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Minotauros cotidianos

Rafael Argullol: El monstruo tanto nos evoca el miedo como aquello que va más allá de la realidad inmediata, aquello que va más allá de las fronteras, diríamos, de lo que nosotros podemos contemplar con los ojos directos de los sentidos, para introducirnos en los ojos de la imaginación, libre de ataduras en el terreno de la fantasía.
DPortada para la revista elfín Agudelo: Me parece muy interesante lo que dices acerca del monstruo abriendo los ojos a la imaginación. Es una manera distinta de ver el mundo, es una invitación a una estética distinta e espacio imaginativo distinto. Me recuerda uno de los monstruos por excelencia que es el minotauro, que Cortázar recrea en su poema dramático Los reyes. Hay un momento en que Teseo le invita a salir del laberinto, y éste responde que no tiene ningún deseo en salir a aquél espacio en el cual es un monstruo. En su espacio particular, que es el laberinto, aquella estética de lo monstruoso está invertida.
R.A.: Es que lo auténticamente maravilloso de los diversos monstruos que han pasado a nuestros mitos y relatos literarios es que cada uno de los monstruos somos nosotros. Son una caracterización de nuestros propios instintos, de nuestras propias pulsiones. El minotauro somos nosotros. Las esfinges somos nosotros. Incluso los monstruos que han gozado de una gran credibilidad y una especie de identificación simbólica espiritual como el unicornio, somos nosotros. En la esfinge está reflejada nuestro propio enigma y fealdad; en el minotauro están reflejados nuestros propios instintos y pulsiones sensuales, que van más allá de lo que es confesable en la sociedad cotidiana. En el unicornio está presente nuestras ansias de espiritualidad, y así podríamos ir repasando los distintos monstruos de las distintas mitologías y veríamos que en todos ellos se reflejaba perfectamente aspectos concretos de la condición humana en su sentido individual, y dependiendo de los monstruos aspectos también de la comunidad humana. Pienso por ejemplo en los grandes monstruos de la mitología azteca; por ejemplo la gran participación de la serpiente o de la calavera, o la mezcla de los dos en el imaginismo mitológico azteca, representa aspectos universales de la condición humana, pero también concretos del desarrollo de una determinada cultura como es la azteca. De la misma manera que lo monstruoso en los griegos fue en ciertos aspectos distinto de lo monstruoso entre los judíos. Entre los griegos lo monstruoso adquirió una especie de gran exhuberancia como en entre los hindúes. En cambio en los judíos, que tuvieron muy tempranamente esa prohibición por la representación icónica, lo monstruoso se hace más interior, más metafísico. Entonces no es que no haya monstruos en la Biblia, sino que están más aletargados. Por esto es muy interesante el monstruario griego con el monstruario que se presenta en las distintas apocalipsis de la Biblia y especialmente al final, en el Apocalipsis de San Juan. Los monstruos reflejan lo universal de la condición humana, las pulsiones interiores de cada individuo, y de cada tradición cultural.

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20 de agosto de 2008
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Flor de Lotto / XIII

XIII. Etiqueta rigurosa. 

-Amiguito, estas cosas las tienes que mirar con frialdad estratégica. ¿Cuándo has visto que un muerto guarde luto? A ellos no les importa, están más fríos que una almeja nadando en jugo de tomate -Mauricio Morazán transpira buen humor, le ha hecho tanta gracia el semblante de alarma de su interlocutor que no puede evitar sentir ternura. Todos fuimos así, rememora, al tiempo que acomete a cucharadas su platillo-bebida predilecto: Cocktail de bloody mary con almejitas.

     -Sólo quiero saber quién los mató. Quién me los puso ahí, por qué carajo -a lo largo de las dos horas y media que le tomó encontrar al facilitador, Segismundo Andersón ha pasado del desconcierto al horror, del horror a la culpa y de la culpa a la indignación, pero a su voz quebrada se asoma un sollozo.

     -Lo único que tú necesitas saber es cómo resolver el problema objetivo: traes cargando unos fiambres y te urge deshacerte de ellos. No es mi bronca, amiguito, ¿qué esperas que haga yo, si son tus muertos?

     -¡Mis muertos! Mierda, no sé ni cómo se llamaban, ni de dónde eran, ni por qué los mataron. Según la Corleonetta, eran sus escoltas. ¿De dónde sacas tú que son míos?

