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"¡Dejen de molestar, bolivianos!"

Hacia 1987, estudiaba Relaciones Internacionales en la universidad del Salvador, en Buenos Aires. Tenía un departamento en Paraguay al 2900 y me había vuelto hincha del Boca Junior gracias a que esos años jugaba allí un compatriota, Milton "Maravilla" Melgar. En los restaurantes, los mozos se alegraban cuando les decía que era boliviano; todos parecían ser hinchas de Boca y me decían, "qué grande es Melgar". También me decían, en un tono entre sorprendido y cómplice: "¿Boliviano? Si no parecés!" Me daba cuenta que lo decían como un elogio, que querían que les agradeciera el comentario.

El invierno de ese año, mi hermano Marcelo vino a visitarme. Daba la casualidad que el primer domingo de su estadía se jugaba el clásico Boca-River en la Bombonera. Conseguí entradas, le dije a Marcelo que sería un espectáculo inolvidable. Exageraba mi entusiasmo, pero al final tuve razón: más de veinte años después, todavía recuerdo esa tarde soleada de julio, pero por razones diferentes a las que hubiera querido.

Nos tocó sentarnos detrás de la "barra brava". Estábamos parados, disfrutando del colorido de las tribunas, de los cánticos insultantes con que las hinchadas de Boca y River se enfrentaban. Salieron los equipos a la cancha, ví a Melgar y me emocioné. Siguieron los cánticos. Parecía una competencia para ver cuál hinchada era más creativa en la ofensa; un estribillo ingenioso era respondido por otro estribillo aun más creativo.

De pronto, la hinchada de River comenzó a corear: "¡Bolivianos, bolivianos, bolivianos!" La reacción de los hinchas de Boca en torno nuestro me impactó; decían cosas del tipo: "Nos jodieron estos gallinas. Y ahora, ¿cómo les respondemos?" No, no había forma. Para los hinchas de Boca, el peor insulto que se les podía decir era "bolivianos". Por suerte, mi hermano no entendió lo que pasaba; cuando me preguntó por qué los gritos de "bolivianos", le dije, procurando disimular mi rabia, que era la forma en que la hinchada de River reconocía el talento de Melgar.

Pasan las décadas y compruebo que algunas cosas no cambian. El pasado domingo, en Jujuy, en un partido del fútbol argentino entre Argentinos Juniors y Gimnasia y Esgrima, el árbitro Saúl Leverni anuló mal un gol de los locales. Ante la protesta de los jugadores, el árbitro les dijo "dejen de molestar, bolivianos". El presidente de Gimnasia, Raúl Ulloa, dijo que renunciaría porque no aceptaba ser insultado así. Dijo estar cansado del racismo y la discriminación de los porteños.

Esta vez, sobran las palabras. 

 

 

 

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23 de septiembre de 2008
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Inventario de olvidos

He viajado bastantes veces a Nueva York. Tardé en hacerlo, pero me gusta desquitarme. Me busco excusas, invitaciones, conmemoraciones o cualquier motivo. Siempre estoy excitado el día previo. Me parece que me faltarán libros, papeles, dinero, documentos, billetes, ropa, compañía, soledad...Y me dan ganas de no moverme, de quedarme en mi ciudad. En esta ciudad que también es mi Nueva York, ese lugar que conozco y desconozco. Que me sorprende y en la que me gustaría ser turista. Siempre que voy a Nueva York me dan ganas de quedarme en Madrid. Siempre que estoy en Madrid quiero viajar a Nueva York.

En NY siempre seré un turista, un paleto, aunque tenga bastantes claves, bastantes secretos, bastantes fotos, algunos bares y algunas amigas/os. También está la historia, los libros, las librerías, los exilios, el jazz y las sorpresas. Y los mercadillos, los musicales, los parques, las tiendas y los cócteles. Las alturas y algunos sótanos. Las estaciones, los taxis y el humo de las calles. El metro y los museos. Hay carne y bloody mary's. En NY y con los poemas de Juan Ramón Jiménez. Él llegó primero, después vinieron casi todos. Lorca como un primero. Y todos los que algún día tuvieron, quisieron o soñaron cruzar el puente de Brooklyn.

