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Domesticidad

En el viaje de Mahoma a lomos del equino Al-Borak sorprenden dos detalles entrañables, domésticos. El primero, que el profeta, en el trascendental momento en el que se le aparece el ángel Gabriel, esté en casa de su primo. El segundo, la argucia narrativa que permite calibrar la velocidad del viaje, entre La Meca y el Séptimo Cielo, y retorno, mediante una confidencia: la ansiedad de Mahoma, durante el tremendo trayecto, por regresar cuanto antes ya que el ángel al salir de casa del primo rozó con el extremo de un ala un servicio lleno de orines, volcándolo, y el profeta no quiere que se derramen por completo.

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4 de julio de 2020
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¿Es todo información?

Decía en una columna anterior que muchas de las cuestiones de las que hoy se ocupan los filósofos de oficio son de hecho objeto de otras disciplinas. Sin duda todas las causas son compatibles, y por supuesto el equilibrio del orden natural es una causa irrenunciable e indisociable de la causa de la dignidad humana, pero hay una jerarquía.
 

Y desde luego no está hoy excluido que pueda alcanzarse una reducción significativa de la contaminación o una extensión de derechos hasta ahora considerados "del hombre" a otras especies animales (incluso a ciertas seres artificiales que se considera dotados de inteligencia), mientras queda eternamente diferida la efectiva actualización de tales derechos al conjunto de los animales de razón, a la especie humana genéricamente considerada, persistiendo así la imagen de la indigencia callejera hasta en las ciudades más ricas del planeta. ¡Ahí reside sin duda una radical modalidad de escándalo! 

Pero estoy enarbolando una segunda exigencia: además de derecho a la subsistencia y a la decencia del entorno, ha de ser también un derecho el ser ayudado (por la educación si se quiere) a preguntarse cuál es la función del hombre, por el hecho de ser hombre; qué corresponde, qué viene aparejado a nuestro ser, qué nos determina. Un abordaje simple: 

¿Puede nuestra condición natural dar cuenta exhaustiva de nosotros y nuestro comportamiento o hay algo imprevisto, no exactamente en el sentido de no previsto por un dios, sino por la información que todo lo que antecede ha recibido. ¿Hay alguna decisión en la que sólo el lenguaje del hombre interviene? ¿Hay en definitiva alguna expresión de libertad respecto de la naturaleza y sus complejos códigos? En cualquier caso siempre ha habido quien ha apostado a ello. Quiero acabar esta reflexión citando las palabras de Jules Michelet que citaba unas columnas atrás:

"No todo pólipo se resigna a seguir siendo pólipo. Hay en la república de los pólipos alguna criatura inquieta que se dice que la perfección de esta vida vegetativa no es la vida. Sueña con otra dispar: alejarse y navegar en soledad, ver lo desconocido, el amplio mundo, recrear, exponiéndose al naufragio, algo que despunta en esa criatura y permanece oscuro para uno:
El alma".

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3 de julio de 2020
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La ondulación

La ondulación es el movimiento fundamental de la naturaleza”, decía Isadora Duncan.

Hace algún tiempo estuve viendo la exposición temporal que hay sobre ella en París. Mientras examinaba las levísimas huellas que dejaron sus pasos por la tierra (algunas fotografías no demasiado buenas, carteles de sus espectáculos, cuadros y esculturas inspirados en ella, una breve secuencia cinematográfica en la que se la ve dando unos pasos en un jardín lleno de gente) pensaba en la ondulación.

Los taoístas le hubiesen dado la razón a Isadora Duncan, ellos también creían en la ondulación de la naturaleza, en la ondulación de la materia, en la ondulación del ser.

¿Y la estrella danzarina de la que hablaba Nietzsche no era acaso la estrella de la ondulación?

¿La ciencia de las caricias no tendría que ser sobre todo ciencia de la ondulación?

La ciencia de las palabras también.

Y tendría que ser igualmente ondulación el pensamiento.

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3 de julio de 2020
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Tres microrrelatos de estos tiempos

1.      Las sonrisas

Debajo de los tapabocas y los barbijos es difícil saber quién sonríe, quien está serio y quién conserva un rictus agrio.

Camino por los pasillos del supermercado. Trato de adivinar si la curva de esa boca apunta hacia arriba o hacia abajo.

