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Eder. Óleo de Irene Gracia

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La tiranía paternofilial

Los hijos son tiranos. No siempre, puesto que morirían como moscas de su propia tiranidad, pero sí lo son durante una fase larga de la adolescencia, y antes y un poco después de ella. Así como las mujeres, pese a la igualación, disponen en su época joven de un formidable "poder sexual", los hijos, pese a su afán de independencia, ejercen con un formidable poder filial.

El padre ya no manda, no desea mandar para evitar descalificarse en el feo ejercicio de autoridad, mientras el hijo, paralelamente se cualifica en el papel de amo de la relación.

Desorientados, presas de la confusión entre el amor y el deber, entre la paternidad y la responsabilidad,  millones de padres del mundo occidental balbucean sobre conceptos y estrategias para hacerse querer y respetar. Pero ¿y si los hijos, en este momento de la evolución, no aman ni respetan tanto a los padres como antes y si, en cambio, los gobiernan mediante un surtido de inauditas estratagemas muy difíciles de desarmar?

Pero, también, ¿han elegido este papel los hijos o han ocupado el territorio que los padres abandonaron, avergonzados de su autoridad ¿Se ha desplazado en fin, la antigua tiranía  de los padres a la tiranía delos hijos como si esta relación no fuera posible sin una factura dictadorial? No es descartable, puesto que si de la tiranía paterna acababa derivándose una feliz emancipación del descendiente, de la tiranía filial se deduce una soleada liberación de la paternidad. Una liberación hasta ahora desconocida insólita puesto que la historia a sostenido el inquebrantable, interminable, indesmayable, amor de los padres por los hijos u viceversa pero ¿por qué no  moderar esta férrea ligazón que tantas tragedias conlleva? En una y otra dirección el adolescente tirano del siglo XX o el tirano padre burgués del siglo XX general, a través de su respectiva subversión, dos movimientos de libertad personal. El hijo desprendido de aquella terrible imposición del padre que tanto condicionaba el porvenir, y el padre desprendido ahora de  la esclavitud que le impone el hijo y que ha hecho tanto llorar.



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3 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Rara avis

Este es el texto que leí anoche en Buenos Aires, durante la presentación de la novela El viajero del siglo.

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Andrés Neuman me impresionó como un bicho raro apenas lo conocí.
    Era simpático, pero no con la simpatía impostada que es la marca del gremio. Entre los escritores, hasta un simple hola suena a ironía tortuosa. Nadie recibe saludos de un colega sin preguntarse qué habrá querido decir. Sin embargo Neuman parecía emperrado en usar las palabras para su función original: esto es comunicar, y respetaba sus significados con escrúpulo tal que me creí en presencia de un ecologista del lenguaje. Neuman como una suerte de ONG unipersonal, consagrada a defender los derechos, pero ante todo las posibilidades del idioma.
    Hablaba mucho, en esto igual a tantos otros escritores. Pero todas sus ideas estaban desprovistas de la violencia habitual. En sus frases brillaban por su ausencia la chicana, el golpe bajo, el desprecio por los otros que muchos entienden como condición sine qua non de la autoestima.
    Los saberes de que hacía gala también eran insólitos. Lejos de la cita arcana y del pronunciamiento esotérico, Neuman se proponía a sí mismo como intérprete de canciones de Paul McCartney, asombraba con su conocimiento sobre el mejor imitador de Los Beatles en YouTube y se comportaba como un jukebox humano especializado en canciones de Les Luthiers. ¡Diga un título y Neuman se lo cantará!
    Hubo otros dos detalles a la manera de gotas que colman el vaso. En primer lugar, Neuman era un tipo afectuoso. Que quede claro: entre los escritores, no existe característica humana más despreciada que el afecto. Se lo considera un resabio de etapas superadas de la evolución, como las muelas del juicio. ‘Escritor afectuoso’ constituye un oxímoron, una contradicción en los términos. Y sin embargo Neuman no temía mirar a los ojos ni abrir los brazos, para demostrar, como en los comienzos del contrato social, que no escondía arma alguna entre sus ropas.
    La muestra final de su inadecuación era la más visible de todas. Esa barba. Neuman parecía ignorar que al menos desde los 70, los escritores estamos llamados a ser lampiños. Nos procupa menos la calvicie que la presencia de pelos en el mentón –a no ser que tengan forma de barba candado recortada por adminículo eléctrico, lo cual estaba muy lejos de ser el caso.
    A esa altura, yo no hacía otra cosa que orar por un milagro. No habiéndolo leído, le rezaba al Dios de la Literatura, diciendo: Sé que pido demasiado, Señor, pero haz que además de buena gente y un tipo encantador, Neuman sea un buen escritor.
    Y entonces lo escuché leer.
    Leyó un cuento llamado La felicidad que operó como profecía. No sólo era buenísimo, sino que además lo interpretó con gracia. Hablo de la gracia del divertimento pero también de aquella que compete a la elegancia. Cuando leen sus textos, la mayoría de los escritores argentinos que conozco suenan a Riquelme interpretando Rayuela. Neuman, en cambio, sabía lo que hacía. Leía como si evocase el proceso de escritura, y como si aquel acto pretérito y este presente de leer le produjesen (¿se trataba acaso de la clave de su diferencia?), como si todo esto le produjese, digo, placer.
    Corrí a leerlo. Leí sus libros de cuentos, leí Bariloche, leí Una vez Argentina.
    Pero hasta El viajero del siglo, nunca encontré una obra que expresase mejor al Neuman que había tenido la fortuna de conocer.

