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Galería de espectros: el doctor Frankenstein

Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he visto al del doctor Frankenstein.

Delfín Agudelo: Te refieres al personaje de la novela de Shelley.

R.A.: Sí, me refiero a la conocida historia de Mary Shelley, y a uno de los momentos que me parece más conmovedor de la historia, que es cuando el doctor Frankenstein, el creador del monstruo, de la criatura, lo va persiguiendo por loKenneth Branagh como Doctor Frankenstein, s confines de la tierra, por los desiertos, por las llanuras heladas del norte. Lo va persiguiendo para acabar con él; al mismo tiempo, la criatura o monstruo creado trata de vengarse de su creador. Ahí se origina un círculo en el cual nos espejeamos todos los hombres. Desde el principio los hombres han creado a sus dioses y han creado la  noción de Dios para, por un lado, poder tener una idea de poder absoluto que ellos no poseen; y para, por otro lado, poder responsabilizar a otra instancia de aquello de lo que carece. Este juego entre hombres y dioses es sintetizado en la época del progreso, en la época de la tecnología o el inicio de la tecnología moderna, a través de la figura de este doctor Frankenstein que intenta llegar a la creación absoluta- y al llegar a ésta crea también sus propias sombras. Desde el punto de vista de la criatura nos reconocemos también porque siendo como somos, en cierto modo, la consecuencia de la unión de diversos fragmentos que nunca logramos tener completamente unidos, nos sentimos siempre enajenados, desasistidos, carentes de una protección, de un amor, de una verdad. Es a través de estos mecanismos que el monstruo Frankenstein sabe asumir muy bien que no reflejamos nosotros. Por eso también él, como nosotros, aspira a un mayor amor, a unos mayores y más profundos sentimientos, y aspira a conocer un destino que evidentemente nunca logrará conocer.

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1 de agosto de 2008
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Conjunto no numerable de metáforas

Postulaba antes que el hombre resulta de una subversión ontológica sólo comparable a la que supuso la vida, a saber: que un código de señales se gustó a sí mismo. Mas si tal cosa ocurre, designar puede constituir como máximo un subordinado punto de arranque.

El lenguaje se muestra entonces como prodigioso encadenamiento de metáforas, carentes ya de toda pretensión designativa. De  ahí que al conjunto de tales metáforas  no pueda atribuírsele cardinalidad finita y que ni siquiera pueda ser ordenado numeralmente. Pues aunque el número de átomos de la naturaleza (y por ende el monto de partículas realmente elementales) sea finito, como el rebelarse del código implica no subordinarse a ese conjunto, la eclosión de frases nunca antes forjadas no está acotada por tal finitud del registro natural. Mas también, al no respetar principio alguno que pudiera sustentar una ordenada sucesión, no cabe equiparar el fluir de las metáforas a la generosidad  infinita de números naturales.

Que por su rebelión el antiguo código ya no dependa de las posibilidades del orden natural tiene como consecuencia  la trágica desnaturalización que para el puro animal que un tiempo fuimos supone el ser vehículo de palabra. La naturaleza misma viene  a ser inscrita en el orden del verbo, viene en consecuencia a convertirse en una idea;  viene sobre todo a ser esa idea de la que el código que ha dejado de ser tal tiende a alejarse. El llanto como el goce, de los que la palabra parece alimentarse, son ya efectos de la palabra misma, que aspira  literalmente a la pureza.

Quizás el reflexionar del fauno tuvo arranque en un sopor real, quizás efectivamente todo empezó en una siesta (esas ingenuas -más que irónicas- representaciones del propio poeta boludo), pero tal cosa es literalmente irrelevante.

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1 de agosto de 2008
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En el mar de las imágenes

Cuando nacemos no sólo nos vemos poseídos por una lengua que será ya para siempre nuestra jaula intangible, algo así como el sistema táctil del pensamiento, las manos y los dedos del cerebro, sino que de un modo aún más inocente nos vemos tomados por un escenario de signos visibles que también nos impone de por vida una mirada incorregible, un punto de fuga sin el cual somos enteramente ciegos. Si le pregunto a mi propia experiencia, el objeto visible más insólito que dominaba la segunda mitad del siglo XX en España, era el crucifijo y la galaxia de signos menores a él añadidos.

