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Lars y la bondad real

Lars and the real girl (2007, dirigida por Craig Gillespie) es una película encantadora, que sin embargo resulta difícil de contar sin inducir a confusión. Dicho lo cual, déjenme intentarlo...

Todo el pueblo adora a Lars Lindstrom (Ryan Gosling, un actor cada vez más enorme), un joven dulce y religioso que, sin embargo, vive la vida de un misántropo. Marcado a fuego por la muerte de su propia madre, que no sobrevivió a su nacimiento, Lars es apenas funcional: tiene un trabajo y mora en el garage de la casa paterna, ocupada ahora por su hermano mayor, Gus, y su mujer Karin, cuyo embarazo angustia a Lars en tanto remite de forma inevitable a su parto traumático. Pero aunque tolera las gentilezas que la gente le prodiga a diario -en un pueblo tan pequeño, todo el mundo está al tanto de su historia-, Lars los mantiene a todos a distancia -incluyendo a su hermano y a su cuñada.

Un día Lars recibe una caja enorme por correo. Y esa misma noche sorprende a Gus al decirle que tiene una huésped que desearía presentarle. La recién llegada se llama Bianca. Es una muñeca tamaño natural... y anatómicamente correcta.

Las situaciones que Lars genera al comportarse todo el tiempo como si Bianca fuese de carne y hueso -salvo a la hora de la intimidad: como dije, Lars es devoto y no haría nada con ella antes de casarse-, van de lo incómodo a lo hilarante. Asesorados por la médica y psicóloga Dagmar (Patricia Clarkson, siempre eficiente), tanto Gus y Karin como el resto del pueblo se prestan a la charada, convencidos de que Lars ha ‘inventado' a Bianca por una buena razón a la que debe permitírsele seguir su curso. Y aunque Gus dude de la conveniencia de semejante política, le resulta indiscutible -así como a nosotros, espectadores-, que a partir de la irrupción de Bianca el bueno de Lars empieza a abrirse al mundo como nunca antes.

Puede que la película no sea perfecta. Pero hay algo que el guión y el director Gillespie y el mismo Gosling han hecho muy bien, cuando uno se encuentra respondiendo a Bianca con la emocionalidad que sólo solemos reservar a los humanos de verdad. Durante un buen tramo me cuestioné la bondad con que todos en el pueblo trataban a Lars y fingían relacionarse con ‘Bianca': ¡justamente yo, que vivo diciendo que no pensamos lo suficiente en la cuestión de la bondad! Lleno de cicatrices prodigadas por la experiencia, me decía que en el mundo real Lars no tardaría en toparse con imbéciles que le harían notar que Bianca es una muñeca y la ‘violarían' delante suyo para subrayar el punto. Se me ocurrió entonces que Lars sería mejor película si fuese menos fábula. Pero al aproximarse el final y volverme consciente de mis propias emociones, entendí que en ese caso me habría perdido precisamente aquello que tanto me estaba conmoviendo: el espectáculo de la generosidad humana en acción -una visión, ay, tan infrecuente.

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26 de agosto de 2008
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Pan y circo

