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Reinventarse

He leído un libro muy estimulante firmado por Herán Herrera y Daniel Brown que, publicado en una editorial de empresa y autoayudas (Empresa Activa), contribuye a obtener una idea clara de nosotros y de los demás, del sí y el no de la propia capacidad y sus peripecias.

Contra la creencia común de que en esta vida unos ganan y otros pierden en la batalla de una general competencia profesional, los autores sostienen con perspicacia que si el asunto se orientara de otro modo evitaría la conocida y masiva frustración laboral.

En el sistema general de la competencia, los participantes deberán esforzarse por cumplir lo mejor posible las reglas de un determinado modelo normalizado. La cualidad de cada cual se someterá al canon general que sirve para el triunfo de los más disciplinados, más dotados y más afanosos y para la marginación de casi todos los demás. Quienes no logran (primero) asumir las reglas y (segundo) responder competentemente quedan apeados de los primeros puestos y, para sí mismos, "fracasados".

/upload/fotos/blogs_entradas/reinvntate_med.gifEste libro titulado Re-invéntate podría considerarse, precisamente, una hijuela del lema que propagaba Oscar Wilde ("cultiva tus defectos, será lo que más envidien tus enemigos") y rompe con la cancha preestablecida de las pugnas corrientes ¿Envidiar los defectos y cultivarlos? ¿Olvidarse de las llamadas virtudes? Defectos y virtudes se denominan así a partir del fijado respeto a un canon supuestamente absoluto y desde donde nacen las sentencias del bien o el mal, lo mejor, lo peor y lo inferior.

El libro Re-invéntate desmonta la indiscutida existencia de un canon absoluto para triunfar. Especialmente, puede decirse, para "triunfar y ser feliz" puesto que el éxito sólo vale si es sinónimo de autoestima y de acuerdo consigo. Contra la idea, pues, de seguir los escalones de ascenso marcados en cualquier profesión y juzgarse según la altura de la escalada, este manual enfatiza el valor de la diferencia sin obligación de comparación.

Trabajar en la misma dirección que los demás, dentro de un carril de estilo predeterminado decolara la ilusión y la innovación. Trabajando de acuerdo a unos patrones uno abdica de ser su patrón. Trabajando, por el contrario, de la manera que nos sentimos más a gusto y disfrutamos íntimamente del quehacer somos dueños de la obra. Los dueños únicos y los ejemplares únicos.

"Tus diferencias son tus fortalezas", es el lema de Re-invéntate. Con el cultivo de las diferencias podemos esperar convertirnos en productores de algo singular, literalmente incomparable. Elegir el cultivo de la diferencia y no el de la competencia conlleva un riesgo porque la diferencia puede llevar a resultados incomprendidos o poco demandados en el mercado convencional pero posee, de otra parte, el genuino significado de la vida personal.

Trabajar de acuerdo a lo que es común y no a lo que se es nos aborrega y así un cuento dentro del mismo libro hace saber que la alternativa a ser más o menos apreciado por los quilos de lana que se ofrecen o por la mayor o menor facultad para hacer dormir a quienes cuentan ovejas, es la "oveja verde" que nunca será juzgada cuantitativamente sino que constituirá por sí misma "un estilo". Más o menos ovacionado pero en cuyo núcleo reside la celebración de la propia condición y la satisfacción íntima de haber trabajado en lo más placentero y auténtico de cada uno.

¿Cómo hacer? El libro enseña dos pasos. El primero sería dedicarse a aquella actividad que nos complace de verdad. El segundo trabajar en ese campo tintándolo de la propia y singular característica. Como se dice en los mejores másters de empresa: "la auténtica innovación consiste en ser tú mismo".

