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Aquel imperdonable Mundial 78

Soy un argentino atípico, dado que el fútbol me tiene sin cuidado. Cuando trato de racionalizar este desapego, recurro a nociones de mi infancia. Me digo que, dado que era miope y no podía jugar bien, la mía debe ser una reacción al estilo de la fábula La zorra y las uvas: desprecio lo que no puedo poseer. O bien que debe haberme quedado un rechazo instintivo, dada mi infausta suerte en dos oportunidades en las que jugaba a la pelota: cuando en Neuquén me corté el tobillo con un vidrio de Coca-Cola (hospital, varios puntos), y cuando en Córdoba -vacaciones accidentadas todas ellas- le pegué un chutazo a un panal de abejas, que salieron de inmediato en nube a vengarse (debo decir que con sumo éxito) de su agresor.

Pero cuando pienso de esa forma tiendo a olvidarme de la razón principal. Que recordé ayer domingo, leyendo el suplemento Radar del diario Página 12. Justo en esa fecha, un 1º de junio de treinta años atrás, se inició el Mundial de fútbol que la Argentina terminaría ganando, de local y de manera que nunca dejará de ser sospechosa.

Recuerdo el fervor -recuerdo ver partidos en mi casa rodeado de compañeros de la secundaria, tenía 16 y estaba terminando quinto año- y también recuerdo el festejo final en las calles. Yo salí a celebrar, como todos. Y nunca me lo voy a perdonar. No porque haya sido cómplice consciente de la dictadura: en esos tiempos yo no tenía la menor idea de nada de lo que estaba ocurriendo, no había presenciado actos de represión ni conocía a nadie que siquiera conociese a un desaparecido -o que en fin, confesase conocerlo. Lo que no me perdono es no haber sido fiel a mi intuición. Yo no sabía por qué, carecía de datos y de argumentos para justificar esta sensación, pero mi estómago -o si prefieren, mi alma- me decía que si había alguien a quien yo debía temer no era a los presuntos ‘subversivos', protagonistas de tanta propaganda oficial que los presentaba como la reencarnación del Hombre de la Bolsa, sino a los militares, policías y representantes -de uniforme o no- de cualquier otra fuerza de seguridad.

Luchaba yo en esos tiempos para no dejarme atenazar por el sentimiento que la dictadura trataba de inspirarme a toda hora: un miedo pánico, miedo de salir a la calle, miedo de opinar, miedo de hacer algo por los demás -miedo de pensar. Y embarcado en mi batalla personal y por ende solitaria, no advertí que iba a caer de narices en otro sentimiento, totalmente contrario al anterior pero igualmente manipulador: el alivio. Alivio de poder gritar sin que nadie te mirase raro, alivio por poder manifestar con otros sin parecer sospechoso, alivio por poder expresarme en la calle sin que nadie me haga desaparecer. Para ponerlo en términos del Indio Solari -no el del fútbol, el cantante de Los Redonditos de Ricota-, les dejé que secuestraran mi estado de ánimo. Y desde entonces no he logrado dejar de percibir el fútbol de esa manera. Como una de las formas favoritas que tiene el poder de secuestrar el ánimo de millones de personas: para que no griten lo que tienen que gritar sino consignas huecas, para que tapen con sus gritos de fervor los gritos de aquellos que claman por sus vidas -como en aquel odioso, imperdonable Mundial 78.

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2 de junio de 2008
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Galería de espectros: el Golem

Fotograma "Der Golem", 1920, Dirs. Paul Wegener y Carl BoeseRafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, me ha parecido ver el espectro vacilante del Golem.

Delfín Agudelo: ¿Te refieres al Golem de Gustav Meyrink?

R.A.: Me refiero fundamentalmente a la recreación final que hizo Meyrink, aunque en general es su figura como tal que me ha causado mucha atracción. Antes de leer su novela tenía ya conocimiento por los estudios que había hecho Scholem, el gran cabalista, y posteriormente con la lectura de la novela de Meyrink que considero una de las principales novelas expresionistas, sino la mejor. En el caso de esa transición me parece muy interesante ver cómo lo que parece en principio una creación mítica y simbólica de la tradición esotérica y hermética judía a través de la cábala -que tiene toda una tradición que surge de la Europa medieval y va atravesando los siglos-, finalmente es recogida a principios del siglo XX y se convierte en una criatura aparentemente viva que deambula por las calles del ghetto judío de Praga. Meyrink consigue crear una enorme tensión alrededor de las apariciones de esa criatura y de su influencia en medio de la colonia judía; pero lo magistral en la obra es que finalmente el Golem deja de ser puramente lo que era en la tradición cabalística para convertirse en una criatura presente en todos nuestros sueños y pesadillas. El Golem se convierte en un caudal universal del cual todos participamos y que al mismo tiempo participa en todos nosotros. Esto es lo verdaderamente turbador de la novela en la aparición moderna y contemporánea: no es una pura abstracción propia de lo que sería una invocación cabalística sino que es una real incantación de las pesadillas del hombre moderno.