Rafael Argullol: A finales del siglo XIX también la atención de miles de personas que iban a ver esos monstruos que no podían ver en las calles de su ciudad. Evidentemente en nuestros días tenemos otros escenarios en los que se nos muestran tales monstruos.
Delfín Agudelo: Respecto a estos otros escenarios, a los cuales ya nos referimos en conversaciones anteriores,  ¿considerarías que el concepto de monstruo ha estado sujeto a una evolución en la medida en que cada vez se encuentran más aspectos propios del humano que se empiezan a reflejar, creando así nuevos monstruos? ¿Acaso el mito del minotauro o del unicornio es una cuestión inmemorial, atemporal? ¿O acaso la misma cultura está en la necesidad de crearlos?
R.A.: Creo que cada época y fase crea sus propios monstruos pero en la medida en que tu vas destilando la esencia o  contenido de estos monstruos te das cuenta hasta qué punto parten de una raíz universal, y de una raíz atemporal Nosotros incluso podríamos repasar monstruo por monstruo, de esos que salen en nuestras pantallas, sean cinematográficas o de televisión, ordenarlos, y nos pueden parecer genuinamente actuales pero al repasarlos les encontraríamos las raíces de épocas anteriores, de hecho muy anteriores. En ese sentido el monstruo en el nivel individual tiene mucho que ver, como decíamos al principio, con nuestros sueños, pesadillas, temores, ansias de libertad. En el terreno colectivo tiene mucho que ver con esto, pero elevado al terreno del entretenimiento. El panem et circem de Roma, con sus gladiadores y leones, efectivamente tenían como plato fuerte los monstruos. Lo que realmente se utilizaba para entretener a la plebe y a la muchedumbre no eran solamente los combates, como ahora se cree, que evidentemente invitaban a la muerte y a la violencia; ni la doma de leones. La gran atracción era el anuncio de que se llevaban desde la periferia del imperio al centro del imperio, es decir, a Roma, criaturas prodigiosas, monstruosas. Eso era el centro de la gran atención colectiva del pan y circo romano. Evidentemente si tú logras tener entretenida a la multitud; si una sociedad, no digo un poder exterior, se entretiene a través de estas criaturas que habitan en las fronteras de la imaginación, esa sociedad es una sociedad que difícilmente va a reflexionar sobre sí misma, porque está tan fascinada con la magia de las criaturas que evidentemente lo monstruoso se convierte en una necesidad colectiva imprescindible.
Pienso que esto ha actuado siempre. Estoy seguro de que si fuéramos a los ritos aztecas, o egipcios, hindúes, mayas, griegos, romanos e incluso etruscos, encontraríamos esos elementos que nosotros creemos que son propios de nuestros días. Lo que ocurre es que, de nuevo como en algunos aspectos, lo que es muy llamativo es el carácter completamente masivo de la comunicación monstruosa. Es probable que haya que establecer la diferencia entre el ciudadano popular romano que se tenía que ir al circo para ver estos monstruos que venían de la periferia al centro, y nosotros que tenemos ipso facto y simultáneamente una parada de monstruos universal que va llegando católicamente a nuestras pantallas de manera permanente.

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26 de agosto de 2008
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II. La máquina del tiempo

/upload/fotos/blogs_entradas/h._g._wells_la_maquina_del_tiempo_1_med.jpgLa máquina del tiempo de H.G. Wells no refleja sino nuestra ambición de saber como será el futuro, o la de regresar al pasado. La mueven los mismos resortes que nos llevan a desear ser invisibles, ser jóvenes para siempre, resucitar a otra vida. Comprobar como nos recordarán en el futuro, si es que nos recordarán del todo. ¿Trascenderemos, sabrán de nosotros dentro de un siglo, o seremos olvidados por completo? Preocupación sobre todo de quienes tratan de cumplir hazañas en la vida, empezando por las hazañas literarias.

Este último es el tema del extraordinario relato Enoc Soames, escrito por Max Beerbohm (1872), y que forma parte del libro Siete hombres (Alfaguara, 2007). Un poeta de ínfulas, y presencia siempre enojosa, se encuentra en un pequeño restaurante de Londres con el diablo un 3 de junio de 1897, y pacta con él que lo traslade al futuro. Quiere hacer un viaje de un siglo, y hallarse ese mismo día en la sala de lectura de la biblioteca del Museo Británico, hasta la hora misma del cierre,  para revisar los ficheros y averiguar que se dice de su nombre y de su obra en libros e enciclopedias.

El favor le cuesta, por supuesto, el alma, que debe entregar a su gratificador al regreso del viaje que le permitirá satisfacer su curiosidad por el destino que el futuro depare a sus poemas. O más que su curiosidad, su ambición desgarradora de saber si la posteridad tiene algún premio para él. Lean también esta historia.  

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26 de agosto de 2008
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Mancebos del arte

"Incluso en los goces artísticos, que se buscan, sin embargo por la impresión que producen, nos las arreglamos lo más pronto posible para prescindir, por inexpresable, de lo que es precisamente esa impresión misma y para dedicarnos a lo que nos permite sentir el goce sin conocerlo hasta el fondo y creer comunicarlo a otros gustadores con quienes será posible la conversación , porque les hablamos de una cosa que es la misma para ellos y para nosotros, ya que se ha suprimido la raíz personal de nuestra propia impresión. En los momentos mismos en que somos los espectadores más desinteresados de la naturaleza, de la sociedad, del amor, del arte mismo, como toda impresión es doble, medio envainada en el objeto, prolongada en nosotros mismos por otra mitad que sólo nosotros podríamos conocer, nos apresuramos a prescindir de ésta, es decir, de la única a la que debiéramos ser fieles, y sólo tenemos en cuenta la otra mitad, que, no pudiendo profundizar en ella porque es exterior, no nos producirá ninguna fatiga." ( Marcel Proust A la Récherche... traducción de alianza editorial  p.241, La Pléiade, 3, p. 891. A partir de ahora, cuando cite a Proust me referiré a esta edición en tres tomos efectuando yo mismo la traducción.)

