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Subterráneo para los políticos

Hace ya un tiempo me ocupé del episodio electoral español en el que uno de los candidatos se dejó tildar reiteradamente de mentiroso por su adversario sin que se diera la menor reacción, y lo que es peor (dados los resultados de las inmediatas encuestas) sin que la audiencia otorgara la menor importancia a esta pasividad. No pasaba en suma por la cabeza de ningún ciudadano que la dignidad del político en cuestión exigía  decir que hasta aquí habíamos llegado, pedir a su oponente explicaciones y, en ausencia de ellas, negarse no ya a continuar debatiendo en conformidad al previsto guión, sino incluso a dirigirle la palabra.

Ello indicaba que entre los atributos que la ciudadanía supone en un político ha dejado de contar aquello que la lengua castellana designa con el término de hombría y aun hombría de bien (la andreia de los griegos que, como ya he tenido ocasión de indicar, es atribuible a hombres y a mujeres). A un político se le exige tan sólo que sea pasablemente buen gestor, y parece variable irrelevante que use su inteligencia para el arte de trabar rapiñas. Obviamente lo importante en este asunto es el grado de nihilismo que se da en el alma de cada ciudadano, su resignación a que la mentira sea el lubrificante del orden social. Quisiera, sin embargo, ocuparme hoy de un aspecto tangencial, relativo al destino de los políticos una vez que han perdido (por lo general sintiendo que con ello su alma se oscurece) sus cargos:

/upload/fotos/blogs_entradas/chirac_med.jpgEl 10 de junio leía en los periódicos que el ex-presidente Chirac ha inaugurado una fundación que lleva su nombre, dedicada (¿cómo no?) a promover la paz, el ecologismo (lucha contra el cambio climático en primera instancia) el vínculo entre culturas, etc. Una fundación también destinada a edificantes tareas lleva el nombre de Gore. Creo que una análoga es presidida por Carter, y así un largo etcétera. De suponer que, cuando estaban en sus cargos, todos estos mandatarios respondían ya a tan generosos principios, dado el enorme poder relativo que se les atribuía, es para concluir que aquí no hay nada que hacer y que (como Marx indicaba) en cuestiones de estructuración social el bien y el mal no dependen de las voluntades individuales sino de juegos de fuerzas. Pero en fin... uno de los políticos que, abandonado por El poder, ha encontrado refugio en la filantropía espiritual es Tony Blair, que hace unos diez días inauguró en Nueva York la Fundación de la fe. Mañana me ocuparé de este acontecimiento.

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20 de junio de 2008
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Sesión XVI. Cuentos Comentados

Como habrán podido observar, el tono de la narración es una cierta impostación de la voz que a menudo buscamos que encaje con el propio tema elegido: naturalmente, esa conjunción entre tema y tono requiere una búsqueda ardua por parte del escritor y que culmina cuando este llega, por fin, al convencimiento de cómo debe narrar, quién debe contar y cuál es la emoción que requiere todo ello: si distante, si ampulosa, si áspera, si conmovedora, si legendaria, si imperturbable... Por eso, no es de extrañar que sean muchos los escritores que se refieren a la importancia de la búsqueda del tono en las narraciones que abordan.  Cuando se encuentra, inmediatamente el narrador se siente cómodo con la forma en que está contando la historia, de la misma manera que ocurre cuando hallamos el ángulo, el narrador que se encargará de dotar de voz al relato. No debemos confundirlo con el ritmo narrativo, que tiene que ver más con la velocidad que imprimimos al texto y cuya explicación intentaremos dar en la siguientes dos sesiones, aunque por lo general resulta fácil confundirlos. De todas maneras, lo que nos interesa es fundamentalmente que ustedes realicen los ejercicios y que busquen lo más rigurosamente posible acercarse a ese universo de tonos y de ritmos que marcan la diferencia entre una simple narración y una narración honda, compleja, llena de matices y cargada de densidad, como suele ocurrir con los relatos, cuentos y novelas de los buenos escritores, aquellos que han buscado con paciencia y oficio la manera exacta de encarar sus ficciones.  Los textos de esta semana han sido pródigos en variantes, temas, narradores y tonos. Hemos elegido unos cuantos, como siempre, para que puedan ustedes calibrar aciertos y errores, y como siempre, les emplazamos a que con sus comentarios y opiniones enriquezcan este trabajo conjunto.

