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III. Sangre de payasos en la pista del Circo del Sol

La función de circo iba a medio camino aquella noche en Cúcuta, cabecera del departamento de Santander, cercana a la frontera con Venezuela, y tocaba el número habitual de los dos payasos. La carpa había sido levantada en un baldío de uno de los barrios populares de la ciudad, y el nombre del circo era "El circo del sol", en imitación del célebre "Cirque du Soleil".

Un circo pobre, en contraste con los esplendores del otro del que tomó su nombre, y con público escaso esa noche según la crónica, no más de veinte personas entre las que se hallaba el desconocido que estaba por saltar a la pista armado de una pistola. Saltó a la pista, y disparó contra los dos payasos que sostenían en ese momento uno de esos absurdos y acalorados diálogos donde imperan la confusión de palabras y el doble sentido. Fueron disparos a quemarropa, y certeros, como se ve. Las victimas  cayeron abatidas sobre el aserrín de la pista, seguramente con gestos de terror, o de infinita sorpresa, pero eso no puede saberse, porque la pintura en la cara de los payasos oculta las emociones. 

El asesino huyó en medio del estupor general, tampoco la crónica menciona por dónde, ni con qué rumbo. Y en cuanto a los payasos muertos, solamente se da el nombre de uno de ellos, Franklin Leal, de 18 años; como se ve, un payaso muy joven. La policía declaró que no tenían ningún indicio acerca de los motivos del crimen.

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21 de enero de 2009
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Literatura Google

Charles Dantzig es un editor que trabaja en la casa editorial Grasset en París. Novelista, poeta, pasaba desapercibido hasta la publicación, en 2005, de un libro enorme, desrazonable, obsesivo y subjetivo: Dictionnaire goste de la littrature franaise (Diccionario egoísta de la literatura francesa). Una recopilación sumamente personal de sus gustos en la literatura que se parecía en muchos aspectos a una página de resultados del motor de búsqueda Google. Una mano invisible había pedido las palabras "literatura francesa Dantzig" y el motor contestaba con cientos de enlaces hacia informaciones de un interés y una calidad muy desigual. No importaba, como en Google, lo importante era el paquete completo. Cabía de todo en el paquete y al final cada lector encontraba su cosita.

Vuelve Dantzig en estos días con una Encyclopdie capricieuse du tout et du rien (Enciclopedia caprichosa del todo y de la nada), un título tan abierto que todo cabe en las 791 páginas de la obra. Son listas, tremendas listas de lo que gusta y no gusta a Dantzig: lugares, personas, libros, artes, palabras, cosas, calles, espectáculos, miembros de su familia o de la humanidad. Es muy parecido al librito Schott's Original Miscellany de Benn Schott que tanto éxito tuvo en inglés (se puede leer en español bajo el título La miscelánea original de Schott -El Aleph) lo que permite ver un intento de resucitar a los viejos almanaques.  Dantzig no va por este camino; lo entrega todo, aplasta con citas, historias, informaciones inútiles e imprescindibles que me hacen pensar en saludar su obra como la aparición de una literatura a lo Google. En una página (una entre tantas otras) Dantzig se burla del poeta Alfred de Vigny: proclam "No hay más grandeza que el silencio" antes de escribir tres mil páginas. Dantzig, que se pinta como esteta y anacoreta, es el Vigny de nuestra era Google y tiene, por supuesto, un éxito merecido en París.

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21 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los que quieren escuchar

 

El elocuente discurso de Obama en Washington ante la multitud emocionada es una admirable pieza de oratoria política, como todos los discursos que ha pronunciado durante su larga campaña hacia la Presidencia de los Estados Unidos.

Debemos archivarlo en los anales del género sabiendo que podremos citarlo como ejemplo cuando nuestros políticos regionales enmudezcan por falta de recursos declamatorios, por falta de convicciones profundas y, sobre todo, ante la terrorífica presencia de un público desconfiado.

