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Idioma

/upload/fotos/blogs_entradas/logofrancia_1_med.jpgEra ineludible. En su obsesión por definir todo hasta lo más obvio, o en su uso sin límites de la demagogia, los diputados franceses llegaron a preguntarse sobre el preámbulo de la constitución. El texto, en su artículo uno, habla de igualdad, democracia, laicismo, niega la existencia del racismo y proclama la existencia de una organización descentralizada del país (doble mentira). Desde la Revolución francesa, la retórica política es un arte francés que rivaliza con la ficción. Pero ahora no se trata de esto sino del artículo dos o más bien de lo que dice de manera directa: "El idioma de la República es el francés" (la langue de la République est le français).

Esta frase es clave, pues habría sido posible hablar del francés como idioma oficial, lo que no impedía la existencia de otros idiomas. En Francia se hablan lenguas o dialectos en Bretaña, Alsacia, Córcega, Catalunya y se mantienen idiomas en el norte y la parte sur, lo que fue Occitana. Estos idiomas no molestan a nadie pero impiden mantener la idea de una república unificada de manera monolítica. Unos diputados decidieron proponer una revisión de la constitución para añadir una frase terrible en la definición de lo que es Francia en el artículo uno: "los idiomas regionales pertenecen a su patrimonio". Desde entonces, vivimos una lucha. Los diputados votaron a favor de esta propuesta de revisión de la constitución, el Senado acaba de pronunciarse en contra. Si ponemos a los idiomas, tenemos que poner también a los mejores platos de la cocina francesa en la constitución, llegaron a decir unos senadores, pues hacen parte del patrimonio.

El diario Le Monde se negó a tomar posición diciendo que no había que poner cosas obvias en la constitución, los miembros de la Academia francesa, unánimes, denuncian un ataque contra "la identidad" nacional (escandalizados todos por la idea de hablar de idiomas regionales en el artículo uno cuando el francés solo aparece en el dos), Pierre Assouline, en su blog La République des Livres, vuelve al siglo XVI para hacer entender la enorme apuesta de este asunto.

La verdad, lo que casi nadie dice, es lo siguiente. En 1992, para rechazar el continuo progreso del inglés en Francia, se hizo una reforma de la constitución hablando del "idioma de la República". Y desde entonces, pues la constitución es sagrada, tanto el Consejo constitucional (organismo de control del respeto a la constitución) como el Consejo de estado (organismo consultivo sobre la ley) dicen en privado a los responsables políticos: tocar a la posición suprema del francés es tocar a la constitución: no vamos a permitir una modificación. Así vivimos: el francés es el idioma de la República y el inglés es cada vez un poco más el idioma de los negocios y de la vida cultural, pero no peleamos a propósito de otros idiomas... (la imagen es el logo oficial de la República, con palabras en francés)

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20 de junio de 2008
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Corazón, corazón

Con buen criterio a medias, se han empezado a colocar desfibriladores en centros comerciales y lugares donde se reúne un gran número de personas. También han empezado a verse en muchos restaurantes porque (y esto es algo que nunca me había atrevido a pensar abiertamente) el restaurante es un lugar de riesgo. En el restaurante se come en abundancia, más de lo normal; la comida se riega con vino y después viene el cigarrito y la copa, a lo que hay que añadir que se habla más de la cuenta y alto por la excitación de lo comido y lo bebido y lo fumado. En conclusión, el restaurante es uno de los lugares más propicios para sufrir un infarto, y el aparato en cuestión nos lo recordará siempre al entrar.

Decía al empezar que esta medida es una buena idea porque por lo visto los diez primeros minutos de un infarto son decisivos para la supervivencia de la persona. Y el hecho de que el desfibrilador nos lo podamos aplicar unos a otros supone una gran economía de tiempo. Pero en el fondo no es tan buena idea porque si yo voy andando por un pasillo y alguien sufre un infarto y tengo que desfibrilarle me voy a hacer un lío porque no he visto un aparato de esos en mi vida, con los nervios no voy a entender bien las instrucciones y, si no logro salvarle, siempre cargaré con la duda de no haber sabido usar el aparato.