Saludos cordiales

Jorge

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20 de junio de 2008
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Sobre Shakespeare el conspirador

Se han escrito muchas páginas tratando de dilucidar el pensamiento político y filosófico y hasta religioso de William Shakespeare. (Hay quienes sostienen que aunque se manifestase anglicano seguía siendo católico en secreto, e incluso quienes lo vinculan a la conspiración para volar el Parlamento de la que participó Guy Fawkes.) Pero -por fortuna, diría yo- su ideología sigue siendo tan elusiva como el personaje histórico Shakespeare: todo estudio que no se concentre en su arte y en su insondable conocimiento del alma humana está destinado al fracaso.

No voy a ser precisamente yo, pues, que toco de oído, quien pretenda encontrar luz donde tantos naufragaron. Pero leyendo Henry IV se me ocurrió que hay muchas formas de expresar lo que uno siente o piensa en lo más profundo de su alma, además de la declamación hecha y derecha.

Shakespeare se abocó a Henry IV para ilustrar el proceso político que consagró una línea monárquica, aquella que definió el tiempo en que le tocó vivir. Es decir que de algún modo estaba obligado a hablar bien de los reyes en cuestión: no hay que olvidar que las compañías teatrales de la época dependían del permiso real para trabajar, y que a menudo recibían comisiones desde el palacio, y hasta invitaciones para actuar delante del monarca. En este sentido, las dos partes de Henry IV narran la formación del príncipe Hal, hijo del rey y futuro Henry V, a quien la historia consideraba el paradigma del soberano, el modelo ante el cual todos los reyes debían medirse. Shakespeare no tenía demasiadas opciones al respecto: su retrato de Henry no podía ser negativo, por lo menos de manera evidente.

¿Qué es lo que hizo Shakespeare entonces? En el mismísimo seno de una de sus obras ‘históricas', metió a un personaje que, aunque inspirado por otro personaje de la crónica -Sir John Oldcastle-, era en esencia producto de su fantástica imaginación: el incontenible Jack Falstaff.

/upload/fotos/blogs_entradas/falstaff_med.jpg¿Y quién es Falstaff? Un caballero gordísimo, afecto al vino, a las mujeres y a las mentiras, que a pesar de su título de ‘Sir' no duda en robar para subvencionar sus vicios. Falstaff le enseña al joven príncipe Hal todas las cosas que no aprenderá en palacio, y por eso el rey Henry IV lo tiene entre ceja y ceja: está convencido de que Falstaff lleva a su hijo por el mal camino. Es verdad que Falstaff resulta impresentable -el crítico Harold Goddard dice que el personaje participa de dos naturalezas, y la primera de ellas es el Inmoral Falstaff. Pero a pesar de que todo lo malo que se dice de Falstaff es cierto (el obeso Jack es el primero en admitirlo), también es verdad que Falstaff es la más perfecta personificación de la alegría de vivir, del deseo de experimentar la vida de la manera más intensa -y esa es su segunda naturaleza: el Inmortal Falstaff. ‘Give me life!', es su expresión favorita, que Harold Bloom vincula a la bendición que Yahweh otorga al hombre en el Antiguo Testamento: no una vida más larga, sino una vida que es ‘más' -una dimensión más alta de la existencia.