/upload/fotos/blogs_entradas/pais_crucifijo_med.jpgNo es que el crucifijo haya desaparecido de la España del siglo XXI, ni mucho menos, pero su presencia ya no tiene la magia significativa que tenía hace cincuenta años y ese es un cambio que sin duda pasará inadvertido a los jóvenes nacidos en un registro visual diferente del nuestro. El crucifijo no era tan sólo la representación de una ejecución, la estremecedora estampa de un hombre inocente ajusticiado por el poder político y la razón de Estado, imagen turbadora que durante quince siglos dominó la visibilidad occidental. El crucifijo era, también, el símbolo de una opresión que se cernía sobre nosotros con un colosal aparato de ejecutores, funcionarios, técnicos, intelectuales, medios de difusión, turiferarios y enemigos.

Para la gente de mi edad el crucifijo estaba irremediablemente unido a la imagen dominante (un símbolo, sin duda, pero tan ubicuo como el crucifijo mismo) del Caudillo, cuyo porte físico era tan inadecuado como el del crucifijo para la vida que deseábamos. Si el Cristo era una figura incoherente, desatinada, en nuestro juvenil deseo de tener aventuras, amantes y dinero, la figura del Caudillo, aquel inverosímil gallego, chocaba frontalmente con las aspiraciones a una vida heroica y a las pomposas ideas que se agitan en el cerebro infantil, cuyo ámbito es tan amplio y se encuentra tan vacío como una basílica sin fieles, lo que produce una engañosa sensación de libertad.

El conglomerado de imágenes que unen como un archipiélago navegable las efigies del Crucificado, del Caudillo, de sus funcionarios y ejecutores, la profusión de uniformes que lucían en las fotos, la marea de iconos menores asociados a los anteriores, todo ello formaba un jeroglífico en el que piezas en forma de Virgen María se acoplaban con otras de Supermán, o cuadros de Murillo proyectaban su pía sombra sobre las torsiones picassianas tan similares a los dibujos animados de Hanna & Barbera. Aquella fue nuestra cárcel visual de nacimiento, la que nos ha tenido presos hasta hoy y en cuyo interior, lo queramos o no, moriremos. Porque incluso quienes con el mayor esfuerzo y diligencia se afanaron por escapar de la prisión visual y lingüística, jamás podrán pertenecer a la generación siguiente, para la cual ninguna de esas imágenes tiene ya la misma magia./upload/fotos/blogs_entradas/dibujos_animados_de_hanna__barbera_med.jpg

Si ahora nos apartamos del uso personal y subimos algunos escalones, no encontramos nada distinto: también lo que llamamos "etapas históricas" son espaciosos conjuntos humanos que viven sumergidos en mares de signos mediante los cuales son fáciles de distinguir. Es el caso, ya que hablamos de crucifijos, de la imaginería visual cristiana que define a la civilización occidental, en contraste con la islámica o la budista, por ejemplo. También, por supuesto, las diferencias que podemos establecer entre conglomerados secundarios como la imaginería bizantina (tan presente en los novelistas rusos) y la evangelista de los escritores negros americanos, los primeros marcados por el relumbre de las teselas doradas y los segundos por la pastoral del bautismo fluvial. El estudio de esas nubes de signos nos dice más sobre quienes vivían en ellas inmersos que toda la documentación política, económica y científica que podamos reunir sobre la época.

Y no es un misterio que esas nubes pasan. Los signos se transforman más lentamente que la vida de los humanos. Serán menester muchos siglos para que el crucifijo pierda la potencia mágica que tuvo en sus inicios y pueda formar parte de conjuntos neutros o decorativos como una comedia musical en la que el crucificado es un vocalista sobre una pasarela de moda masculina. Los signos cambian tan lentamente como los fondos marinos o el perfil de las montañas arañadas por la erosión de los glaciares. Apenas si da tiempo en la vida de un humano para percatarse de una docena de cambios profundos. En nuestro caso, el cuerpo de las mujeres (torturado por la pornografía entonces y por la publicidad ahora) o las estampas de reuniones masivas como signos amenos y dignos de encomio, cuando antes eran señal inequívoca de lo detestable y de la maldad.

