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Blogs de autor

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Las voces a ellas debidas, 6

 

 

 

María Auxiliadora Alvarez (Caracas, 1956). El silencio El lugar. Madrid, Del Centro Editores, 2018. 

 

 

      Siempre me ha intrigado el exilio de los poetas venezolanos, ese costo del habla en cuya promesa vivían, mientras que en el extranjero no acababan de afincar porque el país originario se les acrecentaba. De modo que hoy viven y escriben desde la conversación que habitan. Juan Sánchez Peláez vivía en una tertulia deshilvanada, donde cada frase terminaba en pregunta, Guillermo Sucre nunca respondió una carta y mucho menos una llamada; me temo que encontraba sobrevalorada la conversación. Amaba a Borges pero no le perdonó haber escrito casi demasiado. Logró olvidar a los amigos, prescindir del diálogo, y dejó de publicar. 
 

        María Auxiliadora Alvarez, en cambio, vive rodeada del inglés, lo que le permite la gran libertad de pulir el canto como cifra de una edad del habla dorada, cuando todos los poetas creían en la palabra justa y en la justicia poética. En este claro, terso, intenso ciclo de versos rodeados de espacio y silencio,  como si la página nos citara al diálogo de asombros mutuos, los versos flotan en esa nada que vencen, arribando de lejos y quedándose en la página como conjuros en los que el mundo y el lenguaje intercambian nombres como tributos:
 

        Pero tú

                        (ave de memoria)

                                                remontas la mirada:

        bordeando

        las altas del paisaje ramas

        y las claras del verano nubes

        

        Al final, la poeta no sólo acendra la escritura sino que recupera el habla, que late en la página como otra demanda,  estoica y elegíaca, que pone a prueba los nombres en su clara lucidez.
 

        Notable canto del exilio venezolano. que trabaja a favor del silencio, y nombra el luto profundo como un paisaje sostenido por las palabras justas.

        Su obra es una hoja de ruta, páginas salvadas y voces devueltas que nos aguardan y hospedan.
 

        María Auxiliadora Alvarez tendrá siempre la palabra. Contamos con ella, con el alba que oficia:
 

                       soy el lazarillo

                       de una pupila

                       incompetente:

                       ora subyugada (seca)

                       ora subyugante (viva)
 

Y el tiempo es una resta, de temblor y luto por su país perdido:
 

                        pájaros cayendo

                        hacen la noche

 

 

 

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3 de julio de 2019
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‘Flush, flush’

La revista que observa el mundo a través de los espejos del baño”. Sólo en Francia podía surgir la iniciativa de dedicarle un magazine a la toilette. Pero, ojo, Flush no es una publicación dedicada únicamente a las tendencias en inodoros y mamparas de ducha, tampoco a nuestra relación con los cuartos de baño –a la paruresis, la fobia de algunos hombres a orinar en público, por ejemplo–, sino que hay lugar para reportar las condiciones sanitarias en campamentos de refugiados o en cárceles. La periodista Aude Lalo, su artífice, defiende que la salud, el progreso, la ecología, el urbanismo y hasta las relaciones sociales pueden escrutarse a través de la evolución y uso de los urinarios.

De cuarto de las vergüenzas o sanctasanctórum doméstico, privado –por tanto cerrado– y discreto, pocos espacios de la casa –después de la cocina convertida hoy en altar– han evolucionado tanto, no en vano es el lugar donde empiezan y acaban nuestros días, donde nos relajamos y desahogamos cantando o llorando en la ducha.

Los baños de nuestra infancia eran recónditos y bastante feos. Hoy presumen de veteados mármoles, tecnología de última generación, váteres domóticos que abren la tapa nada más acercarte a ellos, como si te olieran, y hasta grifería en ­negro mate personalizada con nuestras iniciales. “El lugar de uno mismo” –como lo denominó el escritor Manuel Hidalgo– permite, mucho más allá de la escatología, definir nuestra relación con “lo privado” y extraer su componente socioíntimo.

Recuerdo la polémica surgida en torno a la fotógrafa Lee Miller cuando se autorretrató en la bañera de Hitler para quitarse la mugre del campo de Dachau, y coincidió con que ese mismo día el Führer se suicidaba en su búnker berlinés.

