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De lúbricas descargas

Me temo haber crecido presa de dos tendencias contradictorias. Una parte era tímida y hermética, la otra se distinguía por un protagonismo desatado. Supongo que una cosa compensaba la otra, pero la disyuntiva al fin se reducía a sendas obsesiones paralelas: salir en la tele y hablar por la radio. Logros algo difíciles para quien nunca fue -dicen que Dios no da alas a los alacranes- una de esas estrellas infantiles que a menudo ni sus madres aguantan; aunque uno al cabo lograba arreglárselas. Ya fuera a fuerza de colarme en los estudios televisivos o saltando detrás de una entrevista al final de un partido de Copa Davis, conseguí algunas veces salir a cuadro. Qué emoción, me decía, pero hasta eso era poco cuando lo comparaba con la experiencia lúbrica de llamar el día entero a una u otra estación y de pronto lograr que entrase mi llamada. Decir al aire cualquier cosa -pedir una canción, votar por una estrella, responder a una trivia, ganarme un premio- y encima dar mi nombre, tenía el atractivo irresistible de mirarme capaz de incidir en el mundo de los grandes y dejar una huella, por ínfima que fuera.

Qué cosa guapa, el radio. Apandillarme con las empleadas de la casa para hacernos famosos por instantes era ya en sí una práctica que invitaba al derroche de fluídos corporales, toda vez que exigía en primer sitio combatir a patadas la timidez. Superar la vergüenza. Suponerse atrevido. Saltar de gusto, al fin de la llamada. ¿Soñaba acaso con ser locutor, conductor, periodista o estrella del espectáculo? Me lo pregunto y siento un hueco en el estómago, como pasa cada que debo admitir que desde niño deseé ser actor.

Imposible olvidar la noche que vi a Mario Vargas Llosa -diciembre de 2005, en la FIL de Guadalajara- dejar el escenario del teatro Diana, luego de una soberbia actuación como narrador, presa de un evidente arrobo escénico, y aparecer después, durante el brindis que siguió a la puesta en escena con Aitana Sánchez Gijón, exultante. Sudaba todavía, tenía impreso el rictus pleno de un adolescente recién desvirgado por Vampirella. Por eso, más que envidia, me despertó una intensa comezón. Hijo y nieto de asiduos del teatro, conocí desde muy temprana edad la pasión por los escenarios, y no tardé en probar la cosquilla callada de estar ahí. Inventar otro yo y asumirlo por gusto, o juego, o travesura. ¿No es acaso el quehacer de escribir una historia el camino más íntimo para interpretarla?

Acudir cada jueves por dos años a una cabina de radio -de 2000 a 2002 con Martín Hernández, en su programa Lógica Pretzel- fue un viaje peliagudo y electrizante. En un principio hablaba demasiado rápido, especialmente cuando debía leer uno de mis textos. Me atropellaba a veces, por la urgencia de acabar de una vez. Quedaban por ahí ciertos resabios de introversión, mismos que cada jueves me apliqué a combatir drásticamente, una vez entendí que esas lecturas sólo prosperarían apostando a un abierto histrionismo. Actuar, papel en mano: qué deleite.

Hará algunas semanas que la oportunidad reapareció, en la forma del podcast cultural de la UNAM. La idea era leer unas cuantas cuartillas de un texto literario con mi firma, y aunque me parecía tentador no estaba muy seguro de querer proceder. Una vez en cabina, sin embargo, el hechizo de entrar de rebote en la infancia -leía ya mi novela Este que ves, como quien se administra un déjà vu intravenoso- encendió no sé cuántos motores viscerales, de modo que después de las cinco cuartillas anunciadas no me quedó sino pedir clemencia para seguir leyendo hasta el final de la primera parte de la novela.

Estaba, por fortuna, en un sitio no sólo hospitalario sino generoso, de modo tal que mis solapadores -Myrna Ortega, Eduardo Ruiz Saviñón, Esteban Estrada, Cristina Martínez- autorizaron el exceso con entusiasmo cómplice y apremiante. Algo menos de una hora más tarde, salía de la cabina con esa deliciosa ligereza que suele ocasionar el regreso de un viaje aventurado; algo que se hizo más allá del buen juicio, un poco de puntillas sobre la cuerda floja del instinto.