Éste es un factor decisivo: la comunidad política norteamericana ha sido cohesionada por un ejercicio de confianza extraño a nuestras huestes. La retranca ibérica, la doble moral, que bendice la adhesión a una idea y su desmentido inmediato, la licencia social para camuflarse cuando haga falta, el vínculo oculto de indulgencia plenaria, el sarcástico guiño de complicidad entre los enterados, la amnesia de un auditorio pillo, la falta de respeto por la palabra dada, el omnipresente y temeroso sentido del ridículo, la sinceridad oportunista de los saltimbanquis, el trofeo de los astutos triunfantes...

El entramado antropológico español, que procede de una tradición de subsistencia mendicante y del miedo a ser lo que se es, hace imposible esa cultura política de la modernidad que, eso sí, glosamos con admiración.



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21 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sobre la semilla de la vocación (3)

Cuando la secundaria llegaba a su fin -la terminé en 1978, en plena dictadura-, me senté delante de mis padres y les dije que quería ser escritor. (Mi otra opción era la carrera de cine, pero los militares habían depositado un obstáculo muy concreto al clausurar todas las escuelas.) No se sorprendieron, lo mío era evidente a esa altura. Tan evidente, que ya habían preparado una respuesta llena de ‘peros' sensatísimos. Dijeron que no objetaban mi vocación -astutos...-, pero que lo fundamental era encontrar una carrera que me permitiese ganar el dinero imprescindible para mantenerme en la vida. ¡Nada me impediría seguir escribiendo en mis momentos ‘libres'!

         Mis padres pensaban que la del escritor era una vocación de hambre.

         Nunca se me ocurrió estudiar la carrera de Letras. Todavía hoy me resulta extraño el hecho de no haberlo considerado siquiera; muchísimos de los escritores que conozco tomaron este camino natural, para sostenerse luego como maestros o profesores mientras concebían su Obra Maestra. (¡En sus momentos ‘libres!) Sin embargo opté por el periodismo. ¡Yo, que hasta entonces no había manifestado el menor interés en el mundo real!  ¡Yo, queriendo contar la verdad -porque de eso va el periodismo, aunque pocos profesionales lo practiquen- en la Argentina amordazada de la dictadura!

         Se me había ocurrido que el periodismo era lo que más se parecía a lo que yo quería hacer, entre las opciones que se me presentaban. Y no me equivoqué. La esencia es la misma: contar historias de la mejor manera posible. Cambian las condiciones, por cierto. Lo sine qua non en el periodismo es poder dar fe testimonial de cada hecho narrado. La narrativa pura me impidió olvidarme de algo imprescindible en cualquier relato: sea real o no la historia, lo fundamental es que lo parezca -el mandato de la verosimilitud.

         Así que estudié y practiqué el periodismo, perserverando en la ficción en mis momentos ‘libres'. (Léase madrugadas y demás horarios de infarto.) La profesión me dio justo lo que necesitaba: el oficio -yo no soy de los que cree en la inspiración, sino en lo que Horacio Verbitsky define como horas-culo: trabajo, trabajo y más trabajo) y la falta de prejuicios respecto de la naturaleza de las historias. No me importa si son reales, inspiradas parcialmente en crónicas y en la Historia o por completo ficticias: lo importante es que me seduzcan.

         Y aquí me tienes, Paulina. Nunca he vivido de otra cosa que no sean las historias que narro. Tampoco he sido rico, y seguramente no lo seré en términos bancarios. Pero soy dueño de una fortuna que no se corroe ni corre riesgos de deflación. Hago lo que amo hacer y la gente -no mucha, puesto que no soy lo que se dice un autor masivo, pero la suficiente- parece conmoverse con mis historias. ¡Qué más puedo pedir!