 

(Continuará.)



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3 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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libros para el viaje

 

Siguiendo la invitación de maría flor- sigo con sus minúsculas- hoy propongo otra lectura que me he encontrado buscando libros adecuados para viajar. El libro que leo no es adecuado, según su autor, pues es de un volumen algo mayor que el bolsillo habitual. Pero es un libro por el que merece la pena hacer una excepción. Y así se llega a uno de sus capítulos que da título a lo que nos hace escribir: Libros para el viaje. Son consejos del curioso de muchas literaturas y bastantes drogas, Aldous Huxley. Se llama "Si mi biblioteca ardiera esta noche". Hermoso título que me da escalofríos.

Se habla en él de arte, literatura, música y "otras drogas". Pero hoy, esta tarde, esperando un vuelo a Barcelona, en una cafetería de la madrileña terminal 4, antes de conocer la nueva terminal barcelonesa, me detengo en unas líneas de recomendaciones de Huxley. Yo no conseguiré hacerle caso, pero quizá otros sean más listos.

 

" Las cualidades esenciales de un buen libro de viaje son las siguientes. Tiene que ser una obra de tal tipo que uno pueda abrirla en cualquier parte y estar seguro de encontrar algo interesante, completo en sí mismo y susceptible de ser leído en breve tiempo.

Un libro que exige atención constante y esfuerzo mental prolongado no sirve para un viaje; cuando uno viaja, el ocio es escaso y está teñido de fatiga física, la mente está distraída y es incapaz de realizar esfuerzos dilatados.

Pocos libros de viajes mejores que una  buena antología de poesía en la que  cada página contiene algo completo y perfecto en sí mismo. Las breves pausas del trabajo que el turista autoinmolado se permite a sí mismo no puede ser más deliciosamente colmadas que con la lectura de poesía, que incluso puede aprenderse de memoria; porque la mente, a pesar de ser renuente a seguir una trama, obtiene placer ante la menor tarea de memorizar palabras melodiosas..."

 

Y sigue hablando de otros libros ideales para el viaje, ya no poéticos. Por ejemplo la   "Vida de  Jonson" de Bowell. O las " Máximas" de La Rochefoucauld. Me acuerdo de una: "Hay poca gente que sepa ser vieja". Por eso a los mayores nos sigue gustando la joven Susana.



