Los dictadores, presidentes perpetuos y hombres fuertes de los países más pobres del mundo, tienen por lujo preferido los aviones privados. Sobre los edificios decrépitos de las capitales desprovistas de todo, rodeadas por las villas miserias que se adentran en la selva o en el desierto, vuelan majestuosas las naves gigantes compradas de fábrica, que aterrizan o despegan llevando a los sátrapas y a sus séquitos íntimos y a sus familias, tíos, hermanos, suegras, primos lejanos, para que prueban un poquito de los lujos gratis de que disponen.
El Sha de Irán tenía una flota familiar de esos aviones equipados como hoteles de seis estrellas, y su hermana utilizaba un Boeing 737 con las manijas de los lavabos de oro puro; cuadros de Degas y Picasso lucían en los paneles, y sus pisos los cubrían alfombras persas hechas a mano, de esas que costaba la vida entera de una persona terminarlas, o la vida de varias generaciones.
Derrocado el Sha, la historia continúa. El dictador de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang, estrenó en 1995 un Boeing BBJ con camas de agua y luces de cabaret, y el presidente Umaru Yar´Ardua de Nigeria tiene un Boeing 737-700 equipado con salones de recepción, dormitorios, un gimnasio, y un comedor con un chef francés siempre a bordo. La lista se extiende, como se extienden los abismos de la pobreza en los países que gobiernan.
Corresponde aquí que realicemos la inversión de la pregunta: ¿tiene el cine algo que aportarnos a los novelistas, además de cheques abultados?
El cine es un maravilloso horizonte creativo para cualquier escritor. Cuando escribo una novela procedo como si fuese no sólo su ‘guionista' (la analogía más natural entre ambas redacciones), sino también su productor, director, actores, fotógrafo, musicalizador y experto en efectos especiales. Esto me pone en una situación donde no existe más límite que el de mi talento: puedo concederme un presupuesto ilimitado y escribir y editar durante años, cosa que un director de cine real no suele estar en condiciones de hacer. Soy libre. Soy feliz. Nadie se mete conmigo. (Salvo la familia, por cierto, cuando reclama que baje de mi nube.)
Cuando hago cine debo realizar los hechizos cuya fórmula me había limitado a escribir sobre las páginas. A pronunciar los conjuros en voz alta, modificando el mundo real. Todo lo que había indicado debe volverse visible, encarnararse en formas, colores, sonidos. De la mezcla entre mis condiciones y mi suerte depende que mi destino sea el del aprendiz de brujo, que pierde el control de todo como Mickey en Fantasía... o el del brujo mismo. ¿Qué escritor puede resistir la tentación de convertirse en Primer Motor de un universo hasta entonces inmóvil? Es obvio que yo no.
Claro: mientras intento hacerlo, a diferencia de lo que ocurre cuando escribo una novela, todo el mundo se mete conmigo. El productor, para empezar. El director, si es que escribo para otro. Y los actores, y los técnicos, y los músicos, y los diseñadores... Esto significa no uno sino docenas de rompederos de cabeza. Pero yo siento que todos y cada uno de ellos valen la pena. ¿Por qué, si crear a solas es tanto más relajado? Tan sólo por lo siguiente: porque crear con otros me enriquece.
Si se tiene el tino de rodearse de colaboradores más talentosos que uno mismo, lo que resulta de presentarles nuestra visión y recibir su feedback es más rico que lo que uno había imaginado por las suyas. Me encanta crear un mundo a partir de la nada; pero disfruto tanto o más cuando la gente con quien me asocio ve cosas de ese mundo en las que yo mismo no había reparado, o me propone instancias superadoras. La idea original se espesa a punto de caramelo, adquiere texturas y sonoridades impensadas. Ya no se trata de una fantasía solipsista, sino de un universo compartido. Y ese juego es, al menos para mí, un placer irrenunciable. Jugar solo está muy bien, pero jugar con otros es simplemente genial.
