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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Seducción del mal

Rafael Argullol: En nuestro horizonte de incertidumbre, de amenaza, se teme la aparición de un nuevo totalitarismo, que tendría un aspecto completamente distinto al de comienzos del siglo XX pero un totalitarismo que usando la incertidumbre y la amenaza de nuevo es el enemigo radical de la libertad.
Delfín Agudelo: Ante el peligro de un totalitarismo con la amenaza- y aquí también entra un tema muy recurrente en nuestras conversaciones como lo es 1984 de Orwell-, hay algo que me llama la atención que es la eterna seducción del mal, y no me refiero a la que te seduce por hacer el mal, sino a interesarte por mal. No creo que alguien al ver la película pretenda traer ese mal, pero sí se siente íntimamente ligado y atraído por ese mal, seducido por ese mal. ¿Será que nos interesa más la bondad que la maldad? Si podemos hablar de la condición humana actual, encontraríamos mayor interés?
R.A.: Lo que tienen en común la mayoría de estas obras, por ejemplo Good o The Reader, es la preocupación de porqué un individuo, un hombre, si no bondadoso al menos no malvado, se va sumergiendo en los engranajes del mal. Creo que el mal en sí mismo no crea fascinación; si pudiera existir este tipo de hombre, un hombre quitaesencialmente y químicamente malo, no crearía ninguna fascinación, porque probablemente al hombre químicamente malo es completamente trivial. Lo que crea no sé si fascinación pero por lo menos una honda preocupación es ver cómo en determinadas circunstancias históricas y colectivas, el mal va ganando terreno a través de un chantaje progresivo, primero en personas quizá algo acobardadas, y finalmente incluso personas bondadosas. De manera que va abrazando a gente que evidentemente en su propia individualidad no habría que considerar malvados, pero que acaban jugando una función maligna.
El caso de Good es muy interesante porque lleva a colación una cuestión contemporánea. El protagonista es un hombre que en el pasado ha escrito una novela o una obra de ficción sobre lo que ahora llamaríamos la eutanasia, es decir, cómo ayudar a morir o a acabar con el dolor por humanitarismo. Ese mismo hombre, profesor de universidad, al cabo de unos años cuando ya el nazismo es llevado al poder, es citado por los jerarcas nazis, se le propone que haga un ensayo sobre el tema porque el propio nazismo quiere aplicar un nuevo humanitarismo, que es cómo acabar con la humanidad débil, dolorosa y minusválida. Este hombre que ha escrito con la mejor de las intenciones esa novela se ve implicado en todo un mecanismo que le llevará a justificar, sin que él lo sepa, los campos de concentración. Cuando él ve por vez primera en qué consiste un campo de concentración, queda desesperado sobre su propia complicidad con los engranajes. Pero en ese caso- y de ahí imagino el título de la película- es cómo el bueno puede participar en los mecanismos de la maldad, y eso es lo que verdaderamente nos seduce, fascina o preocupa, incluso en el terreno de lo político y de lo religioso. La presencia de los bárbaros en nuestro mundo generalmente se hace a través de la reivindicación de la suprema bondad de lo divino, de la suprema bondad de lo religioso. El fanatismo casi siempre es un fanatismo que se presenta como fanatismo del bien, no del mal, pero cómo a través del bien se puede llegar al mal.



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8 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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DE LA DOLCE VITA A LA VIDA GOLFA

 

 

 

 

Hubo un tiempo en el que la "dolce vita"  descansaba en las islas del Golfo de Nápoles. Villas, hoteles, mansiones servían de refugio para que Visconti terminara sus guiones o  para que Patricia Highsmith pudiera escribir sobre la vida a pleno sol de atractivos y amorales seductores. Tom Ripley, con su elegante ambigüedad,  un tipo capaz de caer bien aunque estuviera metido en juegos sucios o asesinatos. Intento imaginar a Ripley, en ésta renovada vida golfa/ hortera a la italiana., mirarlo como uno de los invitados a una orgía estilo Berlusconi y me parece tan difícil como  confundir a Alain Delon con Gómez Bur. Los ricos y sus vidas,  inmoralidades, engaños, creencias o fiestas tenían su estilo, sus  escritores, sus cineastas, sus críticos, sus revistas y sus parodias.

De ese lado del mediterráneo, de esa Europa del sur que había ganado la al fascismo, venía una vitalidad capaz de exportar estrellas, mitos, cocina, canciones y cine. Era una reserva exclusiva de la buena vida. Highsmith, que vivió en Capri, que sigue siendo lectura necesaria si queremos entendernos aunque no nos gustemos, no fue complaciente, ni suave como un vino de Ischia, pero  supo contar a los seres humanos de su tiempo "como si una araña escribiera acerca de las moscas". Han pasado cincuenta años, hemos estado en los escenarios dónde los vividores de la "dolce vita" descansaban de no hacer nada y los mafiosos disimulaban sus armas y debemos reconocer que ni las películas ni la vida son la que fueron. Sin nostalgia, incluso con alabanza de paisajes, lugares y gentes de ahora, desde la Italia de Berlusconi debemos reconocer que todo es mucho más zafio. Todo mucho menos "dolce vita" aunque aquí sigan los golfos, sus vidas y sus milagros. Creo que hasta las moscas  tenían mejor estilo. O comían mierdas más cultas.

Hace unas noches, en  una isla del Golfo de Nápoles tuvimos que soportar la música hortera que unos seguidores de Berlusconi en campaña de elecciones europeas y en compañía de un grupo de católicos gritones seguidores del "kikoargüellismo". Una serenata que no se merecía nuestra cena, ni Europa, ni la música, ni el pasado, ni el futuro. Tropa de italianos, de europeos, poco dulces que  quizá no sepan que votar a Berlusconi es prohibir a Saramago. No confundir la vida golfa con la "dolce vita". Ni la calle de la Ballesta con Vía Veneto. Nuestra golfemia, sin  Fellini, no se salvaba ni aunque el pianista de un burdel de Ballesta se llamara Manuel Alejandro.