Hace unos días que el saldo del empeño está al fin disponible en DescargaCultura.unam.mx, lo cual me aterra tanto como me regocija. Esa vieja descarga visceral por cuya causa hace uno cualquier cosa: señal de que es momento de salir a escena.

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16 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La violencia está en nosotros (2)

La violencia vive, y con buena salud, debajo de la piel de nuestros congéneres –lo cual no excluye ni siquiera al más civilizado.
    Esta en mí y está en ustedes. Y a veces resulta tan omnipresente, que parece que nuestras sociedades no tienen otro leit motiv.
    Nos salta al cuello en los sitios obvios: las noticias que hablan de Afganistán, la represión del domingo y el lunes en Irán, el racista blanco que disparó en el Museo del Holocausto, las andanzas de los narcos mexicanos, los experimentos nucleares de Corea del Norte, el Monstruo de Amstetten –los crímenes nuestros de cada día.
    Pero también está en la calle. En la forma de conducir y de cruzar de veredas, de dirigirse al otro, de buscar ventaja en cada circunstancia. En el modo de mirar al pobre, de evitarlo como quien escapa de un leproso, de imaginarlo delincuente tan sólo porque es moreno y adolescente.
    Está en la intolerancia que caracteriza nuestros discursos: la falta de paciencia con el que piensa diferente, la violencia verbal que oculta nuestra incapacidad para a oír al otro –o nuestra negativa tajante a siquiera intentarlo.
    Nos llenamos la boca hablando de la brutalidad de nuestros políticos, de su agresividad manifiesta, de su incapacidad de aportar ideas a ningún debate y de su negativa a elevar el nivel de la discusión. Pero en la vida cotidiana no somos mucho mejores que ellos. Incluso en los sitios que deberían tender naturalmente a la polifonía –por ejemplo este blog-, el intercambio de ideas suele brillar por su ausencia. A la primera frase mía con la que alguien disiente no se le responde con un argumento, sino con una agresión o una descalificación –como si mi probable falta de mérito en el territorio de lo humano bastase para dar por tierra con las ideas que expongo; aun en boca de un réprobo, una buena idea sigue siendo una buena idea.  
    La violencia también está patente en los sitios que, por definición, deberían cuidarse de justificarla dada la función social que cumplen: me refiero a los medios de comunicación, que en los últimos tiempos se permiten discriminar entre violencias injustificadas y violencias a las que en los hechos disculpan. En mi país el doble discurso se ha hecho patente en la manera de ‘informar’ sobre los piqueteros (violencia de gente pobre, y por ende reprobable) comparada con el tratamiento dado a los empresarios del campo que cortaban rutas (violencia de gente rica, y por ende comprensible). Y también en estos días, dividiendo aguas entre los violadores o pederastas de humilde extracción social y uno como el cura Grassi: no he visto a ningún medio concederle tiempo de aire y cámaras a otros violadores, tan sólo lo han hecho con Grassi y con Jorge Corsi –que es psicólogo, esto es universitario, y por lo tanto ‘gente como uno’.
    Esta irresponsabilidad llega al coqueteo con la violencia institucional y hasta con el magnicidio. Pocos meses atrás, el tradicional golpista Mariano Grondona y el dirigente de la Sociedad Rural Hugo Biolcatti se solazaron en TV, imaginando la posibilidad de que el presente gobierno, democráticamente elegido, caiga antes de tiempo. En estos días, cualquiera que sintonice el canal de noticias Fox encontrará a más de un anchor diciendo que ‘el pueblo americano’ está a punto de estallar, y todo por culpa de Obama. ¡Si hasta el actor Jon Voight se permitió decir que Obama practicaba ‘la opresión’ y lo calificó de falso profeta! Por supuesto, si algo violento le pasara al actual Presidente de USA pondrían cara de circunstancia; pero apenas se apagasen las cámaras, seguramente descorcharían champagne.
    El último refugio de la violencia es el lenguaje. El condicionamiento social puede prevenirnos a la hora de levantar la mano para golpear, pero el improperio, la descalificación o la puteada visita nuestras bocas con más frecuencia que el pan.
    ¿Existirá algún modo de renunciar a la violencia sin dejar de ser humanos?
    
(Continuará.)  



