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El fin del bufón

Por 16 de septiembre de 2008 Sin comentarios

Marcelo Figueras

El suicidio de David Foster Wallace, autor de Infinite Jest -una novela enorme, y no sólo por el tamaño: por su ambición, por su humor, por su desesperación- me dejó girando sobre mi eje como un trompo. Foster Wallace escribió Jest al despuntar los años noventa. Por aquel entonces creía fervientemente en el poder del lenguaje para reinventar la realidad desde adentro: existen pocas novelas más exuberantes, más glosolálicas que Jest. El gesto de rebeldía fue una bofetada doble: sacudió de ida a los escritores que habían renunciado a interpelar al mundo, y de revés al mundo mismo, cuya agenda dejó hace mucho de ser dictada por los artistas -con las tristes consecuencias que son de público dominio. Sin embargo el narrador de su última colección de cuentos, Oblivion, parece haber perdido la fe en en la capacidad transformadora de su arte. En el relato Good Old Neon se lee esta confesión de impotencia: ‘Lo que ocurre adentro simplemente es demasiado rápido y enorme e interconectado para que las palabras hagan otra cosa que garabatear una mínima parte de un instante dado’.

¿Qué ocurrió entonces, pues? ¿Qué fue lo que marcó la diferencia entre el Foster Wallace hiperkinético de Jest y el Foster Wallace que se colgó en su casa de California? Es fácil decir: ocurrió el 11 de septiembre. /upload/fotos/blogs_entradas/infinite_jest_med.jpgEn todo caso, creo que más terrible que el 11 de septiembre -un acto terrible, nadie lo pone en duda- fueron sus consecuencias. Hoy resultaría más adecuado escribir Infinite Tragedy que Infinite Jest, porque a la luz de Guantánamo y del Patriot Act la realidad, sin dejar de ser maníaca, le ha quitado a uno las ganas de reírse. Yo supongo que la repentina fama de Sarah Palin representará un manantial para los humoristas: después de todo, se trata de una mujer que sólo cree en la ciencia previa a Darwin y que dice encontrar placer masacrando alces desde un helicóptero. Pero cuando pienso que es probable que Palin llegue a ser presidenta de la nación más poderosa del planeta (¡y pensar que creíamos que el bruto era W!), la risa se me congela en la garganta.

A fines de 2007, Foster Wallace respondió a una encuesta de la revista The Atlantic sobre ‘el futuro de la idea americana’. Allí sostenía que ‘una vulnerabilidad básica ante el terrorismo es parte del precio de la idea americana’; ¿o acaso no se acepta naturalmente que mueran 40.000 personas al año como precio por la conveniencia del automóvil a motor? ‘Una república democrática no puede protegerse ciento por ciento (del terrorismo) sin subvertir los mismos principios que la hicieron digna de protección’, escribió allí. Y sobre el final se preguntaba: ‘¿Nos hemos vuelto tan mezquinos y asustados que ni siquiera queremos considerar la posibilidad de que algunas cosas sean más importantes que la seguridad?’

Ignoro qué pasó dentro de la cabeza -ese ‘amo terrible’, como la mentó en un discurso- de David Foster Wallace. Y tampoco me conciernen los detalles de su vida privada. Pero sería necio de mi parte pretender que esa muerte que eligió, tan llamativamente desprovista de humor (en todo caso decidió colgarse como Cordelia, la hija bienamada de Lear que entregó la vida para salvar a su padre), no debe ser leida en el marco de lo que ocurre hoy en la sociedad que lo engendró.

En su novela más importante, Infinite Jest es el nombre de una película tan entretenida que deja catatónicos a aquellos que la ven -un film al que, lejos de evitar, todos quieren conseguir. Déjenme creer que David Foster Wallace ya no quiso ser entretenido hasta la muerte, entre imágenes del tornado Ike, American Idol y las viejas fotos de Sarah Palin ganando concursos de belleza. (Esta gente no tiene límites: ¡no van a parar hasta consagrar presidenta a una ex Miss America!) Y que por eso decidió irse de ese modo tan opaco, tan poco ocurrente: porque ya no quería entretener ni ser entretenido, porque no quería llegar al extremo de necesitar de un canal de TV como The Suffering Chanel -una de las ocurrencias de Oblivion- para lograr algo parecido a un sentimiento intenso.

En lo que a mí respecta, cualquier tipo que ama a Shakespeare y escribe en una revista de cocina para defender la causa de las langostas (cuando se las hierve vivas ‘las langostas pueden sufrir y preferirían no hacerlo’), se merece el más profundo de mis respetos.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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