Lo que de verdad echo de menos es que en la televisión pública, inmediatamente antes o después de los telediarios, en prime time, se enseñen durante unos minutos a la ciudadanía primeros auxilios, entre ellos saber usar ese desfibrilador que de ahora en adelante nos vamos a encontrar en cualquier parte. Estoy segura de que encima tendría una audiencia bestial.

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20 de junio de 2008
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Años de pasión

Me dije que esa especial atracción que sentía por ella no desaparecería en toda mi vida, sin importar los años que cumpliéramos y la decadencia física que nos sobrevendría. Ahora, sin embargo, siento tristemente que ha bastado sólo que el objeto del amor cumpla cincuenta y tantos años para que concluyera la vehemencia. Esa mujer, en la que pienso, con cincuenta y tantos años es ya incapaz de sostener la realidad de su atractivo y el amante abandonará quizás la imagen presente para referirse en sus sueños a una versión anterior, cada vez más segregada. La atracción desazonante se aplaca como se aplaca el odio hacia alguien cuando agoniza o muere. La pasión hacia esa mujer tiende a evaporarse cuando la vida ha impuesto su fantasma.

Contar, según mis pronósticos, que la pasión por una mujer hermosa no desaparecería nunca ha chocado con la vanidad de los cumpleaños y la tan cruel como injusta edad femenina. Pronto en las anteriores y muy coloradas sustancias del amor irán deslizándose átonas e incontables moléculas de compasión y gradualmente la pasión se ayuna.

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20 de junio de 2008
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Subterráneo para los políticos

Hace ya un tiempo me ocupé del episodio electoral español en el que uno de los candidatos se dejó tildar reiteradamente de mentiroso por su adversario sin que se diera la menor reacción, y lo que es peor (dados los resultados de las inmediatas encuestas) sin que la audiencia otorgara la menor importancia a esta pasividad. No pasaba en suma por la cabeza de ningún ciudadano que la dignidad del político en cuestión exigía  decir que hasta aquí habíamos llegado, pedir a su oponente explicaciones y, en ausencia de ellas, negarse no ya a continuar debatiendo en conformidad al previsto guión, sino incluso a dirigirle la palabra.

Ello indicaba que entre los atributos que la ciudadanía supone en un político ha dejado de contar aquello que la lengua castellana designa con el término de hombría y aun hombría de bien (la andreia de los griegos que, como ya he tenido ocasión de indicar, es atribuible a hombres y a mujeres). A un político se le exige tan sólo que sea pasablemente buen gestor, y parece variable irrelevante que use su inteligencia para el arte de trabar rapiñas. Obviamente lo importante en este asunto es el grado de nihilismo que se da en el alma de cada ciudadano, su resignación a que la mentira sea el lubrificante del orden social. Quisiera, sin embargo, ocuparme hoy de un aspecto tangencial, relativo al destino de los políticos una vez que han perdido (por lo general sintiendo que con ello su alma se oscurece) sus cargos:

/upload/fotos/blogs_entradas/chirac_med.jpgEl 10 de junio leía en los periódicos que el ex-presidente Chirac ha inaugurado una fundación que lleva su nombre, dedicada (¿cómo no?) a promover la paz, el ecologismo (lucha contra el cambio climático en primera instancia) el vínculo entre culturas, etc. Una fundación también destinada a edificantes tareas lleva el nombre de Gore. Creo que una análoga es presidida por Carter, y así un largo etcétera. De suponer que, cuando estaban en sus cargos, todos estos mandatarios respondían ya a tan generosos principios, dado el enorme poder relativo que se les atribuía, es para concluir que aquí no hay nada que hacer y que (como Marx indicaba) en cuestiones de estructuración social el bien y el mal no dependen de las voluntades individuales sino de juegos de fuerzas. Pero en fin... uno de los políticos que, abandonado por El poder, ha encontrado refugio en la filantropía espiritual es Tony Blair, que hace unos diez días inauguró en Nueva York la Fundación de la fe. Mañana me ocuparé de este acontecimiento.

