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Galería de espectros: Mr. Clay

Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros he divisado al obeso espectro de Orson Welles.

Delfín Agudelo: ¿Te refieres a Welles como protagonista de Historia inmortal, Charles Clay?

R.A.: Me refiero a esa historia completamente mágica que filmó Orson Welles con un escasísimo presupuesto y que en gran parte, si no toda, la filmó en España, donde situó una colonia asiática; pero en realidad estaba filmado en un pueblo y plaza españolas, y con escasísimo dinero, pero adaptando con maravillosa fidelidad y enorme gracia un cuento de Isac Dinesev, seudónimo de Karen Blixen. En esa historia recogemos la vida de un hombre, un comerciante viejo que está llegando a los últimos años de su vida y que quiere verdaderamente convertir en realidad todo aquello que él concibe. Es un hombre tosco, acostumbrado exclusivamente a amontonar dinero, un hombre que no ha leído libros, que tan sólo ha leído libros de contabilidad, pero que en un momento determinado, sintiendo que se acerca el final de su vida, quiere hacer realidad una historua que ha oído años atrás, y que se va contando por parte de los marineros de los bares del sur. La historia es sobre un hombre muy poderoso que en un momento determinado hizo que un marinero se juntara con su mujer para engendrar un hijo, haciendo así realidad también el poder sobre la fecundidad, el poder sobre las almas y los cuerpos de los demás. Pero esa historia, que es un relato literario oral que se va explicando en las tabernas de los bares del sur, él piensa que va a por la realidad a través de su propio poder. Efectivamente se traslada al puerto, recoge al marinero más vigoroso y hermoso que encuentra, y lo junta no con su mujer porque no tiene, sino con quien había sido hija de su rival comercial, a quien también compra para esa ocasión. A partir de aquí les hace copular; hacen el amor, y es entonces cuando se desborda la propia historia puesto que en el momento en que él toma posesión de aquello que había sido ficción, la muerte va a tomar posesión de él, y en la medida en que él creía que sería un puro acto mecánico en el cual se produciría el fruto de su propio poder, deviene un amor entre el marinero que a ha contratado y esa otra mujer. Con lo cual nos encontramos con una fascinante alteración de los juegos entre la ficción y la realidad, y es que cuando a través del poder convertimos en realidad la ficción, ésta nos desborda, haciéndonos olvidar el juego, situándonos en un plano que no es ni lo uno ni lo otro. 

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30 de junio de 2008
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Del asunto de las sesenta y cinco horas y otras miserias

El pasado invierno varios diarios europeos recordaban en editoriales la indecencia de aprovechar actos cometidos por un individuo para lanzar un anatema sobre el conjunto de los miembros de la comunidad a la que pertenece. Lo más alarmante del caso era, sin embargo, el origen de esta amalgama entre delincuencia y perteneciente a un colectivo cultural o nacional. Pues las palabras más radicales respecto al asesinato por parte de un ciudadano rumano de una mujer en Roma eran pronunciadas por el alcalde de la ciudad "Roma era la ciudad más segura de Europa antes de la entrada de Rumania en la Comunidad Europea", había dicho textualmente. Posteriormente el entonces ministro del Interior Amato no tenía empacho en declarar que en su país había entre la población un alto grado de hostilidad contra los rumanos. Ante las preguntas del entrevistador precisaba que no se trataba en particular de los "rom" (comunidad gitana), puesto que esta se limitaría a "robos sin violencia", sugiriendo así que había razones para ver en los rumanos como tales potenciales autores de crímenes con violencia.

Ni el alcalde de Roma Veltroni, ni el ministro Amato pertenecían a ninguno de los grupos políticos cuya esencia es canalizar la agresividad de los ciudadanos hacia el abuso del débil. Concretamente Walter Veltroni fue dirigente del Partido Comunista y el 14 de octubre del pasado año había sido elegido secretario general del Partido Demócrata, visto por más de uno como única izquierda viable.