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2 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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In memoriam

 

Baltasar Porcel ha muerto a causa de un tumor cerebral y nadie podrá ponerse en su lugar. La voluptuosidad narrativa que alimenta su obra completa es inimitable y eso basta para sancionarlo como una pieza única en nuestra memoria literaria. Leo en La Vanguardia el amplio despliegue dedicado al autor de Solnegre, Cavalls cap a la fosca, El cor del senglar y no sin melancolía advierto cuánta unanimidad concita la muerte y cuánta generosidad convoca el deceso de los que se van para siempre. Miquel de Palol (El Mundo) cuenta en su necrológica lo que le dijo Porcel: "escribe sobre mí, aunque sea para ponerme verde". La anécdota revela el cainismo de la sociedad literaria catalana: una versión acerada de la tradición española. No por exceso de ferocidad sino por dictado demográfico: las comunidades pequeñas (la catalana y la mallorquina) elaboran con más dilecta destreza el arte de silenciar a los rivales. Contra esta beatería Porcel golpeó con saña: fue un individualista, un egotista, un provocador dotado, además, de un singular instinto de poder. Con la rara habilidad de granjearse enemistades eternas. La más notable, la de Juan Marsé, no es la única. Pero nada podía herir a este nietzscheano mallorquín cuando embestía con su pantagruélica voracidad periodística, literaria, política. Le fascinaba la figura del coloso en combate contra la naturaleza hostil. Y nunca creyó que la cultura hubiera apaciguado entre los hombres el fervoroso afán de dominar a los demás. En su biblioteca de San Cugat colgaba un único retrato: el de Bakunin. Aunque no creo que le interesara tanto la doctrina del aristócrata anarquista como la vocación aventurera del hombre único, osado y dispuesto a todo.

Ahora recupero una escena fugaz: estamos juntos en algún lugar cerca de la plaza de Sant Jaume, en Barcelona, en un centro cultural, en 1975, Baltasar cuelga el teléfono y me dice que le han dado el Premio Prudenci Bertrana por Cavalls cap a la fosca. Me lo cuenta con una leve sonrisa dibujada bajo su perfilada barba de perilla. En sus ojos brilla la satisfacción y al mismo tiempo la certeza de una tramposa banalidad: como si en aquél momento hubiera percibido un fugaz destello del destino y se descubriera condenado a conquistar el siguiente galardón literario. Ya no quedaba otra opción: o ganar indefinidamente o hundirse en el olvido. Este vértigo no lo abandonó jamás.



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2 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las prisas de la victoria

La guerra no ha terminado. Pero es una guerra perdida desde hace muchos años. Y quien la ha perdido ha sido Estados Unidos de América. Algunos ya se dieron cuenta en el momento en que Bush alzó los brazos para hacer la uve de victoria sobre el portaaviones Abraham Lincoln, frente a la costa californiana, delante de aquella pancarta mentirosa que decía "Misión cumplida", el 1 de mayo de 2003, apenas 40 días después del inicio de la invasión. Se daba por hecha la victoria y el horror en cambio apenas había empezado. Pero la medida y la imagen de la derrota irremediable la han dado la celebración el martes en Irak del Día de la Soberanía Nacional para señalar la partida de las tropas norteamericanas de las grandes ciudades. Las imágenes de alegría, fuegos artificiales y discursos patrióticos que ensalzan la victoria para unos son para otros el duelo por la derrota y por el altísimo precio pagado en vidas y costes de todo tipo.

