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Eder. Óleo de Irene Gracia

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India, adiós al exotismo

Escena de la película Slumdog Millonaire basada en novela de Vikas Swarup. Fuente: wikipedia La estupenda novela ¿Quién quiere ser millonario?, de Vikas Swarup, convertida en una interesante película inglesa de Danny Boyle titulada Slumdog Millionaire, es solo la punta del iceberg de lo que está ocurriendo con la literatura de la India. No sé si realmente la India ha dejado de ser un territorio exótico para la mayoría de nosotros. Pero lo que sí es un hecho obvio es que, más allá del exotismo nacionalista que le exigen ciertos lectores y editores, los autores indios han aprendido a representar su país desde diversas perspectivas y universos. Pluralidad, ese es el nombre de la buena literatura actual. Tanto aquellos que viven en su país como aquellos que han hecho su carrera en Inglaterra, los escritores de la India están escribiendo obras extraordinarias que han tomado por asalto las mesas de novedades de España. Así deja constancia Mercedes Monmany en ABCD las letras. Empieza hablando de Adiga, el reciente premio Booker, y su Tigre blanco:Siete serán las cartas que Balram Halwai, el protagonista de Tigre blanco (Miscelánea), la novela del autor indio Aravind Adiga que se alzó con el último y prestigioso Premio Booker, le dirige al primer ministro chino Wen Jiabao, de visita en Bangalore con el propósito de reunirse con un grupo de empresarios que le relatarán las claves del «milagro económico indio». Unas cartas escritas siempre a medianoche, como aquella legendaria del 15 de agosto de 1947 en que Jawaharlal Nehru proclamó, desde el Fuerte Rojo de Delhi, la ansiada y largamente esperada independencia de India. Para narrarle la verdadera historia del boom económico indio, que los ha conducido a un fabuloso desarrollo como país, Balram se ofrece a sí mismo, y a la turbulenta historia de su vida y de su país, como ejemplo. Esa India que le ha permitido a alguien como él, gracias a oscuros pactos con el diablo, lograr una insólita ascensión social «desde las tinieblas hasta la luz». Salir de los anónimos subsuelos que se esconden bajo los imponentes edificios de los barrios residenciales de Delhi, donde vive la nueva burguesía del high tech, habrá sido a costa de lo más siniestro e inconfesable: corrupción, traición, robo... y asesinato (...) Un joven representante de una de las más poderosas literaturas emergentes de nuestros días, la angloindia -o la india, sin más-, que sería el cuarto autor de esa procedencia en alzarse con el Booker Prize, tras Salman Rushdie, Arundhati Roy y Kiran Desai (El legado de la pérdida, Salamandra), hija de la célebre Anita Desai.A partir de ahí, Monmany abre el abanico de temas y autores de India que están alimentando la literatura contemporánea:Historias de regresos y confrontación con pasados que hay que reintegrar de nuevo: ahí estaría la excelente novela La cámara de los perfumes (Alianza), primera obra, de raíces autobiográficas, del periodista y editor Inderjit Badhwar, en la que el protagonista retorna a India con motivo de la muerte de su padre, mientras rememora sus años de Universidad en EE.UU., en la década de los 60, cuando su identidad india le confería un estatuto semiheroico entre estudiantes devotos de Ginsberg y Marcuse. Confrontación con un pasado de luchas revolucionarias que otro de esos típicos personajes deseosos de borrar las huellas de su identidad -personajes que tanto abundan en las creaciones del mestizo Hari Kunzru, hijo de británica e indio y autor del éxito mundial El transformista (Alfaguara)-, compondría en Mis revoluciones (Alfaguara). Pero también conoceremos viajes problemáticos al pasado, esta vez desde el frenético mundo urbano, representado por megalópolis como Mumbai o Delhi, hasta unos orígenes rurales, extremos que en India significan fracturas planetarias. Así lo narrará S. Shankar en una novela aparecida estos días: El viaje no ha terminado (La Otra Orilla). En ella, Gapalakrishnan, funcionario jubilado de Nueva Delhi, regresa a su pequeña localidad del sur de India para hacerse cargo de un importante puesto simbólico: el de patriarca de su estirpe, vacío tras el fallecimiento de su padre. Otra importante primera novela, la de Selina Sen (Un espejo florece en primavera, Siruela), tendría como trasfondo argumental las muchas veces violentos conflictos interculturales producidos tras la partición de 1947, que separó India de Pakistán, y de nuevo a Bangladesh como Estado independiente en 1971, provocando la mayor migración en la historia del subcontinente asiático. Aunque otro centro neurálgico y narrativo que se repetirá estos últimos años es ese monstruo fascinante constituido por la gigantesca ciudad de Bombay, o Mumbai, como es llamada ahora. Una vorágine fabulosa que va desde las estrellas rutilantes del Bollywood local o los fastuosos hoteles de factura colonial, hasta la más pavorosa e inimaginable pobreza y marginalidad de los sórdidos y atestados barrios de desheredados que circundan obscenamente ese mundo de lujo y refinamiento. Así lo narrarían la monumental y genial obra de Suketu Mehta Ciudad total. Bombay perdida y encontrada (Mondadori); el no menos grandioso thriller de uno de los más relevantes autores indios de nuestros días, Vikram Chandra (Juegos sagrados, Mondadori), o la excelente e innovadora concatenación de historias, verdadero alegato contra cualquier tipo de fanatismo religioso, de otro de los más celebrados jóvenes escritores actuales, Altaf Tyrewala, autor de Ningún dios a la vista (Siruela). Una megalópolis que también serviría de turbulento decorado para la novela ¿Quién quiere ser millonario?, de Vikas Swarup (Anagrama), en la que se ha basado la película Slumdog Millionaire. Y finalmente, en este recuento en el que solo extraño alguna novedad de Vikram Seth (autor de dos novelas extraordinarias: la tolstoiana Un buen partido y esa pequeña joya sentimental titulada Una música constante), menciona a dos pesos pesados: los exitosos Jhumpa Lahiri y Rushdie: Dos obras de dos de los principales autores angloindios del momento aparecerán próximamente en nuestra lengua: la última y esperada novela de Salman Rushdie, La encantadora de Florencia (Mondadori), en la que su autor emprende el viaje que llevó a Marco Polo hasta el Kublai Khan, pero de forma inversa, con la invención literaria de un indio que sale al encuentro de Europa. Y, en Salamandra, unos sutiles y magníficos relatos (Unaccustomed Earth) de la neoyorquina Jhumpa Lahiri, nacida en el seno de una familia bengalí. Un libro sobre ese tipo de pequeños detalles escapados de los clichés habituales o, si se prefiere, de ese «exotismo de pacotilla», como lo llama Rushdie.