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20 de junio de 2008
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Sesión XVI. Cuentos Comentados

Como habrán podido observar, el tono de la narración es una cierta impostación de la voz que a menudo buscamos que encaje con el propio tema elegido: naturalmente, esa conjunción entre tema y tono requiere una búsqueda ardua por parte del escritor y que culmina cuando este llega, por fin, al convencimiento de cómo debe narrar, quién debe contar y cuál es la emoción que requiere todo ello: si distante, si ampulosa, si áspera, si conmovedora, si legendaria, si imperturbable... Por eso, no es de extrañar que sean muchos los escritores que se refieren a la importancia de la búsqueda del tono en las narraciones que abordan.  Cuando se encuentra, inmediatamente el narrador se siente cómodo con la forma en que está contando la historia, de la misma manera que ocurre cuando hallamos el ángulo, el narrador que se encargará de dotar de voz al relato. No debemos confundirlo con el ritmo narrativo, que tiene que ver más con la velocidad que imprimimos al texto y cuya explicación intentaremos dar en la siguientes dos sesiones, aunque por lo general resulta fácil confundirlos. De todas maneras, lo que nos interesa es fundamentalmente que ustedes realicen los ejercicios y que busquen lo más rigurosamente posible acercarse a ese universo de tonos y de ritmos que marcan la diferencia entre una simple narración y una narración honda, compleja, llena de matices y cargada de densidad, como suele ocurrir con los relatos, cuentos y novelas de los buenos escritores, aquellos que han buscado con paciencia y oficio la manera exacta de encarar sus ficciones.  Los textos de esta semana han sido pródigos en variantes, temas, narradores y tonos. Hemos elegido unos cuantos, como siempre, para que puedan ustedes calibrar aciertos y errores, y como siempre, les emplazamos a que con sus comentarios y opiniones enriquezcan este trabajo conjunto.

Saludos cordiales

Jorge

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20 de junio de 2008
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Sobre Shakespeare el conspirador

Se han escrito muchas páginas tratando de dilucidar el pensamiento político y filosófico y hasta religioso de William Shakespeare. (Hay quienes sostienen que aunque se manifestase anglicano seguía siendo católico en secreto, e incluso quienes lo vinculan a la conspiración para volar el Parlamento de la que participó Guy Fawkes.) Pero -por fortuna, diría yo- su ideología sigue siendo tan elusiva como el personaje histórico Shakespeare: todo estudio que no se concentre en su arte y en su insondable conocimiento del alma humana está destinado al fracaso.

No voy a ser precisamente yo, pues, que toco de oído, quien pretenda encontrar luz donde tantos naufragaron. Pero leyendo Henry IV se me ocurrió que hay muchas formas de expresar lo que uno siente o piensa en lo más profundo de su alma, además de la declamación hecha y derecha.

Shakespeare se abocó a Henry IV para ilustrar el proceso político que consagró una línea monárquica, aquella que definió el tiempo en que le tocó vivir. Es decir que de algún modo estaba obligado a hablar bien de los reyes en cuestión: no hay que olvidar que las compañías teatrales de la época dependían del permiso real para trabajar, y que a menudo recibían comisiones desde el palacio, y hasta invitaciones para actuar delante del monarca. En este sentido, las dos partes de Henry IV narran la formación del príncipe Hal, hijo del rey y futuro Henry V, a quien la historia consideraba el paradigma del soberano, el modelo ante el cual todos los reyes debían medirse. Shakespeare no tenía demasiadas opciones al respecto: su retrato de Henry no podía ser negativo, por lo menos de manera evidente.

¿Qué es lo que hizo Shakespeare entonces? En el mismísimo seno de una de sus obras ‘históricas', metió a un personaje que, aunque inspirado por otro personaje de la crónica -Sir John Oldcastle-, era en esencia producto de su fantástica imaginación: el incontenible Jack Falstaff.