El misterio extremo viene cuando esa nube de imágenes que define un modo de vida se transfigura de golpe o en un lapso muy breve. Cuando Afrodita, Hermes y Júpiter dan paso al crucificado en apenas dos siglos. Cuando de las estatuas ecuestres se pasa a la fotografía urbana en apenas cien años. Estos cambios súbitos suponen una mutación caótica de los grupos humanos y denuncian un cataclismo que, sin embargo, sus protagonistas no pueden considerar, sumergidos como están en la nube de sus sueños lingüísticos y visuales.

¡Quién pudiera saber si una tal transformación se está produciendo de nuevo en estos años! No el sosegado baile de las nubes, sino el catastrófico cambio de escenario por liquidación de existencias. No podemos saberlo porque los anteriores estamos casi ciegos y los que ya comienzan a ver lo apenas visible aún no saben hablar.

Artículo publicado en: El Periódico, 25 de julio de 2008.

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31 de julio de 2008
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Risas y una cara seria

Chávez retrocede cuando le conviene, desde luego que tiene pretensiones geopolíticas, e invierte cuantiosas sumas en tratar de establecer su influencia en el Caribe, y en el continente, y tampoco parece detenerse a avisar a Ortega cuál será su próximo paso.

Ha sido fácil verlo en su sorpresiva declaración urbi et orbi de que las FARC deben soltar de manera incondicional a todos los rehenes que le quedan, y que debe abandonar la lucha armada, por obsoleta; y lo mismo en su reciente viaje oficial a España, donde a todas luces llevaba el propósito de reconciliarse con el rey Juan Carlos, para reír ambos de frente a las cámaras en recuerdo del episodio de la Cumbre Iberoamericana de Santiago, con tan buen humor ahora los dos, que el Rey le obsequió a Chávez una camiseta con la leyenda ¿Por qué no ye callas?

Chávez es capaz de reír, pero Ortega continúa con la cara seria, y no parece dispuesto a seguirlo por el camino de los borrones y cuentas nuevas, con lo que se recluye más en su deliberado ostracismo. Su íntimo aliado el comandante Tomás Borge, exiliado sin embargo como embajador en Perú, ha declarado que las muestras de respaldo incondicional que Ortega ofrece a las FARC, y los anuncios que indicaban que una delegación oficial de ellas estaría presente en la tarima enflorada de los actos del aniversario de la revolución sandinista en Managua, eran un extraordinario acto de valentía, desde luego que "todo el mundo, o casi todo el mundo", repudiaba a las FARC. Muchos leerán temeridad, o irresponsabilidad, en lugar de valentía.

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31 de julio de 2008
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La copla

"Querer  es sufrir". Esta sentencia que podría hallarse en cualquier letra de una copla popular constituye la clave de bóveda del sistema filosófico de Schopenhauer. Todo aquél que quiere algo, que sigue queriendo a alguien o a algo, da a entender que no lo cree poseer absolutamente puesto que el deseo plenamente satisfecho acaba con todo el querer. En consecuencia, todo querer se reconoce en el dolor de querer aquello que no se posee y el dolor, placentero o no, sólo desaparece al compás de la desaparición del  amor. La vida entera se presenta como un continuo querer que sólo en el momento de la muerte cesa.

La vida entera es un querer algo, poco o mucho, que impulsa a permanecer con los sentidos alerta hacia la consecución de uno u otro deseo que no habiendo sido satisfecho proporciona, simultáneamente, la ilusión y la pasión, la expectativa y su dolorosa tensión. De ello Schopenhauer proclama que nada hay más vital  que el dolor y nada es más vivamente real o realmente  vida. Con lo cual este rotundo corolario: "La vida es la historia de un sufrimiento".

¿Una visión tenebrosa de la existencia a cargo de un cenizo? No es tan seguro. Puede tratarse apenas de una obviedad popular: sólo se siente lo que duele.

He aquí la verdad de la copla. 

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31 de julio de 2008
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Un héroe verdadero

A consecuencia de esta semana de mooremanía -todo por culpa del trailer de Watchmen...-, terminé dando con unas declaraciones de Alan Moore que funcionarían como comentario al tema de la bondad al que le estuvimos dando vueltas. (Dicho sea de paso: estimado Guido Cuadros, yo no soy quien elige las ilustraciones de cada post. De cualquier modo, ese poster apócrifo que quedó colgado no deja de ser un hallazgo. Mel Gibson como El Comediante no es mala idea, en la medida en que amamos odiarlo. El mismo Moore reniega de la etiqueta ‘novela gráfica', precisamente porque, como tú dices, son un intento de defender un género que no necesita defensa en tanto se defiende solo. Y dijo que 300 era fascistoide la semana pasada, en una entrevista concedida a Entertainment Weekly.) En fin, ¿dónde estaba?