La erudición posibilita "el razonar sin límite sobre el arte", pero en nada facilita "la sumisión a la realidad interior"(3,882) que es la condición del mismo. La erudición es precisamente el pantano en el que quedan atrapadas las vírgenes (o mancebos si se prefiere) del arte que el juicio final tan justamente condena:

"El pequeño surco que la vista  de una iglesia ha abierto en nosotros, nos parece demasiado difícil de ser percibido. Sin embargo interpretamos la sinfonía, volvemos a ver la iglesia hasta que- en esta huida de nuestra vida que no tenemos el valor de contemplar y que se llama erudición- las  conocemos tan bien, y de la misma manera que el más sabio de los músicos o arqueólogos. Por ello, ¡cuantos son los que se quedan en este nivel y nada extraen de su impresión, envejeciendo inútiles e insatisfechos como solterones  del arte! Tienen los dolores propios de las vírgenes y de los perezosos, dolor que la fecundidad y el trabajo curarían." (3, 891-892)

La erudición es la fuente de esa exaltación excesiva ante la obra ajena, tan diferente de la más contenida de aquellos para quienes constituye "objeto de una dura labor de profundización" (ídem).

"Se exaltan tanto más respecto a la obra de arte que los verdaderos artistas, pues tal exaltación no es para ellos objeto de una dura tarea de profundización, se despliega hacia el exterior, enardece sus conversaciones, enrojece su rostro; creen realizar algo gritando hasta la afonía ¡bravo ,bravo¡ tras la interpretación de una obra que les gusta. Pero estas manifestaciones no les mueven a aclarar la naturaleza de eso que aman, que permanece para ellos desconocido." (3, p.892)

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26 de agosto de 2008
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El tambor

La melancolía es adictiva. Dentro de ella se mezclan fácilmente  el pasado y el presente así como las ropas que se revuelven sin orden en una colada. De unas a otras trasmigran olores y manchas sin que al cabo de la función quede nada a la vista de unas y otras. Queda, de nuevo, la melancolía de su rastro apegado a la historia de las prendas que ha desaparecido sin perder, no obstante, otra presencia. Paralelamente, el olvido opera como el tambor de una lavadora en cuyo seno galopan los restos de una y otra historia confundida. Residuos de tinte y detergentes, ínfimas hilachas del tejido, erosiones de los corchetes, los botones o los pasadores del sujetador. Mínimo universo de piezas reducidas a la mínima expresión y que tan sólo un laboratorio esmerado devolvería a la evidencia de su realidad.

Más o menos como se consigue mediante la profesionalidad del recuerdo emplea que repone  por imantación, temperatura y mordimiento la materia que habiendo perdido su diseño original pervive como una reliquia sin otra condición que lo sagrado y, como tal, elige como sede exclusiva la delicadeza de la memoria. Sede especial en donde se posa la vida cuando ha dejado de poseer acción, sufrimiento, utilidad o destino y, entonces, liberada de cualquier quehacer se traduce en reliquia pura. La reliquia dorada que  incluye hoy esta jaqueca. La jaqueca que reproduce la estructura endurecida de la ya vana construcción. La construcción que la imaginación todavía inventa como hábitat del pasado desgastado, centrifugado, roído, desintegrado en las partículas que revolotean en el rumoroso lavado del tambor.

