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El Santuario del Sol

Me encantaría que leyerais este relato que escribí a partir de las conversaciones que tuve como mi amiga Raquel, experta en el Calcolítico. Los datos que me daba me hacían imaginar un mundo con una espiritualidad tan primitiva y auténtica que algo ha debido de quedar impregnada en la piedra de monumentos como el de Stonehenge, tras dos mil años de su misterioso culto. Al no tener escritura, algunas cosas se pueden saber pero otras sólo suponerlas.

Artículo relacionado: El Santuario del Sol. Publicado en El País Semanal, 3 de agosto de 2008

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14 de agosto de 2008
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Palabras profanas (2)

Otra palabra que en mi país se está usando de modo falaz es la siguiente: ‘consenso'. Según pretenden los medios, lo que ‘la gente' reclama (‘gente' que por definición es anónima, y por lo tanto no puede protestar la impostura de los que se arrogan su representación), es que el Gobierno cree ‘consenso'. La idea no estaría mal en términos ideales: sería recomendable que los Gobiernos de todos los países apostasen a consensuar entre los actores sociales y económicos, convenciéndolos de empujar en la dirección del bien común. Pero en el caso de la Argentina, la palabra ‘consenso' se puso de moda en el contexto del enfrentamiento entre la administración de Cristina Fernández de Kirchner y los más poderosos empresarios agropecuarios. En este marco, la falta de ‘consenso' por la que se responsabiliza a Cristina equivale a la admisión lisa y llana de que el otro tenía razón. Y hasta donde yo entiendo mi diccionario, ‘consenso' (‘conformidad de una persona con una cosa o acuerdo de varias personas entre sí', María Moliner dixit) no supone la aceptación de algo con lo que no se está de acuerdo; si así fuese, la paz de los cementerios debería llamarse ‘consenso'.

El ‘consenso' es deseable en una sociedad, en esto estaremos de acuerdo todos. Lo que hay que comprender es que no siempre es posible, ni recomendable. Existen momentos y circunstancias en los que esta clase de ‘consenso' que hoy parece tan importante resultaría inadecuado. No puede haber ‘consenso' durante una dictadura militar -ni durante una dictadura de los mercados.

¿Se puede profanar una palabra? Claro que sí: si al usarla la despojo de su significado original, acercándola incluso a un sentido opuesto al que tenía, la estoy profanando. Sólo puede existir consenso verdadero entre partes que están dispuestas a conceder algo, con ánimo de encontrarse con el otro a mitad de camino. Consecuentemente, aquellas partes que no están dispuestas a ceder nada no pueden reclamar ‘consenso'. En todo caso, lo que reclaman es que el otro acepte su derrota sin protestar. Se pueden firmar tratados en estas circunstancias, pero como la Historia prueba de manera repetida, los acuerdos suscriptos entre un vencedor indiscutido y un vencido humillado son papeles que el viento termina desordenando.

Por más que quiera, nunca lograré consensuar con quien sólo piensa en su propio bienestar. Porque el hecho de que se valore a sí mismo por sobre todas las cosas determina que sólo querrá consensuar conmigo cuando tenga todas las de ganar, o se haya impuesto ya.

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14 de agosto de 2008
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Música para camaleones

Hubo una vez, a mediados de los ochenta, en que fui un chico heavy metal: juraba y rejuraba por Van Halen, AC/DC, Judas Priest y compañía. Eran los tiempos de la adolescencia en Cochabamba. Después, en mis años de estudio en Buenos Aires, fui de todo corazón del rock en español: Soda Stereo, Charly García y otros grupos ya olvidados fueron la música de fondo de esos días en que descubrí que quería ser escritor. Ya en los Estados Unidos, fui un chico pop y new wave en Alabama, y en Berkeley supe del grunge de Nirvana y Soundgarden. Hubo, claro, también, R.E.M., Blink 182, Green Day. En Sevilla me entregué al "placer culpable" de grupos españoles como Amaral y Pastora, y luego, en Ithaca, fui un muchacho Britpop: Kaiser Chiefs, Keane, Snow Patrol, The Magic Numbers...

Ahora estoy, me imagino, en mi período ecléctico. Aquí va una lista de algunas canciones descubiertas estos meses, mientras recorría las misiones en jeep, me encerraba en un departamento con amigos escritores y cineastas a hablar de todo y de nada, pasaba las horas en la habitación de un hotel en El Escorial, y volvía a entender que la vida era un largo viaje y que no quería que acabara.

