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Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Best Seller

 

 

A menudo los escritores parecen moverse con dificultad en las ciénagas de la incertidumbre que provoca el hecho de querer vender y querer hacer bien las cosas; entre la necesidad de reconocimiento y la de enclaustramiento; entre la mercadotecnia y la maravilla de lo artesanal. Al menos en España e Hispanoamérica, que es lo que mejor conozco.  Y todo esto motivado por el hecho de que de cuando en cuando aparecen libros que se convierten en éxitos de ventas instantáneos, sin que editores, agentes, críticos y lectores se pongan de acuerdo respecto a la calidad del libro en cuestión. Y ello, claro, sacude la tranquilidad del escritor que hasta ese momento ha vivido resignado a entender que sus libros registran ventas modestas o, peor aún, que lo que él creía grandes cifras de ventas son apenas una fruslería al lado de lo que venden los best sellers.

Pero más allá de este hecho anecdótico surge una cuestión de fondo y más interesante: ¿Qué convierte a un libro en un best seller? ¿Por qué ciertos libros son best sellers? ¿Es acaso este un género de excelencia narrativa? La verdad, formulo estas preguntas porque resultan difíciles de responder taxativamente. Aquí lanzo algunas mínimas consideraciones para que ustedes continúen el debate. Para empezar, el planteamiento del best seller suele ser ideológicamente conservador y magro, habitado por buenos buenos y malos malos, casi siempre enfrentados por una lucha más bien plana y monocorde. Los personajes son esquemáticos y apenas hay profundidad en sus motivaciones. Pero incluso hasta los mejores lectores suelen engancharse a la lectura de uno de ellos. ¿Por qué? Creo que esto se debe fundamentalmente a su fórmula argumental. Un best seller va sembrando pequeñas dudas y enigmas, suele desplegar al final de cada capítulo la insinuación de una nueva incógnita y, si se organiza bien, excita la curiosidad superficial y perentoria de cualquier lector pues opera con el clásico “continuará” de los seriales, los cliffhangers. Así, el lector, independientemente de su nivel intelectual, queda literalmente colgado de la trama, pendiente de averiguar qué es lo que va a ocurrir en la historia y en las sub - historias propuestas. Y uno se preguntará: Pero…¿eso no hace del best seller un maravillosa novela? ¿Eso no es lo que persigue la literatura? Sí y no.

Y es que una novela —la literatura en general— no sólo es cuantificable por sus ventas o por el impacto mediático que causa o, en último caso, por el grado de “entretenimiento” que proporciona a sus lectores. Una novela vale también por el riesgo que comporta su lectura, por la inquietud que genera, por la capacidad de remover en el lector miedos y esperanzas, por su profundidad (no necesariamente indigesta) y porque hace que el lector mismo se plantee preguntas. Pensar que una novela es buena sólo y exclusivamente por su amenidad es una insensatez. 



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17 de julio de 2009
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Avatares de la Reina De Nápoles

"No tiene usted aspecto de encontrarse bien, querido primo, dijo [la Reina de Nápoles] a Monsieur Charlus. Apóyese en mi brazo, tenga la seguridad de que le sostendrá siempre. Es lo suficientemente sólido para ello". Y alzando orgullosamente los ojos (frente a los cuales se encontraban Madame Verdurin y Morel), añadió: "Usted sabe que en otro tiempo, en Gaète, este brazo ha sabido ya mantener a raya a la plebe. De nuevo le servirá de escudo".Y así, conduciendo su brazo al barón, y sin permitir que Morel le fuera presentado, salió del salón Verdurin la gloriosa hermana de la emperatriz Elisabeth. ( A la Recherche...Pléiade 1988, II, 322)

