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Galería de espectros: Durero desnudo

Rafael Argullol: En mi galería de espectros hoy he visto el espectro más íntimo de Durero.
Delfín Agudelo: ¿Te refieres a su autorretrato desnudo que se encuentra en Weimar?
R.A.: Sí, a ese curiosísimo autorretrato porque si bien el desnudo tenía una historia todavía muy joven en el momento en que pintaba Durero -no hacía ni un siglo que los pintores realmente hacían pintura de desnudo tanto masculina como femenina- verdaderamente es un hecho completamente excepcional que un pintor se autorretratara a través de un desnudo integral y frontal como hace Durero. En ese sentido veía ese autorretrato como simétrico a aquél en el que el pintor se retrababa con la grandeza mayestática. Con ese retrato desnudo lo que quiere mostrar a los espectadores es la pura intimidad, la pura crudeza de los sentidos. La demostración de que el pintor, de la misma manera que tiene que aspirar a la interpretación espiritual de la existencia, tiene que reflejar esa interpretación a través de la única arma directa con la que cuenta, que es la materia sensorial.  Ninguna materia es más sensorial que aquella de los cuerpos, y probablemente para un pintor ninguna materia de os cuerpos es más directa e íntima que aquella en la cual se refleja su cuerpo desnudo. Esta imagen tiene para mí un efecto revolucionario, un auténtico punto de inflexión en la historia de la pintura, y aunque no es demasiado conocida, creo que inaugura caminos que posteriormente sólo se recordarán en su plenitud prácticamente en el arte de finales del XIX y del XX, en el expresionismo y en cierto realismo contemporáneo. Casi diría que entre el desnudo integral y frontal de Durero y los desnudos, muchas veces también autorretratos,  de los expresionistas, los pintores jamás se atrevieron  a llegar tan lejos.

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17 de noviembre de 2008
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Solo contra todos

Es en Serendipity, si mal no recuerdo, que el personaje de John Cusack elige Cool Hand Luke -o La leyenda del indomable, como se la conoce en la Argentina- como su película favorita. A más de cuarenta años de su estreno (y con el sabor agridulce de la reciente muerte de Paul Newman en los labios), acepto que el film de Stuart Rosenberg resistió bien el paso de tiempo. Luke Jackson será siempre uno de los rebeldes icónicos del cine. A la manera de Brando, que poco tiempo antes había respondido a la pregunta: "¿Contra qué te rebelas?" con el ya clásico: "¿Qué tienes para ofrecerme?", Luke no está enfrentado a nada en concreto. Es el sistema mismo, con sus reglas omnipresentes, con sus infinitas regulaciones, lo que lo conmina a embestir como un toro -con resultados no muy distintos a los de la lidia.

La sencillez de la anécdota se presta a ser leída como alegoría. Luke va preso por una razón banal -rebanar cabezas de parquímetros en una noche de borrachera-, lo cual suena gratuito en un comienzo e inevitable a medida que lo conocemos más: Luke está destinado a chocar con el sistema, el cuándo y el por qué termina siendo por completo irrelevante. En la forzada compañía de los otros internos de la prisión-granja, Luke se destaca de inmediato. Aunque no tiene ningún deseo de ser líder -jamás disputa la primacía de Dragline (George Kennedy)-, su insobornable rebeldía termina inspirando a todos los hombres. Con la excepción, por supuesto, de los represores que encarnan la autoridad en el penal. /upload/fotos/blogs_entradas/cool_hand_luke_2_med.jpgLuke es un cáncer para el orden que preservan por la fuerza. Y por eso se toman la misión de quebrarlo como una cuestión personal.

Si uno googlea Cool Hand Luke, encontará aquí y allá argumentos según los cuales hay muchas cosas en común entre Luke y Cristo. Yo creo que es llevar el asunto demasiado lejos. No hace falta elevarse a las alturas de Jesús para ser un hombre que rechaza la socialización forzada a que nos somete el mundo contemporáneo. En otros tiempos, cuando el planeta abundaba en territorios desiertos, Luke hubiese sido un anacoreta, un explorador o un baqueano, viviendo de acuerdo a sus propias reglas -podría incluso haber sido un héroe. Pero en este mundo de hoy, cualquier hombre que desconozca alguna de las regulaciones que nos mantienen mansos y ordenados las desconocerá todas, forzando al sistema a exhibir su esencia represiva.

