Sergio Ramírez
El asunto se vuelve complejo de cara al futuro porque Funes ha llegado a la presidencia de El Salvador bajo la bandera del FMLN, el partido de izquierda en que se organizó la guerrilla tras los acuerdos de paz firmados en 1992, y la identificación de la dirigencia del FMLN con Chávez ha sido más que manifiesta por largos años. Lo que tendrá que verse ahora, es si Funes puede hacer valer su proyecto democrático de cambio, que incluye la cercanía tanto a Obama como a Lula, sin que se lo estorben los viejos comandantes.
El antagonismo permanente en las relaciones con Estados Unidos, como lo prefieren tanto Chávez como Ortega, no es ni deseable, ni viable, para el gobierno de Funes, sin tan sólo se toma en cuenta la inmensa masa de emigrantes salvadoreños en Estados Unidos, "los hermanos lejanos" que envían anualmente a sus familias más de3 mil millones de dólares, un poco más del 18% del PIB.
Y en cuanto a Lula, Funes puede esperar de Brasil una cooperación establecida sobre bases sólidas y diversas, más que la que depende de los avatares del petróleo venezolano, que de todos modos puede recibir en condiciones preferenciales, aún sin entrar en el ALBA; aunque, con las tensiones de por medio, Chávez sólo ha ofrecido al nuevo presidente cubrir el 15% de la factura petrolera de El Salvador.
La escogencia verdadera no es ahora para Funes, que ya la ha hecho y de manera muy clara, sino para la dirigencia del FMLN, entre la que se encuentra el vicepresidente Rafael Sánchez Cerén: trabajar en apoyo del proyecto democrático de Funes, y contribuir a que haga un buen gobierno que permita a la izquierda ganar las próximas elecciones presidenciales, cuando toquen; o presionarlo a adoptar posiciones radicales y populistas, con el consiguiente acercamiento a Chávez y sus aliados, y arriesgar así graves rupturas tanto internas como internacionales, que llevarían a la ingobernabilidad. Es el momento en que se demostraría si la vieja ideología puede más que la razón política.