/upload/fotos/blogs_entradas/the_extraordinary_works_of_alan_moore_med.jpgYa sé: en Moore y la bondad. En mi último viaje a Londres me compré un libro que en realidad es una larga entrevista al escritor: The Extraordinary Works of Alan Moore (George Khoury, 2003). Releyendo partes después de releer Watchmen, me encontré con las siguientes declaraciones del maestro: "Creo que ser Superman -me refiero a ser un superhombre de verdad- no pasa por tener poderes especiales. Nosotros ya tenemos poderes. Todos nosotros poseemos habilidades increíbles, talentos con los que podemos lograr cosas milagrosas. Quiero decir, la mayoría de nosotros tiene estos poderes y aun así no hacemos nada: nos tiramos en el sillón a ver TV, bebemos cerveza hasta perder la noción -y si tuviésemos el poder de volar o el de la invulnerabilidad, probablemente nos tiraríamos igual en el sillón a ver TV y tomar cerveza".

"En términos de lo que se puede hacer, ¿cuánto por debajo de Superman figuraría Bill Gates?", se pregunta Moore. "Bill Gates tiene el superpoder de la riqueza descomunal... Y no es la única persona fantásticamente rica de este planeta... ¿Cuándo salvó al mundo esta gente, cuándo acabó con el hambre, cuándo tuvieron gestos magníficos, masivos -alguna vez salvaron aunque más no fuere a una reportera curiosa que se estaba cayendo por una ventana? Claro que no. Tenemos mucha gente con superpoderes en este mundo, y eso no los convierte en seres superiores. Por la otra parte, existe gente en este planeta que parece estar en completa desventaja y aun así ha logrado hacer cosas increíbles".

"Me gustaría que la gente pensase de verdad en el asunto: ¿qué significa el heroísmo? ¿Qué es el poder? ¿...Tiene Stephen Hakwing un superpoder? ...Al final del día no son los superpoderes lo que importa, sino las personas... Si soy un imbécil, seguiré siendo un imbécil aunque me ponga un disfraz que me permita correr más rápido que la luz... Lo importante es que los seres humanos comunes y corrientes son fantásticos, en el sentido de lo que pueden ser y hacer. ...No necesitan trajes especiales ni insignias en el pecho. Con cosas como Watchmen he tratado de sugerirlo. La idea de que tener superpoderes no lo convierte a uno automáticamente en una buena persona: no tenemos superhéroes aquí".

"Vive tu vida y trata de hacer lo correcto. Sé la mejor persona que puedas ser. Eso es heroísmo", Moore dixit. Y yo estoy de acuerdo, claro.

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31 de julio de 2008
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El vicio de la virtud / IV

IV. Más fuerte es el bouquet

Recuerdo la primera vez que entré en una alberca. Para evitar un round de rudeza innecesaria, mi padre me compró un flotador con la forma de una rana sonriente, que yo tomé como un seguro de vida. A partir de ese día -tendría tres, cuatro años- me acostumbré a pasar largas horas chapoteando en el agua. Luego, en la escuela, nada me hacía sentir más poderoso que ver a algunos de los bravucones tiritar de pavor ante a la perspectiva de un mínimo clavado. Cada semana, durante una hora, la clase de natación me hacía sentir fuerte y valeroso. Por eso pronto conseguí destacar entre los que jugaban caballazos.

     Era muy mal jinete. Perdía el equilibrio y me tiraban rápido, pésimas credenciales para un juego donde ganaban los que quedaban en pie. Como caballo, sin embargo, era casi invencible. Soportaba al jinete sobre mis hombros con una suerte de estoicismo arrollador. No conocía artimañas para tirar a nadie, pero tampoco lograban rendirme. Imaginaba, durante la batalla, que los participantes reconocerían mi incalculable resistencia al castigo, pero al final era siempre el jinete quien se ganaba la fama de fuerte.