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17 de noviembre de 2008
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Cosas de las que me enteré en el FILBA

El FILBA (Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires), que se llevó a cabo por primera vez este pasado fin de semana, ha iniciado su andadura de la mejor manera posible. Su característica principal fue plantear una propuesta temática; no se trató de invitar a escritores e intelectuales porque sí, sino vinculándolos a todos a través de una serie de redes de discusión. El tema central de este año fue el de "Circuitos", con ejes temáticos en torno al desplazamiento, el viaje, la mudanza, el intercambio cultural, la migración.

Hubo paneles sobre escritores y la forma en que la migración influyó en su estilo (como en Andrés Neuman, un argentino afincado en España, y Santiago Roncagliolo, peruano también en España), incluso en la elección de su lengua de escritura (como en el peruano-norteamericano Daniel Alarcón, y Anna Kazumi Stahl, escritora norteamericana de origen japonés, y que decidió radicar en la argentina y escribir en español). Hubo paneles sobre el desplazamiento de la escritura, del libro impreso al internet, con discusiones articuladas en torno al blog. Las opiniones fueron variadas: el brasileño Daniel Galera sugería que los blogs son escritura, pero no literatura, mientras que el argentino Oliverio Coelho señalaba que los blogs son también otra forma de la ficción, de la literatura: en su blog, él escribe su diario, pero siempre alterándolo para privilegiar lo verosímil sobre el testimonio "real".

Si hubo un fantasma que recorrió el FILBA, fue el de Roberto Bolaño, emblemático escritor del desplazamiento. El festival le dedicó tres paneles, en el que intervinieron escritores como Alberto Fuguet, Martín Kohan, Horacio Castellanos Moya, Gonzalo Garcés, Juan Villoro y Alan Pauls. Kohan se mostró desconfiado ante la mitificación producida por la muerte temprana de Bolaño y señaló que los tiempos eran "demasiado cortos y su impronta demasiado poderosa" para hablar del legado de Bolaño. Sin embargo, siempre aparecen nuevas formas de leer a Bolaño. Fuguet, por ejemplo, se asomó al lado pop de Bolaño (su fascinación por la pornografía, los videojuegos) y se animó a decir que podía ser un buen escritor para adolescentes (lo grupal, que tanto le gustaba a Bolaño, es una actitud muy adolescente).

Buena parte de lo que uno se lleva de los festivales ocurre en la trastienda, en los pasillos. Se escuchan chismes, se habla de proyectos, se aprende de fobias y tics. A la norteamericana Nicole Kraus no le gusta que la fotografíen sin pedirle permiso a su agente (pobre del bueno de Mordzinski). Roncagliolo tiene nueva novela, Parecía el paraíso, para abril. Rey Rosa se pasa a Anagrama y el próximo semestre publica una nueva novela. Villoro se muestra descorazonado por la violencia en el norte de México: Tijuana, Culiacán y Ciudad Juárez están tomadas por los narcos. En tiempos en que importa la performance, escritores como Lemebel y Bellatin tienden a ocupar el spotlight. Y así seguimos, hasta el próximo festival...   

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17 de noviembre de 2008
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Abismo y magnetismo / y III

III. El Factor Cuchurila

Ten cuidado con esa cajita de madera, que si la abres se sale la cuchurila, solía recordarte tu papá siempre que te llevaba a pasar la mañana en su oficina. Un lugar aburrido en el sentido estricto -noveno piso de una matriz bancaria- y no obstante, a tus ojos, repleto de misterios insondables, comenzando por ése de la cuchurila: un animal pequeño, según él, inofensivo dentro de su caja, que sin embargo podía agigantarse y destruir edificios igual que Godzilla, si alguien osaba abrir la caja y liberarlo. ¿Por qué tenía tu padre una genuina cuchurila cautiva en su privado, que fuera de eso tanto te divertía? Nunca te lo explicó. Le bastaba con repetir la advertencia para alejarte de la caja fatal. ¿Quién, al fin, sino él, que todo lo sabía y lo podía, iba a guardar una alimaña así? La mañana en que una de las secretarias se acercó al escritorio y levantó ligeramente la tapa de la caja, saltaste de la silla y le pescaste el brazo. No, por favor, rogabas, seguramente pálido de pánico. Podías imaginar al bicharajo esponjándose, caminando hacia ti como una vigorosa tarántula. Dentada, melenuda, indestructible.

