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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mi vida loca

Hace algunos días Carmen se preguntaba cómo hacía yo para leer tantos libros y ver tantas series y películas mientras escribía ficción y guiones y este blog, al tiempo que disfrutaba de mi familia. Lo cual fue muy gracioso, porque pocos días atrás yo había pataleado metafóricamente, quejándome porque –a mi entender- el que leía como loco al tiempo que veía series y películas y escuchaba música e iba a conciertos además de escribir novelas, artículos y prólogos y por supuesto atender a su familia, era Rodrigo Fresán. ¡Como ves, Carmen, todo es relativo!
    En lo que a mí respecta, diría que no duermo en exceso y que he desarrollado una suerte de micromanaging de mi tiempo. Leo mientras la computadora se enciende, y leo mientras espero que se caliente el agua del café, y leo en el ascensor, y leo en la cola del banco, y leo en el taxi aun cuando la calle está oscura, y algunas veces hasta leo mientras camino por la calle. Lo cual, visto desde afuera, debe aproximarme a la imagen del científico loco. Si le quitamos la parte de la ciencia, la imagen no está tan errada.
    La verdad es que hago esas cosas y otras igual de ridículas (no me llevo la computadora al baño para ver series tan sólo porque ya he agarrado un libro) porque conservo la avidez por las historias que se me despertó cuando niño. La curiosidad y el entusiasmo, lejos de haberse moderado, aumentaron con los años. Por fortuna el mundo sigue proveyéndome historias a manos llenas, a mayor velocidad de la que puedo metabolizar. El sábado pasado le decía a una de mis hijas que si la vida me concedía una vejez, y además una vejez relativamente sana, me zamparía de a cuatro películas por día –o cuatro libros por semana.
    “Pero papá, ¡si de todos modos ves películas y leés!”, protestó Milena.
    Claro que sí. Pero en ese hipotético momento ya no tendría más responsabilidades que la de satisfacer mi apetito de lector-espectador. ¡Como cuando era niño!
    Me gusta mucho mi vida. Lo pensaba anoche, cuando el televisor emitía la música de Amelie y Flavia y yo luchábamos para que Bruno no se tirase de cabeza desde el sillón, imbuido por esa certeza de invulnerabilidad que es tan propia de los bebés. Pensé: soy muy feliz.
    Estamos tan acostumbrados a expresar lo malo que nos ocurre o aqueja, que dar cuenta de la felicidad nos suena raro.      

 



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9 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Paradoja

Otras veces me he preguntado dónde está la izquierda, y hoy tengo la respuesta: por ahí, humillada, contando los míseros votos recogidos y buscando explicaciones al hecho de ser tan pocos. Lo que llegó a ser, en el pasado, una de las mayores esperanzas de la humanidad, capaz de movilizar voluntades simplemente apelando a lo que de mejor caracteriza la especie humana, y que creó, con el paso del tiempo, los cambios sociales y los errores propios, sus propias perversiones internas, cada día más lejos de las promesas primeras, asemejándose más y más a los adversarios y a los enemigos, como si esa fuese la única manera de hacerse aceptar, acabó cayendo en meras simulaciones, en las que conceptos de otras épocas fueron utilizados para justificar actos que esos mismos conceptos habían combatido. Al deslizarse progresivamente hacia el centro, movimiento proclamado por sus promotores como demostración de una genialidad táctica y de una modernidad imparable, la izquierda parece no haber comprendido que se estaba aproximando a la derecha. Si, pese a todo, fuera todavía capaz de aprender una lección, ésta que acaba de recibir viendo a la derecha pasarle por delante en toda Europa, tendrá que interrogarse acerca de las causas profundas del distanciamiento indiferente de sus fuentes naturales de influencia, los pobres, los necesitados, y también los soñadores, que siguen confiando en lo que resta de sus propuestas. No es posible votar a la izquierda si la izquierda ha dejado de existir. Curiosamente, y esta es la paradoja, el político al que el título de este comentario se refiere, es precisamente el que en este momento preside los destinos del país que desde hace muchísimo tiempo viene desarrollando una política en todos los aspectos imperial y conservadora: Barack Obama. Da que pensar. Una acción política que, como vengo diciendo, pretende poco más que salvar los muebles de un capitalismo sin reglas que estuvo a punto de devorarse a sí mismo, nos parece ahora casi, casi, la realización del sueño de la izquierda. Apuesto que mucha gente, progresistas, socialistas, comunistas, anda por ahí preguntándose: ?Y si Obama fuese presidente de mi partido?? Tal vez lo que llamamos ironía de la Historia sea algo así como esta situación? Tal vez sea, solamente, la importancia del factor personal.



