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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Reivindicación de la política

Acción y acción ahora. Eso son los cien días. Todo lo contrario de la ceguera voluntaria, del negacionismo y del quietismo que han caracterizado a muchos Gobiernos en el momento en que estalla la crisis. Exigirse un balance en apenas tres meses y medio es impugnar a esos pobres gobernantes que no quieren ver lo que se les viene encima, lo rechazan cuando ya es una evidencia y se quedan hipnotizados como el ratón ante la serpiente pitón cuando debieran revolverse y combatir sin respiro. Herbert Hoover, presidente de los Estados Unidos desde 1929 hasta 1933 ha quedado castigado en un rincón de la historia porque no supo cómo hincarle el diente al crash del 29, al igual que Franklin Delano Roosevelt, su sucesor, ha pasado a los anales porque recogió la economía de su país cuando yacía desfalleciente y en cien días, desde su toma de posesión el 4 de marzo de 1933 hasta el 16 de junio de 1933, arrancó del Congreso una quincena de leyes que cambiaron la faz de su país y luego se fue en su velero de vacaciones. Inventó el New Deal para recuperar la economía americana y estableció a la vez la pauta para medir la acción de los gobernantes.

Obama y su equipo empezaron a estudiar a fondo la transición presidencial de 1933 entre Hoover y Roosevelt mucho antes del hundimiento de la banca financiera de Wall Street, el pasado 15 de septiembre fatídico. Todavía no podían imaginar hasta qué punto Roosevelt iba a ser una referencia central para la presidencia que querían conquistar. La recesión mundial ha hecho el resto del trabajo. El listón ha quedado muy alto, y no tan sólo por Roosevelt, sino por el desfile de sombras que ya empieza a juzgar a este joven presidente. Abraham Lincoln, para la culminación de la emancipación afroamericana: hecho, lo dicen las mismas encuestas. John F. Kennedy, para la resurrección de Camelot, el mito de una corte política democrática llena de magia y esperanza: también, basta ver el flujo de imágenes y palabras de Obama que circula por la medioesfera mundial. Ronald Reagan, para el presidente como actor con el que se identifican los ciudadanos por encima de los partidos: verde todavía, a pesar del último tránsfuga republicano, el senador Arlen Specter, que deja a la derecha sin guillotina parlamentaria para obstaculizar la legislación de Obama. Si el listón está alto es porque la ambición desplegada es inmensa. Es también muy intenso el impulso, con la tracción de un electorado entusiasta, joven y multirracial, moderno y emergente. De ahí que las posibilidades de decepción sean también enormes. Dada la precariedad de un balance tan prematuro, se puede decir que lo mejor de estos cien días ha sido que Obama ha sido quien ha marcado la agenda (exhaustiva), el ritmo (vivo, trepidante) y las prioridades (señaladas ya en campaña, pero acentuadas por su visión pragmática de la acción política), a pesar de que no han faltado las iniciativas de enemigos y adversarios, ni los percances y acontecimientos con suficiente cuajo como para torcer su rumbo: el último, esta gripe porcina de evolución tan indeterminada como preocupante. La economía norteamericana ha caído en un 6,1% durante estos cien días, según cifras publicadas ayer mismo. El paro se ha incrementado en dos millones de personas. Siguen las dos guerras abiertas por Bush, con una evolución inquietante en Irak y nefasta en Afganistán y Pakistán. No faltan tampoco los gestos de desafío de enemigos y adversarios, primero aprovechando el cambio de guardia presidencial, y después en respuesta a la mano tendida: China acaba de realizar una exhibición de su poderío naval; el ministro de Exteriores israelí, Liebermann, descalifica el plan de paz norteamericano; Ahmadineyad aprovecha la conferencia de Ginebra sobre racismo para retar de nuevo a Washington; los piratas somalíes incrementan y amplían su actividad contra la navegación marítima en el Pérsico y el Índico. Pero nada, ni siquiera un gesto desgraciado de reverencia excesiva ante el rey Abdulá de Arabia Saudí ha podido frenar hasta ahora su marcha. Es un presidente que actúa y lo hace a toda velocidad. Escucha y habla. Pero también preside y decide. Suya es, entera, la decisión polémica de publicar los memorandos sobre la tortura. La lista es larga y sustanciosa, desde la intervención en la economía y los paquetes de estímulo hasta la apertura diplomática que arrumba el esquema militarista de la anterior Administración. Un político es un hombre de acción, pero sus palabras son también acciones: desde la prohibición de la tortura y el cierre de Guantánamo hasta su declaración de que EE UU no está en guerra con el islam, todo cuenta en un balance que no debe complacer a todos. Para la derecha americana es un presidente que dilapida el dinero de los contribuyentes y se humilla ante sus enemigos. Pero si los cien días son una reivindicación de la acción política en el momento de su mayor desprestigio, entonces Obama ha saltado el listón, sobradamente. No todos pueden decir lo mismo, ni siquiera mil días después.