Falstaff se convirtió en un personaje tan popular, que la mismísima Reina Elizabeth le pidió a Shakespeare que lo incluyese en otra obra. Son pocos los que recuerdan a Henry IV y a Henry V en este tiempo, pero Falstaff sigue vigente como uno de los personajes más divertidos y conmovedores que haya escrito jamás hombre alguno. Todavía hoy Falstaff nos conmina a seguir demandando: ‘Give me life!', a exigir de esta existencia todos los goces y las risas, a desconfiar del Estado y de los nacionalismos (‘¿Puede el honor curar una pierna? No... ¿Qué es el honor? Una palabra. ¿Qué es esa palabra honor? Aire') y consagrar a cambio el poder curativo del amor -y del vino.

Yo creo que aquel que subvierte desde dentro una obra pensada como exégesis de un rey y exalta a cambio a un personaje anárquico, está haciendo una declaración ideológica: ¡abajo Henry, y larga vida a Falstaff!

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20 de junio de 2008
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Galería de espectros: la chica en el hotel

Edward Hopper, "Hotel Room", 1931Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he visto la delicada silueta de la chica en el hotel.

Delfín Agudelo: Seguramente pasó al frente tuyo el espectro de un cuadro de Hopper.

R.A.: Me refiero al cuadro de Hooper que tiene un extraño equilibrio entre la sensualidad y la desolación, como la mayoría de los cuadros de Hopper. Pero en este caso la participación de sus elementos, el de una sensualidad muy contemporánea y muy sutil, y al mismo tiempo la desolación de hombre -sobre todo de la mujer- en el mundo moderno se complementa muy bien y quedan herméticamente encerrados en el interior de la habitación de un hotel. Esos factores hopperianos a través de esta chica resumen muy bien nuestra condición de paso, nuestra condición nómada, nuestra provisionalidad, el carácter transitorio de todos nuestros estados. Vivimos en un mundo en que lo fijo y lo sólido se ha vuelto cada vez menos frecuente, es un mundo delicuescente, líquido, en movimiento, y el protagonista de nuestro mundo sea alguien que está en la habitación de un hotel, solo, pensando en su propia soledad. Ya no es en ese interior sino en el pueblo, en la ciudad, en el mundo que lo envuelve, y esto me parece que es algo que expresa a la perfección uno de las tendencias dominantes de nuestra época. Me fascina, además, esa especie de abandono a la propia sensualidad y a la propia desolación como si libremente la chica hubiera buscado llegar a esa escenografía, pero una vez ha llegado en lugar de resistirse a su propia situación se abandona de una manera muy melancólica, nostálgica e incluso como si éste fuera su propio destino. El destino de alguien que continuamente está de paso, viajando, de alguien que se ha prometido en un momento determinado la felicidad pero ve que todo es necesariamente imperfecto que finalmente no se resiste a esta imperfección sino que incluso llega a encontrar el placer recóndito que esta imperfección oculta.

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20 de junio de 2008
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Escape de Nahualópolis / IV

IV. En el fondo están las formas.

Cuentan que la rutina no tiene fondo, y que sus formas son un tanto difusas. Aseguran que uno se diluye en ella como el veneno en los flujos vitales, y que más tarda en ser uno con ella que en darse a corromperla sin mas tregua o recato que el oficial cuidado de las formas. Cada vez que uno ingresa en nuevos cautiverios, se le informa de cuán estrictas son allí las rutinas: patrañas, casi siempre. El fantasma de la rutina no soló es corruptible, sino también profundamente corruptor. Uno acaba amafiándose con la rutina no porque sea obediente ni disciplinado, como porque no tarda en volverla su compinche, tapadera y secuaz. Ella acepta torcerse un poco a mi medida si yo convengo en moderar mis caprichos. Un tráfico penoso, según la experiencia. 

