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Galería de espectros: Calígula

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto el de Calígula.

Delfín Agudelo: ¿Te refieres al Calígula de Camus?

R.A.: El Calígula de Camus es todavía más inquietante que Calígula entendido como figura histórica, o el Calígula que nos han presentado los historiadores. Es más inquietante porque plantea algo sumamente limítrofe, que es la actitud o conducta de un hombre que ya ha acumulado todo el poder, que ya ha llegado al límite del poder humano, y de lo que ocurre entonces. Ahí es donde se inicia el drama y la sinrazón de Calígula. No es por tanto una obra de teatro sobre el poder, ni una obra en la cual hay una clara premonición del totalitarismo nazi que en aquél momento está ascendiendo, como se ha dicho tantas veces. Su aportación especial es el hecho de plantear qué ocurre no cuando se busca el poder, sino cuando se detenta. En ese sentido se plantea la incógnita de lo que le ocurre al hombre cuando se ha deificado o divinizado, sintiéndose un dios todopoderosos. Eso es lo que pienso que seducía a Camus: intentar investigar qué es lo que ocurre cuando se llega a esos límites. Y no es solamente el reino de la gratuidad, de la arbitrariedad y de lo absurdo; lo que ocurre es todavía más preocupante: es la instalación de la tiranía del tedio y la monotonía. Aquello que verdaderamente atormenta al Calígula de Camus es que una vez lo ha conseguido todo, nada puede hacer contra el principal enemigo del poderoso, que es la propia reiteración, rutina y monotonía. Nos encontramos la paradoja de que la criatura que ha acumulado más poder se ve finalmente envidiando a criaturas más humildes y modestas, para las cuales la tiranía del tedio no es la existencia cotidiana. Por lo tanto Calígula de Camus planteó la crueldad, la violencia y la obtención del poder, y por tanto también políticamente el poder totalitario que se estaba dando en el siglo XX. Pero más allá de ese análisis incluso proyectado hacia el siglo XXI, consiste en el fantasma de lo que ocurre con todos nosotros una vez accedemos a la posesión. Cuando vemos consumada la posesión, empieza algo muy desasosegante, que es la monotonía ulterior a la posesión.

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6 de junio de 2008
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Los diarios

Las personas guardan celosamente sus diarios y con toda razón. Da miedo que nos lean las páginas del diario, contrariamente al deseo de que nos lean los artículos, los libros o los tratados.

El diario parece hecho para sí, para ser escrito y no leído por nadie y, sin embargo, es verdad que no hay modo de ponerse a escribir, se trate de diarios, de poemas o libros de texto, sin una mirada exterior a la que tácitamente hablamos, implícitamente nos corrige y secretamente nos acompaña o jalea. Escribir para sí no sólo es imposible sino criminal o suicida. No permanecerá mucho tiempo vivo quien se administre esta pócima solitaria en un imposible estado puro. La muerte por suicidio encierra el final absoluto de toda partícula de comunicación. ¿De comunicación conmigo? ¿Con el mundo? El último sonido del suicido arrasa la huella secretante del yo y se pierde la vida como correlato a su volatilidad. La tinta se evapora, el trazo desaparece de la vista. En el silencio del yo único se cruza la muerte propia y la vida esencial de aquel fantasma que, secretamente, nos permitía vivir.

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6 de junio de 2008
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Concha Méndez, tapada y destapada

En la generación del 27 no hay mujeres, aunque las hubiera. Sin duda, dos poetas mujeres deberían haber estado mucho más presentes, Ernestina de Champurcín y Concha Méndez.

