

Angela Becerra. Foto: Daniel Mordzinski durante Viva América (Casa de América) 2008 Pedro Angel Palou. Foto: Daniel Mordzinski
En el trabajo antes evocado, presentado en el seminario de la ciudad de Ronda, Gotzon Arrizabalaga presentaba esta desconsoladora perspectiva:
"Definitiva para la aceptación de la composición musical a través del ordenador, ha sido la posibilidad de recrear en software las herramientas hardware de creación musical. No solo eso sino que las emulaciones software no tienen nada que envidiar a sus arquetipos hardware superándolos incluso en eficacia, manejabilidad, control y sonido. Este paso ha sido dado en los últimos diez años. De ahí que, hoy en día, la industria de maquinaria hardware está en peligro de desaparecer. Previendo tal futuro, las industrias dedicadas al hardware se están reconvirtiendo en generadoras de programas software.
El penúltimo hallazgo consiste en la técnica del sampler. En realidad, basada en la antigua capacidad para grabar los sonidos, el sampler expande esta posibilidad hasta territorios insospechados. Básicamente, un sampler, convierte cualquier sonido en instrumento musical. No solamente reproduce el sonido grabado sino que le ofrece la posibilidad de encarnarse, a través de distintos operadores, en diferentes alturas a través de una "escala".
Parece, sin embargo, que en lo que a la creación de nuevas formas y conceptos musicales se refiere, las posibilidades se están agotando. Desde los inicios de la era electrónica a mediados del siglo XX hasta nuestros días, la tecnología ha dado un salto espectacular. No estoy seguro, sin embargo, de que se haya avanzado fundamentalmente en la creación de nuevas formas interesantes para el devenir musical. Se crearán nuevos artilugios para la creación y reproducción del sonido a través del ordenador; se mejorará la calidad y definición del mismo, se llegará quizás a la implantación de chips que, insertados en nuestro organismo, nos permitan acceder a la música sin mayor necesidad de herramientas externas, etc. El avance tecnológico, en este sentido, seguirá siendo espectacular. Ahora bien, quizás la sobreabundancia de la presencia musical en nuestras vidas esté ocultando el hecho de que la creación musical esté dejando de existir y que bajo la parafernalia tecnológica se oculte, sin más, el agotado espíritu de una figura del pasado."
El dinero que se destine a educación o sanidad en plena crisis, como anuncia Obama o el Reino Unido,no es dinero de naturaleza diferente a las inyecciones de liquidez que se proporciona a los bancos. Sin esta crisis posee una insólita magnitud ha de atribuirse a que no es solamente se trata de un asunto financiero y tóxicos y subrimes sino a que nos encontramos frente a una la crisis general, económica, social, cultural. Una crisis en sentido moral, en sentido material, en sentido sanitario y en el sentido del saber. Parece que han tenido que aflorar las formidables estafas financieras para que nos asombremos de la corrupción. Como parece que ha sido necesario que las autoridades económicas y los premios Nobeles se declaran incapaces de hallar solución al problema para que nos hiciéramos cargo de la magnitud de la ignorancia actual. De la misma manera parece haber sido preciso que se reúnan una y otra vez los G20, dentro y fuera de los balnearios, y sin resultado alguno para que nos diéramos cuenta de la falta de salud. O esta crisis se toma como una crisis moral, una crisis de época o cualquier diagnóstico será tan alicorte como inútil o angelical. A las peticiones de una uidad entre partidos para abordar la crisis nacional y el requerimiento a presidentes y altos organismos económicos para afrontar la catástrofe globalmente, habría que añadir, además, la presencia de los saberes en cualquier orden humano o animal. Si la Crisis ha tomado esta tremenda magnitud puede ser tanto porque el problema de fondo es de una envergadura colosal en la que se junta una promiscua colección de factores de todo o está tomando estas proporciones gigantes, día tras día, porque el Mal, ese integral sigue creciendo a falta de un tratamiento que aborde su complejidad. Lo demás es retórica, economicismo, urgencia bancaria, falta de miras para asumir que lo que ha sido ha dejado de existir y las bases en que se apoyaba requiere una nueva clase de concepciones y conocimientos que permitan llegar al futuro. Remediar la ruina devastadora en la que ha ingresado el planeta exige un tratamiento más rico y plural que las recetas aplicadas hace ya un siglo y una visión que llegue más allá de las cifras, sean deficits o cantidades del PIB.