El contexto de este  párrafo algo vergonzoso es el siguiente: la duquesa de Baviera y hermana de la emperatriz de Austria, convertida en reina de Nápoles por su boda con el futuro Francisco II, ha aceptado con desgana una invitación de la arrivista Madame Verdurin, Tras dejar el salón se da cuenta de que ha olvidado su abanico y regresa a recogerlo. En el ínterin ha habido un incidente del que es víctima el Barón de Charlus, primo de la Reina de Nápoles y amante traicionado del violinista Morel. Resulta simplemente que Charlus ha sido gravemente humillado en público por el violinista y la propia Verdurin. Por su regreso imprevisto la Reina de Nápoles es inesperado testigo de la situación. Al darse cuenta de su presencia  Morel quiere ser presentado a ella, pero la orgullosa aristócrata protege a su primo Charlus y muestra su desprecio por esa chusma de arrivistas (lo que entre otras cosas supondrá que la resentida Verdurin la acuse después en la guerra de espionaje a favor de Alemania).

No es este el único lugar dónde el Narrador de la Recherche se complace en presentarnos a los verdaderos "grandes señores", considerados- secretamente- como seres superiores tanto por la burguesía como por la nobleza de nuevo cuño y que a diferencia de estos tendrían un comportamiento auténticamente regido por valores superiores. Así cuando el propio Narrador es expuesto a que se agrave su delicado estado de salud en razón de que un maître de restaurante le ha ubicado cerca de la puerta, la aparición de su noble amigo el Marqués de Saint Loup hace que la actitud del sirviente cambie y todo sean ya amabilidades y reverencias.

¿Para un viaje así era necesaria la inmensa arquitectura de la Recherche?, cabe preguntarse. La respuesta es obviamente que no. Roland Barthes parece justificar a Proust diciendo- cosa que es verdad- que este constituía un auténtico militante de la vida mundana y que dedicaba a las reuniones de salón la misma intensidad que un militante sindicalista a las reuniones de célula. No hay sin embargo que llamarse a engaño. El Narrador, y posiblemente el propio Marcel Proust, responden en ocasiones a prejuicios profundamente anclados y a convenciones y jerarquías de valores que simplemente constituyen un bochorno. El edificante texto sobre la Reina de Nápoles es un ejemplo entre cientos. Y sin embargo la potencialidad de esta obra es tal que, cabe decir,  todo ello es  como transmutado y redimido:      

"Pues el artista sólo había  escuchado  a los demás  cuando, por estúpidos o insensatos que pudieran ser, repetidores como loros de lo que dicen personas análogas en carácter a ellos mismos, precisamente por ello se habían convertido en pájaros profetas, en portavoces de una ley psicológica. El artista no se acuerda más que de lo general. Por tales entonaciones, por tales movimientos de fisonomía, ya hubieran sido contemplados en su más lejana infancia, la vida de los otros había quedado representada en él,  y cuando más tarde viniera a escribir, compondría... como si estuviera anotado en el cuaderno de un anatomista, en este caso para expresar una ley de tipo psicológico... cada uno habiendo tenido su instante de pose.

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17 de julio de 2009
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II. La revolución que no pudo ser

Luego, tras los primeros momentos de arrebato justiciero, la revolución cedió ante el peso de la ideología, y los esquemas del partido hegemónico, contrario al pluralismo político inicialmente proclamado, empezaron a imponerse, para buscar el ejemplo de las estructuras políticas y militares de la revolución cubana, y el alineamiento con el campo soviético, sobre todo cuando se declaró en el país la guerra de los contras auspiciados por la administración Reagan, lo que provocó que Nicaragua se convirtiera en campo de confrontación de la guerra fría. Y veinte mil muertos más.

            La reforma agraria, la alfabetización universal, la creación de un sistema de salud justo, que fueron pilares iniciales de la transformación revolucionaria, se frustraron en el camino, y tuvieron luego efectos regresivos. El país se dividió con la guerra, atizada por la confrontación ideológica, y la guerra de los contras se convirtió en una verdadera guerra civil, destructiva y letal para miles de campesinos de uno y otro bando.

