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Mentiras, mentirosos

/upload/fotos/blogs_entradas/los_mares_de_wang_med.jpgLeyendo el magnífico viaje por China de Gabi Martínez, Los mares de Wang, entiendo aquello de "esto es un cuento chino", frase ahora en decadencia pero que usábamos mucho cuando no nos creíamos algo. Siempre he pensado que hay que saber mentir. Y para saber mentir hay que tener cualidades y no viene nada mal tener práctica. No se hace uno mentiroso en un día. Ni en un curso rápido. Saber mentir es un arte antiguo, una dedicación que no se preocupa de aparentar nobleza. La mentira no será noble pero debe ser inteligente.

Cuenta Gabi Martínez que los chinos son el pueblo que mejor miente, el que más orgulloso está de su capacidad para engañar, para mentir no por mentir sino con voluntad de prosperar."Engañar para prosperar", un lema que me parece admirable.

Siempre he sido un mentiroso vocacional. No se si un gran mentiroso pero al menos lo he intentado. Me he pasado una no corta vida contando mentiras. He practicado bastante y sigo en ello. Y, de alguna manera, vivo de ello. Vivo de mis mentiras. De la mentira de las mentiras. Hermana pequeña y menos pretenciosa de la verdad de las mentiras de Vargas Llosa y los grandes mentirosos. Los pequeños no pretendemos la verdad.

Mentiroso de vocación. No hay que descubrirse pero tampoco hay que ocultarse. No hace falta reivindicarnos, somos mentirosos porque hemos querido ser así. Yo me recuerdo mentiroso desde pequeño. Y recuerdo el placer que proporcionaba hacer pasar una mentira como si fuera una verdad. ¡El insoportable prestigio de la verdad!

Los mentirosos tenemos poca fe, en eso no mentimos. El sagaz, certero y descreído de Paul Valéry escribió: "La fe es un vigor que se toma por una verdad". Pues eso, la verdad para los que tengan fe. Yo con los chinos. Con esos que consideran que para ser un héroe no hay que correr riesgos. Con esos que llevan siglos practicando el engaño sistemático y el arte de la mentira.

Escribe Gabi Martínez: "China ha dado gente muy capaz de driblar reglas, en cierto modo porque adoran los inventos y el juego, los desafíos en fin." También destaca otra gran cualidad de este pueblo tan simulador, una característica que también admiro y a la que tanto debe nuestra literatura: la picardía, la picaresca. También son maestros en ese disimulo, ese engaño de sentidos y sentimientos que usan los pícaros.

Tengo que escaparme a China. Vivir experiencias entre chinos esos olímpicos campeones de la mentira. Hay que ser mentiroso para todavía considerarse un país comunista. Unos genios. Una suerte de triunfo de la poesía sobre la realidad.

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20 de agosto de 2008
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Tipografía

Cualquier persona que sabe algo de tipografía sabe también que no se debe escribir esta palabra en internet. El código HTML que despliegue el contenido de una página en su pantalla es un error para la tipografía. No permite un arreglo fino de los espacios entre las letras y tampoco entre las palabras. Aun peor, según el navegador utilizado, modifica de manera distinta el espacio entre las líneas. Un texto en una pantalla es un regreso de la tipografía, una muestra de progreso al revés.

Francamente, pocas veces he tenido la posibilidad de disfrutar de la tipografía en Internet. Una excepción fue hace unos días al recibir el enlace de un vídeo en inglés. Se trata de una pequeña obra de teatro cuyos personajes son familias tipográficas: Times New Roman, Futura, Baskerville Old Face, Arial Narrow, etc. Debaten sobre la posibilidad de reconocer como miembro de su cofradía a Zapf Dingbats. Es la cosa más cómica que he visto pues cada familia de caracteres tiene un traje, un acento, una manera de hablar que corresponde a su tipografía.