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26 de agosto de 2008
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Flor de Lotto / XVI

XVI. El caso de la causa fantasmal.

Hay cierta clase de mujer con la que todos quisieran dormir, pero nadie tener que despertar, se confiesa Andersón una vez que la Corleonetta dio el portazo final y salió a recoger su Trans-Am convertible carmesí, inconfundible gracias a las vestiduras atigradas y la Venus de Boticcelli dorada sobre el tablero, justo debajo del retrovisor. Al fuego desatado de la noche anterior lo había seguido una erupción de mal humor en la mañana. Pero es que él se lo dijo y ella no le hizo caso. Ese polvo maldito le jode la nariz, algo tiene en los senos frontales que se le queda allí la caspa del demonio. No ha ido a ver al doctor, sólo sabe que si le da un jalón va a pasarse dos meses moqueando y estornudando. Se lo advirtió a la bruja y ella le metió el polvo a la fuerza. ¿Con qué derecho se le pone así sólo porque atinó a estornudar enfrente de la coca que quedaba? Le pegó, lo pateó, le escupió, pero acabó inhalando de la alfombra, como un oso hormiguero con la trompa cortada. Vas a pagar por esto, le advirtió y desapareció tras de la puerta.

     -Sosiégate, amiguito. Deja ya de contarme pendejadas que yo no puedo ni decir que oí. A menos que quisiera ir a tu entierro, y a mí esas ceremonias me aburren mucho, ¿sí? ¿Me sigues, Andersón? No empieces a aburrirme porque voy a acabar comprándote flores, y tú no vas ni a olerlas, por andar de hocicón. Si tú me dices que el problema está en que a la Corleonetta se le agotaron los caramelos, yo le mando contigo una joya noventa y nueve por ciento pura que la va a hacer lamerte las botas con las que acabas de pisar cagada. ¿Qué más quieres, pendejo? Más no puede hacer nadie, ni Don Alex. ¿Pero qué tal me andabas preguntando por ella?

     -Tú me metiste en esto. Tú le dijiste cómo y dónde encontrarme en Miami -Segismundo no se decide entre ladrar y susurrar su desososiego en el teléfono. Está en una cabina, no lejos del hotel. Duda aún si lo siguen, pero ya lo presiente. Cierra los ojos e imagina de vuelta a Don Alex ufanándose de que su hija tiene los brazos aún más largos que él.

     -Yo le di lo que me pidió, Segismundo. Y eso mismo harás tú, mientras tengas el tino de evitarnos la joda de darte sepultura en solemne momento. Te estás tirando al diablo, Andersón. Si te gustó la cola, aguanta el trinche.

     -¿Y por qué yo, Mauricio? ¿Para esto me sacaste de Vegas?

     -Tú, amiguito, eres una ficha afortunada. No a cualquiera le pasa, y es posible que a ti te haya pasado porque eres todavía más cualquiera que los otros. ¿Sabes por qué nadie ha logrado hacer lo que tú vas a hacer? Ninguno ha conseguido despojarse del móvil cómún en este caso, que es una causa.

     -Según tú, yo no tengo una causa.

     -Las fichas no tienen causa, aunque valgan por diez millones de dólares. Son fichas, ¿ya me entiendes, amiguito? La última vez que te vi, estabas de quejiche porque el patrón se había deshecho de dos fichas y sólo te pedía que acabaras la chamba con pulcritud. ¿Sabes qué sucedió, en la práctica? Simplemente, la ficha con el nombre de Segismundo Andersón acabó por comerse a las dos que a su vez querían merendárselo.

     -¿Peones que comen peones?

     -No te engañes, mi Segis. Esas son piezas, ya te dije que tú eres una ficha. Una pinche ficha. De plástico, redonda, igual a tantas otras. Y aun así te andas comiendo a una reina... Si fueras más despierto, evitarías hacerme tantas preguntas. Yo, por ejemplo, sí que soy un peón. No tengo pretensiones, pero sirvo a mi reino hasta donde puedo. No conozco la causa que me anima, sin embargo sospecho que es la vida. Una causa muy linda, ¿No, amiguito? Ahora cuelga el teléfono, que te están esperando.

     Segismundo está a punto de mirar hacia atrás de la cabina cuando una pieza de metal en la espalda casi inmediatamente se la baña en sudor. Alguien que no quisiera ser identificado lo invita a acompañarlo abordo de una enorme camioneta blanca. Mira el reloj: son casi las cinco de la tarde. No lo recordará cuando despierte del cachiporrazo que ahora mismo lo libra de toda congoja.

Mañana en FLOR DE LOTTO: XVII. Donde la estrella es usted.