     ¿Por qué asustas al niño con esas cosas?, reparaba tu madre, no con gran energía porque tampoco te notaba aterrado, sino presa de un lapsus de miedo y fascinación cada vez que la extraña criatura aparecía en una conversación. Sonriente -quién sabría si no reprimiendo la abierta carcajada- tu padre tendría ya que adivinar en ti el deseo profundo de abrir la caja y conocer la pinta del terrible animal. Pues no era suficiente con mirarlo en sueños, había que tocarle la melena.

     Como pasa con virus y ponzoñas, a menudo los miedos contienen el antídoto que los anula. Si un día te atenazan y paralizan, llega siempre la hora de plantarles cara, no bien la tentación se hace más grande que ellos. Por algo el verdadero arrepentimiento -el que más duele, al menos- suele relacionarse menos con lo que hiciste que con lo que dejaste de hacer. Prefiere uno meter la pata entera a quedarse por siempre con la duda de todo lo que hubiese podido pasar. Está además aquel llamado turbio que no te deja en paz. Anda, ven, salta, dice, con la certeza de quien te conoce y sabe que no vas a quedarte con la curiosidad.

     Reconoces la voz, aunque ya no te asusta como entonces. Es por cierto la misma cuchurila madre, un tanto envejecida luego de tanto reproducirse. Has crecido, además. Podrías, en un descuido, trepártele en el lomo; no en absoluto como un gesto suicida sino justo lo opuesto. Algo adentro te dice que si no domas a esa cuchurila no habrás sobrevivido del todo. No valdría la pena, vamos. Y el punto es que los tiempos de temor te dejaron la noche de los sueños sobrepoblada de cuchurilas. Puedes verlas si cierras los párpados con fuerza, ya pelan los colmillos y aumentan velozmente de tamaño, no bastaría medio millar de cajas de madera para contenerlas.

     A la postre ya sabes que todo era verdad. Las cuchurilas no solamente existen, también crecen y arrasan con casas, edificios y paisajes. Peor todavía cuando se las esquiva o se pretende que jamás existieron. Vale más enfrentarlas, cuchillo en mano, para que de una vez se vayan educando. Turn around and face the strange, decía la canción del duque Bowie. Me gustan los problemas, no existe otra explicación, aseguraba otra del conde Calamaro. Por eso, ahora que intentas explicarlo, prefieres que el trabajo lo hagan las cuchurilas. Quién mejor que ellas para hacerse entender.

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17 de noviembre de 2008
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Las crisis ponen a cada uno en su sitio

No se trata de ensalzar las crisis. Menos aún de apuntarse al entusiasmo más salvajemente liberal de aplaudirlas como una purga necesaria que limpia el sistema y lo deja como nuevo para empezar otra vez, sin que sea necesario aplicar terapia alguna fuera del darwiniano sálvese quien pueda. Pero no hay duda que toda crisis pincha burbujas y diluye espejismos. Las crisis son una cura de realidad. Para todos. Incluso para quienes pretenden erigirse en los doctores que van a curarnos de esa enfermedad.

La primera cuestión que se me ocurre a propósito de la reunión ayer en Washington es que, si no tuviéramos instituciones ni historia, quienes hubieran bastado para intentar resolverla hubieran sido Hu Jintao y George Bush. En tal caso, quizás antes y después habrían consultado con algunos de los socios planetarios más grandes, como Alemania y Japón, Brasil e India. Afortunadamente para todos tenemos ambas cosas: instituciones, aunque estén obsoletas, e historia, que también quiere decir experiencia.

El Reino Unido ha aportado en solitario mucho más a la solución de esta crisis que el resto de socios: de Gordon Brown es la idea, adoptada rápidamente por los europeos, de que los estados compren participaciones en los bancos y aseguradoras en crisis en vez de hacerse con los activos tóxicos. El Plan Paulson, que en sus inicios iba a servir para esto último, ha terminado europeizándose, de forma que su Gobierno participará directamente en las empresas.