Como un regalo no viene solo, tengo también algo muy raro: muestras de caligrafía de grandes creadores de tipografía. Lo que más me gusta es lo que hace Marina Bantjes (en la imagen que viene con este post). Demuestra su capacidad para escribir de tres maneras definidas y distintas. Una hazaña. Pero Bantjes es un caso aparte: no produce fuentes, solo obras con letras. Una artista.

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20 de agosto de 2008
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Honrados nihilistas

En el mundo del arte contemporáneo hay sin duda algunos cínicos, que utilizan el desconcierto de los ciudadanos ante la proliferación de sofisticados productos culturales y sus complejos por la imposibilidad de estar al día, para literalmente venderles aire. Mas en este universo mercantil, en esta feria de algo más que vanidades en la que se forja la urdimbre y la trama del intercambio artístico, hay sobre todo nihilistas, nihilistas perfectamente honrados, es decir gente a la que en nada afecta la obra de arte pero que, con respecto a la misma hablan con propiedad.

Hablan con propiedad porque de la obra de arte lo saben todo, entendiendo por saber esa forma desvirtuada que consiste en ser reflejo subjetivo de las conexiones entre las obras mismas, tanto entre las que se forjan contemporáneamente a nosotros, como entre éstas y las que las preceden en la historia del arte.

Hablan con propiedad porque entienden allí donde la mayoría ni entendemos nada, ni puñetera falta que nos hace entender. Entendía el comisario del evocado evento sevillano que su ocurrencia de reificar (de erigir literalmente en obra) las opiniones de los ciudadanos tiene un nexo con alguna ocurrencia precedente, la cual, por razones que yo desde luego ni husmeo, fue considerada en algún lugar y por alguien con autoridad (es decir, con el grado de erudición suficiente) como susceptible de ser subsumida bajo la rúbrica obra de arte.

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20 de agosto de 2008
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La confianza

El otro nos pide que le devolvamos nuestra confianza pero la confianza, tan importante y delicada de conceder, no puede ofrecerse nunca con una garantía mínima sino es a cambio de actos netos. Toda la retórica para rescatar o ganar la confianza por imploración cae en una u otra farsa sin la correspondencia de la acción. O, expresado de otro modo: no es la intención la que ilumina la confianza sino la concreta revelación quien mueve nuestra intención. Intención para dar una confianza proporcionada o incluso añadir un segmento más a partir de lo ya izado. Sin realización no hay modo de entrega. Sin obra no hay fe, al contrario de lo que las religiones predican respecto a una figura divina que no ha hecho todavía nada pero ante el cual se exige rendir nuestra creencia. Creer en el otro sólo es eficaz, por mezquino que parezca, tras haber verificado sus creaciones o sus conquistas. Las auténticas promesas, cuando se aceptan, incluyen siempre un imprescindible, aún procedente de un territorio diferente al que corresponde la petición. Hay gentes de mala calidad a las que no puede concedérseles confianza en lo principal pero acaso sí en algunos detalles de calderilla pero a causa de sopesar que la posible pérdida no nos quebrará. Sobre las demás peticiones del otro no servirá comportarse con holgura o magnanimidad porque todo el don que se anticipe correrá el riesgo de corromperse, falto de la esperada contraprestación que lo fertilice.

Perdida la confianza en el otro su recuperación se hace tan ardua como si se tratara de resucitar, tiempo después, un tejido necrosado y, como consecuencia, cualquier injerto, cualquier bálsamo lírico, cualquier imaginario o reconstituido ideal será tan frágil que una mínima decepción sucesiva matará mutuamente. Carboniza y desleal y radicalmente asesina el corazón de quien confiaba puesto que ambos padecen la maldición recíproca de un fracaso numénico: el terrible fracaso de lo bienintencionado que no es sino el más amargo revés de la malla humana. Necesitamos trenzarnos con los demás para la supervivencia común pero ¿qué será de nosotros si esa red está podrida o mal remendada, de tan barata calidad que cede ante cualquier intensidad de la vida?