Terminamos en Nápoles, ciudad "monárquica y anárquica", española. Con fe en San Genaro y en Maradona. En compañía de un libro de Erri de Luca, el mejor de sus escritores, capaz de hacer un lugar para la felicidad de un oscuro patio de vecinos. Nocturnos y paseantes en compañía de los peligros y la libertad. "De noche, la ciudad es un país civilizado"  

 

 



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8 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El planeta de los simios (1968)

Uno no debería volver nunca a los amores de la adolescencia temprana. Vi esta película a los once años y quedé deslumbrado. La escena final era tan espectacular como convincente. Hace poco pensé que mi hijo Gabriel podría disfrutarla y la alquilé. Charlton Heston es un héroe muuuy masculino en su papel de Taylor, el astronauta que aterriza junto a dos compañeros en un planeta dominado por los simios, supuestamente a años luz de la tierra. La acción arranca bien, pero luego se detiene en una larga serie de juicios de los simios contra Taylor, en los que el tema predecible parecería ser "no hagas a las otras especies lo que no quieres que le hagan a la tuya". Gabriel se aburrió y yo también, aunque el final me volvió a sorprender. Gabriel me pidió ver la serie completa, y entendí porqué esta película no estaba entre las mejores de todos los tiempos pero igual había influido tanto en la cultura (hay parodias en Los Simpsons, Futurama, Madagascar...)



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8 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El chico que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina

Vaya esto para decirles a Gemafobia, Cristinaese y a quien firmó comentarios con una lacónica ‘A’, que he terminado de leer (devorado, más bien) La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, de Stieg Larsson, y que la he pasado muy pero muy bien. La novela retoma los personajes centrales de la primera entrega de la trilogía Millennium, la cada vez más fascinante Lisbeth Salander y el periodista Mikael Blomkvist (de cuya integridad Larsson mismo se mofa, llegando a  hacer que Lisbeth lo llame ‘Kalle Blomkvist de la mierda’), profundizando en sus personalidades y sus historias personales al tiempo que se mete con otra de las zonas oscuras de nuestras sociedades –en este caso, la trata de blancas.
    Como es obvio disiento con Nod, para quien al menos la novela inicial, Los hombres que no amaban a las mujeres, ‘no es más que un best seller del montón’. Y mi discrepancia se funda en varias razones.
    En primer lugar, ambas novelas (la tercera no ha sido editada aun en español) tienen una trama impecable; la segunda está al borde del tour de force, sosteniendo la tensión a pesar de que sus personajes principales pasan virtualmente todo el relato sin encontrarse. Alguien dirá que las tramas son lo que los best sellers suelen hacer mejor. Pero convengamos que en la última década el nivel general de las novelas populares dista mucho de lo que fue en, por ejemplo, la época de William Peter Blatty, Peter Benchley, Irving Wallace y el mejor Stephen King. Al lado de lo que hoy ocupa el Top Ten de las listas, El exorcista, Tiburón, La palabra y Carrie están en condiciones de aspirar al Pulitzer.
    En segundo lugar Larsson no escribe con los pies, lo cual lo diferencia de Dan Brown y de tantos otros autores del momento con los que preferiría no meterme. No diré que es inspirado, pero sí que es efectivísimo. Debe haber sido un muy buen periodista, porque sabe dosificar la información y no se va nunca por las ramas.
    En tercer lugar, con Lisbeth Salander el malogrado Larsson ha creado un personaje inolvidable, más grande que las novelas mismas. ¿De cuántos best sellers se puede predicar lo mismo? (Y no me tires a Harry Potter por la cabeza, Nod, cuyo fenómeno excede cualquier análisis de la norma –sumado al hecho de que contó con miles de páginas para desarrollar un mundo y sus características.) Voy a ir todavía más lejos: ¿de cuántas novelas  ‘serias’ de los últimos años podemos decir que han creado personajes inolvidables –tridimensionales, complejos, contradictorios y aun así seductores?
    Y cuarto y (por ahora) final: Larsson aprovechó las formas de un género narrativo popular para meterse con algunas de las tantísimas lacras de nuestras sociedades. Dado que la mayoría de los best sellers se contentan con producir pura distracción, el hecho de que este hombre haya ambicionado lo mejor de ambos mundos (esto es, ser compulsivamente legible al tiempo que poner la lupa sobre ciertas llagas muy reales) es, para mí, un plus que cargo en la cuenta de su haber. Me saco el sombrero ante este hombre que, hasta el último instante de su vida, mantuvo viva la indignación que le inspiraban las injusticias que mucha gente, de puro acostumbramiento, considera ya normales.
    Finalmente, Nod: ¿cómo y por qué promocionaría una película que no he visto, y que no se ha estrenado ni tiene fecha para hacerlo en el país donde vivo? ¿Por qué, en todo caso, promocionaría una novela que ni siquiera pertenece a mi editorial? Quizás no se den cuenta, porque no hay nada más fácil que tirar un par de líneas, firmar con un alias y cliquear donde dice enviar. Pero algunas de los comentarios que envían son impropios, y a menudo hasta ofensivos. Decir que estoy promocionando algo equivale a sugerir que cobro por ello. De lo cual, en ese caso, debería haber constancia fáctica; porque en caso de que no la hubiere, quedaría yo habilitado para hacer una denuncia por difamación –pero claro, ¿cómo hacerla si no sé quién es Nod? (A no ser que consiga una Lisbeth Salander que rastree la dirección de mail original. Lo cual, ahora que lo pienso, no es nada imposible.)
    Estoy seguro de que esa no fue tu intención, Nod. Pero en este mundo tan corrupto, la honestidad ha sido una de las bases sobre las que intenté construir no sólo mi carrera, sino también mi rol como padre de familia. Mis hijas suelen leer este blog, que escribo a diario (hoy es domingo por la tarde: ¿qué estás haciendo tú a estas horas?) sin cobrar un peso por ello. ¿Qué se te ocurre que sienten cuando alguien desconocido pone en duda algo que para mí es tan esencial, sin prueba alguna (porque para tenerla tendrías que fabricarla) y por ende de manera irresponsable?
    Pueden disentir con todas mis ideas. Esa es parte de la gracia del asunto. Pero en ese caso tómense el trabajo de argumentar. Nada me interesa más que la posibilidad de sumar puntos de vista sobre los temas que se me ocurre tocar: ¿para qué sostendría este blog, si no alentase la posibilidad del intercambio? Pero hay demasiada gente cuya idea de la participación en este sitio pasa por la inhabilitación del otro, que a menudo llega al insulto. Esos comentarios no dicen nada nuevo sobre lo que yo planteo, pero –ay- dicen volúmenes sobre sus propios autores.
    Me pregunto por qué habrá tanta gente que mira con suspicacia un comentario positivo sobre algo (lo cual implica, esencialmente, compartir un placer o un descubrimiento), pero no sospecha nada raro cuando el mismo comentarista destroza a alguien. ¿Por qué serán legión los que se sienten más cómodos con la destrucción que con la construcción?
    Dicho lo cual vuelvo al punto. Para mí las dos novelas editadas del pobre Larsson (que murió antes de verlas en papel, lo cual torna su éxito algo amargo) no son best sellers del montón. Ojalá lo fuesen, en todo caso, si esa fuese una indicación del nivel de la media. ¡Pero no lo es!
    En un mundo ideal, todos los best sellers tendrían el nivel de los de Larsson.  



