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I. Un negro extraño

La primera vez que oí hablar de Barack Obama fue en una seductora crónica de Bernard Henry Lévy publicada en la revista Atlantic en mayo del 2005, Tras las huellas de Tocqueville. Al cumplirse dos siglos del nacimiento de Alexis de Tocqueville, Lévy había hecho el año anterior un viaje de reconocimiento a través de los Estados Unidos, por los mismos territorios que su compatriota; y desviándose de su ruta prevista se fue a Boston para estar presente en la convención demócrata que eligió a John Kerry en julio del 2004 como candidato a enfrentarse a la reelección de George Bush.  Kerry no resultaría electo presidente, pero Obama ganaría el asiento de senador por Illinois. Toda una novedad. El único senador negro en el capitolio.

Un negro extraño, a quien su rival en la carrera por el senado, otro negro llamado Alan Keyes, acusaba de no ser suficientemente negro. Un negro que ni siquiera venía del sur profundo, tierra de esclavos, y tampoco tenía ancestros esclavos, hijo de un africano y de una blanca, alguien a quien en el caribe llamaríamos un mulato. Ha cuadrado sus orígenes, y se ha despojado de toda identidad, dice Lévy. ¿Quién es este negro blanco?, se pregunta con deje irónico. Un Clinton negro, se responde. Y uno no puede dejar de recordar que Toni Morrison, con apasionada compasión, dijo una vez que Clinton había sido tratado como un presidente negro, cuando un fiscal de vestiduras puritanas lo perseguía de manera implacable por causa de un aguado affair amoroso. 

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10 de noviembre de 2008
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Galería de espectros: Venus

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros me ha parecido ver el e Afrodita saliendo del mar.
Delfín Agudelo: ¿Te refieres al Nacimiento de Venus de Botticelli?
R.A.: Sí, me refiero a ese tratamiento creo perfecto que hizo Botticelli buscando el equilibrio entre la belleza física y la belleza espiritual, que era el gran ideal renacentista, fundamentalmente en el renacimiento de inspiración platónica. Curiosamente buscando ese equilibrio que creo se reflejaba perfectamente esa imagen que tiene algo de suspensión sensorial, algo de una carnalidad trascendente. Lo curioso es que Botticelli echó mano de una raíz de lo que era la representación de Afrodita vinculada puramente a lo mental; entre las dos Afroditas griegas, una como la diosa del Eros sensitivo y la otra como la diosa del Eros mental, la primera de ellas, la Afrodita llamada Pandemos, era la Afrodita de todo el pueblo y era la que implicaba la labor también reproductiva de lo erótico. Paralelamente, había una Afrodita puramente intelectual que quería simbolizar la reproducción en el sentido intelectual y espiritual. . Y es esa última a la que se refiere Botticelli, porque como se ve perfectamente en el cuadro Afrodita nace del mar, de una concha que está en el mar, lo que viene a significar que no nace de mujer, sino del esperma de los testículos castrados de Urano que cayeron al mar Egeo. De esos testículos, de ese esperma, surge Afrodita. Curiosamente esa mujer que representa uno de los paradigmas de la belleza femenina en la historia de la cultura occidental, es la fuente iconográfica de inspiración de Botticelli, es una mujer no nacida de mujer.

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10 de noviembre de 2008
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Ray Loriga: Fragmentos de un discurso amoroso

Con sus películas y novelas, Ray Loriga ha logrado renovarse y trascender a las preocupaciones de su tiempo y su país. Una relectura de Héroes (1993) nos muestra que sus adolescentes desolados no respondían necesariamente a los años noventa o a España: el chico encerrado en su habitación, dispuesto a vivir en un mundo construido por él mismo en el que hay, sobre todo, música y drogas, una chica y unos amigos, remite tanto a los personajes que encarnó en su momento James Dean como a los de River Phoenix (en el imaginario de Loriga figura como fuerza el cine norteamericano). Tokio ya no nos quiere (1999), la mejor novela de Loriga, ciencia ficción con ecos de Bukowsky y Ballard, muestra la preocupación del autor español por la memoria y sus avatares. Podría decirse que lo suyo es una forma desplazada de lidiar con un tema de la narrativa española de los noventa --¿qué hacemos con nuestra historia más reciente? ¿Vale la pena recordarla, sentimentalizarla, ajustar cuentas con ella, pasar página?--, pero, en todo caso, lo importante es que su lectura en clave local no la agota.