/upload/fotos/blogs_entradas/falstaff_med.jpg¿Y quién es Falstaff? Un caballero gordísimo, afecto al vino, a las mujeres y a las mentiras, que a pesar de su título de ‘Sir' no duda en robar para subvencionar sus vicios. Falstaff le enseña al joven príncipe Hal todas las cosas que no aprenderá en palacio, y por eso el rey Henry IV lo tiene entre ceja y ceja: está convencido de que Falstaff lleva a su hijo por el mal camino. Es verdad que Falstaff resulta impresentable -el crítico Harold Goddard dice que el personaje participa de dos naturalezas, y la primera de ellas es el Inmoral Falstaff. Pero a pesar de que todo lo malo que se dice de Falstaff es cierto (el obeso Jack es el primero en admitirlo), también es verdad que Falstaff es la más perfecta personificación de la alegría de vivir, del deseo de experimentar la vida de la manera más intensa -y esa es su segunda naturaleza: el Inmortal Falstaff. ‘Give me life!', es su expresión favorita, que Harold Bloom vincula a la bendición que Yahweh otorga al hombre en el Antiguo Testamento: no una vida más larga, sino una vida que es ‘más' -una dimensión más alta de la existencia.

Falstaff se convirtió en un personaje tan popular, que la mismísima Reina Elizabeth le pidió a Shakespeare que lo incluyese en otra obra. Son pocos los que recuerdan a Henry IV y a Henry V en este tiempo, pero Falstaff sigue vigente como uno de los personajes más divertidos y conmovedores que haya escrito jamás hombre alguno. Todavía hoy Falstaff nos conmina a seguir demandando: ‘Give me life!', a exigir de esta existencia todos los goces y las risas, a desconfiar del Estado y de los nacionalismos (‘¿Puede el honor curar una pierna? No... ¿Qué es el honor? Una palabra. ¿Qué es esa palabra honor? Aire') y consagrar a cambio el poder curativo del amor -y del vino.

Yo creo que aquel que subvierte desde dentro una obra pensada como exégesis de un rey y exalta a cambio a un personaje anárquico, está haciendo una declaración ideológica: ¡abajo Henry, y larga vida a Falstaff!

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20 de junio de 2008
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Galería de espectros: la chica en el hotel

Edward Hopper, "Hotel Room", 1931Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he visto la delicada silueta de la chica en el hotel.

Delfín Agudelo: Seguramente pasó al frente tuyo el espectro de un cuadro de Hopper.

R.A.: Me refiero al cuadro de Hooper que tiene un extraño equilibrio entre la sensualidad y la desolación, como la mayoría de los cuadros de Hopper. Pero en este caso la participación de sus elementos, el de una sensualidad muy contemporánea y muy sutil, y al mismo tiempo la desolación de hombre -sobre todo de la mujer- en el mundo moderno se complementa muy bien y quedan herméticamente encerrados en el interior de la habitación de un hotel. Esos factores hopperianos a través de esta chica resumen muy bien nuestra condición de paso, nuestra condición nómada, nuestra provisionalidad, el carácter transitorio de todos nuestros estados. Vivimos en un mundo en que lo fijo y lo sólido se ha vuelto cada vez menos frecuente, es un mundo delicuescente, líquido, en movimiento, y el protagonista de nuestro mundo sea alguien que está en la habitación de un hotel, solo, pensando en su propia soledad. Ya no es en ese interior sino en el pueblo, en la ciudad, en el mundo que lo envuelve, y esto me parece que es algo que expresa a la perfección uno de las tendencias dominantes de nuestra época. Me fascina, además, esa especie de abandono a la propia sensualidad y a la propia desolación como si libremente la chica hubiera buscado llegar a esa escenografía, pero una vez ha llegado en lugar de resistirse a su propia situación se abandona de una manera muy melancólica, nostálgica e incluso como si éste fuera su propio destino. El destino de alguien que continuamente está de paso, viajando, de alguien que se ha prometido en un momento determinado la felicidad pero ve que todo es necesariamente imperfecto que finalmente no se resiste a esta imperfección sino que incluso llega a encontrar el placer recóndito que esta imperfección oculta.