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25 de agosto de 2008
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El canon de los escritores en español

Hace un par de semanas (10 de agosto), el suplemento dominical del periódico El País publicó un reportaje acerca de los cien libros elegidos por cien escritores en español. Cada escritor debía hacer una lista de diez libros, en orden de importancia; si bien la pregunta no pedía necesariamente hablar de los libros que considerábamos mejores, sino de los que nos habían marcado, los resultados, igual, pueden leerse como una suerte de canon, un corpus de textos fundamentales para los escritores hispanoamericanos. El reportaje es revelador en más de un aspecto:

Dos tercios de los escritores encuestados son españoles; el resto, latinoamericanos. Los resultados hubieran sido muy diferentes si el reportaje lo habrían hecho Clarín, La Tercera o algún periódico de El Salvador. Por ejemplo, en el lugar 98 de la lista se encuentra "Harri eta Herri" ("Piedra y Pueblo"), de Gabriel Aresti. ¿Quién en América Latina conoce a este escritor? A favor de los españoles: ningún libro de Camilo José Cela aparece en la lista.

Un amigo catalán me comentó que la lista mostraba no tanto lo que había marcado a los escritores, sino la forma en que ellos querían verse: como seres sofisticados que pueden tener un lugar en su corazón para Verne, Salgari y Dumas, pero que, a la hora de la verdad, preferirán mencionar a Cervantes, Proust, Homero, Kafka (los cuatro autores cuyos títulos ocupan los primeros cinco lugares de la lista). Siguiendo esta lectura, habría que preguntarse cuánto de embuste y falsa apariencia es parte fundamental de la confección de un canon.

De los primeros veinte títulos, sólo cuatro son de escritores en español: Cervantes, Borges, García Lorca y Rulfo. Nos gusta leer traducciones, somos muy receptivos a lo que se escribe en otras latitudes, lo cual suele ser saludable, aunque a veces va incluso en desmedro de lo nuestro. Los que han visto estas listas en periódicos de los Estados Unidos e Inglaterra saben que allí los veinte primeros títulos incluirían al menos quince escritos en inglés.

¿Qué queda del Boom? Mucho Vargas Llosa. Cuatro títulos suyos aparecen en la lista: La ciudad y los perros (44), Conversación en la Catedral (70), La guerra del fin del mundo (79) y La tía Julia y el escribidor (88). Aparte de él, hay lugar para Rayuela (41) y Cien años de soledad (59). Carlos Fuentes no existe.

El canon, hoy, responde también a lo que el mundo editorial dice que importa: la novela. Entre los primeros veinte libros sólo aparece uno de poesía (Poeta en Nueva York), tres de cuentos y relatos (Ficciones, los cuentos de Chejov, Las mil y una noches), y uno de narrativa que entrecruza la parábola con los aforismos y la novela-río: la Biblia. El primer libro de ensayos en la lista es el de Montaigne (23). Por lo demás, reinan los novelones: Don Quijote (1), En busca del tiempo perdido (2), Ana Karenina (6), Moby Dick (7), Guerra y Paz (9), Los hermanos Karamazov (12)... Hablamos mucho de nuestra predilección por la novela corta, pero a la hora de votar sólo nos acordamos de La metamorfosis (5).

Se trata de una lista muy estática: este reportaje podría haber sido publicado treinta años atrás sin muchos cambios. Para sorprenderse hay que llegar al lugar 28 (El corazón es un cazador solitario), no tanto porque la McCullers no lo merezca, sino porque ¿podía sospecharse que estuviera tan arriba, que su novela fuera para tantos escritores superior a Cien años de soledad?; seguir hasta el 54 y vérselas con El largo adiós, encontrar los Aforismos de Lichtemberg en el 81. Del Dream Team inglés sólo está Ishiguro, y podemos haber leído mucha ficción norteamericana de los últimos veinte años, pero a la hora de elegir nos quedamos con Salinger. Y a pesar de que todos los títulos de la lista de Alejandro Zambra sean de libros de Perec, no es suficiente: el autor de La vida instrucciones de uso tampoco está entre los cien.

¿Qué es el canon? Fernando Iwasaki dice que lo único concreto es que se trata de una marca de impresoras. Todo lo demás debería ser discutible, a pesar de que listas como ésta tiendan a una sospechosa inmovilidad.