/upload/fotos/blogs_entradas/alguienanda..._med.jpgEl último de los poetas que he conocido, de los españoles en NY, se llama Hartkaitz Cano, su libro: Alguien anda en la escalera de incendios, está publicado en El Gaviero Ediciones. Me gustan muchos de sus poemas. Creo que es la tercera vez que cruza el Puente de Brooklyn, que su patria podría ser un buzón y que en otra vida no le hubiera importado ser una chica. Ahora es ése, el que aconseja apartarse de las puertas del metro cuando se cierran: "apártate de la guillotina de los días".

Nueva York es buena para los poetas.  Y eso que no se bien que es Nueva York. Tendré que entrar a la ciudad por la Grand Central Station y leer el rótulo que diga: New York.

Ya lo escribió Rafael Sánchez Ferlosio: "tan sólo el rótulo de la estación dice de veras el nombre de la ciudad; lo demás son citas, más o menos fieles, de ese único texto original"

¿Qué libro se me olvidará para pasear por Nueva York?

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23 de septiembre de 2008
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Una mente distinta

En el extraño mundo económico en que nos ha tocado sobrevivir tal vez resultaría útil que nuestros hijos tuvieran una asignatura completamente práctica en que debieran mancharse las manos de tierra para que cuando no se puedan comprar pollos los sepan criar. Quizá podría entrar como parte de la polémica "Educación para la ciudadanía", asignatura que me parece imprescindible porque si algo necesitamos los ciudadanos es educación en todos los sentidos. Desde dar los buenos días por la mañana y no ir por el mundo en plan grosero hasta ser conscientes de que es repugnante pegarle una paliza a un compañero para grabarlo en vídeo.  El colegio es ese lugar donde uno se relaciona con la gente que se va a ir encontrando a lo largo de su vida y está bien que aprendamos a conocerla mejor y a no tenerle miedo ni rechazo. Resulta incívica la pataleta de la Iglesia y otros sectores católicos contra esta materia porque es algo que compete a los alumnos de todas las creencias, a la sociedad en general. Mientras que las iglesias disponen de recursos, como la catequesis, para enseñar la doctrina a sus fieles.

Llevamos hablando de esto demasiado tiempo, es una pesadez, cuando el problema de la escuela no es ese, sino otros mucho más profundos que tienen que ver con la capacidad de alumnos y profesores y sobre todo del sistema educativo para hacer atractiva una clase y que no esté todo el mundo deseando salir corriendo de allí. El problema de fondo es que cada chaval tiene una mente distinta, con diferentes necesidades que sus compañeros, y que la mayoría de las veces el fracaso escolar no consiste en que sea torpe sino en que no recibe los estímulos adecuados. El problema es que los profesores se las ven y se las desean para lidiar con ese montón de molleras en desarrollo, cada una de su padre y de su madre, y poder meter en ellas matemáticas, lengua, historia. El problema es serio.

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23 de septiembre de 2008
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Cosechar sin sembrar… recoger sin esparcir

Hace unos meses transcribí aquí el texto del Evangelio según San Mateo relativo a la parábola de los talentos. Dado el tema planteado ayer, me parece útil presentarlo de nuevo, añadiendo al final un comentario:

 

"El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al

ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno

dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su

capacidad; y se ausentó.

Enseguida, el que había recibido cinco

talentos se puso a negociar con ellos y ganó

otros cinco. Igualmente el que había

recibido dos ganó otros dos. En cambio el

que había recibido uno se fue, cavó un hoyo

en tierra y escondió el dinero de su señor.

Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de

aquellos siervos, y ajusta cuentas con ellos.

 

"Llegándose el que había recibido cinco

talentos, presentó otros cinco, diciendo:

‘Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado.'

 Su señor le dijo: ‘¡Bien, siervo bueno y fiel!; en

lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te

pondré; entra en el gozo de tu señor.'

