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Amado Ramírez Dillanes

Como todos los días, salió del edificio después de la siete de la tarde luego de transmitir su programa de radio Al Tanto en la ciudad de Acapulco. Caminó por la calle y según testigos, cuando  pretendía abordar su automóvil, un sujeto le disparó por la espalda con una pistola calibre 38 súper. Corrió y cruzo la calle aún con vida, intentó refugiarse y pedir ayuda en un hotel ubicado frente a su vehículo, pero al llegar a la entrada, el sicario lo remató a bocajarro. Era corresponsal de Televisa en el estado de Guerrero y había investigado noticias relacionadas con el crimen organizado.

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4 de agosto de 2008
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Flor de Lotto / II

II. Pelota, pelotudo, pelotón.

A lo largo de la noche de treinta y seis horas que lo condujo del ardiente atardecer del viernes a la fresca mañana del domingo, Segismundo Andersón viajaría asimismo de su departamento en Biscayne Boulevard a la calle de Fuente de Venus, en la ciudad de México. Todavía recuerda, con náuseas recurrentes, sus primeros minutos de lucidez. Había entrado al país en calidad de bulto, sin documento ni consciencia algunos, abordo de algún vuelo en extremo privado que lo depositó en un aeródromo a pocos kilómetros de Monclova, dentro de la cajuela de un Ford Cougar modelo 1994, a nombre de Alejandro María Zarur Medinacelli.

      Para su no del todo mala suerte, volvió en sí casi al final del viaje, martirizado por las curvas de Tecamachalco. Traía la cabeza envuelta en una bolsa de tela azul marino con dos cordones atados al cuello y la marca Bonanza impresa en letras blancas; las manos amarradas a los pies y una maldita bola de boliche dando tumbos de rincón a rincón de la cajuela. Sabe, por el olor y la piel pegajosa, que vomitó con la capucha puesta. Está mareado, suda; no descarta la idea de vomitar de nuevo. Tampoco le molesta, ni le sorprende. A estas profundidades, reconoce, cualquier signo de vida ya es ganancia.

     La pelota no está allí porque sí. Su dueño, bolichista porteño con cierto renombre en la comunidad latina de Miami, tiene la fama de haber hecho chuza con la cabeza de más de un ingrato. Corrección: más de diez. Viajar en la cajuela de un Cougar 94 con una bola de boliche por compañía -la firma del patrón- supone dos probables destinos: la chuza o el spare. Durante las dos horas que transcurren sin otra novedad al interior de la cajuela del Cougar, estacionado ya en la casa de Fuente de Venus, Segismundo descarta la idea de la chuza. No traicionó a Don Alex, sólo quería saber cómo iba en el caballo. Por otra parte, hay que ver el orgullo que le causa al argentino, conocido también como Cachalote, contar que sus rivales lo apodan Mister 300. Algunos en inglés, otros en español. ¿Qué bolichista no envidiaría un sobrenombre así? "¿Se echó diez chuzas, jefe?", intentan adularlo sus yes-men, y el jefe se complace en explicar que un marcador perfecto, un trescientos redondo, se arma con doce chuzas, ni una menos. Tampoco un solo spare.

     Lo bajan a jalones, como a un costal de papas. Lo echan al suelo, le desatan los pies, le quitan la capucha. Está tendido sobre un piso de mosaico, a medio metro de la puerta de un baño. Deben de ser los cuartos de servicio. Nadie habla, excepto Segismundo, que por segunda vez pregunta a quién van a ir a ver. Eso también le han dicho, nadie más que Don Alex hace chuzas de sesos. Strike, el mazazo. Spare, el perdón. Quien metió doce chuzas al hilo no conoce el perdón. Pensando justo en eso, Segismundo Andersón se desmaya otra vez.

Mañana en FLOR DE LOTTO: III. La Historia me absorberá.