La Tercera, 25 de agosto 2008

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25 de agosto de 2008
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Contra la derrota

"La derrota ya tiene suficientes

enamorados. Este

día feliz del centro del verano

les plantearemos cara"

 

Esos versos del poeta Juan Antonio González Iglesias marcaron mi inicio de espectador de los juegos que acaban de terminar. Estoy con la melancolía del día después. No me gustan las ceremonias. Mucho menos las de clausura. Las mañanas del final del verano- ya no son las del "centro del verano" del poema- siguen teniendo sentido pero no es lo mismo. Ya no ordena nuestro tiempo, nuestras emociones la cita con estos hombres y mujeres que durante unos días, en unos segundos o en unas horas, nos permiten participar en una fiesta global, en una gloria antigua que viene de Grecia, de cuándo fuimos paganos. Se terminaron los días olímpicos. Se termina madrugar para ser el que mira el juego. Habrá que esperar unos años para volver a la cita con ese lugar dónde los hombres aplauden a los raros atletas.

Nostalgia de los cuerpos de las atletas. ¿Dónde pasará el invierno Yelena Isinbayeva? A la olímpica pertiguista no le gusta hablar. Prefiere hacerlo. Le gusta estar sola en la cumbre. Y a mí me gustaría seguir mirándola.

Estoy en el pueblo con más medallas por metro cuadrado del mundo, en Aldán. El pueblo de Carlos Pérez, oro en regatas. El pueblo de David Cal, cuatro medallas le contemplan al hijo del panadero, al chico que creció trazando líneas en las aguas de esta pequeña ría. La misma ría de las hermosas piragüistas Teresa, Sonia, Tamara. Llegaran con sus medallas. Con su hermosa victoria contra la derrota. Chicos y chicas jóvenes que entrenan escuchando rock urbano en sus mp3. Chicos del Morrazo que durante unos días han sido los héroes de nuestros sueños de verano.

/upload/fotos/blogs_entradas/david_cal_med.jpgUn hermoso poema dedicó González Iglesias a David Cal en sus "Olímpicas". Algunos versos decían esto:

 

"....En internet lo llaman un tímido de oro.

El piercing de su boca es un punto de acero.

Ama los monosílabos.

Es de un pueblo pequeño. Cada día cargaba

con esa embarcación esbelta y frágil

y remaba en el mar de la monotonía

inconsciente, constante, lo mismo que el asceta

que reitera ejercicios para salir del mundo,

así durante meses, durante años,

para llegar a esto..."

 

Mañana estará aquí, ya no es la sorpresa de Atenas, el atleta de oro. Es el humano que ganó la plata con esfuerzo, sudor y entrega. También los elegidos para la gloria saben que ganar marea.  

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25 de agosto de 2008
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Una palabra tuya

Madrid se merece esta emocionante película que habla de gente de la calle, de supervivientes que quieren algo más para sus vidas que lo que les ha tocado en suerte, que luchan por conquistar el amor, la maternidad y lo que quiera que uno crea que le va a dar la felicidad. ¿Quien no tiene compañeras de trabajo, hermanas, vecinas, primas o conocidas como Milagros y Rosario? Estas dos mujeres tan distintas y al mismo tiempo unidas por la insatisfacción están en la franja de los treinta, cuando ya se tiene bastante vida a la espalda como para que algunos recuerdos se hayan convertido en fantasmas. Rosario logra tirarlos a la basura como quien dice (ya verá el espectador cómo), mientras que lo de Milagros tiene peor arreglo porque quiere desesperadamente lo que no tiene. Y es que debajo del aspecto de chica atolondrada de Milagros hay un tormento (ya descubrirá el espectador cuál es).

Por supuesto son los matices interpretativos los que montan estos dos inolvidables personajes con sus amarguras y pequeños momentos de gloria. /upload/fotos/blogs_entradas/una_palabra_tuya_2_med.jpgSon los diálogos frescos e inteligentes de un buen guión (basado en la estupenda novela Una palabra tuya de Elvira Lindo, que obtuvo el premio Biblioteca Breve) los que en las bocas de Malena Alterio (Rosario) y Esperanza Pedreño (Milagros) forman una historia única e intransferible porque está sostenida sobre sentimientos de verdad. Se trata de dos actrices apabullantes, conocidas sobre todo por su trabajo en televisión, a las que ese medio no ha arrebatado ni un gramo de su gracia natural.

