
Eder. Óleo de Irene Gracia
Basilio Baltasar
El elocuente discurso de Obama en Washington ante la multitud emocionada es una admirable pieza de oratoria política, como todos los discursos que ha pronunciado durante su larga campaña hacia la Presidencia de los Estados Unidos.
Debemos archivarlo en los anales del género sabiendo que podremos citarlo como ejemplo cuando nuestros políticos regionales enmudezcan por falta de recursos declamatorios, por falta de convicciones profundas y, sobre todo, ante la terrorífica presencia de un público desconfiado.
Éste es un factor decisivo: la comunidad política norteamericana ha sido cohesionada por un ejercicio de confianza extraño a nuestras huestes. La retranca ibérica, la doble moral, que bendice la adhesión a una idea y su desmentido inmediato, la licencia social para camuflarse cuando haga falta, el vínculo oculto de indulgencia plenaria, el sarcástico guiño de complicidad entre los enterados, la amnesia de un auditorio pillo, la falta de respeto por la palabra dada, el omnipresente y temeroso sentido del ridículo, la sinceridad oportunista de los saltimbanquis, el trofeo de los astutos triunfantes…
El entramado antropológico español, que procede de una tradición de subsistencia mendicante y del miedo a ser lo que se es, hace imposible esa cultura política de la modernidad que, eso sí, glosamos con admiración.