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Cuartetos del Yo del Nosotros: Un dilema para la política actual

Por 1 de octubre de 2024 octubre 2nd, 2024 Sin comentarios

Roberto Herrscher

Veo y escucho en la computadora el hermoso cuarteto No. 14, La muerte y la doncella, de Franz Schubert, por el Cuarteto Tetzlaff. Y de pronto se me ocurre que la política de estos tiempos tiene algo que aprender de los cuartetos de cuerda.
El nombre de este cuarteto viene de su primer violín, el reconocido solista Christian Tetzlaff. Las otras tres componentes del cuarteto (segundo violín, viola y cello) son mujeres, y durante la ejecución miran de reojo al “jefe” para seguir sus indicaciones.
Se nota que Tetzlaff manda. Las otras tres ejecutantes parecen tocar atadas, atentas a las indicaciones del líder, temerosos de lucir demasiado y quitarle protagonismo.
La interpretación que más me emociona de esta obra es otra, una que siento más próxima a los deseos y sensibilidad de Schubert: la del Cuarteto Casals, de Barcelona. Ninguno de sus componentes se llama así (el nombre viene del legendario cellista catalán Pau Casals), y ninguno es el jefe. De hecho, hacen un curioso intercambio entre los dos ejecutantes del violín: cuando tocan repertorio clásico y barroco (Haydn, Mozart) el primer violín es Abel Tomás; cuando tocan los de Beethoven, Schubert y sobre todo Shostakovich, toma el primer atril Vera Martínez.
Para mí son un ejemplo del cuarteto paritario, deliberativo, en el que las decisiones se toman por consenso. Un grupo de iguales que hacen música juntos.
Desde que empecé a pensar en esto de los nombres, el pequeño mundo de los cuartetos de cuerda se empezó a dividir, para mí, en dos tipos: los que llevan el nombre de su Primera Figura, siempre el primer violín, y los que llevan un nombre de homenaje a un concepto, un lugar o a una figura del pasado.

Cuartetos del Yo
Ejemplos de “cuartetos de Yo y mis músicos” son el Cuareto Kutcher (“dirigido” por su primer violín Samuel Kutcher), el Cuarteto Barylli (fundado por el concertino de la Filarmónica de Viena Walter Barylli), el Cuarteto Ciompi (por su primer violín, el italiano Giorgio Ciompi) y el Cuarteto Kneisel, cuyo líder era el violinista Franz Kneisel, concertmeister de la Filarmónica de Boston.
Esta forma de llamar al grupo con el apellido de uno de sus miembros se me hace impropia precisamente porque, desde el pionero Franz Joseph Haydn, el cuarteto es la formación emblemática del grupo sin voz cantante, sin solista. La forma de hacer música más democrática posible.
Hay momentos de lucimiento para cada uno, pero, sobre todo, hay un sonido propio y común del conjunto. Son una voz, y en casos como los de Schubert, Dvorak y Shostakovich, son vistos como la más íntima expresión de la sensibilidad de sus autores. Un autorretrato en cuatro voces.

Cuartetos del Nosotros
Estos nombres en los que el primer violín manda tanto como para ponerle su propio apellido al cuarteto dieron lugar, al avanzar el siglo XX, a otras formas más creativas de nombrar cuartetos.
Una de estas formas hace referencia a compositores y ejecutantes del pasado que los miembros del grupo admiran especialmente.
Un caso especial en este grupo es el Cuarteto Alban Berg. Tocan, sí, obras del innovador del atonalismo vienés, pero se han destacado sobre todo por sus impecables grabaciones de Beethoven, Mozart y también de compositores contemporáneos.
En este sentido van también los nombres de los Cuartetos Borodin (por el compositor Alexandr), Paganini (por el célebre violinista Nicoló), Gabrielli (por el músico barroco Giovanni), y Corigliano (por el norteamericano contemporáneo John).
Otros nombres provienen de las ciudades de sus integrantes, como los cuartetos de Cleveland, de Tokio y de Cremona.
En este siglo han aparecido cuartetos con nombres más “de fantasía”. Como nombre, me encanta el del Cuarteto Carpe Diem. Como repertorio, el Kronos, que toca piezas actuales y se junta con innovadores del jazz y el rock. Como sonido, el Mosaïques, que interpreta con sentido histórico e instrumentos originales música de los siglos XVII y XVIII.

