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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sesión XXXVII

 

El racontto es, a diferencia del flash back, una forma de analepsis muy pausada, que requiere por parte del narrador una lenta dosificación de los elementos que componen el relato y que tiene por objetivo moverse en dos planos temporales distintos, dos planos que se corresponden y que se explican mutuamente. En los cuentos suele servir para ganar tiempo, para mantener la tensión narrativa y generar en el lector la duda respecto a lo que va a ocurrir, puesto que tiene al personaje en una situación temporal presente y poco a poco nos va desvelando cómo ha llegado hasta allí. Pero hay que saber manejar esos descensos para que no sean bruscos ni se noten forzados, para que el lector vaya poco a poco entendiendo lo que ocurre. Hemos visto que muchos de ustedes se han manejado con soltura y lo han entendido a cabalidad. Ahora, sólo la práctica hará que esta herramienta les resulte útil para trabajar los próximos cuentos.

Ahora bien, aunque entendemos que nadie tiene mucho tiempo, nos gustaría recibir textos más prolijos, tal como hemos venido pidiendo desde hace ya tiempo: con los márgenes justificados, sin faltas ni pifias, con guiones largos... en una palabra: limpios, pues si en algún momento intentan publicar o enviar un cuento a un concurso, muchos de los que nos envían, aunque puedan estar bien contados, no pasarían la primera criba por ese desorden y falta de pulcritud que hace que leerlos resulte una tarea fatigosa.  La próxima clase sólo colgaremos los cuentos que respeten esos mínimos principios que exige el oficio.

 

 



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8 de mayo de 2009
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II. El viejo miedo insaciable

Por muchas explicaciones científicas que se den acerca de los origines de un virus como el H1N1 y las maneras de evitar su propagación, siempre está de por medio la vieja mentalidad mágica que olvida la razón, y se deja ir en las aguas del miedo. En Nicaragua la jerarquía católica ha llamado a los fieles a no acudir a las iglesias, porque las concentraciones masivas son la mejor forma de contagio, pero al revés, las iglesias se llenan como nunca, igual que leemos en Diario del año de la peste, de Daniel Defoe, su novela en forma de reportaje documental en la que narra los horrores de la peste que se abatió sobre Londres en 1722.

            Y en río revuelto, ganancia de matadores. Las autoridades egipcias, que por miedo, o conveniencia, quieren quedar bien con los fundamentalistas religiosos musulmanes, han ordenado el sacrificio de todos los cerdos, a pesar de que la Organización Mundial de la Salud ha insistido en que nada tienen que ver los cerdos con la alerta mundial. Los cerdos son criados en Egipto por campesinos pobres coptos, una vieja rama oriental de la religión cristiana, y todo huele en esa medida a represión, intolerancia, y venganza religiosa.

            Pero tampoco olvidemos que las pestes han dado paso a grandes obras de la literatura universal, como la ya citada de Daniel Defoe, o La Peste, de Albert Camus, y por fin, ese imprescindible libro del gozo y la celebración de la vida ante la amenaza próxima de la muerte que es El Decamerón de Boccaccio, un conjunto de historias maestras nacidas en las circunstancias de la peste bubónica que cayó sobre Florencia en 1348.

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8 de mayo de 2009
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El “buga” de Benet (Sueño relatado 6)

En una reunión de escritores, yo me jactaba de estar eco-orientado (y utilizaba en efecto ese horrible término), al no disponer de coche ni de carnet de conducir, como así es en mi vida real. Pero entonces uno de los presentes, sabiendo de mi amistad y mi admiración por él, sacaba el nombre de Juan Benet. ¿"Y él?", me preguntaba capciosamente. Entonces no tenía yo más remedio que reconocer que Juan fue un gran amante de los automóviles buenos, incluso un caprichoso de ellos, y hasta de las motos de gran cilindrada: en una de ellas, de fabricación rusa, creo recordar, me llevó de paquete en viajes cortos por los alrededores de Madrid. Una de esas veces, circulando al atardecer cerca de Cercedilla, adelantamos a un Mercedes conducido por Paquita Rico, o eso nos pareció tras las grandes gafas de sol y el pañuelo colorido que llevaba puesto en el pelo la antigua diva de la canción española. Según Benet, Paquita Rico sintió inmediata atracción por él en la carretera; según yo, lo que a Paquita le sedujo fue la moto. La discrepancia retórica sobre ese punto duró años entre nosotros. Y ese episodio no fue un sueño.