Rodeados de conmemoraciones y fechas a celebrar, no le prestamos mucha atención al día de la prensa cubana que fue el pasado 14 de marzo. Los noticiarios sacaron largos reportajes sobre la sacrificada labor de los periodistas y su fidelidad a la Revolución. Algunos reporteros recibieron diplomas por su destacado trabajo e intachable postura ideológica, mientras el diario Granma le dedicaba un gran espacio a la auto-celebración. Justamente en los días que ocurrían estas fiestas, el presidente norteamericano Barack Obama suavizó las limitaciones a los cubanoamericanos para viajar a la Isla. Las abolidas restricciones impedían que estos emigrados pudieran visitar a su familia más de una vez cada tres años. También ponían un límite estricto al envío de remesas a sus parientes en la Isla. Para la precaria economía doméstica, el dinero enviado desde Estados Unidos es oxígeno indispensable para la sobrevivencia. En un país donde tantos ciudadanos viven en la otra orilla, la noticia de esta flexibilización debería ser primera plana en todos los periódicos. Es lo que se estudiaría en las escuelas periodísticas como el obligatorio titular de toda una semana. Sin embargo, la prensa cubana apenas mencionó este positivo paso dado por el inquilino de la Casa Blanca. El silencio oficial fue la única respuesta que recibió la tan esperada y aplaudida medida. Aunque todos en la calle no hablan de otra cosa y las madres se preparan para darle la bienvenida a los hijos radicados en el Norte, los medios oficiales se lo toman con cautela. Los periodistas han estado absortos en otros temas: la cosecha de papas, el mundial de béisbol, la revolución bolivariana y ?claro está- los festejos por el día de la prensa cubana.
Desde hace dos semanas, una señora duerme en mi portal sobre un lecho de cartones, rodeada de bolsas de plástico y amparada del tráfico de la calle por un paraguas. No pretendo establecer con ella los vínculos de solidaridad y culpa que el escritor Alan Bennett formó con la excéntrica anciana que acabó instalada en su jardín, tal y como nos cuenta en el delicioso libro ‘La dama de la furgoneta', recién publicado en Anagrama. Pero tampoco, sin pecar de auto-compasivo, puedo evitar una cierta preocupación: he soñado más de una vez, desde hace años, con la imagen de un hombre descalzo, desaliñado, hablador a solas, que arrastra por la ciudad sus bolsas. No estoy (por el momento) en la pobreza, pero ese hombre era yo. Aunque soy aseado, rara vez consigo salir de casa, y menos aún regresar a ella, sin llevar bolsas, a veces poco llenas: libros, revistas, fruta, botellas. Yo me hago a mí mismo la compra, y ese sueño es la pesadilla de un sin-techo: la acumulación y acarreo constante de todas tus posesiones.
A la señora que duerme en mi portal la veo de refilón. Se instala, según me ha dicho el portero, pasadas las 12 de la noche, sin duda para no molestar más que a los trasnochadores como yo. Por esa misma condición, cuando por la mañana, nada temprano, bajo a comprar los periódicos, ya no está. Me pregunto dónde pasa el resto del día, consciente de que así empezó a involucrarse Bennett con la Miss Shepherd de la furgoneta. ¿Será mi señora una de las personas que ahora, según dicen las crónicas, acuden en gran número a los comedores sociales gratuitos? ¿Rebuscará en las basuras, como se hace, sistemáticamente, a las puertas de los supermercados y los restaurantes? No sé la calidad ni el volumen preciso de los desechos que mis vecinos y yo dejamos cada día en los contenedores de la acera, a pocos metros del lecho de cartón de esta ‘homeless', pero ya todos, ella y nosotros, somos posibles reos de delito. En su celo arbitrista y veleidoso, que adopta una iniciativa supuestamente ecológica y viola casi todas las demás, el ayuntamiento de la ciudad donde vivo, Madrid, prohíbe hurgar en la basura, y ha dictado al respecto unas durísimas ordenanzas de limpieza con multas muy elevadas.