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21 de enero de 2009
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El año del Juicio Final

Debo confesar que la primera vez que entré en la Documenta de Kassel aquel verano de 1972, no reparé en él. Sólo a la tercera o quizás la cuarta visita al recinto me pareció que un hombre quieto, frontero a la puerta, inmóvil y con sombrero negro, no era del todo coherente en aquel ambiente. Avanzaba junio con un clima fresco, seco, luminoso y masas del mundo entero habían acudido a aquella feria de la Alemania septentrional con el ánimo festivo tan propio de la época. Mucho beatnik, mucho flower people, mucho hippy, aunque también refinadas comisarias neoyorquinas, ambiguos entendidos franceses, feroces críticos alemanes, atildados profesores italianos y algunos sobrios españoles, como nosotros, vestidos a la usanza de Castrillo de los Lodazales. Ninguno de los allí presentes sabía que aquella iba a ser la capilla ardiente del Arte.

Cuando por fin me percaté de que el insólito individuo plantado e inmóvil ante la puerta del recinto estaba allí día tras día por alguna causa inteligible, ya era tarde: teníamos que regresar. De todos modos el viaje nos había embriagado hasta hacernos perder la cabeza. En la celebérrima Documenta 5 de Kassel, dirigida por Harald Szeemann, se enterró la herencia romántica cuya primera fosa había cavado Duchamp medio siglo antes. Allí se convirtió en opinión pública la agonía de las vanguardias y la adolescencia del vídeo, de la performance, del happening, del conceptual, del minimal, del land art, de todo lo que se hacía en América y que hasta aquel momento sólo habían negociado un manojo de profesionales europeos. Allí el Arte abandonó la tradición que de Goya a Rothko no había variado en nada realmente esencial. Allí se enterró la pintura como madre de todas las representaciones visuales.

La Documenta 5 del año 1972 tuvo, sobre todo, una influencia colosal en la filosofía. A partir de aquel año fue ya imposible orientarse en el arte actual sin haber seguido cursos de filosofía y sólo los filósofos analíticos pudieron hacer carrera sin haber cursado seminarios sobre Art-Language. Hoy los cursan también los analíticos. Dominó la feria autoritariamente el arte conceptual, ya muy poco apoyado sobre el objeto material, pura visualización de ideas y juicios a veces crudamente moralistas como los montajes de Hans Haake, a veces de un lirismo sutil como los de On Kawara. El arte conceptual se disfrazó de Wittgenstein para enterrar el Arte. Así se abrieron las artes de estos últimos 30 años a la trivialidad, las repeticiones, plagios, revisitaciones, manierismos, revivals, remakes, pies de página de lo que se vivió en Kassel. No ha aparecido después nada con verdadera fuerza artística: "Hay un montón de arte por todas partes, pero ningún artista", profetizó Duchamp. Y como 30 años de repeticiones y comentarios son puro helenismo, podemos descansar en paz: ya no hay que ocuparse del Arte si uno no vive de la política. Desde entonces el espectáculo de lo comercialmente artístico es asaz divertido, aunque tantas veces lo comercial coincide con lo comprometido y solidario, yentonces es de una corrección tediosa, desoladora.

Años más tarde averiguaría que aquel tipo plantado e inmóvil delante de la puerta del Museo era James Lee Byars y que su performance, en efecto, tenía sentido: era un rechazo del Museo, una llamada a mantenerse alerta contra el arte comercial y la cultura industrial, en fin, esos tópicos que entonces no lo eran. No obstante, años más tarde de aquellos años más tarde, ha pasado a tener un sentido distinto. En mi experiencia, James Lee Byars, artista de segunda fila que se autodenominaba "el autor desconocido más famoso del mundo", es el icono exacto del momento último del Arte, del mismo modo que las cabezas de caballo de Chauvet son el icono de su primer momento. El Arte ha durado 30.000 años. No está mal.