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30 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Dignamente indignado

El último número de la revista Lamujerdemivida –se escribe así, todo junto- se dedica a un tema que parece estar de moda: la indignación. Al menos en mi país, los ánimos están tan crispados que es fácil inferir que la indignación puede convertirse en un modo de vida. Nos indignamos por todo, lo cual supone que, al menos en cierta medida, igualamos todos los temas como si revistiesen la misma importancia: el dengue, el cambio de mano de la avenida Pueyrredón, las picardías preelectorales, la aparente predisposición al delito de los adolescentes marginales –en cualquier momento alguien va a pedir que se baje la edad de imputabilidad de los cerdos, que han tenido el descaro de contagiarnos su gripe.
    Algunos de los colaboradores de la revista conversaron anoche con el público, desde el foro de la librería Eterna Cadencia. Mónica López Ocón separó las aguas: existe una indignación legítima, porque sus causas lo son y porque se traduce en acción, y existe una indignación social, la clase de protesta que nos hace quedar bien en tanto nos diferencia de los ímprobos, convirtiéndonos –por definición- en probos. Esteban Schmidt se refirió a los indignados profesionales que se expresan por internet, sacándole el jugo hasta la última gota a la posibilidad de hablar mal de todo y de todos –especialmente de aquellos que ya han dejado una marca, buena o cuestionable, en este mundo. Y Mariana Enríquez, que llegó tarde por culpa de un embotellamiento en la avenida Córdoba, refirió la fresca indignación del taxista que la llevó hasta la librería, un hombre que le achacaba el corte de la avenida al Día del Animal. Ya ni las bestias se libran de nuestra sagrada indignación…
      En su texto de la revista, Mariana remite a un cuento de Ray Bradbury llamado La multitud. Según dice, trata de un hombre que descubre que todos los curiosos que acuden a la escena de un accidente son siempre los mismos. Mariana cree que, de igual modo, los indignados que aparecen a toda hora por la TV son siempre los mismos: si uno baja el sonido y se abstrae del discurso, las caras y los rictus se repiten. El peligro más grande de la indignación como modo de vida es que, de manera inevitable, nos compele a todos a adoptarlo. Por más que nos creamos distintos, el graznido indignado nos iguala.
    El tema es rico. La sigo mañana.



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30 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Gripe aviar (2)

Continuemos. El año pasado, una comisión convocada por el Pew Research Center publicó un informe sobre la ?producción animal en granjas industriales, en el que se llamaba la atención para con el grave peligro de que la continua circulación de virus, característica de las enormes varas o rebaños, aumentase las posibilidades de aparición de nuevos virus por procesos de mutación o de recombinación que podrían generar virus más eficientes en la transmisión entre humanos?. La comisión alertó también de que el uso promiscuo de antibióticos en las factorías porcinas ? más barato que en ambientes humanos ? estaba proporcionando el auge de infecciones estafilocóquicas resistentes, al mismo tiempo que las descargas residuales generaban manifestaciones de escherichia coli y de pfiesteria (el protozoário que mató a millares de peces en los estuarios de Carolina del Norte y contagió a decenas de pescadores). Cualquier mejora en la ecología de este nuevo agente patogénico tendría que enfrentarse al monstruoso poder de los grandes conglomerados empresariales avícolas y ganaderos, como Smithfield Farms (porcino y vacuno) y Tyson (pollos). La comisión habló de una obstrucción sistemática de sus investigaciones por parte de las grandes empresas, incluidas unas nada recatadas amenazas de suprimir la financiación de los investigadores que cooperaron con la comisión. Se trata de una industria muy globalizada y con influencias políticas. Así como el gigante avícola Charoen Pokphand, radicado en Bangkok, fue capaz de desbaratar las investigaciones sobre su papel en la propagación de la gripe aviar en el sudeste asiático, lo más probable es que la epidemiología forense del brote de la gripe porcina choque contra la pétrea muralla de la industria del cerdo. Eso no quiere decir que no vaya a encontrarse nunca un dedo acusador: ya circula en la prensa mexicana el rumor de un epicentro de la gripe situado en una gigantesca filial de Smithfield en el estado de Veracruz. Pero lo más importante es el bosque, no los árboles: la fracasada estrategia antipandémica de la Organización Mundial de la Salud, el progresivo deterioro de la salud pública mundial, la mordaza aplicada por las grandes transnacionales farmacéuticas a medicamentos vitales y la catástrofe planetaria que es una producción pecuaria industrializada y ecológicamente sin discernimiento. Como se observa, los contagios son muchos más complicados que el hecho de que entre un virus presumiblemente mortal en los pulmones de un ciudadano atrapado en la tela de intereses materiales y la falta de escrúpulos de las grandes empresas. Todo está contagiando todo. La primera muerte, hace ya largo tiempo, fue la de la honradez. Pero ¿podrá, realmente, pedírsele honradez a una transnacional? ¿Quién nos acude? Una plaza en México