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2 de junio de 2008
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Una poética de los fragmentos

Renata, la narradora de Naturaleza infiel, la primera novela de Cristina Grande (Huesca, 1962), es una mujer de pocas palabras. La historia que cuenta llega apenas a las ciento cuarenta páginas; sus capítulos fluctúan entre las dos y tres páginas, y tienen títulos, lo que les da un aire de microficciones. La novela puede entenderse como una sumatoria de relatos. "La ruptura, la fragmentación, la discontinuidad, la venta de propiedades y la muerte son los mayores pecados", dice Renata. En la novela, sin embargo, la poética de los fragmentos es una virtud, pues son estos los que construyen el mundo complejo, lleno de ambivalencia moral y resonancias inquietantes, de una familia española durante los años setenta y ochenta.

Renata puede no ser muy retórica, pero sí es elocuente. En el primer capítulo sitúa a los personajes principales de su historia: la madre y el padre, la hermana gemela, el hermano menor. En ese capítulo, se nos dice de un hecho fundamental: la muerte del padre, "de un infarto o algo parecido". Hay un antes y un después de esa muerte, pero esto sólo puede saberse con la perspectiva de los años: una vez que el período ha sido superado, Renata descubre que "han sido los peores años de nuestra vida". Naturaleza infiel es el relato de esos "peores años". No hay grandilocuencia, tampoco la mitificación del pasado o el condolerse del drama o la tragedia. Se trata de dejar que los hechos hablen por sí mismos. Por supuesto, para que eso ocurra se necesita talento para escoger los hechos, los detalles que darán cuenta de todo un universo: "El estante más alto era el de mi padre. Sus pares seguían allí bien aparcados, con el morro hacia adentro. En todos ellos el tacón del zapato izquierdo estaba mucho más desgastado que el derecho... era fácil reconocer sus pisadas porque, siendo una más débil que la otra, se asemejaban al sonido cardiaco de sístole y diástole. Era como si caminara con el corazón".

Cristina Grande es capaz de hacer lo que pocos escritores que escriben en castellano hacen: dejar que las elipsis, los silencios, lo implícito, digan más, mucho más que las palabras. Cuenta lo que se ve, pero importa más lo que no se ve. Así, nos vamos enterando del paso de la provincia a la capital; de hechos históricos importantes que jalonan la vida íntima de los personajes (Renata pierde la virginidad un 23-F); de cómo, a la muerte del padre, la madre decide no volver a casarse, y las hermanas se entregan a diferentes adicciones: Renata, al sexo casual con desconocidos; María, a las drogas (que la llevan a un centro de rehabilitación y a un final nada feliz). Este desenfreno tiene su sentido, al menos para Renata. Los hombres con los que se acuesta suelen ser mayores: "Creía que resucitaba a mi padre con cada cuarentón borracho que me ligaba alguna que otra noche". Aunque Jorge, el novio del que ella ha estado más enamorada, la deja debido a su "naturaleza infiel", lo cierto es que Renata es más bien muy fiel a su naturaleza: lo que ocurre es que lo que ella persigue escapa a la comprensión de Jorge (y también de Renata, por lo menos mientras lo vive; la escritura de la experiencia será el momento de la lucidez).

En la novela asistimos a la expansión progresiva de un mundo. La España franquista da paso a la España de la transición. El país se moderniza, y los medios dan cuenta de ello. La familia de Renata es de las primeras del pueblo en tener televisión en casa. La Philips de madera cede su lugar a la Vanguard de fórmica, "en la que vimos la llegada del hombre a la luna". Luego aparece una Grundig en color. Un día, un primo llega a casa con el CD de Madame Butterfly, "el primer CD que vimos". De todos los medios y tecnologías que aparecen en Naturaleza infiel, el más importante es la fotografía, pues no sólo identifica al padre, fotógrafo compulsivo, sino que puede entenderse como una metáfora de la forma que toma la novela: un álbum de fotografías en el que no vemos todo; debemos, a partir de unos fragmentos, de unas cuantas fotos, armar la historia. Más interesante aún: aquí también importan las fotos no tomadas. Renata dice que a veces no lleva la máquina fotográfica "para no perpetuar unos recuerdos que con el tiempo nos empeñaríamos en borrar infructuosamente". La novela se construye, entonces, sobre fragmentos (las fotos que se tomaron) y ausencias (las fotos no tomadas).