Y si algo sobrevivió, pese a todo, fue el sistema político democrático, con el derecho a elegir, que el mismo sandinismo que había triunfado con las armas, probó con su derrota en las urnas en 1990. De esta manera, la democracia, que no era prioridad de la revolución frente a las transformaciones sociales, pasó a ser su mejor divisa al imponerse las circunstancias de la guerra; pues las elecciones eran el único camino a la paz.

Hoy, el Frente Sandinista en el poder con Daniel Ortega, no hay una segunda parte de la revolución que triunfó en 1979, sino un régimen que lejos de todo idealismo, ensaya otra vez mecanismos de poder familiar a largo plazo, como en el pasado. Y el país entra de nuevo en la vieja repetición viciosa de su historia.

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17 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El sexo flaccido

Cada dos por tres, veo a mi alrededor que la gente es despedida del trabajo. Jefes-persona se encuentran en la encrucijada de echar a la calle a subordinados-persona. Y los despiden.

Cada día se  despide con mayor facilidad o velocidad y los despedidos se resignan ante  la máxima fatalidad con mansedumbre. El despido, la jubilación anticipada, la autoreducción de salarios y los tiempos de trabajo, van creando un entorno desde la empresa a la desocupación y desde la desocupación al desconcierto de una blandura proverbial. Afuera los desempleados crean un anonimato tembloroso y dentro de la organización  la creciente disminución del personal,  reduce el tamaño y la calidad de las tareas, achica las series del producto y la seriedad misma de su producción.  Adentro y afuera la lasitud rodea la sociedad como la enfermedad desmadeja la musculatura de un cuerpo y adviene una dejadez general. Dejadez general.

La época de la crisis se identifica con este estadio de blando abandono laboral, abandono del conocimiento, desligamiento de los centros, aplazamientos del reclamo publicitario, silencio de lo nuevo, resistencia a la siguiente adversidad. Cuando esta adversidad, sin embargo, vuelve a arreciar la secuencia se repite para empeorar y así la corola de lasitud que circunda el volumen  del planeta tiende a permear en su interior.  El mundo se ablanda desde el exterior al interior, el mundo se anega  de miseria, se descompone en su debilidad. Envejece el mundo a través de la gradual inconsistencia de sus carnes y ya el sexo, incluso el sexo, viene a ser infantiloide, pueril, fláccido, inhábil y el despido se vuelve el factor que va parándolo todo, conduciendo hacia la asíntota de la deflación.     



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17 de julio de 2009
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La comedia en tiempos de Berlusconi

Pese a la modestia de su lanzamiento (31 copias en exhibición nacional), ‘Vacaciones de Ferragosto' (‘Pranzo di ferragosto'), escrita, dirigida e interpretada por Gianni di Gregorio, está siendo el ‘sleeper' de la temporada. Muy corta de metraje (75 minutos), de presupuesto y de inspiración, pues se centra prácticamente en un solo decorado y en una sola situación, la acogida temporal (pero tal vez no) de varias ancianas, madres de amigos, en la casa de un hijo maduro y soltero que vive con su vetusta y mandona progenitora, ‘Vacaciones de Ferragosto' gusta tanto al público (en Italia fue un auténtico ‘hit') por malas y buenas razones, lo cual quiere decir que se trata de un trabajo complaciente pero muy bien hecho, dentro de un género que todos agradecemos y en gran parte añoramos, la comedia. Y nada menos que la comedia italiana.