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11 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El vecino Cormac McCarthy

Semáforos, preocupación de Santa Fe. Fuente: adn.es Un amigo escritor, incómodo porque yo contestase las reseñas que me parecen erróneas sobre mi novela, me comentó que la única respuesta buena que ha visto de un escritor ante la crítica fue una de Cormac McCarthy frente a una reseña cargada de pequeñas rectificaciones históricas. Mc Carthy entonces respondió en la sección de cartas de NYRB: "Fuck you", C. M. Eso estuvo genial. Pero gracias a McSwenney descubro que no siempre es tan lacónico McCarthy a la hora de escribir cartas. Esta que envió al editor del Santa Fe New Mexican. El tema: los semáforos.Dear Editor,I enjoyed reading the article on Tuesday about putting a traffic light by the interchange of Castillo and Grand Streets. I aint know nothing about politics, but I seen too many cars hit too many light poles over the years. A man gets weary of it.Just yesterday, my wife said be careful at that stop sign.Why? I asked.Well just a week ago the Johnsons got sideswiped by that guy who sells those turquoise stickpins in his shop on Esmeralda.I forgot about that, I responded. And sure enough, I was careful at that stop sign. But the driver in back of me wasnt.A truck carrying a load of lumber down from the old ancient pine forests or the newfound wrath of a somnolent god or just the terror of fading memories hit the driver square on the left side of his Volvo.Oh shit, the driver said, just before his life escaped into an incarnadine tributary on his steering wheel.I dont want to see that again. A traffic light is needed, and that soon. Or we will continue to inhibit our temporary souls which wait like cowed children at stop signs, as it always was before those signs crept like stalks from the Earth.Regards,C. McCarthySanta FeSeñores, aquí tenemos al verdadero Cormac McCarthy: el buen ciudadano, el celador de las calles, el vecino de Santa Fe. PD.- como bien señala Gustavo en su comentario, no es una carta real de Cormac McCarthy sino que se trata de una parodia de John Kennan. Ya me lo habían advertido pero, igual, me pareció gracioso e iba a hacer una encuesta divertida en el blog. ¡Gustavo, aguafiestas!



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11 de febrero de 2009
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La invasión de los libroides

Hay sustantivos que se niegan a morir al lado del objeto que designaban. A varios lustros del ocaso del long play, uno querría seguir hablando del nuevo disco de alguien, lo piensa una vez más y se pregunta si no sería mejor decir compacto, o tal vez suscribirse a un término más tieso, pero menos efímero, como sería el caso de álbum. La realidad es que ninguno de estos sustantivos alcanza ya para referirse a ese querido objeto que cada día tiene menos integridad y cuerpo, hasta que llegue la hora en que ya ni siquiera sea un objeto.