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9 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La ideología vacía

Tian Anmen es un lugar extraño. Un espacio vastísimo, en el centro de una ciudad inmensa, que no se puede cruzar sin que vibre la carga de significados históricos que acompañan a su historia. Está toda ella orientada hacia el norte, donde está la Ciudad prohibida, a la que se accede por la puerta que da nombre a la plaza, con el gran retrato de Mao bajo la balconada inacabable donde la nomenclatura del régimen y sus invitados se asoma periódicamente para saludar al pueblo y presenciar los desfiles. Flanqueada por dos edificios de arquitectura soviética, el Palacio del Pueblo donde se reúne la asamblea popular y se celebran las recepciones oficiales, y el Museo Nacional de China, en su centro se hallan otras dos piezas de estética e inspiración estalinista, el Monumento a los Héroes y el Mausoleo de Mao Zedong donde se guarda y venera el sagrado cadáver.

Esta plaza se hizo como todo se hace en la China imperial. Por la acción despiadada de un designo bendecido por el cielo, que destruyó barriadas enteras en la remodelación del Pekín maoísta en 1949; como ha sucedido ahora con el Pekín de los Juegos Olímpicos. Al igual que las sucesivas generaciones son sacrificadas al dragón de la historia, también la ciudad sufre estos cambios crueles que asemejan movimientos tectónicos. En el caso de la plaza infinita, el objetivo declarado era abrir un vastísimo escenario a la acción de la historia: en ella se proclamó la República Popular China, en ella se celebraron las inmensas manifestaciones de la Revolución Cultural lanzada por Mao Zedong, allí se despliegan las descomunales paradas militares y fue allí también donde, para desgracia de los dirigentes comunistas, los jóvenes de 1989 quisieron hacer también historia pero en sentido contrario al apetecido por el régimen. Tian Anmen, el centro de la capital del imperio del centro, que es como decir el centro del mundo, donde yace el cadáver embalsamado del emperador rojo como testimonio de lo que siempre perdura, es el espejo deslumbrante en el que la nueva China capitalista no osa contemplar su propio rostro. Todo lo que viene sucediendo en China desde 1978, cuando el Pequeño Timonel Deng Xiaoping volvió a tomar la dirección de la nave, es fruto de una contradicción irresoluble. De una parte, nada se hubiera hecho sin el puño de hierro que unifica y disciplina el país bajo la dictadura del partido comunista. De la otra, el camino emprendido, el del capitalismo, la libertad económica, la globalización, aleja cada vez más el país real del culto a Mao Zedong, a los héroes revolucionarios y al comunismo, de todo lo que representa y sucede en la plaza. Tian Anmen es como la propia ideología del régimen, el vacío convertido en mito y realidad. El marxismo chino no es ni siquiera una ideología, apenas tiene ya la consistencia de un dogma. Es un conjunto de frases que hay que memorizar y repetir, un catecismo al que hay que prestar adhesión pública sin que nada de lo que en él se dice tenga que ver cómo son las cosas. Frente al multipartidismo, la dirección única del partido comunista. Frente al pluralismo ideológico, el marxismo leninismo. Frente a la división de poderes las opacas consultas a la asamblea del pueblo. La palabra comunismo en China sólo significa dictadura de partido, y ya es suficiente. Lo único que importa es la funcionalidad de la ideología, no su contenido: es la dimensión verbal que sirve para cohesionar en el vacío de sus palabras el poder concentrado en manos de una casta fuertemente organizada. Exactamente igual que la plaza. La libertad llegará a China el día en que las víctimas de Tian Anmen, ese 6/4 convertido en tabú, sean honradas por todo el país; el mausoleo sea desmontado; el retrato sea trasladado al Museo Nacional; y la plaza se abra como espacio civil sin vigilancia a las libertades de expresión, reunión y manifestación de los ciudadanos. Es perfectamente lógico que a los dirigentes chinos les entre el pánico cada vez que alguien osa nombrar los acontecimientos ocurridos allí ahora hace 20 años.



