Rafael Argullol
Delfín Agudelo: Pero pensando en la cirugía estética, ¿podríamos encontrar algún tipo de analogía o simultaneidad entre la oda de Baudelaire al maquillaje, entendiendo nuestro maquillaje como la misma cirugía?
R.A.: Yo no soy contrario a la cirugía estética. Creo que siempre ha estado presente entre los seres humanos. Como tú acabas de decir, más vinculado a la cosmética y al maquillaje que a la propia salud. La cosmética es muy importante: utilizamos la palabra sin darnos cuenta de que es prácticamente la misma palabra que cosmos; tienen la misma raíz. La armonía del cosmos tenía su ornamentación que se traslada a los seres humanos. Cuando analizamos el comportamiento del hombre en todas las épocas y los ritos amatorios y de seducción, vemos que el maquillaje y la cosmética son básicos y elementos primarios de lo que llamamos cirugía estética.
En muchas tribus primitivas la cosmética llega tan lejos que se intervienen realmente el cuerpo a través de tatuajes, de adornos incrustados en el cuerpo, porque en el fondo responde a los mismos interrogantes que en nuestra época. Ocurre que entre nosotros se impone, como en todos los campos, una visión mucho más tecnológica de esa cosmética, mucho más serializada, y a partir de aquí evidentemente esa necesidad de maquillaje, de máscara, de cosmética que ha tenido el hombre siempre. Además, dirigida en distintas direcciones: para gustarse, embellecerse, gustar a los demás, seducir, cumplir con ritos místicos, mitos sagrados, etc. Todo eso que se ha producido en todas las épocas en la nuestra tiene esa dimensión tecnológica que ha coincidido bien con los avances de la cirugía. Si nosotros examinamos la evolución de la medicina en la segunda mitad del siglo XX, el frente que más ha avanzado es el de la cirugía, el quirúrgico. El hombre llega a un auto-escultura, se convierte a través del cirujano estético en una suerte de escultor de sí mismo. Eso conecta con el viejo sueño cosmético maquillador y enmascarado de los hombres de todas las culturas y tiempos, y con nuestros sueños más recientes, prometeicos y frankenstenianos, de la construcción de una nueva perfección y de un nuevo ser humano a través de la tecnología.