
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Mañana, 9 de julio, celebramos en la Fundación Miró de Palma de Mallorca un seminario titulado "La creatividad de la escasez".
"El hambre aguza el ingenio" se piensa de inmediato pero no es sólo el ingenio el que se aguza con la necesidad y concibe a través de esa carencia otros modos de sobrevivir. La escasez de por sí puede ser sólo mísera y desmoralizadora, el hambre a secas diseca la imaginación cuando no la vida entera.
La "escasez" o esta actual crisis económica promoverá o no el ingenio en la medida en que su condición se comporte como una circunstancia propia y nueva, no como un subproducto de lo anterior. Tras la circunstancia de la superproducción, la especulación, el delirio o la orgía, aparece la circunstancia del paro, la austeridad, los precios rebajados pero también el ascenso de una realidad nueva cuya misma novedad puede actuar como un estímulo del conocimiento. La escasez tras la abundancia puede tomarse sólo como desdicha, pero el cambio mismo, el cambio profundo, puede ser el abono de una insólita creación. Y así ha venido sucediendo en otros periodos parecidos de la historia ¿Una creación nueva y mejor? ¿Una creación desvalida y peor? Una creación, en principio, de otro orden que por el mismo hecho de serlo provoca excitación, curiosidad, ocasión para pensar y diseñar de otra manera. De otro modo aún en ciernes y en consonancia con los nuevos fenómenos que al presentarse con firmeza requieren tratamientos distintos y en la dialéctica con ellos, generan fuerzas y estilos diferentes, sea en el arte, en la estrategia empresarial, en la organización social, en la ética y en la vida sexual. De esta consternación tan importante como la colosal magnitud de la Crisis presente se deriva indefectiblemente el nacimiento de otra época.
Hay acontecimientos, percances, accidentes históricos que matizan el tiempo y otros, más decisivos por su oportunidad y su relevancia, que cambian la época. De esta categoría viene a ser cuanto está sucediendo a hora y partir de la Gran Crisis. Crisis no sólo del sistema financiero cuya reparación dejaría inalteradas las cuestiones más importantes sino crisis de un modelo de crecimiento y convivencia. Crisis no de las regulaciones económicas o de la competencia de los bancos y sus supervisores centrales ,sino crisis, a la vez, de componentes emocionales, desiderativos, morales y culturales que conjugándose forman el sistema capitalista completo.
Esta es una crisis "sistémica" declaran los economistas pero tan sólo para referirse a la crisis del sistema económico. Sólo para explorar la hecatombe como un fallo economicista, sólo para revelar la banalidad de este análisis que se fija apenas en una parcela del conflicto. Porque ¿cómo pensar, cómo concebir aún someramente, a estas alturas, que el sistema económico actúa como un órgano autónomo? La enfermedad "sistémica" indica no un malfuncionamiento del sistema económico mismo sino un síntoma del organismo general donde vivimos, amamos, compramos, deseamos o morimos. Una señal tan poderosa ya que nos advierte sobre la presencia de una patología no acantonada en una parcela del conjunto sino que, expresada su gran magnitud, constatada su infernal profundidad y declarada su incalculable duración, afecta a la totalidad del sistema general por el que pensamos, tasamos, deseamos o nos compadecemos.
En los tiempos de la física newtoniana y el imperio del mecanicismo una avería del cuerpo (en cuanto metáfora del motor) parecía posible resolverla cambiando el órgano o la pieza concreta. En los tiempos de la teoría de la complejidad y el saber de la sociedad compleja cada parte de ella acaba siendo mucho menos importante que las relaciones de las partes entre sí. Loo mismo que en el cerebro o en la genética no son tan importantes las neuronas o los genes singularizados como las interconexiones que se despliegan entre ellos. No hay pues reparación cabal y duradera sustituyendo la pieza que se cree afectada singularmente. El diagnóstico de cualquier crisis debe referirse a la totalidad interactiva y, en consecuencia, cualquier posible solución requiere tanto una aproximación integral y un cuestionamiento general del funcionamiento como un progresivo entendimiento del inesperado caos sobrevenido. Como no hay enfermedad de un solo órgano sino enfermedad del individuo integral, no hay un defecto aislable que perfeccionado permita recobrar su antiguo ser.
Los fallos de la red, son fallos de conexiones y, en su extremo, cuando el sistema se desploma no bastará ya con cambiar sus plomos. Será otro diseño y otros materiales, otro funcionamiento innovador el que permita con su excitada creatividad superar los problemas y propiciar a una realidad todavía inédita. La escasez, en suma, no es la simple falta de lo que antes se tenía, sino la señal de lo que ahora hace falta crear para conseguir un porvenir de mayor valía.