Delfín Agudelo: En ese caso, como te refieres a lo de cosmos y cosmética, me parece muy interesante detenernos en el mismo nombre: cirugía estética, la búsqueda de lo estético a través de una aplicación quirúrgica que implica cambios y demás. Como decías, se busca la eterna juventud porque es la manera que impide el paso de los años. ¿Pero cuál es el criterio que se emplea, o que el cirujano emplea, en el momento en que sugiere uno u otro cambio al paciente que llega a su consultorio? Hay un modelo estético detrás; ¿y si ese modelo puede resultar en una clonación de la belleza, sin diferenciarse de los elementos clónicos que encontramos en distintos países, tal como te has referido en otras conversaciones? ¿Busca la cirugía una estabilización de un modelo sobre los demás?
R.A.: Ahí sucede como en otros campos: debemos distinguir, como si fueran círculos concéntricos, distintos niveles de intervención. Hay, pienso yo, el cirujano estético o el paciente del cirujano que se somete a una operación y se somete a esa relación quirúrgica y médica para conseguir determinado tipo de equilibrio, o para reformar positivamente su propia existencia cotidiana. Y hay en otros círculos una clara utilización mercantilista y uniformista de lo que es la cirugía estética. Ahí curiosamente, ya que has citado a Baudelaire, podríamos trasladarnos a esa polémica que le gustaba tanto sobre los ideales de belleza. ¿Tiene que haber un solo ideal de belleza o tiene que haber un ideal de belleza altamente individualizado que corresponde a la creación personal de cada uno? Si el ser humano se crea su propia personalidad, su propio ethos o ética y carácter, si se crea su propia alma, evidentemente exige un criterio individualizado para lo estético y para el sentido de la belleza. Si el ser humano se deja invadir por un universal o una uniformidad de la belleza, evidentemente esto queda en detrimento de su propia creatividad individual, y muy frecuente en nuestra época, de la misma manera que vivimos unos tiempos de la franquicia universal de las tiendas, que vivimos en tiempos en que la publicidad predica y propaga símbolos uniformes, hay una cirugía estética altamente comercializada y capitalizada en el sentido del capitalismo, de la misma manera que hay una medicina que la acompaña a este respecto que propone ese universal uniforme de belleza. Y eso es muy aplastante y asfixiante, incluso servil, porque son dos vías paralelas las de la publicidad y de la cirugía estética. La publicidad propone tipos universales y la cirugía estética también. Esto puede llevar a destruir lo que podía ser el buen propósito de la cirugía estética, que es la autoescultura. Sustituir la autoescultura por una especie de monigotes universales todos iguales, altamente difundidos a través de grandes campañas de propaganda y publicidad. De ahí que tenga algo muy angélico y demoníaco este negocio.



Un momento más tarde, el Narrador evoca ese su momento de sollozos en Combray como "una suerte de pubertad del dolor, una emancipación de las lágrimas". Yo diría más bien: nacimiento de las lágrimas, como nacimiento de la guerra y aun de la paz, nacimiento de todo aquello que es distintivo de la condición humana y sin lo cual no se hubiera dado ese admirable edificio, ya sea amenazado de ruina, esa torre cimentada en la disposición a encontrar la voz originaria y erigida palmo a palmo con las vidas inmoladas en el esfuerzo mismo por alcanzar tal objetivo.


Dicen que Landrú, aquél que mataba a sus mujeres para obtener beneficio, era visto por algunos, y algunas, como un sentimental. Era un torcido asesino en serie. Un cínico matador. Pertenecía a una especie mayor de perversión. No tan perversa como algunos de los personajes de la excelente novela de Larsson, Los hombres que no amaban a las mujeres, pero sí de una calidad en su perversión que les hace personajes literarios. El misterio del mal. Estos otros miserables que matan a la que fue su mujer son de una especie menor, son chapuceros indignos de ninguna literatura. Nada que ver con el asesinato considerado como una de las bellas artes. Nada dignos de aquellos que una vez imaginó el gran Thomas de Quincey.

Hasta ahora, la proclamada pérdida del dominio masculino no ha sido sustituida por otro tipo de dominio ni valor superior sino que, por el contrario, el fin de la lucha intersexual procede, sobre todo, del clamoroso triunfo de la masculinización. 
Yo dibujaba muy bien cuando era pequeño. Me gustaban tanto los libros -los ilustrados, en este caso- y las historietas, que no me sorprende que le haya dedicado al dibujo tantas horas de mi vida. Si no estaba durmiendo o en clase (y a veces, también en clase), me la pasaba todo el tiempo haciendo alguna de estas tres cosas: leyendo, viendo TV o dibujando. Todavía conservo enormes blocks de hojas (que en realidad tías y abuelas preservaron en su momento por mí), llenos de originales y también de copias: mucho Batman, mucho Robin Hood, mucho Nippur de Lagash. Así como en su momento escribía y encuadernaba mis propias novelitas, hacía lo mismo con mis historietas.