Vicente Verdú
El dolor puede que sea el mismo pero no siempre vale igual. Hace cincuenta años sentir dolor permitía, gracias a la fe, ingresar en un intercambio simbólico donde se permutaba los grados de la triste dolencia por soleadas parcelas del cielo. En general, siendo el mundo un valle de lágrimas, lo verdaderamente improductivo habría sido no sufrir. En ese valle de llantos, los territorios de sufrimiento de cada cual se convertían en fértiles potenciales de inversión para obtener sustanciosos beneficios en el más allá. En principio, nadie desea sufrir, pero si nos atenemos a las flagelaciones que se imponían los santos, los penitentes cumpliendo promesas o incluso los devotos a granel mediante ayunos, privaciones voluntarias o ciliciosm resulta patente la buena consideración en que se tenía al dolor. El padecimiento no sólo servía para formar espiritualmente a todas las gentes ( a la manera de una gimnasia básica o un obligatorio master de vida) sino que brindaba la luminosa oportunidad de acercarse a Dios: siendo Dios, por antonomasia el Cristo zaherido. La correspondencia con la pasión dolorosa de Cristo se alcanzaba mediante las diferentes e indispensables mimesis para lograr el carnet -y los provechos- de buen cristiano. Si Cristo crucificado, lacerado y muerto de dolor había perseguido nada menos que la salvación del mundo, ¿cómo no tener en cuenta esa ecuación vital? El dolor lograba así un prestigio indiscutible que la sociedad laica, sin embargo, ha abatido hasta el grado cero del valor. El que sufre dolor será compadecido y en ningún caso se le supondrá más encarrilado hacia la santidad, aún haciendo un uso inteligente de su sevicia. Frente al recelo que antes despertaba el placer y el respeto que suscitaba el dolor, ahora el primero forma parte rotunda del bien y el segundo pertenece conspicuamente a lo desgraciado. Ninguna desdicha terrenal se convalida por dicha celeste alguna. Los grupos religiosos siguen rigiéndose por la fe en intercambio pero su proyección cultural se ha reducido de tal modo que aquella suerte de oro metafísico, representado en el dolor, ha pasado a deshacerse en chatarra inservible. Pena sin fin. Las mismas materias del saber que se llamaron "disciplinas" en significación del bien que aportaba el esfuerzo de adquirirlas, ahora se llaman -y se tratan- como "créditos". No se asimilan mediante dolor sino que simbólicamente se reciben como entregas o préstamos. En consecuencia, ¿cómo puede tratarse todavía a esta crisis económica actual como un asunto financiero? Los pilares de la cultura se han quebrado mucho antes que las quiebras contables.