 

"Llegándose también el de los dos talentos

dijo: ‘Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes otros dos que he

ganado.' Su señor le dijo: ‘¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has

sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.'

 

"Llegándose también el que había recibido un talento dijo:

‘Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste

y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra

tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo.' Mas su señor le respondió:

 

‘Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y

recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a

los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los

intereses. Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los

diez talentos. Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará;

pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y a ese siervo

inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el

rechinar de dientes."

 

Mateo 25, 14-30

 

Si todos los momentos álgidos de este prodigioso texto que es el Evangelio de Mateo, merecen ser tomados muy en serio, este en particular produce auténtico escalofrío. Y no pudo dejar de venirme inmediatamente a la mente cuando vi el pórtico de la catedral de Barcelona totalmente recubierto por el anuncio de la filantrópica tarea de la mayor institución bancaria de España. Una instantánea nos permite entender con toda acuidad las consideraciones de Webern sobre la esencia de la ética protestante y el vínculo con el espíritu del capitalismo... con la salvaguarda de que tal espíritu ha ampliado ahora sus dominios... También para los hijos del catolicismo, el vestíbulo del reino de los cielos se asemeja al vestíbulo de una institución bancaria... y para aquel que en la misma carezca de crédito no cabe otro destino que el del siervo ruin y perezoso, a saber, el crujir de dientes y la estéril lamentación. No lo olviden nunca: al que tiene le será dado y al que no tiene le será arrancado.

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23 de septiembre de 2008
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Amar

Entre los dones que también procura la edad, al lado de los menoscabos, uno algo insólito consiste en el nuevo interés por atender a los demás en lugar de enviscarse obsesivamente en las repetidas cuestiones propias. Uno mismo llega a ser ya demasiado lo mismo, mientras los numerosos argumentos de los seres queridos de alrededor se revelan como versiones tan cercanas como diferentes del repertorio humano. Sin este don que ayuda a poner atención en los problemas del prójimo se perdería una larga experiencia de historias y meditaciones, visiones del mundo y prejuicios sobre las cosas que, en conjunto, componen un amenísimo programa para la tercera edad. Ni se trata ya de caridad ni de curiosidad tan sólo. Se obtiene un placer sabroso y fácil a partir de la felicidad del otro y crece un buen confort para la vida personal del confort que conseguimos en los demás prestándoles oído. Los otros son un profundo patrimonio. Sin ellos nos arruinamos en nuestras crecientes ruinas. Continuar, tras una edad, cultivando el yo resulta feo pero además nocivo. El narcisismo, como fumar o beber mucho, son inconsecuentes después de la juventud con la voluntad de vivir en armonía con el cuerpo y el mundo.

Y la armonía significa mucho más que un orden. Nada se hace más valioso en una edad avanzada que sentirse a bien consigo y contigo. Toda lámina de serenidad conquistada en este tiempo equivale a un gozoso recostamiento con la naturaleza a la que combatimos, colonizamos, excluimos o cabalgamos en otras épocas. Ser como la naturaleza, ni más ni menos, consiste en hallarse entretejido, no ser nada como individuo ni como proyecto aislado. Interesarse por los demás no significa otra cosa que adentrarse en otros espacios humanos por los senderos más naturales y así culmina el círculo de este don amoroso. Somos más felices aproximando nuestro curso al curso de los otros e induciendo también a que ellos asuman una actitud similar y, en el aumento total de las interconexiones, el texto humano nos lea y nos eternice.