Suciedad y su reverso, limpieza; intimidad y pudor; secretismo y refugio, todo ello abarca un baño, transformado en una de las estancias más seductoras en las casas de diseño. Basta un rápido recorrido a través del cine para comprobar la importancia como escenario que tiene en nuestras vidas. El filósofo Slavoj Zizek, siempre extremo, proponía una teoría acerca de las diferencias entre los váteres –tanto por su morfología como por su ubicación en los cuartos de baño– de algunos importantes países europeos para afirmar no sólo que cada inodoro es fiel reflejo de la cultura que lo ha creado, sino que “cada vez que vas al baño te sientas encima de la ideología”. Puede que sea cierto, y que, efectivamente, los franceses mantengan su tradición revolucionaria, los británicos sean pragmáticos y los alemanes reflexivos mientras que algunos españoles mean fuera de tiesto.

Conquistado, disputado, deseado, qué alivio produce correr el pestillo que nos garantiza unos minutos de invisibilidad.

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3 de julio de 2019
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Benéficos

La izquierda lleva una neurosis considerable: cree que solo la religión hace agradable lo desagradable, da dignidad al sacrificio
 
 

Está demasiado próxima la España que rapaba a las putas y lanzaba cantazos a los maricas para que de la mañana a la noche nos levantemos en un país tan extremadamente tolerante que parece el más avanzado del mundo. Quizás solo en el ámbito de la vida sexual que tanto agobia a los latinos. No se le da igual relieve a los asesinados por terroristas o al acoso de españoles en Cataluña y País Vasco. No hay un día del orgullo para este tipo de víctimas. El caso es que cuando los compasivos llegan al poder, se produce una avalancha de caridad que da muy mala espina. ¿Por qué tanta ansiedad por los lesionados, los menesterosos, los rechazados? Se entiende que sea un asunto de Estado y cada Administración proteja a quienes sufren pobreza y quebranto, pero ¿no hay algo raro cuando se lo apropian los actores del espectáculo democrático?

Valga un ejemplo para que se me comprenda. No es normal que una dirigente (creo que era la portavoz de Podemos) censure a un ricohombre porque donó un puñado de millones para combatir el cáncer. La señora juzgaba una humillación aquel gesto desprendido y le reclamaba que pagara impuestos. Bueno, seguramente los paga, pero lo notable era el rencor de la mujer contra la caridad del rico. No le irritaba, en cambio, la caridad del pobre. Para ella, los múltiples movimientos de ayuda, protección y asistencia, las subvenciones, las ONG, son loables si vienen de su bando. Se advierte un talante clerical en la izquierda reaccionaria. Para esta ideóloga hay una caridad cristiana (la que bendice su partido) y todas las demás son heréticas. La izquierda lleva una neurosis considerable: cree que solo la religión hace agradable lo desagradable, da dignidad al sacrificio. Sólo la Iglesia es piadosa. Y la Iglesia son ellos.

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2 de julio de 2019
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Kitsch nupcial

La otrora llamada princesa del pueblo, Belén Esteban, se ha casado de nuevo. No me olvido de aquella vez cuando un presentador le preguntó por alguno de sus comportamientos –o eran sentimientos–, y ella respondió: “¿Pero esto qué es? ¿El juego del cráneo? No soy ningún ejemplo para nadie”. La chica de San Blas que fregaba pisos, la novia de Jesulín que se aburría en el campo de la sierra de Cádiz e iba al bar a taconear, se ha echado años y kilos como el resto de españoles. De profesión, tertuliana, y veraneante en Benidorm, se ha serenado y ha entrado en el club de las segundas bodas.

