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La sociedad enferma

 

Buena parte de los escritos de senectud de grandes pensadores están marcados por el pesimismo sobre el futuro social de la humanidad. Muchas ideas de cambio y transformación son vistas como peligrosas. De Platón a Marco Aurelio en tiempos clásicos, Schopenhauer o Malthus entre los contemporáneos más radicales, son numerosos los filósofos, historiadores o economistas que han vaticinado tiempos apocalípticos. Existe, incluso, toda una corriente del pensamiento que se autoproclama pesimista y reivindica, entre otras ocurrencias, no traer más niños a este mundo.

Que la humanidad caiga en el desánimo como se detecta en la actualidad, no es nada nuevo. La historia está repleta de catastrofismo y desesperanza. El milenarismo, por ejemplo, desató durante décadas la fatalidad entre las gentes en la Edad Media y solo la fervorosa creencia en el más allá apaciguaba las almas cristianas. Al valle de lágrimas terrenal le sucedía el éxtasis celestial. Y las cosas no fueron mucho mejor en el siglo XX, con dos guerras pavorosas, una crisis económica brutal y la pandemia de gripe más virulenta que se recuerda. Tras el exterminio de seis millones de judíos en los campos nazis que, aún hoy, algunos niegan, el filósofo Theodor Adorno llegó a decir, lapidariamente, que «Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie». Adorno había perdido toda confianza en el hombre y en su posible redención por la cultura. Nosotros, en cambio, vivimos en el mundo feliz que se construyó tras la última guerra mundial, cuyos días parecen contados, y no solo por la crisis del orden político que el conflicto de Ucrania o el nuevo estallido de Oriente Medio ponen de manifiesto.

Son otros muchos los síntomas de nuestro tiempo presente que parecen conducir a la zozobra. Por ejemplo, el historiador israelí Yuval Noah Harari, quien sorprendió a todo el mundo vendiendo más de cuarenta millones de ejemplares de sus dos libros anteriores traducidos a más de sesenta idiomas, Sapiens y Homo Deus, en donde vaticinaba un futuro tecnológico para la humanidad sorprendente, un supuesto avance científico que convertiría a los hombres en poco menos que inmortales, al alcance de la condición de semidioses. Pues bien, Harari, no sabemos si inmerso en una operación comercial de largo alcance visionario, se ha convertido en su última entrega, Nexus, en un renovado profeta del derrotismo.

Su tesis se centra en la prodigiosa aceleración y multiplicación que vienen experimentando los mecanismos de comunicación en la sociedad actual, una sobredosis informativa, tóxica en muchos casos, autogenerada en otros, que estaría en la base de la radical polarización actual, ya no solo en la política sino en otras muchas esferas sociales que abarcan desde los rebrotes de racismo a la violencia machista, del fanatismo religioso al alboroto hooligan, la hipersexualización de la música popular e internet, el descrédito y la banalidad de la ortodoxia progresista o la proliferación de sectarismos lunáticos: antivacunas, terraplenistas, negacionistas de múltiples condiciones… Y todo ello, en opinión de Harari, a las puertas de la Inteligencia Artificial, o lo que es lo mismo, ante un súper acelerador de todo lo horroroso descrito en las líneas anteriores.

Aparte de la IA y los peligros que nos acechan por su irresponsabilidad, además del control y manipulación de las redes sociales en manos chinas, de los hackers rusos o de ambiciosos sin freno como Elon Musk, están los temores que atañen al cambio climático. No hay día sin una noticia alarmante al respecto, ni documental que no muestre lo amenazado que está el equilibrio natural para los humanos. Los polos se derriten, y lo que es peor, la capa de permafrost (el suelo congelado de modo perenne) también desaparece. Una isla del Pacífico pide ayuda porque se va a pique en poco menos de treinta años. Y aunque es verdad que estas cosas o se exageran o nadie les hace ni caso, son muchos los científicos que parecen compartir tales preocupaciones.

Las migraciones. Otro de los monotemas que dominan la agenda política y los telediarios. Si ven la película Yo capitán, se sobrecogerán. Un film italiano, de Matteo Garrone. Un fenómeno también histórico, casi desde el Paleolítico, pero que en la actualidad sobrepasa a las autoridades políticas de Occidente, atrapadas entre el buenismo ingenuo e inconsciente y el populismo de raíces xenófobas. El mundo incapaz de suturar la brecha entre los países, mientras se cantan las virtudes de la mediterraneidad cuando en apenas ocho millas de mar entre Europa y África se encuentra el mayor diferencial de renta y cultura del planeta. Un abismo de civilizaciones repleto de antenas parabólicas.

Y luego está la economía, sobre la que con frecuencia sobrevuelan los malos augurios. Es como si la única manera de cobrar protagonismo para un economista consista en vaticinar una crisis inminente. A pesar de que se superó mal que bien el estallido de la burbuja inmobiliaria en 2007, de que no se reformulara el capitalismo especulativo tal como pedía en su momento un líder ahora esposado (con tobillera electrónica), Nicolas Sarkozy, que sobreviniera una pandemia y un confinamiento que hibernó la actividad productiva durante meses, a pesar de las nuevas guerras que se han desatado a las puertas de Europa, del Brexit británico y la falta de acuerdos para la liberación comercial… Lo bien cierto es que el mundo está mejor y ha sido asombroso cómo no se dejó atrás a nadie y esa creación humana llamado Estado Social funcionó protegiendo a casi todos.