Eso es lo que el cine aportó a este escritor, más allá de otro continente para sus historias: la sensación del proyecto colectivo. Ahora entiendo el sentido del brevísimo poema de Muhammad Ali: me, we. Yo, nosotros. Gracias al cielo: de no ser por el cine, quizás habría caido en la tentación de esta ‘literatura del yo' que está de moda entre tantos escritores... Pero habiendo crecido en un país estrangulado por una dictadura, salir de la burbuja donde me habían confinado se convirtió en una necesidad. Durante décadas, la dictadura y los gobiernos democráticos que la sucedieron aplicaron un plan de concentración de la riqueza y exclusión de las mayorías que requería, como condición sine qua non, desalentar toda iniciativa colectiva, toda intención de crear algo -empresa, política, medio de comunicación, obra de arte- en compañía de otros. El cine me enseñó que una creación a varias voces era, además de deseable, posible. Y hoy es más posible que nunca, gracias a la difusión de la tecnología digital.
Por una noche salieron del barro en el que se ha metido de pronto la campaña electoral. Los 500 puntos esfumados en la última jornada en Wall Street no daba para bromas ni repeticiones de los penosos argumentos cruzados en los últimos días a través de vídeos de propaganda para ensuciarse mutuamente. Ante la escapada de Obama en las encuestas de la última semana, la campaña de McCain había desenterrado viejos argumentos ya usados sobre la biografía y el carácter de Obama y este último en respuesta apeló también a un viejo escándalo financiero en el que estuvo envuelto el veterano senador. Ninguno de estos hilos argumentales tuvo seguimiento en el debate de esta madrugada, cuyo formato, parecido a ‘Tengo una pregunta para usted', permitió un espectáculo aceptable sobre los dos temas centrales de la campaña: la situación económica y el papel de Estados Unidos en el mundo. En el punto en que se encuentra la campaña, el debate clarificó al menos una cosa: Obama ofrece un creciente perfil presidencial y va saltando un obstáculo tras otro sin descomponer su figura ni dejar una arruga en su imagen, mientras que McCain no consigue añadir la punta de velocidad que necesita para alcanzar al corredor que va en cabeza y ha empezado a incurrir en fallos que pueden llegar a ser relevantes.
En todo caso, no ha habido grandes novedades respecto a los principales elementos que conforman el debate electoral. Nada de lo que se ha oído esta madrugada suena desconocido a oídos de los norteamericanos. Incluso hay una especie de repetición como un sonsonete del temario y los argumentos del primer debate. Alrededor del estado maltrecho de la economía y de los desafíos del cambiante panorama internacional, las respuestas sólo variaron en intensidad, quizás incluso en dramatismo, a fin de cuentas obligado dada la persistencia de las turbulencias bursátiles. Los intercambios fueron más vivos y contundentes, pero sin aportaciones sustanciales que permitan introducir nuevos factores desconocidos en la campaña. Buena parte de los golpes han sonado a estereotipados y conocidos, salidos directamente de los cuadernos de guiones de los equipos de campaña. Los dos se han comportado como buenos actores para este tipo de espectáculo televisivo, pero Obama aparece como más natural y sincero frente a un McCain más forzado e incluso impostado en sus respuestas.
La gestualidad y el comportamiento de los candidatos sobre un escenario muy dinámico han tenido en algunos aspectos mayor interés que las propias palabras pronunciadas. La diferencia entre ambos candidatos no pudo ser más viva, acentuada por el braceo dificultoso de McCain al acompañar sus intervenciones. La juventud y dinamismo de uno y la rigidez y la edad que se acerca a la ancianidad del otro es el principal contraste del desafío dialéctico entre las dos personalidades. En el caso de McCain este contraste se ve acentuado por su insistencia en acudir al pasado y a su experiencia: el abuelo cebolleta que regresa siempre a sus batallitas levanta muchas simpatías y suscita respeto y afecto entre sus conciudadanos, pero difícilmente proporciona la seguridad y la autoridad que se requiere para conducir a Estados Unidos en una situación tan difícil. McCain cometió además un error, que puede amplificarse en los próximos días, al hablar de forma despreciativa y descortés de su adversario, al que nombró como "ese de ahí", algo que fue inmediatamente percibido como muy negativo por todos los comentaristas.