En las aspiraciones de la novia subsiste el anhelo del vestido perfecto. El súmmum quintaesencial, el traje entre todos, especial y único. Las mujeres que se casan visten en realidad su propia belleza, pletóricas, seguras –o eso parece–, y el traje las acompaña. Pero el ritual nupcial le otorga una función mágica. El vestido se convertirá en noticia, al menos entre los asistentes al enlace, y los comentarios perdurarán unos días. Algunas entran en las tiendas de Rosa Clarà, que acuñó un prêt-à-porter de novias personalizado, y aprenden a pasar de la foto al propio cuerpo. Pero no sólo la novia desea que su traje haga enmudecer, que por él la amen y la respeten el novio, el público, España entera. Ahí están los invitados, las pruebas lo testifican, vale cualquier boda mediática, incluso con flores negras al estilo de las de Pilar Rubio. El esfuerzo por ser singular desemboca a menudo en la vulgaridad. Cuando vas a comprar el pan y pasas por delante de una comitiva de boda, ves a un grupo de gente disfrazada. Siempre demasiado vestida, sea al mediodía o por la tarde, con ridículos tocados que se tuercen, pamelas Costa Amalfitana que desentonan con las bocinas del tráfico, escotes pronunciadísimos, colas de sirena para andar a pasitos cortos... Ellos también van acartonados; parecen magos o camareros medio perdidos en la fiesta. No obstante, en el microclima bonachón que genera un enlace, sus participantes se sienten los más guapos (y elegantes) del mundo. E insisten en epatar como nunca antes, manteniendo la tradición campesina de estrenar ropa para los acontecimientos.

No hay que remontarse muy lejos para comprender cierta deriva estética de nuestra sociedad hacia lo antes identificado como hortera. Basta con echar la mirada a los posmodernos 80, cuando lo kitsch –palabra alemana de origen más metafísico– brotó del underground para convertirse en tendencia total (y eso que la globalización aún no había vertido su líquido unificador a lo largo y ancho del globo). Theodor Adorno, uno de los mayores críticos, lo consideraba un peligro para la cultura, además de una parodia de la catarsis que el verdadero im­pacto estético provoca. Y así se representan muchas de ellas, entre la celebración y la caricatura del amor, los novios enmarcados por colores chillones, plumas y lentejuelas. Mientras el resto vamos a comprar el pan.

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1 de julio de 2019
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Las voces a ellas debidas, 5

 

 

Liliana Lukin (Buenos Aires,1951)Ensayo sobre la piel. 

Ediciones Activo Puente, Buenos Aires, 2018. 

 

         Liliana Lukin ha hecho del activismo literario un campo cultural femenino, como Malú Urreola en Chile, Gloria Posada en Colombia, y Rocío Cerón en México. Nos ha persuadido de que las poetas ejercen sobre el lenguaje una indagación crítica y una demanda de certidumbre que postulan nuevos protocolos; los cuales, a su vez, desencadenan una libertad sin retorno, cuya exploración y riesgo nos enseña a leer más.  La voz que da voces viene de lejos, y produce cada vez un nuevo hablante, libre en cada libro. Y se desdobla en autora y lector, explorando una  el lugar del otro. Notable instancia de ese proceso es su libro Teatro de operaciones (2007), que declaraba  su empresa:

 

                  Mi estancia aquí es la niebla,

                  entre el deseo y la voluntad,

                  es una prueba de resistencia,

                  un trato con la vigilia

                  en el que llevo las de perder.

 

           El poema es el teatro de una vela de armas.

 

     Desde “la luz del acontecimiento” el lenguaje es un sistema de interrogación: preguntas  asombradas. El carácter proyectivo de esta empresa se hace más interno en La Ética demostrada según el orden poético (2011), donde los “Sueños” son escenas que promueven la crítica de la vida tal cual.  Y en éste su Ensayo sobre la piel, la poesía ha ganado su plena libertad gracias a la suficiencia de su diseño. Esta es una poesía que más que cifrar, descifra.  

           Quien habla en el poema es quien lo lee.

La excepción y el drama permiten que el lenguaje se haga cargo de los padecimientos del hermano, cuya sombra persiste en las notas de pie de página. Vivencial y hermético, el poema (que  nos incluye en la fraternidad de la lectura) imagina otros lectores como otro mundo.  De pronto, el poema fecha la ausencia definitiva del rebelde.

 

        Y asume el lector su lugar en el texto: el de la elocuencia del luto (¿hay otra?). Esto es, la tinta de la escritura, hecha huella. Como en la mejor poesía, la del bien morir, éste libro nos cede el don de la intimidad:

 

                nunca sabremos ya qué había

                allí, y la palabra que pudo decir,

                ese pedir, fue él, fue su fugaz voluntad

                manifestada: deseo de ver

                a sus criaturas y deseos de ser criatura.