Hubiera sido un buen momento para poner en práctica un nuevo contrato entre las partes fundamentales que conforman la sociedad, humanizar la globalización, avanzar hacia una práctica más ética en los negocios, porque es difícil que exista una alternativa que traiga más prosperidad y libertad que el capitalismo. Pero también es necesario que se autorregule con más honestidad y eficiencia. Lo vaticinaron pensadores como Adam Smith y lo adelantó con los límites a la razón el propio Kant. En la mismísima Lonja de Valencia, circundando su exuberante salón columnario, a la altura casi de su cielo, existe una inscripción en latín del siglo XV, muy anterior a la irrupción de la moral protestante, que dice: … «Probad y ved cuán bueno es el comercio que no lleva fraude en la palabra, que jura al prójimo y no le falta, que no da su dinero con usura. El mercader que vive de este modo rebosará de riquezas y gozará, por último, de la vida eterna».

 

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15 de octubre de 2024

Editorial Anagrama

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La «Trilogía documental» de Vicente Molina Foix

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Hacía tiempo quería hablar de la Trilogía documental de Vicente Molina Foix y lo voy a hacer ahora, que acabo de leer la tercera novela del tríptico. Utilizaré algunas notas que he ido tomando a lo largo de la lectura, evitando las que eran meramente anecdóticas o se referían a aspectos muy parciales de las novelas.

Empiezo por la primera: El abrecartas. Se trata de una novela muy lograda además de difícil, por la variedad de registros que se articulan con esa fluidez propia del gran estilo. Todo en ella son cartas que se entrelazan, que difieren, que coinciden, que se combaten y finalmente se apagan, para volver a arder y volver a apagarse siguiendo una oscilación muy pensada pero que resulta mágica y envolvente. El abrecartas abarca un largo período que va desde los años veinte a los años ochenta del siglo pasado. Al principio el relato parece un mosaico desquiciado pero poco a poco vamos advirtiendo las conexiones que acabarán formando un todo, a lo largo de un viaje material y espiritual que pasa por Granada, la Granada de Lorca, México, Barcelona, Valencia, Marruecos, Montevideo, y Alicante, donde entrevemos el rastro de la familia del autor, de los que le antecedieron en el tiempo … Dentro del mosaico de personajes en el que destacan los autores de la generación del 27, vemos deslizarse la sombra del siniestro Fonseca, que deja una huella especial en el lector. Se trata de un personaje nunca del todo desenmascarado, como si hubiese sesgos del mal de naturaleza incomunicable y tan reales que parecen fuera de la realidad. Los sentimientos y las ideas que circulan por las cartas, a veces de una intimidad sofocante, a veces más fáciles de llevar, dan una idea esférica del mundo, crean, desde el mismo desgarro, una cierta redondez que me agrada especialmente. También puede verse como una obra musical: sería una sinfonía con ciertos elementos voluntariamente atonales y coros conformados por voces que a veces se conjugan, a veces se combaten, y van construyendo, capítulo a capítulo, lo que Proust llamaba el “inmenso edificio del pasado.”

El abrecartas abre las puertas a la trilogía y la dota de profundas raíces en la historia. En las tres novelas predomina el género epistolar, al que Molina Foix le ha dado un nuevo aliento, tan brillante como eficaz, tan eficaz como esclarecedor, para asombro de los lectores del presente.

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El joven sin alma es la segunda novela del tríptico y hace además de fondo existencial a la primera y la tercera novela, pues en ella vemos al joven que fundamentó, con su crecimiento, tanto el relato que le precede como al que le sucede. En El joven sin alma asistimos a los encuentros y desencuentros del núcleo duro de los Novísimos: Gimferrer, Carnero, Terence Moix, Ana María Moix, Leopoldo María Panero y el mismo Vicente. Los vemos, los escuchamos a través de una prosa variada, elástica, comunicativa, que al final te deja casi sin respiración, cuando notamos el aliento de Ana María Moix, que derrama su alma a borbotones de luz y de niebla. Se necesitaba una novela que contase la intrahistoria de los Novísimos, apoyándose además en un estilo consistente, que nos permite sentir el aliento vital de dos almas desdichadas: Ana María Moix y Leopoldo María Panero, que navegan como barcos a contracorriente entre sombras, alimañas, y sentimientos que naufragan y en los que vemos un boquete abierto hacia la locura. Y todo ello narrado con una ecuanimidad y una elegancia bien raras en nuestra letras, a través de un narrador que se desdobla, estableciendo un nuevo juego de espejos que se complementa con los laberintos igualmente especulares de las dos novelas anteriores. Lo más poderoso de El joven sin alma es esa dialéctica infernal que describe, cuando los sentimientos no coinciden con los deseos y el alma con el cuerpo, cuando el amor no brota donde tendría que brotar y una realidad misteriosa se impone al deseo, y en cierto modo lo mata, creando enormes tragedias subterráneas.

Observamos tanto en esta novela como en la siguiente el deseo de algunos personajes en vincular a los Novísimos con la generación del 27, pasando por encima del miasma gris de nuestra larga, muy larga posguerra. Tan larga que parecía la historia de la eternidad. Era una tentación saltársela y tanto entonces como ahora yo les daba la razón a los Novísimos y como lector me iba alejando del realismo social, que Benet consideraba “tabernario”.

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El invitado amargo, cierra la trilogía. Se trata de una narración dual en la que intervienen dos autores, Vicente Molina Foix y Luis Cremades: entre los dos van trazando el relato de una relación compleja y apasionante, con sus luces cenitales y su oscuridad manifiesta, y que atañe a lo incomunicable. Lo asombroso es que El invitado amargo cierre una trilogía tan personal como única, sirviéndose de otro autor: Luis Cremades, que hasta entonces no tenía demasiada experiencia como prosista pero que acierta plenamente. La generosidad de Molina Foix es evidente, y también lo arriesgado de su apuesta: confiar en alguien que hasta entonces había sido únicamente un poeta. La jugada salió redonda, y entre las dos voces conforman una sonata alucinante. Juraría que es algo que nadie ha hecho jamás, y que redunda en la originalidad profunda de la trilogía. Ya dije en una ocasión que El invitado amargo es, sin la menor duda, la mejor novela dual que he leído en mi vida, donde podemos adentrarnos en los laberintos de dos seres que se cruzan, luchan y establecen un pensamiento realmente dialéctico con dos polos en litigio, que convergen gracias a la escritura, y gracias a la memoria que la fecunda y la sustenta.