Los ojos no siempre indican algo. En estos tiempos veo más ojos de miedo, de desconcierto, de malos sueños.

Nadie habla, nadie se roza. Nadie compra flores.

¿Qué dirán las bocas? Quiero imaginar que debajo de la tela blanca las cosas no están tan mal.

Llego a la caja; no descubrí nada.

Pero la cajera está llorando.

 

2.      Tengo hambre

“Tengo hambre”, murmuró el anciano andrajoso al paso de un joven en la estación Cal y Canto del metro de Santiago.

“Tengo sueño”, pensó el joven que pasó a su lado, mientras miraba las posaderas de la chica de jeans ajustados que empujaba el molinete.

“Tengo asco de la mirada de este baboso”, escribió la chica en el Whatsapp de su grupo de amigas.

“Tengo que terminar con esto de una vez”, se dijo la mujer del abrigo raído, desesperada, hoy sí decidida a saltar.

“Tengo que anunciarles que, por un acto ajeno a la empresa, el metro se encuentra detenido”, anunció la voz metálica del altoparlante.

 

3.      Desagradable

Cada día me siento ante la mesa del comedor, aprieto en el código de Zoom y ahí aparecen las veinte caras, mirando con sueño, con fastidio, con sonrisas falsas.

Es demasiada cercanía. ¿Por qué obligan a los empleados a abrir su intimidad al jefe, a la contadora, a la secretaria?

El conjunto de caras me repugna. Sobre todo, el segundo de la última fila. Su mirada torva, su gesto vulgar, su boca fruncida en un rictus mediocre. ¿Por qué no apagará esa bendita cámara?

Y me mira.

No deja de mirarme.

El segundo de la última fila es mi cara. 

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2 de julio de 2020
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El vacío

Ha de llegar el tiempo en que todos seamos la foto de nosotros mismos en un álbum de tapas forradas, dentro de un relicario (si se es romántico), o en la memoria interna de un disco duro. Ahí estaremos de bebés nudistas en bañeras de plástico, tomando la primera comunión con uniforme náutico o saya de monja, dándonos besos en las dos bodas de tu mejor amiga, posando con la pandilla de íntimos en los cumpleaños ya nunca más celebrados. La fotografía como calendario que corre hacia atrás pero queda.
Hoy hacemos fotos sin ton ni son, para dar constancia de la dejadez olímpica de tu gato o justificar un embarque por la pasarela de un avión demorado. Pero esa peatonalización fotográfica, a veces tan embotellada, no le ha quitado al arte lo que es del arte. Y así desde 1998 llega en estas fechas PHotoESPAÑA. Este año no se podrá peregrinar tanto, como pudo hacerse en ediciones pasadas, de una tienda a un museo donde había grandes exposiciones de artistas cuyo nombre no siempre te sonaba. Temiendo esa limitación, y en un gesto del fetichista inocuo que soy, fui recortando durante la alarma fotos de los periódicos (que aún leo en papel, como los antiguos). Ha habido imágenes imborrables, y de una gran calidad, en este y otros periódicos. Ahora mismo tengo delante las de Samuel Sánchez, Sofía Moro, Vicente Paredes, Eduardo Nave, Carmen Alemán, Laura Lezza, Bernat Armangue, y me quedo corto. Son artistas que desconocía, que sin duda lo eran antes de la pandemia, y estarán, si no ya, en un PHotoESPAÑA futuro. Mi pequeño álbum de recortables tiene una constante: son fotos sin personas. ¿Dónde estaba el ser humano en aquel momento? Encerrado o absorto, en el hospital o en la morgue. El ojo de las cámaras los presintió quizá, sin retratarlos. Los lugares vacíos contaban las angustias de los ausentes.
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2 de julio de 2020
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Nada que hacer


Lo que escribe Kempowski sobre los últimos días de la Alemania Nazi, un 'Gotterdammerung' en la nieve, es helador
 

El relato bien pudo encabezarse con el célebre y temible verso: "Cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte, tan callando". El silencio de la muerte que se nos arrima sin avisar es el asunto que domina las casi 400 páginas de Todo en vano, de Walter Kempowski (Asteroide). Los epígrafes que ha usado el autor también hielan la sangre. Uno es de Lutero: "Toda acción por nuestra parte es en vano, incluso en la mejor de las vidas". El editor, sabiamente, ha añadido fuera de texto un colofón de Sebald en el que comenta cómo la ceguera voluntaria fue lo propio de la Alemania nazi. No quisieron saber.