   Claro que la Italia de hoy no es aquel país donde, aún en el vértigo de sus gobiernos de corta duración, sus cristianos políticos trapaceros y su papado mangoneante, se produjo, emanada del neorrealismo, un tipo de comedia social de tintes negros, agridulce y crítica, que tuvo en Pietro Germi, Dino Risi, Luigi Comencini, Mario Monicelli, Ettore Scola o el propio Fellini de la primera época magníficos directores y, delante de sus cámaras, a actores cómicos de la talla de Vittorio Gassman, Alberto Sordi, Totó, Ugo Tognazzi, Vittorio de Sica o Nino Manfredi, citando unos pocos. Una comedia fílmica pre-berlusconiana, por así decirlo, y diciéndolo en un doble sentido figurado; anterior al país de rampante vulgaridad retrógrada que es hoy aquella república demediada, y anterior al imperio contaminante de ‘Tele Cinque', creado y moldeado a su figura por el mismo jefe de estado aún en ejercicio. Como era de esperar, incluso en esta época de decadencia italiana, el berlusconismo estético y moral ha tenido sus detractores burlescos en el cine, pero así como la izquierda política no ha sabido encontrar las vueltas electorales al para-fascismo del régimen de Il Cavaliere, tampoco los cineastas de talento, con Nanni Moretti a la cabeza (su ‘Il caimano' es una película fallida), han dado con el antídoto cómico que en la época dorada del género supusieron películas como ‘El oro de Nápoles' (de Sica), ‘Vida difícil' o ‘La escapada' (Risi), ‘Todos a casa' (Comencini) y ‘Divorcio a la italiana' (Germi).

     Así que hay que contentarse viendo con sonrisa plácida ‘Vacaciones de Ferragosto', esta breve ‘sit-com' cinematográfica que bien podría ser el capítulo de una tele-serie de calidad ‘standard', con buenos actores y diálogos y una moderada malicia costumbrista en el desarrollo de la reducida trama. El empequeñecimiento respecto a los títulos de la histórica comedia italiana no es sólo de medios, de metraje y de intención. Las ancianas glotonas, desvariadas y a la postre simpáticas escogidas de fuera de la profesión por el director de ‘Vacaciones de Ferragosto' no tienen el carisma ni la gracia de  -por citar a una vieja genial de entonces- Tina Pica, pero, aunque es un actor austero y eficaz en el registro cómico, tampoco, ¡ay!, Gianni di Gregorio aspira al rango de un gran ‘mattatore' del género sinvergüenza como lo fueron Gassman o Manfredi, ni llena el perfil del acomplejado ‘uomo ridícolo' que supieron crear magistralmente Sordi o Tognazzi. Quizá, pensándolo bien, ningún actor ni guionista actual tenga la capacidad de emular en lo grotesco a ese histrión llamado Silvio Berlusconi.

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17 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Una nueva espada de Damocles

Rafael Argullol: Todo eso es una interesantísima inversión porque forma parte de esa búsqueda desesperada de nuevos público y lectores y espectadores por parte de la llamada tradición artística que está situada ante el espejo de su propia composición, o de su propia inseguridad.

 

 Delfín Agudelo: La búsqueda desesperada que hace perder el valor del suplemento cultural implica un panorama bastante oscuro. En esta medida perdemos todos: yo leo los suplementos para saber qué fue lo último que se publicó; voy a estar leyendo una crítica a partir de un crítico que ya la recomendó para que yo la lea. Supongamos que voy a ver directamente a la librería: los libros que están expuestos son aquellos que entre el librero y el editor acordaron que lo estuviera para que se vendieran. Y más allá de eso: las editoriales buscan las creaciones, el constructor del bestseller, etc. así que tampoco sería muy creíble el editor, en ese sentido. ¿Cómo hace el lector para acceder a una creación que no esté intentando suplir las deficiencias del mercado? ¿Nos volcamos hacia la crítica deportiva?

R.A.: Hay una situación divertida y curiosa, volviendo al intercambio de papeles al que antes aludía, y es que de la misma manera que la crítica literaria, de artes visuales, de música o de cine aparecen continuamente y a veces hasta la náusea metáforas futbolísticas, en las críticas del fútbol empezamos a ver sin saber muy bien si el autor sabe de quién habla: el autor cita a Kierkegaard, a Schopenhauer, a Nietzsche, etc. He escuchado retransmisiones deportivas en que los presentadores, no sé si con mucha justificación, hacen unas citas cultísimas de los trágicos griegos, al hablar de un partido de fútbol. Mientras que por otro lado, sin embargo, en el arte o en la literatura se va a la metáfora futbolística. Creo que  se debe a una razón muy sencilla: el periodista vinculado al mundo del fútbol tiene una enorme seguridad en la corporeidad, en la carnalidad del espectáculo del que trata; sabe que ese espectáculo tiene en estos momentos impactos extraordinarios, incluso universales. Mientras que por el otro lado estoy detectando que hay una legión de autores, críticos, editores, periodistas culturales y periodistas en general que se sienten tan inciertos en su papel que continuamente es como si caminaran sobre arenas movedizas y se están preguntando si su papel es profundamente equivocado, si se deben dirigir a un público que en realidad no es el que se fijan, y allí es donde surge una especie de espada de Damocles fantasmagórica, sensacional, inquietante y muchas veces diría incluso extraordinariamente hinchada, que es la espada de Damocles digital o electrónica.