Volviendo a mi sueño. Después de que yo, con una mezcla de penitencia y satisfacción, refiriese a los reunidos los detalles de los rutilantes Jaguar y Bentley que Benet compró a alto precio y condujo (sin molestarse en cambiar el volante situado en la parte derecha, al modo inglés), y confirmase también la leyenda de que el flechazo del novelista y la poeta Blanca Andreu, que sería se segunda esposa, surgió de la frase irónica de Blanca ("¡Vaya buga!) al vernos aparcar una noche el Jaguar blanco en la calle Bárbara de Braganza, después de todo eso y de una descripción detallada del interior del automóvil, con su cajoncito de terciopelo velado donde, decía Juan, "se veía el espíritu de los ‘meublés' de París"), la conversación de mi sueño daba un giro, y los escritores presentes me hacían otra pregunta: "¿Tenía Juan Benet agente literario?". Ése era mi desquite. Pues, estableciendo una relación que en mi inconsciente era indiscutible entre la polución de los motores de gasolina y la polución creada por esos vehículos literarios que son los agentes, podía yo, diciendo la verdad, defender la limpieza ecológica de Benet, que tuvo muchos coches y muchas motos pero siempre se negó a tener agente.

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8 de mayo de 2009
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…insignificancia de las cosas

Ya me he ocupado de lo que significa para el Narrador el haber aceptado el retorno a la vida mundana, la entrada  en el palacio de Guermantes, y  el inesperado episodio de la losa desnivelada que, provocando en el protagonista  una reminiscencia veneciana, hace que súbitamente recupere toda su confianza en el valor de la literatura como expresión de la fertilidad potencial de la palabra. Mas respecto a la actitud de escepticismo conviene preguntarse, lo que tal actitud encierra realmente y cuáles son sus implicaciones, tomando al Narrador de la Recherche meramente como representante paradigmático de algo que ha afectado a muchos de los grandes escritores.

El Narrador  duda de la fertilidad de esa construcción lingüística que es la literatura. Duda con ello de lo legítimo de un funcionamiento de la lengua en la que ésta parece alcanzar autonomía. Pues, si bien la literatura exige que se den cosas (las cuales, en ocasiones describe), no es evidente en absoluto que la literatura esté subordinada a ellas. Conjetura ésta que sólo alcanza inteligibilidad, si por lenguaje entendemos algo que en modo alguno se reduce a un instrumento para mejor desenvolvernos en el entorno natural, instrumento del que muchos animales disponen, sin que en momento alguno trascienda su estatuto de mero reflejo de la inmediatez del orden natural. Si la carne se hubiera (como algunos pretenden) hecho verbo en otros animales, entonces ciertamente el destino de estos se emparejaría con el nuestro. Mas tal común destino tiene significación muy diferente según que se confiera o no plenitud a la palabra verbo.

Sólo si el verbo es aquello que realmente posibilita que lo limitado del mundo y de nuestros lazos con él no nos haga prisioneros, el eventual hablar de un animal (como el célebre gorila Koko, cuya naturaleza fue literalmente violentada a fin de hacerle partícipe de briznas insignificantes del lenguaje humano) sería realmente un acontecimiento trascendente; trascendente porque entonces también en ese animal la vida habría superado su inmediatez, (al igual que, al acceder a la vida, la materia susceptible meramente de posición o cantidad de movimiento, ha superado la inmediatez que le es propia).