Los habitantes de una vieja mansión, en la Prusia Oriental de 1945, van recibiendo refugiados checos, polacos, ucranianos y cientos de alemanes que huyen hacia el oeste amenazados por el Ejército Rojo que va penetrando por la zona báltica. No hay ruido, no hay violencia, no hay tragedia, apenas hay drama, es un avance lento, silencioso, aterrador, pero la gente no puede hacer otra cosa que huir. En esa fuga van muriendo sin molestar, sin grandes gestos, tan callando. La muerte también se mueve entre los que huyen en decenas de miles de carros. Los oficiales y funcionarios de las SS son quienes organizan la huida, pero también son verdugos de los emigrados.

Lo que escribe Kempowski sobre esos últimos días de la Alemania nazi, un Götterdämmerung en la nieve, es helador. No hay gritos, no hay aspavientos, no hay grandes e inolvidables gestos. Todo es gris, mezquino, vulgar como lo somos todos cuando nos atenaza la muerte. Ni un solo personaje es simpático, amable, heroico. Todos se desploman tan callando. Sólo un niño, egoísta, inconsciente, es posible que sobreviva porque los ángeles terribles "se olvidan de destruirlo".

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30 de junio de 2020
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Tributo académico a Inés Sáenz

En mi primera visita a la ciudad de Mèxico, el verano de 1969, mis anfitrionas en la UNAM fueron Margo Glantz y Rosario Castellanos. Margo me llevò a conversar con su taller de escritura creativa. Rosario a dar una charla en la Libreria de la UNAM. Después, desde la U. de Texas en Austin, en 1981, convocamos a un gran congreso mexicanista en el que estuvieron José Emilio Pacheco, Monsiváis, Margo Glantz, José Luis Martinez, Montes de Oca, Maria Luisa Mendoza, José Pascual Buxó, Evodio Escalante, Noé Jitrik, Jorge Ruffinelli, Walter Mignolo, Enrique Pupo’Walker, Beth Miller.

Luego, en la Universidad de Brown,  nos ocupò elaborar una lectura más internacional, proyectar el mapa de Mèxico Transatlántico. Carlos Fuentes fue nombrado por Vartan Gregorian, Professor at large, lo que le permitìa venir cada año y participar en  una serie de coloquios que pudimos organizar, con la visita de José Emilio Pacheco, Rebeca Barriga, Gonzalo Celorio, Sealtiel Alatriste, Hernán Lara Zavala.  Y que luego replicamos en Madrid, NY, Cambridge y Buenos Aires.  Gracias a la UNAM y su Dirección cultural. Gonzalo Celorio, Ignacio Solares, Hernán Lara Zavala, y también Alejandro Rossi y Miguel Leon Portilla frecuentaron Brown.

Con El Colegio de Mèxico, y gracias a Rebeca Barriga, nuestros intercambios fueron más disciplinarios y temàticos. Antonio Alatorre, Rafael Olea Franco, Javier  García Diego, y también  nuestros estudiantes, nos visitamos con agenda. Los libros que resultaron del ágape postulan una biblioteca. La tarea de publicar estos archivos pertenece a los màs jòvenes. Los espera las voces de los que frecuentaron Guadalajara: Gabo, Nicanor Parra, Tomás Eloy Martínez, Saúl Yurkievich, Juan Goytisolo, Carlos Monsiváis,  José Emilio Pacheco, Ignacio Padilla, Carlos Fuentes. Guardo una documentada conversación con Aurora Bernárdez en torno a su vida con Cortázar. Y es un gran documento la charla de Toni Morrison en la Cátedra Cortázar de la UdeG. Poco antes de su partida, hicimos con Inés Saenz un tributo en el TEC del DF a los trabajos y obras de Alejandro Rossi. Estuvimos Adolfo Castañòn, Maria Pizarro y yo. Le llevamos la grabaciòn a su casa. Hay mucho que leer pero más por transcribir y editar.