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17 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Otro corazón de las tinieblas (3)

La violencia es omnipresente en Blood Meridian, hasta el punto de la asfixia. Están las masacres que los indígenas producen, con cuyos restos la banda de Glanton se topa al perseguirlos. Por ejemplo el árbol sobre el que han enhebrado un collar de bebés muertos, versión macabra del arreglo navideño. O la gente que se había encerrado en una iglesia para protegerse, y que terminó cosida a flechazos disparados desde el techo agujereado.
    Después están las masacres que Glanton y los suyos perpetran, con una saña que nada tiene que ver con la justicia y mucho con la retribución: a cien dólares por cabellera, no perdonan ni a las mujeres ni a los niños.
    Pero también está la violencia gratuita que ocurre entre una y otra escaramuza. Actos horrendos que la banda realiza en la misma vena que Valery anunció desde el acápite: “Sin calma, como si fuesen irresistibles”.
    La prosa de McCarthy tiene un enorme poder descriptivo, que oscila entre las imágenes indelebles (“…las balas de cañón estaban hechas de cobre sólido y galopaban a través del pasto como soles en fuga”) y la autoridad con que enuncian los textos bíblicos.
    Déjenme reproducir a modo de ejemplo el pasaje en que la posse de Glanton irrumpe en escena: “…una manada de humanos de aspecto vicioso que montaba sobre ponies indios sin herrar cabalgando medio borrachos por las calles, barbados, bárbaros, vestidos con pieles de animales cosidas con tendones y armados con armas de todas las características, revólveres de enorme peso y cuchillos Bowie del tamaño de espadas y rifles cortos de dos caños en cuyos orificios se podían meter los pulgares y los arreos de los caballos fabricados con piel humana y sus bridas tejidas con pelo humano y decoradas con dientes humanos y los jinetes vistiendo escapularios o collares de orejas humanas secas y ennegrecidas y los caballos de aspecto salvaje y ojos enloquecidos y sus dientes al aire como perros cimarrones y cabalgando además en la compañía de un grupo de indios semidesnudos atados a las monturas, peligrosos, sucios, brutales, luciendo todos como una visita de alguna tierra pagana donde ellos y otros como ellos se alimentaban de carne humana”.
    Precisamente por el poder que trasunta su lenguaje, McCarthy se cuida de cargar las tintas sobre los hechos violentos. Más bien los deja caer al pasar, con la misma escrupulosidad y la misma neutralidad que emplea al describir los paisajes; los cadáveres son una piedra más en el camino. El escritor no desvía nunca la vista (salvo en un momento clave, sobre el que volveré más adelante) ni contrabandea su juicio personal bajo el disfraz de personaje alguno: aquí nadie se horroriza por lo que ocurre ni por lo que ve. Lo más parecido a una reacción emocional ocurre cuando Sproule y ‘el muchacho’ contemplan la masacre en la iglesia y el muchacho se limita “a sacudir la cabeza”.
    McCarthy parece sugerir que no tiene sentido cuestionar la violencia, puesto que forma parte esencial del paquete de lo humano, como bien lo demuestra el fósil sin cabellera de hace 300.000 años al que se alude al comienzo. En el mismo sentido funciona la descripción de Glanton & Co que reproduje antes. La violencia que exhiben desde sus mismos atuendos no es a la mode sino atávica, viene cabalgando con ellos desde el fondo de los tiempos.  
    Pero para aventar la tentación de descartarla como parte de una herencia brutal de la que el hombre ya se ha desembarazado, McCarthy nos entrega al Juez Holden: un hombre cultísimo, tan versado en las ciencias como en las Escrituras, que reserva para sí la violencia más terrible y (en apariencia) irracional que estalla en Blood Meridian.