El primer ministro Nuri al Maliki, con tanta precipitación como Bush, quiso apuntarse el tanto de la retirada ante las elecciones del próximo enero, y ha presentado así la fecha del 30 de junio como un día de emancipación nacional, en el que los iraquíes se han sacudido el yugo extranjero. En Irak quedan todavía 130.000 soldados norteamericanos, que no empezarán a retirarse hasta 2010, proceso que culminará a finales de 2011, cuando Washington deberá establecer con Bagdad un tipo de relaciones similares a las que tiene con Madrid si quiere conservar presencia y bases en aquel territorio. Todo esto, por supuesto, si no prenden de nuevo las guerras civiles que han ardido durante estos seis años, no sale entero el Sadam Husein que Nuri al Maliki lleva dentro, no naufraga la precaria unión de kurdos y árabes, chiitas y sunitas, y las cosas transcurren con una normalidad razonable. Ya se sabe que ciertos árabes, instalados en las leyendas de una expansión imparable con el Corán en una mano y la cimitarra en la otra, han inventado una muy peculiar moral de la victoria contemporánea que permite celebrar como conquista incluso la más escocedora de las derrotas. Todavía están lejos los iraquíes de una situación que les permita desplegar la autoestima y aclamarse a sí mismos como vencedores. Pero de momento les basta la desaparición de las ignominiosas patrullas blindadas de sus calles para sentirse arropados por la moral de la victoria. Su Gobierno hace todo lo que puede para que esta leyenda de una victoria ahora tan inaprensible se convierta en hechos. Lo demuestran sus exigencias en la negociación del estatus de las fuerzas norteamericanas (acordado con Bush, por cierto), la dureza de sus posiciones con los contratistas privados que han campado a sus anchas en los seis años largos de guerra y ahora el listón altísimo, quizás demasiado, que le han puesto a la subasta de derechos de explotación del petróleo. No hay muchas razones para el optimismo. Esta transición delicada avanza subrayada por la sangre de los atentados hasta el mismo día de las celebraciones. No sabemos si habrá una resurgencia del terrorismo, con la firma del vecino iraní en plena reacción fundamentalista o de la gran franquicia violenta sunita que es Al Qaeda. Puede haber, pues, más derrotas después de la derrota, y seguro que su enjuague político salpicará a Barack Obama, aunque todas las decisiones, incluso las más acertadas que condujeron a la transición actual, se tomaron en los últimos meses de George W. Bush. Dos han sido las novedades que Obama ha introducido respecto a Irak: la primera, su consideración como un elemento más de una política global para Oriente Próximo, y la segunda, en relación al lugar central que ocupa la diplomacia en su política exterior, después de una etapa en la que su almendra era meramente militar. En el resto no hay diferencias de fondo con el último Bush, de forma que si la derrota ya aceptada es de éste, su prolongación terminaría siendo de Obama. Fue una guerra injusta según los parámetros más clásicos. La causa era falsa: no había armas de destrucción masiva ni Sadam Hussein tenía relaciones con Al Qaeda. Fue mal conducida, y la prueba ha sido su duración y su fin todavía indeterminado. No se libró con la autoridad legítima, que debía ser la de una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Y no se lanzó como último recurso. Pero las guerras no se pierden por injustas, sino por mal libradas. Eran equivocados y confusos sus objetivos y fueron pésimos los medios que se dispuso para obtenerlos. Hasta qué punto el coste irracional de la guerra ha influido en la actual recesión es otro de los puntos para la polémica. Pero no hay duda de que ha sido uno de los pilares del fracaso también económico de la etapa neocon. Dice el muy citado Sun Tzu que "un ejército abocado a la derrota se bate sin esperanzas de vencer", mientras que "un ejército victorioso lo es ya antes de entrar en combate". Seguro que los cultísimos neocons le habían leído, pero no entendieron nada.



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2 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Doña Rosa

