
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Un importante número de discusiones familiares, disputas en pareja o broncas de oficina tienen lugar en los momentos anteriores al almuerzo, cuando el cuerpo falto de alimentos se encuentra de por sí malquistado con el mundo. También consigo mismo y con los demás. O, como a menudo se ve, tendente a quejarse, ver defectos en los detalles insignificantes y disgustarse desaforadamente por cualquier desajuste en las cosas en la comunicación de las personas. Estar alerta a los malos humores de ese intervalo vale la pena aunque sólo sea para darse cuenta que el malestar no los produce el otro o la coyuntura externa sino el vacío del estómago que condiciona la ofuscación del cerebro y con ello conductas que impulsa la fisiología y no la psicología, ni la economía, ni la fatalidad. Llegar a comer tan tarde como se hace en España aumenta este intervalo de enconos y las consecuencias indeseadas, arbitrarias, desconcertantes, que se derivan de las grescas con los más próximos o de malas sensaciones sobre todos que, por otra parte, van desvaneciéndose a con frecuencia a medida que el estómago recibe su nutrición. No somos tan sólo animales pero incluimos mucho menos de mente que de aparato digestivo en la mayor parte de los juicios que nos formamos sobre nosotros y el mundo alrededor.