También ha hecho su aportación Sarkozy: su afán de protagonismo ha sido uno de los motores de la reunión de Washington. Y aun reconociendo su parte de vacía representación, la conferencia del G 20+2 está bien y debía hacerse, así y en este formato: ha emitido un mensaje de voluntad política y ha definido una agenda de trabajo. Por supuesto, quedará en nada o en peor que nada, en un engaño, si a partir de ahora no adquiere una buena velocidad. Y esto sólo sucederá, aterricemos de nuevo, si Obama y Hu Jintao se ponen de acuerdo.

En la composición de esta mesa washingtoniana se pueden observar los dos movimientos: el de la realidad que nos sienta en nuestra silla y el de la fantasía escenográfica que persiste. El desplazamiento del centro de gravedad del mundo hacia Asia y hacia el Sur es visible incluso en las fotos y el protocolo. No son los europeos ni el japonés quienes flanquean la presidencia. Ahí está Bush, en la cena de la Casa Blanca, con Lula a su derecha y Hu Jintao a su izquierda. Al lado de Lula está Susilo Bambang, presidente de Indonesia, cuyo rostro apenas conocemos los europeos, y al lado de Hu Jintao, el rey saudí Abdalá, más conocido pero insólitamente convocado en una cumbre mundial. Así es el mundo en el nuevo siglo. Los europeos y el ruso quedan muy lejos.

La fantasía escenográfica la aportan esas cuatro instituciones que no han podido resolver la crisis y necesitan como mínimo revocar las fachadas y cambiar los muebles y el orden de las sillas: Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Naciones Unidas, Foro de Estabilidad Financiera. Pero el esfuerzo y el barroquismo de mayor calidad es obra, como siempre, de los europeos con sus sillas tan sabiamente repartidas y administradas: ocho para la Comisión Europea, cuatro de primera fila y cuatro detrás; ocho más para Francia, en su presidencia de la Unión Europea, debidamente repartidas: la mitad para España, que cede una de la segunda fila a la siguiente presidencia de la UE, Chequia, y la otra mitad para Francia que , a su vez, cede una silla de primera fila a Países Bajos. Todos estos se quedan sin bandera propia y acuden bajo el manto azul con las estrellas. No está mal: debieran desaparecer todas. Francia, la France, tampoco luce su tricolor: Sarkozy no tiene inconveniente alguno en renunciar a la enseña a cuenta de su propio protagonismo. El presidente se considera a sí mismo mucho más que la bandera.

En el consenso europeo para asistir a la reunión se refleja la debilidad de sus instituciones y su incapacidad para ser y parecer alguien en el mundo. Si los europeos hubiéramos hecho nuestra unidad política, quizás la reunión se habría convocado directamente en París y el presidente Sarkozy podría tocar el cielo. Como no es el caso, ahí estamos, incomprensibles, confusos, repartiéndonos las sillas y sin bandera la mitad de los asistentes. No está nada mal para España, reconozcámoslo, y que lo reconozcan incluso aquellos a quienes les puede su fobia antizapateril, antisocialista o antiespañola. Jamás el Gobierno de Madrid había estado hasta hoy en una reunión de este calibre, que pretende poner en marcha una nueva forma de trabajar y de organizarse en el mundo. Según la vice, hemos salido del rincón de la Historia. Lleva razón, pero lo hemos hecho a la vez que seguimos empantanados en la insignificancia europea.

La crisis va poniendo a todos en su sitio: nos hace subir unos puestos y a la vez nos difumina en la irrelevancia de nuestra falta de voluntad europea. Algo parecido, a otra escala, le sucede a Bush, que ayer tuvo su día de gloria, pero sabe que le esperan los vastos jardines sin aurora, por más que Aznar le cante responsos gloriosos en las páginas de Le Figaro.

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16 de noviembre de 2008
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Los tres telones de la Transición

La Ley de Memoria Histórica y los autos del juez Baltasar Garzón han provocado en buena parte de la sociedad española una escandalizada beligerancia pero detrás de éstas precipitadas muestras de indignación se distingue una escalofriante mueca de pavor, una desesperada angustia, un sacramental y espantoso lamento. Como si una trompeta surgida de los oscuros lindes del tiempo tronara anunciando la resurrección de los muertos y éstos regresaran a reparar las cuentas pendientes que los vivos quisieron olvidar.