De tanto en tanto Mirtha Legrand comete un sincericidio ante cámara. Hace algún tiempo, en los albores del kirchnerismo, expresó sus temores de forma campechana que contrastó con sus habituales modales rococó: “Se viene el zurdaje”, dijo, como quien dice se viene el malón, o la peste, o el aluvión zoológico. En estos días, dejándose llevar por la euforia que le inspiró el triunfo neo-neoliberal en las elecciones, criticó a la Presidenta porque hablaba sobre Honduras, replicándole desde su programa: “¿Y a mí qué me importa Honduras?”
    Se preguntarán quién es Mirtha Legrand. Es una actriz que desde hace décadas conduce un programa de TV donde almuerza ante cámaras en presencia de invitados. Nacida Rosa María Juana Martínez, al iniciar carrera en el mundo del espectáculo adoptó el francófilo, y por cierto nada modesto, apelativo de Legrand. Pretensiones como ésa representan una constante perversa de una franja de la sociedad argentina, siempre desesperada por ser lo que no es pero contentándose con parecerlo.
    El exabrupto sobre Honduras es rico. Por lo que revela del concepto que Rosa Martínez tiene sobre los países latinoamericanos que no abundan en “gente como uno”. Por lo que sugiere sobre la importancia que le asigna a los golpes de Estado cívico-militares. (Rosa Martínez no tiene nada contra los golpes cívico-militares. Ha seguido trabajando como si nada en múltiples dictaduras, contratada por canales administrados por militares, lo cual aclara que las dictaduras tampoco tuvieron nada contra ella.) Pero ante todo, porque significa el hallazgo de una fórmula que Rosa Martínez podría seguir usando para verter su verdadero pensamiento, aquel que se le escapa cuando se distrae o se engolosina.
    Y así cualquiera de estos días dirá: “¿A mí que me importan los pobres?” O bien: “¿A mí qué me importa Africa, o Bolivia, o Irán?” O lo que se convertiría en un clásico instantáneo, al cristalizar aquello que ha ido demostrando en los hechos durante años, por ejemplo al manifestar lo mal que tolera el disenso en sus mesas (pregúntenle a Cecilia Rosetto o a Horacio Verbitsky): “¿Y a mí qué me importa la democracia?”
    Por fortuna este país está lleno de gente a la que le importa Honduras, y que está dispuesta a hacer lo que esté a su alcance para evitar que a los hondureños les pase lo que a nosotros nos pasó tantas veces.
    Pero claro, también existe gente que añora aquellos tiempos. Rosa Martínez es apenas una de sus voces más estentóreas.



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2 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Traducir

Escribir es traducir. Siempre lo será. Incluso cuando estamos utilizando nuestra propia lengua. Transportamos lo que vemos y lo que sentimos (suponiendo que el ver y el sentir, como en general los entendemos, sean algo más que las palabras con las que nos va siendo relativamente posible expresar lo visto y lo sentido…) a un código convencional de signos, la escritura, y dejamos a las circunstancias y a las casualidades de la comunicación la responsabilidad de hacer llegar hasta la inteligencia del lector, no la integridad de la experiencia que nos propusimos transmitir (inevitablemente parcelada en cuanto a la realidad de que se había alimentado), sino al menos una sombra de lo que en el fondo de nuestro espíritu sabemos que es intraducible, por ejemplo, la emoción pura de un encuentro, el deslumbramiento de una descubierta, ese instante fugaz de silencio anterior a la palabra que se quedará en la memoria como el resto de un sueño que el tiempo no borrará por completo. El trabajo de quien traduce consistirá, por tanto, en pasar a otro idioma (en principio, al propio) lo que en la obra y en el idioma original y había sido ya ?traducción?, es decir, una determinada percepción de una realidad social, histórica, ideológica y cultural que no es la del traductor, substanciada, esa percepción, en un entramado lingüístico y semántico que tampoco es el suyo. El texto original representa únicamente una de las ?traducciones? posibles de la experiencia de la realidad del autor, estando el traductor obligado a convertir el ?texto-traducción? en ?traducción-texto?, inevitablemente ambivalente, porque, después de haber comenzado captando la experiencia de la realidad objeto de su atención, el traductor tiene que realizar el trabajo mayor de transportarla intacta al entramado lingüístico y semántico de la realidad (otra) para la que tiene el encargo de traducir, respetando, al mismo tiempo, el lugar de donde vino y el lugar hacia donde va. Para el traductor, el instante del silencio anterior a la palabra es pues como el umbral de un movimiento ?alquímico? en que lo que es necesita transformarse en otra cosa para continuar siendo lo que había sido. El diálogo entre el autor y el traductor, en la relación entre el texto que es y el texto que será, no es solo entre dos personalidades particulares que han de completarse, es sobre todo un encuentro entre dos culturas colectivas que deben reconocerse.