En el centro de la narrativa de Loriga se encuentran personajes románticos y vulnerables. Nunca tanto como en su última novela, Ya sólo habla de amor (Alfaguara, 2008), que cuenta la historia de Sebastián, un hombre que ha perdido a su gran amor y lame y relame sus heridas como suelen hacerlo los enamorados: discurriendo obsesivamente sobre el amor. Ya lo sugirió Barthes: el enamorado tiene algo de psicótico en su compulsión por hablar de aquello que le ocurre. Sebastián lo sabe: "estaba tan enfermo de amor, tan necesitado de amor, tan tercamente apartado del amor y sus sucedáneos, que es de suponer que su cerebro no regía ya con ninguna claridad y que todo su comportamiento se veía sin duda afectado por sus autoimpuestas carencias".

Si bien el conocido aliento poético de Loriga no pertenece al narrador de esta novela, sí existen frases contudentes, epifánicas, que nos dicen algo que acaso no sabíamos antes: "Todo amor es sin lugar a dudas el asalto a un tesoro que no nos pertenece, y de lo que uno se lleva a escondidas, como un cazador furtivo, es mejor no dar cuentas a nadie". El problema de Ya sólo habla de amor es que para que el discurso de Sebastián se haga carne en el lector, necesita de una historia más sólida que lo sustente. Tal como está, hay poco de trama: Sebastián va con una mujer hermosa a un baile en la embajada suiza, pero sabe que no podrá entregarse a ella porque está todavía perdido en la estela del amor fracasado. Quizás ése sea el objetivo de Loriga; mostrarnos que, para un enamorado, hablar sobre el amor es tan importante que incluso la realidad sobre la que se eirge ese amor termina desvaneciéndose. Aun así: esas razones podrá aceptarlas un enamorado, pero no necesariamente esta novela (o mejor: esta lectura de la novela).

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10 de noviembre de 2008
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Ritual de abracadabras

"Imaginar la nada, o creer que se gobierna la nada, es una de las formas, acaso la más segura, de volverse loco." Lo escribí de memoria, sobre una servilleta. Luego le añadí el nombre del autor y un comentario breve: Huyamos de la nada, tras lo cual deslicé la servilleta hasta las manos de la guapa del salón. Dos minutos más tarde, ya había consentido en que pintásemos venado juntos. Destino: Carlos Fuentes Live en El Colegio Nacional.

     Seguramente también ella, que como yo estudiaba Literatura, conocía aquel adagio infecto según el cual los escritores suelen morirse de hambre. Una sentencia falsa en rigor, cuyo efecto eufemístico aspira a sugerir que el interfecto es un muerto de hambre. Por eso en el camino me esmeré en relatar a la guapa de marras que, una semana antes, Fuentes había narrado en el mismo lugar cómo, cierta noche en París, fue invitado a una cena cuya anfitriona lo sentó junto a María Callas. "¿Qué le parece el mito, ahora que lo conoce?", le preguntó la diva, según recuerdo, a lo que el novelista respondió que le parecía que el mito había adelgazado. Mi punto, al fin, era que aquel embuste del escritor hambreado quedaba cuando menos en veremos.

     No podíamos aspirar a una silla. Estar adentro ya tenía el sabor del privilegio, tal como atestiguar el performance en cuclillas nos daba una probada de aventura. No traíamos libretas, ni siquiera papel, pero por algo he usado la palabra performance. Algo iba a acontecer que no se limitaba a las palabras, ni bastaría una transcripción para documentarlo. Una cosa es sentarse a dictar una conferencia y otra alzarse a invocar y alebrestar demonios a golpe de conjuro. Distraerse apuntando lo recién oído era perder el hilo del hechizo. Hacer trampa, quedar fuera del juego. Una idea que se iba tiñendo de angustia conforme la actuación del autor ganaba altura, urgencia y contundencia. La angustia deleitosa de quien ya se enganchó a la narración y paladea el entuerto de confundir al juglar con su historia.