 

         Criatura de la lectura, el héroe es también nuestro. 
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27 de junio de 2019
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Goles que no valen igual

Mi hija pequeña sabe ya qué quiere ser de mayor: entrenadora de un equipo masculino de fútbol. No le basta con tirar regates ni rematar a puerta y, aunque ahora juegue en el medio campo –formando parte de ese 41% de niñas que en menos de tres años se han introducido en el balompié–, sueña con diseñar estrategias de juego y liderar un vestuario Varón Dandy. Serán amores de madre, pero me digo que apunta bien la niña: todavía faltan un par de décadas ­para que las Mourinho y las Guardiola del futuro se agiten en un banquillo con el caramelo en la boca.

El auge del fútbol femenino, que se juega en España desde los años ochenta, demuestra lo bien que se ha superado aquella idea victoriana de que las mujeres sólo podían practicar deportes que toleraran la falda –se incluía el hockey hierba–. Las británicas fueron las primeras en romper la norma, lo que les valió ser apedreadas por el público en Glasgow y Manchester, allá por 1881. Las jugadoras ya lo habían anticipado y no utilizaron sus nombres, sino alias. Hoy, con la octava Copa del Mundo femenina en juego, vamos conociendo detalles pintorescos en su cruzada para ser tomadas en serio. Ya saben: sus premios y sueldos son menores y las condiciones peores que las de ellos. En 1989, a las todopoderosas alemanas –dos Mundiales, ocho Eurocopas, una medalla de oro en los Juegos Olímpicos– su federación les regaló para festejar el primer título europeo un floreado juego de porcelana. Unas tacitas de café para domesticar a esas muchachas. Hace unos días, en cambio, Adidas anunciaba que pagará a las campeonas del Mundial a quienes patrocine la misma prima que a los héroes de Rusia 2018.

El deporte es un espejo cristalino donde se refleja la situación de las mujeres: puede que hasta vistosa y ejemplar, pero sin la cotización de los hombres. Por supuesto, nadie se atreverá a decir que las suyas son competiciones de segunda, aunque –y no por el nivel de juego o el espectáculo– estén desnaturalizadas. Un ejemplo: la delantera noruega Ada Hegerberg, la primera mujer en ganar un Balón de Oro, ha renunciado a jugar este verano en Francia por los agravios comparativos con los varones. Claro que en la gala de entrega del premio tuvo que soportar algo casi peor, que en lugar de preguntarle por sus tantos o títulos se interesasen por si sabía hacer twerking.

He leído un dato en prensa y Twitter que me taladra: sólo tres de las 550 futbolistas que participan en el campeonato son madres. En nuestra Liga Iberdrola, ninguna. Nadie debería renunciar a la vida por el trabajo, o al revés, pero a ninguna le renuevan contrato si se queda embarazada. Así, ¿quién va a marcar los goles cuando valgan lo mismo si los mete una mujer que un hombre?

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26 de junio de 2019
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Juegos de espejos

El tirano Manuel Estrada Cabrera, cruel y extravagante, celebraba cada año en Guatemala las Fiestas de Minerva, unos fastos con procesiones de vestales y veladas artísticas en honor a la diosa de la sabiduría. Cuando en 1902 se dio una terrible erupción del volcán Santa María, resolvió que esa erupción no existía. El decreto se mandó a leer en las calles donde la gente oraba de rodillas, estremecida de miedo ante los continuos temblores y retumbos, y mientras la lluvia de cenizas volvía negro el cielo y hundía bajo su peso los techos de las casas, el empleado público que leía el decreto debía ser alumbrado por lámparas de carburo para cumplir su cometido.

En su alucinación, quien ostenta el poder absoluto se cree capaz de sustituir la realidad por otra que se avenga a sus designios. Pero es una representación teatral de muchos actores en la que alguien redacta el decreto aboliendo la erupción, alguien lo lee en las esquinas, alguien sostiene a su lado la lámpara buscando disipar la oscuridad.

"El poder altera la neuroquímica del cerebro", dice el neurólogo británico Peter Garrard; "lo degrada de forma más profunda y persistente cuanto mayor y más duradero es ese poder, y lo degrada del todo si carece de límites".

Pero en el cerebro de quien entra a participar de la simulación, se produce también, por reflejo, una degradación simétrica. "Cree más en lo que supone que ve su líder que en lo que ven sus ojos, compartiendo así su delirio; a veces anticipándose a él y siempre reforzándolo".