Partidos políticos del Nosotros
Nací a la política en Argentina, al final de la dictadura militar. Era comienzos de los ochenta, y mientras en mi cuarto escuchaba Long Plays clásicos como el del Cuarteto Amadeus tocando el Cuarteto Disonante de Mozart, me iniciaba en la política universitaria y las marchas por la democracia y los derechos humanos.
En esa época los partidos que me interesaban eran de ideología, de ideas, de propuestas (de izquierda y centro izquierda) más que de personajes: eran socialistas, comunistas, radicales, intransigentes, anarquistas. Recuerdo que el culto a la personalidad del peronismo de entonces me parecía extraño, ajeno. Su himno (“Perón, Perón, qué grande sos; Mi general, cuánto valés”) se me hacía ridículo.
En la universidad fui forjando mis ideas y acercándome a grupos unidos por ideas de justicia social, de honestidad, control balanceado de los poderes públicos, humildad, formación de equipos de trabajo. En Europa, donde viví 18 años, me atrajo la tranquila convicción de los partidos socialistas que formaron el llamado estado de bienestar.
Mientras mi trabajo de escritor y académico me llamaba a la pasión por las historias de grandes personajes, en política, al contrario, me fueron causando sospecha los paladines del “yo”, los líderes ampulosos que transforman su vida en el relato de luchas contra enemigos implacables.

Movimientos épicos del Yo
Y ahora, la política de mi país está tomada por una batalla de personalismos y dos creadores de movimientos a partir de sus figuras se pelean en X mientras la sociedad se desangra en la pobreza infantil, la angustia de los viejos y el desánimo de los trabajadores.
Veo esta transformación de la política en un torneo de divos y divas como un fenómeno no sólo argentino. Algo parecido sucede en Venezuela, en Brasil, en Centroamérica, en Colombia, en medio Estados Unidos.
La era de las redes sociales es propicia para las muecas y bravatas de estos dirigentes personalistas que transforman en ley sagrada sus consignas cambiantes, y no para conjuntos que buscan la expresión en armonía.
Mientras, yo sigo soñando con equipos de gobierno que funcionen como un cuarteto de cuerdas de los de trabajo mancomunado, en una dirección común.
¿Será posible en estos tiempos volver a construir propuestas desde grupos e ideas comunes, como los cuartetos de cuerda? ¿Podremos ver en la política algo parecido a estos cuartetos, que dejan atrás el anticuado nombre de – y servidumbre a – su líder para brillar en cambio al servicio de la música y de los oyentes?

Publicado en el suplemento Ideas de La Nación (Buenos Aires), 28 de septiembre de 2024.

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Roberto Herrscher

Roberto Herrscher es periodista, escritor, profesor de periodismo. Académico de planta de la Universidad Alberto Hurtado de Chile donde dirige el Diplomado de Escritura Narrativa de No Ficción. Es el director de la colección Periodismo Activo de la Editorial Universidad de Barcelona, en la que se publica Viajar sola, director del Premio Periodismo de Excelencia y editor de El Mejor Periodismo Chileno en la Universidad Alberto Hurtado y maestro de la Fundación Gabo. Herrscher es licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Periodismo por Columbia University, Nueva York. Es autor de Los viajes del Penélope (Tusquets, 2007), publicado en inglés por Ed. Südpol en 2010 con el nombre de The Voyages of the Penelope; Periodismo narrativo, publicado en Argentina, España, Chile, Colombia y Costa Rica; y de El arte de escuchar (Editorial de la Universidad de Barcelona, 2015). En septiembre de 2021 publicó Crónicas bananeras (Tusquets) y su primer libro colectivo, Contar desde las cosas (Ed. Carena, España). Sus reportajes, crónicas, perfiles y ensayos han sido publicados The New York Times, The Harvard Review of Latin America, La Vanguardia, Clarín, El Periódico de Catalunya, Ajo Blanco, El Ciervo, Lateral, Gatopardo, Travesías, Etiqueta Negra, Página 12, Perfil, y Puentes, entre otros medios.  

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