     Más que una performance, era aquella la recreación de un ritual. Un acto de endorcismo apalabrado. El autor se ha propuesto la gesta de narrar el acto inenarrable de narrar, y al hacerlo en voz alta debe echar mano de cuantos recursos le sean concebibles. Uñas, dientes, rodillas, hay que matar al león a como dé lugar. Ante los asistentes, el autor se convierte en personaje. Sabe que al fin lo dicho, lo narrado, forma asimismo parte de lo acontecido, y en ciertas ocasiones lo suplanta. Nos suplanta. Nos urge. Nos arrastra. Quien era espectador se ha transformado en cómplice. El dicho ya es el hecho. Fin.

     A saber cuántos fuimos los intrépidos que regresamos de uno de esos viajes convencidos de que la vida sería una miseria si un día no intentábamos darle la cara así a nuestros fantasmas. Recuerdo, sin embargo, que de vuelta en la calle de Donceles la nada parecía un bicho inimaginable.

(Revista Nexos. Octubre, 2008.)

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10 de noviembre de 2008
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Esperando a Obama

Convocan dos presidentes en precario. El más poderoso, porque se va el 20 de enero. Todo lo que le queda por hacer es evitar más errores, salir deportivamente. El más modesto porque su presidencia es más ornamental que efectiva: dura seis meses, hasta fin de año, y no tiene otro mandato que reunir a sus iguales para intentar alcanzar nebulosos y con frecuencia impracticables acuerdos. Pero lo que manda es el espectáculo y los guiones que sirven para organizarlo, las figuras de los actores del pasado a las que hay que imitar y emular. Ahora se trata nada menos que de refundar el capitalismo y de regresar sobre los pasos de la conferencia de Bretón Woods, la reunión organizada 1944 por los mismos países que estaban trabajando en la fundación de Naciones Unidas para poner orden a la economía y a las finanzas internacionales.

El papel de Francia no ofrece lugar a dudas. Se parece bastante a lo que ya ocurrió entonces, hace más de 60 años, cuando De Gaulle pugnaba desde su oficina londinense por conseguir que su país, ocupado por Alemania y más dedicado a la colaboración que a la resistencia, tuviera una silla entre los vencedores. Ahora, este biznieto político tan peculiar que se llama Nicolas Sarkozy quiere aprovechar de nuevo la oportunidad de la presidencia europea de turno para convertirse en el líder de Europa y resolver dos o tres problemas que tiene pendientes.

Francia tiene todo el interés en que se voz se oiga y su opinión cuente a la hora de introducir modificaciones en la arquitectura de las instituciones internacionales vinculadas con la economía. Tres grandes instituciones, como el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio están presididas por franceses, y hasta septiembre también lo estaba el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (Trichet, Strauss-Kahn, Lamy y Lamièrre, respectivamente). De otra parte, el capitalismo francés, con su marchamo colbertista, es el que se halla mejor adaptado a los nuevos aires intervencionistas que soplan desde que la crisis financiera: es una buena oportunidad para convalidarlo y legitimarlo.

Creo que fue el canciller alemán, Konrad Adenauer, quien dijo aquella maldad de que Francia viajaba siempre en primera con billete de segunda. España, en cambio, está acostumbrada a viajar siempre en tercera, aún habiendo pagado para viajar en segunda o incluso primera como es ahora el caso. Al final irá invitada por Francia en el vagón privilegiado. Había que estar y Zapatero lo ha conseguido. No sé si el precio pagado es demasiado alto. Sobre todo en imagen: por jugar con las cartas boca arriba. The Economist, que defiende la presencia española en la cumbre de Washington, no se olvida de pegarle una colleja a Zapatero. "Ha demostrado poco interés en el mundo exterior".

Está claro en todo caso que el Gobierno español ha jugado tarde y mal sus cartas diplomáticas para estar en una reunión de este tipo con un estatuto más claro y más destacado, en vez de invitado de favor de nuestro amable vecino. Probablemente todo esto viene de lejos. De anteriores apuestas erróneas, de falta de horizonte y perspectiva: como si la única carta a jugar fuera la unidad política europea.