El neurocientífico de la Universidad de Ontario, Sukhvinder Obhi, explica que las neuronas del que obedece crean una "mímica inconsciente", de ahí que no necesita vivir algo en carne propia para sentir empatía con el que manda, cuya "experiencia" es suficiente para convertirse en la experiencia del obediente.

Es el papel de las "neuronas espejo", que produce el "efecto espejo". "El cerebro muestra un comportamiento distinto al realizar acciones que en el interior se sabe que son incorrectas o deshonestas, pero que brindarán bienestar individual y prosperidad". Esas acciones de obediencia crean una identidad colectiva. El ser parte de un cuerpo donde todos piensan de manera igual, da sentido de pertenencia.

El poder absoluto, al afectar el funcionamiento de las neuronas, erige fantasías persistentes que sustituyen a la realidad dentro de la cámara de aislamiento en que se convierte el cerebro. Desde el poder absoluto, que solo se rodea de silencio, de miedo y de aceptación servil, las conexiones con la realidad exterior se diluyen y van volviéndose cada vez más tenues hasta convertirse en lejanas señales de un universo ajeno.

Los vacíos que la falta de percepción del mundo real deja en la mente del que tiene en su puño todos los hilos del poder, son llenados por ideas inconmovibles que la disfunción neuronal representa en forma de símbolos absolutos, como son Dios, la patria, el pueblo, el partido, la historia, el destino, la felicidad, la alegría, el amor; y los súbditos, allegados, intermediarios, operadores, peones, al recibir esas percepciones reflejadas en el espejo, las hacen suyas y se comprometen con ellas.

"El poderoso pasa de gestionar la realidad tal como es, a estar convencido de que es él quien crea la realidad", dice Garrard, "y acaba por reñir con los hechos cuando no se ajustan a sus deseos". O busca modificarlos o alterarlos aún por medio de la violencia.

Y como se trata de una enfermedad transmisible, los seguidores, que han perdido el sentido común, llegan a creer que mientras mantengan su voluntad unidad a la de quien manda, sin la menor contradicción, esas ideas convertidas en símbolos, paz, amor, felicidad, se harán realidad; y para lograrlo, todo será digno de justificación, aún la cárcel, tortura, exilio; el crimen, los desmanes.

Los demás, que se han quedado fuera del círculo mágico que ampara el poder, o lo rechazan, también se convierten en símbolos, pero de carga negativa, y por tanto hay que disciplinarlos, y neutralizarlos. No valen la pena, son un estorbo, son prescindibles, son eliminables; la felicidad se construye sin ellos, y contra ellos. Es el sentido que siempre ha tenido la secta.

En la cabeza disfuncional del dictador no existe la ausencia de poder, la que sólo es posible en base a una concepción democrática que implica límites en el ejercicio del mando, y también en su duración. El poder para siempre no admite alternativas, y la secta tampoco admite ninguna posibilidad de sustitución del elegido por el destino, o por la historia, porque significa su propia desaparición, el abandono de su propia zona de confort.

De allí que debajo de la mentira de los símbolos pintados de alegres colores, lo que crece es la degradación, se multiplica la corrupción, se deforman las instituciones, y el ministerio encargado de la tortura pasa a llamarse ministerio del Amor, y el ministerio de la Verdad fabrica las mentiras.

Esa es la tragedia.

 

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26 de junio de 2019
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La asombrosa vida privada de Chen Ran

Las novelas clásicas chinas son envolventes, derivativas, llenas de afluentes inesperados, de recovecos extraños, pero sin perder nunca el flujo central, que avanza pausadamente arrastrando con él ingentes conglomeraciones de materia deslumbrante y cegadora, que al final desemboca en un mar de sentido y sinsentido, dejando al lector con la impresión de haberse sumergido en un sueño tan grande como el mundo.

Chen Ran recupera esa tradición desbordante y la funde y la confunde con influencias muy directas de la cultura occidental: Kafka, Nietzsche, el surrealismo, el existencialismo, la posmodernidad con todo su eclecticismo, la transexualidad, el más allá de los géneros, los sexos, las oposiciones, las contradicciones, las combustiones derivadas de todas las combinaciones del yin y del yang, configurando una narratividad de una riqueza que me atrevería a calificar de avasalladora.