Pasaríamos así a ser culpables los vagabundos y los acomodados, ya que la ley municipal quiere hacer a todos los ciudadanos con casa responsables de lo que dejan en la calle. Y eso en ciudades donde no los mendigos, sino los niñatos, se dedican los fines de semana a volcar los ‘containers', a vaciar papeleras y destripar las bolsas de distintos colores que tú has depositado cuidadosamente, quizá pensando, como en mi sueño recurrente, que un hombre desaliñado y hambriento que arrastra un carrito cargado de humildes pertenencias se acercaba a reciclar tus sobras y comer tu yogurt caducado.
El próximo día 9 de Agosto se cumplirá un año de la muerte de Mahmud Darwish, el gran poeta palestino. Si fuese nuestro mundo un poco más sensible e inteligente, más atento a la grandeza casi sublime de algunas de las vidas que en él se generan, su nombre seria hoy tan conocido y admirado como lo fue, en vida, por ejemplo, el de Pablo Neruda. Enraizados en la vida, en los sufrimientos y en las inmortales esperanzas del pueblo palestino, los poemas de Darwish, de una belleza formal que frecuentemente roza la transcendencia de lo inefable en una simple palabra, son como un diario donde van siendo registrados, paso a paso, lágrima a lágrima, los desastres, también las escasas, aunque siempre profundas alegrías, de un pueblo cuyo martirio, pasados sesenta años, todavía no parece que se anuncie su fin. Leer a Mahmud Darwish, además de una experiencia estética que será imposible olvidar, es hacer un doloroso recorrido por las rutas de la injusticia y de la ignominia de que la tierra palestina ha sido víctima a manos de Israel, ese verdugo de quien el escritor israelí David Grossmann, en hora de sinceridad, dijo que no conocía la compasión. Hoy, en la biblioteca, he leído poemas de Mahmud Darwish para un documental que será presentado en Ramala en el aniversario de su muerte. Estoy invitado a estar allí, veremos si es posible que pueda hacer ese viaje, que ciertamente no sería grato para la policía israelí. Recordaría entonces, justo en el mismo lugar, el abrazo fraterno que nos dimos hace siete años, las palabras que intercambiamos y que nunca más pudimos renovar. A veces, la vida quita con una mano lo que nos había dado con la otra. Así me sucedió con Mahmud Darwish.
La ecuación del poder nunca es sencilla. Hay presidentes que tienen menos poder del que les otorga la Constitución así como hay otros que tienen mucho más. Cabe conjeturar incluso que es excepcional el caso en que un presidente se atenga estrictamente al terreno de juego que marcan las leyes. Aunque en realidad la Constitución americana deja amplio margen para la ambigüedad y la interpretación y hay que tener en cuenta, además, muchos factores externos: las mayorías parlamentarias, la cohesión del partido presidencial o incluso los ciclos ideológicos que ofrecen ventajas u obstaculizan la labor del presidente. El anterior, George W. Bush, fue un caso curioso: concentró mucho poder, gracias a una legislación de guerra y a la inspiración neocon, pero luego se convirtió en una especie de ?rey holgazán?, y quien en cambio lo usó fue Dick Cheney, su vicepresidente, considerado como presidente ejecutivo en la sombra. Barack Obama es un caso todavía en pleno desarrollo: hay que abstenerse de hacer juicios precipitados. Pero apunta formas: ayer mismo el diario Político aseguraba que el nuevo inquilino de la Casa Blanca ya es el primer ejecutivo en el mundo de los negocios norteamericano: el motivo ha sido la drástica intervención de General Motors, con destitución de su presidente incluida.