Esta conferencia, en la que se utiliza la presidencia europea semestral para la convocatoria, es un paso más en la marginación de las instituciones europeas. Cuando Sarkozy deje la presidencia intentará seguir representando su papel de líder, esta vez porque es el presidente de Francia, con un asiento en el Consejo de Seguridad. No es la única paradoja flagrante de la convocatoria. Bretón Woods fue convocada por la superpotencia americana para organizar el mundo después de la victoria sobre el Eje. Esta conferencia del próximo sábado ha sido convocada por un presidente saliente políticamente derrotado, para arreglar los desperfectos desencadenados por su sistema financiero.

No es extraño el escepticismo que suscita. Lo más interesante de la convocatoria es que el presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama, mandará a colaboradores suyos a la conferencia, pero él no asistirá. El compromiso que pueda adquirir Bush es realmente débil y relativo. No hay dos presidentes de Estados Unidos a la vez, ha aclarado Obama y no se cansan de repetir los buenos conocedores de cómo funciona la transición.

No es inocente esa idea de Sarkozy de atar los cabos en cien días, lo que significa dentro del mes posterior a la toma de posesión del nuevo presidente norteamericano, mientras se está instalando, para intentar dejarle la pauta ya escrita. Todo al servicio de su protagonismo. Pero me temo que habrá que esperar a que sea Obama, el afroamericano que ha derrotado al bushismo, el victorioso de este envite, quien se ponga a la tarea. Para Zapatero, tan bueno como estar en el vagón de primera donde viaja Sarkozy son los diez minutos de conversación telefónica que ha mantenido con el nuevo presidente norteamericano. Lo mejor que puede hacer es cultivar con extraordinario cuidado esta nueva y beneficiosa amistad.

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9 de noviembre de 2008
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La dificultad de empezar

Lo más fácil es seguir, continuar, repetir. Para empezar hay que acabar antes con algo. Un nuevo comienzo, un nuevo día requiere ideas, proyectos y esfuerzos. Eso es lo que han decidido los ciudadanos norteamericanos con su voto del pasado martes. Una etapa cerrada: basta de Bush. Quizás más larga: basta con las ideas de Reagan. Y con dimensiones históricas: el sueño de Martin Luther King hecho realidad. Y otra abierta llena de incógnitas. No será muy distinta de lo que hemos conocido hasta ahora, dicen los agoreros, partidarios del eterno retorno. Los equipos de Obama se ocupan de lo contrario. Reagan habló de un nuevo comienzo, y lo consiguió. Obama tiene el mandato, la oportunidad, el impulso. Tiene también la inspiración, el temperamento, su imagen convertida en icono mundial.

Después de la euforia de la victoria, llega ahora la hora de arremangarse. Lo que Obama pueda hacer deberá hacerlo enseguida, en esos primeros cien días que marcan una presidencia. Pero los poco más de 70 días que le quedan hasta el 20 de enero son también importantes. Debe aprovecharlos para organizar los equipos y preparar una buena arrancada. Todo se lo juega en estos primeros meses, especialmente peligrosos en el escenario internacional. Buena parte de las grandes crisis se organizan en este periodo de cambio de líderes.

Así le sucedió a Kennedy con el desembarco de cubanos exilados apoyados por Estados Unidos en Bahía de Cochinos. La crisis de los rehenes americanos en Teherán marcó la transición de Carter a Reagan. Clinton se encontró con la intervención en Somalia decidida por su predecesor, George H.W. Bush. El fantasma de una crisis entre Irán e Israel ha merodeado durante todo este tiempo, pero de momento tenemos el anuncio de despliegue de misiles rusos en Kaliningrado, justo el día 5 de noviembre, como salva de bienvenida a Obama, que marca también algo evidente en todas las transiciones: es el momento idóneo para que los enemigos tomen ventaja del relativo vacío de poder.