 

Empezaré anunciando que se trata de una narración donde el fluido verbal avanza como un enorme reptil, serpenteante y contradictorio, que mueve la cabeza hacia un lado y hacia otro, agotando los instantes, llenándolos de contenido existencial y emocional, despojándolos de falsedad, de antifaces y de máscaras, desnudando la realidad con precisión demoníaca y destruyendo las fronteras entre los opuestos, aparentemente irreconciliables, que gobiernan el mundo.

 

La narradora comienza abordando su infancia, en “la tierra salvaje del hogar”, describiéndonos una niña problemática que a decir verdad es un pozo de ciencia en el que se mezclan a partes iguales la comicidad y la tragedia.

 

Hay que advertir que ya en la parte inicial del relato empiezan a emerger los leitmotivs en torno a los cuales se va a hilvanar todo el texto, como si de una obra musical se tratase. Y son justamente los leitmotivs los que le van a dar unidad al relato y van a permitir una escritura fragmentaria y al mismo tiempo compacta, que continuamente regresa a la fuente original: el yo partido y abolido, que se extingue una y otra vez, y una y otra vez emerge desde el fondo de su propia destrucción.

Algunos de estos leitmotivs son de naturaleza atmosférica, otros de naturaleza familiar, otros de naturaleza existencial. De esa marera se van alternando los temas de la lluvia, la niebla, el grito aniquilador del padre, el sufrimiento de la madre, las afrentas familiares, la enfermedad, el sexo homosexual y heterosexual, la ambigüedad del ser, la sed de vivir y de morir, los espejos, los estremecimientos, la locura, la ternura, la crueldad, la oscuridad, el silencio y la soledad.

Asombra como la realidad y las visiones subjetivas de la narradora van conformando un mismo espacio literario, un mismo organismo poroso en el que todo se filtra: el dolor personal y el dolor colectivo, la noche individual y las atrocidades sociales que han definido la China contemporánea, donde van a sobresalir dos momentos cardinales: la Revolución Cultural y los disturbios de Tiananmen.

En esta novela la sangre colectiva infecta las heridas personales, haciendo aún más trágica la soledad, soberana espectral que preside el oscilante reino de la niebla, el aislamiento, el desenfreno mental y la locura. Desde la visión poliédrica y tentacular de la narradora, la novela se convierte en una dimensión sin lindes, donde ni alcanzamos a ver las fronteras del ser, ni alcanzamos a ver las fronteras del universo que se agranda a su alrededor y que estalla a veces con una violencia demencial, arrastrando a lector a un ámbito sin fronteras definidas y convirtiendo la lectura en toda una experiencia sobre los límites del mudo y los límites del yo.

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26 de junio de 2019
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El vicio de la democracia

Tan acostumbrados estamos al “todo vale” que cuando alguien actúa movido por su conciencia, siendo coherente con sus principios, nos parece una rara avis. “Con Vox acabas ensuciándote las manos y, de alguna forma, el alma”, declaró Manuel Valls al periódico El País, introduciendo teología y poética en el debate. Valls es un hombre que huele a limpio. Ni asomo de la tez cetrina o el iris amarillento de los políticos rijosos. Su gesto es extraordinario en la política española. Nada que ver con el niño Errejón dando saltitos para abrazar más poder y haciendo tropezar a la abuela y a los nietos. Ni con los bailes tránsfugas a otras candidaturas, como los casos de Soraya Rodríguez y Celestino Corbacho o Ángel Garrido, que decidieron rejuntarse con Ciudadanos.

Él, en cambio, ha sido rechazado por unas siglas que parece haber traicionado, aunque nunca se calló desde que el partido empezó a hacer manitas con Vox. Los mismos que ahora re­tiran pancartas contra la violencia ­machista ¡por el hecho de ser moradas –el color que identifica el feminismo– y recordarles a Podemos! Hombretones peludos que siguen empeñados en ideologizar el aborto como si fuera asunto suyo, politiqueando con temas que la sociedad ha superado hace años.

Poco más de medio año antes del alzamiento nacional que daría lugar a la Guerra Civil, el semanario Arriba, fundado personalmente por Primo de Rivera, afirmaba en un editorial que “Francia tiene que ser fiel a sus normas democráticas, aunque sepa que esa fidelidad es nociva como un tóxico. Los países con el vicio de la democracia y la libertad tienen la insensatez suicida de los morfinómanos”. Democracia y libertad en un miembro de la ecuación, morfina y pulsión suicida en el otro. La misma saña reaccionaria y patriotera ha encendido esta semana una pira para Manuel Valls, tras enmendarle la plana a Albert Rivera y su política de “cuanto peor, mejor”. “Picaruelo”, le han lanzado incluso desde algunas tribunas, mezclando amor con votos y otros tópicos. Pero Valls lo tiene muy claro: la ultraderecha que reventó el siglo XX no puede dar respuesta a los retos del XXI.