Frescas, naturales, ingenuas, sabias, un poco duras, un poco tiernas, con mucho que dar a la gente de alrededor. El personaje de Malena Alterio siempre está tiernamente cabreado, el personaje de Pedreño está desesperadamente alegre. Milagros no sabe esperar y desde la primera vez que la vemos nos da la sensación de que bordea el peligro, de que anda por el alambre, de que no le importa caerse y también que puede arrastrarnos con ella. Qué miedo da alguien que ha perdido el miedo. A Milagros le ocurre algo que no vemos, lo que nos produce incomodidad, desasosiego, mientras que el drama de Rosario está a la vista de todos y, aunque sea duro asistir al deterioro de su madre, somos capaces de acompañarla en su lucha con el día a día. Ninguna de las dos tiene grandes ambiciones ni grandes sueños, tienen problemas que resolver.

Rosario quiere y no quiere que Milagros la arrastre a su particular mundo de riesgo. Mira con recelo su temeridad, pero al mismo tiempo le viene bien porque le abre horizontes, le enseña a vivir y a ir perdiendo el miedo, a vencer límites. El espectador intuye que para Milagros hay asuntos de fondo más importantes que pasarse por el forro unas cuantas reglas. Una palabra tuya habla del miedo a no vivir lo suficiente y del miedo a vivir demasiado, a pasarse de la raya. Rosario y Milagros son esos tipos de personas en que casi todos nos podemos reconocer (los que se atreven y los que necesitan ayuda para atreverse) y que mueven la sociedad porque no están predestinadas a nada, porque luchan, dudan, trabajan, porque es la gente que limpia las calles, conduce taxis, cuida a los familiares enfermos, la que no tiene más remedio que ser generosa si no quiere tener remordimientos el resto de su vida. Es la gente que no puede más y que no tiene a quien quejarse.  Rosario y Milagros forcejean con la mediocridad sin filosofar, mediante una rebeldía interior que dejan aflorar en sus actos y en palabras que no pretenden entrar en la posteridad y que sin embargo logran entrar  en nuestra experiencia vital. Son seres entrañables dueños de un temperamento propio, de estados de ánimo y emociones que vemos reflejados en cualquiera de nosotros.

Y esto es lo difícil, que algo tan sutil como "una manera de ser" alcance consistencia en la pantalla y que sea la materia prima de la historia. Algo que no sería posible sin unos actores de gran calidad, entre los que hay que incluir el trabajo de Antonio de la Torre dando vida a un tierno y entrañable Morsa. Y desde luego sin la dirección de una inspirada Ángeles González-Sinde, que alcanza en esta cinta un magnífico resultado.

El Madrid de esta historia de identidades que se rehacen es un "Madrid por dentro". Las calles podrán cambiar de dirección, se podrán levantar unas casas y tirar otras, soterrar la M-30 y remozar barrios enteros, pero lo que de verdad marca la naturaleza de esta ciudad es su gente.

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25 de agosto de 2008
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I. Regreso a las profecías

Que una persona pueda volverse invisible no fue la única de las profecías de H. G. Wells, el gran novelista de ciencia ficción del siglo diecinueve. Concibió los viajes a la luna en El primer hombre en la luna, las invasiones extraterrestres en La guerra de los mundos, las manipulaciones genéticas para conseguir seres híbridos entre hombre y animales en la Isla del doctor Moreau, y los viajes a través del tiempo en La máquina del tiempo.

Toda una mina para las producciones cinematográficas, aunque algunas de esos vaticinios queden aún por cumplirse. Algunos, como el de la invasión de seres extraterrestres, lo hizo realidad Orson Welles en su legendaria emisión de radio de 1947, que aterrorizó a la gente en las calles, pues se lo creyeron de verdad, otra prueba de las consecuencias reales de la ficción./upload/fotos/blogs_entradas/george_orwell_1984_med.jpg

Otros notables profetas del siglo veinte pudieron predecir los horrores de la sociedad contemporánea con asombrosa certeza, como es el caso de George Orwell, quien e su clásica novela 1984, publicada en 1949, creó el personaje del big brother, el gran hermano que todo lo sabe y todo lo vigila, guardián supremo de la sociedad dominada por el pensamiento único, donde pensar se vuelve un crimen de estado. La fecha de 1984, tan cercana cuando se escribió la novela, y sobre la que ya pasamos hace tiempo rumbo al incesante futuro, dejó sin embargo su marca indeleble en el mundo contemporáneo. Decimos el mundo orwelliano, como decimos el mundo kafkiano. 

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25 de agosto de 2008
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