Clara Sánchez
No faltan optimistas que hablan de lo beneficioso de la crisis. Comentan, por ejemplo, que con la crisis y la bajada de la venta de coches ha bajado también el número de accidentes de tráfico; el afán consumista de la gente ha disminuido y eso, según los mismos optimistas, está contribuyendo a que decrezca la adicción al consumo de alcohol o de tabaco, lo que está repercutiendo muy positivamente en sus organismos. Pero la consecuencia más sonada de la crisis no tiene que ver con el consumo o con el tráfico sino con las llamadas relaciones interpersonales. Desde que se anunció la llegada de la recesión y sobre todo desde las noticias sobre la quiebra de bancos y de empresas, ha bajado notoriamente la quiebra de las relaciones de parejas, o sea la separación y el divorcio.
¿Cómo se va uno a separar si las dos nóminas se reducen a una, o si el hecho de tener que buscar una casa nueva para rehacer la vida como separado se hace tan inalcanzable como la propia felicidad? Con la crisis está sucediendo algo parecido a lo que pasa cuando arrecian el viento o frío: la gente, en lugar de separarse, se junta y casi nos abrazamos para hacer más llevadero el paso del temporal.