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4 de agosto de 2008
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Flor de Lotto / I

I. La gorda quiere bailar. 

Segismundo Andersón se negaba a dar crédito a su tímpanos. De modo que su idea estaba funcionando. Era un negocio grande, por lo que le contaban. ¿"Fideloto", decía? Por eso, Fidelotto. ¡Pero si se le había ocurrido a él! ¿Nadie iba a darle lo que le tocaba, sus derechos de autor, o como se llamaran todos esos billetes que ya tenían su nombre? ¿Esperaban que se quedara así, comiendo mierda, mientras otros se hacían ricos a sus costillas? "Esperaban." "Se hacían." "Nadie." "Otros." Segismundo rabiaba pero no decía nombres. A gritos se quejaba en el teléfono contra un pronombre tácito y plural, del cual no obstante esperaba justicia. Desde que se enteró de la suerte que había corrido su idea, se miraba gastando racimos de billetes en las tiendas de Coconut Grove, o paseándose en un Audi TT con la capota abajo y una mami colgada del cuello. Ya le tocaba, pues, no podían negárselo. Vio su reloj: jueves, diez de la noche. ¿Qué puñetera suerte le iba a sonreír al dueño de un reloj de veinticinco dólares?

     Segismundo Gamaliel Andersón. Veintinueve años, católico, soltero, uno setenta y dos de estatura, ochenta y cuatro kilos, nacido el seis de junio en Puerto Rico, durante un viaje de trabajo de sus padres, que por entonces vivían en Florida. Boca Ratón primero, Talahassee después, nunca paraban. Expulsado de tres colegios consecutivos, refractario a cualquier forma de disciplina, el joven Andersón sólo entendía el tema de las jerarquías durante sus clases diarias de karate Okinawa, que con el tiempo le dejaron llegar hasta la cinta negra, tercer dan. Fue por causa de aquellas aptitudes que en el verano del 2001 le fue ofrecido un empleo como pacificador del club de strippers Cheetah III, en Atlanta. Un par de años más tarde, consiguió sumarse al equipo de seguridad del hotel y casino Treasure Island, de Las Vegas. Fue ahí que conoció, a comienzos del año 2005, al facilitador Mauricio Morazán.

     Yo te lo garantizo, amiguito. Morazán no te deja bailando con la gorda, le repetía Mauricio en el teléfono. ¿Creía acaso que le habría llamado, si quisiera escondérsele? No podía esperar que Don Alex le soltara dinero a cambio de una idea que a cualquiera se le pudo ocurrir. Él ya sabía cómo eran las cosas, para qué le buscaba tres huevos al mandril. ¿Cuándo lo había dejado abajo Don Alex? ¿Le quedó algo a deber, alguna vez? No iba a ganar ni un penny si no le entraba por el carril derecho. ¿O sea por el chueco? Nadie más que Don Alex sabía dónde estaba la zurda y dónde la derecha. ¿Se pensaba a alinear por la derecha del patrón, o iba a querer mirarle el culo al diablo?

Mañana en FLOR DE LOTTO: Pelota, pelotudo, pelotón.

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4 de agosto de 2008
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Galería de espectros: Prometeo

Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he vislumbrado el de Prometeo

Delfín Agudelo: ¿Te refieres al Prometeo de Esquilo?

R.A.: Sí, me refiero a esa criatura completamente in/upload/fotos/blogs_entradas/prometeo_moreau_med.jpgmóvil, de principio a fin de la obra del poeta tráfico Esquilo, que estando completamente inmóvil logra crear un magnetismo cósmico alrededor del cual circulan todos los ordenes, los celestes y terrestres. Me fascina esa inmovilidad, una inmovilidad única en toda la historia de la literatura occidental. Seguro que es una inmovilidad única en la historia del teatro y que se remonta a uno de nuestros primeros referentes, el Prometeo encadenado de Esquilo. Resulta interesante el cómo a partir de esa inmovilidad, de quien ha sido encadenado en el Cáucaso, se puede empezar a llevar el desafío frente a  Zeus; desde esa inmovilidad se puede explicar en qué ha consistido la fundación de la civilización humana; desde esa inmovilidad se puede invitar al hombre a perseguir el doble fuego. Por un lado el de la transformación de las cosas, el del conocimiento y del progreso, el fuego que tiene que cambiar el entorno del hombre; y por otro lado el fuego sagrado, el fuego espiritual que invita a los hombres a la propia divinización. Creo que lo completamente magistral en el tratamiento que hace Esquilo del tema mítico de Prometeo es la síntesis de esos dos fuegos, que muchas veces nosotros mantenemos de manera equivocada separados. Por un lado el de la transformación exterior, de las cosas, y por otro lado aquél que implica la transformación interior y de nuestro propio espíritu. En el gran poema de Esquilo no se pueden separar las dos instancias, y ahí me parece que es una de las principales lecciones de sabiduría de toda la cultura occidental.