El núcleo argumental de este debate, y probablemente del último tramo de campaña, es muy sencillo: el principal argumento de McCain se llama McCain y el de Obama trata sobre el desastre de Bush que obliga a un cambio radical. Ante cualquier interrogante el veterano senador se ofrece a sí mismo, con su biografía de héroe militar y su currículo de ‘maverick' político (alguien a quien le gusta jugar por cuenta propia), como garantía de que habrá un cambio en la Casa Blanca y en Washington. Obama, por su parte, tiene en los ocho años desastrosos de Bush y en el apoyo recibido en gran parte de sus políticas por parte de McCain el argumento definitivo para presentarse como la auténtica opción de un giro drástico. Esto es especialmente eficaz cuando se proyecta sobre el terremoto financiero, fácilmente identificable con la filosofía política anti regulación y anti intervencionista republicana. El guión de McCain le ha conducido a insistir en los grandes temas económicos conservadores, como la reducción de impuestos, sin percibir que profundiza en la identificación con la política que ha conducido a la actual crisis y le cubre de un manto de insensibilidad ante las dificultades que atraviesan las clases medias norteamericanas.
La mejor oportunidad para Obama, aprovechada plenamente, se produjo al cierre del programa. "¿Qué es lo que usted no sabe y cómo lo va aprender?", preguntó Tom Brokaw, el experimentado periodista encargado de moderar el debate. Obama respondió que su mujer Michelle respondería mejor a esta pregunta y evocó emotivamente los nuevos retos a los que se enfrentará el nuevo presidente para conseguir que el sueño americano prosiga en las nuevas generaciones. McCain, en cambio, apelando de nuevo a su biografía y a su pasado, consiguió que los telespectadores mantuvieran la atención todavía en la frescura y la espontaneidad de Obama, vencedor del debate según las primeras encuestas y cada vez más cerca de alcanzar la presidencia del país más poderoso del planeta.
Rafael Argullol: Sólo un uno por ciento es cultural; el resto es evidentemente natural animal. Eso nos vincula más bien a nuestro afines mamíferos superiores, los cuales como sabemos muy bien tienen una cierta tendencia a la poligamia y a la infidelidad en sus relaciones eróticas y sexuales.
Delfín Agudelo: Prácticamente un fármaco que intente restituir aún más la condición humana. Me llama la atención cómo surge un fármaco para una necesidad biológica, si se contempla la infidelidad como un deseo que va más allá del cuerpo; pero consideraría que es un elemento sobre todo de la consciencia: es moral. Pero es una vuelta en la que a lo moral se llama biológico y se llega a una solución química.
R.A.: Es el mismo error al intentar entender que la llamada alma humana, esa metáfora que ha funcionado de distintas maneras, tiene que reducirse al mapa del cerebro. Aunque hubiera dos individuos con el mismo cerebro perfectamente descifrado, su experiencia es completamente distinta. E intentar de alguna manera la promesa de lastrar o de controlar la infidelidad a través de elementos genético-médicos es castrar un aspecto fundamental del ser humano que es la imaginación, la pluralidad y la libertad. La fidelidad tiene valor como acto de elección libre propia, no porque somos invitados a la fidelidad por una religión, o somos tratados químicamente para que seamos fieles. En esos dos casos no tiene ningún valor la fidelidad, y nos adentramos en un terreno en el cual, en cierto modo, el mundo contemporáneo tiene riesgos de totalitarismo, incluso en lo más íntimo de la vida cotidiana, incluso más que en los tres o cuatro últimos siglos, a pesar de restricciones políticas y morales aparentemente más fuertes que en nuestros días.