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13 de junio de 2008
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El conjurado

Creo haber insinuado aquí mismo lo pésimo lector que soy de mis contemporáneos hispanoamericanos. En líneas generales los encuentro -hablo sobre todo de los argentinos, por inevitable proximidad- aburridos y pretenciosos, o bien ligeros y faltos de ambición, o esclavos de la moda (¡conspiraciones! ¡recreaciones históricas! ¡mujeres al borde de ataques de nervios!), o simplemente malos. Salvo contadísimas excepciones, que no mencionaré aquí para no cometer (más) injusticias, no me entusiasman. Pero en este último tiempo descubrí a uno que, ante sus libros, me produce la clase de excitación -esa compulsión, esa necesidad de leerlo ya- que hoy sólo me inspiran las novedades de Michael Chabon, de Richard Price, de Rick Moody, de Jonathan Lethem. Hablo del colombiano Juan Gabriel Vásquez. /upload/fotos/blogs_entradas/_medlos_amantes_de_todos_los_santosEl último libro suyo que me inoculó ansiedad tan deliciosa fue una colección de cuentos: Los amantes de Todos los Santos.

Escenificadas entre Francia y Bélgica, donde Vásquez vivió varios años antes de instalarse en Barcelona, las historias de Los amantes ponen en acto algunas de las razones que me llevan a considerarlo uno de los mejores escritores del momento -y conste que ni siquiera estoy diciendo hispanoamericano.

Los personajes de Los amantes experimentan un desplazamiento del confort de sus existencias habituales, que torna inevitable la asunción de su más profunda humanidad. Madame Michaud pierde la casa amada en El regreso, viéndose forzada a reconstruir su identidad. En El inquilino, Georges comprende que un fantasma se ha instalado para siempre entre él y su esposa. Oliveira, protagonista de La vida en la isla de Grimsey, da un tajo profundo para liberarse de su pasado y comprende al fin que necesitará otro, si es que quiere abrirle paso al futuro. Cada uno de ellos es un eco de la figura del escritor, un reflejo de la condición sine qua non de su existencia: son en tanto aceptan -algunos por libre elección, otros impulsados por la fatalidad- que en este tiempo tan pródigo en anestesias, sólo siente y piensa profundamente quien rompe con el capullo de su comodidad -es decir, quien se des-instala.

Pero no se trata de viajeros profesionales del alma, habituados a no aferrarse a nada; ni de turistas que lo ven todo por encima, consagrándose a la superficialidad. Los personajes de Vásquez no se exponen al viaje, al desplazamiento porque les parece exótico. En todo caso abrazan el dolor como una oportunidad. Condenados a una incomodidad cierta -el bulto en el cuello del protagonista de En el café de la République, el miedo de Zoé en Los amantes-, convierten la falta de equilibrio en impulso. Y en ese cambio de marcha se formulan las preguntas que cuentan: sobre la dificultad para entendernos unos con otros, sobre la capacidad que tenemos -o no- para convertir nuestras existencias en (obra de) arte, sobre la posibilidad -o imposibilidad- de asimilar físicamente tanto el dolor como el amor. Quiero decir: Vásquez no es denso -por el contrario, es todo un narrador- pero no escribe sobre boludeces. Si se permite el lugar común del acápite de Eleanor Rigby (‘¿De dónde viene toda la gente solitaria?') es porque entiende la importancia de que nos respondamos dónde vamos todos nosotros -solitarios por puros partícipes de la condición humana.

Lo que también entiende Vásquez -y esto es crucial en cualquier escritor- es el rol de la literatura en este tránsito. Escribir es ‘estar probando un par de ojos nuevos', como dice en Los amantes de Todos los Santos. La ficción es lo que produce la ruptura -siempre efímera, a nuestro pesar- de ‘la cortina que separaba este mundo y el otro', permitiéndonos ver lo eterno en lo efímero, el arte imperecedero en el gesto casual, el sentido que subyace al caprichoso fenómeno de la vida. Literatura como aleph, como conjuro que niega las constricciones del tiempo -estaríamos ciegos sin ella.

Ayer leí una entrevista a Harlan Ellison, donde decía: ‘Una especie que puede pintar el techo de la Sixtina, escribir Moby Dick y poner a alguien en la luna no necesita resignarse a las hamburguesas de McDonald's, las novelas de Judith Krantz y American Idol'. Yo leo a Juan Gabriel Vásquez porque forma parte de los conjurados: aquellos que no se resignan.