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8 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La cosa Berlusconi

Este artículo, con este mismo título, fue publicado ayer en el periódico español “El País”, que expresamente me lo había solicitado. Considerando que en este blog he hecho algunos comentarios acerca de las hazañas del primer ministro italiano, extraño sería no recoger aquí este texto. Otros habrá en el futuro, seguramente, dado que Berlusconi no renunciará a lo que es y a lo que hace. Yo tampoco. La cosa Berlusconi No veo qué otro nombre le podría dar. Una cosa peligrosamente parecida a un ser humano, una cosa que da fiestas, organiza orgías y manda en un país llamado Italia. Esta cosa, esta enfermedad, este virus amenaza con ser la causa de la muerte moral del país de Verdi si un vómito profundo no consigue arrancarlo de la conciencia de los italianos antes de que el veneno acabe corroyéndole las venas y destrozando el corazón de una de las más ricas culturas europeas. Los valores básicos de la convivencia humana son pisoteados todos los días por las patas viscosas de la cosa Berlusconi que, entre sus múltiples talentos, tiene una habilidad funambulesca para abusar de las palabras, pervirtiéndoles la intención y el sentido, como en el caso del Pueblo de la Libertad, que así se llama el partido con que asaltó el poder. Le llamé delincuente a esta cosa y no me arrepiento. Por razones de naturaleza semántica y social que otros podrán explicar mejor que yo, el término delincuente tiene en Italia una carga negativa mucho más fuerte que en cualquier otro idioma hablado en Europa. Para traducir de forma clara y contundente lo que pienso de la cosa Berlusconi utilizo el término en la acepción que la lengua de Dante le viene dando habitualmente, aunque sea más que dudoso que Dante lo haya usado alguna vez. Delincuencia, en mi portugués, significa, de acuerdo con los diccionarios y la práctica corriente de la comunicación, “acto de cometer delitos, desobedecer leyes o patrones morales”. La definición asienta en la cosa Berlusconi sin una arruga, sin una tirantez, hasta el punto de parecerse más a una segunda piel que la ropa que se pone encima. Desde hace años la cosa Berlusconi viene cometiendo delitos de variable aunque siempre demostrada gravedad. Para colmo, no es que desobedezca leyes, sino, peor todavía, las manda fabricar para salvaguarda de sus intereses públicos y privados, de político, empresario y acompañante de menores, y en cuanto a los patrones morales, ni merece la pena hablar, no hay quien no sepa en Italia y en el mundo que la cosa Berlusconi hace mucho tiempo que cayó en la más completa abyección. Éste es el primer ministro italiano, ésta es la cosa que el pueblo italiano dos veces ha elegido para que le sirva de modelo, éste es el camino de la ruina al que, por arrastramiento, están siendo llevados los valores de libertad y dignidad que impregnaron la música de Verdi y la acción política de Garibaldi, esos que hicieron de la Italia del siglo XIX, durante la lucha por la unificación, una guía espiritual de Europa y de los europeos. Es esto lo que la cosa Berlusconi quiere lanzar al cubo de la basura de la Historia. ¿Lo acabarán permitiendo los italianos?



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8 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Ejemplar Berlusconi

Hoy conoceremos ya toda la magnitud del naufragio. Naufragio de Europa y naufragio de la política que en ningún otro país como en Italia, patria de ambas, Europa y la política, alcanza unas dimensiones tan devastadoras. Reconozcámoslo de una vez: el dirigente que nos representa mejor y que mejor expresa el sucio lodazal en el que estamos chapoteando es Berlusconi, en crudo y desolador contraste con el momento soberbio que pasa Estados Unidos, país dirigido por un presidente brillante, inteligente, con un profundo sentido de la política y de la moral como es Barack Obama. En el desgobierno del gobierno italiano se concentran las peores políticas de Europa, en inmigración, en seguridad interior, en desaparición de la división de poderes, en clientelismo. Y en la exhibición del descaro de Berlusconi se exhibe la reivindicación de la política como vocación de los peores, los más inmorales, los mafiosos. Ambas pulsiones, la tendencia al populismo xenófobo y reaccionario y la corrupción de la participación en la vida pública, aunque tengan su epítome en Berlusconi, se encuentran por desgracia en grado más o menos grave en toda la Unión Europea.