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4 de agosto de 2008
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Más Joy Division

Esta banda de Manchester liderada por el carismático Ian Curtis llegó a fines de los setenta, venció y se fue. La muerte temprana de Curtis, un cantante de voz y movimientos impactantes que sufría de epilepsia, convirtió al grupo rápidamente en leyenda. Con los años, su importancia e influencia no ha hecho más que crecer. La historia de Curtis puede ser una más de tantas sobre estrellas del rock torturadas y autodestructivas, pero lo que importa es que no se funda en la nada: el que escuche alguna de las canciones de Joy Division descubrirá el poder hipnótico de este grupo clave del post-punk, a quien tanto The Cure como The Smiths le deben muchísimo. The Best of Joy Division es un muy buen lugar para comenzar: han pasado treinta años, y canciones como "Transmission", "Love Will Tear Us Apart", "She's Lost Control", "Atmosphere", "Heart and Soul" y "Isolation" se han vuelto clásicos.  

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1 de agosto de 2008
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Vanidosos y ambiciosos

/upload/fotos/blogs_entradas/el_gran_escritor_med.jpgHace no mucho, durante la grabación de un programa cultural para la televisión, uno de los escritores invitados -joven, inteligente, bastante bueno, además- respondía a la pregunta del entrevistador (otro escritor, este con muchas tablas y muchos libros) sobre por qué escribía y publicaba. Sus motivos, dijo, tenían que ver con la vanidad.  Era vanidoso, insistió, y por eso publicaba. Se encogió imperceptiblemente de hombros, vaya pregunta, parecía decir. Ninguno de los presente dijo nada y tengo la impresión de que el hecho de que alguien admita que es vanidoso (como si fuera una virtud, algo de lo que ufanarse) parece ser moneda corriente entre los colegas de este oficio.

No es la primera vez que escucho esta aseveración, de manera que no me extrañé mucho yo tampoco, pero creo que más por cansancio que por otra cosa: ya me acostumbré a que cada cierto tiempo aparezca algún escritor y diga sin rubor ninguno que es vanidoso y que además ese es un atributo esencial para ser escritor. Será que más allá de su envoltorio provocativo, la frase dice una verdad exacta acerca de lo que los motiva a ciertos escritores. ¿A qué negar que uno es vanidoso?, parecen decir con su actitud, dejémonos de tonterías, si todos sabemos que los escritores somos vanidosos, insisten sin complejos. Disiento completamente de ello: no creo que la vanidad sea más ni mejor motor que exclusivamente para robustecer la estupidez. Y la estupidez abarca innumerables campos: se puede ser vanidoso -es decir fatuo- en cualquier área de la vida, con idénticos desastrosos resultados existenciales, para solaz de los enemigos y vergüenza ajena de los que nos quieren. Pero al parecer el campo de la literatura es terreno feraz para asumir la vanidad no como una vergonzante excrescencia del carácter sino como una virtud o una condicio sine qua non para escribir bien. Como si por el hecho de creerme un genio no sea necesario nada más para lograrlo. ¿Es así? La verdad, no lo creo. Es cierto que resulta difícil ser un buen escritor si, entre otras muchas cosas, uno no tiene suficiente confianza en sí mismo, no tanto en el valor de lo que hace como en la posibilidad de que ello tenga valor, porque la confianza tiene además una contrapartida saludable que es la duda razonable acerca del valor estético de mi trabajo. Por ello prefiero a los escritores ambiciosos: aquellos que no se conforman y recelan de sus textos primeros, que corrigen, borran, vuelven a escribir, pero que además aceptan que, para ser mejores, hay que asumir que siempre se puede mejorar, que están muy lejos de ser buenos, todo lo bueno que sólo un escritor ambicioso sabe que puede ser. Un escritor ambicioso sabe que su tiempo y su trabajo son valiosos y por lo tanto procura no perder el primero en fatuidades: siempre duda sobre lo que hace, porque sabe que puede hacerlo mejor. Frente a este hecho, para él incontrovertible, la vanidad es una insensatez tan grande que podría dividirse en provincias...