Pensaba Platón que la amistad y el amor tenían que ser alianzas emocionales para llegar a una verdad común, por encima incluso de la complicidad en los deleites de la carne y en las asechanzas del deseo. La novela El invitado amargo de Vicente Molina Foix y Luis Cremades es para mí la materialización más poderosa y esclarecedora de ese hermoso proyecto filosófico, pues a través de su relato dual, donde cada autor va tejiendo sus capítulos de forma alterna, se va construyendo una sorprendente verdad común (la novela en sí), en la que se mantiene el suspense que poseyó a los autores y que pasa directamente al lector, pues ha de advertirse que Vicente y Luis fueron escribiendo la novela como una sucesión de “epístolas” donde el capítulo de Vicente era respondido por el de Luis, y el de Luis por el de Vicente. Ninguna de los dos sabía de antemano lo que iba a escribir el otro, por eso el libro se convierte en una exploración del ser de cada uno y en un desentrañamiento del papel que representaron en el tejido amoroso que los conjugó y que en cierto modo los hermanó para siempre. La novela está tan bien configurada y tan honestamente tramada, que no tiene precedentes en nuestra literatura, o al menos yo no los he encontrado.

Acerca de esta gran aventura literaria, que lo tuvo ocupado unos diez años, Vicente Molina Foix dijo: “Ya no más documentos. No más falsa realidad, falsa historia mezclada con la verdad. No más ficción del yo. Estas tres novelas me han dado la imagen de mí mismo que necesitaba.” J.F.

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14 de octubre de 2024

Anagrama, 2024

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Racismo vip

Una repeinada pareja se detiene frente al vagón de un tren con cinco bolsas de shop­ping, ocho maletas y una anciana cogida de la mano. La cola aguarda a que la paquetería de lujo sea introducida en el tren hasta que una señora en silla de ruedas protesta. “Nuestra mamá tiene más de 80 años”, rechistan ellos. No es excusa para tanto tapón y otra voz se lamenta: “Vienen aquí y se hacen los dueños”. El hombre, limpio de complejos, sentencia con acento latino: “Aquí venimos a dejar mucho dinero”. Nos fastidia su pavoneo, que se muestren superiores en lugar de por debajo de nosotros como un bangladesí. ¿Es envidia social o racismo? ¿Plutofobia o escrúpulo moral?

Los miramos con mentalidad de propietarios, como si las cuadras que compran fueran nuestras. En cualquier parte se está a gusto con dinero. Mucho dinero. No hay piel ni etnia que una cartera bien abultada no difumine; por mucho que esta acabe expulsando a los ve­cinos de toda la vida. ¡Welcome latin money! A la Comunidad de Madrid le gusta como suena lo de Li­tt­le Caracas, mucho peor sería Little Habana. En cambio, los fran­ceses encaprichados con el Poblenou barcelonés disimulan su poderío con mayor finura. Ningún Maduro les persigue, ni peligran sus cuentas bancarias. Tampoco son oligarcas, pero deciden desplazarse en busca de terra incognita, nómadas digitales que se resisten a aletargarse.

En Estar en su lugar. Habitar la vida, habitar el cuerpo (Anagrama), Claire Marin reflexiona sobre el deseo nostálgico de tener un lugar propio, en verdad soñado. Todos lo buscamos, desde el subsahariano que cruza el Estrecho, la chilena que coleccionista Boteros hasta los menores no acompañados que se resisten a ocupar un lugar de mierda. Pero, como señala Marin, “un lugar se caracteriza precisamente porque no deja nunca de desplazase, de ser desplazado o desplazar a quien creía que podía instalarse en él”.

Traslademos el malestar ante los caraqueños del tren hasta allí donde explota la pólvora. La mayoría de las guerras estallan por defender un lugar. Es tan fácil olvidar que todos somos extranjeros en alguna parte.

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11 de octubre de 2024

Alianza editorial, 2007

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El arte de dejarse llevar

 

Un buen amigo nos contó hace poco lo que había dicho su madre después de visitar en Brasil a uno de sus hijos:

—¿Qué tal fue el viaje, madre? —¿Viaje? ¿Qué viaje? Eso no es viajar, eso es cambiar de sitio.

La lúcida sentencia nos ayuda a entender la diferencia entre viajar y eso otro que hacemos todos con tanta frecuencia: ir de un lado a otro, cambiando de sitio.

A tales efectos será bueno recordar que la obra fundacional de nuestra historia literaria es el relato de un viaje. Y que las peripecias de Ulises son las que nos ayudan a entender la diferencia entre viajar y cambiar de sitio.

La condición que afronta el viajero que emprende al modo antiguo su camino es una inconfundible sensación de peligro: la sombra de una incómoda incertidumbre. El viajero se sabe sometido al capricho del azar. Como bien nos cuenta la Odisea cualquier cosa puede ocurrir. Las sirenas, las brujas que nos convierten en cerdos, los ogros caníbales de un solo ojo… En la conciencia del que se ha embarcado a merced de lo imprevisible se incuba una inquietante sospecha: la de no llegar nunca a su destino.

El curso de los caminos no señalados en el mapa y la posibilidad de perderse conforman el encanto de los viajes peligrosos, el derrotero de los viajeros zarandeados por los vientos adversos, amenazados por la imprevisible hostilidad de un mundo sin explorar.

Azar, peligro y amnesia, como nos contó Homero, son los ineludibles peligros del viaje. De ahí que se recomiende llevar en el bolsillo un breve manual de instrucciones: los consejos que lo mantendrán alerta y en estado de vigilia.