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16 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Netanyahu

Habló simplemente porque no podía continuar callado. Colocado contra la pared por el presidente de Estados Unidos, el primer ministro israelí se avino, por fin, a admitir la creación de un Estado palestino. No llegó más lejos. O sí, exigió que ese futuro Estado (¿lo habrá alguna vez?) no tenga ejército y que su espacio aéreo sea controlado por Israel. Es decir, nuevas formas de mantener a los palestinos en la situación de minoría política a la que la opresión judía los forzó a vivir. Sin embargo, el otro punto esencial de la posición de Barack Obama, el de los asentamientos y de los colonos, no le mereció a Netanyahu ni una palabra. Ora bien, todo el mundo sabe que Cisjordania, en teoría espacio ?nacional? del pueblo palestino, está cubierto de asentamientos, unos ?legales? (o sea, autorizados y construidos por el gobierno de Tel-Aviv), otros ?ilegales? (ésos a los que el mismo gobierno les hace la vista gorda). En el total son más de 200 asentamientos y en ellos viven medio millón de colonos, que hoy, a todas luces, se presentan como el mayor obstáculo para la paz, además de para el reconocimiento del derecho de los palestinos a tener un Estado independiente y viable. Ya lo dijo antes nada menos que Bush padre cuando hizo ver a Israel que querer hablar al mismo tiempo de paz y asentamientos era una contradicción insalvable. De esto parecía ser consciente el ex-primero ministro Ehud Olmert que en declaraciones al jornal Haaretz en Noviembre de 1907 dijo que si no se llegase rápidamente a una solución con dos Estados, ?el Estado de Israel estaría acabado?. No hizo nada para que la cuestión se resolviera, pero las palabras ahí quedan. Ellas ayudan a comprender hasta donde los colonos siempre han sido la espada de Damocles suspendida sobre los gobiernos israelíes y ahora, con más razones, sobre la cabeza de Netanayhau. Creo que Israel vive bajo el miedo de tener que volver a la diáspora, a la dispersión por el mundo que parece ser su destino. A mí no me alegra nada, pero habría que ver qué pasaba si los judíos de Israel tuvieran los gobiernos de que la paz necesita. Denle las vueltas que quieran, la respuesta es negativa.



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16 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los interlocutores

Muchos pensarán que todo habría sido más fácil con Tzipi Livni y con Musaví, pero ni siquiera esto es muy seguro. De momento los interlocutores serán Benjamin Netanyahu y Mahmud Ahmadinejad, encaramados cada uno en su propio monte de intransigencia y de dureza. Pero la historia demuestra que a veces las concesiones más dificiles sólo las puede hacer quien tiene bajo su mando el control de los sectores más reticentes. A eso le llamó Charles De Gaulle la ?paix des braves?, la paz de los valientes, porque es lo que él hizo con los argelinos en la negociación de la independencia.

En este tipo de procesos es muy interesante observar qué es lo que sucede con los más extremistas. Si quienes están al mando son ellos mismos, no parece presentarse problema alguno. Al menos de momento: hasta que aparece alguien más extremista que quiere capitalizar en su favor el desplazamiento hacia el centro. Ariel Sharon, auténtico líder y apóstol de los colonos de Gaza y Cisjordania, permitió que se abriera un flanco a su derecha cuando la desconexión con la franja costera. Su osadía le llevó a abandonar el Likud en manos de Netanyahu, para armar la centrista Kadima. Netanyahu no ha querido repetir el movimiento de Sharon. Ha preferido, al contrario, integrar a los más radicales, sobre todo los de Nuestra Casa Israel, pero de momento no para desactivarlos sino para utilizarlos como fuerza de choque y contrapeso ante cualquier eventual negociación. Con los extremistas suele haber dos lenguajes: el de la represión y el del apaciguamiento; a veces en dosis combinadas. De momento, tratándose de los territorios entre el Jordán y el Mediterráneo los extremistas de un lado se llevan el palo y los del otro la comprensión y los parabienes. Empezar a negociar con los extremistas en el poder suele ser interesante, aunque a veces sea dificil de entender. En Estados Unidos fácilmente prosperará la tesis de que no se puede negociar con una dictadura que acaba de perpetrar un pucherazo. Lo mismo sucederá respecto al plan de Netanyahu, consistente en ofrecer nada a cambio de todo, que nadie en el campo palestino y árabe y muy pocos en el conjunto de occidente se atreverá a defender como un paso adelante efectivo y tangible. Pero eso no significa que no sea útil en uno y otro caso intentar que la gente se siente y empiece a hablar. Es a veces lo más dificil pero también lo más productivo. Y además, cuando se trata de procesos dinámicos, puede proporcionar sorpresas. Por ejemplo, que de pronto aparezca alguien distinto al otro lado de la mesa y con mayor predisposición a alcanzar acuerdos sustanciales. Por ejemplo, que al cabo de unos meses sea Tvipi Livni y no Netanyahu quiene esté negociando con árabes y palestinos; o que sea Musaví y no Ahmadinejad quien se ponga a negociar sobre el proyecto nuclear iraní con Estados Unidos. Pero no es ahora mismo lo que parece más probable. Al contrario: Obama se ha marcado a sí mismo unos deberes que le sitúan en uno de los mayores retos que la escena internacional haya podido plantear a un gobernante en los últimos decenios. Y de momento, lleva la puntuación de este partido en contra: son más los puntos que se están apuntando sus contrincantes, desde Corea del Norte hasta Irán, pasando por Rusia o Israel, que los que han subido a su marcador.