     -Los cadáveres son de quien los esconde. ¿Tienes alguna prueba de que no fuiste tú quien se los echó? Mira, Andersón, yo sé lo que te digo: estás haciendo demasiadas preguntas y eso es muy peligroso para tu salud. Otros por menos que eso se despiertan con el cuerpo cortado.

     -¿Qué harías tú en mi lugar, entonces?

     -Los que más saben de estos menesteres aconsejan primero recobrar la paciencia. Ve el lado bueno, chico: tú estás vivo, ellos no. Andas de suerte, pícaro. Pero ahí está el problema y todavía tienes que resolverlo. ¿Qué haría un profesional, si fuera tú? Está en cientos de libros de autoayuda: si tu problema es grande, pártelo en pedacitos. Ahora mira otra vez el lado positivo. Alguien, que de seguro te tiene en buena estima, se ha tomado el trabajo de cortar los cadáveres por ti. Ya no es un gran problema, sino varios pequeños. Ninguno pesa mucho, además. ¿Te imaginas la bronca que te ahorraron con ese detallazo? ¿Cuántos pedazos tienes, en total?

     -No sé. No me paré a contarlos -Segismundo se ha puesto taciturno, como si la tranquilidad del facilitador, que no pierde paciencia ni apetito, le robara la fuerza para repelar.

     -Mi querido Andersón, es muy conmovedor todo este asunto, pero mi tiempo tiene su valor y su precio. Voy a decirte lo que yo creo, nomás por el aprecio que te tengo. Esos chicos sabían lo que tú vas a hacer. Sabían también por órdenes de quiénes y por cuánto dinero. Alguien te ha hecho el grandísimo favor de callarlos y partirlos en trozos como Dios manda, y tú encima te quejas, cerdo ingrato.

     -¿Pero cómo, Mauricio? -se ha cubierto la cara con las manos, que todavía no dejan de temblarle.

     -¿Cómo que cómo, pues? Entérate, Andersón: eres un asesino muy bien pagado. ¿No se te ocurre cómo? ¿Te parece difícil comprar una caja de bolsas de basura y veinte metros de cuerda? Si puedes hacer eso, ya tienes la mitad de la bronca resuelta. Echas cada pedazo de fiambre en una doble bolsa, lo acompañas con piedras bien pesadas y amarras los paquetes procurando que no se desaten de aquí a tres siglos. Después buscas un río, un lago, el mar, tú sabrás qué te deja más tranquilo. Y a gozar de la vida, que se acaba.

     De regreso en el coche, ya sin Morazán, Segismundo comprende que el trabajo pendiente no podrá realizarlo más que en el motel, luego de haber comprado los debidos adminículos. Ya entrado en previsiones, supone que podría sustituir las piedras por cadenas y usar bolsas de plástico más grueso. Esto le tranquiliza. A la hora de la hora, filosofa, uno entiende que está en asuntos turbios cuando se topa con el primer cadáver, pero no bien descubre el segundo sabe también que está en un negocio serio. No puede darse el lujo de perder la cabeza.

Mañana en FLOR DE LOTTO: Cárgalos a mi cuenta.

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20 de agosto de 2008
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La fiebre de las invenciones

El hombre invisible se publicó en Inglaterra en 1897, en plena época victoriana,  una era que fue pródiga en inventos tecnológicos, aunque no todos prácticos. /upload/fotos/blogs_entradas/el_hombre_invisible_med.jpgMultitud de inventores, no digo que acuciados por los novelistas, se dedicaban a patentar toda especie de novedades, desde las aceras móviles para los peatones, a las alas individuales para que los hombres de negocios pudieran volar sobre los techos, rumbo a sus despachos, a los ramilletes de flores artificiales alimentados por ocultos surtidores de perfumes inmarcesibles.

La novela apareció por entregas en el Pearson´s Magazine, como era el caso de la gran mayoría de las obras de ficción en el siglo diecinueve, que se publicaban primero por capítulos en diarios y revistas, antes de pasar a la forma de libros, y su trama inusitada despertó ansiedad entre los lectores. No era extraño. Comienza como deben hacerlos los verdaderos libros de suspenso, con lo inusitado: Un misterioso personaje llega una noche a una fonda, en busca de albergue, oculto de la manera más extraña por sus ropajes, sombrero, abrigo, guantes, y, además, vendas en la cara, única manera de dar forma a su cuerpo. Es el hombre invisible y, por supuesto, causa miedo y asombro.