Berlusconi sabe mucho de la transgresión de las fronteras entre lo privado y lo público. Es un auténtico contrabandista de los medios, pionero en la utilización de la intimidad de los famosos como mercancía televisiva. Pero también es un pionero de la ultramodernidad política, la que conduce a la directa utilización del Estado al servicio de sus intereses privados, hasta un punto jamás visto. Hasta su llegada a la política los poderosos preferían situar a sus peones en cabeza de los gobiernos con los peligros de despegue autónomo que esta jugada llevaba consigo. Berlusconi ha preferido ocupar directamente el poder sin mediaciones, controlar medios de comunicación públicos y privados, sujetar a la judicatura y a la policía, favorecer sus intereses y sus empresas desde el Consejo de Ministros y el parlamento, mezclarlo todo en un totum revolotum que sólo tiene una referencia: él mismo. Y lo ha hecho además, movido por una cuestión muy concreta: sin el poder político y sin una mayoría parlamentaria obediente hace años que estaría pudriéndose en la cárcel. Se han equivocado de medio a medio quienes creyeron que esta última versión de Berlusconi sería la de un magnate algo más apaciguado, pensando más en su inscripción en el futuro histórico que en sus pequeñas ambiciones. Ha sido este Berlusconi senil y obsceno quien ha querido hacer una exhibición de su poderío viril como un desafío faústico frente a sus conciudadanos y su familia. Toda esta historia digna de un imperio decadente se ha conocido porque Berlusconi no ha puesto empeño alguno en mantenerla discretamente en privado, aunque luego la ha utilizado eficazmente para atacar a la izquierda, a los medios e incluso a sus competidores como Rupert Murdoch. Este anciano emperador libidinoso pretendía que todos en Italia supieran de su fuerza y de su encanto con las muchachas más hermosas del país sin que nadie se atreviera a dejar constancia pública de su ridícula exhibición en los medios, en un gesto definitivo de reverencia e hipocresía monumentales de los súbditos hacia su decrépito y decadente emperador. Han sido los suyos, primero su ex esposa y luego sus medios de comunicación, quienes han exhibido sus relaciones con menores y han hecho las principales revelaciones. El presidente del Consejo no ha tenido rebozo alguno en exhibirse en cenas y actos de Estado como mínimo con una de estas jóvenes bellezas ni hacerle regalos valiosos en público. Ha utilizado ilegalmente medios de transporte del Estado, sobre todo aéreo, para sus fiestas, hasta el punto de triplicar el número de viajes en relación al anterior presidente del Consejo; y siguiendo su técnica de utilizar las leyes y el estado en beneficio propio ha hecho legislar a su mayoría para legalizar este uso abusivo de bienes del Estado para su esparcimiento privado. Por Vila Certosa ha pasado una buena parte de la clase política conservadora europea, acompañada de conseguidores y lobbistas de todo porte y catadura, españoles incluidos. Entre ellos se ha identificado al ex primer ministro checo, exhibiendo cual vulgar Ducruet su desnudez al lado de una mujer no identificada. ¿Hace falta realmenrte alguna explicación para situar toda la información acerca de este escándalo repugnante, fotografías incluidas, entre los materiales periodísticos más relevantes e interesantes de la reciente vida política europea? No hay que olvidar que Berlusconi es el mismo presidente del Consejo que obstaculiza la desconexión de Eluana y se manifiesta en línea con las posiciones más conservadoras del catolicismo respecto a las cuestiones bioéticas y al origen de la vida. Tampoco hay que olvidar que su formación política aportará probablemente el paquete de diputados más nutrido al grupo del Partido Popular Europeo que se constituirá en esta nueva legislatura en Estrasburgo y Bruselas, como directo descendiente de la democracia cristiana. Ni que fue José María Aznar quien le franqueó la puerta a su formación política a la vez que conseguía la expulsión del Partido Nacionalista Vasco por razones de todos conocidas. Respecto a las causas de este naufragio, una única reflexión conclusiva. Una cosa son las responsabilidades, otras distintas las causas y una muy distinta las culpas. Hay que ir con cuidado a la hora de achacar los males de Italia y de Europa a la izquierda, sobre todo para no coincidir con Berlusconi en declararla culpable de todos los males que sufrimos, incluyendo en ellos al propio Berlusconi. Si admitiéramos este argumento, la derecha más corrupta habría encontrado así a un culpable perfecto de sus corrupciones, porque su mera identificación como tal le serviría para exculparse de sus más negros pecados.



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7 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Medallistas de rojo