Dice así: estate atento, recuerda quién eres y sé agradecido.

Vivazmente atento a las señales que te orientarán, sin perder de vista quién eres y lo que buscas, sin sucumbir a la amnesia que te dejará prisionero en el laberinto del mundo, y siempre dispuesto a agradecer la ayuda de los desconocidos que aparecen en tu camino.

Obviamente, el viaje del que estamos hablando es también la metáfora del verdadero viaje: el viaje de la vida. Y lo que vale para una cosa vale también para la otra.

Uno de los libros dedicados a glosar el gran género de la literatura de viajes se publicó en 1935. Fue elogiado como un ejercicio de virtuosismo, una novela hecha de sensualidad, ironía, lucidez y misterio. Escrito con pasión y con furia para llevarnos a las vastas y misteriosas regiones de Asia.

Estamos hablando de Frederic Prokosch y de su primera novela Los asiáticos. La historia de un viajero dispuesto a cumplir la más descarnada exigencia impuesta por el género: «dejarse llevar».

No se sabe cómo el autor ha llegado a Beirut pero allí comienza el viaje que le lleva a Siria, Armenia, Rusia, Teherán, Afganistán, Tíbet, India, Tailandia y la Indochina francesa. Se detiene en las ciudades que han decorado la imaginación de la literatura universal. Esmirna, Damasco, Teherán, Lahore, Delhi, Agra, Benarés, Calcuta, Rangún, Mandalay, Bangkok, Hanoi…

Su itinerario empieza con mal pie y apenas poco después de emprender la ruta que le llevará a través de Asia, es encarcelado y acusado de ser un espía ruso. El lector descubrirá que el azar que lo ha encerrado es el mismo que le permitirá escapar.

En las peripecias que llevan al joven Prokosch de un lado a otro del inmenso continente aparecen nobles campesinos persas, bandidos armenios, estafadores turcos, contrabandistas libaneses, fanáticos obcecados, ladrones y guerrilleros enzarzados en las guerras que, hoy como ayer, asolaban el inmenso territorio asiático.

La prosa de Prokosch pone en escena las más vívidas impresiones de una penetrante sensibilidad. Nada pasa desapercibido para el escritor, nada ha sido inadvertido. El libro compone un fresco de extraña belleza. No es la postal de un paisaje, sino una sinfonía de momentos redimidos por la enigmática conjunción entre el mundo y el alma, las cosas y la emoción, los lugares y su espíritu tutelar, las gentes y su indescifrable destino.

Otra de las recomendaciones escritas en el manual de consejos ambulantes para el que desee emprender la ruta de los hombres osados es viajar ligero de equipaje. Prokosch lo hace con las manos en el bolsillo. En un bolsillo prácticamente agujereado. Despreocupadamente, confiando, como suele decirse, que Dios proveerá. Este gesto de confianza contribuye a compensar la incertidumbre. Y a dejarse llevar según sopla el viento del azar.

Un pasajero encontrado en el autocar que les conduce a Damasco le dice:

«Mañana marcho a Turquía. ¿Le gustaría acompañarme?»

Aquí empieza el fascinante juego de carambolas que mantendrá en vilo al lector. Sorprendiéndole a cada paso con una formidable dramatización de situaciones insólitas. Personajes cuya personalidad confirman las dimensiones más espléndidas de la condición humana y sujetos cuya maldad no seríamos capaces de imaginar aparecen ante el viajero como fantasmas de un mundo siempre a punto de estallar.

No debe creer el lector que la hostilidad procede siempre del mundo exterior. También le convendrá prestar atención a ese otro aspecto que tan decisivamente puede alterar el rumbo del viaje.

«Sutiles y despreciables pensamientos entraban y salían de repente de mi imaginación; destellos de irritabilidad, astillas de suspicacia, de envidia, de aborrecimiento, de soledad, de comprensión maligna… me juré a mi mismo esquivarlos a todos. No los dejes jugar contigo, no los dejes entrar con argucias. Aíslate. Sé fuerte. Sé altivo».

En este momento de la narración el lector comprende que el viaje emprendido a través del mundo no pretende sólo desvelar los confines de la tierra, sino conocer el más profundo y desconocido centro de uno mismo. Ese otro yo que permanece indómito y reacio, oscuro y reticente, ese yo que llevamos dentro sin saber quién es.

En su encuentro con el Príncipe de Ghuraguzlu, en la Ciudad Santa de Meshed, en el viejo Irán, hospedado en su palacio, Prokosch descubre uno de los secretos que esconde Asia en su alambicada memoria:

«Un asiático auténtico nunca es feliz. Porque no desea nada de lo que puede ver o tocar. No apetece nada de esta vida. Asia desde hace largos siglos está buscando algo, algo que no encuentra; un pueblo que no está poseído de certeza, que se sume más y más en la abstracción y que empieza a olvidar lo que está buscando…»

Al llegar a este capítulo el lector se detiene a meditar y se hace la pregunta que le acompañará a lo largo del libro: ¿no seré yo mismo uno de esos asiáticos que no saben lo que buscan?

Si el lector de Prokosch pone en práctica los consejos que se dan al viajero y se deja llevar a través del hipnótico relato, destila con lentitud la musical ensoñación del texto, contempla con asombro las deslumbrantes evocaciones, revive en su imaginación las convulsas impresiones del viaje, podrá decir sin reservas que ha podido hacer suyas las recomendaciones del autor y entender cómo puede uno emprender de nuevo el gran viaje:

«Sé frágil, sé tierno, humíllate y deja que se te acerque el sueño empalidecido. Hazlo así y, por raro que te parezca, te conservarás sano; perdurarás siendo tu mismo, descubrirás la mejor manera de vivir en este mundo…»

Podemos concluir recordando las últimas palabras del libro. Las pronuncia un viejo campesino chino, el que acogió al autor en su sencilla cabaña. Mientras pescaba sentado en una roca, con la caña en la mano, exclamó: «No tengáis miedo», «No tengáis miedo».