Pero quiero ir a la comparación entre los procedimientos científicos para lograr la invisibilidad, imaginados por Wells, y los imaginados en el siglo veintiuno por el doctor Xiang Zhang y su equipo. 

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20 de agosto de 2008
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Basura virtual

Hacemos tantas cosas al cabo del día en las que ni reparamos, encender el ordenador, mirar por la ventana, saludar a un vecino, subir las escaleras. Ahora bien, si lo grabásemos (en plan El Show de Truman) ya no lo olvidaríamos por completo y sabríamos que lo habíamos hecho. Por lo que no es tan descabellado pensar que llegará un momento en que llevaremos incorporada una nanocámara que lo irá registrando todo para que lo vivido no se pierda con la propia vida. Podría ser una manera de darle un poco más de cuerda al tiempo de cada uno, sin tener que dejar de hacer otras cosas para centrarse en el propio acto de grabar.

Se me dirá que la imagen no produce basura porque se puede borrar, eliminar, de lo que no estoy tan segura. ¿Quién nos garantiza que no permanecen fragmentos flotando en el aire y formando un extraño tejido, seguramente incomprensible, del que nosotros formamos parte sin saberlo?

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20 de agosto de 2008
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Ravenwood (un cuento)

     Santi abrió el refrigerador, lo vio vacío y le dijo a su padre que tenía sed.
     --¿Quieres leche? --preguntó Fernando--. ¿Jugo de naranja? En un rato vamos de compras.
     --Y cereales también. Los Lucky Charms, y los que tienen miel. ¿Puedo tomar agua?
     Fernando sacó un vaso de plástico de la alacena y lo llenó con agua de la pila. Santi lo vació de un trago. Era verdad que tenía sed. Quizás no había sido buena idea traerlo al piso tan temprano; debió haber esperado hasta la tarde, después de haberse dado una vuelta por el supermercado y Wal-Mart. Había una televisión, pero no un sofá donde verla; la mesa era aquella que Eli y él habían usado alguna vez cuando iban de picnic, cojeaba de una pata.  
     --¿Y ahora qué hacemos? --preguntó su hijo--. Ya sé: ¡espadas!
     Santi sacó un par de espadas de plástico de una caja de cartón donde Fernando había puesto, a la rápida, juegos de mesa y otras cosas con las que pensaba entretener ese fin de semana a su hijo. Eli le había dicho que se llevara todo lo que quisiera, pero él, entre apurado e incómodo, no había escogido bien. Con la Playstation 2 hubiera sido más que suficiente. Quizás debía pasar por el centro comercial, ver si los Gamecube seguían en oferta.
     Santi le dio una de las espadas a Fernando y le dijo que ganaba el que tocaba al otro cinco veces con la espada. Fernando le pidió que fueran a la sala, había más espacio allí. Cuando lo hicieron, Santi se aproximó al ventanal de la puerta corrediza y señaló a un alce en medio del césped del condominio. Tenía el pelaje marrón y una de sus astas estaba quebrada; los miraba sin mirarlos.
     --¿Le sacamos una foto?
    Fernando fue a la habitación y buscó la cámara al lado del colchón en el suelo, donde había dormido la última semana. Al volver a la sala, vio el rostro radiante de su hijo --el cerquillo rubio, los ojos verdes--, y se sintió mal de haberle dicho, hacía una semana, que a partir de ahora estaría mejor que sus compañeros en el kinder, tendría dos casas y dos autos, y que Fernando tenía que dejar la casa para ir a cuidar la casa y el auto nuevos. A Santi le había gustado la idea, además ahora podría dormir todas las noches en la "cama grande", junto a su mamá. Eli opinó que no era bueno mentirles a los niños, ellos entienden más de lo que parece, pero al final no se opuso; tan difícil, saber qué era lo correcto con un niño. Lo único que alegraba a Fernando era algo que le había dicho la sicóloga del colegio de Santi: si ocurre, mejor que sea entre los cuatro y los siete. A esa edad aceptan los cambios sin mucho cuestionamiento. Fernando no estaba seguro de que tuviera razón, pero estaba dispuesto a aferrarse a lo que ella había dictaminado.
     Fernando sacó la foto. El alce mantuvo la cabeza erguida un buen rato; luego se dio la vuelta y desapareció. Mientras aproximaba el rostro a la ventana de la puerta corrediza, Fernando sintió un golpe en las costillas. Era una estocada de Santi.
     --Uno a cero, uno a cero--, gritó su hijo.
     Fernando fingió furia y se enfrentó a Santi como había visto que lo hacían en La guerra de las galaxias; el suyo era un lightsaber, y él el padre de la voz ronca que luchaba con ese hijo que todavía no sabía que lo era. Él era la encarnación del mal, y su hijo, pobre, la luz que se dejaría corromper por ese padre imperfecto.
     No, no estaba bien que pensara así. La culpa era un sentimiento valioso, pero no debía dejarse dominar por ella.
     Fernando corrió por la sala detrás de Santi. Uno a uno. Dos a uno. Era un piso grande, debía haber alquilado el estudio, no estaba en condiciones de gastar mucho; el abogado le había dicho que todo esto, en términos económicos, le haría perder unos cinco a siete años.   No quería pensar en eso. Ravenwood estaba bien, tenía una piscina, un parque con columpios donde Santi podría divertirse, y alces merodeando por el condominio. El día que fue en busca de un lugar dónde dormir, lo había acompañado Santi; había dejado que Santi eligiera el piso, y cuando lo hizo, aunque pensó que el alquiler era caro, se dio cuenta de que no estaba en condiciones de negociar con Santi; o sí lo estaba, pero no quería hacerlo.
     Tres a uno, ganaba Santi. Cuatro a uno. Cuatro a dos.
     Fernando se detuvo al lado de varias cajas de libros en el suelo. Recordó el dibujo de Santi que la sicóloga le había mostrado, hecho al tercer día de que él no durmiera en casa; allí había una persona de sexo indefinido que lloraba. "Mommy", había escrito Santi en la parte inferior. Fernando pensó en Eli, en los años transcurridos desde que la había conocido. ¿En qué momento la maravilla había dejado de serlo? ¿Dónde estaban, qué hacían, por qué no se habían dado cuenta a tiempo?
     --¡Cinco!--, gritó Santi.
     Fernando se tiró al piso de alfombra gris de la sala, farfulló unas palabras de agonizante, puso una cara de dolor. Santi sonreía.
     --¿Jugamos con las cartas de Pokemon ahora?
     Buena pregunta, se dijo Fernando entreabriendo los párpados. ¿Ahora qué?
     Tirado en el piso mirando el techo blanquísimo, sintió el vértigo, el miedo ante ese vacío que se abría a sus pies. Se preguntó si era más fácil cruzar los puentes colgantes con los ojos abiertos o cerrados.
     --Okey, Pokemon -dijo--. Pero te advierto que no me acuerdo de las reglas.
     --No importa --dijo Santi--. Esta vez te voy a dejar ganar.
     Perfecto, se dijo Fernando. Eso quería. Que alguien lo dejara ganar.
     Debía incorporarse, pero se estaba muy bien ahí, en el suelo.
     Se quedó ahí, esperando que los segundos, los minutos, se estrecharan, que Santi tardara en encontrar las cartas de Pokemon en la caja de sus juguetes.