¿Algo que se pueda reprochar? Ciertas frases de efecto, que chirrian dentro de una prosa tan poco dada a llamar la atención sobre sí misma: "Yo sólo creía en el café por las mañanas y en el amor por las noches"; "la verdad es que mientras ella se metía picos en el brazo yo metía hombres entre mis piernas". Por lo demás, Naturaleza infiel es una muy buena primera novela.

(Letras Libres-España, junio 2008)

 

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2 de junio de 2008
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Presentación de los libros de Sergio Ramírez y Vicente Verdú

 

En la Feria del Libro de Guadalajara de 2005, después de presentar ante un reducido público nuestro portal literario de blogs, Sergio Ramírez y yo nos sentamos a tomar un café y oímos contar al escritor cubano Eliseo Alberto la siguiente historia:

La abuela de Alberto, una muy longeva y elegante señora de la vieja Habana, fue homenajeada por sus hijos y nietos y durante la fiesta se le preguntó cuál es el mejor de los grandes inventos del siglo. La anciana había visto en desordenado aluvión de novedad el nacimiento del automóvil, el teléfono, la radio, el frigorífico, el ascensor, la televisión, y toda la plétora de artefactos que han tecnificado el paisaje urbano, aliviado la vida doméstica, y organizado la relación social. ¿Cuál de todos ellos fue para ti el decisivo? La señora respondió diciendo que el mejor de todos los inventos y el que recordaba con más sincero agradecimiento era sin lugar a dudas el insecticida. Y añadió: "ustedes no saben qué significa vivir acosada por insectos".

La anécdota de Eliseo Alberto nos invita a imaginar cuál podría ser la respuesta que una anciana a finales del siglo XXI daría a la misma pregunta. La jovencita que hoy contempla con despreocupada curiosidad los artefactos que cambian la vida de los hombres -el iPod, el Iphone, la Red, la nanotecnología y sus aplicaciones-, y los usa con la indolente y desagradecida coquetería del usuario, ¿con qué respuesta sorprenderá a sus nietos?

El blog de Vicente Verdú y el de Sergio Ramírez que hoy publicamos en el catálogo de la editorial Alfaguara, después de haberlos colgado en El Boomeran(g), son una excelente colección de fragmentos literarios y ensayísticos pero al mismo tiempo son un ejercicio de sagacidad: los autores quieren conocer hoy la respuesta y ahorrarse el esfuerzo que supondría esperar el cumpleaños de la futura anciana.

De hecho, la impaciencia es uno de los signos de nuestro tiempo, quizá el que mejor caracteriza el estado de ánimo de la cultura. Entre perder el tiempo y perder la paciencia hemos preferido vivir en un estado de agitación intelectual permanentemente angustiado por la urgencia con que nos parece necesario saberlo todo antes de que sea demasiado tarde. Si lo que está cambiando nuestras vidas es algo parecido a un insecticida es necesario saberlo ahora, pues de ninguna manera podemos esperar que sea una anciana al final del siglo XXI la que nos revele tan sustancial como decisivo descubrimiento.

Entre otras muchas cosas, los libros de Sergio Ramírez y de Vicente Verdú, Passé compossé y Cuando todos hablamos, nos ofrecen la cauta y atrevida, feroz y gentil, modesta y ambiciosa mirada sobre sí mismos y el movimiento que hoy les arrastra hacia quién sabe dónde.

"El blog -dice Vicente Verdú- es promiscuo o híbrido por naturaleza. No habla de esto ni de aquello, no lo hace obedeciendo a un género u otro, sino que, como la vida misma, de cualquier cosa y de todas ellas, discurre en desorden, azarosamente, sin proyecto ni fin".

"En el espacio cibernético -dice Sergio Ramírez- en el que todos somos de alguna manera náufragos... el que escribe puede ser corregido en sus juicios, se le pueden enmendar sus opiniones o refutar a quienes le refutan."

De algún modo, los dos comparten la certeza de haberse metido en un berenjenal y eso nos da una idea adecuada del valor de Ramírez y Verdú. Los dos aceptaron la invitación de El Boomeran(g) a sostener un blog diariamente renovado y constantemente expuesto a las inclemencias de un tiempo no siempre apacible. La aparición de Ramírez y Verdú en la blogosfera confirma lo que ya sabíamos: la fértil actitud de los dos escritores con los usos, modos y costumbres de nuestra época y la disposición de ánimo a afrontar el riesgo de estar vivos.

Nos conviene subrayar el valor con que Verdú y Ramírez han aceptado incorporarse a la desconcertante mutación de nuestro tiempo pues nos ayuda a comprender la metamorfosis de la cultura. Si Dios ha muerto, si la novela ha muerto y el autor mismo no se encuentra muy bien, ningún otro lugar como Internet nos ayudará a saber si estamos vivos o muertos.