Cierto es, sin embargo, que la "otra" hipótesis es a priori igualmente probable. Hipótesis de que un animal hablara sin que ello supusiera distancia respecto a la inmediatez natural, simplemente por la triste razón de que tampoco en nosotros el lenguaje supondría tal distancia. Cabe que el lenguaje no sea otra cosa que un reflejo, más o menos turbio, de una naturaleza que la lucha por la subsistencia nos exige dominar- con poco éxito. Cabe que la palabra sea simplemente una expresión trivial de la vida; cabe, en suma, que la palabra de nada libere. Transcribo de nuevo un texto de la Recherche ya presentado aquí hace unos meses:

"El nuevo sanatorio al que me había retirado no me curó más que el primero; y pasaron muchos años antes de que lo abandonara. Durante el trayecto que hice en tren, volviendo de nuevo a París, el pensamiento de mi carencia  de dotes para la literatura, que ya en otro tiempo había descubierto en el camino de Guermantes, que más tarde reapareció, provocando aun mayor tristeza, en mis paseos cotidianos con Gilberte, antes de volver para la cena, ya tarde en la noche, en Tansonville, y que, en vísperas de irme de esa casa había identificado, más o menos al leer unas páginas del Diario de los Goncourt, con la vanidad y la mentira de la literatura, este pensamiento,  menos doloroso quizás , pero más deprimente aún, si le daba como contenido, no mi propia incapacidad, sino la inexistencia del ideal en el que había creído, este pensamiento, que desde hacía tiempo no había vuelto a la mente, me asaltó de nuevo, y con una fuerza más dolorosa que nunca. Fue, lo recuerdo, durante una parada del tren en pleno campo. El sol iluminaba hasta la mitad de su tronco, una línea de árboles que seguía la vía del ferrocarril. ‘Árboles, pensé, nada tenéis  ya a decirme, mi corazón gélido ya no os oye.  Inútilmente estoy aquí, en plena naturaleza, pues es con frialdad y hasta aburrimiento que mis ojos constatan la existencia de una línea que separa vuestra frente luminosa de vuestro tronco sombreado. Si alguna vez pude sentirme poeta, ahora se bien que no los soy. Quizás en la parte de vida, tan yerma, que ahora se abre ante mí,  los hombres puedan llegar a inspirarme lo que ya no me dice la naturaleza. Mas en cualquier caso, los tiempos en que era capaz de cantarla ya no volverán.' " (854-855)         

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8 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La feria

Este año no iré a la Feira del Libro de Lisboa. Que no es como la de Frankfurt, o la de Guadalajara, en México, ni siquiera como la de Madrid, pero es la nuestra y está en un lugar bonito, donde antes había una colina y ahora menos, porque la furia urbanística ha reducido los relieves, pero aún así se ve el río al fondo, y hay una bella imagen de la ciudad pombalina, la que iba a ser moderna y racional y lo fue, basta pasear por ella para ver que la razón estuvo presente cuando se diseñó, aunque luego vinieran otros que prefirieron el obscurantismo a las luces y casi se la cargan. Me dicen que hace buen tiempo y que la Feira este año está más animada, como si por ese mundo no se labraran cosas terribles, crisis, pobreza, depresión. Dicen que en épocas de crisis se lee más, y parece que los contables confirman esta afirmación. A mí me gusta pensar que en épocas de crisis la gente quiere saber porqué llegamos a esto y se acercan a los libros como si estos fuese fuentes de agua fresca y los lectores personas sedienta. Me gusta la Feira del Libro. Me gusta estar horas sentado firmando ejemplares de amigos que llega con un recado, por lo general discreto. Me gusta levantar los ojos y ver a las personas circulando entre las casetas, tal vez buscan al ser humano que los libros llevan dentro. Me gusta el calor de la primera parte de la tarde y de la frescura que vendrá después, siento que cierto lirismo me recorre el cuerpo, a mí que no soy lírico, sino sentimental. Y pienso que los libros son buenos para la salud, y también para el espíritu, y que nos permiten ser poetas o ser cientistas, y entender de estrellas o encontrarlas en el interior de la voluntad de ciertos personajes, ésas que a veces, algunas tardes, se escapan de las páginas y se pasean entre los humanos, tal vez más humanos ellos. Siento mucho no poder estar este año en Lisboa, en la Feira del Libro.