(Revista del Verano, El País, 14 de agosto 2008)

 

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19 de agosto de 2008
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Bares

He leído un informe sobre la cantidad de bares que hay en España. Se detalla por comunidades, por provincias y por ciudades. La información debería ser más precisa y darnos la estadística de bares por barrio. Estoy en un lugar de España con una de las más altas medias de bares por habitante, en Galicia. Solo superada por Aragón, Asturias y Baleares. Pero si hablamos de Vigo y su comarca la media sube mucho. Así estoy en uno de los lugares con más densidad de bares por habitante de España. Me gusta conocer ese dato. Me gustan los bares. Han sido, son parte de mi paisaje vital y emocional. Son mi guarida y mi confesionario, mi habitación abierta y mi habitación propia. Los bares son el mejor lugar para estar solos y para estar en compañía.

Estoy en un monte, miro una tranquila ría, veo pasar barcos que llevan hombres que salen al mar para el trabajo. También veo otros que llevan grupos de desenfadados veraneantes que nunca tendrán que trabajar en ningún mar, no proceloso ni tranquilo. Cada uno con sus barcos, cada uno con sus bares aunque, de vez en cuando, se mezclan en los mismos bares, las mismas barras, las miasmas bebidas y las mismas estéticas.

Algún día tendríamos que hacer la lista de nuestros bares más queridos.