Andrés Calamaro: "Clonazepan y circo".

Joy Division: "Atmosphere".

Kevin Johansen: "La hamaca", "Por las ruas pelas calles", "S.O.S. tan fashion".

Teleradio Donoso: "Máquinas".

Stereophonics: "Getaway", "Climbing the Wall".

The Walkmen: "Postcards from Tiny Islands".

The National: "Apartment Story", "Start a War".

Bat for Lashes: "What's a Girl To Do".

Francisco Nixon: "Vagamos por las calles".

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13 de agosto de 2008
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Fotos, memoria y azar

Una gran exposición fotográfica en A Coruña de los hermanos Mayo. Extraordinarios fotógrafos que crecieron en el exilio mexicano. Como tantos habían perdido la guerra, eran republicanos, "rojos". Delatados desde su nombre, eligieron estos gallegos llamados Bouza, en compañía de los madrileños Castillo, llamarse Mayo como homenaje a los trabajadores, a la fiesta del 1 de Mayo.

Fueron fotógrafos desde los días de las revueltas mineras en Asturias, en la Guerra Civil, pero también fotógrafos de los famosos, los deportistas, las celebraciones, los retratos de estudio o la vida en la calle. La vida de un siglo vista por los hermanos Mayo.

Hace diez años conocí a Julio Mayo, el único superviviente ahora nonagenario, en México. Era un vigoroso octogenario lleno de pasión,  memoria, trabajo y azar. De todo eso se había forjado su vida de fotógrafo. Él había estado en la llegada de Trotsky a México. Había fotografiado a Frida, Diego Rivera, Orozco, Manolete o Cantinflas. Había fotografiado a los olvidados de los barrios, a Buñuel, a León Felipe y a la hermosa joven que aprendió a leer poemas en su compañía, Sara Montiel.

Los Mayo se habían pasado la vida mirando y atrapando la vida y sus protagonistas. De los anónimos luchadores del Quinto regimiento cruzando el Ebro a Robert Mitchum en un rodaje mexicano. Pero, además de otras muchas cosas, lo que yo quería hablar con Julio era de ese azar que le llevó a fotografiar a Marilyn Monroe en un hotel de la capital mexicana. Era en el año 62, pocos meses antes de morir, Marilyn, estaba simpática, había visitado un rodaje de Buñuel mientras rodaba El ángel exterminador. Hay una deliciosa foto. Todos contentos y Buñuel sonriente y feliz al lado de la rubia.

Y la otra foto, esa que el azar hizo que se viera que no todo en Marilyn era rubio. Esa en que se ven sus morenos pelos púbicos. Esa conturbadora foto que muestra que Marilyn no usaba ropa interior. Esa que tuvo al pequeño de los Mayo en frente y sin saber que se encontraría al revelar. Allí estaba la sorpresa, producto del azar, no de la rapiña ni de la picardía. Esa foto de Marilyn. Esa foto.

Mayo, después de hablarnos de aquella foto, volvió a confesarnos la imagen que se repetía todos los días de su vida. Él de joven en el frente de Guadarrama, en el regimiento de montaña, vestidos de blanco, escuchando los avances enemigos en los amaneceres fríos de los días de invierno en que Madrid se defendió de los asaltos fascistas. Esa su foto no realizada, su memoria visual y emocional más repetida de una vida que ha visto muchas cosas. Fotos que nunca hicimos. Momentos que no olvidamos.  

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13 de agosto de 2008
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La ambición eterna de hacernos invisibles

Volverse uno invisible ha sido a través de la historia de la humanidad la ambición de no pocos. Cuento en esta lista de primeros a quienes lo desearían por necesidad de su profesión, como los magos y prestidigitadores, que hasta ahora deben valerse de trucos de espejos, cajas de doble fondos y otras falsedades para crear ante los espectadores la ilusión de que desaparecen  y se vuelven transparentes como el aire.

En esa misma categoría profesional pondría a los espías que quisieran entrar en los despachos privados para revisar a gusto la correspondencia secreta del enemigo, o los archivos de las computadoras, y a los detectives que buscan sorprender bajo encargo a las parejas de infieles, y podrían así penetrar en el mismo lugar de los hechos, es decir, las alcobas clandestinas.

Y están también, no podemos decir que faltos de razones profesionales, los ladrones que sueñan con penetrar las cajas blindadas de los bancos y de las joyerías; y por qué no, los novelistas, que siempre queremos escuchar las conversaciones ajenas con toda impunidad, y así mismo ser testigos de las escenas íntimas que nos están vedadas, voyeurs como somos de oficio. Y no olvidemos a los tímidos, que prefieren pasar siempre desapercibidos.