La carrera presidencial es esto: primero hay que imponerse en el partido, después en el conjunto del país, y más tarde hay que intentar a ganarse el primer puesto en todos los órdenes de la sociedad americana e incluso de la escena internacional. Componiendo un equipo de estrellas, un dream team, se corre el riesgo de ofrecer un escabel al propio sepulturero, pero a la vez se afianza la propia autoridad: esto último es lo que ha hecho Obama, jefe ahora de sus rivales, Hillary Clinton incluida. Y de los amigos de sus rivales: como Rahm Emmanuel o Lawrence Summers. Lo está haciendo en el campo de juego agrietado y peligroso de la economía, donde cuenta con una pléyade de cabezas pensantes extraordinaria, jóvenes y seniors, universitarios y gente de los negocios; lo que no le ha impedido arremangarse y tomar las riendas, con abundantes reuniones, abiertas cara al público y a los medios, o cerradas en al Casa Blanca con los empresarios y los profesionales. Lo más claro es su determinación: los responsables de la crisis no pueden ser los mismos que gestionen ahora la salvación de sus empresas. Sobre todo cuando han mostrado una resistencia numantina a la hora de reconocer su existencia primero y admitir la necesidad de medidas drásticas después. Y esto sin hablar de las gratificaciones extraordinarias, los beneficios y las prebendas, aviones privados incluidos, exhibidos por los directivos de varias empresas en mitad de su caída libre. La cabeza de Wagoner, ya ex presidente de GM, habla de todo ello con elocuencia. La energía con que Obama ha zanjado el asunto ha originado un divertido juego de palabras en la primera página del Daily News: Autócrata. Pero también está trabajando en el territorio puro de la política, donde deberá superar un obstáculo paradójico. Su doble mayoría demócrata en la Cámara y en el senado es insuficiente e incómoda. En la Cámara, porque son muchos los congresistas díscolos, a derecha e izquierda: unos siempre ven con reticencia todo lo que llegue de la Casa Blanca y quieren del Gobierno la menor intervención que sea posible; mientras los otros aspiran a un rodillo socialdemócrata que incremente sin parar el gasto público. Y luego está el Senado, donde le faltan tres votos para impedir la obstaculización a su legislación. La conclusión es que las pasará canutas con sus paquetes legislativos, empezando por el presupuesto, tal como ha contado con preocupante precisión Jonathan Chait en ?The New Republic?. Y si no obtiene resultados en los dos primeros años, sobre todo en la economía, las elecciones de mitad de mandato en 2010 pueden cambiarle las mayorías y dejarle en la intemperie, sin márgenes de maniobra. Ahí es donde Obama más se la juega: para ganar esta partida cuenta con Organizing for America, su organización paralela dentro del Partido demócrata, que moviliza por Internet y móviles a los 13 millones de seguidores que le apoyaron en la campaña; y cuenta también con su enorme habilidad como comunicador, que pone en juego constantemente con un uso muy variado e intenso de todos los canales de comunicación. Esta semana Obama abre otro capítulo en el asentamiento de su figura presidencial. Se trata de ganarse el liderazgo internacional y conseguir el reconocimiento de su autoridad como presidente de la nación más poderosa del planeta, justo después de una presidencia que exhibió esta condición con tanta impudicia en los medios como impericia en la obtención de resultados. El campo de minas que le espera es prodigioso: requerirá mucha habilidad y mucha paciencia. También mucha capacidad de diálogo y de comunicación. De todo ello ha dado buenas muestras Obama hasta ahora. Veremos si sabrá y podrá mantener el nivel a medida que se vayan estrechando los márgenes y acrecentando las dificultades. Hay presidentes que creen que llegar ya es ganar. Bush fue uno de estos. Luego lo pierden todo, sobre todo la capacidad de transformar el país. Obama es distinto. Piensa que debe ganarse el sueldo cada día y que un día perdido es un retroceso. Es un presidente transformador, han escrito los filósofos de la presidencia. La capacidad de transformación es como la inspiración artística: sólo llega si te pilla trabajando. Obama puede transformar Estados Unidos y en la estela de este cambio el mundo, pero siempre que siga al ritmo endiablado que lleva hasta ahora. Si no se rinde a la pereza, al autoengaño o a la autocomplacencia. Y si además, quienes dicen ser sus amigos, los europeos por ejemplo, le echan de verdad una mano y se dedican a elogiarle menos y actuar más.