Por eso aplaudo su determinación, tan insólita en un mundo de logos, ­siglas y egos, de intereses contables que ensucian el pensamiento, de caprichos en las listas electorales (pienso en el esquinazo de Rivera a una de las europeístas más brillantes y ac­tivas, Teresa Giménez Barbat). El espíritu de la Ilustración, y el recuerdo de D’Alembert y Diderot terminando su Enciclopedia bajo la atenta mirada de la policía, moviliza a un Valls que con su gesto, cuya etimología her­mana la palabra con personalidad y ­actitud, con carácter y conducta, no ­sólo con­juga esos cuatro sustantivos. Lo hace de forma tan impecable que ni su acento francés puede sombrearlo de sospecha.

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24 de junio de 2019
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Las voces a ellas debidas, 4

 
 

 

 

Silvia Goldman (Montevideo, 1977)  De los peces la sed. 

Pandora Lobo Estepario ediciones. Chicago, 2018.

 

        “Poesía vertical,” llama a ésta Sarli Mercado, con acierto, dado el precipitado verbal  que acarrea un mundo discernido por su flujo trágico y vulnerado.  A la pregunta de si se puede escribir poesía después de Auschwitz, la poeta asume que no es posible elegir porque el Campo concentracionario elude su nombre pero se cierne en el lenguaje mismo con su tinta de “leche negra.” Aunque éste libro no se propone volver al horror, asume su linaje para discernir los caminos. Está hecho, por lo mismo, de preguntas desnudas: 

               ¿cuánto dura un niño?

               ¿cuánto dura un niño en un poema? 

               ¿cuánto dura el niño que cae en el agua de este poema...?

        Por ello, si la herencia de los padres es la conciencia de la muerte, la herencia de las madres es la vida del hijo en el lenguaje:

                 Hoy no decimos el recuerdo

                 lo ponemos al lado de la ventanilla

                 lo miramos de reojo y esperamos

                 el autito amarillo que se fue por la alcantarilla

                                      

        Esta escena del diálogo de la madre y el hijo, descuenta la historia para dejar que el lenguaje, primero, nos incluya, y nos deje después. Una pareja más vulnerable pregunta por su lugar en la lectura. 

        El exorcismo convoca conmiseración, piedad, con las criaturas que hoy migran en español, fantasmáticamente documentadas. Por un lado, persiste la sombra siniestra de la historia; por otro, la viva lucidez del habla. En el diálogo de la madre y la hija la escena del origen se actualiza: 

        

          –mamá, ¿cómo se dice ausencia en el idioma de los muertos? 

          –se dice miedo a decir agua sin peces

        

        Paul Celan acude de la mano de Vallejo para desplazar la escena del coloquio (la historia del sentido) y recobrar el escenario que el lenguaje es capaz de reconfigurar:

 

        ser Paul Celan

        sobrevivir el diluvio de la madre

        su cintura rodeada de silencios 

        sus dedos como velas apagándose

        una vez mi hija se subió a mi silencio 

        tan chiquito era su cuerpo que el silencio era más grande

        una vez mi silencio la puso en el lomo y la sacó a pasear

        sólo para escuchar como se abría y se cerraba su corazón

        como un acordeón cuando lo erizan

        ... 

        y mi hija se quedó en la cima del silencio

        era la punta de un iceberg

        y yo lo que se hundía.

 

     Sólo una palabra del exilio podría restaurar la razón ardiente del canto, capaz de dirimir la violencia de todo orden (exclusión, carencia, corrupción) que hoy devalúa  nuestra lengua. 

 

        La violencia extrema contra los migrantes así como la violencia de género, tienen como matriz la corrupción, gestada a su vez por la conversión de la vida cotidiana en mercado, a su turno producida por la feroz ideología contra-comunitaria.

Desde lo cotidiano y vulnerable, Goldman recusa la libra de carne y la Carnicería. 

 

  
 
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24 de junio de 2019
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