Lima es una de esas ciudades que siento mías. Quizás todo se deba a que el tronco principal de los Paz Soldán sea peruano. O quizás se trate de algo más simple: ya son diez años de visitas, tengo grandes amistades y recuerdos intensos relacionados con Lima. Como sea: estuve el pasado fin de semana por allá, invitado por la universidad Católica para su programa de apoyo a la lectura, y tuve la oportunidad de reencontrarme con amigos entrañables, comer bien (chifa en el Wa Lok, seco de cordero en José Antonio), visitar librerías (Ksa Tomada, El Virrey) y bares (La Sede). Fueron días de vértigo y euforia, días de no saber si estaba despierto o si tenía los ojos abiertos, días de sentirme en casa aunque supiera que me esperaran más aeropuertos.
Aquí, una lista muy incompleta de novedades limeñas:
Exposición Vargas Llosa en el museo O'Higgins (jirón de la Unión). Una impresionante retrospectiva del escritor peruano, con documentos originales y fotos de los archivos personales y de la universidad de Princeton. Hay salas que recrean el bar La Catedral y un cuarto en el Leoncio Prado. Vargas Llosa: la libertad y la vida, el libro que acompaña la exposición, preparado por Sergio Vilela y Alonso Cueto, tiene también documentos notables. Por ejemplo, un poema de Vargas Llosa a Cochabamba, escrito a los once años, con versos como estos:
¡Cochabamba!
Recuerdo feliz de mi existencia
Ciudad que quiero y extraño todavía
A pesar que hace años de ti me alejé
Una página de oro de mi historia/En ti grabé.
Bareto. Esta banda instrumental hace "música fusión". Algunos temas del cancionero popular peruano y latinoamericano son pasados por el jazz, el reggae, el ska y la cumbia. Sergio Vilela me regaló su segundo compact, Cumbia, con versiones muy logradas de clásicos como Llorando se fue (Los Kjarkas), Caballo viejo y Mujer hilandera (el video de YouTube que acompaña al post es de esta canción).
Enrique Prochazka, Un único desierto. Este libro de cuentos de 1997 fue reeditado por editorial Matalamanga este año. Prochazka solía ser un escritor secreto, pero, después de ser descubierto por Vila-Matas, ya no lo es tanto. La editorial 451 ha publicado en España su única novela, Casa, y el libro de relatos Cuarenta sílabas, catorce palabras. Casa no me convenció; la sentí abstracta, descarnada, fría. Un único desierto es otra cosa: pese a que las deudas con sus influencias suelen ser obvias y forman parte de un efecto intencionalmente buscado (Kafka, en "La mano de Kazka", Orwell en "2984", Borges en todo el libro), el mundo, o mejor, los mundos de Prochazka son de verdad únicos. Prochazka confirma como pocos escritores latinoamericanos hoy que ese sueño dirigido llamado literatura debería tener como patrimonio a todo el universo. Hay cuentos perfectos ("Taylor", "Conquistador", "Happy End"), cuentos no tan perfectos ("2984", con ese párrafo final en el que el narrador decide explicitar algo que ya había quedado claro), y, no sé por qué, demasiadas justificaciones (para dárselas de escritor misterioso y nada interesado en la forma en que va a ser recibida su obra, Prochazka parece muy pendiente de ello: este libro tiene tres textos suyos que explican el cómo y el por qué de sus cuentos).
Cierto es que el clima ayuda -voluble, cálido, húmedo- pero seguro abundan los motivos para hablar del estado de Louisiana como un lugar pringoso. Luego de haber pasado un mes en Baton Rouge, dos semanas en Nueva Orleans y una más en Shreveport, su recuerdo me trae el prurito de lavarme las manos. Hace unos pocos días que intenté penetrar en el pantanoso tema, pero éste suele ser tan hondo, turbio y espeso que más tardé en hablar de colmillos y hemoglobina que en tomar el camino de insaciable extravío que por costumbre sigue a tales elucubraciones. No hay que rascar gran cosa en la geografía para entender que los Estados Unidos tienen su Transilvania en el pringoso estado de Louisiana.