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20 de junio de 2008
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Escape de Nahualópolis / IV

IV. En el fondo están las formas.

Cuentan que la rutina no tiene fondo, y que sus formas son un tanto difusas. Aseguran que uno se diluye en ella como el veneno en los flujos vitales, y que más tarda en ser uno con ella que en darse a corromperla sin mas tregua o recato que el oficial cuidado de las formas. Cada vez que uno ingresa en nuevos cautiverios, se le informa de cuán estrictas son allí las rutinas: patrañas, casi siempre. El fantasma de la rutina no soló es corruptible, sino también profundamente corruptor. Uno acaba amafiándose con la rutina no porque sea obediente ni disciplinado, como porque no tarda en volverla su compinche, tapadera y secuaz. Ella acepta torcerse un poco a mi medida si yo convengo en moderar mis caprichos. Un tráfico penoso, según la experiencia. 

     Nadie que sea tan permisivo como Miss Ruth puede aspirar a disciplinar a quien sea, y todavía menos a quienes, aun armados de los mejores propósitos, vivimos gobernados por una minoría, de modo que sacar adelante un proyecto nos obliga no exactamente a moderar, sino a atender, privilegiar e inclusive mimar a los caprichos, esos parlamentarios independentísimos -más de uno entre ellos inflamado por cierta vocación de autócrata insular- que en muy rara ocasión reconocen otra soberanía que la suya y ejercen un letal poder de seducción sobre la voluntad, cuya fuerza de pronto se alimenta de ellos. ¿Cómo es que los soldados de la voluntad abandonan las filas de la rutina para unirse a las tropas mercenarias del primer capricho dispuesto a sobornarlas? Nada que no se explique si se toma en cuenta que a doña Ruth le basta con soltarse las fajas para perder las formas, y al propio tiempo hacérselas perder a sus adeptos. Lerda, tragona y burocratizada, el hada ofrece a sus seguidores un menú de compensaciones a largo plazo que incluyen sendas versiones económicas de paz de espíritu y estabilidad emocional. Una oferta atractiva para quien vive libre de caprichos mayores.

     Ser mediador entre rutina y capricho es tener que enseñarse a pelear cuerpo a cuerpo con la culpa, y después seducirla, envilecerla, anularla. Imposible ignorar la dosis de barbarie atrabiliaria requerida para tan arduos menesteres, pero ya en el transcurso de esta guerra descubrí que entre mis caprichos abundaba esa clase de caballero incorruptible que a ninguno se vende, pero a todos compra. ¿Quién me creía el hada de la rutina para esperar que moderara las exigencias de aquellos barones, afectados de formas especialmente rígidas y nada transigentes? No pretendo justificar mi actitud posterior, ni aligerar las culpas consecuentes con una confesión a destiempo, pero es verdad que la rutina fomentó, antes que combatir, un estado de anarquía licenciosa que acabó alimentando el caos imperante. ¿Está bien que una sosa como Miss Ruth, con tal de ya no ser tachada de rígida, baile en cueros encima de la mesa, en perjuicio del apetito de la tropa? ¿Qué moral de combate va a conservar un soldado de la voluntad cuando combate por una causa sin fondo, ni fondos, ni forma, ni formas? ¿Cómo seguir al mando de esta guerra sin antes dar la espalda a la rutina y volver a aquel puesto, todavía vacante y bien pagado, de ejecutivo de los propios caprichos?

     Quieren los obedientes y sus comandantes que a los deberes los veamos como ángeles y a los caprichos igual que a demonios, pero hasta donde alcanzo a distinguir unos y otros están dotados de alas, cola y sendos cuernos paralelos. En cuanto a demonología íntima, nada parece menos democrático que asignar a deberes y caprichos valores diferentes, con el pretexto amargo de que unos aportan los recursos y otros sólo se encargan de derrocharlos. Antes que obedecer al gobierno corrupto de la rutina, me entrego a los demonios del deber y el capricho, de forma que éste alcance el noble rango de aquél; y el deber, por su parte, despliegue el sex appeal del capricho. Ignoro si la fórmula funcione, por ahora me basta para escapar de los brazos del hada de la rutina. La veo venir lenta tras de mí, profiriendo amenazas y maldiciones. Al final saca cheques a mi nombre, me ofrece que sea yo quien ponga los ceros. Me grita que sin ella nunca voy a ganar la guerra contra el caos. Me da un poco de lástima, verla tan deformada y desfondada. Y todo, pobrecita, por no saber bailar.