La Universidad Autónoma y el Ayuntamiento de Madrid han dado su respaldo institucional a la edición de la obra completa del intelectual, profesor, político y alcalde Enrique Tierno Galván. Seis voluminosos tomos que recogen todo lo publicado y lo inédito entre los primeros textos de 1945 y los postreros de 1986. La recopilación de estos artículos, conferencias, recensiones, prólogos, discursos y bandos municipales ha dejado exhausto al responsable de la edición, el catedrático Antonio Rovira, que dirige un equipo de ocho profesores entregados a la tarea de restaurar la presencia que nunca debería haber perdido entre nosotros la figura de Tierno. Las obras completas del viejo profesor que se presentan en seis tomos de más de 1200 páginas cada uno (Editorial Aranzadi) serán un motivo de regocijo para los desperdigados discípulos que dejó su abrumadora labor intelectual.
Ángel Gabilondo, rector de la UAM, subraya en su prólogo "el rostro inaudito pero siempre reconocible" que aparece en éstas páginas. Alberto Ruiz Gallardón, Alcalde de Madrid, celebra "la recreación de quien fuera una de las figuras más ricas de nuestra vida intelectual". Antonio Rovira, impulsor de esta ineludible tarea, nos recuerda que Tierno había sido hasta ahora "el único de los grandes intelectuales de nuestro tiempo que no contaba con la edición de sus obras completas".
Raúl Morodo, el que fue colega y cómplice de Tierno en un ambicioso y coherente empeño político, publicó hace años una completa semblanza de su gran amigo y quizá sea la afinidad cultivada en tantas conspiraciones la que dé a su testimonio un valor decisivo: "como los sofistas griegos, Tierno vive dando clases particulares y lecciones en academias sombrías y como los sofistas estará excluido del platonismo oficial no sólo en los años cuarenta, sino siempre; independiente de grupos o escuelas resistirá como lobo solitario las puertas cerradas de las academias oficiales".
El lector que quiera conocer a Tierno Galván encontrará en esta enciclopédica antología la huella de un humanista cuya obra es un fruto del árbol genealógico de los heterodoxos españoles. Las notas de Raúl Morodo son en este sentido muy explícitas y cuando nos habla del escepticismo libertario y del entusiasmo dialéctico del viejo profesor no sólo constata rasgos de una personalidad siempre enigmática sino el proyecto intelectual de una disidencia espiritual tan contradictoria como la realidad a la que se propone hacer frente. Este aspecto del carácter personal, que tan atractiva hizo su influencia, trasciende sin embargo toda asignación biográfica para encarnar una tradición oculta tras historiografía institucional española. Tierno fue un intelectual y un hombre de acción comprometido con su tiempo y sólo su amplísima libertad de criterio explica la susceptibilidad arisca con la que fue tratado. En la medida en que Tierno restauraba la línea sucesoria de un pensamiento libre de ataduras dogmáticas, se hacía merecedor del habitual silencio que España reserva siempre a sus hijos descarriados.