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15 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Newsletter (segunda parte)

Si existiera un altar para la tecnología, no dudaría en ir hacia él para poner un par de velitas. Estos cables, circuitos y chips han traído a mi vida mayor cantidad de información, autonomía y libertad que la generada por la voluntad de los políticos o por las presiones populares. Precisamente, en este mes, cumplo quince años de haberme construido mi primera computadora, lo cual significó un giro de ciento ochenta grados en mi existencia. Tengo la mano un tanto deformada por culpa del mouse, pienso la mayor parte de la veces como si diseñara en Dreamweaver y hasta me da la tentación de apretar ?control + alt +del? para resetear cuando no me gusta lo que me rodea. Pues bien, ahora ha aparecido un nuevo servicio de envió de noticias por SMS que aumenta mi fe en el poder de estos artilugios tecnológicos. Desde la semana pasada, he sabido que está en marcha una página llamada Granpa (esperemos que sea más objetiva que la de Granma) que manda noticias a móviles radicados en Cuba. Basta con dejar el número del teléfono y seleccionar las fuentes desde las que se quiere recibir titulares para comenzar a leerlos en el celular. Les deseo suerte a los que llevaron a la práctica tan buen idea, que se vuelve muy necesaria en estos tiempos que corren. Ya que no podemos tener un periódico en papel para contar todo aquello que la prensa oficial oculta, entonces bienvenidas las noticias a manera de impulsos eléctricos; enhorabuena por estas informaciones parpadeando en las pantallas de nuestros teléfonos.



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15 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Perfume literario

Spary con olor a libro nuevo, mi favorito. Fuente: smallofbooks A un tipo llamado Nero Tarlev se le ocurrió una broma, y la nota ha ido rebotando de uno en uno en los blogs literarios del mundo. Yo la encontré en el blog de Ezequiel Martínez "En Minúscula". Se trata de unos sprays para nostálgicos que quieran darle a sus e-books olor a libro real. Los olores serían los siguientes:Classic Musty Scent (?Clásica fragancia a moho?): Para los que extrañan la agradable sensación de estornudar a cada vuelta de página. Literalmente ?es como tener las obras completas de Shakespeare en una lata?. No apto para alérgicos.Crunchy Bacon Scent (?Fragancia a bacon crujiente?): ?Una alternativa baja en colesterol para la lectura durante el desayuno?. No recomendada para vegetarianos. Además nos advierten que no está aceptada por la ley judía (no kosher).Eau, You Have Cats (?Fragancia, Usted tiene gatos?): Diseñada a partir del aroma concentrado de 20.000 libros de segunda mano. Para los que aman los libros y los animales por igual: ?como tomar prestado un libro de la casa de la abuela?. Eso sí, para uso en lugares bien ventilados y, ojo, porque los gatos macho pueden reaccionar mal.New Book Smell (?Olor a libro nuevo?): Para los que disfrutan con el olor a libro recién salido de la imprenta, es decir, fragancia de papel, tinta y pegamento. Menos mal que nos advierten de que inhalar pegamento puede producir mareos y otros efectos secundarios?Scent of Sensibility (?Fragancia a sensibilidad?): ¿Eres un apasionado o, mejor, apasionada de las novelas de Jane Austen? Pues ésta es tu fragancia (especialmente dirigida a mujeres): una brisa con olor a violetas, caballos y popurrí. Para sentarse a leer junto al fuego con una taza de té caliente. Atentos a las recomendaciones de uso: para libros femeninos de ficción, no debe utilizarse con libros de no ficción como los de James Bond o Hunter S. Thompson. Las latas tienes precios que oscilan entre $4.99 (la Crunchy Bacon Scent) y los $28.99 del olor a libro nuevo. La lata con olor a moho, propia de los libros antiguos, se venderá en libras esterlinas. ¿Ya quieres tu fragancia? No desesperes porque, como bien dice Ezequiel Martínez en su blog: "como sucede con las ficciones más ingeniosas, no demorará mucho en hacerse realidad".