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1 de agosto de 2008
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Los dobles de Radovan Karadzic

Parece ser, por los muchos ejemplos que tenemos a mano todos los días, que el instinto de supervivencia es mucho mayor que el de culpa, y que la conciencia se acomoda con bastante facilidad a nuestras necesidades cuando se trata de salvar el pellejo. La culpa ha sido muy bien aprovechada por la religión para manipularnos emocionalmente y para que no nos sintiéramos suficientemente libres y felices, porque cuando uno está contento tiende a ser independiente e incontrolable. Pero también la culpa y el remordimiento (en dosis no neuróticas) sirven para unirnos a esa solidaridad humana universal que impide que nos matemos a dentelladas por la calle sin ningún remordimiento. Aun así, ya sabemos lo que hay....

Bueno, pues una buena manera de acoplar la conciencia y huir de los remordimientos es lo que ha hecho el criminal Radovan Karadzic. El ex líder serbobosnio, huyó de la justicia no demasiado lejos, llevaba trece años viviendo oculto en Belgrado, lo que no deja de ser inquietante. Claro que él no era Karadzic sino el curandero Dragan Dabic. Y el curandero era ferviente seguidor de Karadzic, por eso se sentaba bajo su propio retrato en un bar al que asistía. Y ahora de esa matrioska que es la personalidad de Karadzic sale un abogado, porque se defenderá a sí mismo ante el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY).

¿Para qué quiere Karadzic a nadie? Mejor cargarse a todo el que le estorba. Él se basta y se sobra y además dicen que tiene una salud de hierro, seguramente cuidada por el curandero, cuya vida ahora tratará de salvar el abogado.  

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1 de agosto de 2008
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Tragedias que terminan en comedias

Las complacencias desaforadas del presidente Ortega a favor de una organización que ha perdido todo prestigio ético  bajo el peso de los actos terroristas, los secuestros de civiles,  y el narcotráfico, y dista años luz de la imagen romántica que los guerrilleros sandinistas que derrocaron a la dictadura de Somoza tuvieron un día, son vistas entre los nicaragüenses con una mezcla de ira, estupor e impotencia. Nadie se siente representado en esa solitaria identificación oficial con las FARC, salvo aquellos que pertenecen al bando irreductible de la familia gobernante, por razones de rancia ideología, pero más que nada por sumisión de intereses personales, de los que tanto abundan ahora en las cercanías del poder.

Es terrible cuando las tragedias empiezan a parecerse a las comedias. La autoproclama del presidente Ortega como mediador entre las FARC y el Gobierno de Colombia, rechazada por este último, y su consiguiente respuesta de que no tiene porqué pedir permiso a nadie para buscar la paz en aquel país, con lo que se queda como mediador a la mitad, provocan risas en la platea. Pero son risas tristes, del lado donde nos sentamos los nicaragüenses.

El mismo amigo a quien aludí al principio me decía también, que el único conflicto pendiente entre Nicaragua y Colombia, que los nicaragüenses reconocen como tal, es el que se refiere al juicio sobre límites fronterizos que se encuentra en manos del tribunal internacional de La Haya, y cuyo fallo todos entendemos y aceptamos que deberá ser acatado al pie de la letra cuando se produzca. De allí en adelante, que la mano de Fátima proteja al presidente Ortega.