(Continuará.)



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17 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Historias de la emigración

Que tire la primera piedra quien nunca haya tenido manchas de emigración ensuciándole el árbol genealógico? Tal como en la fábula del lobo malo que acusaba al inocente corderito de enturbiarle el agua del riachuelo donde ambos bebían, si tú no emigraste, emigró tu padre, y si tu padre no necesitó mudar de sitio fue porque tu abuelo, antes que él, no tuvo otro remedio que irse, cargando la vida sobre las espaldas, en busca del pan que su tierra le negaba. Muchos portugueses murieron ahogados en el río Bidasoa cuando, noche oscura, intentaban alcanzar a nado la orilla de allá, donde se decía que el paraíso de Francia comenzaba. Centenares de miles de portugueses tuvieron que someterse, en la llamada culta y civilizada Europa de más allá de los Pirineos, a condiciones de trabajo infames y a salarios indignos. Los que consiguieron soportar las violencias de siempre y las nuevas privaciones, los sobrevivientes, desorientados en medio de sociedades que los despreciaban y humillaban, perdidos en idiomas que no podían entender, fueron a poco a poco construyendo, con renuncias y sacrificios casi heroicos, moneda a moneda, centavo a centavo, el futuro de sus descendientes. Algunos de esos hombres, algunas de esas mujeres, no perdieron ni quieren perder la memoria del tiempo en que tuvieron que padecer todos los vejámenes del trabajo mal pagado y todas las amarguras del aislamiento social. Gracias les sean dadas por haber sido capaces de preservar el respeto que debían a su pasado. Otros muchos, la mayoría, cortaron los puentes que los unían a las horas sombrías, se avergonzaron de haber sido ignorantes, pobres, a veces miserables, se comportan, en fin, como si una vida decente, para ellos, solo hubiese comenzado verdaderamente el día felicísimo en que pudieron comprar su primer automóvil. Esos son los que estarán siempre dispuestos a tratar con idéntica crueldad e idéntico desprecio a los emigrantes que atraviesan ese otro Bidasoa, más ancho y más hondo, que es el Mediterráneo, donde los ahogados abundan y sirven de pasto a los peces, si la marea y el viento no prefieren empujarlos hasta la playa, mientras la guardia civil no aparece para levantar los cadáveres. Los sobrevivientes de los nuevos naufragios, los que pusieron pie en tierra y no fueron expulsados, tendrán a su espera el eterno calvario de la explotación, de la intolerancia, del racismo, del odio por su piel, de la sospecha, de la humillación moral. El que antes había sido explotado y perdió la memoria de haberlo sido, explotará. El que fue despreciado y finge haberlo olvidado, afinará su propia manera de despreciar. Al que ayer humillaron, humillará hoy con más rencor. Y ahí están, todos juntos, tirándoles piedras al que llega a la orilla de acá de este Bidasoa, como si nunca hubiesen emigrado ellos, o los padres, o los abuelos, como si nunca hubiesen sufrido de hambre y de desesperación, de angustia y de miedo. En verdad, en verdad os digo, hay ciertas maneras de ser feliz que son simplemente odiosas.