Es en esta misma Europa dónde se ha dado el primer paso hacia una ley por la que sería posible que empleador y empleado acordaran libremente que este último llegara a trabajar hasta 65 horas. No es detalle menor el que un social demócrata como Gordon Brown fuera uno de los mayores impulsores de la misma, de tal manera que Sarkozy y Merkel incluso se libraran del trabajo sucio. Cuando se piensa que la social-democracia europea luchaba hace apenas veinte años por las 35 horas, nos damos cuenta del abismo que supone tener o no tener como polaridad real un sistema (¡y un ejército que lo defendía!) en el que quedaba un rescoldo de la Revolución de Octubre.

Se ha dicho muchas veces, con mayor o menor frivolidad, que la persistencia del régimen soviético, podía ser opresor para gran parte la población del Este, pero que una impagable garantía para los trabajadores de Occidente. Pues bien: todos aquellos que se sumaron a las congratulaciones de los poderosos del mundo con motivo de la caída del muro de Berlín, tienen ahora ocasión de comprobar hasta que punto la promesa de libertad que creyeron ver constituía efectivamente un espejismo.

No puede desgraciadamente ser motivo de sorpresa el que los jerifaltes europeos actuales tengan el desparpajo de proponer leyes tan indecentes como la mencionada de las sesenta y cinco horas, o como la de la expulsión de emigrantes, que han llegado a nuestros países por meras exigencias del sistema productivo y con absoluta complicidad de autoridades que- obedeciendo ahora a exigencias complementarias del mismo sistema- han dejado provisionalmente de abrir la mano. Las medidas se toman obedeciendo a imperativos mayores y el ministro Corbacho (a la vez que tranquiliza su conciencia declarando que lo de las sesenta y cinco horas es un retorno a la esclavitud del siglo diecinueve) ni siquiera estuvo en condiciones de votar en contra. Su vergonzosa abstención es una excelente muestra de obediencia a lo que impera: por ejemplo obediencia a la idea de que hay que estar en condiciones de competir con países como India o Brasil y dejarse de coñas, es decir, dejarse de hablar de trabajar 40 horas.

Ahora que hay crisis del petróleo y puede, en consecuencia, ser muy rentable el carbón un amigo me recordaba que los diminutos cuerpos de niños de siete años eran en el siglo 19 muy útiles para penetrar en las galerías más recónditas...

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30 de junio de 2008
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El bien de la nada

Un amigo ilustre que gozaba de notable fama de gandul, me reveló una vez el misterioso secreto de su éxito. Éxito en los asuntos económicos, éxito en las reuniones sociales, éxito en las disputas política. Si no logró un nivel parecido en los asuntos con las mujeres debe atribuirse, desde luego, a que su extrema fealdad y arrogancia no le permitía aspirar a más.

/upload/fotos/blogs_entradas/delacama1_med.jpgRespecto a las otras conquistas en que se mostraba tan brillante como astuto y tan persuasivo como trapacero, la clave se hallaba, según me decía, a que todas las mañanas, antes de levantarse de la cama, dedicaba unos tres cuartos de hora a hacerse perfecto cargo de la situación. De la situación saldada el día anterior y de las particularidades de esa mañana de cuyo ensamblaje pensaba extraer el mayor provecho. En su parecer, quienes pasaban de la cama a la acción sin mediar algún ejercicio de la mente se enfrentaban a altas probabilidades de resbalar, tropezar, equivocarse. Porque así como se recomendaba generalmente la práctica de algunos ejercicios físicos antes de abordar el día, creía indispensable ejercitar la mente, flexionarla, reflexionar-la para presentarse públicamente en forma. Estos minutos diarios entregados al análisis se traducían a la vez en lucidez y autoconfianza. Bastaba poco, al empezar la jornada, para constatar que el resto de individuos con quienes trataba apenas se habían preocupado de ninguna preparación mental y, como consecuencia, fácilmente les sacaba ventaja. Su praxis intelectual o su inteligencia práctica o la práctica deportiva de su inteligencia, aumentaba incomparablemente su  capacidad de maniobrar y obtener posiciones privilegiadas. De hecho, así fue como su fama de haragán se compaginaba con su poder social y su aparente pasividad con la intervención astuta. Realmente, más incluso que en el mismo deporte, la quietud del cuerpo se revelaba un factor decisivo para ganar fuerzas. Una fuerza que podría parecer incoherente con la  molicie corporal pero que, de hecho,  daba cuenta de su formidable eficiencia. Conclusión: de la potencia que procura la contemplación se obtiene la acción más certera, de la energía que procura la meditación se logra saltar los obstáculos... En definitiva, los muchos beneficios que se derivan de la nada aparente se traducen en la máxima cosecha de bienes.     