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13 de junio de 2008
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Galería de espectros: el rey Lear

"El rey Lear y el cuerpo de Cordelia", Friedrich Pecht, 1876Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros me he encontrado con el viejo espectro del Rey Lear.

Delfín Agudelo: Desde la primera visita no volvía a caminar a tu lado un espectro shakesperiano. Y es un buen regreso: el rey Lear.

R.A.: El Rey Lear para mí es desde luego el personaje favorito de toda la obra de Shakespeare. Creo que es el personaje más complejo, el que incluye más elementos ricos acerca de la condición humana y además el que incorpora también factores más enigmáticos. Si bien es cierto que en la gran mayoría de las obras de Shakespeare lo enigmático predomina- toda la trama de Hamlet es profundamente enigmática e incluso en una comedia onírica como el Sueño de una noche de verano es lo enigmático lo que prevalece- en todas ellas Shakespeare no es alguien que nunca abra por completo la cortina a los espectadores o la cortina a los lectores, sino que más bien le gusta jugar a velar y revelar. Esto llega a su máxima manifestación en el Rey Lear. Con respecto al cual, al personaje y a la obra, estoy seguro de que ningún lector, espectador o crítico puede llegar a decir exactamente de qué trata, de qué es exactamente prototipo el rey Lear. Si nos fijamos bien, el rey Lear puede ser una reflexión sobre la vejez, sobre la locura, sobre la contraposición entre la luz y la ceguera, sobre el poder, sobre la codicia, sobre la compasión; y yo creo que fundamentalmente es una reflexión sobre todas esas cosas expuestas simultáneamente. Y eso es la extrema dificultad y la enorme grandeza del rey y personaje Lear. Aquello que exigiría prácticamente un solo escenario para cada una de estas reflexiones o manifestaciones tiene que juntarse en una extraña tensión, en un juego de contradicciones que va asumiendo el propio itinerario o destino del rey Lear a medida en que avanza la obra. Es un personaje maravillosamente plural, también proteico pero no en el sentido de que cambie superficialmente de piel, sino en el sentido de que va exteriorizando una herida a través de la cual van urgiendo jirones de la condición humana. No hay ningún otro personaje en la historia del teatro, ni siquiera drama antiguo, y me atrevería a decir que del propio Shakespeare que lo haga de una manera tan rica. En Macbeth encontramos una reflexión sobre el poder; en Hamlet de la duda; en Julio César sobre la revolución y herencia; pero ninguno como el rey Lear que incorpora también la cuestión de los celos humanos y del amor paterno-filial, para incluir al mismo tiempo y en tensión todos estos factores.

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13 de junio de 2008
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I. Un anciano superhéroe

Pertenezco a la cultura de las historietas, que fueron el alimento de mi imaginación en la infancia, y regresando de Madrid a Managua he encontrado en una revista del avión la noticia de que Supermán, uno de mis héroes de entonces, cumple 80 años de haber aparecido por primera vez en meteórico vuelo por los cielos para defender a los débiles y castigar a los malvados. Sus creadores, Jerry Siegel y Joe Shuster, dieron cuenta por primera vez de sus aventuras en el primer número de la revista Action Comics, que valía 10 centavos de dólar el ejemplar, y que se publicó en junio de 1938, cuando aún Estados Unidos sufría los efectos de la gran depresión.

En la portada de ese primer número, Supermán levanta en peso un automóvil Buick de color verde, de aquellos que parecían escarabajos, el mismo modelo que tenía el médico de mi pueblo, y los bandidos que viajaban en él huyen despavoridos. Traje de malla azul, la capa roja revoloteando al aire a sus espaldas. Ahora averiguo que ese traje fue inspirado por los que usaban los artistas de circo, trapecistas, malabaristas, el hombre bala que salía volando por la boca del cañón, y que usaba capa, como los magos.

Supermán podía entonces zarandear a los malvados, noquearlos a puño limpio, enviarlos en descalabro de huesos al hospital, incluso matarlos. Después, el editor de la revista prohibió semejantes desmanes, e impuso un código de honor a los superhéroes, empezando porque no podían quitar la vida a nadie.