Es en un pueblo imposible al norte de Louisiana que Sookie Stackhouse conoce a Bill Compton. O en fin, lo reconoce. Por años ha esperado el arribo de un ser extraordinario a su apestada vida pueblerina. No es que sea fea o tonta, ni que le falte algo que debiera tener. Es con seguridad la mesera más guapa del restaurante, pero le sobra una facultad: puede leer los pensamientos ajenos. Basta con que un fulano la pretenda para que la atormenten sus reflexiones de mandril en brama. ¿Qué miedo puede ya tenerle a los vampiros, si conoce de cerca los apetitos ínfimos de los seres humanos? ¿No es preferible resbalar en los brazos de un chupasangre sincero y galante que caer en las garras de un carnívoro zafio y mentiroso? Desde que siente la presencia del pálido Compton, la rubia Sookie hierve en sus propias hormonas, pero lo irresistible no es al final su condición vampírica, como el hecho de que sus pensamientos le resultan totalmente ilegibles.
No saber lo que piensa una persona extraña es, por raro que suene, condición para hacerla entrañable. Quieren, aquellos que aman espectacularmente, que en consecuencia los querramos igual, o si es posible más, pero la transparencia suele ser antídoto eficaz contra todo principio de lujuria. Eso nadie lo sabe mejor que Sookie, podrida de enterarse de aquello por lo que nunca pregunta y en tanto condenada a la castidad, hasta que llega Bill, que como ella lo advierte tiene nombre de todo menos de chupasangre. Después de tantos nombres pretenciosos, ricos en consonantes amontonadas, hace gracia toparse con un vampiro que se hace llamar Memo.
Aborrezco Louisiana, si he de ser sincero. Sus policías son demasiado oficiosos y muy poco amigables. Su habitantes suelen desconfiar y tampoco se esfuerzan por ser muy confiables. Sus fantasmas transpiran de más, hay demasiadas ranas en la negrura. Será por eso que disfruto especialmente True Blood, pues me permite estar sin estar en ese trozo del infierno sureño donde ningún vampiro parecería fuereño. Al final del capítulo cae de modo exquisito, como un bálsamo, la música pringosa y a ratos truculenta que permanecerá flotando en la sesera, una vez que la imagen terminó de mordernos. Snake in the grass. Bones. Good Times. That Smell. Pedazos de ese sur donde hay cuatro colmillos por cada diente de ajo y los árboles se hablan de tú con las sogas.
A veces se hace justicia. No es tan frecuente. Normalmente los premios se dan a la contra. También los poetas son seres envidiosos. Tienen fobias y filias. Son humanos, a veces, terriblemente humanos.
Hoy unos poetas, que también era jurado, han dado justamente el Premio Nacional de Poesía a un libro de Joan Margarit: Casa de misericordia. La poesía, dice Margarit, una especie de casa de misericordia. ¿Recuerdan lo que eran las casas de misericordia? Un poema, él último de su libro, es un rincón de esa casa.
"El malecón:
Un hombre en pie delante de la dársena. Después del temporal, asumidas las pérdidas y amarrados los grandes y erráticos dolores, el puerto es el mejor lugar para esperar. El puerto es como él: en su interior, Enormes, reposados, mar y barcos."
Leíamos hace unos días en los periódicos que con motivo de las recientes tormentas devastadoras en El Caribe, las autoridades cubanas habían solicitado al gobierno de los Estados Unidos que por seis meses pusiera fin al embargo que pese sobre el país. Obviamente se estaba proponiendo una suerte de alto el fuego para, por así decirlo, retirar a las víctimas de un enemigo común En la guerra de España, y concretamente en la batalla del Ebro, hubo al parecer numerosas ocasiones en las que se establecieron treguas de este tipo, sin que nadie tuviera el sentimiento de estar en ese momento poniendo en almoneda las propias convicciones.