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30 de junio de 2008
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Clase XVII. El ritmo de la narración I

Como nos ocurrió en la quincena anterior, en esta ocasión abordaremos un aspecto narrativo del que seguramente han oído hablar con frecuencia y que resulta también muy cercano a lo musical: el ritmo.  Pero aquí, el sentido que le damos no es exactamente el mismo pues se trata no sólo de la velocidad sino también de una cierta forma de movimiento de lo narrado, es decir que cuando hablamos del ritmo narrativo nos estamos refiriendo a la agilidad de las frases que constituyen la acción del relato, o bien a una cierta lentitud de las mismas que le confieren al texto determinada dilación. Es necesario entender que no nos estamos refiriendo a la mayor o menor cantidad de acciones que describimos en una relato, sino a la fórmula que utilizamos para acelerar o ralentizar lo narrado. Uno de los grandes exploradores de este aspecto fue sin duda Marcel Proust, capaz de mostrarnos  a lo largo de muchas páginas una minuciosa descripción de un cuadro y en cambio pasar revista en muy pocas a un par de años de la vida de sus protagonistas. Su ritmo demorado, premioso, evocativo, traspasa el texto desde el principio hasta el final. No debemos pues confundir ritmo con tono, pues mientras este último se refiere, recordemos, a la emoción que acompaña a las palabras, a un cierto estado de ánimo que hace que la voz del narrador se engole, se afine o se tiña de gravedad para ofrecernos a los lectores su voz, el ritmo es la agilidad o la lentitud con la que cantamos esas mismas frases. Naturalmente que estas definiciones pueden resultar a veces confusas, pues tanto el tono como el ritmo están íntimamente ligados entre sí, pero haciendo un pequeño esfuerzo comprenderemos que éste último, el ritmo, es movimiento y velocidad. Antes de continuar explicando cómo funciona el ritmo, ese secreto pulso de la narración, vamos a proponerles que lean dos textos en los que se ve de manera como el relato de lo acontecido empieza poco a poco a acelerarse. En el primero, de la primera novela de Mario Bendetti, Gracias por el fuego, hemos extraído un fragmento en el que el narrador recuerda un momento de su vida en que estuvo a punto de morir cuando, a causa de su descuido, queda atrapado en la vía de un tren y la narración, que empieza tranquila, se va acelerando a medida que el tren avanza hacia él, hasta dislocarse y confundirse con la inminencia de su muerte. Una vez que pasa el tren y el personaje salva milagrosamente la vida, el ritmo de la narración se va volviendo nuevamente sosegado. Queremos que presten atención a la frase: "No había, no hay luna", y que observen que ese simple matiz de tiempo verbal cambia radicalmente el accionar de lo que se cuenta, pues de ello hablaremos en la siguiente quincena. El otro texto es una capítulo de mi novela El año que rompí contigo y aunque sin lugar a dudas hay otros fragmentos de mejores novelistas, era el que tenía más a mano para explicar esta sesión. Aquí también hay -o pretende haber...-un ritmo que muda y va ganando rapidez a medida que el protagonista (en esta ocasión se narra en tercera persona) vive la confusión de un atentado terrorista y su desesperación también le imprime poco a poco una aceleración a lo narrado. A eso nos referimos con ritmo, no lo olviden y no lo confundan con el tono: velocidad o movimiento. 

La propuesta de la semana:

Y por todo lo explicado, esta semana les vamos a proponer una pequeña acción que cambie su ritmo debido a lo que ocurre en la narración. Imaginemos la huida de un personaje, narrada en primera persona o bien en tercera persona pero focalizada por el personaje protagonista, es decir, el que huye.  En esta acción deberemos ir mezclando fragmentos que nos ayuden a comprender la situación actual del personaje (el motivo, la razón por la que huye) así como lo que observa mientras huye (el escenario, la atmósfera) y todo ello en un ritmo in crescendo que trasmita al lector la sensación de la huida sin descuidar los otros aspectos mencionados: Motivos y atmósfera.

