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Eder. Óleo de Irene Gracia

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En la era anti-Salinger

Hace algunos años, John Updike se quejó de que, por primera vez en su vida, su editorial lo obligaba a visitar librerías y leer capítulos de su nueva novela, para promocionarla. Desde entonces, las cosas no han hecho más que intensificarse. Vemos a los escritores en todas partes: están (estamos) presentando libros en ferias, discutiendo la obra de otros autores en festivales de literatura que no cesan de proliferar... Pronto, todas las ciudades del mundo tendrán un festival o una feria del libro.

Si Updike se quejaba era porque pertenecía a otra época: su gesto era la versión mínima de Salinger y Pynchon, quienes decidieron desaparecer para que la obra hablara por cuenta propia. Hoy, en la era anti-Salinger, son pocos los escritores que dicen no a las invitaciones. Los más creativos aceptan la invitación, y luego buscan la manera de estar sin estar. Es el caso de Mario Bellatin, que a veces ha tenido presentaciones en las que no ha hablado una sola palabra. Unas diapositivas y una grabadora con su voz han hecho lo suyo. Bellatin dice al respecto: "escribo porque es la única manera que tengo de expresarme... ¿Por qué ponen tanto el cuerpo los escritores? ¿De qué se trata, es teatro o es una performance? ¿Gana quien deslumbra más, el que hace más piruetas?"

Durante un buen tiempo, yo pensé que el fenómeno de la proliferación de festivales y ferias del libro se debía sobre todo a un tema de gestión de la cultura: las ciudades -las grandes, las medianas, las pequeñas- necesitan una amplia oferta cultural, y una de las cosas de más amplia difusión e impacto resulta ser el festival de literatura. En mis momentos más optimistas, también creí que se podía tratar de un resurgimiento del interés en la literatura. El libro vuelve a ocupar un lugar privilegiado, me dije; con la romántica recuperación de su aura, todos quieren tener un escritor a mano.

Esos factores sólo explican una parte del fenómeno. Ahora creo que la cosa es más compleja, y no tan optimista. El exceso de festivales, de ferias de libro y de congresos, se debe principalmente a una conjunción de ansiedades. Por un lado, en una ecología de medios inundada de ofertas, las editoriales deben luchar para hacerse de un espacio, y los deseos de promocionar a sus autores van de la mano con el interés genuino de los promotores culturales para dar relevancia al libro. Por otro lado, hay una creciente sensación de que la palabra escrita ya no es suficiente. Ésta necesita que la acompañe la figura del autor, la lectura de un texto en voz alta, la performance.

Hay una respuesta para la aguda pregunta de Bellatin ("¿por qué ponen tanto el cuerpo?"): a pesar del star system que los acompaña estos días, los escritores saben que se sostienen en un lugar muy precario. Si los vemos por todas partes, debemos preocuparnos: significa que una nueva fe ha tomado los templos, y que el autor, con el fervor de los cruzados, ha salido a defender la novela, la poesía, el ensayo.

Babelia, El País, 30 de enero 2009

(Por una confusión debida a que dos versiones del artículo fueron enviadas al periódico, Babelia publicó la primera versión. La que coloco aquí es la versión final).

 



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31 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Merienda escolar

  Quién no recuerda aquellos dulces y su correspondiente botella de refresco que recibíamos ?en los años del subsidio soviético- en la merienda escolar. Como todo lo que es gratuito, terminamos por restarle importancia y a la hora del receso muchos jugábamos a lanzarnos las bebidas gaseosas y los pasteles. En nuestras manos, los masarreales y las torticas volaban desde el balcón de mi pequeña  escuela en la calle Salud esquina a Soledad. A pesar de que lo subestimábamos, sin ese sostén en mitad de las clases, hubiéramos llegados exhaustos y hambrientos al mediodía. Al comienzo de la crisis económica de los años noventa, uno de los primeros subsidios que se vino abajo fue la merienda de los estudiantes de primaria. Los niños dejaron de oír el sonido de las botellas que se abrían o del camión con las latas de galletas que llegaba temprano en la mañana. Aquellos dulces tirados pasaron a ser un recuerdo que nos hacía molestarnos con nosotros mismos, por tanta indolencia. Los padres tuvieron que asumir la preparación de un tentempié para llevar a la escuela y nadie explicó en la prensa porque se había decidido eliminar, precisamente, aquel tan necesario sustento.