***

Ah, algo más: una nota a pie de página: Frederic Prokosch falleció en Francia en 1989, pero escribió Los asiáticos a principios de la década de los años treinta sin haber salido de Madison, Wisconsin, la ciudad donde nació.

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9 de octubre de 2024
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Indigencia y paranoia

 

Es simplemente en razón del más sano egoísmo que la insalubridad y penuria que afectan a enormes colectivos humanos han de ser combatidas. Pues hay efectivamente que ser absolutamente ciego para pensar que ese ser intrínsecamente social que es el humano puede alcanzar auténtica realización individual o de grupo si está cercado por la indigencia colectiva.  Cuando la suciedad, la tristeza, el miedo y hasta, en ciertos lugares, la esclavitud de hecho, marcan la vida de un sector de la población, la otra parte caerá inevitablemente, ya sea de manera encubierta, en una paranoia de búsqueda de seguridad y en la fobia del otro. Así esas ciudades del mundo llamado “en vías de desarrollo”, privadas ya de todo rito compartido por la población en su conjunto, que permitiera hablar de comunidad y en las que los barrios míseros del centro tienen contrapunto en urbanizaciones-fortaleza, en el interior de las cuales los habitantes se complacen en un espejismo de vida “europea”. Para unos y otros, doble desarraigo, pues la condición de “desterrado en la tierra siendo tierra” (esencial en el ser humano), se dobla entonces de la imposibilidad empírica de que el lugar propio sea lugar protector y a la vez lugar abierto.

 

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8 de octubre de 2024

'Biblioteca pública' de Ali Smith (Nórdica, 2024)

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Mucho más que libros: Ali Smith y su defensa de las bibliotecas

Las bibliotecas son mucho más que simples hileras de libros. A simple vista, parecen metros lineales de estanterías con volúmenes ordenados por materias, lenguas, géneros. Un paisaje visual sólo interrumpido por mesas y sillas, agrupadas en ciertas zonas, carros y un mostrador. Lejos de la quietud inanimada, las bibliotecas son universos de posibilidades donde el algoritmo eres tú, además de espacios para encuentros fortuitos, descubrimientos y desvíos que nos llevan a lugares insospechados.

Hojear, divagar, escoger, deambular, relacionar, consultar, cuestionar, encontrar lo que no sabíamos que buscábamos, conocer(nos)... En estos santuarios de celulosa y tinta todos los verbos, en realidad, son de acción. Un carnet de biblioteca es un salvoconducto. Si además es una biblioteca pública, es un óptimo ejemplo de democracia ("informada y participativa") en acción: un lugar donde nadie juzga y en donde todos son bienvenidos.

Un drama social En la colección de relatos Biblioteca pública, Ali Smith (Inverness, 1962) explora el significado de estos espacios a través de testimonios personales que sirven de interludio a los textos de ficción, lo que da como resultado algo así como un manifiesto (o una llamada de atención) ante la imparable epidemia de cierres, recortes, desprofesionalización del personal y disminución de las horas de apertura en las bibliotecas del Reino Unido.

"Durante las pocas semanas que he estado ordenando y revisando los doce cuentos de este libro -explica la autora escocesa-, veintiocho bibliotecas del Reino Unido se han visto amenazadas con el cierre o han pasado a manos de voluntarios. Quince bibliotecas ambulantes han corrido la misma suerte [...] Las estadísticas sugieren que, cuando se publique este libro, habrá mil bibliotecas menos de las que había cuando empecé a escribir el primer cuento".

Biblioteca pública se puso a la venta originalmente en 2015, y el aviso no era catastrofista. Desde principios de septiembre, The Guardian ha publicado una serie de artículos y entrevistas sobre la situación crítica de la red de bibliotecas en Reino Unido. Un caso emblemático es el de Birmingham, cuyo ayuntamiento, tras declararse en quiebra, ha cerrado una decena.

Desde 2016, se han destruido dos mil empleos, se han perdido casi doscientas bibliotecas y un tercio de las que aún permanecen abiertas ha visto reducido sus horarios. La BBC ha revelado que las áreas más desfavorecidas, donde las bibliotecas no sólo prestan libros, sino que también alfabetizan, orientan, ofrecen refugio y alivian problemas de salud mental, son las más vulnerables a perder estos servicios esenciales.

"Almas gemelas" "Las bibliotecas salvan el mundo, y mucho, pero fuera del modo narrativo del heroísmo: mediante la acción contemplativa", afirma un usuario. Y otro, cuya familia, aunque lectora, no podía adquirir libros describe la biblioteca como "una puerta a un mundo más amplio, un salvavidas, un recurso esencial, una cueva de las maravillas". Hay más definiciones inspiradas. Alguien dice que es "el modelo ideal de sociedad, una comunidad de consentimiento donde cada persona persigue su propio objetivo (educación, entretenimiento, afecto, descanso) respetando a los demás a través del mejor medio posible para la transmisión de ideas, sentimientos y conocimiento: el libro".

Más allá de las definiciones, lo verdaderamente interesante en esta pequeña muestra es lo que las bibliotecas públicas aportan. Coinciden en describir las visitas a las bibliotecas públicas como un ritual salvífico y en recordar el paso a la adolescencia, cuando comenzaron a frecuentar la sección para adultos, como la conquista de una nueva libertad: la de tomar libros en préstamo con total autonomía y formar parte de esa comunidad ajena a la edad, el género y la procedencia a la que se refiere la poeta Jackie Kay, citada en el epígrafe: «almas gemelas, casi amigos».