El asunto ha sido resuelto, y ya podremos hacernos invisibles a voluntad.

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13 de agosto de 2008
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Palabras profanas

Aquellos que otorgamos a la palabra un valor sagrado como instrumento de verdad y belleza, deberíamos ser los primeros en indignarnos cuando se la usa para engañar, para confundir o simplemente para mentir. En un artículo publicado ayer por Página 12, Ricardo Forster alertaba sobre el empleo avieso del término ‘anacronismo', tan frecuente en labios de cierto periodismo de este país. ‘Anacrónico' (‘en desacuerdo con la época presente', asegura mi María Moliner) es como se define hoy aquí a todo hecho político tendiente a beneficiar a las masas menos favorecidas, y a los intentos de devolverle al Estado la fuerza que otrora tuvo, como actor principal en la persecución del bienestar de las mayorías. /upload/fotos/blogs_entradas/evo_morales_tras_ganar_el_referndum_med.jpgTambién suele tildarse de ‘anacrónica' la actuación de la Justicia en materia de derechos humanos. ¡Evo Morales es para ellos un anacronismo vivo! Y del mismo modo consideran ‘anacrónica' toda defensa de las ideologías -así, en un plural tan preciso como maravilloso-, en tanto datarían de un tiempo en que todavía eran útiles, o sea de los momentos postreros de la Historia, previos al triunfo ¿indiscutido? del sistema capitalista y la consagración del Discurso Único. Si de algo sirven los diarios de estos días (¡Beijing! ¡Osetia!) es para demostrarnos no sólo que la Historia prosigue, mal que le pese a Fukuyama, sino también que está muy pero muy lejos de convertirse en un monólogo.

Nada me haría más feliz que descubrir que la justicia social y la defensa de los derechos humanos se han vuelto anacrónicas, como conceptos y también como inspiradoras de políticas. Eso significaría que ya han sido obtenidas y se han vuelto parte del sistema, lo que tornaría innecesaria su mención y por lo tanto toda retórica en torno del tema. Pero hasta donde alcanzo a ver los pobres son cada vez más, y en consecuencia la violación de sus derechos se multiplica también, aunque más no fuere por obra y gracia de las demoníacas matemáticas. Y si mi juicio no me falla, la idealización del mercado como gran regulador reveló hace ya tiempo sus pies de barro: queda claro que las sociedades no pueden ser gobernadas como empresas, porque en las empresas existe siempre la posibilidad de un despido justo pero las sociedades no pueden despedir a los que sobran, a los que no resultan funcionales a su sistema de creciente exclusión.

Muchos comunicadores utilizan la palabra ‘anacronismo' tratando de descalificar a los que todavía soñamos y trabajamos por una sociedad más justa. Pero en sus labios suena más bien a admisión de la propia derrota. Sangran por no haber podido confinar el reclamo al desván de las cosas tan viejas como inútiles: les tranquilizaría saber que la justicia social y las ideologías se cubren de polvo entre radios de galena y lámparas a gas. Pero aunque les pese, el deseo de mejorar al mundo sigue actuante entre nosotros.

Parafraseando a Cortázar: este anacronismo está sonando mañana.

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13 de agosto de 2008
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La feria de los monstruos

Rafael Argullol: Pero cuando eres adulto piensas en el momento en que de bruja pasa a princesa, con una gran belleza. ¿Qué ocurre en tu interior? ¿Eras bruja o eras princesa? Esa es la cuestión.

Delfín Agudelo: Pienso mucho en lo que implica el cambio de cuerpo, lo que es  mirarte distinto en el espejo no por el paso del tiempo. Por esto quizás me impresionan las cicatrices: si me hago una en la cara, me acompañará el resto de mi vida. Hasta los 29 años me había acostumbrado a esa cara; ahora necesito acostumbrarme al nuevo elemento. ¿Qué implicaciones tiene la gente que no ve una cicatriz, sino otra cara, con otros atributos, deseos y sueños¿?