Por más que en la pantalla veamos al archivo representado por el correspondiente iconito, o hasta le abra uno los megabytes y consiga modificarlo radicalmente, su calidad de abstracto es fuente de insatisfacción y decepción para quienes crecimos cultivando la amable disciplina del fetichismo. Si antes el coleccionista musical se ufanaba de tener cierto número de discos en el estante, reunidos a lo largo de años de obsesiones e inversiones, hoy día cualquier desocupado con banda ancha puede bajar diez mil canciones en un par de meses sin gastarse más que su desechable tiempo. Es fácil poseer muchos archivos digitales, y todavía más fácil borrarlos para siempre porque de todas formas no tenían forma física y venían de la nada y no duele perder lo que ha salido gratis.

El nuevo Kindle de Amazon se ufana de acoger algo así como mil quinientos libros, que en realidad no son exactamente libros, sino archivos de texto que contienen la información del que sería un libro, si tuviera cuerpo. Al carecer, por tanto, de volumen, los libroides ofrecen cualidades que el tomo de papel desconoce, como la agilidad para bajar del servidor al Kindle en sesenta segundos, más todas las ventajas que se esperan de un archivo electrónico. Una de ellas, odiosa para quien lee narrativa o, el colmo, poesía, consiste en escuchar el contenido recitado por una voz electrónica.

¿Comprar una novela en sesenta segundos? Es demasiado poco. No queda tiempo para jugar con la idea, arrepentirse, volver a animarse; todos los escarceos que con frecuencia forman parte del proceso de compra de un libro, sin los cuales a algunos se nos antoja un poco menos su lectura. No digo que no compre uno libros por impulso -algunas de las más felices lecturas parten de algún prurito repentino y fortuito- sino que no me alcanzan los segundos. Necesito horas, días, puede que meses. La lectura, tal como la escritura, tiene que ver con el sano ejercicio de la paciencia. No hace falta el reloj para leer.

Los libros no son menos pacientes. Podemos desdeñarlos durante años, inclusive botarlos a media lectura, que de cualquier manera seguirán aguardándonos, en la certeza de que no son ellos los necios. Podemos, además, abusar de las metáforas y atribuir al volumen las virtudes de un ser animado. Se amista uno con una novela, nada hay como cargarla a todas partes y responder, si acaso alguien pregunta, que está enviciado de ella y no quiere soltarla. Con el rudo atavismo que la ocasión demanda, me pregunto cómo se hace eso en el Kindle. Hasta hoy, y ya pasaron diez años, no he podido arreglármelas para fetichizar un mp3. Lo escucho, lo disfruto, lo olvido. Es un montón de bytes que no puedo tocar, aunque sí duplicar indefinidamente. Cualquier día lo borro y ni me entero.

No he olvidado la tarde en que me le formé a Octavio Paz para que me firmara un entrañable volumen de poemas reunidos -gordo, azul, envidiable, traqueteado, noble; virtudes todas ellas impensables en un archivo de materia cibernética-; si hoy día me enfrentara a semejante situación, detestaría pedirle que me firmara el Kindle, así tuviera scanner y pantalla táctil.

Son patadas de ahogado, ya lo sé. En la era del clon, los fetichistas estamos de sobra -que por suerte no es tanto como estar de adorno-. Entretanto, el juguete me sale sobrando. Vamos, la sola idea de manosear por años el mismo volumen me parece en principio antihigiénica. Como otros fetichistas explican al hablar ante el juez, nada me gustaría más que pensar de otra forma, pero ahora mismo ya se me queman las habas por soltar el teclado y agarrar el objeto de papel a cuyos lomos noche a noche huyo de la estrechez del mundo real y la impostura del espacio virtual. No quiero un bólido, déjenme así a caballo. Prisa que tengan quienes les anda por morirse.

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11 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La tragedia de Nixon, 2

La entrevista de David Frost a Richard Nixon, casi treinta horas de grabación realizada durante 12 jornadas entre el 23 de marzo y el 22 de abril de 1977-reducidas a seis en la edición final que se emitió al público-, fue la primera concedida por el ex presidente después de su dimisión el 9 de agosto de 1974. El interés de Nixon por la entrevista era doble: por los sustanciales honorarios que recibió (600.000 dólares) y por la oportunidad que le brindaba una estrella de la televisión como era Frost para intentar mejorar la penosa imagen de delincuente con la que había abandonado la escena política, sobre todo después de que su sucesor, Gerald Ford, le indultara al poco de llegar a la Casa Blanca. La difusión iba a preparar el terreno para la publicación de sus memorias, prevista para el año siguiente, por lo que puede decirse que para Nixon tenía un atractivo fundamentalmente comercial y de imagen. Para Frost, en cambio, era una oportunidad para dar un buen golpe informativo y obtener unos buenos ingresos, sentando ante las cámaras a alguien a quien ya había entrevistado en 1968, en términos más bien amables, y a quien venía mandando anualmente una solicitud de entrevista.