     Cuentan, quienes han visto a Arnold Schwarzenegger participar en fotos grupales, que poco antes del click se le ve dar un paso hacia adelante. De esa forma, el gobernador de California luce siempre más fuerte y alto que los demás. Tiene que demostrarlo todo el tiempo, no puede darse el lujo de no verse espectacular ante una cámara. ¿Existe acaso debilidad más angustiante que obligarse a ser fuerte en toda circunstancia, como cuando tenía uno nueve años y no podía mostrar sus puntos flacos?

     Hoy todavía pienso en la fortaleza no como la capacidad de derribar al otro, sino como la decisión de no ser derribado, pase lo que pase. Porque nada hay más fuerte que el olor a renuncia. Un hedor asqueroso, donde los haya. No admiro a los jinetes que conquistan reinos y corazones, como al caballo que muere reventado sin haber ni pensado en capitular. Si he de elegir equipo, juego en el de esa clase de niño que se encierra en el baño dispuesto a resistir todo el peso del mundo, incluyendo la fama de alfeñique invencible que jamás le dará prestigio de héroe. Fuerte, al fin, es aquel que no se ahoga.

 

Mañana: V. Déjenme destemplar.

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31 de julio de 2008
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El urinario

Ernst Gombrich, uno de los mejores historiadores del arte del siglo XX, dijo en una entrevista que "se sentía avergonzado de pertenecer a una época en la que la obra de arte más famosa era un urinario". Se refería, claro está, a la pieza de Marcel Duchamp y, aunque quizá no sea la más célebre, sí es citada casi siempre como una referencia artística indiscutible del pasado siglo. La exposición actual del MNAC sobre Picabia, Man Ray y el propio Duchamp refleja magníficamente la atmósfera ideológica en que un urinario pudo ser presentado como el fruto genuino de la vanguardia. También refleja el inicio de la cadena de equívocos -en general interesados- que tergiversa el gesto de Duchamp, olvida su significado y sacraliza su herencia.

 

Es decir, Gombrich tenía razón de sentirse avergonzado. Ahora bien, creo que lo que le avergonzaba, a tenor de lo que comentaba en el resto de la entrevista, no era la irónica ocurrencia dadaísta de Duchamp, sino el hecho de que un ejército de críticos, profesores, gestores de la cultura y comerciantes se hubieran empeñado en transformar la ocurrencia en obra de arte, poniéndola como modelo de tantas otras ocurrencias que, bien hinchadas en el mercado, también eran convertidas en obras de arte e, incluso, en el arte por excelencia.

Mientras Marcel Duchamp jugaba tranquilamente al ajedrez en Cadaqués, más bien indiferente a lo que ocurría a su alrededor según el testimonio de quienes le conocieron en esa época, un fenomenal engranaje de reflexiones teóricas y trapicheos culturales celebraba la artisticidad universal del urinario y de alguna otra de sus bromas provocadoras, como la Gioconda con mostachos. El único gran beneficio para la inteligencia de esta operación es que podamos deducir el grado de estupidez de nuestros interlocutores cultos según la importancia que otorgan al urinario y a la Mona Lisa bigotuda.

El dadaísmo fue, tal vez, el más interesante de los movimientos vanguardistas, porque fue el que llegó más lejos en sus interrogantes. Sin embargo, no puede ignorarse que el talante dadaísta implicaba la autoaniquilación del arte: o sea un movimiento apocalíptico, nihilista, de una ironía ferozmente terminal, "un agujero en la nada", según la afirmación de Picabia. Es imposible desvincular este radicalismo de un clima histórico en el que dominaban asimismo el apocalipsis y la utopía. Con sinceridad o afectación -depende de los casos- Dadá empujaba hacia el abismo toda la tradición heredada porque la época estaba fascinada con la creencia de que la civilización debía empezar de cero. O simplemente no reiniciar el camino. Ante la podredumbre de la civilización era preferible una nueva barbarie.

Vistas así las cosas puede comprenderse que lo más contrario al ideal dadaísta era hacer "obras de arte" y que éstas, debidamente envueltas como mercancías -con sus tasaciones, precios, seguros- fueran exhibidas en muestras y museos. Toda exposición sobre el dadaísmo tendría que empezar explicando el carácter contranatura del proyecto. Duchamp hirió simbólicamente a Leonardo da Vinci como paradigma de la pintura sabiendo a la perfección que esa herida sólo podía sangrar en la atmósfera revolucionaria en que se había producido.