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8 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La guerrilla accidental

Librar las guerras que convenga. A los intereses nacionales y a la seguridad mundial, por supuesto. Hacerlo al más bajo coste posible en vidas propias, la de los soldados, claro está. Evitar sobre todo el más ligero asomo de regreso al síndrome de Vietnam. Cuando cada día llegaban a decenas las bolsas con los cadáveres de los muchachos. Cuando se fraguó como respuesta el bombardeo sin piedad sobre poblaciones civiles, en la estela de la la Segunda Guerra Mundial: sobre Hanoi como sobre Hamburgo, Dresde, Hiroshima, Nagasaki?Convertir además el ejército entero en profesional. Dejat así exenta de peligro la entera clase media y sobre todo los hijos de las elites, con los consabidos beneficios políticos que se derivan. Incrementar con la tecnología esos combates a distancia con misiles teledirigidos, proyectiles ?inteligentes?, bombarderos no tripulados ?los drones-, esta vez inaugurados con la primera guerra de Irak y sus imágenes verdes y fosforescentes de la falsa muerte limpia y quirúrgica. Así hasta hoy.

Hasta hoy,incluso con Barack Obama en la Casa Blanca. Escandalosamente, incluso con Barack Obama. Y en el día preciso en que se reúne con Karzai y Zardari, los aliados que le deben exigir indignados el cese de tanta muerte civil, de tanto ?daño colateral?. ¿Acaso no hay otro medio para combatir a Al Qaeda y a los talibanes? ¿No suenan los argumentos sobre los escudos humanos como un reflejo de los utilizados por Israel en Gaza? ¿Son la retirada y el desistimiento las únicas alternativas a la muerte en masa de poblaciones inocentes? ¿No percibiremos en el límite diferencia alguna entre unos presidentes y otros? Hay razones políticas potentísimas para condenar estos hechos. También y sobre todo razones morales, por supuesto. Pero no sólo. ¿Alguien entenderá alguna vez que nada favorece más a los talibanes que el impúdico desprecio por la vida humana que exhiben ciertos jefes militares a la hora de resolver sus problemas? Estas decisiones son las banderas de reclutamiento de la guerrilla accidental, la denominación bien precisa de un especialista, David Kilcullen, para calificar a las poblaciones que han sido arrastradas circunstancialmente a la insurgencia. ?La contrainsurgencia efectiva provee seguridad humana a la población allí donde vive durante 24 horas al día, y esto, no destruir el enemigo, es la tarea central?, dice Kilcullen. Este militar australiano, cargado de razones por lo mal que se han hecho las cosas en Irak y en Afganistán, viene asesorando a los militares norteamericanos desde hace tiempo, pero a la vista está que no se le hace todo el caso que merece. La guerrilla accidental es el producto de dejar la política y la diplomacia en manos de los militares, y a la vista está que todavía no han regresado: cada bombardeo de este tipo puede matar a diez guerrilleros, pero reclutará a cien más. Los últimos ocho años de Bush han convocado a la guerrilla accidental en muchas zonas conflictivas del planeta. Pero en los de Obama que ahora justo empiezan se la sigue convocando a las armas. (Enlaces. Para el libro de Kilcullen. Para la reseña publicada en la revista de libros del New York Times. Para la participación del autor en un blog sobre problemas de contrainsurgencia).



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7 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Pasos de cangrejo: uno adelante, dos atrás

He estado un par de días sin conectarme a Internet, porque una nueva complicación ha aparecido en el camino de los bloggers alternativos. Varios hoteles del país exigen, para conectarse a la red, demostrar que uno vive en un punto fuera del archipiélago cubano. Los empleados de las carpetas me dicen ?aunque son tan nativos como yo- que este carnet azulado no me sirve para saltar hacia la gran telaraña mundial. ?Es una resolución que viene desde arriba? me aclaró una mujer, como si una decisión de ese tipo pudiera ser tomada en otro nivel que no fueran las oficinas del gobierno. Veo difícil que pueda convertirme en extranjera de la noche a la mañana. De manera que sólo me queda protestar por semejante prohibición y hacer pública la existencia de un nuevo apartheid. Tendré que volver a sacar el disfraz de turista, aunque está vez deba aprender una lengua tan complicada como el húngaro, para despistar a quienes venden las tarjetas de acceso. Quizás me da por merodear los hoteles, dispuesta a pedirle a los extranjeros que compren -para mí- esa llave de entrada que me está vedada, ese salvoconducto para el que necesito ?no ser cubana?.