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17 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El blog de Mariano José de Larra, 4

Un cuadro sombrío Apenas hemos hablado hasta ahora de lo que es característico de la prensa, sus contenidos. Y dentro de sus contenidos de los que constituyen su almendra, las noticias, los reportajes, los artículos, el periodismo. Todo este aparato industrial tan pesado ha tenido sentido durante aproximadamente dos siglos porque ha constituido primero el único, después el principal, y finalmente todavía uno de los más fundamentales medios con que contaban las sociedades industriales para proporcionar informaciones al público. La crisis de la prensa es tan característica porque su formulación respecto al periodismo puede expresarse en términos de una paradoja, es decir, de una contradicción irresoluble. La tecnología ha simplificado y abaratado enormemente el acto esencial de informar hasta ponerlo al alcance de cualquiera: ya no hay que comprar papel, contar con un impresor, organizar las suscripciones y contratar a un distribuidor. Imaginemos la situación de Mariano José de Larra, cuyo segundo centenario celebramos, cuando escribía el artículo ?Un periódico nuevo?, el 26 de enero de 1835 en la Revista Española, donde contaba las dificultades para convertir su seudónimo Fígaro en una cabecera propia. Traslademos ahora a nuestra época los problemas de un articulista que protagoniza de forma brillante los años fundacionales del periodismo moderno en España, que se abrieron con la muerte de Fernando VII y la transición desde su régimen absolutista hasta otro de censura administrativa y una cierta tolerancia. Y vemos que a Larra hoy nadie le censuraría ni él se vería obligado a pedir licencia para imprimir. ?Aquí no queremos periódicos -le dice el impresor al Larra articulista que cuenta las penalidades para imprimir su periódico-; hay que trabajar de noche. Dios ha hecho la noche para dormir?. Ahora Larra escribiría directamente sus textos y los colgaría luego en la red, en su blog. Tanta facilidad para llegar al público se acompaña de la mayor complicación. Larra puede fundar Fígaro en la red ahora mismo, si quiere. Pero las dificultades para fundarlo en papel serán mucho mayores que hace doscientos años, incluso serán insalvables. Y no lo tendrá fácil para que alguien le ofrezca estos días el equivalente de su primer sueldo de 20.000 reales al año por dos artículos a la semana como le pagaba El Español. No suele haber nuevos contratos en el momento de una recesión y de una reconversión industrial. Cada vez es más difícil cobrar por los contenidos de calidad en la red esos artículos de los Larras de hoy que los internautas prefieren leer gratuitamente. Cada vez hay menos dinero en las viejas empresas de medios para invertir en contenidos, a medida que disminuyen los ingresos en todos los capítulos y se hace más inviable el negocio. La paradoja puede resumirse así: estamos en la mejor situación posible en cuanto a crecimiento global de las audiencias, de los medios tecnológicos y de las habilidades, así como en el número de los profesionales (incluso a pesar de las recientes reducciones de plantillas), también de los medios tecnológicos para acceder a la información, en unas sociedades cada vez más transparentes e informativamente eficaces. Estamos más cerca que nunca del paraíso de la información en cuanto a acceso y disponibilidad de medios para informarse. Pero esto queda limitado e incluso colocado entre graves interrogantes por el desplome del precio de la información y la correspondiente expansión de la cultura de la gratuidad, que sitúa al borde de la extinción a los medios de comunicación tradicionales. (Este texto es la cuarta entrega que publico en el blog del artículo que aparece en el actual número de julio-agosto de la revista Claves de la Razón Práctica. Se trata de la adaptación de la conferencia pronunciada en Ávila. el 25 de mayo de 2009, dentro del ciclo ?Los medios de comunicación al servicio del siglo XXI?, con motivo de los actos del bicentenario de Mariano José de Larra).



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16 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sobreviviente

Hoy les traigo el cartel de neón más antiguo de mi barriada de Centro Habana. Con sus letras rojas, el anuncio convoca a tomar una taza de café Pilón, aunque en ese local ahora sólo se oferta una tibia colada de un polvo indefinido. Increíblemente, su estructura ha sobrevivido a las pedradas de los niños y a la intención estatal de barrer con todas las marcas que nos recordaran el pasado. Este ?fósil? cuelga todavía en la calle Galiano, aunque su luz interior hace años que no logra encenderse y en el pequeño mostrador -debajo de él- ya no pueda beberse un café carente de chícharos



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16 de julio de 2009
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El Boomeran(g)
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