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27 de junio de 2008
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Hablar bien, hablar mal, no hablar

Hace dos noches, la noche anterior a la de la euforia nacional y futbolera, mientras manteníamos la ilusión de que Turquía pudiera vencer al los sólidos y aburridos alemanes, discutía con el poeta y profesor José Luis García Martín sobre de quién, cómo y para qué hablar de algunos escritores, de algunos escritos.

García Martín tiene fama de comentarios muy afilados, críticos y severos juicios contra muchos escritores que no le gustan. Defiende esa libertad de hablar de quién no le gusta. De llenar páginas sobre alguien o algo que no merecen la pena. Es una opción de la crítica, los críticos y los comentaristas. También se confiesa seguidor de algunas páginas que se dedican al insulto y el arreglo de cuentas contra todo lo que nos les gusta o contra lo que ignoran pero creen que no les debe gustar. Incluso confesaba G.M. que él cuando no aparecía criticado en esas páginas sentía que estaba perdiendo importancia, presencia. Todo eso me parecía una mezcla de masoquismo, vanidad y pérdida de tiempo. Sencillamente no me encuentro preparado para esos castigos. Para la crítica, y aún más para el insulto, hay que tener una altura intelectual y moral que nunca encontré en esos panfletos de cotilleo cultural. Perder el tiempo leyendo cómo te insultan, o cómo insultan a otros, ¡qué pereza!

Me hace gracia ese afán de García Martín por acercarse a la parte más innoble, a los márgenes de los cretinos que pierden el tiempo con infamias u opiniones tan prescindibles como esas que no mencionaré. Con su aspecto de chico aplicado, de seminarista aventajado, debe llevar dentro uno de esos diablos que dan un poco de sal a lo correcto y que hacen que se huya del coñazo profesoral. Me parece bien que se entretenga poniendo nombre a las siglas de Trapiello porque -ya lo he dicho, lo he escrito y lo repito- esos diarios son de excelente calidad literaria y de una subjetividad inteligente, aunque muchas veces maligna. Esas intromisiones en las vidas contadas por Trapiello me gustan y no viene mal que hay quién nos interprete a algunos de los actores que se ocultan detrás de esos diarios.

Me reprochaba, García Martín, que yo daba demasiados abrazos. La verdad es que me gusta dar abrazos, incluso besos, incluso más. Y lo que me gusta es elegir a quién me gusta y no perder tiempo con quién no me interesa. ¿Para qué escribir mal de algo que no me gusta? Preferiría no hacerlo. Y no lo hago, salvo en contadas excepciones de las que, casi siempre, me he arrepentido. Al enemigo ni agua. No perderé más tiempo, ni lecturas.

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27 de junio de 2008
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Mujeres en el fútbol

Es inevitable hablar del partido de ayer y del triunfo de la selección española. Indudablemente el fútbol supone una proyección espectacular para un país, porque arrastra millones de miradas, de oídos y de pasiones. El fútbol emociona y produce una felicidad o una frustración muy intensas, produce conversaciones y ríos de cerveza. Y parece que el del fútbol hoy por hoy es el único lenguaje común. Los encargados de los bares se estaban frotando las manos antes del partido, y si se las frotaban los de los bares... El fútbol mueve mucho dinero. Genera euforia, hace vivir a la gente y todo eso vale dinero, lo que no tiene nada de malo, todo lo contrario. La gente masivamente  avala este deporte, luego no hay nada que decir en contra. Conviene hacerse de un equipo para poder vibrar. Y además me gusta mucho ver tantas mujeres dentro de la afición con sus rayas pintadas en la mejilla. A ver cuándo pasan al campo. ¿Lograrían crear la misma tensión?