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20 de agosto de 2008
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Conan es bárbaro

Los argentinos que quieren ver televisión a la hora de la cena se enfrentan a un grave problema (y si no tienen servicio de cable, ni les digo): la sobreabundancia de estupidez. Una vez terminados los noticieros, los canales de aire locales se dedican a los concursos de baile, o a discernir quién logra atravesar o no un muro de telgopor -no lo estoy inventando, se los juro- o a los culebrones latinoamericanos. Hasta no hace mucho yo recalaba un rato en un programa llamado RSM (la sigla de Resumen de los Medios), pero el título de la emisión terminó por volverse profecía autocumplida y ahora lo único que hace es refritar las estupideces que ocurren en los otros programas. Y yo que me paso la vida esquivando personajes como la Tota Santillán (un animador de veladas cumbieras), Belén Francese (sex symbol de cabotaje que acaba de editar... un libro de poemas) y Karina Jelinek (otro sex symbol de escaso wattaje, que cuando se le presentó la opción entre Ortega y Gasset eligió a Gasset), no quiero que me los mezclen en el guiso como si fuesen ingredientes nuevos. Para peor, todas las series buenas han terminado sus temporadas. (Gracias a Dios por HBO y The Wire...) /upload/fotos/blogs_entradas/veronica_mars_med.jpgEn estos días, lo que hago para entretenerme es ver ¡por segunda vez! las tres temporadas de Veronica Mars...

Por fortuna este páramo encontró un alivio en el canal de cable I-Sat, que ahora emite de lunes a viernes a las 21 Late Night with Conan O'Brien. El programa es un clásico de los talk-shows nocturnos de los Estados Unidos: emisión en estudio, banda en vivo, monólogo de apertura, dos breves entrevistas en el piso y músicos invitados para el cierre. Un formato que allí es más común que el agua -definido por Johnny Carson y establecido, entre otros, por David Letterman y Jay Leno- pero que en Latinoamérica es bastante inusual, a excepción de los shows de Roberto Pettinato en la Argentina y de Ya es mediodía en China del canal Sony.

O'Brien empezó escribiendo para Saturday Night Live. Entre 1991 y 1993 -la época dorada, para mucha gente- fue productor y guionista de The Simpsons. Ese último año debutó como conductor de Late Night reemplazando nada menos que a Letterman. Sus comienzos no fueron nada auspiciosos. El pobre de Conan se veía tan nervioso y fuera de lugar, que la misma presentación del show -una animación- lo mostraba sudando y tirándose del cuello de la camisa. Es verdad que sigue siendo un hombre extraño: altísimo y con una indomable mata de pelo rojo, se mueve de tal forma que uno busca los hilos de fondo para entender si está o no viendo un episodio de Capitán Escarlata. Pero por lo menos no perdió nunca el sentido del humor respecto de sí mismo. Cuando el show cumplió una década en el aire, Mr. T le regaló una cadena de oro con el número 7. O'Brien le recordó que celebraba 10 años, Mr. T le recordó que ‘sólo había sido gracioso durante siete'.

Sus monólogos y su presencia en cámara siguen haciéndome reír. Por lo demás, preferiré toda la vida ver una entrevista a Michael Caine, Gary Oldman o Liam Neeson que a la Tota Santillán hablando de sus romances.

Gracias a I-Sat y a Conan O'Brien, pues, por hacer más llevaderas mis noches.  