Fue esta versión edulcorada la que yo conocí, un Supermán incapaz de matar una mosca, que debía entregar cumplidamente a los malhechores en manos de la policía.

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13 de junio de 2008
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Obama no es negro

Aunque Obama sea hijo de un hombre negro y de una mujer blanca todos los periodistas, columnistas y analistas lo consideran un negro. ¿Por qué?

¿Acaso es su aspecto el que permite asegurar que Obama es un negro? ¿Qué porcentaje sanguíneo hace falta verificar para asegurar la autenticidad de la denominación de origen? Y si prescindiéramos por un momento de unos rasgos que parecen ser definitorios -esos a los que hemos atribuido una singular categoría cultural- ¿en qué género o especie quedaría clasificado el candidato? ¿Qué sería Obama? ¿Un mulato? ¿Se dirá entonces con el mismo énfasis "un mulato podrá ser Presidente de los Estados Unidos de América"?

La terquedad de estas presunciones del lenguaje, enquistadas en nuestro torpe imaginario político, nos lleva a creer que detrás de tan inocentes descripciones se encuentran hechos de una potencia sociológica irrefutable. Por ejemplo: la distinción racial -en cualquiera de sus modalidades de prejuicio o restitución- "es una realidad que nadie pone en cuestión". Hay negros y hay blancos, como hay hispanos y, como nos recordaba Eduardo Mendoza en un magnífico artículo en El País, hay gitanos, Y así prolongamos una y otra vez los delirios de la eugenesia del siglo XIX -por no hablar de otros perturbados experimentos clasistas.

En el gobierno y en el ejército de los Estados Unidos, en las empresas y en las iglesias, en los equipos de rugby y baloncesto, en las series de televisión, los llamados negros ocupan cargos y posiciones de gran visibilidad. ¿Se dice en estos casos "un negro dirige un banco"? ¿O un negro mete el balón en la canasta? 

Lo habitual entre aquellos que desean contribuir a cancelar la enloquecida herencia del siglo XX es omitir un dato que ya empieza a ser insignificante: o sea, carente de significado.

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12 de junio de 2008
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Verdadero o falso

Tengo un amigo que nos sorprendió invitándonos a cenar en su casa. La casa, estaba llena de cuadros contemporáneos que nos causaban envidia y sorpresa. ¿Cómo se había enriquecido tanto nuestro amigo? Es verdad que había tenido éxito como director y productor de cine. Pero esos "clementes", "chillidas", "manrays", "mirós"... eso parecía demasiado. No pude resistir pregunté por aquella colección. ¿Te gustan, verdad? También le gustaban a una famosa pintora que compartía la cena. Y a otros. Nuestro amigo sonrió satisfecho y confesó: "¡Todos son falsos!".

Excelentes falsificaciones. Tanto que habían producido en nosotros el mismo efecto que si hubieran sido auténticos.

He recordado esto leyendo un libro, bastante falso, pero no deja de tener la gracia de la impostura. El autor es un reconocido impostor, uno más de los que rodearon a ese genio y, sin duda, gran impostor llamado Salvador Dalí.

En un momento del libro se cuentan éstas cosas:

"¿Estás diciendo que las tres cuartas partes de todos los Dalís que hay en el mercado son "falsos falsos"?

-Aproximadamente, sí.

Amanda Lear tragó saliva.

-Esto me recuerda una cosa de cuando yo era su musa y él mi profesor de arte. Dalí me dejaba usar sus pinceles y lápices... Un día, Dalí me pidió que copiara un ángel de Leonardo da Vinci de un libro de arte. Una vez terminado me lo quitó de las manos, lo firmó y se lo dio a Gala. Aquella noche, Gala vendió mi copia a Gina Lollobrigida. Era un Amanda Lear "auténtico auténtico" y un Dalí "falso falso" con una firma de Dalí "auténtica auténtica".