De momento, ya tenemos respuesta a la pregunta insidiosa que lanzó Hillary Clinton acerca de quien descolgaría el teléfono a las tres de la madrugada en la Casa Blanca, ese teléfono de las malas noticias que requiere mucho juicio y nervios de acero. Será Rahm Emanuel, el jefe de gabinete designado de la nueva Casa Blanca de Barack Obama, equivalente en muchos aspectos al primer ministro. Emanuel es un tipo experimentado, que ya estuvo en la Casa Blanca de Clinton, donde negoció al Nafta; ha encabezado el grupo demócrata en el Congreso; y se le considera un duro, sin pelos en la lengua.

Habrá que seguir con atención esa transición americana, tan llena de dificultades y riesgos. El politólogo David Rothkopf asegura que "es como intentar cambiar de conductor en una autopista a altísima velocidad. Al menos hay un momento en que se presenta el máximo peligro cuando nadie tiene las manos asiendo firmemente el volante".

Pero no nos pongamos catastrofistas y regresemos para finalizar este texto a la alegría del momento. El cantante Will.i.am, autor del vídeo ‘Yes we can', ha hecho otra producción y otra canción inspirada, que interpretó en la fiesta electoral de Grant Park en Chicago y presentó en un programa con Oprah Winfrey, con el título de ‘A new day'. La CNN, para demostrar que novedad y tecnología siempre van juntas, le entrevistó la misma noche electoral pero a través de imagen holográfica. Estamos en un nuevo comienzo, estamos viendo cosas extraordinarias y veremos todavía muchas más. (Desde donde escribo no puedo colgar los enlaces con los dos vídeos: podéis buscarlos en youtube.com)

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8 de noviembre de 2008
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Perverso y genial

De vez en cuando por aquí aparece alguien que se firma Marny, aunque cambia la caligrafía siempre me recuerda a Marnie, la famosa ladrona de Hitchock. A la elegante y fascinante, Tippi Hedren. Que es mucho más que la madre de Melanie Griffith o la suegra de Antonio Banderas. El genial director se encontró una mañana mirando la televisión con la joven Tippi que hacia un anuncio publicitario sobre un complemento para la dieta. No era actriz, apenas unos anuncios y alguna fugaz aparición en olvidables series de televisión. Fue Hitchcock el que la inventó. La deseaba, sin ser correspondido, algo que ya era habitual en su biografía, con otras muchas, con las famosas "rubias" de su cine. Ahora Donald Spoto, biógrafo de muchos mitos del cine, autor de una biografía del propio Hitch, acaba de publicar, en Lumen, un libro sobre esa historia de pasiones, torturas, amores y desprecios que el genio del suspense sintió por las mujeres.

Era un tipo genial. Y era un perverso. Un enfermizo tipo que tuvo obsesiones indisimuladas en la vida y en el cine. Aquí se repasan sus más conocidos y sonoros fracasos amorosos, que sin embargo dieron excelentes frutos en el cine./upload/fotos/blogs_entradas/detalle_del_peinado_de_kim_novak_en_el_filme_vrtigo_1958_de_alfred_hitchcock._med.jpg

Tiñó de rubias, entre otras, a Madeleine Carrol, Joan Fontaine, Ingrid Bergman...Y cambió los peinados de Kim Novak, Grace Nelly, Eva Marie Saint o Tippi Hedren. Estaba claro que le fascinaban las rubias. Le fascinaban y también las maltrataba. Una historia de pasiones no correspondidas, de amores y venganzas, de admiración y desprecio. Su tercera película se llamó El enemigo de las rubias, una historia de un asesino en serie de un cierto tipo de mujeres. Algo muy cercano al verdadero sentimiento del perverso Hitchcock. Un genio incorrecto. Un complejo asesino de mujeres en la ficción. Aunque en la vida le gustaba ironizar con algún comentario tan expresivo como el que expresaba en los años treinta: "El problema en la actualidad es que no torturamos lo bastante a las mujeres".

Un comentario indefendible. Y sin embargo, a su manera, hizo todo lo que pudo para cumplir ese precepto. Un perverso. Y un genio. 