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30 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Escenas costumbristas (de aeropuerto español)

 

Llego al arco de control y me despojo de mis pertenencias. El reloj, las gafas, el teléfono, el cinturón. Doblo cuidadosamente la americana y la deposito en la bandeja. El pasajero que me sigue resopla con impaciencia. Uno tras otro vamos avanzando, deteniéndonos, oyendo el bip que detecta metales olvidados en el cuerpo. Una pulsera, un pendiente. La mujer retrocede y nos mira extrañada, como si fuera la primera vez que intenta subir a un avión. Cuando llega mi turno debo poner los brazos en cruz. El llamado guardia de seguridad procede a cachearme. Lo hace con nervio, buscando en las axilas un resquicio en donde pueda esconderse el artefacto que está buscando. Es entonces cuando truena con furia una voz sobre nuestras cabezas. Con asombro descubro que es mi propia voz la que grita. El llamado guardia de seguridad me mira con sorpresa pero sin miedo (si me viera por dentro sí se asustaría). Tan solo arquea las cejas como lo haría un pastor si una de sus ovejas le ladrara. Le insulto: zoquete, mal educado, energúmeno, etc. Veo que un Guardia Civil se acerca a atender mi protesta. Pero me equivoco. El Guardia Civil exige que le enseñe mi documento nacional de identidad y se mete en la garita para comprobar si estoy en búsqueda y captura. Protesto nuevamente, ante su circunspecta y bien educada indiferencia. Le digo que cuando un usuario de los servicios aeroportuarios protesta por el maltrato recibido no debe ser tratado como un delincuente. Se le debe escuchar y tramitar con garantías su reclamación. ¿Me oye, usted? No, en realidad no oye nada. Ya no está frente a mí. Se ha ido a detener a otro pasajero somnoliento e irritado que a estas horas de la mañana no sabe que es español.  



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29 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Desfile y epidemia

Foto tomada de Yahoo Noticias México.

Las dos noticias se sucedieron una a la otra, tan contradictorias que el propio locutor tuvo que hacer un esfuerzo para esconder su desconcierto. En la primera se hablaba de la concentración popular del próximo primero de mayo, mientras la segunda decretaba la fase de alerta ante la amenaza de una posible epidemia de gripe porcina. A partir de la tarde del martes una serie de oportunas medidas de prevención se han activado en todo el país. Sin embargo, la intención de agrupar a casi un millón de personas en el desfile del próximo viernes sigue en pie. Mi experiencia en catarros y dolencias gripales me dice que una aglomeración humana es el escenario más propicio para su diseminación. Las medidas anunciadas deberían incluir, como mínima prevención, la postergación o cancelación de los festejos por el día de los trabajadores. No quiero generar alarmas innecesarias. No conozco a nadie que esté contagiado y se ha emitido una declaración oficial de que no hay ningún caso registrado de esa enfermedad, pero recuerdo que eso mismo nos dijeron durante mucho tiempo hasta confesar que el SIDA había entrado en Cuba, por no hablar de la escamoteada cifra de contagiados por el dengue cada año. Con toda humildad, le pido al gobierno cubano que repiense la idea de reunir a miles de personas en este momento. Por favor, menos sentido del espectáculo y mayor protección a la ciudadanía.