Es decir un Amanda Lear, "auténtico-falso"

O quizá un Dalí "falso-auténtico"

Y eso lo cuenta uno de los muchos falsificadores que se acercaron a Dalí. Un artista auténtico que vivió haciendo de lo falso un arte más. El arte de hacer dinero con el mundo de papanatas que compra una firma para exhibir como auténtico un cuadro que no les importa, ni les gusta, creo.

Y es curioso que el ejemplo lo cuente una falsa mujer, o un falso hombre, que quizá nunca se llamó Amanda Lear.

¿Con cuantos falsos convivimos en nuestros museos, casas, galerías? ¿Y es lo falso peor que lo auténtico si no sabemos diferenciarlo?

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12 de junio de 2008
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La muerte de los enciclopedistas

Fue el gran movimiento francés de las «luces» francesas, la creación de la enciclopedia: la prueba de la posibilidad de agrupar todo el saber de los mejores en una sola obra. La enciclopedia, como realidad y como idea, se mantuvo en vida hasta la aparición de Wikipedia, la enciclopedia creada por sus propios usuarios. En otras palabras, el saber de todos para crear lo mejor.

/upload/fotos/blogs_entradas/britannica_med.jpgHace poco, la editorial Larousse, que fue en Francia tanto un diccionario como una enciclopedia, mató la idea con la creación de un sitio imitando el de Wikipedia para los compradores de sus libros. Ahora, la señal de la muerte de la enciclopedia viene de la Enciclopedia Britannica. La noticia se publica en Wired que no se atreve a denunciar una cosa extraña: la obsesión de Wikipedia por conseguir artículos firmados. En Internet tenemos todo y todos tenemos seudónimos. La enciclopedia del ciberespacio es una obra anónima de una muchedumbre.

Mi apuesta: Wikipedia seguirá como líder. El sitio de la Britannica en la versión beta está aquí.

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12 de junio de 2008
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Tais

El mito de la hetaira Tais (al decir de Valle Inclán menos bella que su destino) ha pervivido hasta nuestros días a través de su presencia en la literatura. Si el poeta Menandro daba ya su nombre a una des sus piezas, el compositor francés Jules Massenet le dedicó uno de sus títulos operísticos más apreciados por los amantes de la mélodie française. Aprovechando la leyenda de que Tais habría acompañado a Alejandro en su conquista de Asia,  los libretistas, siguiendo el relato del escritor francés  Anatole France,  sitúan la acción directamente en Alejandría. Recuerdo una tan delicada como sensual  puesta en escena en el teatro Malibran, debida al director veneciano Pierre Luigi Pizzi. Pizzi enfatizaba la emoción y voluptuosidad que embargan a Tais por el mero hecho de sentirse deseada, así como su  certeza trágica de que esta su condición de pura hipóstasis para la erección del hombre sería algún día cosa del pasado (Dis-moi que je suis belle... implora al espejo en el aria más celebrada).

¿Enfermiza la sexualidad de esta meretriz? Más bien lucidamente trágica y desde luego reflejo de una radical valentía: la valentía de asumir que el deseo del hombre tiene matriz fundamental en el hecho mismo de enfrentarse a la mujer que, literalmente se expone. Tais asume  tal verdad como condición de posibilidad de la emergencia de su  propio deseo, y no intenta edulcorarla con imágenes de una imposible simetría.

En algún registro todo hombre y toda mujer saben que la mujer se postula como peldaño para que el deseo del hombre se desvele, y que sin esta postulación  sólo puede darse esa suerte de erección muerta que desgraciadamente  suele a veces marcar  los vínculos en el lecho matrimonial: erección válida para la procreación, pero sólo para una procreación literalmente sin amor, que supone  reducción de la sexualidad humana a función meramente animal, función en la que (en este caso indiscutiblemente ) tanto la mujer como el hombre alienan lo más precioso.  

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12 de junio de 2008
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Todos los Dylan (y ninguno)

No sé bien qué pienso sobre I'm Not There. (¿Dónde figura que uno debe tener ideas claras y definidas sobre todo? Si así fuese, la vida sería tanto menos interesante...) A la película de Todd Haynes hay que reconocerle el mérito de romper con las convenciones de las biopics sobre ídolos musicales, al estilo Ray y Johnny & June. Es verdad que la figura sobre la que gira lo pide a gritos: Bob Dylan es un personaje infinitamente más complejo que Ray Charles o Johnny Cash. En este sentido, que Haynes haya decidido fragmentar a ‘Dylan' en varias personalidades es un hallazgo que encuentra sustento en la biografía pura y dura.