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7 de noviembre de 2008
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Eduardo Noriega

Para celebrar la victoria de Obama me he aventurado a los cines de enfrente de mi casa, donde todo lo que ponen es bastante comercial, pero no tenía gana de ir más lejos. De la cartelera elegí Transsiberian, de la que en alguna parte había leído que es un buen producto de serie B y que es entretenida, ¡ah! y que recordaba a Frenético. La situación pedía a gritos una bolsa gigante de palomitas. Más o menos sabía a lo que iba: una pareja de norteamericanos, Roy (Woody Harrelson)  y Jessie (Emily Mortimer) emprende un viaje desde Pekín a Moscú en el Transiberiano, donde se van a encontrar con todo tipo de gente extravagante, que es como un extranjero ve a la gente de otros países, entre ellos con Carlos (Eduardo Noriega) y su pareja. Ambiente extraño y claustrofóbico, sensación de peligro, bellos paisajes de la estepa siberiana, frío. Cuánto juego han dado los trenes en el cine y siguen dándolo, aunque en esta película el tren es una máquina casi fantasmal. Y no lo voy a comparar con un viaje en el tiempo ni en la vida de los personajes de la historia. Sólo diré que se le ha sacado jugo sin cargar las tintas, sin correrías desenfrenadas por los vagones.

El comienzo de la película con Ben Kingsley es de altos vuelos, clásico, sereno, con fuerza, nada de serie B. Lástima que el final con Abby en la nieve rice el rizo. Pero todo lo de en medio (salvo algún fleco) está bien tensado y sostenido por la interpretación de los actores, de la que destaco la de Eduardo Noriega. Y en el fondo todo lo anterior es un pretexto para hablar de él. Me ha encantado verle maduro, dueño de sí, natural, inquietante, seductor cuando quería y aborrecible cuando quería. Mirada turbia, cínico, campechano, muy español.

Le había perdido la pista, me había olvidado de Eduardo Noriega y ahora me reencuentro con un gran actor, cuya presencia es dominante en comparación con el resto de actores. Y eso que todos están bastante bien. Kingsley, por ejemplo, nos ofrece un buen repertorio de matices psicológicos y Harrelson se mete como un guante en el papel de hombre medio y tirando a anodino que puede llegar a ser un héroe en determinados momentos. Y lo mismo Emily Mortimer, e incluso el personaje más cogido por los pelos de Abby. Pero hay un resquicio en ellos por donde asoma su gran profesionalidad. Y este es el tremendo logro de Noriega, que ha logrado olvidarse de su profesionalidad y que nos olvidemos todos. Parece un pasajero de verdad, un mochilero con un anillo en el dedo gordo de la mano que no le tiene miedo al riesgo. Se nota que ha aportado mucho al personaje de Carlos, y que está muy por encima de su guapura. Se nota que ha aprendido mucho y que va por todas.

¡Ojo! con Eduardo Noriega. Está dando un salto.

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7 de noviembre de 2008
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Un nuevo americanismo

Un nuevo americanismo empezará a cuajar en el mundo como consecuencia de la elección de Barack Husein Obama como 44 presidente de Estados Unidos. Si el americanismo surgido de la Guerra Fría tendía a identificarse con las derechas, esta nueva corriente de simpatía que se está levantando hacia Estados Unidos de América estará más amarrado a lo que se suele entender como izquierdas. Esta elección ha demostrado que este gran país americano y a la vez superpotencia se ha convertido en una sociedad multirracial y tolerante, en la que se ha cerrado de forma sobrada y explícita un largo capítulo de su historia, contradictorio con los ideales de su Declaración de Independencia, cuando las trece colonias se separaron de la Corona británica en nombre de la igualdad entre todos los seres humanos y del derecho a la felicidad. ¿Hace falta alguna prueba más de que este país ha superado la discriminación y el racismo? Hasta 1964 Estados Unidos permitía que los estados sudistas practicaran la segregación racial en sus escuelas, transportes públicos y en las relaciones sociales. Muchos son los dirigentes de los movimientos por los derechos civiles que lo sufrieron personalmente y contemplan ahora estupefactos e incrédulos el salto tremendo que ha efectuado su país, reinventado de nuevo y reconciliado con sus valores fundacionales.