Así propuso también su urinario, genuino objeto antisublime que adquiría el valor de una granada lanzada en el seno del conservadurismo artístico e ideológico. Desactivada la granada tras el fin del fervor revolucionario, tal objeto únicamente podía ser preservado como el testimonio de un gesto, como un documento de época; nunca como la obra de arte que obviamente jamás pretendió ser.

Pero precisamente el papanatismo intelectual ha actuado en sentido contrario y, medio siglo después, ofrece el urinario de Duchamp, si no como "obra de arte" -expresión considerada arcaica-, como objeto de culto para la idolatría de las multitudes. El círculo así se cierra en cierto modo, puesto que no podría haber nada más antagónico al espíritu original, iconoclasta, del dadaísmo que esta proposición de culto. Seguramente Duchamp se reiría a carcajadas al comprobar esta perversión idolátrica de sus intenciones.

Apuesto a que también entendería la ira del viejo Gombrich, un estudioso que se había pasado la vida examinando la complejidad de las obras de Durero, Holbein, Rafael o del propio Leonardo. No es que Gombrich fuera incapaz de comprender el sarcasmo dadaísta, pero no confundía el monigote que con tanto éxito dibujó Duchamp con la Mona Lisa original.

La exposición del MNAC es muy recomendable. Pero recuerdan que un urinario es eso: un urinario. Ni más ni menos.

 El País,  26/07/2008

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31 de julio de 2008
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Por qué Mallarmé

Claude Debussy puso un preludio a L'après- midi d'un faune. Dado que el poema de Mallarmé tuvo diferentes títulos, podemos poner énfasis en que se trata efectivamente de un preludio, al cual podría seguir la interpretación del verso mismo, y ello sin apartarse de la música. Pues no otra cosa que composición musical es ya el poema mismo. Poesía concebida como paradigma de la necesidad absoluta, tanto desde el punto de vista estrictamente verbal como desde el punto de vista de ese complejo de ingredientes a los que aludimos con la palabra música.

Muchos son los nombres que hubieran podido dar título a esta reflexión. Sin embargo Mallarmé se impuso casi espontáneamente y para ello ha de haber una razón. Obviamente está en primer lugar el hecho mismo de que la obra de Mallarmé haya efectivamente llamado la atención de músicos, algunos tan extraordinarios como Debussy. Una segunda razón es que los analistas del lenguaje poético han encontrado particularmente fértil acercarse a la obra de Mallarmé e intentar desvelar su estructura utilizando categorías procedentes del análisis musical.

Así, por poner un ejemplo centrado en "La siesta de un fauno" (L'après midi d'un faune) se ha señalado por varios autores que tanto al nivel global del poema como de líneas individuales, estaríamos ante una superposición de ritmos, uno nuevo siendo inducido a partir de otro ya dado. Cuando la sustitución se ha cumplido aun tenemos en mente el anterior, de tal manera que según expresión de Gerard Manley Hopkins "dos ritmos están de alguna manera funcionando a la par" y ello conferiría al todo una estructura que cabría llamar contrapuntística.

Esta idea de Hopkins es aplicada a Mallarmé por Anne Colmes en un excelente artículo en el que se sintetizan trabajos de diferentes autores relativos al lazo entre Mallarmé y la música (Counterpoint in Mallame's L'après-midi d'un faune. French Studies, Vol 57 No 1, 27-37.)

Esta complejidad rítmica sería uno de los elementos que conferiría a los versos una connotación de sofisticada disonancia. El efecto, nos dice Colmes, se produciría (y a veces se acentuaría pues estaría ya operando por otro medio) mediante recurso al alejandrino "en escalier" (es decir su división over two or even three lines of verso). El alejandrino en escalier mantiene en si la huella de lo que sería el alejandrino no quebrado, de lo cual la superposición de ritmos.

Mallarmé habría asimismo alcanzado la complejidad rítmica superponiendo la enfatización de líneas finales- ritmo fuerte- con las técnicas de enjambement y de run on line. (All poets alternate the effects of strong rhytme with those of enjambement to produce variety. Mallarmé superimposes the second on the first, escribe Anne Holmes).