Una vez abstraídos en figuras universales los caballos particulares, los cuerpos humanos, las montañas, los dioses particulares, abstraído el espíritu y su eterno diálogo con los inmortales, abstraídos el espacio y el tiempo de la vida, abstraídos los utensilios cotidianos, las pipas, las sillas, las ventanas, el ajuar doméstico particular, abstraída la revolución y la soledad cósmica individual, ya sólo quedaba por abstraer la abstracción artística misma, y del mismo modo que las cabezas de caballo eran perfectas por ser la primera abstracción, también la última iba a ser perfecta porque era inevitablemente el cuerpo de aquel humano que se presentaba como artista. El pobre James Lee Byars había concebido, en su nebulosa simpleza, la verdad del Arte, su inutilidad ontológica, y la había representado con el único utensilio que le quedaba al Arte: el cuerpo mismo de quien osa llamarse "artista", último sustento material de la representación. De ese modo Byars representó, hasta su muerte, la muerte de lo que representaba.

Coherentemente, su obra menos conocida pero la más famosa es su propio funeral. Proyectado en 1994 con el título de La muerte de James Lee Byars, se expuso en el Whitney en 2004. Es un escenario forrado de pan de oro con un féretro de oro en donde reposa el cadáver de Byars envuelto en lamé dorado y con sombrero negro. La recreación de 2004 recibió duras críticas porque el pan de oro se desprendía y lo respiraban los visitantes. No es biodegradable. Un crítico afirmó que la obra carecía de elevación porque le faltaba el cadáver auténtico de Byars. No había sido posible incluir el cadáver en la obra porque Byars, muerto de cáncer en El Cairo en 1997, se encontraba en un estado poco artístico.

Después de aquel ameno viaje a Kassel, me he ido encontrando en diversas ocasiones a James Lee Byars siempre de frente o delante de algo. Hace un decenio compré por un dinero escandaloso un ejemplar de Flash Art nº 28-29 en un chiringuito apósito a la feria de arte de Basilea. Era el de enero de 1972 y la portada es de James Lee Byars: un rectángulo negro de 43 - 32 donde figuran 100 líneas escritas en oro, pero tan diminutas que es imposible leerlas. Más tarde, uno de los estudios sobre arte contemporáneo más inteligentes que conozco (de Natalie Heinich) comenzaba con el desdichado muerto de El Cairo, siempre inmóvil ante la puerta, abriendo el texto. Heinich ponía la performance de Byars en Kassel como el grado cero del arte, su huella dactilar. Entiendo que la señal de final de trayecto artístico debe figurar siempre delante, en primer término, para indicar que no se puede continuar, como la señal de Stop nos detiene delante de un camino.

En el mismo número de Flash Art que he mencionado hay otra pieza que me complace. Es obra de Humberto Palumbo y se titula La recerca estetica è improseguibile y consiste en un acta notarial firmada por el doctor Antonino d'Agostino (de Foligno) dando fe de este suceso, a saber, que la investigación estética no puede ya continuar. Coincide con la señal que encarna James Lee Byars, la cual viene a decir: "Callejón sin salida". Sin embargo, sólo es posible saber si dice la verdad entrando en el callejón. Pero una vez entras en el callejón constatas que, en cuestiones artísticas, la salida no es otra cosa que la entrada. Lo mismo sucede con la transparencia, que acontece sólo cuando lo superficial coincide con lo profundo. Así, en el Arte sólo se puede entrar por la salida y viceversa. Con este desconcierto alcanzó su verdad suprema el Arte en 1972 y pudo ya disolverse en la trivialidad de la vida cotidiana. Desde entonces ha entrado a formar parte de la ternura del caos junto con la cocina para singles, la moda alternativa, el baloncesto o las ONG. Y es justo que así sea.

Publicado el 21 de enero de 2009.