R.A.: La cicatriz depende de si es voluntaria o involuntaria, asumida o no asumida. Una cicatriz que acaba siendo asumida es un centro de personalidad, y aquí te recuerdo que muchas asociaciones del siglo XIX, sobre todo en Alemania, tenían como seña de identidad una cicatriz, que era el sello más o menos salvaje de la asociación. Si estás orgulloso de la herida que ha producido la cicatriz, es bella; si estás avergonzado, la verás como peligrosa. Pero claro, lo que decías antes: a veces he visto esta especie de monstruos públicos que pasean por los platós de las televisiones, que se van interviniendo de una manera completamente superflua la cara, añadiendo capas y capas de intervenciones. No sé si te has fijado pero una de las cosas evidentes en esos rostros es la mirada perdida, porque si algo no se ha podido operar todavía es la expresividad de la mirada. Se van cambiando zonas y zonas, superficies y superficies del cuerpo; pero la intensidad de la mirad no se cambia. Tengo la impresión de tremendas miradas perdidas. Gente que no sabía en qué cuerpo habita. Eso es muy interesante porque a nosotros se nos da una especie de habitación cuando nacemos, y esa habitación más o menos la vamos cultivando con nuestras tensiones y contradicciones, pero asumirnos en otro cuerpo es como cambiar de siglo o de época, es algo muy violento. Hacerlo de manera completamente innecesaria, y de manera que eres presentado como un monstruo en la parada de los monstruos en la feria de las vanidades: tiene que ser algo realmente chocante por no decir patético. Hay una película que ahora, aunque sea un clásico, seguro que es considerada muy incorrecta desde todos los puntos de vista, que es Freaks de Ted Browning, una película de la década de los treintas del siglo XX, con una estética muy impresionista. En ella se enseñaban monstruos de ferias, que son los mismo que salen mucho en las obras de Valle Inclán. Recuerdo cuando pequeño que todavía había monstruos de feria que se pasaban por las ferias de los pueblos durante las fiestas mayores del verano. En una época en que nuestra piedad moralmente y políticamente correcta nos impide enseñar estos monstruos de feria, los hemos cambiado por estas nuevas criaturas consecuencias de la cirugía estética, pasando de plató en plató, que cumplen exactamente la misma función que en las obras de Valle Inclán jugaban los monstruos de las paradas de las ferias.

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13 de agosto de 2008
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Flor de Lotto / VIII

VIII. Dime algo que no sepa.

-Viajar treinta y seis horas drogado, vomitado y en calidad de bulto no es lo peor que te puede pasar, amiguito... -Mauricio Morazán declama a solas, mirando hacia el espejo retrovisor, previamente torcido hacia sus labios. Le apasiona la idea de ensayar. Mirarse. Oírse. Cuando llegue la hora de entrar en escena, el facilitador conocerá la partitura entera, incluyendo los gestos y los tonos. Se sentirá el doscientos por ciento de sí mismo, dueño de esa sonrisa oficialmente amable que se esfuerza sin pausa por ser sobrevaluada. La esgrimirá al principio y al final de cada uno de sus argumentos, como un florete vapuleando a una vara. O también, por qué no, como un ciento de clavos y tornillos estallando en la jeta del Comandante en Jefe. ¡Lotería!

     Morazán también tuvo sus resquemores. La idea de asesinar al inasesinable le parecía en principio una excentricidad y un despropósito, pero el primer vistazo al presupuesto le dio en principio aliento, y al cabo inspiración. Hay clientes que exigen ser empujados al precipicio, y hasta en eso está uno para servirles, se dijo y puso manos a la obra. Hoy día no solamente es el operador más importante del proyecto, sino de paso uno de los apostadores mejor informados del Fidelotto. Por eso mismo no puede permitir que su brazo derecho en el operativo amenace mudarse a otro torso. Nada más vuelva a ver a Segismundo Andersón, le va a leer entera la cartilla.

     Morazán aborrece la improvisación. No entiende cómo fue que se le fueron las patas cuando le dio esperanzas al idiota de ligarse a "la señorita Zarur". Se la había imaginado cacheteándolo, apagándole un puro entre las nalgas, curtiéndole la cara a fuetazos. Cosas que suele hacer la Corleonetta por quítame estas pajas. Él mismo ya ha salido abofeteado y escupido de un par de discusiones con ella y Don Alex. Temprano, al día siguiente, la Corleonetta se apersonaba con una lista de comentarios sobre sus "diferencias de opinión": tres cachetadas por cada una, y al final una lluvia de escupitajos, entre trozos de puro mordisqueado. Ya le ha apagado el puro en ambas piernas, y para la tercera le ha prometido que le cocinará unos Huevos habaneros. ¿Quién habría imaginado que una mujer así se iba a fijar en Segismundo Andersón? Se dice que no puede permitirlo, así tenga el prepucio dentro de un tostador. En eso, empieza a vibrar el teléfono.