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23 de septiembre de 2008
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Alta fidelidad, baja definición

"Es más fácil mimeografiar el pasado que imprimir el futuro", sentencia la canción de Zeca Baleiro. Ahora bien, ¿quién ha puesto una mano en un mimeógrafo? ¿Quién siquiera los vio, o sabe cómo eran? Antiguamente, el pasado remoto tenía que ver con siglos o milenios; hoy nos cuesta trabajo imaginar cómo era el universo cuando fuimos niños. ¿Quién concibe del todo un mundo monaural? ¿Uno sin internet, ni celulares, ni mp3, ni cds, ni fax, ni videojuegos, ni aparatos de control remoto? Cada vez que asistimos a la proyección de imágenes de los años ochenta, éstas ya lucen lo bastante borrosas para ubicarlas junto a las películas en blanco y negro, que a su vez son vecinas del cine mudo, amontonadas todas en el tiradero de lo que casi nadie quiere ya mirar. Diría incluso que una máquina reproductora de laserdisc parece de algún modo más antigua que un tocadiscos, pues amén de vetusta se ve descontinuada y eso ya es demasiado.

     Hace unos días supe que un antiguo compañero de escuela resolvió, allá por los ochenta, que todo ese blin-blin del compact disc era una estafa planetaria con la que no pensaba colaborar. Desde entonces, el tipo atesora sus long plays, convencido de que aquella es una tecnología superior, cuidando de que sus mágicos surcos no sufran menoscabos apreciables y gozando del hiss cual si fuese un resuello de Marilyn Chambers; tras un cuarto de siglo de pureza inviolable, hoy cantará victoria nada más enterarse de que el mp3 se halla en trance de sepultar al cd, y hasta habrá hecho la cuenta del dineral que ha terminado por ahorrarse. En cuanto me contaron de tan obsceno affaire con la obsolescencia, ya no pude evitar imaginar a aquel sujeto en rigurosa baja resolución, acaso con fantasma y la piel invadida de tonos rojizos. Asimismo supongo que todo ese negocio del video digital y la alta definición le parecerá nada más que un chanchullo intolerable frente a la refulgencia de su Betamax; verá quizás la vida como una suspirante invitación al rewind.

     La apariencia del mundo puede ser similar a la de hace veinte años, no así los aparatos que la registran. Tampoco las costumbres comodinas de sus dueños, entre los cuales pocos ya recuerdan en qué se entretenían mientras se regresaba la cinta. Tengo, eso sí, aún impresa en el coco la imagen de mi padre manipulando los botones traseros de la televisión con el celo de un cirujano cardiovascular, o la mía soportando un programa infumable por la pura pereza de levantarme a cambiar de canal. ¿Qué habría hecho luego sin el control alámbrico de la TV por cable, o sin la Betamax que llegó equipada con mi primer control de rayos infrarrojos? Quienes no contemplamos la posibilidad de pasarnos de nuevo diez horas seguidas jugando al Burger Time en el Intellivision, vemos cualquier posible retroceso como la pérdida de un órgano o un miembro. ¿Cómo a explicarle a un fanático analógico el cariño enfermizo que inspiran ciertas prótesis, y el naufragio que implica verse un día orillado a prescindir de ellas?

     Jamás es uno justo con el pasado, y al futuro tal vez lo sobrestima. Imagino a mi ex compañero de la escuela reparando una cinta de ocho tracks y echando pestes contra la tramposa modernidad de los cassettes. No vayamos tan lejos, ¿cuándo sería la última vez que empleamos la palabra diskette? ¿Hasta cuántas docenas de fotos de una Sony Mavica llegaban a caber en sus mil cuatrocientos humildes kilobytes? ¿Quién no va a carcajearse cuando de aquí a cinco años nos acordemos de una foto pixeleada? Escucho el tic-tac de un reloj analógico y me temo que cualquier día de éstos el futuro despertará obsoleto.

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23 de septiembre de 2008
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El indigno senado

Rafael Argullol: . Durante los próximos años pueden manejarse millones de euros alrededor del tema de cómo tratar la enfermedad de la vejez.

Delfín Agudelo: Pienso en la importancia que la palabra enfermedad tiene en nuestra cultura. Una cosa es la vejez como un estado de vida; la vejez como proceso inevitable en la cual tienes ciertos elementos que te pueden ayudara a que ciertos procesos producto de la vejez sean más ágiles. Pero pienso en el viejo que nos los necesita porque su cuerpo no lo exige: vive tranquilo. Muy distinta sería su percepción si le quitan la tranquilidad de ese estado de vida, arguyendo que no es tal cosa: en realidad es una enfermedad.