En Galicia- aunque también tengo algún bar tan exquisito, tan plácido y acogedor como el más mítico de los "Harry's bar" del mundo- me gustan los bares populares, las  tabernas dónde conviven los Ribeiros con el pulpo, la televisión siempre encendida con la máquina tragaperras, las fotos de escenas del mar con alguna reproducción de una marina hiperrealista, las botellas en sus estantes con la imagen de algún santo.

Bares con viejas botellas que guardan aguardientes fuertes como los hombres de la mar, bares de feísmo capaces con sus tapas, con sus vinos de hacerte olvidar la estética con la que veníamos armados desde nuestra cultura. Feos bares que ya hemos hecho tan nuestros.

Cada vez hay menos bares, menos tabernas como aquellas que recorrían por ésta zona dos de los mejores conocedores de sus paisajes y paisanajes, míticas tabernas de el Morrazo que recorrían muchas tardes, con sus noches, Álvaro Cunqueiro y José María Castroviejo. Añoradas y estéticas tabernas que, ¡ay!, ya apenas pertenecen al recuerdo, a la literatura, a esa realidad que tenemos que vivir imaginando. Una pena que me quitaré refugiándome en algún bar de ese feísmo que cada día me gusta más. Bares, ¡qué lugares!

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19 de agosto de 2008
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Mala noticia

Se trata de una noticia mala, mala para la prensa que no va a tocar mucho esta información: la publicación del informe El precio del silencio sobre los abusos de la publicidad oficial en América Latina. Como lo dice un periodista colombiano citado en el informe: "Uno no va a sacar información en contra de quien le da la pauta... uno no va a morder la mano que le está dando de comer." /upload/fotos/blogs_entradas/typeflammes_med.jpgEn otras palabras, un gobierno nacional o local puede influir en el contenido de un medio al controlar una parte significativa de su ingreso publicitario o del ingreso personal de un periodista. Es algo muy conocido en América Latina pero que cobra una fuerza especial al leer una investigación realizada en siete países: Argentina, Chile, Colombia, Costa Rica, Honduras, Perú y Uruguay.

El informe fue elaborado en conjunto por la Asociación por los Derechos Civiles (ADC), con sede en Buenos Aires, y la Iniciativa Pro-Justicia de la Sociedad Abierta (Open Society) de George Soros. El texto está disponible tanto en inglés como en español en el sitio de Justice initiative y lo que cuenta es la interferencia "tras bambalinas" que ejercen los gobiernos sobre la libertad de expresión y la independencia editorial de los medios de comunicación y los periodistas. Para estos últimos es una situación bien conocida, con un manejo imposible, pues para muchas empresas cobrar de un gobierno corresponde a la única manera de eludir una quiebra.

Tal como se lee, el informe es el golpe más demoledor que pueden recibir los periodistas latinos. Pero también es una sana visión de la realidad. No se puede hablar de libertad de información sin independencia económica. Todos los discursos sobre la libertad de la prensa tienen que empezar por este punto de salida. Los gastos publicitarios que no corresponden a la racionalidad tapan en la mayoría de los casos una subvención. No vale la pena entrar en la denuncia de un medio específico sino notar que lo interesante es, de manera global, la falta de transparencia en el proceso de toma de decisión de un gasto publicitario en todos estos países. Para la prensa, esta es la mala noticia, es la manera definitiva de abrir la puerta a las sospechas de las audiencias.  

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19 de agosto de 2008
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Libertad, igualdad…rentabilidad!

Un amigo mío del taller terminó una novela y quiso publicarla: era -es- una buena novela, de manera que se puso en contacto con otro escritor (a quien llamaremos U.) que había sido también profesor suyo y éste le derivó a un editor. U., autor de algunas novelas publicadas y además con razonable éxito, hizo las presentaciones respectivas entre el novel y el editor, de manera que éste último se interesó mucho por la novela y ofreció un anticipo económico. Un anticipo bastante ridículo. Para U., que además de buen escritor es una buena persona, aquello le pareció mejor que nada. Me lo dijo mientras tomábamos un café y discutíamos acerca del futuro de nuestro común alumno de taller cuya novela a ambos nos había gustado. Yo abogaba porque el alumno novelista en ciernes se consiguiera un agente. A U, que conocía bastante bien al editor, le pareció muy arriesgado: a ese editor, como a algunos otros, no le gustan los agentes. Supongo que por la misma razón que a los contribuyentes no les caen bien los inspectores de Hacienda.. El caso es que U. insistía en que «aunque no le pagaran nada, con tal de publicar, era un asunto fantástico.»