Esta emisión larga televisiva, que no recibió galardón alguno en el momento de su difusión, se ha convertido ya a estas alturas, sobre todo después de su dramatización teatral y ahora cinematográfica, en uno de los episodios más destacados de la historia del periodismo. Y, sin embargo, se produjo muy lejos de los cánones teóricamente en vigencia: el entrevistado cobró honorarios, algo que entonces y ahora se considera como ajeno al purismo periodístico; y el entrevistador se la planteó en aquel momento más como el showman que era que como un periodista. El resultado no mejoró la imagen de Nixon, aunque quizás tampoco la empeoró, pero transformó a Frost, que demostró su pericia y su fuste periodístico, adquiriendo la respetabilidad que hasta entonces le había faltado. El veterano entrevistador tiene hoy un programa en el canal en inglés de la televisión qatarí Al Jazeera.

Frost demostró con esta entrevista un enorme talento como periodista y como profesional de la televisión. En primer lugar al apostar por un proyecto tan dificil y comprometido. Luego al realizarla con un dominio del medio televisivo con el que pocos periodistas políticos podían competir. En tercer lugar, al contratar y dirigir un equipo de periodistas que le proporcionaron el material, el espíritu inquisitivo y la orientación histórica que le faltaban. Y en cuarto lugar planteando con obstinación y profesionalidad las preguntas más comprometidas hasta obtener de Nixon casi una confesión y un esbozo de arrepentimiento. Empezó buscando un espectáculo y terminó intentando obtener y acercándose a la verdad.

La frase más célebre de la entrevista la pronuncia Nixon ante una buena pregunta de Frost, acerca del llamado Houston Plan, un documento que propugnaba la organización de escuchas, seguimientos ilegales, violación de correspondencia e incluso internamiento en campos detención de los subversivos e izquierdistas que se oponían a la guerra del Vietnam o eran sospechosos de actividades calificadas de terroristas, todo muy en la línea de lo que Bush ha hecho 20 años después. Ésta era la pregunta: "Así, en algún sentido, usted dice que hay ciertas situaciones, y el Houston plan o alguna parte del mismo es una de ellas, en la que el presidente puede decidir lo que es del mejor interés de la nación y así hacer algo ilegal". Y la respuesta: "Bien, cuando el presidente lo hace esto significa que no es ilegal".

Esta frase permite construir la teoría de una presidencia todopoderosa, por encima de la Constitución. Pero en la transcripción de la entrevista (la real, no el guión del film) se percibe que Nixon la utiliza cuando está arrinconado y  a la defensiva, puesto que sabe perfectamente que las cosas no pueden ser así: "...no quiero sugerir que el presidente está por encima de la ley...lo que sugiero, sin embargo, es que hay que entender que en tiempo de guerra, con una guerra en el exterior y virtualmente una revolución en algunas áreas concentradas en casa, el presidente tiene bajo la Constitución unos poderes extraordinarios y debe ejercerlos con... tan poco como sea posible".

(continuará)



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11 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La tragedia de Nixon, 1

El Watergate es la gran historia periodística en la que se formó mi generación de periodistas. Dos reporteros, Bob Bobward y Carl Bernstein, bien organizados y dirigidos, debidamente apoyados por al empresa editora de su periódico, el Washington Post, consiguieron terminar con la carrera política de Richard Nixon, que dimitió para evitar su destitución parlamentaria por obstrucción a la justicia. Nixon fue uno de los hombres más detestados por los jóvenes de aquella época, porque representaba lo peor del conservadurismo americano; pero hay que reconocer en perspectiva su talento geoestratégico y su visión en política exterior, que le llevó a entrevistarse con Mao Zedong y a facilitar el nacimiento de esta nueva China capitalista y comunista a la vez.