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20 de agosto de 2008
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Minotauros cotidianos

Rafael Argullol: El monstruo tanto nos evoca el miedo como aquello que va más allá de la realidad inmediata, aquello que va más allá de las fronteras, diríamos, de lo que nosotros podemos contemplar con los ojos directos de los sentidos, para introducirnos en los ojos de la imaginación, libre de ataduras en el terreno de la fantasía.
DPortada para la revista elfín Agudelo: Me parece muy interesante lo que dices acerca del monstruo abriendo los ojos a la imaginación. Es una manera distinta de ver el mundo, es una invitación a una estética distinta e espacio imaginativo distinto. Me recuerda uno de los monstruos por excelencia que es el minotauro, que Cortázar recrea en su poema dramático Los reyes. Hay un momento en que Teseo le invita a salir del laberinto, y éste responde que no tiene ningún deseo en salir a aquél espacio en el cual es un monstruo. En su espacio particular, que es el laberinto, aquella estética de lo monstruoso está invertida.
R.A.: Es que lo auténticamente maravilloso de los diversos monstruos que han pasado a nuestros mitos y relatos literarios es que cada uno de los monstruos somos nosotros. Son una caracterización de nuestros propios instintos, de nuestras propias pulsiones. El minotauro somos nosotros. Las esfinges somos nosotros. Incluso los monstruos que han gozado de una gran credibilidad y una especie de identificación simbólica espiritual como el unicornio, somos nosotros. En la esfinge está reflejada nuestro propio enigma y fealdad; en el minotauro están reflejados nuestros propios instintos y pulsiones sensuales, que van más allá de lo que es confesable en la sociedad cotidiana. En el unicornio está presente nuestras ansias de espiritualidad, y así podríamos ir repasando los distintos monstruos de las distintas mitologías y veríamos que en todos ellos se reflejaba perfectamente aspectos concretos de la condición humana en su sentido individual, y dependiendo de los monstruos aspectos también de la comunidad humana. Pienso por ejemplo en los grandes monstruos de la mitología azteca; por ejemplo la gran participación de la serpiente o de la calavera, o la mezcla de los dos en el imaginismo mitológico azteca, representa aspectos universales de la condición humana, pero también concretos del desarrollo de una determinada cultura como es la azteca. De la misma manera que lo monstruoso en los griegos fue en ciertos aspectos distinto de lo monstruoso entre los judíos. Entre los griegos lo monstruoso adquirió una especie de gran exhuberancia como en entre los hindúes. En cambio en los judíos, que tuvieron muy tempranamente esa prohibición por la representación icónica, lo monstruoso se hace más interior, más metafísico. Entonces no es que no haya monstruos en la Biblia, sino que están más aletargados. Por esto es muy interesante el monstruario griego con el monstruario que se presenta en las distintas apocalipsis de la Biblia y especialmente al final, en el Apocalipsis de San Juan. Los monstruos reflejan lo universal de la condición humana, las pulsiones interiores de cada individuo, y de cada tradición cultural.

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20 de agosto de 2008
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Flor de Lotto / XIII

XIII. Etiqueta rigurosa. 

-Amiguito, estas cosas las tienes que mirar con frialdad estratégica. ¿Cuándo has visto que un muerto guarde luto? A ellos no les importa, están más fríos que una almeja nadando en jugo de tomate -Mauricio Morazán transpira buen humor, le ha hecho tanta gracia el semblante de alarma de su interlocutor que no puede evitar sentir ternura. Todos fuimos así, rememora, al tiempo que acomete a cucharadas su platillo-bebida predilecto: Cocktail de bloody mary con almejitas.

     -Sólo quiero saber quién los mató. Quién me los puso ahí, por qué carajo -a lo largo de las dos horas y media que le tomó encontrar al facilitador, Segismundo Andersón ha pasado del desconcierto al horror, del horror a la culpa y de la culpa a la indignación, pero a su voz quebrada se asoma un sollozo.

     -Lo único que tú necesitas saber es cómo resolver el problema objetivo: traes cargando unos fiambres y te urge deshacerte de ellos. No es mi bronca, amiguito, ¿qué esperas que haga yo, si son tus muertos?

     -¡Mis muertos! Mierda, no sé ni cómo se llamaban, ni de dónde eran, ni por qué los mataron. Según la Corleonetta, eran sus escoltas. ¿De dónde sacas tú que son míos?