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15 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El fin de la cultura popular

Hace algunas semanas tuve la oportunidad de participar en un congreso en Cambridge sobre nuevos acercamientos a la cultura popular en América Latina. El encuentro, organizado por el programa de estudios latinoamericanos de la universidad de Cambridge, contó con académicos y escritores de Europa y América Latina. La diversidad del grupo hizo que esos dos días fueran un buen momento para tomarle el pulso a la cultura popular.
   
Alberto Moreiras, de la universidad de Aberdeen en Escocia, dio la primera charla, que bien pudo haber sido la que cerraba el encuentro, pues se trataba de un requiem por lo que entendíamos por cultura popular. Desde tiempos de la escuela de Frankfurt que la cultura popular era concebida como el repositorio de la sabiduría del pueblo, como la posibilidad para la subversión política. Hoy, gracias a las nuevas tecnologías, esto se ha vuelto obsoleto: ya no existe una comprensión política de lo que puede hacer la cultura por nosotros, y menos la sensación de que la cultura popular es capaz de liberarnos; tampoco sabemos muy bien qué es el pueblo", y está claro que han naufragado las formas de lo que algún día se entendió como el Estado nacional-popular. De hecho, Moreiras sugirió que quizás era mejor dejar de lado el concepto "cultura popular" y hablar más bien de aquello que durante un tiempo coexistió con ella y había terminado reemplazándola: la "cultura de masas".
   
Abilio Estevez dio una lectura poética de Cabrera Infante y el bolero, ese "hijo arrabalero del modernismo"; Alberto Fuguet hizo una crítica tan demoledora como divertida del concepto de "no-lugar" popularizado por Marc Augé (el no-lugar, ese espacio impersonal creado por la supermodernidad, era redimido por Fuguet como más que un simple sitio de tránsito: también ocurren conexiones y dramas humanos en aeropuertos, supermercados, centros comerciales, Holidays Inn); Claire Taylor, de la universidad de Liverpool, trató de dar un panorama del estado de la cibercultura latinoamericana; yo relacioné al narcocorrido con la literatura reciente del norte de México, concentrándome en una novela admirable de Yuri Herrera, Trabajos del reino, que me parece que sugiere muchas cosas inteligentes sobre el lugar del arte en la sociedad mercantil y el mundo de la narcocultura que asola al México contemporáneo.
   
Hubo otras dos charlas muy instructivas: la de Andrea Noble, de la universidad de Durham, que analizó algunas fotografías de la revolución mexicana para entender el lugar del afecto en un momento de dramática transición política (en esas fotos, el "macho" Pancho Villa está llorando en el funeral de Madero: ¿qué hacemos con sus lágrimas? ¿son una muestra mediática masiva de su lealtad a Madero?); y la de Joanna Page, de Cambridge, que se ocupó de El Eternauta, la novela gráfica de Oesterheld que se ha convertido en nuestro Watchmen (un comic que es también un clásico literario). Para Page, lo que se juega en El Eternauta es la ruptura entre el intelectual y el hombre de acción. Oesterheld sugiere que, en un momento en el que hay temor a una posible guerra civil, el intelectual tradicionalmente alejado de la masa, del pueblo, debe hacer un esfuerzo y adaptarse a la lucha política como forma de supervivencia.
   
Curiosa situación: los estudios culturales lucharon durante mucho tiempo para romper jerarquías, y ahora que en el mundo académico se habla del bolero, el corrido o el comic como se hablaba antes sólo de la literatura o la pintura, resulta que el discurso mismo de la cultura popular está en crisis. Paciencia, y a barajar de nuevo.