Sus pecados fueron muchos y todos ellos terribles: los bombardeos sobre Vietnam del Norte, la invasión de Camboya, el apoyo a las dictaduras latinoamericanas, el golpe de Estado contra el presidente constitucional de Chile Salvador Allende, y luego sus sucios trucos de jugador tramposo, que le llevaron entre muchas otras cosas a espiar a sus rivales políticos y a abusar del poder presidencial. Nixon intentó situar al presidente por encima de la Constitución, pero no lo consiguió, pagó por ello y pagó también el Partido Republicano, que perdió el poder presidencial en la siguiente elección. Pagó asimismo el ala más derechista del republicanismo que quería incrementar los poderes presidenciales y tuvo que esperar hasta la llegada de George W. Bush a la Casa Blanca y al 11 S para intentarlo de forma seria y concienzuda. El propósito de personajes como Dick Cheney, Karl Rove o Donald Rumsfeld no era otro que deshacer el camino andado desde el Watergate, atar de nuevo bien cortos a los otros poderes -también a la prensa y a los medios-, y restaurar la idea de una presidencia todopoderosa hasta blindarla legalmente para un ciclo histórico entero.

La llegada de Obama a la Casa Blanca es la rúbrica de un nuevo fracaso de proporciones gigantescas. Un fracaso que constituye además la gloria y el honor de la legalidad y de la Constitución de los Estados Unidos de América. La era de Nixon ha terminado justo ahora, cuando echa a andar esta nueva presidencia demócrata que quiere ser transformadora hasta cambiar el rumbo de la nación. De ahí que no podía llegar en mejor momento un nuevo y brillante film sobre Nixon, estrenado hace ya unas semanas en Estados Unidos y ahora en España, que interesará sin duda a la gente de mi generación pero debe suscitar también la atención de las nuevas generaciones que han seguido el desastre presidencial de Bush y el ascenso de Barack Obama. Su título en la versión española es ‘El Desafío. Frost contra Nixon', y es la versión cinematográfica de la pieza teatral de Peter Morgan (el autor de ‘La Reina', sobre la muerte de Diana de Gales, y de ‘El último rey de Escocia', sobre el dictador de Uganda Idi Amin Dada), inspirada en la entrevista televisiva de seis horas que realizó en 1977 el británico David Frost al ex presidente. Perfectamente documentada y escenificada por los mismos actores de la pieza teatral (Michael Sheen, que fue Tony Blair en 'La Reina', es el periodista, y Frank Langella es Richard Nixon), la película viene al pelo para comparar balances y presidencias, entre aquel Nixon que tuvo que dimitir y este Bush hijo que se ha ido en un clamor de desaprobación.

(continuará)

Enlaces: para el filme. Para el dvd de la entrevista original. Para unos fragmentos impagables en Youtube. Para el caso Watergate. Para las cintas del Watergate.



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11 de febrero de 2009
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Un desecho de la historia evolutiva

Hablaba ayer de la ausencia de confianza en el peso del lenguaje, al que llega a contemplarse como mero instrumento o código de señales. Mas como mero código de señales el lenguaje tampoco es de fiar. Pues deja traslucir aspectos inquietantes: encierra equivocidades incompatibles con el buen funcionamiento de un código y en ocasiones (en un trivial chiste por ejemplo) parece complacerse en las mismas. A veces no se limita a cumplir su función de auxiliar, introduciendo exigencias que le son propias. Aun sin conciencia de ello, ocurre que aquello que los hablantes dicen no tenga otro interés y otra finalidad real que el mero decir... de tal manera que el animal humano parece ser en ocasiones portador de un código insano.

El hombre lleva en su esencia apostar todo al lenguaje. Cuando renuncia a tal apuesta (por sentimiento de que el lenguaje falla o por sentimiento de no hallarse a su altura), el hombre deviene un animal al que el lenguaje ha corrompido y perturbado: un animal enfermo, un desecho de la historia evolutiva.

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11 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Aleph llegó al cine (2)

A diferencia de un tipo de cine muy habitual -que no popular- en la Argentina y su política de cascotear el proceso narrativo como si se tratase de una blasfemia, Historias extraordinarias es una máquina de contar. A partir de tres anécdotas independientes (el hombre Equis que se convierte en partícipe inesperado de un crimen, el hombre Zeta que ve alterarse su vida al ocupar el lugar de otro, el hombre H que se lanza al río en cumplimiento de una apuesta absurda), el relato parte en el mismo instante que sus protagonistas: esto es, en el momento que se permiten desestructurarse, apartarse del cauce principal de sus vidas y meterse en un sendero que se bifurca y que, por definición, nunca los devolverá a la ruta del comienzo -por lo menos no en el estado en que partieron, como bien sabía Heráclito.

Las historias-madre florecen pronto en nuevos pimpollos, con una causalidad que nunca es forzada. La irrupción de otro personaje hace razonable el desvío, la anécdota, el background, dado que si no se tratase de un personaje interesante, ¿para qué le permitiríamos ingresar al cuadro? Y así entran como Pancho por su casa un león viejo, soldados alemanes perdidos en Guyana y hasta personajes reales como el arquitecto Francisco Salamone y los inquietantes edificios que erigió en plena llanura bonaersense, entre mataderos, cementerios y gigantescos Cristos futuristas.