¿Son los relatos variaciones sobre este tema? Sí y no. El primero relata, con sorna, que, paseando por el centro de Londres junto a su editor, avistaron un edificio con la palabra BIBLIOTECA en la entrada, aunque no parecía una. "Somos un club privado. También tenemos un número selecto de habitaciones de hotel", respondieron a la pareja de curiosos. ¿Y libros? Unos pocos, para los miembros. Smith se burla de cómo el prestigio social de la cultura se ha desvirtuado para otros fines (a mí me recordó el centro "Biblioteka" en la Avenida Nevski de San Petersburgo: varias plantas de restaurantes con una pequeña librería como complemento).

Una miscelánea literaria En los otros relatos, aparecen libros, autores (algunos deambulando por Regent's Park), lectores obsesionados con escritores (como Katherine Mansfield, la tercera en discordia de una pareja), personajes diagnosticados de depresión que sienten cómo un bulto leñoso emerge de su pecho hasta convertirse en un rosal, además de disquisiciones etimológicas, reflexiones sobre acentos o diálogos con otros textos (como la poesía de Robert Herrick). Pero si hay algo común en estos relatos con la idea de la biblioteca pública es la habilidad de la autora para conectar temas, hilos narrativos, registros, géneros y voces, fusionando ficción y realismo, lo personal y lo fantástico, el sueño y la vigilia.

Al igual que en una biblioteca conviven la física cuántica y la historia de las religiones, el arte expresionista y una guía de bosques mediterráneos, Smith transita con naturalidad entre temas aparentemente dispares: el paradero de las cenizas de D. H. Lawrence se mezcla con un fraude en su tarjeta de crédito; una mujer que se dirige a una reunión crucial de trabajo se deja llevar por el flujo de sus pensamientos y termina deambulando por Londres, lo que le da pie a narrar una breve historia de Regent's Park; el encargo para una antología de relatos sobre la muerte le sirve para componer el obituario de una joven amiga fallecida, quien soñó que era una obra de arte que "robaban unas personas sin escrúpulos"; a los recuerdos de las experiencias bélicas de su abuelo y padre se entrelaza una conversación imaginaria con el segundo, ya fallecido, sobre la música de Boy George.

Pasado y presente, lo fabulado y lo vivido, se cruzan en esta obra en que inteligencia, humor y lecturas se despliegan con un lenguaje preciso y lúdico, deslizándose "limpiamente, como un hombre que una mañana de verano sale en mangas de camisa porque sabe que no le hará falta chaqueta".

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7 de octubre de 2024
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Cuartetos del Yo del Nosotros: Un dilema para la política actual

Veo y escucho en la computadora el hermoso cuarteto No. 14, La muerte y la doncella, de Franz Schubert, por el Cuarteto Tetzlaff. Y de pronto se me ocurre que la política de estos tiempos tiene algo que aprender de los cuartetos de cuerda.
El nombre de este cuarteto viene de su primer violín, el reconocido solista Christian Tetzlaff. Las otras tres componentes del cuarteto (segundo violín, viola y cello) son mujeres, y durante la ejecución miran de reojo al “jefe” para seguir sus indicaciones.
Se nota que Tetzlaff manda. Las otras tres ejecutantes parecen tocar atadas, atentas a las indicaciones del líder, temerosos de lucir demasiado y quitarle protagonismo.
La interpretación que más me emociona de esta obra es otra, una que siento más próxima a los deseos y sensibilidad de Schubert: la del Cuarteto Casals, de Barcelona. Ninguno de sus componentes se llama así (el nombre viene del legendario cellista catalán Pau Casals), y ninguno es el jefe. De hecho, hacen un curioso intercambio entre los dos ejecutantes del violín: cuando tocan repertorio clásico y barroco (Haydn, Mozart) el primer violín es Abel Tomás; cuando tocan los de Beethoven, Schubert y sobre todo Shostakovich, toma el primer atril Vera Martínez.
Para mí son un ejemplo del cuarteto paritario, deliberativo, en el que las decisiones se toman por consenso. Un grupo de iguales que hacen música juntos.
Desde que empecé a pensar en esto de los nombres, el pequeño mundo de los cuartetos de cuerda se empezó a dividir, para mí, en dos tipos: los que llevan el nombre de su Primera Figura, siempre el primer violín, y los que llevan un nombre de homenaje a un concepto, un lugar o a una figura del pasado.

Cuartetos del Yo
Ejemplos de “cuartetos de Yo y mis músicos” son el Cuareto Kutcher (“dirigido” por su primer violín Samuel Kutcher), el Cuarteto Barylli (fundado por el concertino de la Filarmónica de Viena Walter Barylli), el Cuarteto Ciompi (por su primer violín, el italiano Giorgio Ciompi) y el Cuarteto Kneisel, cuyo líder era el violinista Franz Kneisel, concertmeister de la Filarmónica de Boston.
Esta forma de llamar al grupo con el apellido de uno de sus miembros se me hace impropia precisamente porque, desde el pionero Franz Joseph Haydn, el cuarteto es la formación emblemática del grupo sin voz cantante, sin solista. La forma de hacer música más democrática posible.
Hay momentos de lucimiento para cada uno, pero, sobre todo, hay un sonido propio y común del conjunto. Son una voz, y en casos como los de Schubert, Dvorak y Shostakovich, son vistos como la más íntima expresión de la sensibilidad de sus autores. Un autorretrato en cuatro voces.