Con la U. de Guadalajara hemos celebrado una serie intensa y animada de foros, gracias a la Cátedra Cortázar y la Feria del Libro. Con la ayuda puntual de Dulce María Zúñiga, organizamos una secuencia de coloquios transatlánticos en Guadalajara, Providence, NY, Madrid, Barcelona  y Paris. Estábamos poseídos por un entusiasmo celebratorio. Nuestra presidenta, Ruth Simmons, tomó en Guadalajara su primer reposado, alentada por Gabo. 

Y con el TEC de Monterrey hemos explorado formatos de diàlogo analìtico,  gracias a su decana, Inés Sáenz, quien hizo el doctorado en la Universidad de Filadelfia y conocía muy bien la capacidad creativa y el horizonte  dialógico que articula la idea de la Universidad en tanto adelantada versión del futuro. De modo que nuestro intercambio fue activo y feraz. Ambos estimamos la obra de Fernando del Paso y, en un coloquio, decidimos proponerlo para el Premio Nóbel. El TEC, por lo demás, es admirable por su inversiòn cultural y la proyección internacional de sus profesores y  estudiantes. La Cátedra Alfonso Reyes, gracias a la diligencia de su coordinadora, Ana Laura Santamaría, ofrece un programa estelar de conferencistas. Alfonso Reyes, regiomontano sin fronteras, es el escritor de quien más he aprendido. Todo parece factible desde el TEC, gracias a su voluntad de horizontes. Por ello, los mandos se suceden sin drama, afirmando el sistema. 

No me extraña, por lo mismo, que este año el TEC ocupe uno de los primeros lugares en el ranking de las mejores universidades latinoamericanas. En los últimos años el TEC ha sido co–gestor de foros académicos  en España, EEUU, Argentina, México y Perú. Desde el decanato de Humanidades, Inés Sáenz articulò el área  con una brillante planta de profesores. En el gran congreso Mèxico Transatlàntico, que compartimos en  Monterrey, pude comprobar el calado crìtico de las ponencias que leyeron los profesores del sistema nacional del TEC.  Una Universidad que practica el relevo demuestra que la formaciòn humanista es formaciòn ciudadana. 

Ines Sáenz acaba de ser promovida a la Vicepresidencia de inclusión y sostenibilidad.  Su área postula un espacio sociocultural de inserción, promoción y desarrollo. No es casual que el TEC  haga suya la noción clásica de la educaciòn para la autorealizaciòn y el diàlogo, Esto es, estudiamos para ser felices. Aunque parece una hipérbole, estamos aqui para una tarea. Nos lo enseñó la tradiciòn clàsica, que retomaron Buber, Levinas y Derrida. 

Juan Pablo Murra, el nuevo rector del campus Monterrey,  estarà a   cargo de avanzar la articulaciòn de las Humanidades y las Ciencias Sociales. 

            En un mundo en el que las opciones creativas y comunitarias de la Universidad están amenazadas por el autoritarismo, por la burocracia,  y por el menoscabo  de su horizonte humanista, las labores, proyectos y diálogos que desarrollan los rectores del TEC de Monterrey, de la Universidad de Guadalajara y la UNAM, asi como la presidencia  de El Colegio de Mèxico, adelantan la república  futura como un mapa académico. 

          Cada una de estas grandes instituciones mexicanas y latinoamericanistas tiene su propia identidad, hecha en sus tareas, proyectos y horizonte. Cada una està a cargo de un tiempo en construcciòn. Cada quien protege la memoria creativa del mundo en México, y promueve el diálogo con sus intercambios propicios. Ya no me parece casual,  que  Silvia Giorgulique hizo el doctorado de Sociologìa en Brown University, sea presidenta de El Colegio de México. 

         El liderazgo gentil de Inés Sáenz, me recordó la devociòn de Rebeca Barriga, al frente del Centro de Literatura y Linguistica del Col Mex, cuyo claro entusiasmo fue una lección colegial. Y no en vano los rectores del TEC  han consolidado el  valor del  diálogo, esa tradición del camino. Carmen Junco, que preside el consejo consultivo, nos ayudará con los protocolos  de agradecer,  celebrando las nuevas tareas de nuestra admirada Inés. Cabe evocar la participación de Carlos Fuentes en todos los frentes. Y están todos invitados a las VII Jornadas Transatlánticas en la Universidad de Salamanca (Dic. 10 y 11, 2020)  que incluye un brindis colegial a Inés Sáenz. 