Uno de los fenómenos más sorprendentes y significativos de la blogosfera ha sido la insurgencia del lector, la insurrección del público. Los ciudadanos recluidos por las presunciones aristocráticas de la cultura y obligados a ser un público dócil y expectante, se han transformado en ciudadanos publicados y como si de una venganza se tratara, la inmensa mayoría de ellos gozan el placer de publicarse a sí mismos sin renunciar al descarado privilegio del anonimato. Es esta portentosa excepción jurídica la que cancela su tradicional mutismo y les permite ensayar una inédita ostentación de poder personal. La desvergüenza, la hostilidad, el desparpajo, la falta de respeto y la insolencia de unos individuos recocijados en su nueva e inesperada existencia global, irrefutable e impune, ha modificado la complaciente organización de la cultura.

Hasta hace poco, y por hablar de algo que nos resulta tan familiar, la jerarquía profesional de un periódico administraba el encuentro entre los periodistas y sus lectores. El aprendizaje del oficio respondía a las leyes corporativas vigentes en cualquier otra profesión y era el editor el que decidía el modo y el momento en que un periodista se incorporaba a los diferentes espacios de notoriedad. La visibilidad de un trabajo dependía de la consideración previa que le concedía el redactor jefe o el director de la publicación. Así ha sido desde la invención de la prensa. Hoy en día, sin embargo, cualquier joven o reciente periodista puede convertir su blog, en el mas leído de un periódico digital sin que para ello haya  intervenido la mediación jerárquica: el encuentro con el lector, la respuesta auto evidente que dan los usuarios, se convierte en el más rotundo indicio de interés y no hace falta atravesar las farragosas complacencias de los jefes para, como suele decirse, ser alguien.

Pero el favor del público -ese público fatal y festivamente publicado: imprevisible e insolente- es mutable y puede cambiar en cualquier momento su preferencia y lo que un día fue entusiasta unanimidad puede ser al día siguiente abandono masivo.

No hace falta conquistar el favor de una jerarquía obsoleta para ser alguien en la Red, pero cuando esta te abandona vas a quedarte, como suele decirse, sin red. Ningún lazo de solidaridad gremial podrá ampararte ni protegerte.

¿Quién está dispuesto a vivir a la intemperie, libre de la intermediación cultural del escalafón, a salvo de sus tiranías, pero huérfano también de los complacientes consuelos que hasta ahora nos ha prestado?

Quizá necesitamos algo más de tiempo, un recorrido más amplio como internautas, para constatar las consecuencias que tendrá la Red en la existencia del autor. Será conveniente tomar nota de cuanta alteración se vaya produciendo, escribir la crónica de nacimientos y defunciones, ver cómo influye en su celebración y extinción el deseo de esa masa anónima y cruel que se desplaza como un animalote, apartando con su cola todo lo que le estorba.

Nunca dejará de sorprendernos lo que con un poco de atención se puede ir encontrando en el diccionario. Se suele hablar de la vanidad de los autores ignorando a menudo lo que en verdad se puede llegar a decir con ello. Normalmente nos limitamos a atribuir a esta expresión el significado de arrogancia y presunción. Pero como cualidad de lo vano, la vanidad también nos habla de la caducidad implícita en lo insubsistente, en lo infructuoso. ¿Y no será la condición efímera -fugaz y perecedera- que impone la Red precisamente lo que más nos aterra: la inestable existencia que sólo tenemos cuando los demás nos prestan el favor de su mirada?

Vicente Verdú y Sergio Ramírez, quizá los menos vanidosos de los autores que uno puede tratar, han sido precisamente los que se han atrevido a confrontarse con su blog a lo real contemporáneo y a aceptar un inquietante desafío: renovar en la Red su personalidad, su influencia: es decir, su existencia.

Casa de América, Madrid, 29 mayo 2008

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30 de mayo de 2008
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Feria del Libro de Madrid

Hoy comienza la feria del libro de Madrid. Día nublado, pronóstico de lluvias hasta el lunes. Dos semanas de actividades en la que se podrá encontrar desde presentaciones de libros hasta lecturas para niños y firmas de autores. Estarán los grandes nombres comerciales (Ken Follet, Ruiz Zafón), los consagrados (Monzó, Rosa Montero, Piglia), y los nuevos (Fernández Mallo, Menéndez Salmón).

La feria está dedicada, de manera muy ambiciosa, a la literatura latinoamericana. Selecciono una lista de frases destacadas de algunos de los escritores latinoamericanos entrevistados esta semana por el suplemento El Cultural de El Mundo:

Alejandro Zambra: "Admiro a varios narradores y poetas, pero no sé si ando a la moda, y ahora último he pensado que la literatura gravita muy poco, casi nada, a la hora de escribir".

Wendy Guerra: "Sobre el imperio, ya estoy harta de bregar con esas guerras, así que prefiero penetrarlo y ser bien traducida de vez en cuando".