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7 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Reynoso en Argentina

Carátula de Radar Libros. Fuente: radarlibros "¡Cómo! ¿No estaba muerto?" Eso fue lo que dijeron los editores argentinos de Eloísa Cartonera cuando, luego de publicar el relato "El Príncipe" descubirieron que su autor, el peruano Osvaldo Reynoso, aún vivía. Así fue el ingreso de Osvaldo en Argentina, que llega a su punto culminante con la edición en el sello El Andariego de su primera novela En octubre no hay milagros y la nota de tapa que Mariana Enriquez le dedica en Radar Libros. Los elogios no cesan para este "Marxista Rabioso", como lo califica Mariana:Lima es narrada por Reynoso con el estilo que después los críticos llamarían ?realismo urbano?, pero que es bastante más: pasajes de un apasionado lirismo se contraponen con diálogos en la más cerrada jerga limeña juvenil y le siguen pasajes secos, narrativos, de belleza austera. Reynoso exhibe su virtuosismo en cualquier registro, pero jamás parece ostentoso o arrogante. Y esto es porque En octubre no hay milagros está claramente atravesada por la ideología del autor, por la política: Oswaldo Reynoso se identifica como marxista ?entonces y ahora?, y un año después de la publicación de En octubre no hay milagros formó el grupo Narración junto a Miguel Gutiérrez y Antonio Gálvez Ronceros(...) Sin embargo, Reynoso jamás resultó un escritor programático: su prosa es demasiado sofisticada, demasiado elegante y en ocasiones, en libros como El escarabajo y el hombre de 1970, casi experimental. Su trabajo con la lengua es obsesivo, y en su búsqueda obtiene pasajes de luminosa belleza. (...) Reynoso prefiere escaparle a las polémicas y continuar trabajando, no sólo en literatura ?está escribiendo una novela provisoriamente llamada Huamanga, Huamanga? sino en el taller de narrativa que dicta en su propia casa del distrito limeño de Jesús María. Cuenta, lo sabe, con gran cantidad de fieles y de alumnos; sabe que a los 77 años, con su melena blanca, sigue siendo un escritor joven e incómodo; además, un escritor casi secreto, poco conocido fuera de su patria. ?Creo sin vanidad que soy el best seller clandestino del Perú?, decía en una entrevista de 2006. ?Mis libros se siguen vendiendo luego de más de cuarenta años, aunque nunca aparecen en la lista de los más vendidos. Es que yo vivo y escribo para el Perú: que mis libros tengan resonancia fuera del país es algo que no me interesa.?En el completo recuento sobre la trayectoria de Reynoso, Mariana también comenta lo ocurrido hace unos años cuando, en la presentación de la antología narrativa Toda la sangre sobre el cuento de la violencia política peruana, antologada por Gustavo Faverón, y unas semanas después en una mesa redonda -en la que yo participé junto a Oswaldo- en la Feria del Libro de Santiago de Chile, Reynoso repitió insistentemente que lo ocurrido en el Perú no fue terrorismo sino una "guerra popular". Dice Enríquez:En marzo de 2007 concedió una entrevista a El Hablador donde reivindicó su marxismo, la posición militante tomada en el primer número de la revista Narración, y se negó a opinar sobre Sendero Luminoso. Poco después, se refirió en público a los años de guerra interna como ?guerra popular?, lo que le valió más enojos, acusaciones de ?populismo intelectual? e irritaciones de críticos y escritores como Gustavo Faverón Patriau (profesor en el Bowdoin Collage de Maine, EE.UU.) e Iván Thays. Para muchos, Reynoso se victimiza: es un éxito de ventas y cuenta con presencia en los medios y, sin embargo, afirma ser discriminado. Para otros, como Lasso, Reynoso no tiene ?el reconocimiento que se merece, ni el lugar que debería ocupar en el canon latinoamericano. Merece traducciones y ediciones en otros países; felizmente los argentinos son los primeros en darse cuenta?.Por cierto que Oswaldo Reynoso nunca ha rehuído a las polémicas, como dice Enríquez, y eso lo prueba los textos virulentos que envió a Perú21 cuando la polémica andinos-criollos. Incluso habría que decir que es un instigador de las mismas. Por eso, no fue para mí una sorpresa que en Santiago de Chile hablase ambiguamente sobre Sendero Luminoso. Lo que sí me sorprendió fue que, obligado por los presentes a rectificarse, decidió insistir en el término "guerra popular" declarando: "fue una guerra porque murió gente, y popular porque murió gente del pueblo". Ni Cantinflas hubiera explicado mejor el marxismo.