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2 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Onetti, 100 años

Juan Carlos Onetti. Ilustración: Sabat. Fuente: CVC Un día como hoy el extraordinario Juan Carlos Onetti hubiera cumplido cien años. En Uruguay se ha dado inicio al "Año Onetti". En todo el mundo se le recuerda con admiración. De la transcripción de una entrevista en la televisión francesa, que originó el libro Un posible Onetti, dejo a manera de homenaje estas respuestas -onettianas podría decirse- del genio huraño y descreído:ADOCTRINARJamás me interesó adoctrinar. ¡Si hasta en el Quijote, que estoy releyendo por milésima vez, me revientan esos parrafitos didascálicos que a veces preceden los capítulos!AMORTe agarra a traición, como algunas muertes? Yo sólo creo en el amor loco. Lo demás son ganitas de tratar de encontrarse en una cama o un buen negocio de matrimonio. Este amor pasión tal vez sea el único que importe. Lo que nada tiene que ver con el insensible declive que va llevando a una amistad cariñosa, en los mejores casos a una ternura, a un agradecimiento, a una necesidad de compañía.AUTENTICIDADYo besaré los pies de aquel que comprenda que la eternidad es ahora, que él mismo es el único fin; que acepte y se empeñe en ser él mismo, solamente porque sí, en todo momento y contra todo lo que se oponga? Siempre he sido Onetti. Nunca usé trucos, ni estafé a nadie ni a mí mismo. Todas las debilidades que se pueden encontrar en mis libros son debilidades de Onetti y son auténticas debilidades.COMPROMISONo hay más compromiso que el que uno acepta tácitamente cuando se pone a trabajar. Compromiso con uno mismo. Escribir lo mejor que le sea posible; con total sinceridad, sin pensar en los hipotéticos lectores. Si hay ternura sale, si hay posición política sale, quiéralo o no el autor. Esas cosas no hay que proponérselas, van a aparecer solas? En todo lo que escribí he participado. Sólo los malos escritores creen que el compromiso debe ser político.CRÍTICOSLos críticos son la muerte; a veces demoran, pero siempre llegan.ESCRIBIR 1Al escribir sucede lo mismo que cuando uno se enamora. De pronto uno necesita escribir sin saber por qué. Yo le hice a Vargas Llosa ?buen amigo mío- una comparación: lo que tú tienes es un amor conyugal con la literatura y debes cumplir como un buen marido. En cambio yo tengo con ella relaciones de amante: cuando me viene el deseo, escribo. Por eso lo hago por ataques. A veces me paso meses y meses y no se me ocurre nada,pero sé que volverá en el momento más inesperado? Si escribir significara para mí un trabajo: ninguna línea, ningún día.ESCRIBIR 2Las cosas suceden, simplemente. Cuando uno va a hacer el amor no se pone a pensar previamente en la técnica que aplicará. Uno va y lo hace y las cosas suceden. Lo mismo al escribir. Uno se dienta con una idea, pero a partir de ahí lo que ocurre es otra historia, no es la técnica? Cuando estoy escribiendo no existe nadie, ni el lector ni el crítico ni la familia? Yo en general tengo una sensación cuando me pongo a escribir: ¿qué va a ocurrir? Ignoro absolutamente cómo va a ocurrir; ese cómo me sucede mientras estoy escribriendo? Es decir, yo sé qué voy a escribir, pero luego ocurre de otro modo. Lo que aparece en el texto no es exactamente lo que yo quería.LEERSiempre leí lo que me gustó leer, despreocupado de que los libros figuraran o no en los programas de enseñanza o en las sucesivas modas que los frívolos y los tan diversamente comprometidos fingen, declaran, apasionantes? Yo pienso que leer mucho es indispensable, y que quien no esté dominado desde la infancia por el vicio de la lectura, no llegará a ser escritor. LITERATURANo, no hago literatura. La odio; odio hacer literatura. MENTIRATodos sabemos que nuestra manera de vivir es una farsa, somos capaces de admitirlo, pero no lo hacemos porque cada uno necesita protener una farsa personal.SILENCIOYo creo captar el otro en el silencio. Es una ilusión que no se puede comprobar nunca. Pasa el tiempo y te das cuenta de que tú tienes razón. Y tal vez, cuando más seguros estemos de que podemos comprendernos, más difícil sea decir nada.TRABAJOUna estupidez odiosa de la que es difícil escapar.VERDADDecir la verdad es imposible; los hechos desnudos no significan nada. Lo que importa es lo que contienen o lo que cargan; y después averiguar qué hay detrás de esto y detrás, hasta el fondo definitivo que no tocaremos nunca? Hay varias maneras de mentir, pero la más repugnante es decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los hechos. Porque los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene.VIVIREl oficio de vivir se aprende si sabemos abandonarnos, interpretar y obedecer las indicaciones del destino, si sabemos despreciar lo que debe ser alcanzado con esfuerzo, lo que no nos cae por milagro entre las manos. Toda la ciencia de vivir está en la sencilla blandura de acomodarse en los huecos de los sucesos que no hemos provocado con nuestra voluntad, no forzar nada, ser, simplemente, en cada minuto? No hay viejo que no pueda vivir un año más ni joven que no pueda morir el día siguiente.