La respuesta de la otra parte fue negativa, ofreciendo a cambio lo que calificaban de ayuda humanitaria, ayuda que el gobierno cubano habría rechazado. Pues bien:
Se piense lo que se piense del régimen cubano, y sobre todo de la figura de su líder (que por cierto nunca dejó de tener detractores en el seno de la misma izquierda comunista de la que se reivindicaba, a veces no tanto por los contenidos políticos como por la retórica misma del personaje y lo dudoso de la calidad de sus puestas en escena), estoy seguro de que ninguna persona de bien habrá dejado de experimentar que en este rechazo de la sustitución de la fraternidad por la caridad, los responsables de La Habana han dado muestra simplemente de dignidad y entereza. A lo mejor en la próxima negociación no es ya el caso, pero en esta indudablemente sí. Doy esto como ejemplo de esa perennidad de ciertos valores a la que hace desde hace unos días vengo refiriéndome.
Recuerdo cuando ni en Madrid ni en otros sitios había cajeros automáticos y tenía uno que marcharse de vacaciones con el dinero encima. Y también eran los tiempos de los talones sin fondos. Ahora los billetes casi no los vemos, los talones los usamos en contadas ocasiones y la picaresca se ha orientado hacia las tarjetas de crédito, que por cierto están tardando mucho en ser sustituidas por algo que no podamos olvidarnos en casa, como una huella dactilar, por ejemplo, o simplemente la firma o la voz. La voz es algo muy personal e identificador. Ahora que la gente se cambia la cara cada dos por tres, lo único que permanece es la voz, así que lo de la foto en el carné ya no sirve. Como forma de control la foto es algo a extinguir. No sé cómo andará el asunto de los pasaportes en este sentido, pero imagino que habrá algún que otro problema. De pronto donde había una calva hay pelo, donde unas gruesas gafas no hay nada. Donde había unos labios finos el policía del aeropuerto se encuentra con Scarlett Johansson. ¿Me jura que ésta es usted? El reconocimiento ocular se ha vuelto muy complicado.
Todo cambia, y con el cambio desaparecen cosas y hasta las más tontas nos pueden producir nostalgia. Los inagotables cigarrillos de Bogart, por ejemplo, y su insuperable manera de llevárselos a los labios sólo comparable a la de Carrillo. Ahora nos hemos enterado de que las compañías tabacaleras untaban a los productores o actores para que incluso fumasen en pleno quirófano mientras se operaba al paciente. Y de golpe, nada de cigarrillos. Menos mal que hace unos seis años nos llegó la película Smoking room, que es algo así como una transición necesaria entre un antes y un después del humo. Es además una de las películas que más me han gustado en los últimos tiempos. Me deslumbró su inteligencia y madurez creativa, bastante inusual, espléndida.
Sin embargo aún no está mal visto empinar el codo en todo tipo de películas y series de televisión, como si el hígado tuviera menos importancia que los pulmones. ¿Pero qué hacen los actores sin poder sostener nada en las manos?, ¿qué hacen con las manos? El que mejor sabía manejarse en esta situación sin duda fue Cary Grant, al que le bastaba un ligero traje gris para vagar por el mundo. Tarantino por su parte ha optado porque sus personajes empuñen unas buenas espadas japonesas. Pero lo más preocupante son los dólares de papel, los billetes arrugados que hemos visto una y otra vez arrojar sobre los mostradores de los bares. La visa ha acabado con este momento.
Este era un detalle de cine que lo alejaba de la vida real: el personaje nunca espera el cambio, ni siquiera le pregunta al camarero cuánto es. Saca unos cuantos dólares y los deja caer en la mesa sin mirar. Como Robert Mitchum cuando se quitaba una camisa, la arrugaba como un papel y la lanzaba al otro lado de la habitación para que luego la asistenta la tirara a la basura. Qué miserable resulta revisar la cuenta en la vida real, recoger el cambio, dejar una propinilla, igual que volver al coche para asegurarnos de si hemos cerrado bien las puertas.