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29 de abril de 2009
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Criticar como Wittgenstein

Wittgenstein desconfiaba de los adjetivos, y en una conferencia privada que dictó en Cambridge llegó a sostener delante de sus alumnos que, si fuera buen dibujante, preferiría trazar rostros con expresiones de disgusto, placer, tristeza, entusiasmo, y juzgar así una obra literaria o musical (los trazó, someramente, y están reproducidos en el tomo correspondiente de sus conferencias y conversaciones). Los adjetivos, decía el filósofo, rara vez desempeñan un papel en la operación del juicio, ya que juzgar estéticamente, según la anotación literal hecha por su discípulo más aventajado, Rhush Rees, es "un gesto que acompaña una vasta estructura de acciones imposibles de ser expresadas por un solo juicio".

Voy a proponer aquí una variante menos radical pero tal vez insólita del juicio literario, en este caso sobre la novela de Manuel de Lope ‘Otras islas' (RBA), pues sólo voy a recoger a continuación breves fragmentos extraídos de sus páginas. Al no ser yo tampoco dibujante, ni bueno ni malo, me abstengo de acumular adjetivos sobre la novela, aunque, desafiando el aviso ‘wittgensteniano' acerca de los peligros de convertir la crítica en una dependencia de la psicología, confieso la pasión que me ha inspirado su lectura y el placer de encontrar muy a menudo una prosa de tanto calibre.

 

"La humillación de toda una carrera se reflejaba en la pupila del dueño del hotel. Era una esfera negra y diminuta donde el ingeniero veía reflejado su propio fracaso hasta unos límites que aquel hombre no podía adivinar. (Página 29)

"Admiraba las sombras de su blusa un día de calor. Era una blusa de grandes flores estampadas de color malva con pequeñas salpicaduras oscuras de color sangre, como una pérdida de virginidad". (Página 41)

"El comedor se llenaba con la euforia primitiva de la especie humana cuando empieza a comer". (Página 82)

"Se comprendía que ciertas mujeres tuvieran un gusto especial por los hombre fornidos, por los héroes de gimnasio y los boxeadores. Era una especie de sinceridad de la carne. Era la misma sinceridad que hace que a las mujeres les gusten los caballos." (Página 176)

"La relación entre el dinero y el sexo era excitante. Una erección le llenó los bolsillos." (Página 214)

"Sintió una ligera erección, una turgencia perezosa y ciega, como un caracol que se despierta en el interior de la concha". (Página 218)

"Otra docena de niños esperaban su turno envueltos en sus toallas [...] Se diría que todos ellos habían sido púberes al mismo tiempo, como las flores de un mismo parterre que germinan a la vez." (Página 239)

"En pocos días el invierno se echaría encima con su mano muerta en un guante de hielo." (Página 277)

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29 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La amena muerte entre los media

Los periódicos, los medios de comunicación, poseen su propio y poderoso sistema interior. No un sistema cualquiera para vender más, para subsistir o persistir, sino un sistema intrigante, tan conspirador como mortífero, que le asegure la dotación de una especie de noticia primordial. Porque no toda noticia, por grande que sea, es suficiente para el necesario vigor del sistema sino aquel tipo de noticia que contiene una dosis venenosa, aguda o mortífera, con la que acentuar el adobo de su producto típico que en general gira alrededor del horror.

O, dicho de otro modo, así como el negocio de una confitería sería inconcebible sin sacos de azúcar y la organización de confiteros caería en bancarrota con su falta, el medio de información requiere necesariamente del condimento de la muerte para llegar al punto crítico, punto de nieve, en el paladar del comprador.

Sin muerte bajo todas sus formas, como el azúcar en todos sus diferentes preparados, no cabe imaginar la permanencia del periódico y toda su cohorte de satélites en la comunicación. El receptor se dispone ante el papel o la pantalla esperando degustar el inconfundible tono de la mortalidad, la aspereza del accidente, el deleite del asesinato, la amargura de la inundación. O, como en el caso actual, el pringue del miedo pegado a la gripe mortal. La defunción al éxito de la información lo que la caridad al logro de la Salvación. Cuando lo criminal y lo caritativo se juntan forman una combinación de un atractivo incomparable y la razón no es otra que el preparado blanco/negro en que se conjuga como por ensalmo el mal y el bien. Así, en el caso de las grandes catástrofes se mezcla enseguida el dolor de la tragedia y la bondad de la Cruz Roja, los sacos con los cadáveres y los sacos con azúcar, la matanza de muchos seres humanos y la ayuda piadosa que llega en aviones, aunque siempre, según el guión básico, necesariamente insuficiente puesto que en su plétora anularía tanto el crimen como el goteo de una muerte y otra, una noticia y otra más.