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30 de enero de 2009
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A propósito de Updike

No faltan los artículos, necrológicas y otros saludos para John Updike, quien murió hace un par de días. Su revista, The New Yorker, le dedica un gran espacio en línea; el Los Angeles Times hace una rápida y buena valoración (me gusta la idea de recordar a un Updike malo como con su novela the coup y aun peor Brazil que es una mala caricatura de América Latina). Me parece mejor releer una clásica entrevista publicada por El País. Es Updike en sí mismo, el hombre del noreste de EE. UU., escritor clásico y  artesano que consigue vender a los clientes de la industria cultural.

Como millares de otros periodistas, entrevisté también a John Updike. Era los años 80, en su casa, cerca de Ipswich. Mi recuerdo es el espectáculo de un hombre rodeado de libros. Había tantos libros que formaban una barricada entre el hombre y la vida. Por eso me parece que al final Updike fue antes de todo un gran crítico. Pero un crítico con corbata y trajes Brooks Brothers, crítico de un arte siempre bien peinado.

Al enterarme de su muerte revisé dos libros suyos que quedaban a mi lado: Picked-up pieces y Hugging the shore. Abarcan 1377 páginas de compilación de sus críticas literarias. Se ve un dominio fenomenal de la literatura clásica. Y una lectura amistosa de la literatura moderna (con generosidad hacia sus compañeros). Pero al final se nota una cosa en este hombretón abierto a la literatura del mundo entero: no fue capaz de entender lo que se escribía en América Latina. Y noté sobre todo un rasgo muy significativo: para él, el gran autor de la otra América era Borges, lo que dice mucho de un temor a la vida no filtrada por la voluntad de ser culto e inteligente en el momento de describir la vida.

El interés por Borges, cuando viene de fuera, siempre es el síntoma de iuna dea de encontrar un escritor que tenga algo de europeo en América Latina.

(Fotografía: Milwaukee Public Library)

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30 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sesión XXX

Como podrán leer en los muy variados registros empleados por nuestros participantes a la hora de abordar la propuesta de la semana pasada, en realidad la supuesta «rigidez» del ejercicio no era tal, y sólo necesitaba mirarse con algo de agudeza. Así, las frases planteadas no remiten necesariamente a lo que parecen remitir: a la edad, por ejemplo. Lo que nos ha llamado la atención -como seguramente les ocurrirá ustedes al leer los ejercicios- es la cada vez mayor calidad de muchos de los cuentos enviados, lo que hace que nuestra labor de selección resulte también cada vez más ardua.  Pero por desgracia otra cosa llama además nuestra atención, y es que muchos persistan en no enviar los textos con un formato más pulcro, como ya hemos pedido en otras ocasiones: texto con márgenes justificados, sin espacios entre párrafos, con una tipo de letra que garantice una lectura no fatigosa (Times, Garamond, Palatino...) y sobre todo: sin una lectura más exhaustiva del texto enviado: cacofonías, repeticiones, pequeñas pifias que requieren de una buen repaso para que nuestro cuento quede impecable. Naturalmente no es sólo una cuestión meramente formal: es parte imprescindible de un buen cuento: su esmerada corrección.  En fin, les recomendamos que lean  los cuentos de los participantes. Se encontrarán con gratas sorpresas.

Y les dejamos también dos recomendaciones de muy buenos cuentistas: Guillermo Busutil, que acaba de publicar una selección de relatos, Moleskine, (Las cuatro estaciones ed.), y Juan Bonilla, autor de la novela Los Príncipes Nubios y de muchos excelentes cuentos. Vean sus páginas web y se encontrarán con dos escritores de lujo.