Aquellos días ya no volverán. Va resultando tan anacrónico ver monedas en una película como a alguien fumando. Lo del dinero (esa cifra que uno tiene en el banco) es un misterio. La economía siempre me ha apabullado, nunca he entendido nada, y ahora compruebo con horror que no era la única. Se les ha ido de las manos hasta el punto de que Wall Street se ha convertido en algo así como la Feria Esotérica Alternativa que se está celebrando en el Mercado Puerta de Toledo, donde los monjes del Tibet y su Rimpoche harán purificaciones y puyas de sanación, lo que de entrada no puede hacerle daño a nadie.
Una limpieza espiritual siempre será algo más tangible que lo del Ibex. Además está programada la No-terapia, que nace de la idea No-soy y que anuncia que "la rebelión espiritual de la nueva era ha nacido ya". A lo mejor por ahí van los tiros. De hecho, los videntes, clarividentes, mediums (que los profanos confundimos) están metidos en todo. Porque cuando todo falla, cuando nuestras previsiones y expectativas se vienen abajo siempre podremos experimentar la energía del Metratón. O bien "reconectar los meridianos del cuerpo asegurando que la red celular funcione en armonía", algo que dicho así parece sencillo pero que sólo se puede hacer una vez en la vida. Y cómo saber si este es el mejor momento.
En la familia y fuera de ella hay gentes que sin conocer la causa se despiertan con un fuerte dolor de cabeza. En la familia es asombrosamente frecuente esta sevicia caracteriológica o no.
No sabemos bien a qué atribuirlo pero sin duda es la noche y sus circunstancias quien desencadena la presencia del dolor. No significa esto que nos acostemos en perfecto estado y nos levantemos averiados pero el pequeño malestar que pudiera detectarse al final del día crece incomparablemente al atravesar el sueño. Y, sin embargo, el sueño ¿no debía ser curativo, reparador, túnel de lavado contra las diferentes excrecencias tóxicas de la jornada?
Que el sueño no se comporte de este modo benéfico sino maléfico crea el temor de que abandonados a sus manos podemos empeorar una y otra vez, sin aviso y quién sabe hasta qué grado. Sospechar del comportamiento del sueño comporta además entregarse cada noche a un ser extraño donde, a faltos de recursos para defendernos de él o pedir auxilio urgente, podríamos ser enfermados, desarticulados o inoculados de un grave dolor que decidirá pronto nuestro último destino. Y más aún, si como queda establecido, cada día indefectiblemente tenemos necesariamente que dormir y, en consecuencia, exponernos a las inciertas maniobras que siempre oscuramente puedan perjudicarnos.
Hay sueños buenos y sueños malos y no sólo en cuanto al argumento de lo que es soñado sino también por causa de sueños con sanas intenciones o propósitos torcidos. Sueños unos que nos refuerzan y otros que nos socavan y debilitan. Pero, en suma, ¿cómo precaverse de los segundos o garantizarse el acceso a los primeros? ¿Será a partir de las acciones de la vigilia como el sueño se convoca y se comporta? Pero entonces ¿cómo disponer convenientemente y uno a uno los actos del día en vistas al crítico momento de dormir¿ ¿Cómo asumir la ingente tarea de hacer con meticulosidad y apropiadamente cada cosa para después descansar debidamente? Una teoría nos dice que el paso del sueño a la vigilia y de la vigilia al sueño no consiste sino en una burda convención. Vivimos, en realidad, una continua duermevela: velamos por estar bien dormidos y dormimos para la vela. Velamos. Velamos mientras la muerte, desde el principio, se estaciona sobre nuestros cuerpos. Nos velamos paso a paso hasta que, como en las fotos, llegamos a desaparecer.