/upload/fotos/blogs_entradas/libertad_igualdadrentabilidad_med.jpgYo no estuve ni estoy ni estaré de acuerdo con eso: los escritores en ciernes y los que no lo son ya tanto, con tal de publicar creen que hay que hacerlo gratis, que cobrar porque te publiquen es casi una obscenidad. Su alegría ante el inesperado regalo de que el editor se haya fijado en ti, que condescienda a bajar de su eminencia para publicarte ya es suficiente recompensa. Es el síndrome de Carver (cuyo editor, Bob Lish al parecer terminó rehaciendo toda su obra a base de tijeretazos... ¡se imaginan qué terrible dependencia!); el síndrome que obnubila a los escritores: en medio de su borrachera de felicidad creen que el dinero producto de su trabajo es inmerecido, pura filfa. Por ese editor harían cualquier cosa, su palabra es ley. Seguirían con él aunque la editorial quebrara, lo apoyarían en todo, serían amigos, se irían a tomar copas juntos, vamos: se harían -están locos por ello- íntimos. Es más: después de tomarse dos copas ya de madrugada, el escritor novel piensa dedicarle su próximo libro. Mientras tanto el editor, que es un ser racional y herraldianamente estrábico, duerme a pierna suelta. No albergará -ni tiene por qué- ningún remordimiento si la próxima novela de ese escritor que ha descubierto no lo satisface. Se lo dirá sin problemas, sin que le tiemble el pulso ni la voz. Hay que entenderlos. Lo que no es entendible es que U., y tantos otros, menosprecien su propio trabajo, al menos en el sentido pecuniario, como un asunto de segundo orden. Y es un problema, porque mientras haya escritores a quienes esto no les importe y quieran publicar incluso gratis, todos nos veremos perjudicados. Creo que ya tenemos suficiente con ser a menudo el punto económicamente mas débil del negocio editorial. Como dice un amigo mío que vive en Madrid: «yo soy 50 por ciento peruano, 40 por ciento español y 10 por ciento de comisión.» Pero claro, este amigo es empresario.

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19 de agosto de 2008
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El escorpión, la rana y el hombre

No recuerdo cuándo leí por primera vez la fábula del escorpión y la rana. ¿En un texto referido al Mr. Arkadin de Orson Welles, tal vez? /upload/fotos/blogs_entradas/mr._arkadin_med.jpgLo cierto es que, desde aquel lejano entonces, nunca ha dejado de interpelarme. ¿Recuerdan su trama? El escorpión necesita cruzar el río y le pide a la rana que lo transporte en su lomo. La rana duda, temerosa de que el escorpión la pique durante la travesía. El escorpión replica con perfecta lógica que si la picase, moriría ahogado también él. La rana entiende que el argumento es sólido y procede a cruzarlo. Pero a mitad de camino siente el aguijonazo. Mientras se hunde para siempre, le pregunta al escorpión por qué lo hizo, condenándolos a ambos a una muerte segura. El escorpión responde: ‘No pude evitarlo. ¡Es mi naturaleza!'

Pocas cosas me desconciertan más que la persistencia del ser humano en el error. Que alguien que vivió haciendo daño no pueda apartarse de esa senda ni siquiera por despiste momentáneo, me desarma por completo. Como imaginarán, estas líneas están inspiradas por las acciones de una persona a quien conozco personalmente, y a quien por lo tanto concederé el anonimato. Pero para desgracia de todos, no me faltan personajes públicos con que ejemplificar mi argumento.

Carlos Saúl Menem, por ejemplo: el ex Presidente argentino que, aun enfermo y todo, dejó el hospital donde estaba internado para votar como senador a favor de la oligarquía agropecuaria. /upload/fotos/blogs_entradas/carlos_menem_med.jpg¿Es que este hombre no podrá hacer nunca ni por casualidad algo que no perjudique a los argentinos más pobres y vulnerables? Otro caso: el ex general y ex gobernador Antonio Bussi. Juzgado finalmente por apenas uno de los múltiples crímenes que perpetró durante la dictadura, empezó fingiéndose enfermo, con la intención de que el juicio fuese postergado de manera indefinida. Una vez forzado por los médicos a regresar a la sala, eligió victimizarse -justamente él, que ordenó tantas muertes sin vacilar-, utilizó el remanido argumento de que los desaparecidos no existen y, a modo de frutilla de la torta, coincidió con buena parte de la derecha argentina, abroquelada detrás de la causa del ‘campo', al decir que el actual gobierno está compuesto por ‘los ideólogos' de la izquierda de los años 70. ¿Es que nunca veremos a un represor diciendo: ‘Me arrepiento de lo que hice, no debí matar a esa gente, sus fantasmas me acosan por las noches?' ¿Seguirán repitiendo ad infinitum sus tristes justificaciones, como si no temiesen ser remitidos al infierno en que juran creer?