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1 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Pluriempleo y monosalario

Te pasas la vida deseando el dulce que ves a través del cristal y cuando te invitan a servirte las porciones que quieras resulta que has perdido el apetito. El pluriempleo había dejado de ser una demanda popular entre nosotros después de muchos años, teniéndolo como un imposible. Su autorización ha llegado en un momento en que cuesta deslindar si se trata de un paso de avance o de un gesto de desespero. De todo el texto de la Nota Oficial aparecida en Granma, me sorprendió gratamente el permiso a que los estudiantes de nivel medio y superior puedan buscar empleo y conservar, a la par, sus vínculos docentes. Cinco años en los que no se podía trabajar y ganar un salario hacían que muchos desistieran de entrar en la universidad, por no tener una familia capaz de costear ropa, alimentación y transporte durante la etapa de estudiante. Sé muy bien de lo que hablo, pues mientras aprendía Filología ?y siendo ya madre- hacía de guía de la ciudad de manera ilegal para poder mantenerme. Sólo así, pude llegar a obtener un título que guardo en la última gaveta del armario. Conozco de muchos que hasta ayer debían hacer lo mismo, empujados por motivos económicos a saltarse las leyes o a dejar los estudios. Sin embargo, la aceptación del pluriempleo ha llegado tarde ?aún así, bienvenida sea- y tiene como principal obstáculo la poca cuantía de los salarios. Tener dos ocupaciones no significará que se viva el doble mejor, ni siquiera con una cuarta parte más de holgura. Lo que reciba el panadero por hacer también un trabajo diurno como custodio no logrará que su familia desista del mercado negro, del desvío de recursos o de la emigración. La cuestión no está en la autorización a emplearse en varios centros laborales, sino en qué productos se pueden comprar con la devaluada moneda nacional. Los días tendrían que tener unas trescientas horas, pues sólo así el pluriempleo nos proveerá de lo necesario para vivir.



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1 de julio de 2009
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Borges o no Borges

El 25 de agosto de 1987, el escritor Héctor Abad Faciolince metió la mano en el bolsillo de su padre asesinado unos minutos antes en una calle de Medellín. Encontró un papel con un poema anónimo. Este hecho es el principio de uno, dos y tres  artículos publicados por el diario El Espectador que tienen la intensidad de una novela policiaca y la gravedad del intento de un hijo en saber lo que preocupaba a su padre en el momento de su asesinato.

Hay poco más que decir: estoy en Bogotá, donde se acaba de cerrar el festival de la revista El Malpensante. Un festival fenomenal (comida, debates, libros, música, arte, etc.). Pero la verdad es que no se hablaba de otra cosa que de los artículos de Héctor Abad y de su historia que fue el acontecimiento mayor del evento. Una investigación para descubrir si el poema, un soneto, era o no era de Jorge Luis Borges. Al final el poema se transforma en cinco poemas y tengo poco más que escribir sino que estos tres artículos es lo más emocionante que he leído sobre la pasión literaria en los últimos años.

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1 de julio de 2009
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El Boomeran(g)
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