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8 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La huella del elefante

Mujer elefante. Fuente: patriciagomezpoesía Shâkyamuni Buddha, en el Mahâ-parinirvâna Sûtra, nos dice:Entre todas las siegas, la cosecha de otoño es suprema. Entre todas las huellas, la huella del elefante es suprema. Entre todos [los tipos de] smriti, el smriti de la impermanencia y la muerte es supremo, porque con él eliminas todo el apego, la ignorancia, y el orgullo de las Tres Esferas [del Deseo, la Forma y lo Informe].



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8 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El santo bebedor

Los Roth austrohúngaros: Fannie Roth, Sophia Roth, Joseph Roth, Max Silverstein, Lillian Roth, Siggie Krongold, Helen Roth. Fuente: itolman El santo bebedor es el nombre con que el húngaro Géza von Cziffra conoció a su amigo Joseph Roth y es el título, además, del libro que le dedicó y que ahora aparece en castellano. Mercedes Monmany le hace justicia en su reciente reseña del ABCD las letras que es, además, un réquiem dedicado al narrador de un país (y un siglo y un mundo) perdido:Con los recuerdos de este personaje contradictorio, desconcertante, inasible y sentimental, Géza von Cziffra construiría, con el título de El santo bebedor, uno de los mejores, más honestos y auténticos homenajes posibles hacia el que es sin duda uno de los mejores escritores del siglo XX. Alguien cuyas metamorfosis, extravíos, cambiantes visiones del mundo, así como fantásticas imposturas sobre su vida, crearon un halo de leyenda y también de afecto vinculante entre los que le conocieron y, sobre todo, entre un nutrido grupo de amigos devotos de su talento que desfilan por esta biografía. Por la Viena y el Berlín de entreguerras o por el París de los exiliados de Hitler, y en interminables tertulias de lugares míticos -el Café Central y el Herrenhof vieneses, el Romanische Café berlinés, también llamado «café de las posibilidades infinitas»-, desfilarán el magnífico microcuentista y periodista praguense Egon Erwin Kisch; una de sus últimas amantes, la escritora Irmgard Keun; Alfred Döblin, el húngaro Odön von Horváth, su adorado Alfred Polgar, Heinrich Mann, el siniestro jefe del agitprop soviético en la Europa occidental Willy Münzenberg -al que Rothodiaba profundamente- y su gran defensor y amigo, Stefan Zweig. Sus maníacas fidelidades de cantor y legitimista de los Habsburgo, o esas narraciones coloristas e hipnóticas que cautivaban a entregados auditorios, produjeron siempre entre sus más antiguos conocidos una mezcla entrañable y protectora de complicidad. Aún así, no pudieron defenderle de una muerte anunciada. Alcoholizado sin remedio desde hacía años, murió prematuramente en París, huyendo del infierno en la tierra que habían traído los nazis, el 27 de mayo de 1939. Tenía 45 años. (...) Siempre anheló ser otro, mientras fantaseaba y se adornaba con mil mentiras sobres sus orígenes y su vida como «oficial» de su adorado Ejército Austrohúngaro. Un Imperio que se instaló en su mente como la mejor tierra de tolerancia y civilización que le fue dada conocer. Su entierro fue, para su puñado de perpetuos amigos y seguidores, un quebradero de cabeza. Reunidos en el cementerio dos curas católicos y un rabino dispuesto a pronunciar su kaddish, y sin poder afirmar a ciencia cierta lo que siempre dijo acerca de su conversión, al final se decidió enterrarlo «como había vivido»: en un cementerio mixto.



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8 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Papeles inesperados

Lo dice el propio título y lo han reiterado todos cuantos han reseñado la aparición de este "último" libro de Cortázar, Papeles inesperados: se trata de una recopilación de textos, por lo general cortos, y que por unas razones u otras no vieron la luz en su día, bien porque no se consideró necesario difundirlos  o bien se publicación en lugares hoy  imposibles de encontrar  para el lector medio.  Como por ejemplo los fondos documentales de las universidades de Texas y Princeton.