De la tapada y destapada Concha Méndez quiero contar algunas cosas. El otro día, después de tantos años, y gracias al empeño del Centro Cultural de la Generación del 27, se presentó la poesía completa en la Residencia de Estudiantes. El mismo lugar donde una tarde se presentó la joven Concha Méndez para regalar su primer libro a Federico García Lorca. Se presentó descubriendo un secreto. Se presentó como la desconocida novia de Luis Buñuel. Sí, el contradictorio Luis Buñuel, el "irracional" como le llamaba Pepín Bello, era novio secreto de ésta mujer tan libre, tan peculiar, tan independiente. Amante de los deportes, del jazz, los viajes, moderna sin sombrero y mujer libre en el amor. Toda una rareza en su tiempo. Todo eso, además de una curiosa intelectual y poeta, quedaba tapado por su condición de ser mujer en un entorno muy machista. El tan libre Luis Buñuel, se acostaba -o lo que hicieran en sus relaciones secretas- con Concha Méndez, pero no quería que estuviera en su entorno. No quería presentarla a sus amigos. El maligno de Pepín, esteta y exagerado, decía que no quería presentarla porque no era muy atractiva. No se, es posible. Después no quiso que su mujer estuviera cuando estaban sus amigos porque la bella Jeanne provocaba sus celos incontenibles. No tiene desperdicio su libro de memorias, libro que habría que rescatar: "Memorias de una mujer sin piano", se pudo haber llamado "Memorias de la cocinera de Buñuel". Fue una mujer sin piano porque a Luis le molestaba el piano. Y siempre fue una excelente cocinera. "La mujer, la pierna quebrada y en casa". Como Tristana.

Y Concha dejó de ser novia de Buñuel. Mejor con su amor siguiente, el poeta, editor e impresor, Manuel Altolaguirre. Al menos mejor durante unos años. Fecundos años de creación de la imprenta Sur. De las publicaciones de los poetas de su generación. Y ella seguía en los márgenes. ¿Por qué estas mujeres listas y libres soportaban esas sometidas historias con sus maridos, con sus novios, con su entorno de hombres? Sin duda eran otros tiempos.

Pasaron los años. Llegó el exilio y casi el olvido de una obra que nunca paró. Se separó de Altolaguirre, que se hizo muy amigo de Buñuel, y trabajó en el cine hasta que un fatal accidente de coche, cuando se dirigía al Festival de San Sebastián, acabó con su vida y la de su nueva compañera. Concha siguió siendo una mujer vital, inquieta, buscadora de felicidad a pesar de las adversidades y los desamores. Siguió creciendo como mujer y como poeta. Ahora finalmente rescatada.

Me gustan sus iniciales, una tanto inocentes, escarceos vanguardistas, ultraístas, como ese poema dedicado al jazz y resumen de lo feliz de los años veinte:

"Luces vibrantes. / Campanas histéricas. /Astros fulminantes. / Erotismos. / Licores rebosantes. / Juegos de niños. / Acordes delirantes. / Jazz-band. Rascacielos. / Diáfanos cristales. / Exóticos murmullos. / Quejido de metales."

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5 de junio de 2008
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¿No hay en el mundo dinero…?

"Dinero que es mi alma", repetía a intervalos Agustín García, en un suspiro a la vez resignado y rabioso, en la Boule d'Or, café parisino que servía de refugio a una variopinta tribu de españoles en los años de la diáspora provocada por el franquismo, la miseria económica, o la miseria afectiva. La ocasión se presentaba efectivamente varias veces cada noche. Se trataba simplemente de que la inevitable analidad o racanería de cada uno debía necesariamente ser vencida (de manera inevitablemente dolorosa), a fin de contribuir a que tal o cual pudiera efectuar una inscripción que le permitiera hacerse los papeles, pagar el alquiler de la chambra, o simplemente pillar unas rayas.

Fue entonces cuando parte de la tribu se desplazó al monasterio de San Miquel de Cuixá en el Rosillón, organizando un seminario sobre El Dinero, al que se sumaron, desde Sevilla, Madrid o Barcelona, Perico Romero, Fernando Savater, Jacobo Cortines, Rafael Sánchez , Alberto González , Eugenio Trías...(fue allí donde Demetria, Rafael y Agustín hicieron un poema de despedida a Ferrán). Personas bien dispares... pero unidas por común exigencia de lucidez sobre (casi, casi) lo sagrado, es decir, aquello que cercenaba nuestros cuerpos como nuestras almas, aquello que confería a todo pensamiento una connotación de valor, y que bañaba todo vínculo afectivo en una atmósfera de bolsa, de mercado, en un sentido mucho más preciso del término que el evocado por las coplillas que entre vinos solíamos entonar ("cuan sano me fuera no ir al mercado, que no que viniera tan aquerenciado, que vengo cuitado, vencido de amor...).