En este sentido me hizo recordar (los muchachos que viven de las exégesis me van a querer colgar por la comparación, pero eso sólo hace que valga más la pena) a la película Amelie. Que por supuesto no se le parece en intención ni en los medios de producción pero sí en el punto clave, la manera en que trabaja a contrapelo de todos los Manuales del Buen Guionista: a los quince minutos no ha aparecido ningún plot point ni cosa similar, de hecho hasta el minuto 40 no estamos en condiciones de advertir que Amelie es una historia romántica -y sin embargo funciona como un tren. ¿Por qué? Por la prepotencia (volverse arltiano es aquí inevitable) del buen relato. Quiero decir: mientras se le presenta(n) una(s) historia(s) que resulta(n) atractiva(s), cuya seducción sólo crece a medida que progresan, ¿qué demonios le importan al espectador los plot points, la definición del género o cualquier otro corsé narrativo impuesto de antemano?

Hora de un nuevo intervalo. La sigo mañana...



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11 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El corazón del imán

Es muy chocante que un asunto tan falto de interés como las maniobras del PP dentro y fuera de sí mismo ocupen días tras día las primeras páginas de muchos periódicos españoles. Estos diarios hablan, probablemente, para sí puesto que entre sí se disputan las primacías de unas u otros reportajes mientras el lector boquiabierto ante ese aparatoso despliegue sigue abriendo la boca hasta el bostezo.

Ocurre lo mismo con los políticos entre sí que se arrebatan en discusiones, reproches y referencias endogámicas, sin ningún beneficio para los representados.
Y sucede lo mismo con los jueces que se disponen para la huelga o no que se reúnen, se dividen, se asocian, se deniegan, sin que la justicia avance un paso en provecho de los ciudadanos.

Lo mismo, en fin, valdría en muy alto grado para los grupos nacionalistas y sus máximos dirigentes que legislan con el presunto fin de diferenciar a sus patrias chicas mientras los ciudadanos desean vivir mejor y no alistarse contra otros en forma de apasionados patriotas.

Una Gran Crisis dentro de esta Gran Depresión económica carcome a la política, la justicia, la educación, las descentralizaciones autonómicas, los medios de comunicación y otros importantes componentes de la organización social. La Gran Depresión tiende a arrasarlo todo pero ¿cómo no pensar que su velocidad y su potencia obedece más que nada a la fuerza de atracción del Mal anidando en la casi totalidad de las instituciones? O concluyendo de otro modo, no se trataría en verdad de que la crisis haya sobrevenido como por ensalmo o como por malditismo de los bonos basura sino como efecto del gran Imán del Mal que desde el corazón de la sociedad atrajo este embate destructor, total, general, como la implosión propia de un vacío de sentido, como colapso de una estructura que se desploma sobre sus flacos cimientos.



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11 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Ateos

Enfrentémonos a los hechos. Hace años (muchos ya), el famoso teólogo alemán Hans Küng escribió esta verdad: ?Las religiones nunca han servido para aproximar a los seres humanos los unos a los otros?. Jamás se dijo nada tan verdadero. Aquí no se niega (seria absurdo pensarlo) el derecho que cada uno tiene de adoptar la religión que más le apetezca, desde las más conocidas a las menos frecuentadas, seguir sus preceptos o dogmas (cuando los haya), ni siquiera se cuestiona el recurso a la fe como justificación suprema y, por definición (como demasiado bien sabemos), cerrada al raciocinio más elemental. Es posible que la fe mueva montañas, no hay información de que tal haya sucedido alguna vez, pero eso no prueba nada, dado que Deus nunca ha estado dispuesto a experimentar sus poderes en ese tipo de operación geológica. Lo que sí sabemos es que las religiones no sólo no aproximan a los seres humanos, sino que viven, las religiones, en estado de permanente enemistad mutua, pese a todas las arengas pseudo ecuménicas que las conveniencias de unos y otros consideren provechosas por ocasionales y pasajeras razones tácticas. Las cosas son así desde que el mundo es mundo y no se ve ningún indicio de que vayan a cambiar. Salvo la obvia idea de que el planeta sería mucho más pacífico si todos fuésemos ateos. Claro que, siendo la naturaleza humana lo que es, no nos faltarían otros motivos para todos los desacuerdos posibles e imaginables, pero nos libertaríamos de esa idea infantil y ridícula de creer que nuestro dios es el mejor de los demás dioses que andan por ahí y de que el paraíso que nos espera es un hotel de cinco estrellas. Es más, creo que reinventaríamos la filosofía.



