema de la generación Nocilla (van por la quinta edición, más de diez mil ejemplares vendidos).

Esa noche me quedé a dormir en el piso de Paco y Olga en Arenys de Mar, un pueblito de la Costa Brava a media hora de Blanes. A pesar de que eran las dos de la mañana, nos pusimos a curiosear en su biblioteca: me mostraron, orgullosos, toda la colección que tenían de libros de Juan Villoro, muchos de ellos de editoriales pequeñas en Colombia, Argentina, México (ni Juan debe tener tantos libros suyos). También descubrí una admirable colección de libros de Vila-Matas, y una serie de libros recién adquiridos en Buenos Aires. Me contaron, orgullosos, que pronto comenzarían a publicar a Sergio Chejfec en España. Me fui a acostar a las cuatro.

Me advirtieron que el piso era modesto pero que todo lo compensaba la vista del pueblo y el mar que tenían desde su balcón. Esa noche, hurgando en su biblioteca, sentí que no era necesario nada más. A la mañana siguiente, antes de partir (deja la puerta abierta que no pasará nada), me asomé al balcón. Lo que vi fue prodigioso. Estaba en el reino de Candaya.

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3 de junio de 2008
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Cien años de Panthéon

Con gran determinación y poco eco Francia se prepara al centenario de la entrada del escritor Émile Zola en el Panthéon de París. Fecha precisa: 4 de junio. Habrá un coloquio y una exposición.

Zola es uno de los cuatro mosqueteros de la novela francesa del siglo XIX. Con Balzac, Flaubert y Stendhal configura el cuarteto maravilloso de la literatura celebrado por Julien Gracq. Pero lo que ocurre en estos días en Francia no tiene nada que ver con la literatura. Es un acto político. /upload/fotos/blogs_entradas/jaccuse_med.jpgSe celebra la entrada en el Panthéon, monumento dedicado a los grandes franceses, del autor del artículo J'accuse (Yo acuso) el 13 de enero 1998. Fue el momento sobresaliente en la polémica sobre Alfred Dreyfus, oficial judío acusado de traición. Zola, bestia negra de la derecha, del ejército y de la iglesia por su defensa del oficial, denunciaba un complot manipulado desde el nivel más alto del estado. La polémica, que ya tenía cuatro años, siguió por diez años más.

Zola es la figura del intelectual involucrado en la vida pública. No se cita a su nombre sin recordar su J'accuse que le costó una demanda en justicia. Lo único que se olvida es cómo Zola ceceaba. No podía pronunciar la letra "J" de manera correcta en francés. Su J'accuse salía como el grito de un pájaro. Es famoso por algo que supo escribir sin nunca ser capaz de decirlo correctamente.

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3 de junio de 2008
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La culpa es del cliente

Hace ya unos años un importantísimo periódico, daba el título que precede a un reportaje que (azares de la composición periodística) se incrustaba en un suplemento semanal titulado Dinero. Paso sobre el hecho trivial de que tal rotativo dedica cotidianamente dos o tres páginas  a anuncios de prostitución  y voy al meollo de lo que planteaba el reportaje, perfectamente representativo de la opinión entonces aun no predominante, pero que hoy ha ganado terreno, con aureola de ser moralmente indiscutible.

En un recuadro, el artículo destacaba el perfil del contratante: entre 25 y 30 años, con trabajo y relación sentimental estable y vehículo de tipo medio. Las razones del anatema moral  se incrementarían pues por el hecho de que el cliente no respondería a una carencia debida a la marginación social, a la edad  o la ausencia de lazos familiares.

El autor del reportaje nos presenta las  motivaciones  que según  los propios clientes les conducen al prostíbulo, y que van desde  una  supuesta pulsión irrefrenable, hasta la camaradería varonil en farras del tipo despedida de soltero. Tras ello el reportero se da la palabra a sí mismo, descargando su indignación en el siguiente párrafo: "pero lo cierto es que en el intercambio el ser cliente es siempre claramente una opción, mientras que el actuar como mujer que se prostituye es en la mayoría de los casos una necesidad y, con frecuencia una obligación ineludible".

El autor alude al hecho indiscutible de que muchas de las mujeres que se prostituyen son víctimas de situaciones sociales profundamente injustas: inmigrantes a las que se niegan los papeles, presas de organizaciones mafiosas, carentes de una formación profesional, o todo ello a la vez. Y sin embargo la asimétrica presentación no es del todo correcta y parece esconder algún tipo de intencionalidad.

Se habla tan sólo de clientes socialmente integrados, cuando es evidente que el recurso a los servicios de prostitutas se da también entre sectores marginales de la población masculina. Complementariamente se obvia toda referencia a casos no menos evidentes en los que la prostituta complementa mediante su práctica una vida sin mayores carencias materiales ni marginación en razón de origen o cultura. El autor del artículo intentaba así que el lector comulgue (¡a precio nulo! como ocurre siempre en casos de moralina que no ponen en entredicho el substrato económico social de lo que se anatematiza) con la tesis de que "la prostitución no es una actividad laboral más, sino algo que mina la imagen de la mujer y sus derechos".

Lo problemático de la tesis reside meramente en que el autor parece dar por supuesto que si la prostitución pudiera ser considerada una actividad laboral como otras entonces ya no habría razón de culpabilidad moral en recurrir a una profesional. En suma: resulta una vez más que el trabajo dignifica  y como no estamos dispuestos a dignificar la prostitución... ¡pues no estamos dispuestos a considerarla un trabajo! Me ocupare mañana de este asunto.

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3 de junio de 2008
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La Feria del Libro de Madrid

Ya he pasado mi primer fin de semana firmando en la Feria. Y ha sido todo un gustazo encontrarme con antiguos y nuevos lectores. Quiero desde aquí dar las gracias a los que ya me han escrito al correo de mi página Web con sus primeras impresiones sobre mi novela PRESENTIMIENTOS, a quienes por supuesto contestaré uno por uno. Recuerdo mis primeras ferias, lo reservada que era. El lector me pedía que le firmara el libro, yo lo firmaba, se lo entregaba y ya está. No había comunicación. Ha sido con el tiempo como he ido encontrando el verdadero sentido que encierra el sentarme en una caseta y esperar a que se acerque alguien. Porque ese alguien que se acerca sabe que has ido hasta allí y te has sentado tras un mostrador para hablar con él, para conocerle aunque nada más sea unos minutos, y no sólo para estampar una dedicatoria más o menos bonita y la firma. De hecho hay lectores con quienes te reencuentras únicamente en la Feria del Libro y en ningún otro sitio, como si hubiésemos pactado una cita entre los frondosos árboles del Retiro y entre los frondosos libros de las casetas.

El lector también acude allí para algo más que comprar un libro con el que puede hacerse cualquier otro día en una librería. Va porque el ambiente es festivo, al aire libre y porque tiene algo del mercado tradicional, ya prácticamente desaparecido, en que el cliente no sólo compraba sino que entablaba un diálogo sobre lo que compraba, sobre su calidad, el precio y de paso sobre la vida.

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3 de junio de 2008
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