Cuartetos del Nosotros
Estos nombres en los que el primer violín manda tanto como para ponerle su propio apellido al cuarteto dieron lugar, al avanzar el siglo XX, a otras formas más creativas de nombrar cuartetos.
Una de estas formas hace referencia a compositores y ejecutantes del pasado que los miembros del grupo admiran especialmente.
Un caso especial en este grupo es el Cuarteto Alban Berg. Tocan, sí, obras del innovador del atonalismo vienés, pero se han destacado sobre todo por sus impecables grabaciones de Beethoven, Mozart y también de compositores contemporáneos.
En este sentido van también los nombres de los Cuartetos Borodin (por el compositor Alexandr), Paganini (por el célebre violinista Nicoló), Gabrielli (por el músico barroco Giovanni), y Corigliano (por el norteamericano contemporáneo John).
Otros nombres provienen de las ciudades de sus integrantes, como los cuartetos de Cleveland, de Tokio y de Cremona.
En este siglo han aparecido cuartetos con nombres más “de fantasía”. Como nombre, me encanta el del Cuarteto Carpe Diem. Como repertorio, el Kronos, que toca piezas actuales y se junta con innovadores del jazz y el rock. Como sonido, el Mosaïques, que interpreta con sentido histórico e instrumentos originales música de los siglos XVII y XVIII.

Partidos políticos del Nosotros
Nací a la política en Argentina, al final de la dictadura militar. Era comienzos de los ochenta, y mientras en mi cuarto escuchaba Long Plays clásicos como el del Cuarteto Amadeus tocando el Cuarteto Disonante de Mozart, me iniciaba en la política universitaria y las marchas por la democracia y los derechos humanos.
En esa época los partidos que me interesaban eran de ideología, de ideas, de propuestas (de izquierda y centro izquierda) más que de personajes: eran socialistas, comunistas, radicales, intransigentes, anarquistas. Recuerdo que el culto a la personalidad del peronismo de entonces me parecía extraño, ajeno. Su himno (“Perón, Perón, qué grande sos; Mi general, cuánto valés”) se me hacía ridículo.
En la universidad fui forjando mis ideas y acercándome a grupos unidos por ideas de justicia social, de honestidad, control balanceado de los poderes públicos, humildad, formación de equipos de trabajo. En Europa, donde viví 18 años, me atrajo la tranquila convicción de los partidos socialistas que formaron el llamado estado de bienestar.
Mientras mi trabajo de escritor y académico me llamaba a la pasión por las historias de grandes personajes, en política, al contrario, me fueron causando sospecha los paladines del “yo”, los líderes ampulosos que transforman su vida en el relato de luchas contra enemigos implacables.

Movimientos épicos del Yo
Y ahora, la política de mi país está tomada por una batalla de personalismos y dos creadores de movimientos a partir de sus figuras se pelean en X mientras la sociedad se desangra en la pobreza infantil, la angustia de los viejos y el desánimo de los trabajadores.
Veo esta transformación de la política en un torneo de divos y divas como un fenómeno no sólo argentino. Algo parecido sucede en Venezuela, en Brasil, en Centroamérica, en Colombia, en medio Estados Unidos.
La era de las redes sociales es propicia para las muecas y bravatas de estos dirigentes personalistas que transforman en ley sagrada sus consignas cambiantes, y no para conjuntos que buscan la expresión en armonía.
Mientras, yo sigo soñando con equipos de gobierno que funcionen como un cuarteto de cuerdas de los de trabajo mancomunado, en una dirección común.
¿Será posible en estos tiempos volver a construir propuestas desde grupos e ideas comunes, como los cuartetos de cuerda? ¿Podremos ver en la política algo parecido a estos cuartetos, que dejan atrás el anticuado nombre de – y servidumbre a – su líder para brillar en cambio al servicio de la música y de los oyentes?

Publicado en el suplemento Ideas de La Nación (Buenos Aires), 28 de septiembre de 2024.

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1 de octubre de 2024
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La razón

No culpemos a la razón de las atrocidades que se hacen en su nombre. Sólo produce monstruos la sinrazón, y sobre todo cuando se disfraza de razón pragmática. La razón es una potencia del alma, y los antiguos entendían por razón algo parecido a lo que hoy entendemos por conciencia (conciencia de la situación y conciencia moral, así como la capacidad de pensar sobre ello).

Hablo desde mi experiencia: la razón nunca me condujo a ningún extravío ni a ninguna forma de inhumanidad. Otra cosa es el inconsciente, y la tenebrosa tierra de nadie más allá de la conciencia y el inconsciente donde flotan los fantasmas más turbios de la mente humana, y más determinantes.

Decir que la razón produce monstruos es deformar su esencia, dándole poderes y atributos que pertenecen al inconsciente y a la pulsión. Otra forma de caer en la sinrazón.

La razón solo produciría monstruos si tejiese razonamientos basados en falsas premisas, pero entonces ya no sería razón, sería locura. Es lo que ocurría con los “razonamientos” raciales de los nazis, estaban todos basados en falsas premisas y su razonar era solo un simulacro de la razón.

Protejamos nuestra razón, que es una potencia en peligro de extinción.

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30 de septiembre de 2024
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El Chépibe de Ñamérica

 Martín Caparrós ha dejado su legado en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes.  Hay en ese legado piezas que nos muestran aspectos distintos de su vida como periodista y creador literario, pero le dicho que falta el carnet que le extendió en Buenos Aires, hace cincuenta años, el director del periódico Noticias, Miguel Bonasso, con la fotografía del pibe de 17 años, de larga y abundante cabellera, que contradice su imagen de hoy, calva respetable y bigotes de manubrio, como un poderoso boxeador decimonónico, de esos que peleaban a puño pelado.

 En el diario Noticias, de efímera vida, Martín había entrado a trabajar con pretensiones de ser fotógrafo de planta, como cuenta en su libro de 2016, Lacrónica,  pero el director Bonasso  lo dedicaba al aleccionador oficio de “chepibe”, el chico que repartía las tiras del cable, y llevaba café a los periodistas curtidos que se afanaban tecleando en las máquinas de escribir de la sala de redacción, y guardaban en una de las gavetas del escritorio la botella de ginebra; hasta que uno de esos veteranos, abrumado por el trabajo, le preguntó si era capaz de escribir una nota a partir del cable de una agencia.