                De forma totalmente casual, es decir, sin que haya mediado intencionalidad alguna, la lectura de Cortázar se me ha solapado con la del también "último" libro de Ernst Jünger, Venganza tardía (último en sentido de que hace el número treinta  de los publicados por Tusquets Editores). Lleva como subtítulo "Tres caminos a la escuela" y se trata de un relato autobiográfico y muy simbólico en que los sucesivos caminos desde la infancia se ven decisivamente condicionados por la ominosa silueta de la institución docente que aguarda al final de cada uno de esos caminos.

                Quizás porque justamente por ni  estos dos escritores ni sus escrituras tienen nada que ver y resulta del todo ocioso cualquier intento de comparación, resulta más fácil de detectar  las diferentes lecturas que hace uno mismo de cada uno de  ellos.  En Jünger el lector va pasando de una página a otra con una creciente expectativa de trascendencia.   Libros como Tempestades de acero, Sobre los acantilados de mármol, Eumeswil, Sobre el dolor o El trabajador  son unos constructos lógicos que van desvelando desde una perspectiva fundamentalmente literaria una realidad que trasciende la realidad desde la que se partía. En cierto modo son capítulos sueltos de un gigantesco Viaje el centro de la Tierra, que Jünger, pero dentro de la tradición germana también los Hölderlin, Goethe, Rilke o Mann, llevan tratando de escribir entre todos desde antes de la invención de la escritura y que, si algún día (por fin) se completara, sería como un desvelamiento del sustrato último que da fundamento  este mundo en el que todos hemos venido a caer. Y conste que si hablo de Jünger y compañía es porque la casualidad ha puesto un libro suyo en mis manos, pero lo mismo diría si el regalo hubiesen sido Montaigne, Quevedo, Shakespeare o Melville o sabe Dios quién.

                Pero insisto en que no estoy plateando una comparación. Ni siquiera se trata de establecer un  ranking de calidad, o de profundidad en lo escrito. Sólo hablo de la muy diferente actitud que adopta el lector cuando se acomoda en un su butaca de lectura favorita y abre un libro de Cortázar, ya seas éste o cualquiera de los anteriores. La vía de aproximación elegida por Cortázar para dar respuestas a las grandes preguntas  que se nos plantean a todos ( sin ir más lejos: "¿qué hace un cronopio como yo en un mundo de famas y esperanzas como este") es  diametralmente opuesta a la de cualquiera de los autores antes mencionados. La prosa de Cortázar es la de un hombre culto y comprometido pero  que renuncia al tremendismo (en este caso, evitar el tomarse las cosas demasiado a la tremenda) y elige la vía de la bonhomie. De ahí una prosa diáfana, amistosa y transparente. E inequívocamente simpática. Eso es. Gozosamente simpática. Es  uno de esos escritores  poseedores de  un don impagable para la narración y que se atreven con todo sin necesidad de cambiar de registro.  Y que de cuando en cuando, casi al desgaire, o como quien no quiere la cosa, suelta un trallazo deslumbrante e iluminador como un relámpago. Intenso pero breve, pues casi a continuación suele aparecer un cronopio por ahí que nos devuelve al surrealismo cotidiano. Y me refiero, hablando de rayos deslumbradores, a las razones que da para explicar qué es a su entender un maestro. O por qué, nada más llegar a un país, lo primero que hace es ir a lustrarse los zapatos. Y todavía más luminoso, y siempre como al desgaire, cuando propone una forma de entender el misterioso un coup de dés jamais ne  abolirá le hasard.

                O sea: es cierto que se trata de una operación de rescate. Si Cortázar no hubiese publicado cosas como Rayuela y tantos otros textos, difícilmente habría logrado suscitar tanto revuelo como ha conseguido con estos Papeles inesperados.  Sin embargo es Cortázar en estado puro y aunque hay mucha página intranscendente, de cuando en cuando surgen verdaderas joyas  que provocan una sensación al mismo tiempo de deslumbramiento y pesar, justamente por su brevedad.