R.A.: Claro, lo trastoca todo. Infirmitas quiere decir que no estás ya en tierra firme. Cuando estás en tierra firme, lo estás a los veinte u ochenta y pico de años. Pero si te dicen que eres enfermo por tener ochenta y cinco años, se desata una paradoja revolucionaria de tipo orwelliano. Recomendaría, si alguien que nos lee tiene mucha tentación de ganar dinero, crear una especie de Gran Hermano vigilante de esa enfermedad. Eso es lo que podría esperar. Y si lo miramos bien, tampoco es tan chocante; es coherente con las tendencias de estos últimos años que siempre, en cierto modo, invitan a una cierta juventud eterna, a apegarse a la cirugía estética -ahora no entro a hablar si está bien o mal, si ayuda o facilita la vida de las personas- pero es entrar directamente en una cuestión fundamental y es que la vejez, la ancianidad, podía tener esa cosa senatorial. Senador viene de senectud; en la República Romana, una de las organizaciones sociales más claras que han existido nunca -no el Imperio, sino la república que inventó el senado-el senador era quien había luchado toda la vida, y estaba un poco, como lo plantea Platón en La República, desapasionado;  por tanto podía tener una visión más generosa y grande de lo que era la sociedad. Pero eso es condenar la senectud que es un estado que hasta ahora creíamos digno del ser humano.

D.A.: El senado como una partida de enfermos irreversibles.

R.A.: Sí, el senado igual a hospital, o manicomio directamente.

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23 de septiembre de 2008
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II. Historias de emigrantes

También sería manca o renca la narrativa anglosajona sin nombres como el del caribeño V.S. Naipaul, premio Nóbel de Literatura en 2001, nacido en Trinidad, de familia hindú, autor de un clásico infaltable como Una casa para Mr. Biswas, o sin el hindú Salman Rushdie, natural de Bombay, autor de Los niños de la medianoche, ambos hijos de las viejas colonias del imperio británico, traspasados a la metrópoli; pero a diferencia de Conrad, o de Nabokov, el inglés es su lengua original.

Hoy, la literatura de la lengua inglesa de los comienzos del siglo, es una literatura de emigrantes, en la que hay dos mundos presentes disputándose al autor. El viejo mundo de sus padres, y no pocas veces el de ellos mismos, el de allá lejos, con todo el poder de su color local, extravagante y sangriento, y el nuevo mundo de su adopción, que golpea en la experiencia narrativa con toda su novedad, y su extrañeza. Narran el choque de dos mundos, que a veces resulta en una catástrofe, y a veces en una epifanía./upload/fotos/blogs_entradas/una_msica_constante_med.jpg

Y como parte de esta dualidad, junto a nombres de latinos como el de Junot Diaz o Daniel Alarcón, aparecen otros, de escritores provenientes también de la India, como Vikram Seth (1952), nacido en Calcuta, autor de Una música constante, y Jhumpa Lahiri (1967), hija de emigrantes bengalíes a Estados Unidos, que ganó el afamado premio Pulitzer en el año 2000 con un libro de cuentos, Intérprete de emociones, algo inusitado, pues es un galardón concedido generalmente a novelas. 

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23 de septiembre de 2008
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Mi pasado (televisivo) me condena

La semana pasada fui a un acto escolar en que mis sobrinos mellizos y sus compañeros de tercer grado homenajeaban a sus abuelos. Me sorprendió que el homenaje adoptase la forma de un popurrí televisivo, con los niños recreando viejos programas; y pensé entonces que, en efecto, la generación de sus abuelos era la primera que no había construido recuerdos comunes de la forma más tradicional -a partir de los hechos de su época, de los usos y costumbres sociales, de los titulares de la Historia- sino con la ayuda de esa invención tecnológica que se aplicó desde su nacimiento a fabricar recuerdos a escala masiva: la televisión.