Daniel Samper: "Los nuevos narradores latinoamericanos [tienen] notas comunes como el humor, la antirretórica, algunos fenómenos urbanos y de consumo (la música popular, el fútbol), una renovada pasión por la crónica y, en no pocos casos, cierta curiosidad por la Historia".

Alan Pauls: "No podría contestar en nombre de una generación, una categoría que en general sólo sirve para disimular un déficit de criterios estéticos".

Jorge Volpi: "Hay guerras pero han desaparecido las batallas estéticas. La mayoría critica la perversidad del mercado al tiempo que publica en las grandes editoriales españolas. Los apocalípticos se asimilan al mainstream más rápido que nunca".

Juan Carlos Méndez Guedez: "Somos una lengua en expansión. Por eso no me planteo escribir en español como un acto de resistencia ante el Imperio. Me lo planteo como una fiesta'.

Juan Gabriel Vásquez: "El boom, entre otras cosas, nos enseñó que con la experiencia latinoamericana se podían hacer grandes novelas de vocación universal".

Guillermo Martínez: "Aira, y sus ideas sobre la felicidad y la liberación creativa del escritor mediocre que ya no necesita preocuparse por escribir obras maestras, dieron lugar a una catarata de novela una igual a la otra de seguidores más jóvenes que sustituyen la literatura por la libreta de apuntes y toman demasiado en serio la nueva misión de exhibir su mediocridad".

Alonso Cueto: "El nuevo grupo de jóvenes escritores, conforman la primera generación de narradores peruanos que se paarta del realismo y propone una narrativa basada en las imágenes oníricas y fantásticas".

Iván Thays: "Me fascina escribir en una lengua dinámica, que no le teme aceptar palabras extranjeras, anglicismos obviamente la mayoría".

Yo firmaré ejemplares de la nueva edición de mi novela Río Fugitivo este sábado de 12 a 1:30, en la caseta de Libros del Asteroide (161).

El programa completo de la feria se lo puede encontrar aquí.

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30 de mayo de 2008
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Sobria escuela de vida

/upload/fotos/blogs_entradas/enbuscadeltiempoperdido_med.jpgDesde 1907, con 36 años de edad, y hasta prácticamente su muerte en 1922, Marcel Proust vivió recluido en un apartamento del parisino boulevard Haussmann, entregado, como es bien sabido, casi en exclusiva a la redacción de A la Récherche du Temps Perdu. La determinación es brutal, como lo indica el siguiente párrafo del Narrador (protagonista principal de la obra) en relación a cuál sería su actitud en el caso de que conocidos o amigos le importunaran:

"Cierto es que tenía la intención de volver a vivir en la  soledad desde el día siguiente, aunque esta vez con un fin. Ni en mi casa permitiría que fueran a verme en los momentos de trabajo, pues el deber de hacer mi obra se imponía al de ser cortés y hasta al de ser bueno. Desde luego insistirían...ahora que la labor de la jornada o de sus vidas se había agotado...Pero tendría el valor de contestar a los que vinieran a verme o me llamaran que tenía una cita urgente, capital conmigo mismo...Y sin embargo, como hay poca relación entre nuestro yo verdadero y el otro, por el homónimato y el cuerpo común en ambos, la abnegación que nos hace sacrificar los deberes más fáciles , incluso los placeres, a los demás les parece egoísmo." (Traducción de Pedro Salinas, Alianza Editorial 1998 p.350)

Las cenas mundanas a las que es invitado son denominadas por el Narrador "festín de bárbaros" en el que proliferan las más estériles "conversaciones humanitarias,  patrióticas,  humanísticas y metafísicas".

Tal radicalidad en la denuncia de los falsos deberes, tal identificación de hipocresía y ritual moral convencional, se encuentra en muchos lugares de la Recherche. Marcel Proust parece obsesionado en denunciar la falacia lo puramente aparente de aquellos que "interrumpen su trabajo a fin de recibir a un amigo que sufre, aceptar una función pública o escribir artículos propagandísticos"

Quisiera, respecto de todo esto, formular una sencilla pregunta: ¿qué procura a Marcel Proust la fuerza para entregarse con tal radicalidad a un proyecto que supone prácticamente el abandono de la vida social? La respuesta  es obvia: Marcel Proust tiene en mente un libro, un libro que ha de preparar "con continuos reagrupamientos de fuerzas, como una ofensiva, soportarlo como una fatiga, aceptarlo como una regla construirlo como una iglesia ,seguirlo como un régimen vencerlo como un obstáculo, conquistarlo como una amistad  sobrealimentarlo como a un niño, crearlo como un mundo". (ídem pp.403-404)

Marcel Proust ha de escribir un libro singular, cuya mera proyección constituye la escuela más sobria de vida y en cuyo logro o fracaso reside el criterio del juicio final:

"Un acto de creación en el que nadie puede sustituirnos, ni siquiera colaborar con nosotros por eso ¡cuántos renuncian a escribirlo¡ ¡Cuántas tareas asumen con tal de renunciar a ésa¡ Cada acontecimiento, sea el affaire Dreyfus, sea la guerra proporciona la excusa para no descifrar ese libro; quieren asegurar el triunfo del derecho, quieren rehacer la unidad moral de la nación, no tienen tiempo de pensar en la escritura. Pero no son más que excusas, excusas que en el arte no figuran, pues en el arte no cuentan las intenciones...El arte es lo más real que existe, la escuela más austera dela vida y el verdadero juicio final." (p.277)

La exaltación de Marcel Proust respecto del libro que se dispone a escribir no radica en otra cosa que en una confianza en la capacidad legitimadora y redentora de ese material último de toda construcción humana que es la palabra. Marcel Prosa busca en su apartamento del Boulevard Haussmann el reencuentro con una dimensión de nuestro ser que no se haya marcada por la finitud. Marcel Proust confía, en suma,  en que la fragilidad y la finitud del mundo no son óbice para que, a través de la  admirable potencia del lenguaje haya siempre algo nuevo a expresar. Confía asimismo en que habrá lugar para una recreación de lo ya expresado con intervención de nuevas palabras, palabras que sólo el lenguaje mismo impone y que por consiguiente convierten al escritor en un simple heraldo o mensajero.

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30 de mayo de 2008
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Ni efímera ni municipal

/upload/fotos/blogs_entradas/campo_de_agramante_med.jpgAsí pretendió desde sus orígenes el poeta Caballero Bonald que fuera Campo de Agramante,  revista cultural que nació a la sombra de su fundación, en Jerez de la Frontera. Efímera, desde luego al celebrar sus primeros diez años, ya no conseguirá serlo. Lo efímero no se dilata tanto, no resiste el paso de los años. ¿Y municipal? ¿Por qué ese desprestigio de lo  municipal? Será que lo municipal nos recuerda a los guardias, los alcaldes, los pequeños casinos y esas revistas, publicaciones y mamotretos que suelen subvencionar las Diputaciones Provinciales para contentar a los recaudadores de votos.

Alguna vez escuché que alguien proponía para terminar con nuestros desencuentros históricos que en vez de ser una España de las autonomías fuéramos una España de los municipios. Y creo que aún así nuestras desavenencias y desencuentros no tendrían solución. Ni proponiendo una España de barrios. Yo no me fío de la mayoría de los de mi barrio, ni me siento muy unido. Vamos, que no conozco a la mitad de mi escalera, ni me importa, como para pensar en barrio, municipio, provincia, autonomía, estado. Eso me suena a propuesta falangista.

Ahora entiendo que Caballero Bonald no quiera que la revista tan abierta, aunque inevitablemente minoritaria, sea poco municipal. Será jerezana porque la paga el ayuntamiento, la caja de ahorros de la zona, la diputación o los que sean pero, estando bajo la vigilancia de Caballero Bonald, nunca será municipal. Podría haber sido efímera, pero como no quiere ser popular, como no compite nada más que por su deseo de excelencia, de minoría por alejarse del populismo, es posible que tengamos esta revista discretamente universal y cosmopolita, fabricada desde una casa del municipio de Jerez.

Espero seguir brindando por revistas como ésta.

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30 de mayo de 2008
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Clase XV. El inicio de un cuento

Como siempre recordamos para que un cuento funcione necesitamos enganchar al lector desde las primeras líneas, ésas que harán que le interese lo que les estamos contando y que le animen a continuar la lectura hasta el final. Pero ¿cómo comenzar? ¿cómo hacer para qué esos primeros párrafos inciten su curiosidad? Como ya saben no hay reglas en esto, quizá sólo una que permanece y es que a cada regla le aparecerán un sinnúmero de excepciones. Pero sí nos parece que hay ciertas pautas que es interesante que ustedes tengan en cuenta.

Veamos como inicia el relato " A la deriva" el escritor Horacio Quiroga.

"El hombre pisó algo blancuzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yaracacusú que, arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque.

El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.

El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho"

Como ven en los primeros párrafos de este cuento ya sabemos el tipo de narrador, el tono que va a emplear, el ambiente donde se va a desarrollar la historia, vemos al personaje y además se introduce el conflicto. Pues bien, el narrador, el tono y el ambiente siempre aparecen determinados por estos primeros párrafos. Como ya hemos comentado en alguna ocasión en necesario mantener una coherencia a largo del relato y, por lo tanto, no se pueden cambiar estos elementos si no hay una razón que lo justifique.