Y en San Miquel de Cuixá pasamos una semana entera reflexionando sobre las fórmulas del interés simple y del interés compuesto, con el sentimiento diáfano de que, tan aficionados a filosofar como éramos en general, nos estábamos ocupando de la cuestión metafísica fundamental. Reflexionando, en suma, sobre la esencia del dinero y la amplitud de asuntos literalmente caros sobre los que el dinero proyecta su linterna corruptora. Asuntos entre los que el amor y la sexualidad no sólo cuentan, sino que cuentan de manera primordial, hasta el punto de que se hace en ocasiones imposible discernir si el dinero los ha corrompido, o si (en la modalidad en que se presentan, y que es quizás la única que unos y otros hemos conocido) constituyen la expresión adamantina del vínculo entre almas y cuerpos que la misma palabra dinero designa. De ahí la extrañeza que arriba manifestaba respecto a que los más incondicionales devotos del mercado, los que erigen la libertad del mismo en equivalente de sociedad libre, los que contemplan con estoico sentimiento de lo inevitable, como la vida cotidiana de los hombres (y con ellos lenguas, culturas, sociedades... ) son absorbidos por la voracidad de tal Saturno, los que, en suma, efectivamente, al oro se humillan, tengan aun corazoncito para considerar que no hay en el mundo dinero para comprar los ‘quereres' y que una mujer decente (mientras sólo vende su entera cotidianeidad, su capacidad productiva, su salud y sus exigencias innatas de vivir plenamente como un ser de razón y de palabra) se convierte en indecente cuando incorpora al mercado su capacidad de generar deseo.

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5 de junio de 2008
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Los jugos del otro

He asistido excepcionalmente a algunas reuniones de sociedad para experimentar, sin proponérmelo, el paladear intensas conversaciones en las que lo más sabroso de toda la velada se hallaba en el desarrollo del canibalismo sobre personajes servidos ya en la mesa o después, en la sobremesa, en el ruedo que componen los sillones y sofás de la casa.

Se trata, como todos sabemos, de una reunión no estrictamente ritualizada pero que contemplada en su totalidad con un ojo ligeramente semiológico se revela un modelo histórico tan definido como perdurable.

En esta ceremonia de devoración del ausente, empezando por una risueña insignificancia y llegando hasta el corazón de su nobleza o su dignidad, cuenta al principio con un par de intervinientes pero bastan unos minutos para que el mismo apetito homicida prenda en otros que enseguida inician y generalizan un trinchado del mismo sujeto ya seleccionado o agregan otros ejemplares para exponerlos también a la succión, la desmembración y la digestión grupal. De este modo se explica la incontenible euforia de confraternización con la que se despiden entre sí los asistentes y se prometen volverse a encontrar para reeditar la sesión excitante.

La cena y una conversación sin víctima habrían dejado insatisfechos pero exaltados por la vehemencia de las críticas, la masticación de los entresijos y la ávida degustación de la sustancia personal del ausente, la noche llega a brindar un disfrute que colma todas las expectativas y el placer se confunde con las luminosas heridas que a latigazos han ido desgarrando la integridad la identidad del sujeto hasta convertirlo en el plato principal de la velada. En esa experiencia es inexcusable la complicidad de todos los comensales pero también una elaborada inclinación a complacerse en el mal. Instrucción que requiere, como poco, veteranía en el rencor, cínico desapego y, como en las fiestas del circo romano con gladiadores, una coherencia con el hondón de la especie humana que, no interesándole ninguna otra cosa más que los seres humanos, disfrutan más de su sabor cuando la orgía del despedazamiento libera sus jugos internos y pueden sorberse en comunidad, en medio del cómodo salón y bajo el patrocinio de altos, cultos y refinados anfitriones.