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10 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Entrevista en Página12

Tapa de la entrevista: página12 Así como he dicho que era previsible la lectura en el Perú que me acusaran de superficial, así como la lectura que sostuviese que al contrario, había adquirido madurez y profundidad, lo que sí no tenía previsto para nada es tener lectores tan buenos y entusiasmados con mi obra en el exranjero. Hace unos días recibí las preguntas de Silvina Friera (la entrevistadora estrella del diario argentino Página12) para una nota de tapa. ¿En realidad me iba a dar la tapa de Cultura de Página12 con mi primera novela publicada en el exterior? Sí, iba en serio. Hoy apareció la extensa entrevista que tiene, además, unas acotaciones de Silvina Friera (califica mi novela de "excepcional") que me entusiasman muchísimo por ser de una gran lectora como ella, y ajena a los tejemaneje de la literatura peruana además. La nota empieza así:Una certeza se impone después de leer la excepcional novela del escritor peruano Iván Thays, Un lugar llamado Oreja de Perro (Anagrama), finalista del premio Herralde 2008. Todos vivimos en un ámbito parecido, no importa cómo se llame ese pueblo o ciudad y dónde esté ubicado. Todos, hombres y mujeres, tenemos que asumir que, ante dolores inefables, es bueno rendirse y no seguir luchando, recoger los restos y empezar de nuevo. Asumir más que la derrota, las pérdidas. Aunque la culpa sea una mochila pesadísima; aunque la idea de olvidar resulte imposible porque, al fin y al cabo, ?la memoria es una espía?. (...) El periodista no puede evitar preocuparse por el pasado, por los que han desaparecido de su vida, y por el presente. Lo extraordinario de esta novela es el modo en que se amalgama la evocación de la tragedia individual con la colectiva. Respetado y admirado por sus compatriotas Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce Echenique y Alonso Cueto, Thays cuenta en la entrevista con Página/12 por qué demoró ocho años en publicar Un lugar llamado Oreja de Perro. ?La verdadera tensión que sentí en esos años fue la de publicar o no un libro en el que, de manera concreta, hablaba de la muerte de un niño que tenía la edad de mi hijo?, explica el escritor peruano. ?La razón por la que el protagonista no puede escribir la carta a Mónica se debe, esencialmente, a que él es un autista, un hombre incapaz de comunicarse con el mundo exterior. Por eso, cada vez que quiere escribirle a Mónica, termina refugiándose en su cuaderno, que es una voz interior, como gritar dentro de un pozo.?Coloco a continuación algunas de las preguntas y respuestas de la entrevista:?El protagonista dice que le atrae el tema del mal. Si usted siente una obsesión por este tema, ¿de qué modo le interesa explorar el mal o responder a la pregunta es esto el ser humano??Me interesa el tema del mal, pero en ese contexto concreto, no como algo metafísico o fantástico. Aún me parece asombroso, misterioso, que una persona, pudiendo escoger hacer el bien, decida hacer el mal. Que un gobierno prefiera invertir en armas antes que en remediar el hambre. Que un vecino prefiera botar la basura en el jardín del vecino, pudiendo hacerlo en el suyo. Hay que invertir el mismo esfuerzo en hacer el mal que el bien. Pero no parece tan fácil optar por lo obvio. ¿Es eso el ser humano o el mal es un error, un desvío? No sé qué contestar, pero cada vez soy más escéptico.?Es notable que mientras el periodista intenta olvidar, que lo dejó su mujer, que se murió su hijo, en el ambiente de Oreja de Perro sucede lo contrario: todos quieren recordar. ¿Considera que la mejor estrategia para narrar episodios dolorosos del pasado de un país reside en apoyarse más en los dolores íntimos que en los políticos??Sí, si no existe un dolor individual, el dolor colectivo no afecta a nadie, son sólo cifras. Tiene que haber un punto de intersección entre el Gran Dolor y nuestro dolor pequeño, concreto, incluso intrascendente, pero profundamente cierto.?Daniel Alarcón, Alonso Cueto, Santiago Roncagliolo y usted son algunos de los escritores peruanos que han demostrado un interés por la violencia política y el pasado reciente. ¿Por qué la ficción en Perú está más permeable a estas temáticas en los últimos años??En mi caso particular, luego de escribir novelas que ocurrían en lugares imaginarios o tenían como protagonistas a adolescentes ingeniosos, el escribir sobre la violencia política ha sido visto en mi país como una falsedad y me acusan de frívolo. Lo que no son capaces de descubrir es