     -¿Dónde andas, comemierda pro? ¿Ya te dio de comer mi papá, o quieres que te sirva un mojoncito? -hasta cuando amenaza y humilla, la Corleonetta lo hace con alguna tramposa coquetería (natural en quien sabe ir por la vida metida en esas faldas con complejo de cinturón que ya de entrada cierran las bocas sensatas).

     -Corleonetta querida, traigo tus dulces en mi coche desde hace dos semanas. ¿A dónde quieres que te los haga llegar? -he aquí una ventaja clave de Morazán: es un tigre para suministrar substancias y administrar favores pasados y futuros.

     -Mira, tú, amiguito de mierda, no me quieras vender en quarters el culito que mi papá te compra con pennies. ¿O será que tenemos diferencias de opinión? Por lo pronto, ya me alcanzó el mono. Pa' que mejor me entiendas, estoy a pocas horas de empezar a inhalar del salero. Te pedí mi paquete, te dejé bien clarito que lo quería de manos del bulto que te mandé de Miami. Segismundo Andersón, que igual que tú trabaja para mi familia. Son las tres de la tarde, si a las ocho no tengo aquí lo que me debes, antes de medianoche va a apestar a pellejo chamuscado -dice musicalmente y remata cortando la comunicación.

     -Mierda, qué voz cachonda -maldice Morazán, con la mirada lejos del retrovisor y el teléfono quieto en la mano tiesa, pasmado por la indecisión entre lascivia y saña, pánico y desprecio, devoción y revancha. Vuelve luego los ojos al espejo, toma aire y se redime de la afrenta sopesando una apuesta del tipo: ¿Qué me das, amiguito, por una noche con la Corleonetta?

Mañana en FLOR DE LOTTO: Granma, sección financiera.

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13 de agosto de 2008
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La voz perdida

Les fenêtres

...

 Je me mire et me voit ange! Et je meurs, et j'aime

-Que la vitre soit l'art, soit la mysticité-

À renaître, portant mon rêve en diadème,

Au ciel antérieur où fleurit la Beauté !

 

Mais hélas ! Ici- bas est maître ; sa hantise

Vient m'écouter parfois jusqu'en cet abri sûr,

Et le vomissement impur de la Bêtise

Me force à me boucher le nez devant l'azur.

 

Est- il moyen,  ô Moi qui connais l'amertume,

 D'enfoncer le cristal par le monstre insulté

Et de s'enfuir, avec mes deux ailes sans plume

-Au risque de tomber pendant l'éternité ?

 

La obsesión por las duras condiciones de posibilidad de la creación poética,  por la prueba que ello supone para el sujeto, obsesión presente como herida mal cicatrizada en la obra de Mallarmé, remite en última instancia a una tan  sencilla como inevitable nostalgia: nostalgia de la atmósfera prístina  e interrogación respecto a las vías posibles para su restauración. Nostalgia, de ese lazo con el mundo en que todo se vio por vez primera empapado de palabra e iluminado por ella, Nostalgia literalmente del principio, principio efectivamente confundido con el verbo e independiente de toda cronología, entre otras cosa porque  el krónos, el tiempo que responde a un concepto, el tiempo no ya indisociable de la vida de los hombres sino exclusivamente humano, el tiempo en suma que deja huellas imborrables aún más en el espíritu que en el cuerpo... ese tiempo es exclusivamente hijo del verbo.

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13 de agosto de 2008
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Cine de verano

Este verano ya he ido tres veces al cine de verano. Está situado en un parque cerca de mi casa y se montan unas colas impresionantes para entrar. A todos nos apetece estar viendo una historia entre las estrellas, con la luna a un lado y el balanceo de las ramas de los árboles. A eso de las once de la noche comienza a hacer fresco y es muy agradable porque parece que lo que ocurre en la pantalla esté más vivo que en una sala de cine.

Desde luego no es recomendable para quienes necesitan concentrarse al máximo para ver una película porque hay gente que habla, que come, que bebe, que fuma o que se queda dormida. Por fortuna aún no he oído a nadie roncar. En el cine de verano se ve cine de una manera muy ligera, sin solemnidad, pero tiene algo especial cuando las caras de los actores te miran colgados en la noche, en la noche auténtica.

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13 de agosto de 2008
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El Boomeran(g)
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