Dylan ha sido, o cuanto menos puede haber sido, todos aquellos a los que Haynes da distintos rostros. El niño infatuado con el cantante folk Woody Guthrie (Marcus Carl Franklin). El trovador de protesta (Christian Bale). El actor que se cree su propio personaje (Heath Ledger). El poeta que se hace llamar Arthur Rimbaud (Ben Whishaw). El arlequín andrógino que no quiere convertirse en esclavo de su público (Cate Blanchett). El artista que decide someterse a las constricciones de una fe religiosa (otra vez Christian Bale). Y el renegado que huye de la civilización, tan sólo para ser alcanzado por su destino (Richard Gere). Para ser sinceros, Dylan es de los pocos artistas que justifica una mirada tan caleidoscópica. Sólo se me ocurre una figura parangonable, y ese es el Shakespeare de quien Borges decía que era a la vez ‘todos y ninguno'.

Lo que no sé es si la película puede ser apreciada y disfrutada por alguien que no sea un dylanófilo. Por supuesto, la música es magnífica y el film vale aunque más no sea por la actuación de Cate Blanchett, que guiada por Haynes da en la tecla del Dylan que giró por Londres en el inicio de su etapa eléctrica, aquella que le valió el mote de ‘Judas' de parte de los puristas del folk; ese Dylan era en efecto un arlequín, filoso y frágil a la vez, una figura inquietante que puso en juego su vida para romper con el molde del cantante de protesta del que se había valido hasta entonces.

Pero para la mayor parte del público -y también para algunos dylanófilos, estoy seguro-, el film girará cada vez a mayor velocidad como un remolino y finalmente desaparecerá sin dejar rastros, perdiéndose en el misterio que es su centro. Porque Dylan, como la película lo acepta desde su título, no está allí. Habiendo sido todos esos, como en el texto borgiano, termina no siendo ninguno. Lo único que nos quedan son los signos de su paso: las imágenes que produjo, sus sonidos, lo que tocó, lo que transformó, lo que rompió. Y eso, al menos para los que verdaderamente apreciamos la obra de Dylan, es más que bastante.

Quizás haya sido eso todo lo que Haynes quiso decir.  

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12 de junio de 2008
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Leer, leer malditos

El pasado lunes volvió a manifestarse, esta vez en El País, la santificación de la escritura al modo de una religión de la que toda la sociedad debe ya precaverse si desea eludir el oscurantismo, el fanatismo y la máxima tontería colectiva. Se trata, en concreto, de la sacralización del libro, sin importar qué libro sea y alabando sus virtudes como las una Santísima Providencia. Dice Almudena Grandes: "Un libro es una vida entera, un telar donde los hilos de la vida tejen cada mañana lo que destejerán cuando caiga el sol". Efectivamente no se entiende lo que dice pero ¿cómo pedir explicaciones en la comunicación con el Ser Superior, de por sí inescrutable?

Y sigue: "Los libros son pan y libertad, el veneno dulce del conocimiento, la alegría temblorosa de las emociones, esperanza donde no la hay, futuro para un presente enfermo". Vaciedad de vaciedades, tópico de tópicos, ranciedad de rancho repetido como una papilla que pretende igualar la función del libro en el siglo XIX con la del siglo XXI. Leer se asociaba entonces con una liberación de la esclavitud analfabeta pero incluso la lectura, antes o ahora, ¿puede garantizar que, a despecho de los textos esclavistas, nazis, estalinistas, oscurantistas, nos hace libre? El pasmado culto al libro, la bobalicona devoción a lo escrito, la ignorancia o el desprecio de los demás medios de información, narración y conocimiento, son la prueba de la extrema discapacidad a que ha llevado leer y leer sin alzar la vista.

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12 de junio de 2008
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