En la situación actual y porcina, la epidemia realiza de manera culminante este modelo de alimentación informativa, tanto psicológica como moral o vital. Gracias a la epidemia -y no digamos si es "pandemia", a escala de la misma globalización- la multitud recibe, en dosis debidamente administradas, sorbos de muerte que sin ser a granel evocan la masacre al espectacular. ¿Una enfermedad misteriosa venida del cerdo? El crimen añade esta vez, a su posibilidad de deleite, la intriga de sus peripecias transmisoras, el misterio de los afectados jóvenes, la magia de un México que enferma con sólo respirar en su vastísimo interior.

El gusto por la ignorancia, la indefinición y el mismo azar, componen la oferta de los mass media que deben servir inexorablemente a los dictados de la amenidad. ¿Una crisis económica? Ella fue la primera pandemia, desde Estados Unidos a Indonesia, desde Nueva Zelanda a Galicia o Castilla-Leóon. Pero no se puede estar sirviendo crisis económica sin término, exigiendo mascar el mismo sabor, meses y meses, a la muchedumbre de por sí aburrida.

La peste porcina acude pues, dentro del sistema general de la información, para cooperar a nuestras vidas introduciendo muertes de una inesperada tonalidad, para rociar nuestra existencia mediante noticias remotas y no remotas que desarrollan la conversación y el temor. De otro modo perderíamos todo interés por la información y perdiendo interés por la información ¿quién podría esperar que existieran medios de información y nuestra vida continuara siendo como la conocemos?

El estremecimiento a causa de la amenaza de la Gran Crisis Financiera o debido a la Gran Crisis Porcina trae consigo la garantía de que la sustantiva industria de la información mantiene su futuro. Muerte y mass media. Mass media y muertes en masa son la pareja de una danza que protege la noticia y con ella la idea de vivir todavía. De vivir incluso pendientes de un hilo, excitadamente, peligrosamente al borde de la rotativa, la web o el rumor.



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29 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El peluquero de verdad

"Cuando empecé a ser homosexual sólo me acostaba con peluqueros, y no era manía, sino la realidad del momento. Así te darás cuenta de lo mayor que soy. Tardarían bastante en llegar los ingenieros gays, los concejales, deportistas y carniceros gays. La palabra gay ni se conocía. Los homosexuales entendían, y todos los que entendían en los bares a los que yo iba a ligar se dedicaban a las labores propias del pelo".  Se acabó la cita, no quiero seguir porque lo que viene a continuación es aún mejor. Se trata del primer párrafo del relato "El peluquero de verdad", del volumen de cuentos aparecido hace unos días Con tal de no morir (Anagrama), de Vicente Molina Foix.

No se lo pierdan, es muy bueno. Me ha divertido tanto que he leído todo lo despacio que he podido, aunque inevitablemente se acabe llegando a la última línea. He pasado de la seriedad a la sonrisa (mucha) en cuestión de segundos, como si la vida no nos la tuviéramos que tomar ni demasiado en serio ni demasiado en broma, ni a nosotros mismos, como si debiéramos mirarnos en el espejo y disfrutar de lo que somos con nuestras grandes imperfecciones y azarosos encuentros humanos, unas veces para reírse y otras para llorar. Hay algo muy cálido en estas páginas que nos abriga, es el aliento de alguien que no tiene miedo a contar la verdad sin pelos en la lengua, pero sin querer amargarnos, sino tratando de elevarnos por encima de nuestras pequeñas miserias, enseñándonos a no aburrirnos nunca.

No sé si será por la suave ironía, por su inteligente sentido del humor o por la calidez de unos personajes muy humanos, o por todo junto, por lo que no podía soltar el libro. Da la impresión de que el Diego del primer relato, que da título al conjunto, es este hombre que tengo ahora mismo al  lado en la cafetería y que rasga el sobre del azúcar con gran parsimonia mientras piensa en algo, ¿en qué estará pensando?  Un bar cualquiera de Madrid, con gente como la que llena estas páginas, gente cotidiana que lleva ropa de Zara y conoce a sus parejas por Internet. Gente con la que nos rozamos, con la que nos encontramos y de la que a veces nos enamoramos.