En relación al personaje hay que recordar que en el cuento siempre pasa algo que le sucede a alguien, por lo tanto es necesario presentar al personaje cuanto antes. Para despertar el interés sobre lo que vamos a narrar es necesario conocer primero a quién le va a suceder tal o cual acontecimiento. Recordemos que el cuento es la historia de un hecho y, por lo tanto, es más eficaz comenzarlo con el personaje en acción, bien física o psicológica, que con una descripción de atmósfera. Es importante en este sentido, releer bien el cuento una vez terminado y comprobar si en esas primeras líneas mostramos al personaje que el lector ha de seguir en su peripecia. A veces, solamente cambiando el orden de los párrafos el cuento mejora notablemente.

Otra forma de comenzar un cuento es a través de un diálogo. Esta fórmula presenta mayor dificultad ya que además de dar información relevante que enganche al lector, es imprescindible la habilidad del escritor para manejarse de una forma solvente con los diálogos, tarea nada fácil.

Solemos encontramos un error muy común que consiste en comenzar una historia como si el personaje sólo existiera a partir de ese momento. Observamos que a veces parece que no tenga pasado y que por arte de magia aparece en ese instante para vivir única y exclusivamente ese acontecimiento. Este error se subsana introduciendo al personaje en mitad de una acción que ya se está desarrollando en el momento que comenzamos a contar, e incluyendo algunas referencias a un pasado que nuestro personaje ha tenido necesariamente que vivir para hacerlo creíble.

En último lugar y sobre el conflicto o tema del que se ocupa el relato, el escritor que comienza a escribir tiene la tendencia a esconder datos fundamentales de la historia y cree que es más impactante introducirlas al final asombrando al lector. En el ejemplo que hemos puesto de Horacio Quiroga pueden observar cómo el conflicto que le toca vivir al protagonista se presenta desde las primeras líneas. Obviamente no tiene porque ser así en todos los casos, pero el impacto de la historia no debe producirse escatimando información al lector. En cada historia debemos ir introduciendo los datos necesarios con un ritmo determinado, todas los relatos lo tienen. En unos, como el ejemplo que hemos utilizado, el conflicto se presentará desde la primera línea, en otros deberemos avanzar algo más para ir entendiendo que está sucediendo. Pero no es una forma eficaz de despertar la curiosidad que no pase nada durante un buen número de páginas y acabar sorprendiendo al final. El lector debe involucrarse en la historia desde el principio y, por lo tanto, el peso del relato ha de estar en el interés del hecho que se narra y no exclusivamente en la sorpresa final.

La propuesta de la semana:

Les proponemos este inicio, de un cuento de Rosa Montero. Como verán, la frase inicial plantea una situación casi cortada por la mitad, obligando a los lectores a esforzarse para entender qué es lo que ocurre, quién habla, cuál es la situación.

"Entonces me di cuenta de que se me había mojado el reloj, el agua bien caliente y jabonosa, el agua como una sopa de burbujas porque la Vieja tiene el frío del tiempo metido entre los huesos, y yo con la esponja en la mano, y la mano en el agua, y el reloj en la muñeca, y la esfera toda empañada y sudando humedad. Ya está, pensé, me lo cargué..."

Pues bien, la propuesta de esta semana es que elaboren sus textos a partir de estas primeras líneas teniendo en cuenta las sugerencias que les hemos dado más arriba.

Un saludo cordial.

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30 de mayo de 2008
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Nashville no ha muerto

/upload/fotos/blogs_entradas/nashville_med.bmp¿Conocen Nashville? Yo nunca había visto el clásico de Robert Altman. Pero en estos días, cuando estoy adaptando para el cine la novela Las viudas de los jueves de Claudia Piñeyro, encontré la excusa perfecta: como ambos relatos son corales, en tanto lidian con gran cantidad de personajes...

Aunque estrenada en 1975, Nashville no ha envejecido nada. Como decía, es un relato coral que transcurre durante el festival de música country llamado Grand Ole Opry, en simultáneo con la campaña política de un candidato imaginario llamado Hal Philip Walker. Los discursos de Walker, propalados por altavoces durante todo el film, proponen una mirada crítica sobre los Estados Unidos. En la entrevista que acompaña a la película, Altman dice que le encargó el diseño de la campaña de Walker al actor y guionista Thomas Hal Philips -un nombre es la deformación del otro-, con la siguiente consigna: ‘Escribí la clase de discursos que querrías oír sinceramente de boca de un político'. Pero aunque su plataforma nos resulta atractiva, cuando vemos funcionar a uno de sus principales operadores (Triplette, protagonizado por Michael Murphy), comprendemos que Walker es tan sólo un político más: igualmente corrupto y corruptor que la mayoría de sus congéneres.