           

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28 de junio de 2020
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Lo común de los hombres

Es obvio que mediante el procedimiento de vehicular información los individuos forjan una comunidad. Pero no toda comunidad es lo común de los hombres. No lo es obviamente la comunidad que constituye un grupo organizado de animales: manada depredadora, o enjambre de abejas. Este segundo caso tiene para esta reflexión la ventaja de referirse a un animal que ha pasado por emblemático en la historia evolutiva, por lo preciso de su sistema de transmisión de información. Sin embargo, hace ya seis decenios que el lingüista Émile Benveniste, a la vez que expresaba su admiración por la existencia en la naturaleza de un código de señales tan prodigioso, ponía de manifiesto que el mismo nada tiene que ver con el lenguaje propiamente dicho, es decir, el lenguaje humano.
 
¿Y cuál es el argumento que sustenta tan radical posición? Pues simplemente lo siguiente: siendo el lenguaje humano algo que efectivamente en ocasiones sirve para compartir información, no es esa su función esencial. No es tarea del lenguaje poner en contacto a seres que podrían ser contactados por otro medio, sino re-producirse en seres animados que tienen el singularísimo estatuto de potenciales seres de palabra. 
 

La comunidad que el lenguaje humano forja no se constituye a través de individuos pre-existentes (hombres que aun no hablarían, hombres antes de serlo). El lenguaje mismo es tal comunidad y los individuos son literalmente la materia a través de la cual adquiere forma. Evocaré al viejo Heráclito:
"Los que al hablar buscan adecuarse a lo inteligible han de buscar aquello en que todos coincidimos... Sin embargo resulta que "En lugar de seguir lo inteligible que marca el logos, la mayoría vive como si tuviesen sabiduría propia - idian prhonesin.

El logos sería aquello en lo que todos estaríamos de acuerdo, mientras que siguiendo cada uno su criterio no salimos de lo propio (idios), es decir, no pasamos de un estado de idiotez, en el sentido etimológico pero también en el que nosotros le acordamos.

Es sencillo: entre los sistemas de comunicación está una función del lenguaje, pero este como tal va más allá del círculo de tales sistemas. No se incluye el lenguaje en la capacidad de trasmitir información que la historia evolutiva muestra por doquier. En ese sentido cabe efectivamente decir que algo en el lenguaje humano, eso de común que hay entre Edipo rey y Yerma trasciende toda idea evolutiva.

De ahí que hablar propiamente, hablar con hondura, no consista en informar sobre acontecimientos (por cruciales que puedan ser en la vida de un hombre o de un grupo humano), sino dejar que la aflicción, la indiferencia o la euforia sean ocasión de que el lenguaje diga lo que ha de ser dicho.

No es el pathos de un hombre lo que se está expresando en las célebres líneas "No me podrán quitar el dolorido sentir, si ya del todo primero no me quitan el sentido"(Garcilaso "Égloga primera" 349-351).Por ello, cuando en nuestro tiempo se tiende a homologar los seres de lenguaje a los animales dotados de capacidad perceptiva y de un potencial para expresar información, se está simplemente reduciendo, literalmente rebajando el peso de aquello que nos hace ser, que nos diferencia en el seno de las especies. Y, como en otro lugar digo este atentado, que va más allá de la blasfemia (pues no ya decir ofensivo sino ofensa al decir mismo) , no quedará sin respuesta. En última instancia el lenguaje recurrirá al sueño para poner las cosas en su sitio. Pues al igual que no se puede desear lo que conviene, no cabe soñar lo que sería oportuno.

Nadie ignora que en el sueño el lenguaje manda y que la resistencia a obedecer se traduce en pesadilla.

 

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26 de junio de 2020
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Camaleón

Me puse a ver en noches epidémicas una selección de películas hechas por Woody Allen en el siglo XX y saltó la sorpresa. ¿Premonición, desquite, jugada del destino? El año 1983 cosas que hoy juzgamos imprescindibles aún no se habían instaurado. Por ejemplo el falso documental; Zelig lo es, y deslumbra más que en su estreno. ¿Lo recuerdan los mayores de edad? ¿Lo han visto en la cinemateca o en repescas piratas los no nacidos entonces? Leonard Zelig es un hombrecito con el don de la ubicuidad y la metamorfosis: aparece en desfiles nazis detrás de Hitler, rodeado de estrellas mudas en Hollywood, a trompazos con Pio XI en el balcón vaticano, al tiempo que engorda cuando ve a dos obesos, sus rasgos se achinan si está con chinos, su piel negrea entre los jazzmen negros, tocando igual que ellos.

