Jean-François Fogel
No me gusta la última novela de Eliseo Alberto, El retablo del Conde Eros (El Aleph Editores). El autor del fenomenal Informe contra mí mismo se pierde en una difícil evocación de La Habana en 1957. Diálogos sin chispa, descripciones sin credibilidad e historia inverosímil. No conseguí entrar en el texto y sentirme cómodo. Pero, al terminar mi lectura pase a una primera novela en inglés, Telex from Cuba de Rachel Kushner, (Scribner) y de pronto me enteré de algo obvio: las novelas sobre la era pre-castrista se apoyan en una serie de clichés imprescindibles. El libro de Kushner intenta pintar un poco la parte oriental de la isla, pero cuando toca a la capital, se vuelve a los mismos tópicos, unos datos que bastan para decir a los lectores: estamos en la capital cubana en la época de Batista. Son los hechos y nombres que utilizan también Mayra Montero en Son de Almendra, T.J. English en su estudio Havana nocturne o Ace Atkins en White Shadow, sin olvidar las películas de Francis Ford Coppola, Sidney Pollack o Andy García. La Habana antes de la revolución se resume en unos rasgos que configuran el decálogo de la nostalgia:
1. La Hampa. Presencia imprescindible. El capo Meyer Lansky tiene que aparecer, siempre de noche, con un traje impecable.
2. Fulgencio Batista. Presencia ineludible. El presidente de Cuba puede ser, según los casos, un cínico que lo aprovecha todo antes de huir o un tonto que no adivina su próxima caída.
3. Teatros pornográficos. El modelo sigue siendo el teatro Shanghai en la novela de Graham Greene (Nuestro hombre en La Habana). La técnica clásica consiste en contar una acción utilizando la orgia del escenario como una mera decoración. La prostitución, que está siempre presente en las ficciones, no da tanto como estos teatros en el momento de crear una tensión, hospedar un momento de acción o un diálogo.
4. Hoteles en construcción. Contribuyen en crear la idea de un futuro económico en marcha. Hay que tener cuidado, pues entre el Hilton, el Rivera y el Capri, hay un calendario preciso de fin de obras.
5. Rebeldes. Utilización indirecta: no estaban en la capital, lo que limita su existencia a apariciones en diálogos, recortes de prensa (cuidado: es imposible captar Radio Rebelde en la capital cubana).
6. Fidel Castro. No sirve para nada, pues estaba en su sierra del Oriente. Y citar su presencia, muy real, en las páginas de los periódicos ablanda la tensión al proponer un Batista que no utiliza los recursos de la censura.
7. Ferry de Miami. Muy útil para permitir la entrada o salida de los personajes a pesar de la ausencia de un muelle romántico. (En la versión más rica, una ficción puede utilizar el vuelo Pan American en el aeropuerto de Ranchos Boyeros).
8. Estados Unidos. A pesar de lo que uno piensa, es una presencia conceptual, poco útil en una ficción. Una solución obvia es utilizar la figura del embajador Earl T. Smith. No vale la pena pensar en Ernest Hemingway: vive en su casa de cojimar y aparece meramente para emborracharse.
9. Cabaret. La gran institución de la vida cultural nocturna. El Tropicana, demasiado obvio, es para los creadores sin imaginación. Es mejor pensar en algo más refinado: salón Rojo, Club Montmartre, etc.
10. Música. Sí, pero no hay que equivocarse: era antes de la salsa y el Rey se llamaba Benny Moré, el bárbaro del ritmo…