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30 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El escritor que vino del cine

Quizá descubrir a algunos lectores de Estados Unidos el nombre de Richard Yates es descubrirles el Mediterráneo. Fue un escritor de éxito en los años 60. Prestigiado, leído y quizá demasiado pronto olvidado. Y aquí creo que no nos enteramos del éxito ni del olvido de Yates, nunca existió. Ahora, gracias al cine, a una hermosa y dura película, hemos leído esa novela, tierna y dura sobre nuestros deterioros amorosos.

Los que hayan visto la película de Sam Mendes, con esa inmejorable Kate Wintsley a la que volveremos porque viene con otra película, y con otra novela excelente, El lector.

Lo que pretendo con este acercamiento a las emociones que sin duda están en la película que no se conformen con eso, que acudan a la novela, que comprueben que todavía nos quedan historias que leer, escritores que descubrir, aunque estuviera aparentemente tan fácil descubrirlos.

Era un escritor de culto y ojalá, por los oscar, por el cine, por la pareja de intérpretes o por lo que sea, se acerquen los valientes a éste libro que tan nervioso nos pone porque habla de nosotros. De nuestros amores, olvidos, desamores, tristezas y dificultades para querer y que nos quieran. Nuestra manía de ocultarnos lo más importante. No es para unas risas de un fin de semana. Es para tropezarnos con un espejo que nos enseña una imagen a la que no queremos enfrentarnos.

Cuando estaba de moda no contar historias en la novela, cuando estábamos en Europa liados con los experimentos de los nuevos, y hoy tan viejos, nuevos narradores, algunos desde USA estaban dando una lección de saber contar una emoción. Aunque sea tan triste si la leen se alegrarán. Que la película no les robe una novela. Se llama Vía Revolucionaria, una carretera que lleva a un lugar en el que no queremos estar.



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30 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Incidente en la cumbre de Davos

 

Al presidente turco Erdogan le parece necesario dar la réplica al presidente israelí Peres y solicita al moderador del debate, David Ingantius, director del Washington Post, un turno adicional al previsto para sus intervenciones. El protocolo ceñido por el tiempo y la susceptibilidad de los contertulios "presta" a Erdogan dos minutos. Dos minutos insuficientes para responder a los veinticinco que gasta Peres en justificar la invasión militar de Gaza y la colateral masacre de civiles. Erdogan se levanta desairado y abandona la reunión "dejando atónitos al público de vips mundiales" -según cuentan los cronistas.

He aquí representada la comedia contemporánea cuyo protagonista no es el actor que clama en el escenario sino el público amnésico. ¿Quién recordará en el patio de butacas la entrada de las tropas turcas en el Kurdistán?

En diciembre de 2007 la web del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas turcas anunciaba el resultado de su operativo militar: "un importante número de bajas entre los miembros del Partido Comunista del Kurdistán".

Tropas de élite del ejército turco atravesaron la frontera iraquí y mediante un intenso fuego de artillería atacaron "un campamento de instrucción kurdo" y durante dos semanas mataron a casi todos los que allí se encontraban: "perecieron unos 200" .

Naturalmente, al nacionalismo turco le parecerá ofensiva cualquier comparación con el nacionalismo israelí: sus víctimas particulares sólo son "terroristas".



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30 de enero de 2009
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La verdad interior

De lo que precede se sigue que la literatura, al menos en el sentido convencional, que supone la plasmación en libros, no sería necesaria a aquel inclinado de entrada a buscar por unos u otros medios la realización de sus potencialidades, inclinado a confrontarse a su verdad interior, pero es en cambio muy útil en otros casos que Proust sintetiza en el siguiente párrafo.