que la violencia política nos afectó a todos. Yo, gracias a Dios, no tuve ningún muerto cercano por culpa de aquella violencia. Pero de todos modos, durante doce años viví en el Perú aquellos años y me resulta difícil entender que alguien pretenda que ese tema no me afecte o no afecte a Santiago, Alonso e incluso Daniel.El periodista asume que se está convirtiendo en un tipo lleno de patologías, con fobia social, incapaz de relacionarse con los demás. ¿Por qué este tipo de patologías es tan frecuente en el mundo del periodismo y la literatura??Quizá porque los que no podemos decir las cosas claramente, tenemos que decirlas por escrito. ¿Te has dado cuenta de la cantidad de libretas y cartas y diarios y agendas de escritores que existen? En ese sentido, recomiendo mucho Prosas apátridas, de (Julio Ramón) Ribeyro, las anotaciones de un autista que a veces conversaba con los demás. Por eso, mi blog se llama Moleskine Literario, son cosas que escribo para mí aunque la puedan leer todos. Pero aprovecho la pregunta para decir una cosa: mi narrador no pretende ser escritor de ficción, como he leído en una crítica, no pertenece a ese tipo de personajes. Mi narrador sólo quiere escribir una carta.?¿Cómo se escribe sobre la muerte de un hijo? ¿Con qué dificultades se topó en esa zona de la novela donde el protagonista recuerda la muerte de Paulo??Fue muy muy muy difícil. No quisiera volver a pasar por esa experiencia. Aún hoy no sé cómo me atreví. Y esa fue la principal razón por la que la novela no se publicó durante años, pese a estar terminada. Pero luego escuché Beautiful Boy, de John Lennon, para Sean y supe que el único sentido que podía darle a mi novela es que se convirtiera, para Andreas, mi hijo, en un mensaje o un consejo por si un día no estoy más: ?No desees lo que no es para ti, pide siempre sólo aquello que te pertenece?. El aún es muy pequeño para entenderlo, creo.??Hay algo profundamente erróneo en los viajes. Moverse del punto A al punto B. Optar siempre por la línea recta?, se lee en la novela. ¿Ese sentimiento lo acompaña a usted cuando viaja??Sí, siempre. Por eso sólo viajo cuando sé que en el punto B voy a encontrarme con un amigo. Si no fuera por Pedro Mairal, jamás intentaría viajar a Buenos Aires, por ejemplo. Cuando era un adolescente estuve dos veces. Era una aventura. Tomábamos buses por todo Chile y luego un tren desde Mendoza hasta Buenos Aires. Compraba libros en la calle Corrientes. Hace medio año regresé, después de veinte años de ausencia. Fui muy feliz ahí, porque viajé con alguien a quien amaba, pero todo se destruyó después y el recuerdo es amargo. Ahora quiero volver para hundirme en el sofá de Pedro y leer todo el día. Además, admiro profundamente a las editoriales independientes argentinas. Publicaría en ellas a ojos cerrados.¿Por qué no está más en la televisión Vano oficio??Porque un gerente de TV, siete años después de estar en el aire, descubrió que yo tenía frenillo y alguien que no puede pronunciar las vibrantes múltiples no puede hablar de libros.?Es curioso que se haya convertido en un ?espectáculo? la presencia de los escritores en varios festivales, como el Hay en Cartagena, pero que en la televisión no suceda lo mismo. ¿Qué opina sobre este fenómeno en el que el escritor parece haber salido del armario y se lo quiere ver, escuchar, pero tiene en parte ?vedada? la televisión??Pero, ¿no existe en Argentina un programa muy exitoso donde los escritores deben incluso actuar frente a Juan Sasturain? Acá eso sería imposible. A pesar del irónico título que tenía mi programa, Vano oficio, yo creo que en la literatura el espectáculo tiene un sentido único: permitir que tus libros existan. Nada más. Algunos lo consiguen escondiéndose en sus casas en New Hampshire y pidiendo adolescentes por delivery. Otros salimos a las calles y nos tomamos un café con nuestros lectores.Finalmente, la nota se refiere a este Moleskine Literario:Hace cuatro años Thays creó el blog Moleskine Literario, simplemente como una prueba, a ver si era tan fácil y tan gratis. ?Quería hacer un resumen de las manías y obsesiones y pataletas y tristezas y alegrías que tenía cada vez que leía una noticia en el diario. Mi lucha diaria es que todos se enteren de que Moleskine no es la agencia EFE, sino mi cabeza arbitraria y maníacodepresiva puesta en letra arial y con fotos de Google?, plantea el escritor.



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10 de febrero de 2009
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El Boomeran(g)
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