 

Papeles inesperados
Julio Cortázar
Alfaguara
 



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8 de junio de 2009
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Bipolar

Mi celebración de la Feria del libro de Madrid, en su última semana, es la recomendación de tres libros, con una pequeña glosa en cada uno.

      ‘Bipolar' es el título del estupendo libro reciente del poeta mexicano Julio Trujillo, que en los últimos tres años ha vivido en España, desempeñando el puesto de  director editorial de la revista literaria ‘Letras Libres'. Publicado por Pre-Textos, ‘Bipolar' arranca con unas insolentes, y para mí desconocidas, palabras de Vincent Van Gogh: "Pienso aceptar abiertamente mi oficio de loco, así como Degas tomó la forma de un notario". El carácter bipolar de los versos de Trujillo va por el lado de la locura más que por el del acta notarial; la locura de la mirada visionaria, que se trasluce ya en uno de sus primeros poemas, ‘El capitán de meseros', y cristaliza en el que le sigue en el libro, ‘El mundo de ayer', donde el poeta nos introduce sin disculpas ni preparativos en "un mundo de muslos y de trenes y de / discos de larga duración / y lados B, / un mundo para fémures y tibias, / para la oreja y no para el oído, / para la mano y no para el delirio / del pulso digital."

   Pero el poeta vidente ha viajado, y varias de sus cartas de viaje son españolas. ‘Almudena Seguros' (que cierra el libro) es algo más que una firma comercial o un paisaje urbano, y la virgen de espaldas de un innombrado pueblo con castillo produce efectos cómicos que, digo yo, entroncan con la picaresca. La cocina española se descubre ante este viajero con ganas de probarlo todo, aunque apiadado del lechón que han partido de un golpe certero del plato de loza. Menos modoso se muestra el ego devorador de Trujillo ante otro de los grandes topos de nuestra cultura, el jamón; queda claro que le apetece, siendo para él "simplemente el testimonio / de los colgajos infinitos, / escurriendo / desde antes del seboso Siglo de Oro.)"

   Todo libro de poemas permite al lector el juego de la elección caprichosa, un reflejo cordial de esa misma veleidad compositiva, a veces momentánea, que es el poema. Mi poema fulgurante de ‘Bipolar' se llama ‘El polizón', y es el más memorable de un libro que tiene lo que en inglés se llama ‘staying power'. Leí por primera vez ‘Bipolar' hace cinco meses, y permanecen conmigo aún estos siguientes versos sobre los propios límites del decir, el callar, el tomar partido y el eludir.

 

                                               El polizón

 

Esta cosa que escribo no es poesía,

pero después,

probablemente,

cuando yo esté dormido o ebrio,

de espaldas a lo escrito,

el blanco que separa estas palabras,

lo no dicho,

lo apenas sospechado,

el polizón

que viaja en esta nave improvisada,

asome la nariz,

reciba el aire y tenga

alguna cosa que decir

o no.

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8 de junio de 2009
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Redención y metáfora (2)

"Dolorosa descarga de uno de los mil recuerdos invisibles que en todo momento rompían desde la sombra en torno a mí", escribe el Narrador (Recherche I, 61). Este reencuentro, vinculado a esa memoria involuntaria tan obsesivamente presente en el texto, es algo de lo que participa todo aquel que (durante un periodo coincidente a veces con el que la narración fija como distancia entre acontecimientos) convierte las páginas de este libro en instrumento para una cotidiana inmersión en busca de su verdad interior, todo aquel que efectivamente encuentra en la Recherche el espacio de su "dejeuner sur l'herbe". Ya he indicado que en sus últimos años Marcel Proust se interesó por la obra de Dostoievski. Al escritor ruso está emblemáticamente asociada la idea de redención. También el lector de la Recherche busca su redención oscuramente, es decir trascendiendo la luz que ilumina fenómenos para fundirse en la luz que coincide con su ser. Como todos los grandes del verbo Marcel Proust nos ofrece una oportunidad de reencuentro, un reencuentro esencial, un reencuentro con lo que emergió en la animalidad teniendo como destino el trascenderla, un reencuentro simplemente con nuestra naturaleza.

