Cuando comienza el año, la primera tarea es rapar las barbas de la biblioteca. Esto es algo ineludible y si se deja pasar puede hundirnos. Da lo mismo que la biblioteca conste de diez mil volúmenes o sea una miniatura con un premio Placenta, un recetario, dos novelas de autora con nombre compuesto y la autobiografía de Perales. También hay que rasurarla, porque es una garantía contra la decadencia. Mondando la biblioteca cada año, limpiamos el recuerdo de cuando éramos más jóvenes y en consecuencia más beocios.
Así lo hice yo ayer mismo. Añado que estoy muy ufano y me apresuro a compartir la dicha, por si le sirve de acicate a quien aún sienta excesivo apego por sus libros viejos. Sea valiente: ampute aquellas zonas que alguna vez formaron parte de su conciencia y que hoy puede eliminar con una sencilla liposucción manual. En mi caso y para animar al personal contaré tan sólo dos amputaciones.
Ha sido como extirpar dos verrugas con pelo de un rostro, el de mi biblioteca, que mantiene cierta apostura.
La primera verruga era un tratado de Roger Caillois de hace cuarenta años, sobre la imaginación. Este discreto pensador formaba parte de aquel nutrido grupo de ensayistas que nos fascinaban por ser franceses, aunque sus enseñanzas fueran un tanto escasas. Eran tipos elegantes, escribían con desenfado y tenían un alma capaz de almorzar en el Grand Befour y luego votar al partido comunista. Con Caillois han caído este año batallones de franceses que en España devorábamos como si fueran becadas en féretro, cuando eran, la verdad, arenques de tambor.
La segunda verruga es aún más peluda. Se trata del freudiano más chungo de la ultra izquierda, Wilhelm Reich, el inventor de la máquina del orgasmo y famoso paranoico, un orate a quien tomamos con total seriedad aquellos europeos que creíamos ser progresistas y por lo tanto superiores al vulgo. Les copio una frase estupenda: "La pasividad generalmente común en las mujeres es patológica y debida a la fantasía masoquista de ser violadas". ¡Qué descanso, tirar estos harapos apolillados al pozo del olvido!
Artículo publicado en: El Periódico, 3 de enero de 2009.




No he visto la remake de El día que paralizaron la Tierra, pero imagino que los representantes del género humano se las deben ver negras para convencer a Klaatu de que no acabe con nosotros; si yo fuese ese extraterrestre, no me dejaría persuadir ni siquiera por la bellísima Jennifer Connelly. Puesta la cuestión en la balanza, imagino que nuestro planeta tiene más derecho a sobrevivir que la más dañina de sus especies. ¿Acaso no exterminamos colonias enteras de animales y de insectos, con el sólo argumento de que nos perjudican? ¿Qué haría la Tierra con nosotros, en ese caso, de tener una boca con que poder expresarse?
Y seguir mirando hacia otro lado, mentirnos con jueces y con sentencias, soportar obispos en la calle o cánticos de un tal Kiko Argüello. ¿Civilizados así? No, gracias.
Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto el del Doctor Moreau paseando enloquecido por su isla.