     Nadie que sea tan permisivo como Miss Ruth puede aspirar a disciplinar a quien sea, y todavía menos a quienes, aun armados de los mejores propósitos, vivimos gobernados por una minoría, de modo que sacar adelante un proyecto nos obliga no exactamente a moderar, sino a atender, privilegiar e inclusive mimar a los caprichos, esos parlamentarios independentísimos -más de uno entre ellos inflamado por cierta vocación de autócrata insular- que en muy rara ocasión reconocen otra soberanía que la suya y ejercen un letal poder de seducción sobre la voluntad, cuya fuerza de pronto se alimenta de ellos. ¿Cómo es que los soldados de la voluntad abandonan las filas de la rutina para unirse a las tropas mercenarias del primer capricho dispuesto a sobornarlas? Nada que no se explique si se toma en cuenta que a doña Ruth le basta con soltarse las fajas para perder las formas, y al propio tiempo hacérselas perder a sus adeptos. Lerda, tragona y burocratizada, el hada ofrece a sus seguidores un menú de compensaciones a largo plazo que incluyen sendas versiones económicas de paz de espíritu y estabilidad emocional. Una oferta atractiva para quien vive libre de caprichos mayores.

     Ser mediador entre rutina y capricho es tener que enseñarse a pelear cuerpo a cuerpo con la culpa, y después seducirla, envilecerla, anularla. Imposible ignorar la dosis de barbarie atrabiliaria requerida para tan arduos menesteres, pero ya en el transcurso de esta guerra descubrí que entre mis caprichos abundaba esa clase de caballero incorruptible que a ninguno se vende, pero a todos compra. ¿Quién me creía el hada de la rutina para esperar que moderara las exigencias de aquellos barones, afectados de formas especialmente rígidas y nada transigentes? No pretendo justificar mi actitud posterior, ni aligerar las culpas consecuentes con una confesión a destiempo, pero es verdad que la rutina fomentó, antes que combatir, un estado de anarquía licenciosa que acabó alimentando el caos imperante. ¿Está bien que una sosa como Miss Ruth, con tal de ya no ser tachada de rígida, baile en cueros encima de la mesa, en perjuicio del apetito de la tropa? ¿Qué moral de combate va a conservar un soldado de la voluntad cuando combate por una causa sin fondo, ni fondos, ni forma, ni formas? ¿Cómo seguir al mando de esta guerra sin antes dar la espalda a la rutina y volver a aquel puesto, todavía vacante y bien pagado, de ejecutivo de los propios caprichos?

     Quieren los obedientes y sus comandantes que a los deberes los veamos como ángeles y a los caprichos igual que a demonios, pero hasta donde alcanzo a distinguir unos y otros están dotados de alas, cola y sendos cuernos paralelos. En cuanto a demonología íntima, nada parece menos democrático que asignar a deberes y caprichos valores diferentes, con el pretexto amargo de que unos aportan los recursos y otros sólo se encargan de derrocharlos. Antes que obedecer al gobierno corrupto de la rutina, me entrego a los demonios del deber y el capricho, de forma que éste alcance el noble rango de aquél; y el deber, por su parte, despliegue el sex appeal del capricho. Ignoro si la fórmula funcione, por ahora me basta para escapar de los brazos del hada de la rutina. La veo venir lenta tras de mí, profiriendo amenazas y maldiciones. Al final saca cheques a mi nombre, me ofrece que sea yo quien ponga los ceros. Me grita que sin ella nunca voy a ganar la guerra contra el caos. Me da un poco de lástima, verla tan deformada y desfondada. Y todo, pobrecita, por no saber bailar.

 

     ¿Qué vale más, un demonio expedito o un hada burocrática?

     ¿Quién, que tenga caprichos insatisfechos, va a contentarse con el deber cumplido?

     ¿Cuál es el precio de formar pandilla con el demonio de los antojos?

     Próximamente: V. Trínchame a tu capricho.