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21 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Nosotros, el Pueblo

Soy post-moderna y descreída: los discursos me provocan sueño y un líder subido a la tribuna resulta -para mí- el colmo del tedio. Asocio los micrófonos con los llamados a la intransigencia  y la elogiada oratoria de algunos, siempre me ha parecido puros gritos para ensordecer al ?enemigo?. En los actos públicos lograba escabullirme y prefiero el zumbido de una mosca antes que escuchar las promesas de un político. He tenido que oír tantas arengas -muchas de ellas al parecer interminables- que no soy el público indicado para aguantar una nueva perorata. Para mí, la voz que emerge de los estrados ha traído más intolerancia que concordia, una porción mayor de crispación que de llamados a la armonía. Salidos de las tribunas, he visto vaticinios de invasiones que nunca llegaron, planes económicos que tampoco se cumplieron y hasta expresiones tan discriminatorias como ?¡Que se vaya la escoria, que se vaya!? De ahí que esté tan confundida con la alocución serena que ha pronunciado hoy Barack Obama, con su manera de hilvanar argumentos e invocar a la concordia. Me ha parecido al leerlo -no tengo una parabólica ilegal para ver la tele- que toda una retórica ha quedado condenada al siglo XX. Hemos empezado a decir adiós a esa convulsionada elocuencia, que ya no nos conmueve. Solo espero que seamos ?Nosotros,  el Pueblo?* quienes escribamos a partir de ahora los discursos. * Tomado de la traducción del discurso de Barack Obama publicada en el diario español El País.



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21 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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De dónde?

¿De donde ha salido este hombre? No pido que me digan donde nació, quienes fueron sus padres, qué estudios hizo, qué proyecto de vida diseñó para él y para su familia. Tudo esto lo sabemos más o menos, ahí está su autobiografía, libro serio y sincero, además de inteligentemente escrito. Cuando pregunto de dónde salió Barack Obama estoy manifestando mi perplejidad porque este tiempo en que vivemos, cínico, desesperanzado, sombrío, terrible en mil de sus aspectos, haya generado una persona (es un hombre, podía ser una mujer) que levanta la voz para hablar de valores, de responsabilidad personal y colectiva, de respeto por el trabajo, también por la memoria de aquellos que nos antecedieron en la vida. Estos conceptos que alguna vez fueron la argamasa de la mejor convivencia humana han sufrido durante mucho tiempo el desprecio de los poderosos, esos mismos que, a partir de hoy (podemos darlo por seguro), vestirán a todo correr el nuevo modelo y clamarán en todos los tonos: ?Yo también, yo también.? Barack Obama, en su discurso, nos ha dado razones (las razones) para que no nos dejemos engañar. El mundo puede ser mejor que esto que parece una condena. En el fondo, lo que Obama nos ha dicho es que otro mundo es posible. Muchos ya lo veníamos diciendo desde hace tiempo. Talvez la ocasión sea buena para que intentemos ponernos de acuerdo sobre el modo y la manera. Para comenzar.       



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20 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Qué hacer con Bush?

¿Qué se hace con alguien cómo él y su pandilla? Es suficiente eso de decir que saldrá por el sumidero de la historia, por la puerta de atrás y todas esas poco nobles salidas que le quedan a uno de los tipos más funestos que hemos tenido que soportar en nuestra vida.

No  me gusta mucho Michael Moore. Pero me gusta su empeño porque Bush "y su pandilla de charlatanes y criminales" no se vayan de rositas de la Casa Blanca. Me gustaría que él, Cheney, Rumsfeld y el resto de la tropa fueran enjuiciados y, si es verdad la justicia, fueran condenados por sus guerras, sus mentiras, su vulneración de los derechos humanos y sus negocios fraudulentos.

Así uno confiaría un poco más en el futuro de la humanidad. Y en el país más poderoso del mundo. Y desde luego, coincido con Moore, tienen un pasado, una edad y una contumacia en sus desmanes, que serían presos sin posibilidad de rehabilitar. No me gustan las prisiones para nadie. Salvo excepciones. No me importaría ver a dirigentes cómo ellos en su propio Guantánamo.