Existe entre nosotros un deporte que se practica frecuentemente, pero cuyas estadísticas e incidencias no se mencionan por ninguna parte. Se trata de la disciplina deportiva de entregar el carnet del Partido Comunista, para la que muchos de mis compatriotas se han estado preparando durante años. Lo más importante es entrenar los sentidos para encontrar el momento adecuado de pararse en la asamblea y decir ?Compañeros, por motivos de salud no puedo seguir asumiendo la tarea que ustedes me han asignado?. Hay quienes invocan a una madre enferma - que tendrán que cuidar- y otros anuncian su intención de jubilarse para ocuparse de los nietos. Pocos de los testimonios de quienes han terminado con su militancia, incluye la confesión honesta de haber dejado de creer en los preceptos y principios que impone el Partido. Conozco a  uno que encontró una novedosa forma para salirse de las reuniones, las votaciones unánimes, los llamados a la intransigencia y las frecuentes movilizaciones del PCC. Como un boxeador, ejercitado para soportar hasta que sonara la campana, se fue al que sería su último encuentro con el núcleo partidista del centro laboral. Sorprendió a todos por la novedad de su argumento, verdadero swing de izquierda que nadie esperaba. ?Cada día compro en mercado negro para alimentar a mi familia y eso no debe hacerlo un miembro del Partido Comunista. Como debo escoger entre poner algo en el plato de los míos o acatar la disciplina de esta organización, prefiero renunciar?. Todos en la mesa se miraron con incredulidad, ?Pero Ricardo, de qué estás hablando. Aquí la mayoría compra en mercado negro?. El ?golpe? que venía ensayando, dio por terminado el breve round: ?Ah? entonces me voy porque no quiero pertenecer a un partido de simuladores, que dicen una cosa y hacen otra?. El librito rojo, con su nombre y su apellido, se quedó sobre la mesa en la que nunca más volvió a sentarse. La medalla de campeón se la puso su propia mujer cuando llegó a casa. ?Al fin te libraste del Partido? le dijo ella, mientras le estampaba un beso y le alcanzaba la toalla.



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7 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El canon realista peruano