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5 de junio de 2008
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Los Pájaros

¿No os habéis sentido alguna vez como Tippi Hedren cuando, en la película de Hitchcock, cientos de pájaros comienzan a llenar los cables de la luz a su espalda? El espectador observa con bastante tensión la amenaza, mientras que ella, ajena al peligro, fuma y piensa en sus cosas con cierta mirada de ensoñación. Y la verdad es que respiramos cuando por fin gira la cabeza y se da cuenta de lo peligroso de su situación.

Esta escena de Los Pájaros es el resumen de la paranoia en su estado puro. Ni miles de páginas de psiquiatría conseguirían explicarla con tanta claridad. Y también alimenta la inquietante sospecha de que cuando alguien se siente perseguido es porque alguien de verdad le persigue. Quien más quien menos a veces nota con un escalofrío cómo unas cuantas sombras le muerden la espalda, nota empujones como golpes de viento ardiendo, nota ojos acechantes. ¿Quién no ha tenido nunca la sensación de que unas cuantas pajarracas y pajarracos murmuradores se cuelan por los hilos del teléfono y por las rejillas de ventilación de esos despachos donde se podría estar dirimiendo su futuro? El gesto de mirar atrás ha quedado inmortalizado desde los tiempos bíblicos, en que la mujer de Lot fue convertida en estatua de sal por curiosa, como el peligro que encierra querer saber un poco más, no conformarse con lo que te cuentan y pretender llegar al fondo de las cosas. Uno se puede acabar volviendo loco.

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5 de junio de 2008
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La literatura como arte

"La condition humaine", René Magritte, 1935Rafael Argullol: La diferencia es que en cada momento la máscara literaria va actuando a través de esas metamorfosis.
Delfín Agudelo: Metamorfosis que, por demás, consiste en la condición humana. De allí lo importante y valioso de Todorov en su último libro: le gusta leer porque le hace ser mejor persona, y porque todo lo que ha leído le ha permitido una mejor comprensión de la condición humana. Los clásicos funcionan a manera de una gama de espejos que desde siempre nos han reflejado. Cada día nos encontramos con un tipo de Aquiles, o algún tipo de Héctor.
R.A.: Por eso es tan importante que el escritor no sea conformista. Que sea alguien que entienda la literatura no solamente como una técnica u oficio o manera de ganarse la vida, sino también como un arte. Porque así la literatura, al considerarse también como arte, intentará mantener ese equilibrio entre lo actual y lo atemporal. Expresar lo que siempre ha intentado, que es el claroscuro; pero intentará expresarlo de acuerdo con las señales de cada momento. Para hacer eso se necesita siempre recurrir a la experimentación. De lo contrario, lo que hay es una especie de creación o fabricación de simulacros, que sí pueden servir, por ejemplo, para manifestar lo sociológico de un fenómeno. Pero lo artístico no es solo los sociológico de un fenómeno. Tomemos como ejemplo El Avaro de Molière. Claro que la obra nos ayuda a entender la sociología del inicio del capitalismo, que confirma una figura como la del avaro. Pero también nos ayuda a comprender un movimiento pasional negativo o no, como se quiera, de la condición humana, que es completamente atemporal. Un escritor de nuestros días como lo es Tom Wolfe, escribe La hoguera de las vanidades. No es un favorito mío pero sí es adecuado para comprender un broker de Nueva York a finales del siglo XX. Ahora bien, si uno considera esa novela como arte, al mismo tiempo lo que allí se expresa no tiene que ser solo ese dibujo de la codicia a finales del siglo XX, sino también la expresión de la codicia en un sentido universal. De allí lo importante de continuar reivindicando siempre la literatura como arte frente a aquellos que de una manera más o menos oportunista, demagógica o pragmática quieren reducirla siempre a un oficio, una técnica o algo que se puede aprender pero que no hace falta que asuma riesgos.
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5 de junio de 2008
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IV. Renacer o morir

Pero no es una lucha fácil para los periódicos impresos a los que hemos estados acostumbrados. Los enemigos son muchos. El teléfono digital como sustituto del viejo periódico de papel, en el que leeremos las noticias a cada instante mientras van produciéndose.