"Se dan no obstante ciertos casos, ciertos casos patológicos por decirlo así, de depresión espiritual, en los que la lectura puede convertirse en una especie de disciplina terapéutica y encargarse, por medio de incitaciones reiteradas, de volver a introducir a perpetuidad a una mente perezosa en la vida del espíritu. Los libros desempeñan entonces para ésta un papel análogo al de los psicoterapeutas con ciertos neurasténicos.

Se sabe que, en determinadas dolencias del sistema nervioso, el enfermo, sin que ninguno de sus órganos se vea afectado, está sumido en una especie de anquilosamiento de la voluntad, como si se hubiera metido en un atolladero del que es incapaz de salir por sus propios medios, y en el que terminaría por perecer si alguien no le tendiera una mano firme y caritativa. Su cerebro, sus piernas, sus pulmones, su estómago están intactos. No tiene ninguna incapacidad real para trabajar, para andar para exponerse al frío, para comer. Pero cualquiera de estas actividades, que podría perfectamente llevar a cabo, se siente incapaz de desearlas...Ahora bien, existen determinados espíritus que podríamos comparar a estos enfermos y que una especie de pereza o de frivolidad les impide adentrarse espontáneamente en las regiones profundas de uno mimo, dónde empieza la verdadera vida del espíritu. Basta que se les haya guiado una sola vez para que sean capaces de descubrir y de explotar en su interior auténticos tesoros...Ahora bien, este estímulo que la mente perezosa no puede encontrar en sí misma y que debe venirle de algún otro, es evidente que debe recibirlo en total soledad, fuera de la cual, ya lo hemos visto, no puede producirse esa actividad creadora que se trata precisamente de resucitar en ella. De la pura soledad la mente perezosa no podrá obtener nada, puesto que es incapaz por sí sola de poner en marcha su actividad creadora. Sin embargo, la conversación más elevada, los consejos más sabios, tampoco le servirán de nada, ya que no pueden producir directamente esta original actividad. Lo que hace falta por tanto es una intervención que, proviniendo de otro, se produzca en cambio en nuestro interior, un estímulo desde luego de otra mente, pero recibido en perfecta soledad." (pp. 39-42.)

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30 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Corto Maltés y la aventura de hoy (5)

Lo que Pratt insinúa es algo que también está presente en dos de las ficciones aventureras más populares de los últimos tiempos, El señor de los anillos y Matrix: que el proceso interior del héroe es tan esencial como la peripecia exterior. Si Frodo pierde su alma, si Neo no obtiene la iluminación, todo el edificio exterior de su lucha se desmoronará. Tolkien trata incluso de subrayar la importancia de esta cuestión al encargarle a Frodo una tarea con visos (a simple vista, al menos) anti-heroicos: ¿algo más prosaico que llevar un anillo a un punto X, en contraposición a la heroicidad clásica de los guerreros liderados por Aragorn? Pero lo que Pratt hace es más extremo que lo de Tolkien: imaginen El señor de los anillos contando tan sólo la peripecia de Frodo y olvidándose de las batallas a capa y espada, una aventura que es cada vez más entrópica, más centrada en la percepción del héroe (¿cuánto pesa el Anillo, en verdad?) que en el mundo exterior.

         En el silencio que se abre post Mu, Pratt nos invita a concebir una nueva generación de aventureros. Los de antaño no tenían dudas, y trataban de moldear el mundo de acuerdo a sus certezas. Los aventureros del futuro, en cambio, deben comprender -condición sine qua non- que la más difícil de las hazañas es conquistarse a sí mismo. Y que si logran triunfar en ella, todo lo demás se dará por añadidura... o quizás no importe, incluso.