Ilustración: Vladimir Kush/mf Y ya que hablamos del canon literario, recomiendo mucho esta conversación que apareció en el úiltimo número de Hueso Húmero entre Gustavo Faverón y Peter Elmore justamente sobre el canon peruano y la valoración que se le da a la narrativa realista. El intercambio epistolar entre Elmore y Faverón surgió de un post en "Puente aéreo" respecto a la literatura peruana, y más específicamente a la idea de Gustavo de que "sería críticamente productivo dejar de tomar al realismo como la necesaria columna vertebral de la tradición narrativa peruana". El intercambio entre ambos críticos (y escritores, por cierto) ha sido también reproducido en un post reciente en "Puente aéreo". Como no vale la pena resumir tan interesante diálogo, solo voy a dejar aquí algunos párrafos significativos como aperitivo. Espero que puedan leer el post completo o el artículo en Hueso Húmero:(...) el ejercicio de ?dar un paso al costado? puede llevarlo a uno muy lejos. A ti, por ejemplo, te lleva a sugerir que habría ?una serie de constantes vertebradas con tanta solidez como la tradición realista?. Antes de discutir, valdría la pena repasar la nómina que ofreces, porque algunas inclusiones me parecen dudosas o, por lo menos, discutibles. (...) Francamente, no me basta la mención de sus nombres como prueba de lo que propones. ?La venganza del cóndor?, con sus pasajes macabros y su extraña aclimatación del gótico a los paisajes andinos, es un libro que explora ?algunos dirían, creo que con exageración, ?que explota?? el abismo entre el país criollo y la población andina. Si algo vincula a los cuentos más interesantes de ese libro es la conciencia ?la mala conciencia? del blanco que sabe que sus privilegios generan un resentimiento que puede sentirse elemental y bárbaro, pero que es comprensible y hasta legítimo. A Arguedas no le gustaba, como sabemos, la obra de García Calderón; sin embargo, desde otro lado ?es decir, con otra visión y otra experiencia del mundo? también Arguedas explora los desgarramientos de la sociedad y los efectos que esos desgarramientos tienen en la subjetividad y la ubicación de los personajes. [Peter Emore]¿Qué constantes unen a estos escritores? Lo que salta a la vista (y a la lectura) es la variedad que los distingue, a menos que uno le dé la vuelta a la idea de que forman una liga local de disidentes del realismo y, más bien, resalte que, por vías distintas, todos ponen a prueba los lugares comunes sobre la convivencia de clases, géneros, razas y culturas en el Perú republicano. En las ficciones de esos escritores (sin negar, por supuesto, las diferencias enormes de sensibilidad, concepción artística y estilo que los separan) el país no solo provee escenarios, sino que aparece ?tácita o abiertamente? como problema y como posibilidad. No quiero decir, por si acaso, que esa dimensión sea la única ni, en todos los casos, la central. Me limito a decir que si uno la sustrae, termina por empobrecer y recortar la lectura. [Peter Elmore]Tengo la impresión de que, cuando hablamos de ?realismo? podemos estar refiriéndonos a cosas distintas. Cotidianamente, asumimos el realismo como la intencionalidad de representar el mundo a través de la obra de arte o de la obra literaria, hurgando en la trama histórica, social, cultural, acaso política, que subyace a las relaciones cotidianas dentro de una cierta comunidad, el mundo representado. En un sentido más estricto, claro, una definición de ese tipo resulta imprecisa por laxa y por excesivamente inclusiva: no queremos asumir que es realista toda novela que intenta lidiar con una estructura social o cultural, sino que lo es la novela que quiere representar ese objeto de una manera determinada. Tampoco queremos suponer que solo desde la clave realista se puede hablar sobre esa trama social, porque la falsedad de esa premisa es cristalina a lo largo de la historia. Asumir como realista toda narración que, como las de García Calderón ?y siguiendo tus palabras?, haya sido ?una aclimatación del gótico a los paisajes andinos?, o tomar como tal la ?fantasmagoría pintoresca? de Martín Adán en La casa de cartón, o colocar en esa misma clase al realismo mágico que ?como observas? frecuentó Scorza, resulta, pienso, en un relajamiento de cualquier noción productiva de realismo, un relajamiento que, en efecto, permitiría asumir a la sensibilidad gótica, a la mirada fantasmagórica e incluso al realismo mágico como simples avatares del realismo, y no como estéticas y modos de representación fundamentalmente distintos. [Gustavo Faverón]Mi punto es que no es necesario, para verificar mi propuesta, que esas obras cuestionen ?la razón occidental y moderna?. Es bastante con que hagan lo más visible: cuestionan el modo de representación realista, quizá desechándolo en beneficio de otro que ?trampas en que cae el subalterno, o el subalternista? también provienen de esa misma razón, pero que abren una exploración hacia otros rumbos. En otras palabras, incluso si no hay un cuestionamiento de ?la razón occidental y moderna?, en esos autores, sí hay una duda fundamental: una sospecha sobre la mentirosa transparencia del signo realista, un afán de distanciar la realidad de la forma en que la realidad es dicha. Allí donde el realista ?para decirlo en términos gruesos? tiende a borrar el hiato entre el mundo y su representación, y conduce al lector a la creencia de que la representación y el mundo son idénticos ?el realismo elide el estatus del signo como signo, decía Barthes?, autores como Scorza y, creo yo, básicamente, los que mencioné en mi post original, no sólo aceptan convivir con la duda de esa identidad, sino que prefieren señalarla, llamando la atención sobre la artificialidad de sus discursos. [Gustavo Faverón]Para Lukács, el realismo clásico se sostiene en el impulso de comprender las relaciones personales al interior de una totalidad que no es metafísica, sino histórica y concreta. Auerbach, por otro lado, pensaba que lo que distingue a la gran tradición realista del siglo XIX son dos rasgos: el primero, la capacidad de tomar en serio ?es decir, de no tratar solamente de manera cómica? la existencia de las capas populares; el otro, la convicción de que la trama de lo cotidiano y actual es la materia que informa la creación artística. No deja de ser irónico que en el siglo XIX, el gran siglo del realismo, nuestro narrador más importante haya sido Ricardo Palma, que en las Tradiciones sobreentiende que la vida contemporánea no le sirve para escribir y que, además, parece persuadido de que toda historia y todo personaje tienen que ser vistos a través del lente de un humor liviano y burlón. En Respiración artificial, de Piglia, Renzi dice ?argumentando ingeniosamente? que para él Borges es el mejor escritor argentino del siglo XIX. Sin la argumentación ingeniosa, pero con malicia, hubo quienes dijeron que Ribeyro era el mejor escritor peruano del siglo XIX. En un sentido que no tiene que ver con los hábitos sintácticos, sino con las premisas de la representación, uno podría decir ?exagerando, claro? que los otros grandes escritores del siglo XX peruano también serían candidatos de fuerza a ese título. Acaso sea sintomático que el epígrafe de Conversación en La Catedral (?la novela es la historia privada de las naciones?) no sólo sea de Balzac, sino que esté tan bien puesto. [Peter Elmore]Cuando digo que el ejercicio de revisar la posición crucial del realismo en la construcción de nuestro canon puede dar frutos interesantes, me refiero a eso: que el proceso del canon peruano ?lo que muy elocuentemente llamas ?resta crítica?? se ha hecho siempre, invariablemente, desde una hermenéutica realista, es decir, una que consuetudinariamente ha buscado canonizar los libros que parecen ofrecer algo de interés no a la tradición de la narrativa peruana, sino a la tradición de la lectura documental del realismo social peruano. Nada más engañoso que seleccionar a partir de esa premisa para luego concluir que en el Perú lo realista ha sido siempre lo crucial. Citas a Auerbach y a Lukács y entonces es oportuno recordar que el interés de Auerbach no era fundamentalmente caracterizar el realismo tal como éste se había formulado y reformulado a lo largo del siglo diecinueve (el realismo que más interesa a Lukács), sino descubrir los avatares del realismo en tres mil años de literatura: el realismo de Auerbach no es, estrictamente hablando, el que busca comprender la posición del sujeto social, individual o colectivo, en el mundo de los estados nacionales (ése sería el realismo que más a la mano tenemos nosotros, el primero en que pensamos cuando hablamos de realismo), sino la evolución de la mímesis desde la consideraciones de Platón sobre ella hasta las formas que toma en el primer tercio del siglo veinte [Gustavo Faverón]Si tuviera que resumir mi posición en esta conversación hasta aquí, lo haría de la siguiente manera: para pedir una revisión de la idea de que el realismo es la espina dorsal de nuestra tradición narrativa, no es necesario desconocer la preocupación mayoritaria de los narradores peruanos por hacer de las tramas sociales, culturales y políticas del Perú, y de la forma en que los sujetos se insertan en esas tramas, un objeto central de sus obras. Esto último se debe aceptar sin desmedro de preguntarse por qué con tanta frecuencia autores como Arguedas, Scorza, Rivera Martínez, Colchado Lucio, Rosas Paravicino, Prochazka, Alarcón, Adolph, Reynoso, etc., se sienten inclinados a buscar las claves y los modos de representación fuera de los linderos del realismo. Mi propia