No carecen de fundamento estos temores. En realidad, la disputa jurídica y política sobre la oportunidad de las exhumaciones y el sentido de la deuda contraída con los españoles arrojados al olvido de la fosa común nos permitirá afrontar la postergada culminación de nuestra Transición democrática y conocer al fin el motivo por el que la derecha católica impide la rehabilitación moral de las víctimas asoladas por el inmundo paseíllo de los fusilamientos furtivos.

A diferencia de lo ocurrido en Bosnia, Ruanda, Guatemala o Argentina, en dónde las tumbas de los masacrados han sido abiertas para devolver los cadáveres a sus familias como el más triste y pobre de los consuelos que éstas se resignan a recibir, en España, en la europea España del siglo XXI, un poderoso tabú mantiene a nuestros muertos hundidos en el fondo de una doble sepultura. Cubiertos de tierra y musgo en las inhóspitas cunetas rurales y aplastados por la ignominia de vagar en el más extraño exilio impuesto a los vencidos.

Que el sentido común de los católicos españoles sea inmune a la piedad o a un ecuánime ideal de justicia nos obliga a interrogarnos sobre el origen de la terca consigna sostenida por la Conferencia Episcopal y a detenernos estupefactos ante el perturbador enigma: ¿por qué la Iglesia Católica se niega a dar "cristiana sepultura" a viejos cadáveres desterrados?

Para resolver la cuestión que la arrogante jerarquía eclesiástica y el estado Vaticano no quieren ni plantearse será preciso considerar el triple significado de una Transición convertida en tótem de la amnesia histórica española. Una Transición que mientras se cita en el exterior como la ejemplar lección de concordia política que España dio al mundo, en el interior se ha convertido en el relato de una coerción a la que todos deben rendir pleitesía y expiación.

Sin embargo, la Transición es un argumento de diferentes posibilidades expresivas que tiene a su disposición los rudimentos escénicos de tres géneros teatrales (el gozo de la comedia, la tristeza del drama y la horrenda tragedia) para representar el intrigante y fabuloso guión de la verdad.

La Transición como comedia es la alegre puesta en escena de un deseo alimentado por la sincera voluntad de perdón y reconciliación entre los que rechazando un pasado necio y salvaje, cancelaron su retórica fraticida y auspiciaron el esplendor democrático de una España impaciente por acudir a su cita con el mundo.

La Transición como drama es la historia de los abnegados y heroicos combatientes contra la Dictadura que librándose de la muerte vivieron lo suficiente para verse apartados del apoteósico retorno a la democracia y tratados como estorbos sacrificados por un país que no podía recordar su contribución sin poner en peligro el frágil equilibrio negociado con los vencedores de la Guerra Civil.

La Transición como tragedia, finalmente, es un escenario invisible a la conciencia crítica pero en su tablado los dioses inexpugnables claman sus titánicas exigencias cuando recuerdan lo que para ellos debe seguir siendo la Transición española: el pacto de no agresión firmado por las dos castas políticas que ganaron la Guerra Civil.

Sólo una de ellas, como es bien sabido, se apoderó del país entero, pero mientras las poderosas fuerzas anti democráticas se enfrentaban encarnizadamente en el frente, cada una en su territorio pudo perseguir a los enemigos del totalitarismo fascista y estalinista. Los falangistas en la zona nacional y los comisarios soviéticos en la zona roja liquidaron política y moralmente a los republicanos, liberales, librepensadores, masones y anarcosindicalistas cuya influencia tanto estorbaba a sus respectivas quimeras de dominio universal.

Al guión de este género trágico prefieren atenerse hoy los obcecados partidarios de una Transición consagrada como excomunión de los derrotados, como repudio de unos vencidos cuyo simple recuerdo altera la preceptiva amnesia institucional. La desafortunada pero muy reveladora metáfora empleada por Santiago Carrillo para advertir al juez Baltasar Garzón ("le puede salir el tiro por la culata") nos da una idea de los demonios familiares que alientan la perpetua inmolación de los excluidos.