     -Los cadáveres son de quien los esconde. ¿Tienes alguna prueba de que no fuiste tú quien se los echó? Mira, Andersón, yo sé lo que te digo: estás haciendo demasiadas preguntas y eso es muy peligroso para tu salud. Otros por menos que eso se despiertan con el cuerpo cortado.

     -¿Qué harías tú en mi lugar, entonces?

     -Los que más saben de estos menesteres aconsejan primero recobrar la paciencia. Ve el lado bueno, chico: tú estás vivo, ellos no. Andas de suerte, pícaro. Pero ahí está el problema y todavía tienes que resolverlo. ¿Qué haría un profesional, si fuera tú? Está en cientos de libros de autoayuda: si tu problema es grande, pártelo en pedacitos. Ahora mira otra vez el lado positivo. Alguien, que de seguro te tiene en buena estima, se ha tomado el trabajo de cortar los cadáveres por ti. Ya no es un gran problema, sino varios pequeños. Ninguno pesa mucho, además. ¿Te imaginas la bronca que te ahorraron con ese detallazo? ¿Cuántos pedazos tienes, en total?

     -No sé. No me paré a contarlos -Segismundo se ha puesto taciturno, como si la tranquilidad del facilitador, que no pierde paciencia ni apetito, le robara la fuerza para repelar.

     -Mi querido Andersón, es muy conmovedor todo este asunto, pero mi tiempo tiene su valor y su precio. Voy a decirte lo que yo creo, nomás por el aprecio que te tengo. Esos chicos sabían lo que tú vas a hacer. Sabían también por órdenes de quiénes y por cuánto dinero. Alguien te ha hecho el grandísimo favor de callarlos y partirlos en trozos como Dios manda, y tú encima te quejas, cerdo ingrato.

     -¿Pero cómo, Mauricio? -se ha cubierto la cara con las manos, que todavía no dejan de temblarle.

     -¿Cómo que cómo, pues? Entérate, Andersón: eres un asesino muy bien pagado. ¿No se te ocurre cómo? ¿Te parece difícil comprar una caja de bolsas de basura y veinte metros de cuerda? Si puedes hacer eso, ya tienes la mitad de la bronca resuelta. Echas cada pedazo de fiambre en una doble bolsa, lo acompañas con piedras bien pesadas y amarras los paquetes procurando que no se desaten de aquí a tres siglos. Después buscas un río, un lago, el mar, tú sabrás qué te deja más tranquilo. Y a gozar de la vida, que se acaba.

     De regreso en el coche, ya sin Morazán, Segismundo comprende que el trabajo pendiente no podrá realizarlo más que en el motel, luego de haber comprado los debidos adminículos. Ya entrado en previsiones, supone que podría sustituir las piedras por cadenas y usar bolsas de plástico más grueso. Esto le tranquiliza. A la hora de la hora, filosofa, uno entiende que está en asuntos turbios cuando se topa con el primer cadáver, pero no bien descubre el segundo sabe también que está en un negocio serio. No puede darse el lujo de perder la cabeza.

Mañana en FLOR DE LOTTO: Cárgalos a mi cuenta.

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20 de agosto de 2008
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La fiebre de las invenciones

El hombre invisible se publicó en Inglaterra en 1897, en plena época victoriana,  una era que fue pródiga en inventos tecnológicos, aunque no todos prácticos. /upload/fotos/blogs_entradas/el_hombre_invisible_med.jpgMultitud de inventores, no digo que acuciados por los novelistas, se dedicaban a patentar toda especie de novedades, desde las aceras móviles para los peatones, a las alas individuales para que los hombres de negocios pudieran volar sobre los techos, rumbo a sus despachos, a los ramilletes de flores artificiales alimentados por ocultos surtidores de perfumes inmarcesibles.