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1 de agosto de 2008
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Con el reloj

/upload/fotos/blogs_entradas/reloj3_med.jpgMe contaba un amigo que, durante algunos meses que se veía abandonado  por su pareja, sentía  la firme necesidad de ajustarse más el reloj. De experimentarlo -o experimentarse- más cerca de sí acaso a través de la insignia que representaba su desvalida muñeca. Así, contra la costumbre de dejar el reloj abandonado en la mesita de noche, pasaba todo el sueño con el reloj ceñido a las circunstancias de su estar. Sincronizado a su insonoro latido o algo así porque aproximando el reloj a su piel, el tiempo a su pulso, la marcha del destino se unía quizás a su marcha vital tal como si,  por el momento, a través de estas horas aciagas, no existiera otro posible consuelo o que la autodefinición y ninguna otra contabilidad (la cuenta o el cuento de su historia) que la relativa al exiguo círculo que delimita la coerción de la correa, tan angosto como su angustia, y  tan insignificante al fin como su pobre repetición. O incluso tan nulo -pero amado- como el cíngulo igual a cero que redondea la correa de la soledad en sí. Solo y cercado, acercado y repetido en el vano auxilio del yo. ¿Desvinculado? Atado a sí.  

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1 de agosto de 2008
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El mejor regalo

¡Qué difícil! Tiene que hacer un regalo, tiene que quedar muy bien y además no ser previsible. Por supuesto no puede ser algo vulgar, fácil ni ostentoso. Sin embargo es muy necesario que sea un regalo notable. Está invitado a una fiesta donde su vida puede cambiar. Su ex mujer, esa que se fue hace cinco años a comprar tabaco y no había vuelto a dar señales de vida, esa por la que penó, por la que se metió en una depresión de la que todavía no ha regresado del todo, esa, a la que naturalmente debería haber olvidado. Precisamente esa le invita a una fiesta, a una cena donde es el invitado sorpresa. La estrella de los invitados. ¿Qué hace nuestro amigo? /upload/fotos/blogs_entradas/botelladevino_med.jpgCompra una botella del mejor vino posible, el mítico Margaux del 64. Un vino que pocos mortales, millonarios gustosos aparte, tienen la posibilidad de disfrutar alguna vez en su vida.

Con esa botella sabe que triunfará. Ha invertido más dinero en el vino que lo que cada mes tiene que pagar de alquiler. No importa, ese vino cambiará su destino. Su enamorada de antaño volverá a sus noches y sus días.

Pues no pasa nada de eso. La festejada, la famosa artista Sophie Calle, tiene la costumbre de nunca desenvolver sus regalos. Simplemente los fotografía, almacena y después hace una exposición. Arte conceptual. Fracaso absoluto de regalo. No les contaré más. Es la historia de una deliciosa novela que se coló entre mis lecturas de verano. Es breve, intensa, inteligente. Comienza en el día que murió Michel Leiris. Invita a beber ese vino o, seamos patriotas, un Vega Sicilia del muy querido año 64. También la novela nos lleva por las lecturas del Ulises  o Mrs. Dalloway. Es una delicia de bolsillo de poco más de ciento veinte páginas. El autor se llama Gregoire Boullier. Y la novela, El invitado sorpresa. Entre otras navegaciones mentales llevo horas pensando cuál sería para mí el regalo ideal. El vino no está mal. ¿Los habrá mejores?

Un libro inteligente sobre nosotros. "Somos humanos, tenemos el corazón roto, somos tristes y alegres en nuestra desesperación; sin embargo, no perdemos la esperanza y creemos en los milagros". Algunos de nosotros no somos franceses. Y también pensamos que el milagro puede estar escondido en una botella de vino.

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1 de agosto de 2008
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El Boomeran(g)
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