La negativa a exhumar los restos mortales de las víctimas esparcidas por los campos de nuestro país, compartida como se ve por representantes de las dos Españas, es un descabellado propósito que hace más dolorosa la tragedia de los españoles prohibidos. Pues lo que vienen a decir los intérpretes oficiales de la Transición es que son aquellos muertos desterrados del cementerio el origen de la discordia nacional y que su regreso simbólico tarde o temprano desembocará en el indeseable retorno de las controversias que arruinaron nuestro destino.

Que esta superstición arraigue en el tejido institucional español y obtenga para su causa tan destacados apoyos jurídicos, setenta años después de caer abatidos al suelo los primeros asesinados, deja en evidencia nuestra angustiada penuria intelectual y las patéticas aprensiones primitivas que nos dominan. Los que absurdamente secundan la consigna episcopal -contraria a la razón democrática, al derecho y al sentido común- auspician una doctrina arcaica que aunque avergüenza al mundo civilizado, obtiene entre nosotros un desconcertante respaldo.

A causa de la rotunda victoria militar de 1939, la Iglesia católica española se arrogó el derecho a ser la única administradora del culto a los muertos y a regir su reposo mediante sus rituales de paso al más allá. Al parecer es ésta una prerrogativa que la Conferencia Episcopal reclama como irrenunciable y en el catálogo de sus privilegios, mientras convoca beatificaciones masivas de sus mártires, figura la potestad de condenar a los fusilados que durante la Guerra Civil se expulsó para siempre de los cementerios. Como si fueran reos de un pecado abominable cuya remisión les será negada a perpetuidad.

Lo que subyace a este delirante integrismo ideológico es un corpus de creencias cuyo hechizo ha subyugado a numerosos sectores de la sociedad española, conmovida todavía por los fantasmas de un miedo corrosivo, un temor que nutre la anacrónica excepcionalidad de nuestra supersticiosa mentalidad nacional.

No obstante, y por lamentable que nuestro espectacular empecinamiento, al final la razón vencerá. La exhumación de los cuerpos abandonados y la honrosa rehabilitación de los condenados tendrán lugar. A pesar de los temores excitados por los recalcitrantes apóstoles del pasado, los demonios no volverán. En contra de sus agoreras advertencias, el retorno de los muertos al cementerio será el final de una historia cuyo desenlace concitará el respeto de los ciudadanos. Para los creyentes, la localización de los cuerpos perdidos supondrá dar cobijo a las almas en pena errantes desde hace setenta años. A los escépticos, la identificación de los restos mortales desenterrados les permitirá cumplir al fin un inexcusable deber familiar. La apertura de las fosas comunes  dará por concluida la Transición, sellará el pacto de la verdadera reconciliación, reforzará las instituciones con renovadas energías de racionalidad política y dará plenitud espiritual a un país que desea vivir sin miedo a sí mismo.

 

 

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14 de noviembre de 2008
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En la ciudad del artista sin obra

En Huesca, "ciudad muy aireada" como decía uno de los hijos de ésta vieja, encantadora y pequeña ciudad del norte. Siempre que vengo a Huesca vengo con el recuerdo de Pepín Bello, español, liberal, experto en conectar a los contrarios, maestro en amistades, hombre que al final de su vida-103 años- sin obra conocida, sin trabajos dignos de mención,  sin hijos y con toda la memoria de lo mejor del siglo decía: "yo soy mis amigos". Todos esos amigos famosos, esos que han pasado a la historia de la cultura, de las artes, los Buñuel, Lorca, Dalí, Sánchez Mejías, Alberti, Belmonte, Prados, Benet y otros cientos de amigos de una vida dedicada a no hacerlo.