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20 de junio de 2008
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V. La lucha que se repite

Nada de lo que Ortega y su esposa hacen desde la cúpula del poder que entre los dos detentan, tiene como horizonte el presente período presidencial que vence en 2012. Eliminar de la contienda a otros partidos políticos,  ejercer el control absoluto de las instituciones del estado, tener la obediencia de los jueces del sistema judicial, y la sumisión de la Asamblea Nacional. Buscar el momento preciso para dar el golpe al Ejército y a la Policía, y hacerse también con su control.  Todo está dirigido a asegurarse la reelección indefinida, para lo que introducirá reformas a la Constitución Política, con la complicidad de su socio Arnoldo Alemán.

Cuando el gobierno revolucionario se estableció en la ciudad de León el 18 de julio de 1979, es porque las fuerzas guerrilleras que comandaba Dora María habían logrado expulsar a las fuerzas de la Guardia Nacional de Somoza, que comandaba el temible general Gonzalo Everstz, apodado "Vulcano". Fue gracias a ella, y a los jóvenes y adolescentes que la obedecían con admiración, una jefa osada y aguerrida y estratega natural de apenas 22 años, que los miembros de la Junta de Gobierno pudimos aterrizar en León, viniendo desde Costa Rica. León era ya un lugar seguro. En un primer vuelo llegaron Daniel Ortega, Rosario Murillo, Tomás Borge. En el siguiente, doña Violeta de Chamorro, Alfonso Robelo, y quien escribe.

Aquella muchacha menuda e inquieta, que siempre bromeaba frente al peligro, y que siendo tan joven no dudaba a la hora de tomar decisiones de vida o muerte, se enfrenta ahora a quien entonces allanó el camino del poder, Daniel Ortega. Y lucha por lo mismo de antes. Librar al país de una dictadura.

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20 de junio de 2008
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Tramposo y edulcorado modelo

De hecho, casi todos los discursos relativos a la igualdad de hombre y mujer y a la equiparación de status en relación a la sexualidad, se basan en esta imagen de simetría y complementación que ayer evocaba y a la cual nada responde en la complejísima aspiración que vincula ambas emociones sexuales, aspiración que en modo alguno apunta a articular las partes (reducidas a dos) de un elemental puzzle.

Compartir la sexualidad es algo decididamente más complejo que poner juntas dos partes, y desde luego tolera (cuando no exige) modalidades de relación que nada tienen que ver con el modelo (tan bienpensante como edulcorado y tramposo) que el pensamiento políticamente correcto en materia sexual nos propone.

Pues cuando la sexualidad del hombre se despierta realmente, cuando su erección tiene esa nota de sacralizada festiva que reflejan los iconos griegos, cuando el cuerpo de la mujer es reconocido como la razón o causa de tal explosión... entonces muy probablemente la sexualidad está siendo ya compartida.

De ahí que suenen tan insoportablemente los edificantes sermones (arcaicos o contemporáneos, reaccionarios o progresistas) homologando la carencia sexual del hombre y de la mujer. Discursos susceptibles de generar en el hombre una suerte de exigencia moral literalmente mutiladora: la de subordinar su deseo a la aparición en su partenaire de una manifestación de deseo cualitativamente equivalente. Discursos que suenan tan insoportablemente más aun por lo que tienen de ceguera que por lo que tienen de hipocresía.

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19 de junio de 2008
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Amores peligrosos

/upload/fotos/blogs_entradas/amores_altamente_peligrosos_med.jpgHe leído un libro, no demasiado importante, de Walter Riso que se titula Amores altamente peligrosos. Su subtítulo explica cumplidamente el contenido: "Los estilos afectivos de los cuales será mejor no enamorarse: cómo identificarlos y afrontarlos".

No creo que puedan afrontarse sino mediante el martirio. Identificarlos, en cambio, es fácil y cualquiera que haya cruzado por esta refriega podría dar cuenta de su coincidencia con las sistematizaciones de Riso. De todos ellos, he vivido una mitad, para bien y para mal. Lo peor, con todo, es ser víctima de un amor caótico y, siendo el enamoramiento del orden de la ensoñación, el delirio o el arrobamiento, el caos presenta el añadido de introducir el  maltrato sin fundamento, la afección con demencia y el olvidado con el mínimo esfuerzo del dolor. Los enamorados ¿son locos? ¿caóticos? Entre la locura y el caos, discurre la gran distancia entre el amor humano y la extrema crueldad de lo natural. La Naturaleza que despedaza frente al Ser  que desespera.  