Pero todo esto, en el fondo, no es nuevo. Se acabó hace tiempo. Si un candidato afro americano puede llegar a la Casa Blanca es porque la cuestión racial ha quedado ya superada como elemento de polarización social y política. No ha habido el llamado efecto Bradley, el político negro que perdió la elección por el voto oculto racista después de que todas las encuestas le dieran vencedor. Si Obama es el presidente electo es porque Estados Unidos era antes de esta elección una sociedad pos racial y razonablemente integradora. No es una batalla que haya ganado Obama con su candidatura y su victoria, al contrario, éstas son hijas de un cambio que ya se había producido.

/upload/fotos/blogs_entradas/la_hermana_del_activista_por_los_derechos_civiles_martin_luther_king_se_emociona_al_escuchar_la_noticia_de_la_victoria_de_barack_obama_med.jpgEl cambio de Obama significa romper con las políticas de Bush, no lo el hecho de que un negro llegue a la Casa Blanca. Pero aún así, no es posible desnudar de significado este hecho. Los propios afro americanos son conscientes de ellos. Nunca había visto negros tan felices como esos días. Ni tan emocionados, entusiasmados, llorosos. Obama dice que no quiere ser un emblema ni un símbolo, sino un gobernante: acaban de conocerse sus primeros movimientos, todos muy bien jugados como corresponde a un político calculador y frío. Pero también es y será todavía más un símbolo. Su rostro está destinado a eclipsar la vieja iconografía izquierdista y revolucionaria hasta convertirse en el emblema de una herida histórica que ha quedado felizmente cerrada.

Cabe imaginar la reacción popular en los países de Asia, Africa y América donde se ha conocido también la discriminación racial, el apartheid colonial y la estigmatización de sus inmigrantes. Una poderosa arma en poder de los enemigos de Washington ha quedado inutilizada. Cada año Pekín da conocer un informe sobre derechos humanos en Estados Unidos, que es la respuesta simétrica al informe del Departamento de Estado sobre China. Pues bien, su argumento sobre el racismo americano perderá toda vigencia, inutilizado con la llegada de Obama a la Casa Blanca.

Lo mejor para neutralizar todos los antiamericanismos, aunque sean impostados como en el caso chino, es que el cumplimiento de la promesa de la independencia se extienda también a la promesa fundacional en lo que se refiere a los derechos humanos. Y esto está ahora en las manos de la amplia mayoría demócrata en el Congreso y sobre todo en las manos de Obama. Si Estados Unidos corta por lo sano con las políticas lamentables de la actual Casa Blanca, en las que se ha perdido el alma y los valores en nombre de la eficacia contra el terrorismo, las bases para que el americanismo vaya prendiendo en el mundo serán suficientemente sólidas.

Perderán también fuerza, por falta de coartadas, los argumentos de sus enemigos, esos virtuosos de las simetrías, que convalidan a regímenes dictatoriales y genocidas gracias a los excesos y a los profundísimos errores de Bush. El equipo de Obama está preparando ya un gran viaje a varios países africanos, que puede adelantarse incluso al tradicional viaje a Europa que realiza el presidente recién elegido. Habrá que estar atentos a cómo las poblaciones africanas encajarán las reconvenciones a favor de la democracia y de los derechos humanos cuando salgan de la boca de un personaje con autoridad moral como Obama.

El antiamericanismo actual tiene su origen en la Guerra Fría. Dentro de Estados Unidos buscaba argumentos en la segregación y en la discriminación racial y en el exterior en la prepotencia y en los excesos de sus políticas imperiales. Ahora no hay Guerra Fría, no hay motivos para denunciar discriminación alguna con los afroamericanos y el nuevo presidente se propone liderar el mundo de forma más multilateralista y dialogante. La recepción que ha tenido la elección de Obama demuestra, además, que hay ganas de amistad con los norteamericanos, en todo el mundo.