/upload/fotos/blogs_entradas/la_desesperacin_del_t_med.jpgQuerido Bartleby de Huesca, que como dice Martín Otín- autor del libro fundamental para conocer a Pepín: La desesperación del té. 27 veces Pepín Bello, en la editorial Pre-Textos- podría haber sido un autor del que quedara constancia en los anales de la narrativa española por una muy singular obra narrativa, surrealista a la española, una novela que comenzó  y acabó llamada : Lucas Grupo o el héroe andorrano. La única pega es que después de escribir el primer y el último capítulo se le olvidó escribir el resto. Con Buñuel hizo un "Hamlet" disparatado. Irrepresentable, decía Pepín. Y sin embargo, por empeño de Martín Otín, el querido Petón de tantos comentarios en tardes de fútbol, se representó en un teatro de la ciudad. Por algún lugar anda otra obra suya, El pobre, obra del absurdo y escrita con Alberti. En fin que nuestro Bartleby hizo su obra. No solo se inventó los llamados Anaglifos. Ejemplo:

"El té,

El té,

La gallina

Y el teotocópuli."

Ya saben, repetir el primer verso. El tercero siempre es "la gallina" y rematar disparatando. Fue un juego que todos jugaron en los años de la Residencia de Estudiantes. Pepín, era eso, un propiciador de juegos. Un niño grande que quiso siempre seguir jugando. Hoy me gustaría "jugar" con él, es decir escucharle hasta altas horas de la noche mientras beberíamos el agua que encierran los cubitos de hielo.

Gran tipo que tuvo el arte de nunca hacer nada. O casi nada. Que no es poco.

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14 de noviembre de 2008
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Abismo y magnetismo / II

II. Calamidad a modo. 

¿Va a quedarse en París?, pregunta la mujer en la orilla final del túnel que conecta al avión con la terminal aérea. Asientes, todavía esperando que la funcionaria de aduanas te devuelva inmediatamente el pasaporte y te deje seguir tu camino. No pocas veces te has preguntado por qué los pasajeros de un avión se comportan con esa urgencia compulsiva una vez que lo sienten detenerse. Permanecen de pie a medio pasillo durante largos y nerviosos minutos, como si así lograran salir más rápido, y hasta hay quienes te miran con displicencia cuando te tiras entre dos asientos e incluso te acurrucas, esperando. Pero ahora tienes prisa. Ya tres cuartos de avión fueron desalojados y sólo te detiene la funcionaria. Son las ocho y media de la mañana en mitad de noviembre del 2008, ¿qué se cree esta mujer para tenerte ahí, como su prisionero? ¿Quién le ha dado el derecho para hurgar en tu porta-pasaporte, extraer los papeles y tratar de leerlos?

     Calma, te dices aun a medio berrinche. Ya todos se largaron y tú sigues ahí, detrás de la guardiana que por algún motivo te juzgó sospechoso. Hace unos pocos años, le habrías armado ya una escena que te tendría al borde de la deportación, pero has hecho una cita con París y estás dispuesto a ser razonable, por más que esta fulana se empeñe en arruinarte el día desde temprano. ¿Ya me va a devolver mi pasaporte?, le preguntas con el francés titubeante de quien nunca acabó de estudiarlo, creyendo inútilmente que esa torpeza pondrá el acento sobre tu inocencia. Aunque el punto es que no te crees inocente, será por eso que no te rebelas cuando vuelves a preguntar y no obtienes respuesta. Te preguntas de pronto por qué te escogió a ti de entre todos los pasajeros del avión, como en los años niños te preguntabas por qué la mala suerte venía siempre detrás, bruja malvada.

     Te gustaría pensar que éste es un privilegio para quien cuenta historias, pero vuelve la prisa y te desespera. Se supone que alguien te espera afuera, podría ser que al salir ya no estuviera allí. Al cruzar migración, la mujer se apodera otra vez del pasaporte y miras hacia arriba, nada más, resistiendo la tentación de arrebatárselo. ¿Por qué a mí?, le preguntas, y ella entonces te mira y escupe un ¿Por qué no? que le devuelve entero su pequeño poder. Lo que Dostoievski llamaba el entusiasmo administrativo. Imposible ignorar su satisfacción cuando, con toda la pachorra del universo, revisa una por una las cinco o seis maletas que aún quedan en la banda, deseosa de enterarse que traes alguna otra aparte de la tuya, llena de sabrá el diablo qué substancias infames.