impresión es que no se trata de una simple disidencia, o una serie de disidencias, ni tampoco de un fenómeno distinto en cada caso, sino de una tendencia que se va reforzando desde hace décadas y que tiene que ver con el agotamiento del proyecto creativo realista, históricamente asociado entre nosotros con el proceso de construcción de lo nacional. Lo que perdura ahora, lo que insiste en tomar el centro del escenario, es el viejo modelo de lectura realista, y de sus variantes documentales y antropológicas, incluso cuando el corpus de nuestra narrativa empieza a quedar cada vez más lejos de ser interpretable en esos términos. [Gustavo Faverón]Agua y Yawar Fiesta son libros escritos desde (y en tensión con) la estética del realismo. Lo mismo puede decirse de Conversación en La Catedral y La casa verde, así como de La violencia del tiempo y País de Jauja. Incluso novelas que, como El cuerpo de Giulia-no, no se someten al régimen de verosimilitud del realismo, sí participan de algo que está en el centro de la poética realista: la convicción de que la experiencia personal se entiende dentro de un haz de relaciones de clase, género, generación y etnicidad que se hallan históricamente determinadas y que, en el caso nuestro, se expresan como una relación agónica y paradójica con la sociedad peruana. Es por eso, pienso, que la novela de aprendizaje es el género más poblado y más significativo en la literatura peruana moderna. En otra línea, acaso sea también sintomático que dos de los lectores más alertas de la ficción narrativa y el imaginario peruanos ?Jorge Basadre y Alberto Flores Galindo? fueran historiadores. [Peter Elmore](...) tengo la impresión no sólo de que las novelas peruanas tienen, como dije, sistemáticamente, menos probabilidades de canonización mientras más se alejen de la poética realista, sino que algunas veces les basta incluso con alejarse de los escenarios peruanos para ser consideradas secundarias en general o secundarias con respecto al resto de la obra de sus autores: Babel, el paraíso de Gutiérrez y Los eunucos inmortales de Reynoso son dos buenos ejemplos, pero también resulta sintomático que La vida exagerada de Martín Romaña esté tan detrás de Un mundo para Julius en la imaginación de quienes piensan nuestro canon, o que La casa verde y Conversación en La Catedral sean repetidas piedras de toque de esta discusión en la que no se ha hablado de La guerra del fin del mundo ?en cuya memorable última línea, por otra parte, pareciera deslizarse la primera duda del realismo en toda la obra de Vargas Llosa. Creo que todo eso también tiene que ver con esa tácita exigencia crítica según la cual, si espera reclamar el centro del escenario, una novela peruana debe decir algo muy explícitamente acerca del Perú). Creo que hace falta un cambio radical en la percepción de la crítica, uno que, por ejemplo, permita que las obras narrativas de Carlos Calderón Fajardo, José B. Adolph, Mirko Lauer, Iván Thays, Enrique Prochazka o Augusto Higa (para no hablar de los más jóvenes, como Luis Hernán Castañeda o Daniel Alarcón: tiempo al tiempo), y un largo etcétera, puedan ser percibidas con cierta sistematicidad, y no como una inundación de idiosincrasias, una suma de excepciones que, curiosamente, sobre todo en las últimas dos décadas, empieza a parecer más numerosa que el conjunto de obras que la lectura realista logra barajar. [Gustavo Faverón]Esta conversación surgió de una convicción (¿o es una intuición?) tuya: la de que el realismo no es en rigor ?la matriz nuclear de nuestra tradición narrativa?. En el último párrafo de tu mensaje anterior mencionas a varios escritores en actividad ?uno podría añadir, con justicia, a Iwasaki y Rivera Martínez? y dices que sus obras no son ?una suma de excepciones?, lo cual supone que las ves dentro de una corriente que fluye en el mismo sentido. ¿Cuál es ese sentido? Tú te abstienes de precisar en qué podría radicar la ?sistematicidad? de la lectura de ese conjunto de libros. Uno podría deducir que tienen en común su alejamiento del realismo, pero me imagino que algún otro criterio usarás tú. ¿Cómo podría ser esa la clave, si piensas que el realismo no marca a nuestra tradición literaria? [Peter Elmore]Si hablamos de la literatura peruana actual, ¿valdría la pena negar la vena realista en, por ejemplo, Miguel Gutiérrez, Oswaldo Reynoso, Alonso Cueto, Fernando Ampuero, Abelardo Sánchez León o Jorge Eduardo Benavides? Sería, creo, un error y un desperdicio. Dicho esto, paso a apuntar que para mí lo más interesante en el campo de la narrativa peruana de las dos últimas décadas es que ya la vertiente realista (y, con ella, la demanda ética de dar cuenta siempre de la realidad peruana) no domina hasta el punto de ejercer una especie de presión disuasiva sobre los escritores peruanos: ahora es una de las posiciones en un espectro de obras (y éste es el otro fenómeno que me parece importante) escritas por autores de varias generaciones. Entre otros, Mario Bellatin tuvo un papel importante en ese proceso (y, de hecho, es significativo que importe poco que sea mexicano y peruano, como tampoco pesa gran cosa que Alarcón escriba en inglés). Por cierto, no creo que prevalezca la ?tácita exigencia crítica según la cual, si espera reclamar el centro del escenario, una novela peruana debe decir algo muy explícitamente acerca del Perú?. (...) ¿Quiénes son, entonces, los autores de esos artículos y libros que sí tienen ?un emplazamiento preponderante en nuestra crítica?? No me parece que me cegara el optimismo cuando escribí que El sol de Lima es un libro clave en nuestra tradición, y tampoco creo que sea triunfalista no compartir la sensación de que ?la forma de lectura predominante en el Perú muchas veces violenta las ficciones para buscar en ellas poco menos que representaciones documentales de nuestra realidad social, incluso cuando ese espíritu no habita en ellas?. El panorama es más plural y más complejo. Es, también, más polémico. [Peter Elmore]Por supuesto, yo no he dicho que el realismo no marque la tradición narrativa peruana, sino que sería críticamente productivo dejar de percibir al realismo como la espina dorsal de esa tradición. De hecho, he señalado que la ideología que subyace al realismo (el historicismo, ciertas formas de materialismo, la mirada antropológica, la concepción del individuo como ser eminentemente social) marca en mayor o menor grado toda tradición narrativa de la modernidad, en especial desde el siglo diecinueve. Ahora bien, afirmar que la abundancia de autores peruanos que elaboran su obra al margen del realismo demuestra que el realismo es en virtud de esa negación la espina dorsal de nuestra narrativa me parece un argumento difícil de defender. Incluso si tu idea es afirmar que quienes no son realistas son meros disidentes inevitablemente marcados por aquello que rechazan, esa seguiría siendo una manera tendenciosa de enfrentar el tema: acusar al contrarreformista de reformista, al romántico de barroco. (...) Veo la narrativa peruana reciente como nucleada en torno a dos centros diferentes, dos centros principales. Primero, están quienes toman como objetivo central de su obra la comprensión de las realidades sociales y culturales andinas no atendiendo a la poética realista ni inscribiéndose en el realismo como discurso representacional, sino, más bien, inclinándose por la incorporación de discursos míticos, un tanto sobre la huella de Manuel Scorza ?más que sobre la novelística de Arguedas, como bien señalaste tú al principio de esta discusión?. (...) Luego, está la numerosa y cada vez más predominante secuela de la narrativa urbana que no ingresa en el círculo del realismo como poética, ni como paradigma representacional, ni como herramienta de conocimiento, y que se encamina, más bien, a la construcción de universos paralelos, enrarecidos, edificados a través de discursos a veces paranoides, a veces esquizoides, que no intentan comprender la ciudad como el producto necesario de un devenir histórico, sino reconstruirla sincrónicamente como un laberinto delirante y en gran medida incógnito, o incluso incognoscible (...) [Gustavo Faverón]Diez Canseco, Eielson, Martín Adán, Calderón Fajardo, Bellatin, Lauer, el Reynoso de las últimas novelas breves (que, en efecto, están escritas al margen de la intención realista), Prochazka, Thays, Alarcón, Castañeda: sobre pocos de ellos se podrá decir que han olvidado la preocupación de entender las redes que unen al sujeto con su coyuntura social y el devenir, pero lo que los vincula unos a otros no es ni la escritura realista (que no comparten) ni el designio racionalista moderno (que la mayor parte de ellos deja de lado): los enlazan, más bien, la intuición del mundo (a veces el urbano, a veces el íntimo, el interior) como patología, delirio, máscara impenetrable o desvarío; los unen la tendencia a la irrealidad y la licencia de construir universos narrativos a través de discursos no representacionales. No veo la necesidad de entender sus obras como destilaciones laterales o subproductos del realismo; de hecho, pienso que un vicio no suficientemente discutido del oficio crítico en nuestro tiempo es el de suponer, aunque no siempre explícitamente, sí implícitamente, que el realismo es by default una suerte de grado cero de la narrativa, a partir del cual toda otra poética contemporánea se debe explicar como una recusación o una construcción levantada en tensión con esa otra, que sería siempre la viga mayor. Pero, como dices, esto es una intuición y, como tal, es debatible y acaso desmontable. [Gustavo Faverón]