Lo que me resulta fundamental en la fábula del escorpión es que sugiere algo que no siempre consideramos: que aquel que lastima, se lastima también. La naturaleza de nuestro universo es dialéctica: toda acción genera reacción y toda violencia -tanto física como espiritual- se vuelve sobre sus autores, o sobre su familia, o sobre su gente. El regreso de esta violencia no es necesariamente inmediato, ni puede ser simbolizado por los vectores claros y nítidos que tanto le gustan a la física, pero aun así ocurre siempre, por obra de lo que el escritor y crítico Angel Faretta denominaría espíritu de simetría.

Pero la fábula deja de servirme para hablar del ser humano cuando soslaya un hecho clave: que el hombre no es víctima inexorable de su naturaleza animal, y que puede por lo tanto elegir otro camino. Eso es lo que solemos llamar libre albedrío. La explicación del escorpión cuadraría a su especie, pero no así a la nuestra. La naturaleza humana pasa precisamente por su capacidad de entender que puede existir algo más importante que el instinto, y de modificar su conducta en consecuencia.

Nadie debería decir ‘es mi naturaleza' cuando obedece a la peor parte de sí. Por el contrario, debería decirlo tan sólo cuando reconoce un error propio y cambia de actitud, o cuando tiene un gesto generoso, o cuando ama sin esperar nada a cambio. Esa es nuestra naturaleza -o no lo será ninguna otra.

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19 de agosto de 2008
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El significado de lo monstruoso. Los monstruos de nuestra infancia

Rafael Argullol: Lo monstruoso siempre ha tenido una atracción- yo diría permanente- sobre el ser humano. Lo único que hay que calibrar es cómo va cambiando la presentación de lo monstruoso en cada época.
Delfín Agudelo: Me parecería muy interesante comenzar esta conversación sobre lo monstruoso con el origen mismo que puede tener un monstruo, que es la niñez. El niño siempre le teme al monstruo; de hecho está presente en canciones de cuna, la presencia como aquello inconcebible e incomprensible. Lo más difícil para un niño es imaginarse el monstruo, porque no tiene figura. Parece ser algo completamente etéreo y ya después empieza a desarrollar su cuerpo.
R.A.: Creo que lo monstruoso es uno de los ámbitos más importantes de toda la formación humana. Pienso con sinceridad que esa importancia radica en dos hechos aparentemente contradictorios: por un lado lo monstruoso es la cristalización de nuestros miedos, de nuestros temores, pero simultáneamente lo monstruoso es la insinuación de un espacio de libertad. El monstruo tanto nos evoca el miedo como aquello que va más allá de la realidad inmediata, aquello que va más allá de las fronteras, diríamos, de lo que nosotros podemos contemplar con los ojos directos de los sentidos, para introducirnos en los ojos de la imaginación, libre de ataduras en el terreno de la fantasía. Yo pienso que cuando el niño empieza a educar su miedo y su libertad a través de lo monstruoso, lo que hace es un movimiento muy intenso que posteriormente va a reproducir el adulto a lo largo de todas las etapas. Yo creo que en ningún momento el adulto deja de sentir esa especie de doble movimiento por el cual lo monstruoso le provoca pavor, pero le provoca al mismo tiempo fascinación. Lo mismo diría incluso desde el punto de vista de la colectividad humana: nosotros en cuanto a colectividad, parece que no podamos vivir sin lo monstruoso. Por un lado lo monstruoso nos asusta, lo monstruoso en forma de guerra, de amenaza, etc. Pero al mismo tiempo necesitamos pensar, imaginar y recrear criaturas que estén más allá de lo inmediato, más allá de lo que es lo puro palpable en la cotidianeidad. Entonces lo monstruoso tiene esa importancia doble en la historia del hombre, que cuando no existe lo inventa.

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19 de agosto de 2008
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