 

     ¿Qué vale más, un demonio expedito o un hada burocrática?

     ¿Quién, que tenga caprichos insatisfechos, va a contentarse con el deber cumplido?

     ¿Cuál es el precio de formar pandilla con el demonio de los antojos?

     Próximamente: V. Trínchame a tu capricho.

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20 de junio de 2008
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V. La lucha que se repite

Nada de lo que Ortega y su esposa hacen desde la cúpula del poder que entre los dos detentan, tiene como horizonte el presente período presidencial que vence en 2012. Eliminar de la contienda a otros partidos políticos,  ejercer el control absoluto de las instituciones del estado, tener la obediencia de los jueces del sistema judicial, y la sumisión de la Asamblea Nacional. Buscar el momento preciso para dar el golpe al Ejército y a la Policía, y hacerse también con su control.  Todo está dirigido a asegurarse la reelección indefinida, para lo que introducirá reformas a la Constitución Política, con la complicidad de su socio Arnoldo Alemán.

Cuando el gobierno revolucionario se estableció en la ciudad de León el 18 de julio de 1979, es porque las fuerzas guerrilleras que comandaba Dora María habían logrado expulsar a las fuerzas de la Guardia Nacional de Somoza, que comandaba el temible general Gonzalo Everstz, apodado "Vulcano". Fue gracias a ella, y a los jóvenes y adolescentes que la obedecían con admiración, una jefa osada y aguerrida y estratega natural de apenas 22 años, que los miembros de la Junta de Gobierno pudimos aterrizar en León, viniendo desde Costa Rica. León era ya un lugar seguro. En un primer vuelo llegaron Daniel Ortega, Rosario Murillo, Tomás Borge. En el siguiente, doña Violeta de Chamorro, Alfonso Robelo, y quien escribe.

Aquella muchacha menuda e inquieta, que siempre bromeaba frente al peligro, y que siendo tan joven no dudaba a la hora de tomar decisiones de vida o muerte, se enfrenta ahora a quien entonces allanó el camino del poder, Daniel Ortega. Y lucha por lo mismo de antes. Librar al país de una dictadura.

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20 de junio de 2008
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Tramposo y edulcorado modelo

De hecho, casi todos los discursos relativos a la igualdad de hombre y mujer y a la equiparación de status en relación a la sexualidad, se basan en esta imagen de simetría y complementación que ayer evocaba y a la cual nada responde en la complejísima aspiración que vincula ambas emociones sexuales, aspiración que en modo alguno apunta a articular las partes (reducidas a dos) de un elemental puzzle.

Compartir la sexualidad es algo decididamente más complejo que poner juntas dos partes, y desde luego tolera (cuando no exige) modalidades de relación que nada tienen que ver con el modelo (tan bienpensante como edulcorado y tramposo) que el pensamiento políticamente correcto en materia sexual nos propone.

Pues cuando la sexualidad del hombre se despierta realmente, cuando su erección tiene esa nota de sacralizada festiva que reflejan los iconos griegos, cuando el cuerpo de la mujer es reconocido como la razón o causa de tal explosión... entonces muy probablemente la sexualidad está siendo ya compartida.

De ahí que suenen tan insoportablemente los edificantes sermones (arcaicos o contemporáneos, reaccionarios o progresistas) homologando la carencia sexual del hombre y de la mujer. Discursos susceptibles de generar en el hombre una suerte de exigencia moral literalmente mutiladora: la de subordinar su deseo a la aparición en su partenaire de una manifestación de deseo cualitativamente equivalente. Discursos que suenan tan insoportablemente más aun por lo que tienen de ceguera que por lo que tienen de hipocresía.

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19 de junio de 2008
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El Boomeran(g)
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