Basilio Baltasar
En los jardines de Sabatini el actor italiano parece uno de aquellos bufones contratados por la Corte para matar el aburrimiento de los cortesanos. Es un prodigio de locuacidad desbordada y no deja de zaherir a los mandatarios de nuestro tiempo. Unos gerifaltes que, curiosamente, no soportan el atrevimiento de los cómicos.
Cuando vemos a Berlusconi arrugar el ceño y blasfemar contra los actores que ridiculizan sus modos de galán napolitano, nos extraña la mutación que los ha hecho tan susceptibles. A diferencia del monarca dueño de tierras y hombres, que se rodeaba de cáusticos y burlones personajes, los actuales poderosos de la tierra exigen respeto. ¡Ese protocolo! No dejan de hacer el payaso, por otro lado, pero reclaman ser tratados con veneración.
Roberto Benigni dedica la primera parte de su espectáculo a las orgías sexuales que consuma Berlusconi y hace reír a un auditorio que no siempre capta los giros de la sutil lengua italiana. Cuando interrumpe la festiva e insidiosa difamación -un consuelo espiritual para los escandalizados- su número teatral cambia de registro y del sarcasmo denigrante pasa al admirable legado de la alta cultura italiana, acentuando con su voz temblorosa la grave y monumental grandeza del gran Dante. El contraste sentencia la verdadera intención de la obra: la actualidad manoseada por mediocres individuos se arruga ante el sublime don de la palabra.
El patetismo veraz del actor es una intensa evocación emocional, consternada por la belleza y majestuosa profundidad de unos versos escritos y recitados como visiones creadoras de hombres y revelaciones sobre la geografía del alma. El entusiasmo de Benigni por el Dante es un homenaje conmovedor. Sus comentarios escénicos al Canto V del Infierno -amor, sexo y lujuria- edifican una interpretación tan profunda como la de Auerbach y nos llevan hacia la verdad del misterio bufo.