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5 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sesión XXXIX

Esta semana hemos visto el esfuerzo de muchos para encontrar el adjetivo preciso y huir así de los lugares comunes y de las frases desprolijas que, en buena cuenta, terminan por afear un texto y sofocar las mejores ideas. Y es que un buen cuento requiere por parte del escritor un esmero cuya piedra angular no está en el argumento, como habitual y erróneamente se dice: está en el lenguaje, en la brillantez expositiva de éste, en su capacidad para levantar ante los ojos del lector la hermosa y contundente arquitectura de la ficción.  De allí que el desarrollo de un escenario resulte tan importante, pues es donde nuestros personajes se van a mover. Muchos de los cuentos enviados han desarrollado estupendos escenarios, otros quizá han sido más bien parcos a la hora de describirlos, otros más algo apresurados e incluso, como podrán observar, algunos han evidenciado un exceso de adjetivos,  cosa que termina por debilitar la potencia de la descripción. Veamos los cuentos seleccionados (No "nominados", por favor) y veamos también los demás cuentos, pues les aseguramos que muchos merecen cuidadosa atención.  Por cierto: ¿Quieren leer a un estupendo escritor que maneja el lenguaje con inmejorable precisión? Pues consigan "Violeta en el cielo con diamantes" (Alfaguara) de Fernando Royuela. Canela fina.

 

 



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5 de junio de 2009
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Paterno filial (Sueño relatado 7)

No tengo ya padres ni he tenido hijos, pero a menudo sueño con ellos, los muertos y los que nunca nacieron.]

Unos niños muy pequeños andaban por el mundo, por parejas, siendo probados por la gente, por padres deseosos de tener hijos. Yo mismo me interesaba en la operación, que no parecía humanitaria sino espontánea: una iniciativa de los propios niños. Así que acudía al lugar señalado, un circo o una clínica, no se distinguía en el sueño, y lo que veía eran dos formas negras gruesas, embutidas en tambores o pañales de piel dura; dos bultos enormes de los que sobresalían las cabecitas -no exactamente infantiles, ni casi humanas- de los pequeños. Me quedaba con uno de ellos, sin necesidad de pasar por los trámites de la adopción. Y decía en el sueño, aunque creo que no en voz alta (pues no sufro de sonambulismo, ni nadie me ha dicho que hable dormido): "Mi hijo". Esa voz interior, mía, me despertaba.

Un día después he soñado lo siguiente. Papá se encontraba muy enfermo, hospitalizado en una espaciosa habitación individual. Estábamos a la espera de un desenlace fatal, y de hecho una vez que entrábamos en el cuarto sus tres hijos y le veíamos volcado sobre las sábanas, yo creía que acababa de morir. Pero mamá, también presente en la habitación, sabía que no; sólo estaba desvanecido. Papá no se parecía a papá: el enfermo era un hombre exageradamente musculoso y con el pelo muy largo, una versión anciana de Mickey Rourke en ‘El luchador'. En otra de las esperas hospitalarias, alguien le decía a mamá que papá se había hecho caca encima, pero al entrar ella y yo en el cuarto, con algún personal sanitario, la estancia olía muy bien, y papá, ahora sin tantos músculos en su cuerpo decrépito, estaba limpio y despejado, casi jovial en su gravedad.

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5 de junio de 2009
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El Boomeran(g)
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