 Fue una nota primeriza sobre un pie congelado, y que empezaba: “doce años estuvo helado el pie de un montañista que la expedición de los austríacos encontró, hace pocos días, casi en la cima del Aconcagua”.  La nota continuaba con lo que el propio Martín juzga hoy como “detalles inútiles”, cuando él mismo sabe de sobra que la escritura verdadera está, precisamente, en el registro de los detalles: “la pierna, calzada con bota de montaña, que los miembros del club Alpino de Viena encontraron el pasado lunes 11, cuando descendían de la cumbre, pertenece al escalador mexicano Óscar Arizpe Manrique, que murió en febrero de 1962, al fracasar, por pocos metros, en su intento de llegar al techo de América”.

 En esa nota estaba, en embrión, lo que Martín llegaría a ser como escritor a lo largo de cincuenta años de rigurosidad, imaginación libre, fidelidad a los hechos, y curiosidad desmedida. Y tuvo el privilegio de entrar en el oficio de periodista como aprendiz, desde abajo, en una redacción de las de entonces, llena de humo de cigarrillos y donde sonaban en coro los teléfonos y sonaba el timbre del teletipo cuando iba a entrar un noticia urgente,  con maestros que a la vez de periodistas eran escritores, y enseñaban que la letra con tinta entra; nada menos que tres militantes contra la dictadura militar, que hicieron de su propia vida un ejemplo:

Rodolfo Walsh, autor de un clásico de la crónica, Operación masacre, publicado en 1957, el mismo año en que nació Martín; asesinado en 1977 tras publicarse su Carta de un escritor a la dictadura militar, que él mismo salió a repartir.

  Juan Gelman, premio Cervantes de Literatura, exiliado muchos años por la dictadura militar que secuestró y asesinó a su hijo y a su nuera, embarazada de una niña dada en adopción en Uruguay; y luego víctima de la aberración de haber sido condenado a muerte por traición, por el ejército Montonero.

Paco Urondo, poeta también, que entrevistó en la cárcel a los sobrevivientes de la masacre de Trelew de 1972, cuando fueron fusilados 16 prisioneros políticos en el penal de Rawson tras un intento de fuga, y salió de allí su libro de 1973, La patria fusilada, otro clásico de la crónica latinoamericana; asesinado por la dictadura militar en 1976.

Si es cierto que falta el carnet de Martín con la foto de abundante cabellera, ha dejado depositados en la Caja de las Letras, en manos de la posteridad, un boleto de entrada a un partido de futbol en un estadio de México: arte, ciencia y religión sobre la que Martín escribe con ingeniosa propiedad, igual que su par Juan Villoro, filósofos ambos que sostienen con impecable juicio dialéctico que Dios es redondo.

12 libretas Moleskine que contienen apuntes, reflexiones, entrevistas, materiales todos que sirvieron para escribir de Ñamérica, esa monumental crónica, de la cual deja también un disco duro con todos los insumos del libro, incluyendo audios, videos, imágenes y las diferentes versiones del manuscrito; y un ejemplar de la edición conmemorativa.

En la tradición que va desde Heródoto a Kapuściński, Martín ha sido un periodista presente en el lugar de los hechos, porque si no se es testigo presencial, de guerras, éxodos, hambrunas, no se puede voltear de revés la realidad y verle las costuras; testigo fiel del horror y la maravilla, sabiendo que se es infiel a la verdad sólo cuando se imagina como novelista, una infidelidad legítima, y que en el relato del cronista, que ve y que toca, la fidelidad queda escrita con tinta indeleble en la libreta de apuntes.

Un doble oficio, una doble pasión, el periodismo y la literatura. Y con esto, sólo nos toca repetir con Gardel y Lepera: que cincuenta años no es nada.

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24 de septiembre de 2024
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Anecdotario

Es conocida la anécdota, que cuenta Vasari en su libro sobre la vida de los más notables artistas del Renacimiento, acerca del encuentro de Cimabue con un pastor muy joven, quizá de solo diez años, que graba sobre una piedra plana, con el auxilio de una piedra puntiaguda, el contorno, la figura, de una de sus ovejas. El pastor, que será Giotto, se une, con el consentimiento paterno, a la comitiva de Cimabue que, deslumbrado por el buen hacer artístico del adolescente, le invita a que le acompañe y a que se instale cerca de su taller en Florencia. Nadie, que yo sepa, se ha preocupado en buscar la piedra plana. Este agosto, en compañía de dos buenos amigos, el editor sevillano Ángel Luis Fernández Recuero y el abogado logroñés Alberto Gil-Albert, partimos hacia las verdes colinas toscanas de Vespignano y, sin excesivas pesquisas y caminatas, dimos con dicha piedra, que parecía aguardarnos, no excesivamente escondida entre helechos y otras plantas de semejante porte. Depositada sin demora en la caja fuerte de cierto banco, muy publicitado en televisión, queda a la espera de una subasta o quizá de otro medio más seguro para su venta, sin duda millonaria.

Vemos pues que las anécdotas no lo son siempre, por lo que aquí va otra, sospechosa también de realidad. De nuevo es Vasari quien nos habla de Giotto, ahora ya convertido en aprendiz de Cimabue, quien pinta una mosca, en un descuido del maestro, sobre un fresco a medio terminar, y cuando Cimabue reemprende la tarea, intenta, con la mano, espantar el insecto repetidas veces, hasta que, agotado, cae en la cuenta de que se trata de una broma. Aseguran los expertos que la historia es, sin duda, una anécdota inventada por Vasari o, en el mejor de los casos, la réplica de otra, atribuida a Apeles, el pintor griego, de la Edad Antigua. No sé si lograré convencer a Ángel Luis y a Alberto de que me acompañen de nuevo; si halláramos el fresco de la mosca cómo rayos íbamos a llevarlo al banco.

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23 de septiembre de 2024
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El Boomeran(g)
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