No estarían solos. Hay otros muchos mandatarios políticos que se merecen un  "guantánamo".

Hoy, sin ellos en el poder, somos un poco más libres. No es mucho pero al menos uno puede cantar "Guantanamera", algún rock de la tropa Obama y un poco de blues. No hay que olvidar la melancolía.



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20 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las primeras lecciones de Obama

 

Mientras las cadenas de televisión retransmiten la instalación del nuevo presidente de los Estados Unidos, entre el entusiasmo de los entusiastas y la indolencia de los indolentes, reacios a calibrar el impacto histórico (social, psicológico, moral) de lo que durante muchas décadas fue inconcebible (un negro en la Casa Blanca), debemos escribir unas notas apresuradas por la sensación de urgencia que nos empuja.

Hoy concluye una época nefasta pero del catastrófico doble mandato de Bush todavía no se han sacado las conclusiones aleccionadoras: se le imputa la guerra abierta en Afganistán, la guerra abierta en Iraq, el secuestro, tortura y desaparición de un incalculable número de individuos, la destrucción del consenso internacional, el boicot a los protocolos preventivos del cambio climático, la quiebra del sistema financiero internacional y un etcétera que irá en aumento a medida que la sombra de Bush y Cheney no represente ya ningún peligro para los acusadores.

Pero...

Se omite el origen del gran desastre: la sentencia  con que el Tribunal Supremo de los Estados Unidos consagró el robo de las elecciones tras un confuso fiasco en el estado de Florida.

Se omite la impotencia de la democracia: no pudo impedir lo que se consumaba fatalmente ante los ojos de todo el mundo. Los mecanismos institucionales de la república no detuvieron la enloquecida ambición del clan político que se apoderó del Estado.

¿Podrá Obama despejar las dudas que enturbian el prestigio de su país?



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20 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sobre la semilla de la vocación (2)

Ya por entonces trataba de ponerme a prueba. Escribía cuentos, empezaba novelas siempre inconclusas, dibujaba historietas, fabricaba libritos ilustrados que vendía entre parientes y conocidos de mis padres. Hice una adaptación de Hamlet para representar con amigos en el patio de mi casa. En séptimo grado -tenía once años- escribí y dirigí mi primer cortometraje, una aventura absurda que mezclaba personajes de historias variopintas (James Bond venía de la literatura y del cine, Dennis Martin de la historieta, Brett Sinclair y Danny Wilde de la TV) con la misma naturalidad con que hoy me manejo -¡acabo de darme cuenta!- para saltar de un soporte narrativo a otro. Así es como es: nunca sentí la necesidad de optar artificialmente por la literatura en oposición a la historieta, o por el cine en lugar de la TV. ¡Lo que a mí me importaba era contar historias en todas partes!

         Durante la secundaria sufrí una extraña mezcla de vergüenza y de éxtasis cuando un profesor leyó un cuento mío en voz alta, delante de todos mis compañeros. (Era una historia de ciencia ficción; creo que por entonces andaba en mi fase Bradbury circa Crónicas marcianas.) Otro profesor de Lengua, el español Andrés Pérez, ofrecía oportunidades para levantar la calificación a todos aquellos que hubiesen leido un libro por propia iniciativa y se sintiesen dispuestos a conversar sobre el asunto; como los puntos de más no me venían nada mal (lo admito: nunca logré identificar los tiempos verbales por su nombre propio, ¿cuál de todos los pasados posibles es el pretérito pluscuamperfecto?), yo aprovechaba cada ocasión de presentarme a hablar sobre mis lecturas. Y el pobre Andrés me oía perorar sobre novelas de Ian Fleming, de Dumas y de Edgar Rice Burroughs y al final, casi derrotado, me preguntaba si no pensaba leer alguna vez algo más serio. Somos nuestra historia, indefectiblemente: ¿a quién le va a extrañar que me sigan gustando tanto los géneros populares?

 

(Continuará.)



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20 de enero de 2009
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