La novela apareció por entregas en el Pearson´s Magazine, como era el caso de la gran mayoría de las obras de ficción en el siglo diecinueve, que se publicaban primero por capítulos en diarios y revistas, antes de pasar a la forma de libros, y su trama inusitada despertó ansiedad entre los lectores. No era extraño. Comienza como deben hacerlos los verdaderos libros de suspenso, con lo inusitado: Un misterioso personaje llega una noche a una fonda, en busca de albergue, oculto de la manera más extraña por sus ropajes, sombrero, abrigo, guantes, y, además, vendas en la cara, única manera de dar forma a su cuerpo. Es el hombre invisible y, por supuesto, causa miedo y asombro.

Pero quiero ir a la comparación entre los procedimientos científicos para lograr la invisibilidad, imaginados por Wells, y los imaginados en el siglo veintiuno por el doctor Xiang Zhang y su equipo. 

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20 de agosto de 2008
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Basura virtual

Hacemos tantas cosas al cabo del día en las que ni reparamos, encender el ordenador, mirar por la ventana, saludar a un vecino, subir las escaleras. Ahora bien, si lo grabásemos (en plan El Show de Truman) ya no lo olvidaríamos por completo y sabríamos que lo habíamos hecho. Por lo que no es tan descabellado pensar que llegará un momento en que llevaremos incorporada una nanocámara que lo irá registrando todo para que lo vivido no se pierda con la propia vida. Podría ser una manera de darle un poco más de cuerda al tiempo de cada uno, sin tener que dejar de hacer otras cosas para centrarse en el propio acto de grabar.

Se me dirá que la imagen no produce basura porque se puede borrar, eliminar, de lo que no estoy tan segura. ¿Quién nos garantiza que no permanecen fragmentos flotando en el aire y formando un extraño tejido, seguramente incomprensible, del que nosotros formamos parte sin saberlo?

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20 de agosto de 2008
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Ravenwood (un cuento)