El vistazo que echa a las estrellas del country también es desolador. Las hay acomodaticias a la vez que reaccionarias (Haven Hamilton), mentalmente enajenadas (Barbara Jean) y egomaníacas hasta el solipsismo (Tom Frank). /upload/fotos/blogs_entradas/nashville_l_med.jpgLa gente que las rodea no es mucho mejor: ni el abogado de Hamilton, Delbert Reese, ni el marido y manager de Barbara Jean, ni los otros dos vértices del trío del que Tom Frank forma parte. Y ni hablar de aquellos que orbitan en torno de las estrellas, como Opal (Geraldine Chaplin), presunta periodista de la BBC en plena realización de un ‘documental', L. A. Joan (Shelley Duvall), que se olvida de su tía moribunda para corretear detrás de cada pantalón que se le cruza, o Sueleen Gay (Gwen Welles), una camarera que sueña con ser estrella aunque no puede cantar ni el arrorró y termina haciendo un strip-tease en una de las escenas más desoladoras de una película que es desoladora en términos generales.

Había escuchado muchas veces esta acusación dirigida a Altman: que filma como un misántropo, esto es sin sentir la menor compasión por sus propias criaturas. Nunca la había creido cierta, hasta que vi Nashville. No hay un solo personaje que no sea miserable, o en su defecto patético. No voy a negarle a Altman que nuestra especie deja mucho que desear, pero prefiero pensar que hasta el más desgraciado de nosotros tiene en algún momento de su vida algún momento de gracia, o un gesto de compasión hacia otro.

En fin: aunque amarga como la hiel, Nashville sigue siendo una gran película. Y el mundo, para qué negarlo, tampoco ha mejorado nada desde entonces. Alguien debería recrearla hoy, sólo que olvidándose de la música country para dedicarse a la industria del pop, bastión de los sonidos más conservadores -y de las estrellas más reaccionarias- del presente.

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30 de mayo de 2008
Blogs de autor

Galería de espectros: Lord Jim

Peter O'Toole como Lord Jim (Dir. Richard Brooks, 1965)Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros me ha parecido ver el de Lord Jim.

Delfín Agudelo: ¿Te refieres a Lord Jim de Conrad?

R. A.: Sí, es un personaje que siempre me ha resultado conmovedor. Si otros personajes de Conrad te reclaman por su fuerza, por su búsqueda como Marlon o por su carácter completamente demoníaco como Kurtz o los personajes que quedan atrapados en ese horizonte extático que es La línea de sombra, en el caso de Lord Jim hay algo tremendamente conmovedor porque es la radiografía de un error, de un error cometido en la juventud, y que posteriormente se convierte en el centro mismo de una vida. E·s la necesidad de purgar al menos en una pequeña parte ese error. Y ahí la historia de Lord Jim me parece ejemplar para todos nosotros, incluso para la época en que hemos vivido, en que tantas veces se ha reclamado la obediencia a ordenes superiores para la realización de determinadas cosas. Ese Lord Jim oficial, jovencísimo, oficial de marina que siguiendo las órdenes de los toros oficiales abandona a los peregrinos musulmanes que iban a la Meca en un naufragio, haciendo que todos ellos perezcan y que de repente se encuentra monstruosamente secuestrado por su propio sentimiento de culpa, a pesar de que todo lo que ha hecho él es obedecer órdenes. Me parece un personaje grandioso, porque precisamente su sentimiento de culpa y la necesidad de reivindicarse parte del hecho de considerar que la peor de las cobardías es la cobardía que se identifica con el haber seguido la cadena de mando.

Lord Jim intenta dar un viraje a lo que ha sido ese inicio terriblemente equivocado de su vida, incluso involuntariamente; ese inicio de cobardía que ha roto todas las leyes y códigos del mal, y el resto de su vida es como un proceso sacrificial en el cual Lord Jim busca la libertad, la catarsis, liberarse de esa mancha tremenda a través de toda una serie de exposiciones a riesgo, al peligro, toda una serie de aventuras. Con la cual se convierte en una especie de personaje bastante inhabitual en la historia de la literatura, al cual podríamos calificar como un hombre que está permanentemente sometido a una prueba iniciática de la cual sabe que nunca saldrá. Y que sin embargo acepta la permanencia o el círculo vicioso de esa prueba iniciática, prueba sacrificial permanente. Me conmueve el hecho de que en el fondo él sabe o piensa que nunca logrará lavar esa mancha, y que sin embargo, a pesar de todo, combate con todo ardor, con toda la fuerza, en esa dirección. Creo que un personaje como Lord Jim es especialmente turbador en una época como la muestra en la cual la apuesta por posiciones fuertes, por principios y valores fuertes es una apuesta que escasea, y ante esta escasez, adquiere una grandeza especial.

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30 de mayo de 2008
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El Boomeran(g)
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