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19 de junio de 2008
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Fernando Pessoa

/upload/fotos/blogs_entradas/fernando_pessoa_med.jpgOtra vez Fernando Pessoa. El último libro que he adquirido (estoy harta de las palabras comprar y vender) han sido sus Diarios (Gadir). Durante los ochenta, la Antología Poética, de Ángel Crespo, en que recogía poemas de sus famosos heterónimos, y el Libro del desasosiego fueron un faro para mí, una Biblia en la mesilla de noche. Nunca he sentido una melancolía tan maravillosa como la que salía del Libro del desasosiego como una brisa otoñal, atlántica, llena de humedad y de luz. Pessoa devuelve la fe en el placer de vivir las sensaciones, de agarrarse uno a lo que siente porque no hay otra forma de existir.

Uno de sus heterónimos más atractivos es el sabio Alberto Caeiro, cuyas palabras me han hecho mucho bien, como éstas por ejemplo:

      "Acepto las dificultades de la vida porque son el destino,

      lo mismo que acepto el frío excesivo en pleno invierno:

      tranquilamente, sin quejarme, como quien meramente

         acepta,

      y se alegra por el hecho de aceptar:

      por el hecho sublimemente científico y difícil de aceptar

            lo natural e inevitable." 

Y en sus Diarios escribió algo que nos puede venir bien a quienes nunca estamos contentos del todo:

"¿Por qué soy tan infeliz? Porque soy lo que no debería ser. Porque la mitad de mí es lo opuesto de la otra mitad, y el triunfo de una es la derrota de la otra, y la derrota es sufrimiento: mi sufrimiento, siempre."

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19 de junio de 2008
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Pérez Reverte, el peleón

/upload/fotos/blogs_entradas/el_escritor_y_periodista_arturo_prezreverte_med.jpgConozco a Arturo Pérez Reverte hace décadas. No ha cambiado en lo fundamental. Es más rico, más famoso, más universal, más escritor pero sigue teniendo un mecanismo defensivo con una cierta chulería. Y le gusta desnudar las palabras. No usarla para el encubrimiento sino para quitar la capa de las cobardías, de los tapados, de las tapadas de nuestra historia. Sabe contar historias. Algunas de nuestra propia historia, de ese país de todos los demonios que llamamos España. Otras historias de otros mundos, otros hábitos. Una vez más, ahora en estos encuentros de Santillana, demuestra ser un escritor que no se arrepiente de ser "leal mercenario" de sí mismo. Eso es lo que debe hacer un novelista, saber contarnos sus sueños, sus aficiones, sus fobias, sus amores y hacerlo de la manera más eficaz, más verdadera.

Una aventura literaria, la "arturiana", en la que siguen vivos Alicia, Colmes, Ulises, Bradomín, el capitán Garfio, Sancho y el Quijote, Sam Spade, Ana Ozores, Jim Hawkins, Achab y también, como no, Rogelio Ackroyd. Se puede tener éxito, se puede ser popular, se puede vender y ser un excelente escritor.

El otro día, en mi barrio, un tipo bastante colgado, uno de esos que puede vivir durmiendo algunas noches en compañía de sus perros, de su tetrabrick de vino peleón y de otras maneras de evasión, se paraba cada poco en la acera. Pensé que llevaba su habitual colocón. No lo noté, pero sí pude ver que se paraba porque estaba leyendo un muy usado libro de las aventuras del capitán Alatriste. Se me olvidó contárselo a Arturo Pérez Reverte, ese chulo, ese peleón, ese escritor, tan cercano. Tan necesario.

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19 de junio de 2008
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