Le llaman el Hombre Camaleón, y sus prodigios, unidos al merchandising reptil, le dan riqueza y fama. Scott Fitzgerald escribe sobre él en 1928, cuando el personaje está en lo más alto, pero su notoriedad perdura y se comenta con escepticismo muchos años después. Son deliciosas las falsas entrevistas a los auténticos Susan Sontag y Saul Bellow (este con una camisa imperdonable) hablando en serio del farsante interpretado por el cineasta; Allen les escribe a los dos escritores lo que ellos sin duda dirían, de haber sido todo verdad. Otro morbo más es que la psiquiatra que descubre y se enamora del Camaleón sea Mia Farrow; hablan ambos de Freud con desenvoltura, y Zelig se define como un "psicótico total". Ejerce oficios que desconoce (pintor de brocha gorda, sacamuelas) y también resulta polígamo y padre de unos cuantos niños llorosos. ¿Un infeliz, un monstruo, un aprovechado?

Enigmático el happy end, basado en lo que nunca escribió Scott Fitzgerald: "No fue la aprobación de muchos sino el amor de una mujer lo que le hizo cambiar".

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25 de junio de 2020
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Quiero ser negra como tú

La infancia es un mapa que se cuela en nuestros bolsillos adultos, arrugado y ­borroso pero aún fiable. Porque nuestro paulatino descubrimiento del mundo va cartografiando un trazado que nos acompañará toda la vida, aunque de niños ignoremos cómo nos marcará.

Se llamaba Doudou y era senegalés. Llegó a casa un mediodía, con mi padre, que ufano y cariñoso nos los presentó como un ayudante para echar una mano en la granja. Contó que llevaba días observándolo solo en un rincón del bar, y no creo que fueran su silencio ni su falta de techo, sino su mirada limpia, lo que le acercó a él. Fue el primer negro que conocimos, y de él, solo nos sorprendieron las palmas descoloridas de sus manos. En aquella España de Machín, Pepe Legrá y Basilio, la de los Reyes Baltasar embetunados, representaban un exotismo lejano que no entraba en el comedor de casa. Entonces la inmigración era residual, prevalecían otras castas. En aquellos años setenta, y todavía en los ochenta, el trabajo en la recolección de cosechas era realizado por gitanos que acampaban en la plaza con sus caravanas y nos producían una mezcla de miedo y atracción. Su estigma parecía inamovible, pero lucharon -siguen haciéndolo-, y sus manos callosas fueron relevadas por las de los subsaharianos. El racismo es una enfermedad crónica que se extiende de norte a sur e infecta a comunidades dentro de otras, aunque compartan color de piel y lengua.

Tras el asesinato de George Floyd, la fuerza del movimiento "Black lives matter" ha obligado a reflexionar globalmente acerca de la importancia de ser antirracistas activos; y todos nos hemos escudriñado con lupa. La identidad europea sigue siendo refractaria a la integración y la mezcla, aquejada de una "blanquitud defensiva", como denomina Stephen Small, sociólogo y profesor de Estudios Afroamericanos en Berkeley, a la imposibilidad -no solo de los negros, también de los árabes e incluso los latinos- de abandonar los márgenes que con superioridad les concedemos.

Le pregunto a mi amiga Bárbara Valdez, de origen dominicano, 15 años ya en España, si alguna vez ha sentido racismo por su color de piel. "Nunca. Siempre he sido bien acogida, aunque ahora a mi niña a veces la llaman negra en el colegio. Pero yo le digo que nosotras no somos rubias, que somos negras, y que no faltan a la verdad". Es más, Bárbara acaba por darle la vuelta a mi pregunta, tal es su poder: "Lo que sí recuerdo es que tu hija, de pequeña, a menudo me cogía la mano en el ascensor y llorando me decía: quiero ser negra como tú".

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24 de junio de 2020
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