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8 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lo público y lo privado

Se nota todavía mucho malestar, en unos y otros, moralistas todos, por que e la vida pública se mezcle con la privada y la privada con la pública. Se remezcle o se creen ominosos pasadizos que van de la una a la otra, tal como si estos caminos fueran atentatorios contra los derechos individuales tan sagrados que no se pueden tocar o vicios "privados" tan reservados que no se pueden "publicar". He aquí otra gran reminiscencia del glorioso pasado burgués y su victoriano siglo XIX. He aquí, de nuevo, la larga mano negra del tiempo anterior a los medios de comunicación de masas y en donde regía, siendo además muy posible el simulacro, una moral para la actuación pública y otra diferente para los comportamientos domésticos. La escena pública exigía rigor, formalidades y  respetos que se esfumaban tras la puerta del piso. De este modo, el ciudadano se escindía en dos y, como todavía, se sigue aplicando a los políticos, sólo habría que juzgarlo y exigirle responsabilidades por sus acciones como personaje público y no como una persona. La monstruosidad de este planteamiento parece ya demasiado evidente pero, a pesar de ello, los usufructuarios del pensamiento inerte, los muchos que arrastran conocimientos de stock, aprendidos acríticamente, continúan pontificando sobre la necesidad de tener en cuenta a ese extraño (monstruoso) individuo de dos naturalezas, una que transcurre entre las paredes caseras y otras que emerge cuando acude al parlamento o al despacho.

Si nuestra época soporta tanto desprestigio  se debe, en  buena parte, al resultado de juzgarla con patrones de otra época. No se celebra por tanto que, precisamente, haber llegado a una continuidad de lo público a lo privado y viceversa allana la hipocresía y favorece la honestidad total. Propicia  la "integridad". Lo otro es, en cambio, del orden del bricolage,   la prótesis, la mendacidad o la impostura.

Volvemos a Max Frish: "¡Qué tiempos estos en los que hay que luchar por lo que es evidente!" 



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8 de junio de 2009
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Vicios privados, virtudes públicas

Tengo amigos que se enganchan a un torero y lo van siguiendo de plaza en plaza. Lo mismo sucede con los fanáticos de un club de fútbol, porque he constatado que nubes de ciudadanos se desplazan a lugares remotos por ver jugar a su equipo. También conozco a los del género operístico, capaces de hacer mil kilómetros y gastar enormes sumas de dinero (siendo menesteroso alguno de ellos) para oír cantar a su fetiche. El vicio es un súcubo que se incrusta en el corazón y no deja vivir si no se le complace. No debería reprimirse el vicio, excepto aquellos que causan daños colaterales. Bastante penitencia tiene ya el vicioso como para que le caiga una propina.

    Hago esta defensa del vicio porque deseo confesar el mío públicamente. No es un vicio con pedigrí diabólico. Es tan soso que puede llegar a parecer virtud. Mi vicio es la música así llamada "seria" y soy capaz de absurdas contorsiones con tal de que me deje en paz. Por ejemplo, desde que descubrí a una orquesta de cámara llamada "Enigma", la cual programa exactamente lo que quiero oír, me desplazo como quien sigue a un matador o un grupo punk. Los pillé no hace mucho en Madrid con un programa contundente (Cerha, Haas, Schoenberg y Mario Carro) y no fui el único en percatarse del brío de los músicos: medio millar de personas vitorearon los naturales de Juan José Olives y retuvieron el aliento cuando entró a matar.

    Esta semana, en compañía de la peña nihilista, hemos peregrinado a Zaragoza y sus 30º a la sombra para asistir a una nueva faena. Parece asunto que no agita a las masas, pero las canciones de Berg, con una radiante Minerva Moliner, eclipsaron nuestra pasión por las elecciones europeas que tan africanas han ido saliendo. En la segunda parte, una reducción de la Cuarta de Mahler para pequeña orquesta demostró que la desnudez nunca perjudica a la verdad.

Todos tenemos una música de fondo. Los allí presentes nos hemos juramentado: ni la tuna estudiantil del Psoe, ni el oratorio sacro del PP. Sólo votaremos mañana a los que tengan "Enigma" como música de fondo. Que los hay.

 

Artículo publicado el sábado 6 de junio de 2009.

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8 de junio de 2009
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