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27 de junio de 2008
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Falsa borrachera… auténtica resaca (2)

El lunes 23 de junio, día en que todos los periódicos dedican parte de su primera página a la victoria de España frente a Italia, en un importante diario de Barcelona el vicedirector recordaba oportunamente lo siguiente:

"El fútbol es una industria controlada por tecnócratas. Desde la FIFA hasta millonarios con fortunas de dudosa procedencia que compran clubs. Estamos ante un juego ejecutado por escuadras simbólicas que jamás resistirán una limpieza étnica, so riesgo de descender a divisiones carentes de rentabilidad. Quizás por ello propicia el tráfico de niños africanos que patean pelotas de trapo en sus países de origen con la esperanza de que, patera de por medio, acaben siendo el Droghaba de turno."

Tras constatar que el fútbol vincula en una misma causa extremos ideológicos de la sociedad (¡aquella vieja retórica falangista de que España era más importante que la polaridad derecha/izquierda! "antes roja que rota...") el mismo articulista evoca al escritor uruguayo Eduardo Galeano, quien se habría mofado de una izquierda que atribuía al fútbol un papel narcotizante, apto a convertir al pueblo-siempre amenazante para cualquier sistema embrutecedor de vidas-en manipulable masa.

En la relativamente moderada Barcelona cuando de explosiones de españolidad se trata, el 22 de junio por la noche un monumental barullo de bocinas hizo a todos saber la buena nueva del triunfo sobre Italia. El asunto de las 65 horas de esclavitud, con las que los secuaces del auténtico Señor amenazan en Europa a los trabajadores no ha provocado, que yo sepa, bocinazo (esta vez de indignación) alguno. Cuando este texto aparezca, España se habrá enfrentado otra vez a Rusia. El tenebroso "a por ellos" habrá sido escuchado y mentalmente iterado por millones de amenazados por la esclavitud y las hipotecas. Pues bien:

Exponiéndome a que Eduardo Galeano y tantos otros me consideren un trasnochado despreciador de un deporte que sería sana expresión de valores populares, repetiré lo que escribía antes del encuentro España-Rusia de hace unos días: "de ganar los colores propios, ninguno de los que somos víctimas de reales frustraciones ganará en realidad nada, pues la borrachera de la victoria quedará reducida a resaca; mas en caso de perder, la resaca será auténtica y la vomitona se añadirá a las que ya convierten cotidianamente la vida en un asco."

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27 de junio de 2008
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Melancólias

El sentimiento melancólico que tanto predicamento posee, constituye el estado más propicio para componer meticulosamente el veneno personal, exclusivo y caro.

Toda melancolía es del orden de los fluidos capitales y así originalmente la bilis se asociaba a este talante alicaído que caracterizó con tanto ahínco a los románticos del siglo XIX.

Gracias a la melancolía se viaja dulcemente hacia el pasado sin quedar por ello amarrado a las columnas del pretérito. Es una inclinación postural que sorbe de ese paisaje cultural un regusto amargo pero sin hacerse repugnante sino tan adictivo que la atracción melancólica se incluye entre las más altas categorías de la seducción y el amor.

Ser duraderamente cautivado por la memoria de lo perdido podría parecer una rara orientación pero, sin duda, la complejidad del movimiento que el alma interpreta hacia ese punto lejano consigue, mediante su arco, transformar la tristeza en una airosa estética de la tristeza y la pena en una plateada peana del yo.

El ser melancólico se ama del modo perverso que dicta el narcisismo pero con la diferencia de que lejos de procurar alguna exultación del yo logra su efecto, precisamente, en su precisa declinación. Se trata en fin de una conquista de sí mismo en la sede de la decadencia siendo entonces la decadencia no una penosa degradación sino un elegante punto de vista. El narcisismo a secas es obsceno pero el narcisismo bañado en melancolía puede ser brillante. Todo lo melancólico se parece, en general, a una lámina de agua levemente turbia sobre una superficie pulimentada e impermeable. No hay incursión alguna del sentimiento propio en los poros de otro cuerpo sino que la emoción resbala sobre el objeto y el sujeto de mí tal como si nos bañara una delicada pócima que, obviamente, será venenosísima y en su peligro contiene el obsequio de máximo valor. El juego, en fin, con la muerte y sus distintas versiones ocupa el centro del caldo melancólico. No se trata nunca de la muerte concreta, sólida ni ordinaria sino por el contrario del barniz mortal entra fulgurante e inaprensible. O bien, se trata, en niveles de mayor riesgo, de la muerte tibia y destilada extraída de una cuidadosa reelaboración del charol letal, del alquitrán fúnebre o del final falso y travestido en un principio creador, una vacuna que envenena para no morir nunca de aquello, un vicio que nos hace incomparablemente mucho más santos que cualquier conjura de la virtud.