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7 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Qué vendrá ahora?

 

La revista mexicana Letras Libres publica las reflexiones de Geoff Mulgan sobre el día después del capitalismo mundial. Nos recuerda que hasta hace poco tal eventualidad había sido descartada por los entusiastas partidarios de un sistema económico, político y cultural tercamente satisfecho de sí mismo. Pero la quiebra del sistema financiero, saqueado por unos directivos entusiastas de la libertad con que podían administrar el dinero de los demás sin dar cuentas a nadie, nos ha obligado a reconocer que quizá no sea el capitalismo salvaje el mejor acuerdo social al que podemos llegar.

Aunque en el curriculum de Mulgan figura haber sido asesor de Tony Blair, es recomendable la lectura de un artículo que considera los mecanismos industriales y dinerarios del sistema a la luz de sus abusos y de las más desternillante de sus presunciones. (Mulgan observa que el Partido Laborista y el Partido Conservador británico viven gracias a las donaciones de los hedge funds).

Pero el estropicio causado por tres décadas de desregulación, bajo la somnolienta y avara mirada de unas autoridades (in)competentes, no necesariamente sustenta la posibilidad de una alternativa. Los críticos morales del sistema anhelan un fulminante y ejemplar castigo. Los críticos funcionales, alientan la esperanza en una nueva reforma. De nuevo los apocalípticos polemizan con los integrados; los pragmáticos con los cansados.

Mulgan concluye su reflexión invitándonos a imaginar los inesperados capítulos del futuro. En lugar de seguir el hilo de un encadenamiento lógico (a menudo la fúnebre resignación de lo razonable), confiarse al brote de lo nunca visto. El cambiante paisaje de las ciudades nos ayudará a entender la dinámica que liquida el pasado, renueva el presente y anticipa el porvenir. Primero iglesias y castillos. Luego, estaciones de ferrocarril y chimeneas. A final del siglo XX, los edificios de cristal y acero de las corporaciones financieras. ¿Qué vendrá ahora? Pregunta Mulgan.



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7 de mayo de 2009
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I. La marca de los apestados

El temor ante la expansión del virus de la gripe porcina, que las autoridades sanitarias mundiales han rebautizado bajo el complicado nombre de virus H1N1, despierta en la humanidad mecanismos recurrentes que tienen que ver con el temor ante el contagio, y por tanto, ante la muerte. La peste, con sus dedos negros pestilentes, capaz de alcanzar a cualquiera. Peste bubónica o peste negra, cólera morbus, la influenza misma que en 1918 mató a millones de personas, más que las que murieron en la Primera Guerra Mundial.
El primero de estos mecanismos de defensa es el rechazo visceral a los contagiados, o a los sospechosos de contagio, como ha ocurrido con el aislamiento sanitario de ciudadanos mexicanos en Hong Kong, repatriados luego por su gobierno, y con la suspensión de los vuelos desde algunos países hacia los aeropuertos mexicanos. Medidas administrativas de prevención, detrás de las que se esconde el miedo que una vez activado, conduce a exageraciones y desmanes.
En Acapulco, en el propio territorio mexicano, los vehículos de los turistas nacionales llegados desde el Distrito Federal, donde se han localizado los brotes originales del virus, han sido apedreados por los residentes locales, y se han repetido los casos en que los empleados de las gasolineras se niegan a llenar sus tanques. Son los apestados, los que traen la muerte consigo. Nada distinto a la edad media.

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7 de mayo de 2009
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