     Si sólo te dijera por qué te eligió, te darías por más que bien servido. La miras registrar tu equipaje con avidez y minuciosidad, lo cual implica deshacerlo entero y volverlo a meter de cualquier forma. ¿Por qué yo?, te preguntas con resignación, ya no como la víctima de su miopía sino desde el pellejo del narrador. ¿Habrá acaso un manual, un curso, un decálogo que permite al agente aduanal reconocer los principales signos que identifican al maleante de entre la gente honesta? ¿Es en realidad miope su apreciación, o puede ver en ti ese magnetismo que desde siempre arrastras y llama a los problemas por nombre y apellido? Si al menos te dijera la razón, saldrías del aeropuerto Charles de Gaulle pertrechado de alguna información valiosa.

     Cuando al fin te libera, la duda sigue allí. ¿Por qué yo y no el siguiente, o el anterior, o cualquiera, carajo? Imposible saberlo, pero al cabo ya tienes algo que contar. La vida siempre te parece mejor cuando encuentras que hay algo digno de ser narrado, así te haga pedazos el buen ánimo. ¿Y si fuera eso lo que la mujer vio? ¿Y si al final te hubiese hecho un favor? Cuando se abre la puerta, respiras aliviado porque aún esta allí el chofer con tu nombre en el cartón. No han ni subido al coche y ya le estás contando la pequeña historia.

     No eliges a la vida; ella te elige a ti.

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14 de noviembre de 2008
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La mano negra

La magnitud del "Estado Negro Mundial" genera el agujero negro de cuyas proporciones y duración nadie sabe nada. Ese negror es el color fundamental de la crisis. Su oscura inconmensurabilidad en tiempo y en profundidad se corresponde con la naturaleza intrínseca de la naturaleza negra. El negro sin fondo o la opacidad total. La espesura de lo desconocido y el peso de la mano que sin darse a ver estrangula, aplasta, esclaviza, modela la extraña figura del porvenir.

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14 de noviembre de 2008
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Exilio de filósofos

"De este malecón en 1922 salieron en expedición forzada hacia el exilio, ilustres hijos de nuestra patria: gentes que enriquecían la filosofía , la ciencia y la cultura. La sociedad filosófica de San Petersburgo erige esta placa en su memoria."

Evocaba hace unos días esa "ternura común por las cosas", que quisiera un mundo armonizado en ausencia de toda contradicción interna, lo que a juicio de Hegel impide simplemente alcanzar realmente la única armonía posible, que resulta siempre de la tensión misma, tensión generada por la diferencia y la contradicción inherentes a la vida natural y sobre todo social.

A este malecón llamado "Lugarteniente Schmidt" se llega por el puente del mismo nombre que, en San Petersburgo, cruza el Neva desde el embarcadero de los ingleses. Este brazo del Neva, llamado "grande" desemboca en el "Morskoi Togrovii Port", zona de barcos de carga y horizonte propiamente marítimo de esta admirable ciudad, que en el imaginario de algunos es aún sobre todo un puerto.

En 1922 la Rusia de la Revolución de Octubre salía de una tremenda Guerra Civil que había arruinado su agricultura, generado hambrunas, hundido la capacidad adquisitiva del rublo y costado millones de vidas humanas. Pero esa misma Rusia era un hervidero de proyectos artísticos, científicos y desde luego filosóficos, todos ellos intrínsecamente vinculados a un ideario de emancipación social. Hablaba aquí mismo de la "máquina" Rodentxo-Maiakovsky, que en ese mismo año 1922 ponía su enorme talento y toda su exigencia al servicio de la causa que -en el mundo entero- conmocionaba a todo aquel que simplemente tuviera entrañas.

Pero en esa misma Rusia, en un muelle de la ciudad que paradigmáticamente encarna la Revolución, se embarcan para el exilio filósofos. No sé de qué personas se trata, ni cuál era su valía. Simplemente me hacen recordar que también Sócrates fue invitado a exiliarse. Hay aquí como un indicio de que en sus años más fértiles la Revolución de Octubre se desgarraba internamente... hasta acabar abismándose. Quizás este sea el destino de todos los idearios de emancipación del ser humano, lo cual no justifica que dejen de ser alimentados. Pues pasa con la libertad lo que ocurre con la verdad: una cosa es no conseguirla y otra cosa es renunciar a ella. Lo primero es trágico, lo segundo es simplemente lamentable, y casi siempre expresión de cobardía.

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14 de noviembre de 2008
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