(La Tercera, 15 de junio 2009)

 



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15 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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SECOS, HÚMEDOS, DEMÓCRATAS Y FASCISTAS

 

 

 

 

Estar húmedo me parece más agradable que estar seco. Más placentero, menos rígido, tieso, duro o quieto. No se me había ocurrido pensar en lo seco y lo húmedo como lo democrático o lo fascista. Como dice Andrés Neuman, ese escritor húmedo y viajero por varios siglos: "a veces leer es demasiado fértil". Acabo de leer, con esa osadía que usamos los prudentes pero con la pasión por la fuga de los viajeros, el libro que Jonathan Littell  dedica a uno de los más despreciables, inquietantes y cercanos fascistas que hemos conocido en éste país de todos los demonios que llamamos España. Que también es, fue, y esperó que lo siga siendo, tierra de los antifascismos. No pienso pedir perdón por la demagogia. Ya se que la sinceridad está entre lo kitsch y la demagogia.

El inquietante protagonista del libro de Littell se llamó León Degrelle, "el hijo belga" que nunca tuvo Hitler. Un nazi, católico y nada sentimental, que vivió  reverenciado por la España del franquismo. Aquí  fue mimado, agasajado, publicado, fotografiado y aplaudido. Lo recordamos con su uniforme de las SS, su aspecto saludable, su arrogancia tiesa y su pasión por lo rígido. Una pasión que no está olvidada a juzgar por las fotos, los votos, los gestos, los triunfos y las formas de algunos de los europeos que hacen equilibrios con el disimulo de ser o parecer demócratas. También conozco mezquinos de izquierdas, manipuladores, mamporreros, malos poetas y, lo que es más fácil, malas personas. No me preocupan, casi todos están colocados y tienen preparada su salida como artistas entre la delación y la dilatación. Nunca llegarán a nada de Benet. Ni se les espera. Lo que me inquieta es la vuelta del espíritu rígido de los seguidores de Degrelle con uniforme de demócrata. Los tumescentes, resistentes, con  priapismos de viagras, tiesos como una catedral católica, como un Alcázar de Toledo, como un invitado a las fiestas de Berlusconi.

La democracia, esa deseada, esa querida ausente tanto tiempo en nuestras vidas,  felizmente se instaló entre nosotros con tal vigor que es capaz de soportar  palabras tiesas, duras, cínicas y secas que pueda soltar por la boca un ¿demócrata? llamado Fabra. Asumo sus votos como si golpearan en nuestra razón, como si regresaran a mi memoria aquellos no olvidados cantos juveniles, aquellos himnos fascistas que no nos fueron ajenos: "la muerte del bolchevique, del holgazán". Perversos sueños de una Europa derrotada que triunfó entre nosotros. Así sea. España: un país sin partido de extrema derecha. Vale, seguimos el juego, nos engañamos, disimulamos y leemos a Flaubert, que nunca fue demócrata. Él también se equivocaba. Creyó que las palabras monarquía, república, democracia, serían superadas después del siglo XIX. N imaginó los fascismos del siglo XX. Ni la tibia decadencia del siglo XXI. Estamos secos. Que sed.



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15 de junio de 2009
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El libro como ilusión

La lengua inglesa es tan económica que a veces llega a parecer tacaña. Uno de los casos más llamativos de este ahorro verbal se da en la palabra "book", que mucha gente piensa que significa "libro". Lo significa, sí, en una de sus acepciones, pero hay otras. "To book" es reservar, hacer una reserva de avión, de hotel, de entradas para el teatro o el cine, efectuadas por libre o en una ‘booking-office', y, en este mismo orden económico, el "bookmaking" está ligado a las apuestas, una afición muy extendida en las Islas Británicas. En las calles mayores de todas sus ciudades hay oficinas de "bookmakers", corredores de apuestas, y tal vez la práctica más sorprendente para los españoles sea la de apostar por los ganadores de un premio literario, y en particular por el más prestigioso y dotado de Gran Bretaña, el Booker Man, que ya en su nomenclatura casual (Booker es el nombre de la firma patrocinadora)  predispone tanto al libro como a la polisemia.