     Santi abrió el refrigerador, lo vio vacío y le dijo a su padre que tenía sed.
     --¿Quieres leche? --preguntó Fernando--. ¿Jugo de naranja? En un rato vamos de compras.
     --Y cereales también. Los Lucky Charms, y los que tienen miel. ¿Puedo tomar agua?
     Fernando sacó un vaso de plástico de la alacena y lo llenó con agua de la pila. Santi lo vació de un trago. Era verdad que tenía sed. Quizás no había sido buena idea traerlo al piso tan temprano; debió haber esperado hasta la tarde, después de haberse dado una vuelta por el supermercado y Wal-Mart. Había una televisión, pero no un sofá donde verla; la mesa era aquella que Eli y él habían usado alguna vez cuando iban de picnic, cojeaba de una pata.  
     --¿Y ahora qué hacemos? --preguntó su hijo--. Ya sé: ¡espadas!
     Santi sacó un par de espadas de plástico de una caja de cartón donde Fernando había puesto, a la rápida, juegos de mesa y otras cosas con las que pensaba entretener ese fin de semana a su hijo. Eli le había dicho que se llevara todo lo que quisiera, pero él, entre apurado e incómodo, no había escogido bien. Con la Playstation 2 hubiera sido más que suficiente. Quizás debía pasar por el centro comercial, ver si los Gamecube seguían en oferta.
     Santi le dio una de las espadas a Fernando y le dijo que ganaba el que tocaba al otro cinco veces con la espada. Fernando le pidió que fueran a la sala, había más espacio allí. Cuando lo hicieron, Santi se aproximó al ventanal de la puerta corrediza y señaló a un alce en medio del césped del condominio. Tenía el pelaje marrón y una de sus astas estaba quebrada; los miraba sin mirarlos.
     --¿Le sacamos una foto?
    Fernando fue a la habitación y buscó la cámara al lado del colchón en el suelo, donde había dormido la última semana. Al volver a la sala, vio el rostro radiante de su hijo --el cerquillo rubio, los ojos verdes--, y se sintió mal de haberle dicho, hacía una semana, que a partir de ahora estaría mejor que sus compañeros en el kinder, tendría dos casas y dos autos, y que Fernando tenía que dejar la casa para ir a cuidar la casa y el auto nuevos. A Santi le había gustado la idea, además ahora podría dormir todas las noches en la "cama grande", junto a su mamá. Eli opinó que no era bueno mentirles a los niños, ellos entienden más de lo que parece, pero al final no se opuso; tan difícil, saber qué era lo correcto con un niño. Lo único que alegraba a Fernando era algo que le había dicho la sicóloga del colegio de Santi: si ocurre, mejor que sea entre los cuatro y los siete. A esa edad aceptan los cambios sin mucho cuestionamiento. Fernando no estaba seguro de que tuviera razón, pero estaba dispuesto a aferrarse a lo que ella había dictaminado.
     Fernando sacó la foto. El alce mantuvo la cabeza erguida un buen rato; luego se dio la vuelta y desapareció. Mientras aproximaba el rostro a la ventana de la puerta corrediza, Fernando sintió un golpe en las costillas. Era una estocada de Santi.
     --Uno a cero, uno a cero--, gritó su hijo.
     Fernando fingió furia y se enfrentó a Santi como había visto que lo hacían en La guerra de las galaxias; el suyo era un lightsaber, y él el padre de la voz ronca que luchaba con ese hijo que todavía no sabía que lo era. Él era la encarnación del mal, y su hijo, pobre, la luz que se dejaría corromper por ese padre imperfecto.
     No, no estaba bien que pensara así. La culpa era un sentimiento valioso, pero no debía dejarse dominar por ella.
     Fernando corrió por la sala detrás de Santi. Uno a uno. Dos a uno. Era un piso grande, debía haber alquilado el estudio, no estaba en condiciones de gastar mucho; el abogado le había dicho que todo esto, en términos económicos, le haría perder unos cinco a siete años.   No quería pensar en eso. Ravenwood estaba bien, tenía una piscina, un parque con columpios donde Santi podría divertirse, y alces merodeando por el condominio. El día que fue en busca de un lugar dónde dormir, lo había acompañado Santi; había dejado que Santi eligiera el piso, y cuando lo hizo, aunque pensó que el alquiler era caro, se dio cuenta de que no estaba en condiciones de negociar con Santi; o sí lo estaba, pero no quería hacerlo.
     Tres a uno, ganaba Santi. Cuatro a uno. Cuatro a dos.
     Fernando se detuvo al lado de varias cajas de libros en el suelo. Recordó el dibujo de Santi que la sicóloga le había mostrado, hecho al tercer día de que él no durmiera en casa; allí había una persona de sexo indefinido que lloraba. "Mommy", había escrito Santi en la parte inferior. Fernando pensó en Eli, en los años transcurridos desde que la había conocido. ¿En qué momento la maravilla había dejado de serlo? ¿Dónde estaban, qué hacían, por qué no se habían dado cuenta a tiempo?
     --¡Cinco!--, gritó Santi.
     Fernando se tiró al piso de alfombra gris de la sala, farfulló unas palabras de agonizante, puso una cara de dolor. Santi sonreía.
     --¿Jugamos con las cartas de Pokemon ahora?
     Buena pregunta, se dijo Fernando entreabriendo los párpados. ¿Ahora qué?
     Tirado en el piso mirando el techo blanquísimo, sintió el vértigo, el miedo ante ese vacío que se abría a sus pies. Se preguntó si era más fácil cruzar los puentes colgantes con los ojos abiertos o cerrados.
     --Okey, Pokemon -dijo--. Pero te advierto que no me acuerdo de las reglas.
     --No importa --dijo Santi--. Esta vez te voy a dejar ganar.
     Perfecto, se dijo Fernando. Eso quería. Que alguien lo dejara ganar.
     Debía incorporarse, pero se estaba muy bien ahí, en el suelo.
     Se quedó ahí, esperando que los segundos, los minutos, se estrecharan, que Santi tardara en encontrar las cartas de Pokemon en la caja de sus juguetes.

(Revista del Verano, El País, 14 de agosto 2008)

 

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19 de agosto de 2008
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