Muchos otros son los ejemplos que eruditos en análisis literario y musical nos ofrecen con vistas a poner de relieve que el vínculo entre Mallarmé y la música va más allá de una tangencial analogía. Pero lo que realmente cuenta trasciende el hecho de que Mallarmé haya llamado la atención de músicos y musicólogos. Se trata de algo a la vez menos contingente (dada la cantidad de escritos poéticos admirables en los que músico alguno ha fijado explícitamente su atención) y más elemental, a saber, que la escritura (siempre llamada a la escucha) de Mallarmé es realmente expresiva de un funcionamiento puro del lenguaje, un funcionamiento por así decirlo en el vacío, un funcionamiento en el que el lenguaje realmente tan sólo se nutre de sus propios frutos.

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31 de julio de 2008
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La ficción según Wood

James WoodUna nota me parece ineludible sobre mi lectura de How Fiction Works de James Wood. Es poco común tener a un crítico literario de primer rango que desvela sus criterios. Es un primer motivo para leer a Wood con una cierta gratitud: este señor da la cara y acepta un posible ataque en le futuro por falta de coherencia entre su libro y sus reseñas. Por otra parte, ya lo escribí ayer, es un librito fenomenal por su manera rápida de aprovechar una amplia cultura. No es placer, es gozo puro y ya puedo adivinar que se traducirá en todos los idiomas incluido al castellano.

Mis apuntes:

1. La gran diferencia entre James Wood y E. M. Forster (Aspectos de la novela) al intentar definir la ficción con ochenta años de distancia es el enfoque. Para Forster, lo decisivo eran los personajes, para Wood es la voz utilizada. Forster veía dos tipos de personajes, los que tienen cuerpo (round character) y los que tienen una dimensión única (flat character). Wood por su parte cree que sólo existen tres tipos de voces en una novela: el discurso directo, el discurso indirecto y por fin el discurso indirecto libre (free indirect speech). En el primero, el autor describe acciones y entrega citaciones de sus personajes: se expresa desde afuera; en el segundo, el autor entra en la conciencia de sus personajes: su escritura es un reporte hecho desde la dinámica interna de sus personajes; en el tercero: el autor esta y no esta en la conciencia de sus personajes: su lenguaje es una interpretación libre, con presencia subjetiva del autor, del reporte hecho desde la dinámica interna de los personajes.

2. Para Wood cuando menos visible sea la presencia del autor en este discurso indirecto libre, mejor. Si hay que citar un autor que implementa este discurso, Wood escogería a dos: Henry James y Saúl Bellow.

3. Todo empieza con Gustave Flaubert, al que se le atribuye la paternidad de la ficción moderna.

4. Después de Flaubert viene para Wood la gran pregunta: ¿es real el realismo en una narración? (La pregunta viene en un ejemplo magnifico: como el pintor Paul Cézanne declaraba su voluntad de pintar una que se parecía a la nieve, tal como existe en una novela de Balzac).

5.  La historia de la novela moderna, afirma Wood, se puede contar utilizando dos conceptos: el desarrollo del discurso indirecto libre y el auge del detalle. No utiliza lo que Stendhal decía de "los pequeños hechos reales", pero sí una citación de Sandor Marai: "solo a través de los detalles podemos entender lo esencial..." (El último encuentro).

6. El libro provoca de manera deliberada un cara a cara entre Bellow y Nabokov. Gana Bellow por decisión del árbitro Wood. Pelea de altísimo nivel.

7. La pregunta de Wood sobre la existencia de la realidad en la ficción no es trivial: no plantea el sencillo problema de si es verdad lo ficticio, más bien intenta definir "cómo" es real lo que viene a través de la ficción. Lo que explica la ubicación a un segundo nivel en el libro de los ingredientes de la cocina: lenguaje, diálogo, verdad, convenciones.

8. Víctima número uno del libro: Graham Greene. Una parodia excelente y un análisis de los fallos del autor se concluyen con una frase: "el estilo se podría llamar realismo comercial".

9. Existen los blogs literarios: Wood cita, entre sus fuentes, a The Elegant Variation http://marksarvas.blogs.com/

10. La última frase: "El verdadero escritor, aquel servidor libre de la vida, es el que debe actuar siempre como si la vida fuese una categoría mas allá de todo lo que la novela ya consiguió; como si la vida misma corriera siempre el peligro de transformarse en algo convencional."

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30 de julio de 2008
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El Boomeran(g)
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