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27 de junio de 2008
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Escape de Nahualópolis / VI

VI. El festín de los instintos.  

Es más fácil meter a un centenar de monstruos en cintura que expulsar a un demonio del reparto; pero antes los echa uno a todos a la calle que meterse en cintura a sí mismo. Si los monstruos descienden de los demonios y los demonios vienen del interior convulso de la conciencia, debe entenderse así que no hay demonio más poderoso y temible que aquel que se ha encargado de cuidar y alimentar a tamaña manada de alimañas. Pero qué hacer, si a uno también le gusta tener sus animalitos, y eventualmente sacarlos a pasear. Vamos, no es que cosechen muchos amigos, menos con esos modos arrebatados, pero tampoco es cosa de tenerlos guardados entre catacumbas.

     -Deja eso y vámonos, antes de que se empiecen a soltar los monstruos -me advirtió aún a tiempo el diablo del capricho, no bien me vio peleando a solas y en total desventaja contra el nahual de la página en blanco. Ver perder las maneras a un demonio impulsivo y temperamental es tan sencillo como hacerlo esperar. Odia las antesalas, los preludios, las sobremesas, los paréntesis y las listas de espera. No comparte, ni entiende, ni soporta argumentos independientes de su comezón.

     Habemos quienes no sabemos conducirnos en la autopista recta del deber sin tomar unos cuantos atajos entre las numerosas brechas del capricho. ¿Cómo es que una vereda sinuosa y empedrada puede llegar a ser más expedita que el camino pavimentado y sin curvas? He ahí el poder secreto del capricho, cuyas antenas captan y traducen los mensajes cifrados del instinto que a la razón le pasan de noche. En su carácter de necesidad ilegítima, se asemeja el capricho a esas relaciones subrepticias que cualquier día despiertan exigiendo derechos patrimoniales. ¿Quién quiere ver la clase de monstruos que se desamarran una vez que se enoja el diablo del capricho y salta de las matas un tropel de pasiones indocumentadas, revanchas resurrectas y bestias cobradoras de todos los tamaños? Para qué iba a cantar el capricho, si no para que el mundo baile con él.

     Cuando muy niño, me gustaba bucear en la basura. A menudo regresaba a la casa cargado de papeles y cartones que había rescatado del basurero, intuyendo que luego me servirían quién sabría para qué. Me recuerdo chillando del berrinche cada vez que a uno de mis padres se le ocurría echar a la basura lo que a mi entender no era basura, sino pertrechos para actividades futuras. Caprichitos, decían, aduciendo que no me enviaban a la escuela para que un día me hiciera pepenador. ¿Cómo explicarles que ya desde entonces incluso mis caprichos más arbitrarios tenían una fuerza que ya hubieran querido mis mejores propósitos? En vista, sin embargo, de que esa costumbrilla de hurgar en la basura tampoco me granjeaba el éxito social entre los de mi edad, debí aprender a someter a los propósitos a la orden de ciertos caprichos fundamentales. Dotarlos de motor, ruedas y combustible. Cargarlos de basura recobrada entre los tiraderos de la memoria.

     De entonces hasta ahora, me sobran varios dedos para contar las veces que me ha jugado sucio el instinto, y me faltan cabellos para representar cada uno de los engaños de quien se presentó como el buen juicio. No me cuesta, por tanto, seguir la juerga con el diablo del capricho sin mirar ya el reloj, ni el mapa, ni la brújula. El capricho, me digo, tiene sus propios campos magnéticos. No sabe uno lo que hace cuando se encapricha, pero igual que los perros hambrientos aprende por olfato a procurarse eso que necesita, dondequiera que esté. ¿Malos instintos? Según opina el diablo del capricho, un aliado vital como el instinto sólo puede ser malo cuando funciona defectuosamente. Hasta donde recuerdo, mis mayores decían algo así de la basura que no era basura.

