
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Ayer pesqué en el New Yorker un texto póstumo de James Graham Ballard, titulado The Autobiography of J. G. B. Es un relato muy simple y lleno de gracia, sobre un hombre llamado B que –como Ballard- vive en Shepperton y despierta un día para encontrarse solo en el vecindario. Sin luz, y por ende sin radio ni TV ni internet, sale de paseo en su auto y no encuentra más que rutas y calles vacías. De manera sistemática empieza a explorar los alrededores. Cruza el Támesis, visita Londres… y nada. Busca explicaciones para el asunto en las oficinas de Scotland Yard, se mete en las Casas del Parlamento y no consigue otra cosa que respirar ‘su aire estancado’. Finalmente se concentra en su supervivencia: comidas no perecederas, combustible en abundancia que puede tomar sin que nadie proteste… Los únicos seres vivos que encuentra son las aves del zoológico, a las que libera de inmediato. Pronto Shepperton se convierte en ‘un aviario increíble’, lleno de pájaros de cada especie –además de B, por cierto.
Entonces llega la frase final, tan simple como devastadora:
“Y así el año terminó pacíficamente, y B estaba listo para comenzar su verdadero trabajo”.
El maestro Ballard concibió un cielo en que el escritor podía hacer lo que más le gustaba sin que nada ni nadie lo molestase.
Ojalá lo haya obtenido. Lo único que lamento es no poder leer las cosas que escribirá a partir de ahora, por lo menos hasta que no reencarne yo en un pájaro.