Ahora, además de los recuerdos personales, todos nosotros tenemos recuerdos compartidos por el hecho de haber disfrutado de los mismos programas. Gente que no se cruzó nunca ni tuvo relación alguna produce una empatía instantánea apenas encuentra coincidencia en la visión de tal o cual show: de repente, somos casi como hermanos. ‘¿Te acordás de Sábados circulares de Mancera? ¿De El club del clan? ¿De Tato Bores?' Y eso porque todavía tenemos la experiencia de una época en la que primaba la producción nacional. Aquellos que ya contamos más de cuarenta cambiaremos sin duda de repertorio no bien cruzamos la frontera: en la Argentina, yo crecí disfrutando de cómicos como Balá y Marrone y Dringue Farías y los uruguayos de Hupumorpo, de telenovelas como Rolando Rivas, taxista y de programas infantiles como el del Capitán Piluso -ah, Alberto Olmedo... Imagino que cada uno de ustedes en sus países podría recitar su propia lista sin esforzarse demasiado. Pero en el futuro las listas se harán todavía más comunes, más compartidas. Siempre habrá un programa de éxito local, pero será la excepción. Las preguntas serán las mismas aunque seamos japoneses, turcos o chilenos: ‘¿Te acordás de Lost? ¿De E.R.? ¿De Los Soprano?'

Habrá quien sienta inquietud ante esta novedad, la de millones de personas desconocidas compartiendo los mismos recuerdos. ¿Supone esto homogeneización, una pérdida en materia de idiosincracias? Yo no lo creo necesariamente, pero después de todo soy de los que tiende a ver el vaso medio lleno. /upload/fotos/blogs_entradas/el_padrino_2_med.jpgEs cierto que la televisión es vehículo de entretenimientos vacuos (ese programa imbécil que alguna vez mencioné, con participantes que deben atravesar orificios en un muro de telgopor, es un formato japonés que ya tiene sus versiones en Europa y también en USA), puro escapismo, control social en formato electrónico. Pero también es cierto que la comunidad de intereses, de imaginación y de deseos que a la literatura le llevaba siglos construir (‘¿Leíste Moby Dick? ¿Y Crimen y castigo?') y que el cine acortó a tan sólo años (‘¿Viste El Padrino?'), se arma en tan sólo una temporada cuando la televisión hace algo bien, cosa que, seamos sinceros, ocurre cada vez más seguido. Quizás en un futuro no tan lejano, el hecho de haber vibrado con las mismas historias en la India, en Bolivia y en Sudáfrica nos ayude a entendernos mejor y a compartir ya no recuerdos y sueños sino también realidades: más justicia social, menos discriminaciones, igualdad entre los sexos (todos ellos) -en suma, un mundo mejor.

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23 de septiembre de 2008
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Enrique Perea Quintanilla

/upload/fotos/blogs_entradas/enrique_perea_quintanilla_med.jpgHabía publicado en su revista Dos caras, una verdad de Chihuahua el intento de asesinato de un narcotraficante de la región. Sus hijos denunciaron su desaparición el 8 de agosto de 2006 y al día después apareció muerto con evidentes señales de tortura y dos impactos de bala en la cabeza y el tórax. El expediente del caso fue negado a los familiares. Y las autoridades dijeron simplemente que detrás del crimen estaban "dos carteles de la droga". Luego presentaron un video de dos presuntos responsables desnudos y visiblemente torturados: se trata de Leopoldo Rodríguez García y Armando Duarte Escobedo. Ambos afirman ante el interrogatorio de un hombre que no sale en el video, que los narcotraficantes Gonzalo García, uno de los dirigentes del cartel de Juárez Pedro Sánchez y un tal  "JL", les mandaron matar al periodista. Sin embargo, el portal informativo Frontenet.com, que divulgó el vídeo, afirmó que el fiscal adjunto Eduardo Gómez habría encubierto a algunos narcotraficantes y fue trasladado a otras funciones.

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22 de septiembre de 2008
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