    Pensaba en estas cosas en una de mis visitas a la Feria del Libro de Madrid, que ayer se clausuró en el Retiro. ¿Se ha dicho todo sobre este acontecimiento anual? Probablemente se ha dicho y se ha escrito ya todo, pues los escritores, aquellos que descansan más de la cuenta en la firma de sus propios libros, cavilan en los intermedios y luego, al llegar a casa con la mano no excesivamente fatigada, le dan a la techa y confeccionan una columna periodística. Como ésta, por ejemplo. Se ha dicho ya, por tanto, infinidad de veces que las ferias y los días del libro celebrados por toda España entre la primavera y el verano son unas jornadas de venta directa del producto que los editores y los libreros legítimamente organizan y a las que se suman, con variables grados de entusiasmo, los firmantes virtuales, incluido el arriba firmante. Se ha contado el malhumor con los bolígrafos que cierto conocido dramaturgo y articulista muestra a veces en las casetas, de su habilidad para insultar a las señoras que aguardan su firma sin que las damas pierdan la sonrisa y la paciencia. Se ha contado, quizá él mismo lo ha hecho, la vez en que a Fernando Savater una chica le pidió en el Retiro no una dedicatoria sino un gesto, levantarse de la silla oculta del público por la montaña de libros, para verle de cuerpo entero, sin expresa intención de compra. Y se han contado las estratagemas de algunos novelistas, que ponían antes sus teléfonos debajo de la rúbrica y ponen hoy su dirección de correo electrónico, tal vez para estrechar vínculos meta-literarios fuera de los horarios comerciales.

    Si bien en los últimos años la feria de Madrid ha colocado en la avenida central del Paseo unas jaimas para albergar presentaciones, coloquios y mesas redondas, la naturaleza económica de las jornadas es evidente, aun cuando sus responsables tratan de mitigarla. Ya no se publican las listas de los más vendidos (con lo que tampoco se da la posibilidad de que un hipotético "bookmaker" madrileño las sometiera al juego de las apuestas), pero me llegan noticias de que vendedores avispados aceptan el otro tipo de "booking" en sus "books", apartando previamente a la firma de la autora best-seller o el novelista histórico un cierto número de ejemplares pre-pagados, asegurándose así el comprador la firma ‘in absentia' y eliminando el riesgo, no tan infrecuente como se cree, de que las casetas se queden sin existencias del libro de éxito.

    Nos gusta en España, y hablo aquí no como escritor sino como representante individual del género humano, poner a prueba a los artistas de la palabra, exigiéndoles que la frase que sigue al nombre del comprador sea ingeniosa o tierna o conmovedora, sin tener en cuenta que el género de la dedicatoria es más arduo que el de la buena novela o el buen poemario. Los ingleses, tan dados ellos a reservarlo todo con gran anticipación y apostar por los bienes culturales, respecto al libro son modestos, al conformarse con la firma de los autores, sin frase, aligerando de ese modo las aglomeraciones que pudieran darse dentro de la librería o delante de la caseta.

    Ahora que es frecuente el cruce de apuestas sobre el futuro de los libros impresos, yo me muestro tranquilo. El libro de papel tiene aura, tiene presencia, tiene olor, y tiene (y esto es crucial para algunos lectores que, como yo, divagan y elucubran en los márgenes de las obras amadas) sitio para escribir al lado. Me río yo, por eso, de los que hablan del incomparable ‘feedkack' del libro electrónico. ¿Hay acaso mayor interactividad que la del diálogo entre un objeto real, en su carne y hueso de papel, y una mujer o un hombre, un niño o una niña, que lo hojea, lo sopesa, lo besa, le dobla un ángulo o lo anota, convirtiéndolo así en el documento de un tiempo propio y un espacio de lectura físicamente memorable?

   Sin mencionar, claro, lo que en estos días de feria despertaba más ilusión. ¿Cómo se firma un ‘kindle'?