El único gobernante que demostrado una hosca antipatía ha sido el presidente ruso, Dimitry Medvedev, que ha querido marcar el territorio al nuevo presidente el mismo día de la elección. El acto de intimidación que significa la amenaza de armar misiles en Kaliningrado va dirigido a debilitar al presidente electo de entrada, para que se vaya enterando de cómo las gasta Rusia. A todo el mundo interesa repudiar esta actitud porque a todos nos conviene que Barack Obama triunfe y tenga autoridad, entre otras razones para que pueda tener una actitud de gran exigencia en derechos humanos, libertades y democracia en todo el planeta.

Pero para llegar a esto antes Obama debe tomar un nutrido paquete de decisiones como desmantelar Guantánamo, prohibir la tortura y los secuestros, y someter todas las actuaciones extraordinarias por motivo del terrorismo a la acción normal del Congreso y de los tribunales. Y después, ya puede arremangase y empezar a pegar broncas a tantos dictadores amigos de Estados Unidos a los que nadie les había hasta cantado hasta ahora las cuarenta o se había hecho sin autoridad alguna.

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7 de noviembre de 2008
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Cuarenta años de edad: ¿Estéril para las matemáticas?

Decía que Rita Levi- Montalcini había sentado las bases de la tesis según la cual se podía ejercer investigación de punta por ejemplo a los 40 años. ¡No faltaba más¡, se objetará quizás, considerando que a esa edad una persona es hoy en día considerada joven. Y, sin embargo, no es por azar que mencionaba los 40 años. En 40 años, en efecto, el grupo de matemáticos franceses que respondía al seudónimo colectivo de Bourbaki fijaba el tiempo en la que la creatividad matemática habría alcanzado su límite (¡ello en los casos más optimistas!), razón por la cual aquellos que rozaban la edad ya podían sentirse expulsados del grupo.

Ni los miembros de Bourbaki eran genetistas, ni la genética había, en los años 50 (es decir, cuando el grupo se hallaba en su cenit) alcanzado ese crecimiento exponencial que siguió al descubrimiento del ADN. Los bourbakianos, sin embargo, generalizaban por inducción (cosa grave en un matemático). De la trivial constatación de que los individuos dan muestras de debilitamiento de la potencialidad intelectual a edad aún temprana... concluyen que el ser humano es rápidamente un ser intelectualmente débil. Razonamiento análogo al que supondría concluir que no hay heroicidad en el ser humano, a partir de la constatación de que los individuos que nos rodean están muy lejos de preferir la libertad a la vida, o de mantenerse fieles (cuando ello tiene un precio) a una palabra avanzada.

Cierto es que en la época de Bourbaki esta convicción tenía base en una vulgata científica que hasta muy recientemente no ha dejado de ser operativa. Se creía en efecto que el monto de células cerebrales, de las que se haya dotado el ser humano desde el nacimiento, va reduciéndose con el tiempo sin posibilidad de reposición, y ello por mucho que se constatara que en el resto del cuerpo sí se da un cierto grado de reposición de órganos.

/upload/fotos/blogs_entradas/la_paradoja_de_la_sabidura2_med.jpgEn su libro de 2005, La paradoja de la sabiduría, el neuropsicólogo Elkhonon Goldberg señala que la tesis de la no renovación celular en el cerebro humano se mantuvo pese a los trabajos sobre animales realizados por investigadores como Fernando Nottebohm y Joseph Altmann. Se había demostrado, en efecto, que en determinadas circunstancias en las que el cerebro de ratas se mantenía activo se constataba una proliferación neuronal de hasta un 15 por ciento.

El escepticismo respecto a que algo análogo pudiera ocurrir en el ser humano revelaba, cuando menos, una suerte de pesimismo sobre nuestra naturaleza. Algo felizmente está cambiando al respecto: "Se ha podido demostrar, por ejemplo, la aparición de nuevas neuronas en el hipocampo de adultos humanos, un descubrimiento que se debe al científico sueco Peter Eriksson. Más aún, la proliferación de nuevas neuronas no se produce únicamente en los cerebros sanos, sino también en los de pacientes afectados por la enfermedad de Alzheimer"( E. Goldberg La paradoja de la sabiduría. Traducción de Joan Lluís Riera, Crítica: Barcelona, 2006, p. 279).

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7 de noviembre de 2008
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