Juan Eduardo Zúñiga es delgado y moreno, elegante, discreto, no habla alto, no es que hable bajo es que mantiene el tono de la cercanía, de la complicidad con quien habla. Ha escrito algunas de las mejores páginas de nuestra literatura sin altivez, por eso nos suenan humanas, y sin darse demasiada importancia, por eso él nos resulta creíble, y lo convierte en una rara especie de escritor que habría que proteger a toda costa. Lo convierte en un ejemplo para esas nuevas generaciones que buscan en la literatura la manera rápida de triunfar y hacerse rico, jóvenes impacientes que confunden la originalidad con no tener ni idea de lo que se ha hecho antes. En ese caso aconsejo fijarse en J.E. Zúñiga que ha tenido la paciencia de dedicar toda su vida a escribir sin esperar nada a cambio (lo que no ha impedido que haya sido premiado y valorado), salvo sus propias palabras iluminándonos a todos. Es muy humana la tentación de sentirse el mejor, pero sentirse el mejor no le hace a uno realmente bueno, también en ese caso es urgente acudir a Zúñiga y ver cómo se interesa por el trabajo de los demás, cómo valora lo que hacen otros. Nunca por ejemplo le he oído cuestionar a los jóvenes escritores impacientes como estoy haciendo yo ahora, ni a los maduros, ni a los ancianos, porque seguramente nunca se le ha pasado por la cabeza que la literatura ni los literatos necesiten su aprobación. No creo que haya caído nunca en esa megalomanía tan extendida de creerse con cierto derecho de propiedad sobre la calidad literaria en general, cuando bastante tendríamos con no ser tan benevolentes con nuestro propio trabajo. Él desde luego no lo es, se zambulle en el tiempo alternativo de la literatura, en ese tiempo en que los minutos y las horas tienen otra medida. Es el tiempo de la ensoñación, la imaginación, la memoria. Y con esto no quiero decir que sea un santo, es sólo un escritor que sabe que escribir no supone automáticamente un salto a la fama y que ir en ese plan sería alimentar una frustración difícil de controlar.
El estilo Zúñiga marca su manera de escribir y también una manera de ser escritor que ha llevado con clase y cuellos altos durante muchos años.
Lo vi antes de conocerle allá por el año 93, por supuesto lo conocía como escritor, pero no personalmente. Asistió como oyente de una mesa redonda en la que hablábamos del por entonces imprescindible en todas las salsas Thomas Bernhard. El prestigio le precedía. Cuando entró en la sala se oyó un rumor: ha venido Juan Eduardo Zúñiga. Ni siquiera recuerdo dónde se celebraba el asunto, pero sí de la situación. Zúñiga sentado y escuchándonos con sus gafas de concha puestas.
No es frecuente que los maestros vayan a oír a los que empiezan. Bueno, pues a lo largo de los años he vuelto a verle una y otra vez sentado discretamente en mesas redondas, conferencias, presentaciones sin ser él protagonista, lo que tiene narices. Y es que le interesa la literatura y lo que piensan y escriben los demás. El estilo Zúñiga.
Su manera de escribir es difícilmente sencilla y natural. Escribe "como él es" y eso se nota. Aunque no se le conozca personalmente uno sabe que detrás de Largo invierno de Madrid, La tierra será un paraíso o Capital de la gloria hay una personalidad serena y lúcida, que ve la vida desde el lado de la comprensión humana. Precisamente estas tres libros, publicadas por Alfaguara (donde ha salido la mayoría de su obra, si no toda) y recogidos posteriormente en un volumen en Cátedra, forman una trilogía de esta ciudad nuestra que cambia según los estados de ánimo, los sitios que se iluminaron a los quince años y que se oscurecieron a los veinte, la calle del primer trabajo, el parque de aquel amor, una ciudad que sufrió una Guerra Civil y una posguerra y todo lo demás. Madrid está escrito en cada uno de nosotros, queda en nosotros con lo bueno y lo malo, como los hijos.
Zúñiga lucha desde la página contra el olvido como si su compromiso social tuviese que ir a la par con su compromiso literario, y tal vez es esa exigencia la que le ha obligado a ser una escritor que se toma su tiempo o que no se deja presionar por la urgencia de los años ni por las modas editoriales. Al estilo Zúñiga.