Me agarro a estos cuentos como a un clavo ardiendo para volver a la realidad. Porque tanto que se habla de la realidad en ese tono de crudeza que pone los pelos de punta, tanto que nos restriegan la "dura realidad" por la cara cuando no quieren darnos algo, cuando nos niegan el préstamo, cuando descubrimos que nos engañaban, resulta que la única realidad que al final queda es la de las novelas y los cuentos, la del cine. El resto se evapora. Cuando pasa el tiempo sólo podemos volver a la realidad inventada, a la que ha sobrevivido encerrada en unas páginas o en unas imágenes, mientras que la auténtica realidad nos ha dicho adiós para siempre.

            Por eso ahora más que nunca se puede insistir en la eterna pregunta de Watzlawick, ¿Es real la realidad? El caso es que la realidad sólo parece real cuando es dura, desagradable e inevitable, cuando te pasa por encima como un tanque, porque la realidad apacible, la despreocupada, la alegre, la enamoradiza, la feliz, siempre nos parece un sueño, y a algunos hasta una imbecilidad. Tal vez haya llegado el momento de cambiar la realidad, aunque continúe siendo escurridiza. Pensemos, si no, en lo que ocurrió en la cumbre del G-20 en Londres cuando los ejecutivos cambiaron la chaqueta por una camiseta para ir a sus trabajos y así pasar inadvertidos y que no les apedrearan. De pronto, dejaban de ser los dueños de la realidad, y los antisistema ya no eran los cabezas locas, los quiméricos, los fantasiosos. Habían cambiado las tornas, y la realidad ya no estaba de parte de los de traje (que se lo digan a Francisco Camps). Se les acababa de descubrir el truco de magia chapucera, que había creado una realidad tan falsa como dura. Por lo que ha llegado el momento de preguntarse muy seriamente: ¿de verdad es dura la realidad?

            Por lo menos estos días, días de libros, la vida se ha portado bien y nos ha traído como nuevo premio Cervantes a Juan Marsé, cuya novela Últimas tardes con Teresa, siempre será maravillosa, con o sin premio. Y nos ha traído como nuevo académico de la RAE a José María Merino, cuyo lúcido discurso de ingreso pone el dedo en la llaga al hablar de este mundo nuestro a través de La ficción de verdad.

 



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29 de abril de 2009
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I. De cómo nacen las leyendas

¿Cómo es entonces que surgen las leyendas? Pues yo creo que es sencillo. Cuando nacen de verdades que pueden tocarse. Y la leyenda de Mario Benedetti ya pasa de castaño a oscuro, es decir, que se vuelve cada vez más palpable. Un poeta, se dice, pero eso no es tan sencillo, un poeta entra en la leyenda cuando se vuelve el poeta en singular, y ya se sabe que siempre será el poeta porque la gente se sabe sus versos, y uno los repite al amanecer en la mesa del bar entre los amigos, otro se los dice al oído a la novia que a su vez se los sabe también. A las pruebas me remito.

Estaba yo una vez en Alicante y Mario iba a dar un recital de sus poesías en Murcia y me fui yo a buscarlo. Caminamos desde el hotel donde se alojaba al teatro donde le tocaba el recital, y él, humilde y sencillo que siempre parece abrumado por todos los pesares del mundo, los suyos y los ajenos, iba callado, preocupado digo yo, porque otra vez iba a enfrentarse al público como si no tuviera ninguna experiencia, como si no hubiera andado de gira tantos años con Nacha Guevara, él recitaba y ella cantaba, por los teatros de América Latina. Nadie diría que fuera tan de las tablas.

Pero bueno, a lo que íbamos.

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29 de abril de 2009
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… una sola esencia

"El bosque, reuniendo pequeños mundos diversos y cerrados- en el que una plantación de árboles rojos, robles de América, como una granja de Virginia, sucedía a una extensión de abetos junto al lago, o a un oquedal del que surge de repente en su flexible piel, con los bellos ojos de una bestia, una paseante ágil - era el jardín de las mujeres-; y- como la alameda de los mirtos de la Eneida- plantada para ellas de árboles de una sola esencia, la alameda de las Acacias era frecuentada por bellezas celebérrimas."

( Marcel Proust, A la Recherche..., Gallimard 1987, tomo I p.410)

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29 de abril de 2009
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