Lo fundamental es que el aventurero reestablezca en sí mismo un orden de la existencia que la Historia avasalló, al pretender que no existe otra cosa que lo material y avalar su presunción con sus riquezas obscenas y sus bombas de fósforo blanco. Lo que el aventurero del futuro buscará es persuadir al Sistema de que hay algo dentro suyo que no puede ser comprado ni por todo el oro del mundo; algo que no será derrotado ni siquiera por los más modernos suministros de la industria armamentista, manejados por los guerreros mejor entrenados. El último reducto del héroe contemporáneo, en este mundo regido por Saurón y manejado por la Matrix, es de simpleza cartesiana, y presenta batalla hasta en los sitios más inocuos, más cotidianos. Yo soy Yo, y nadie podrá obligarme a ser No-Yo. Ni corrompiéndome. Ni forzándome. Ese será el mantra de los aventureros de la nueva generación: Ninguna de tus armas me daña, ninguno de tus poderes puede conmigo. Mi carne es frágil, pero mi certeza es indestructible... y contagiosa, porque se multiplicará en muchos Yos cuando Yo no esté.

La nueva generación de aventureros está destinada a ser mística por sobre todo -o lisérgica, como el profeta Corto lo insinuó en su momento. Para ganar este mundo debe renunciar a él. Para vencer al mal debe demostrarle que sus recursos son impotentes en contra de su fe -tan inocuos como una espada de plástico o una moneda de lata, artificios despojados de su poder de persuasión.

Durante este año espero poner en práctica esta tesis, con una ficción llena de aventureros de nueva colada. Veremos entonces, pues...



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30 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Medios lunes

La muerte de John Updike se asocia a la desaparición del espejo de la clase media pero, en rigor, la muerte de Updike coincide con la muerte -no especulativa, sino real- de la clase media.

En esa clase mediana, mediocre, extensa y habitual, la sociedad mecía su larga moderación y su previsto sino sin sobresaltos. En esa clase media la sociedad adormecía sus posibles sueños de juventud sin traumas muy visibles a lo largo de la vida.

Updike hizo sin embargo, a través de su introducción en los entresijos de sus conciudadanos,  una épica también de talla media que fue, al cabo, la mayor épica de la época tras la segunda guerra mundial.

La contradictoria paz de la mayoría silenciosa, el malestar sumido en el bienestar casero, la depresión oculta en el horario fijo y el fracaso acompañada de mujer e hijos para toda la vida redondeaba el relato de esa multitudinaria población. Esa clase media, sin embargo, ha ido deslizándose desde hace un par de décadas hacia zonas en las que ya se confunde con aquellos proletarios, ahora mejorados, de los años 50 o 60. Una confusión no como efecto de compartir una misma conciencia de clase explotada y un espíritu propicio a la subversión, sino sencillamente como consecuencia de  un despojamiento gradual de los ingresos y las experiencias.  El nivel medio de la clase media ha caído hasta separarse espectacularmente del nivel de los altos empleados o ejecutivos y el abismo entre unos y otros ha ido situando a los más en mismos bordes del insomnio, en los diarios vértigos de la hipoteca, en el endeudamiento de constante y por encima de la capacidad de pagar.

Todas las crisis se ha caracterizado por una etapa anterior en que las desigualdades se acentuaron. He aquí la disolución social. También la dolorosa desaparición de Updike y de su territorio. Todos sus libros, sus minuciosas historias sentimentales y psicológicas emergen ahora como un documento  de un tiempo que ahora ha perdido tanto el mortal relente de su tedio como el aire de su estabilidad. Estabilidad mórbida pero tan valorada ahora, cuando el mundo, cada lunes, se hunde un poco más. 



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30 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Testigo

Parece que la cosa está bien encaminada. El presidente de Estados Unidos, que no se llama Mesías, sino Barack Obama, firmó ayer una ley denominada de Equidad o Igualdad Social. La ?responsable? directa de este documento es una mujer, una trabajadora que, tras descubrir que llevaba toda la vida ganando menos exactamente por ser mujer, presentó queja contra la empresa y ganó el pleito. Como en una prueba deportiva de relevos, esta mujer blanca, llamada Lilly Ledbetter, le pasó el testigo al corredor siguiente, un negro con nombre musulmán, 44º. presidente de la nación norteamericana. De repente, el mundo me parece más limpio, más prometedor. Por favor, no me roben esta esperanza.       



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29 de enero de 2009
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