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15 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mil años de poesía europea

Lo primero que se dice en el Preámbulo es que Mil años de poesía europea es una antología dirigida a quienes no son lectores habituales de poesía. Por lo tanto el lector ideal es aquella  persona dotada de curiosidad literaria pero que sólo de  cuando en cuando se acerca a la poesía quizá porque - para cerrar el círculo - tampoco tiene a mano los libros que le permitirían hacerlo. Y que no son pocos. Contando libros de referencia,  recopilaciones (tipo Romancero general) y títulos individualizados de cada autor,  ese supuesto lector no especializado debería tener acumulados en su biblioteca en torno a un millar de libros sólo para satisfacer su curiosidad si acaso un día le diera `por averiguar a qué se debe tanta fama como todavía enaltece a la Chanson de Roland o cómo suena el tan alabado Georg Trakl.  Aparte de que, para estar a la par con la presente antología, debería tener guardadas asimismo obras de gente tan poco habitual incluso en bibliotecas cultas como Wyslawa Szymborska, Pierre Réverdy o Umberto Sabra. O qué decir de autores otrora tan venerados  como Ronsard, Ausiàs March o Michelle Marullo.

                Con sólo ojear con cierto detenimiento el índice se observa que al antólogo e impulsor de todo el proyecto, Francisco Rico, se le han planteado de antemano dos problemas que de hecho son comunes a toda antología. Puestos a seleccionar, el peor problema es decidir a quienes se deja fuera, pues justificar la presencia de este o aquél resulta relativamente sencillo. Sobre todo en comparación con las razones a esgrimir para explicar por qué prescindes de una determinada figura nacional y en cambio le das voz a otra, quizás menos conocida. El segundo problema, directamente ligado con el anterior,  es el del número  de poemas que seleccionas de cada seleccionado. Es de suponer que Francisco Rico y su colaboradora, Rosa Lentini, habrán puesto todo su interés y sabiduría a la hora de buscar lo mejor - o lo indispensable - de cada cual. Y si aún así esta antología ocupa casi 1.300 páginas, es fácil  imaginar lo que hubiera pasado caso de mantener un criterio algo laxo y haberse dejado llevar por el mero gusto personal.  Obviamente, a todo antólogo se le plantea la disyuntiva de incluir muchos autores, a costa de poner unos pocos poemas de cada uno, o endurecer los criterios de selección y en cambio ofrecer una muestra más lucida del quehacer poético de cada cual.

                A la hora de resolver uno y otro problema se ha recurrido a la mejor solución posible, es decir, basarse en la experiencia, la profesionalidad, la intuición y la vastísima cultura literaria de Francisco Rico, un hombre que a estas alturas de su prolongada carrera académica y divulgativa ha dado pruebas suficientes de su criterio y solvencia.  O dicho en otras palabras, que se trata de un trabajo profundamente personal y en el que priman los criterios creativos por encima de cualquier otro. Y ello se deja ver de inmediato en el orden elegido para la presentación del material seleccionado. Aunque hay un respeto histórico evidente, la intención última es mostrar la evolución del lenguaje poético  desde sus inicios (esas tan deliciosas como asombrosas "Canciones de mujer" de los siglos XI y XII)  hasta la actualidad. Y aunque las técnicas de uno y otro  no tengan nada que ver, como lector no he podido dejar de recordar  (y correr a repasarlo una vez más) ese prodigio de la creación literaria que es Mímesis, de Erich Auerbach, y cuya lectura recomiendo de inmediato a toda persona mínimamente interesada en la literatura y que tenga la suerte de no haberlo leído aún. Si en el caso de Auerbach el objeto de su  investigación era la imitación de la realidad por parte del narrador (una fascinante pesquisa  que empieza con Homero y termina con Wirginia Woolf y compañía) en la obra de Rico lo que se puede seguir casi paso a paso es la capacidad expresiva de la poesía, y que vendría a dar la razón a Octavio Paz cuando concibe ésta como "palabra en el tiempo" , es decir,  una voz que resuena siempre, igual a sí misma y reconocible con independencia de cuándo fue lanzada al viento. O es que acaso no resulta perfectamente reconocible este  quebranto:

 

Que te quites de mi puerta,                        que  mejor me viera muerta.

Triste, el día que te amé.

                Que te quites de mi puerta        y que vayas por tu vía,

Que por ti estaría muerta                         y no lo lamentarías,

Vete, mozo, que te vayas,                          hazme esta cortesía,

Vete para no volver.

 

Que en este caso la voz corresponda a una mujer cuyo amor fue agraviado quizás en el siglo XII carece de importancia frente a la capacidad expresiva del decir poético. Y de eso van estos Mil años de poesía europea.

 

Mil años de poesía europea

Francisco Rico

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15 de junio de 2009
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El Boomeran(g)
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