/upload/fotos/blogs_entradas/sentencia_previa_med.jpgLa pantalla tamaño bolsillo del kindler, el artilugio en el que también leeremos libros. O el periódico hecho de una hoja de plástico flexible, como lo vimos ya en Sentencia previa, la película futurista de Spielberg, en manos de lectores que viajan en el autobús: la hoja estará conectada aun chip transmisor, que generará las noticias, y en lugar de fotos fijas, tendremos videos. Un periódico virtual que usará "tinta electrónica", millones de partículas capaces de moverse y acomodarse para formarse en letras, y en imágenes.

Los diarios, nuestros diarios de tinta y papel de todos los días, deberán cuidarse de no volverse prescindibles. Les está en juego la existencia misma. Tendrán que reinventarse ellos mismos para poder vivir en la nueva era digital, habiendo nacido en una era anterior, la era industrial. Es lo que pasa con todas las especies vivas, según las viejas leyes de la biología. O se adaptan a la nueva atmósfera, o perecen. 

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5 de junio de 2008
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Libros y medias

Recuerdo que en mi primera feria fue toda mi familia a verme. Mis padres, antes de acercarse, se quedaron contemplándome en la distancia como para ver mi logro en toda su dimensión, como para verme entre otros autores dentro de otras casetas y mi primera novela entre miles de libros. No sé qué pensarían, tal vez que me esperaba un camino difícil, sin embargo, recuerdo lo que pensaba yo. Estaba pensando en algo que me acababa de decir una escritora ya veterana, algo parecido a que ahora tenemos que vender los libros como quien vende medias.

Lo dijo por decir, esas cosas que se dicen en las ferias del libro, pero a mí la imagen libro-media se me quedó grabada y aun ahora me parece bastante conseguida. Creo que no hay una venta más delicada que la de las medias cuando la vendedora las saca del paquete, las desdobla, mete la mano por una de ellas y la desliza muy suavemente para que la clienta compruebe su efecto sobre la piel. En el fondo, el lector que hojea un libro, lee la contraportada y algún párrafo, lo toca, está pasando la mano por su entramado para hacerse una idea de que es lo que mejor le va a sentar a su estado de ánimo, a su carácter y a sus gustos. Así que tampoco hay que pasarse de engreídos y pensar que el libro es un mundo aparte. El libro es como todo lo demás, unos hacen medias y otros hacemos novelas, y luego todo depende de cómo le sienten a cada cual.

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4 de junio de 2008
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El trabajo dignifica

La tesis implícita del bien pensante articulista del que me ocupaba ayer es que el trabajo intrínsicamente dignifica y así que la prostitución sólo podría ser legalizada si tuviera carácter laboral, cosa que el autor niega. Señalaré de pasada que no todo el mundo está de acuerdo. Precisamente la condición de trabajadoras de las prostitutas es puesta de relieve por personas caracterizadas por una eficaz y efectiva denuncia de los abusos de los que son víctimas estas mujeres, abusos que no personifican sólo los clientes ni los alcahuetes, sino en ocasiones la misma administración. Pero hoy no me interesa tanto la cuestión particular de la prostitución como la general del trabajo:

El cliente del prostíbulo sería culpable de homologar la capacidad de la mujer de excitar su libido y entonces adquirir lo que se ofrece, mientras que el (o la) cliente de la sección de perfumería de un gran almacén no tendría responsabilidad moral alguna por su contribución a que una muchacha de 20 años consuma literalmente su juventud (y cubra sus piernas de varices) en diez horas cotidianas de obligada compostura, con prohibición de tomar asiento en un frustro taburete en razón de la mala imagen que ello produciría.

Hay algo más que farisaica moralina en todo esto. Hay una tentativa de obviar que ciertas modalidades de trabajo, por desgracia perfectamente convencionales, embrutecen a la persona que lo ejerce y envilecen al que meramente no lo combate, a fortiori al que lo facilita y obviamente al que se beneficia del mismo. Que en un mundo donde sólo el mercado es sagrado, se considere que el mercado del sexo envilece no deja de tener guasa.

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4 de junio de 2008
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