     Pelear contra el demonio del caos no es propiamente hurgar en el basurero, sino en el basural. De ahí, no obstante, a expulsarlo de la propia conciencia existe una distancia comparable a la que separa al analfabetismo de la erudición. Ya me verán cadáver y el demonio del caos apenas estará pensando en esfumarse, pero entre tanto me urge darle unas cachetadas. Ponerlo en su lugar, a él que tanto le irritan esas cosas. Y ya no por deber, ni pundonor, ni horror al qué dirán, sino por mero capricho guajiro. Se me antoja saber si como ronca, duerme. Se sabe, mientras tanto, que el cornudo caótico ha sobornado a todos los instintos, con excepción de uno: el de conservación. Será por eso que nadie sale sin él a un campo de batalla de los mil demonios.

 

     ¿Al demonio de caos se le mata, se le encierra, se le ahuyenta, se le orilla, se le quema, se le olvida?

     ¿Cómo se hace para vencer a un invasor que cada vez pelea en nuevos frentes?

     ¿Es factible mirarse cualquier día completamente corrompido por él?

     Próximo desenlace: VII. Cállate y decapítalo.

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27 de junio de 2008
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La más animada de las narrativas

Me encontré diciéndome a mí mismo: ‘No pienso ver The Incredible Hulk. ¿Cuál es la gracia de una película cuyos momentos esenciales son pura animación computarizada?' Pero me corregí de inmediato: ¿y cuál sería el problema, en ese caso? ¿Tengo yo algún problema con la animación? Por supuesto que no. Los viejos dibujos animados -en especial los clásicos de la Warner con Bugs Bunny, Sylvester & Tweety, Daffy Duck y compañía- siguen pareciéndome geniales. (No hace mucho recordé ante mis hijas que algún día quiero comprarme la colección en DVD. Las mismas hijas que suelen reírse porque son las únicas, entre sus amigas, que van a jugueterías para comprar sus regalos del Día del Padre... Esta vez me tocaron muñecos de Yellow Submarine: George Harrison y el Snapping Turk. Yo contento como perro con dos colas.) Y las producciones de Pixar me parecen geniales. Toy Story, Finding Nemo, Monsters, Inc... ¡Ya estoy marcando en mi calendario cuánto falta para el estreno de WALL-E!

Creo que los dibujos animados, o la animación digital, tienen el mismo poder narrativo que su contraparte ‘realista'... y algunas ventajas que la narrativa cinematográfica no posee. Para empezar, Bugs Bunny no cobra sueldo millonario, ni tiene rabietas de estrella ni es víctima de escandaletes en la prensa amarilla y además -créanme, esto no es poca cosa- no mantiene a un representante insoportable que no para de hacer demandas en su nombre. /upload/fotos/blogs_entradas/little_miss_sunshine_med.jpgEsto es lo que ve uno desde el sitial profesional, como hombre del cine; pero como espectador tambien. Me resultan tan conmovedoras Mei y Satsuki, las nenitas de My Neighbor Totoro -una joya animada de Hayao Miyazaki- como Abigail Breslin en Little Miss Sunshine.

Las reglas del arte son las mismas. En último término, se trata de seducir al espectador con una combinación de sonido e imágenes en movimiento, que ‘leemos' sobre una pantalla plana. Por eso yo no hago diferencias entre el cine ‘grande' y las películas de animación, del mismo modo en que no privilegio literatura por sobre historieta. Se narra en la pantalla, se narra en un libro o revista: si el soporte es el mismo, las líneas generales de la narrativa también. Entre mis películas favoritas están Citizen Kane y El Padrino, pero también Totoro y El gigante de hierro y La espada en la piedra.

Seguiré sin ver Hulk, pero no porque el hombretón verde sea animado: simplemente porque no me interesa.

Y mientras tanto, a seguir esperando WALL-E.

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27 de junio de 2008
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El Boomeran(g)
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