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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Amábamos tanto a Aimee

Alta, flaca, desgarbada, con su pelo rubio llovido y un look digno de un adolescente que pretende ser tomado en serio –jeans, camisa y corbata, chaleco y anteojitos de intelectual-, Aimee Mann parecía a la vez tan fuerte y tan frágil como los narradores de sus mejores canciones. Asistir a su concierto del jueves en el teatro Gran Rex de Buenos Aires fue un placer que persistirá en mi memoria, porque Mann es de esos artistas que escribe canciones sin las cuales uno no lograría entender su propia biografía.

         Acompañada tan sólo por su guitarra y un par de tecladistas (‘Estamos tratando de sonar más con menos’, se explicó), Mann hizo un recorrido ecléctico por su obra, oscilando entre sus canciones más populares y oscuros Lados B, que hasta –sorpresa- incluyó el hit Voices Carry que la llevó por primera vez a la notoriedad hace más de 20 años. Fue un encuentro casi íntimo, y por eso ideal para dejar que su voz y sus palabras obrasen la magia quieta de la que Mann es maestra.

         La primera canción suya en la que reparé fue Wise Up, que formaba parte de la banda de sonido de la película Jerry Maguire (1996) de Cameron Crowe. A pesar de que el film está lleno de canciones maravillosas –empezando por Free Falling de Tom Petty y Secret Garden de Bruce Springsteen-, Wise Up destacaba a primera oída porque iba directo al corazón de la historia –una característica que, pronto descubriría, era común a todas las canciones de Aimee Mann.

         Yo que por entonces atravesaba mis propias turbulencias en el vuelo de la vida, adopté Wise Up como mía y no dejé de cantarla como un mantra: “No es / lo que pensaste / cuando empezó. / Conseguiste / lo que querías / y ahora apenas podés tolerarlo aunque / a esta altura ya sabés / que no va a parar / no va a parar / no va a parar / hasta que aprendas’. (Pido perdón por la traducción, pero no encuentro la palabra perfecta para decodificar wise up: ‘avivate’ o ‘espabilate’ me suenan un tanto frívolas, ‘volvete sabio’ un tanto serias. Me quedo con el verbo ‘aprender’, porque aunque suena escolar entraña el desafío esencial que la canción propone.)

         Me reencontré con Aimee Mann en otra película: Magnolia (1999) de Paul Thomas Anderson, uno de mis cineastas favoritos de este tiempo. Allí sus canciones desempeñaban un rol más central; tanto era así, que Anderson confesó haber construido la película a partir de las canciones de Mann, que no sólo describen con hondura la soledad de los muchos personajes que allí se entrecruzan (desde el ex niño prodigio Donnie Smith al enfermero Phil Parma), al punto que en una secuencia todos se ponen a cantar Wise Up; sino que hasta llegan a convertirse en parte del diálogo de la película. Cuando la devastada Claudia, hija del animador de TV Jimmy Gator, acude a la cita con el torpe policía Jim Kurring, la oímos decir los primeros versos de Deathly, una de sus canciones más bellas, y tal vez mi favorita: ‘Ahora que te encontré / ¿te opondrías / a que nunca volviésemos a vernos?’

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(Continuará.)



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15 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Novedades editoriales de los últimos meses

De entre las muchas novedades editoriales de los últimos meses  -esas novelas y cuentos que han aparecido aquí y allá y que uno ha ido pillando para leer casi a contrapelo de la tranquilidad- rescato algunas que me han llamado la atención: Compré en Lima "Confesiones de Tamara Fiol", de Miguel Gutiérrez, una novela ambiciosa y profusa, llena de ramificaciones, que se desliza casi durante un siglo por el Perú republicano, convulso y contradictorio de este tiempo. Tamara Fiol -mujer tan valerosa como cínica- cuenta su vida y al hacerlo cuenta también la historia de los múltiples desgarros de una sociedad agobiada por sus fantasmas sociales. Una novela de prosa limpia que exige sin embargo mucha atención, so riesgo de perderse con las muchas voces que la cuentan. "Los Demonios de Berlín", de Ignacio del Valle, es la tercera entrega de la saga iniciada con "El Arte de Matar Dragones" y "El Tiempo de los Emperadores Extraños", y que nos presenta al imperturbable y más bien desencantado Arturo Andrade entre los escombros humeantes del Berlín del fin de la II Gran Guerra. Con una atmósfera espectral y magníficamente conseguida, "Los demonios de Berlín" resuelve una trama impecable y, por momentos, brillante. "Pero Sigo Siendo el Rey", de Carlos Salem, es sólo la reafirmación de ese brutal talento narrativo que es el escritor argentino. Prolífico, de relampagueantes e inesperadas historias que se han alzado con premios prestigiosos, rápidas traducciones y propuestas para llevar al cine, esta reciente novela, también editada por Salto de Página, es divertida, negra e ideal para disfrutar en la tranquilidad del verano. 

"Algo que contarte", de Hanif Kureishi se propone como una lectura de nuestra época, una reflexión algo ácida a través de la voz del psicoanalista Jamal Khan y de su historia aparentemente anodina y circunstancial, donde a simple vista destaca la escisión probable, como en otras novelas de Kureishi, de un personaje que es medio inglés, medio pakistaní. Pero debajo de esa primera lectura se abre otra, mucho más relevante.

Por último, "El Viajero del Siglo", de Andrés Neuman es probablemente una de las más ambiciosas novelas de cuantas han ganado el Premio Alfaguara. Cuenta la historia de Hans, joven inquieto y viajero empecinado, que hace una breve parada en Wanderburgo, pequeña ciudad entre Sajonia y Prusia. Pero por una extraña razón, Hans es incapaz de irse de allí. A la delicada historia de amor, a la sugestiva teatralidad de la relación con los habitantes de aquella ciudad, Neuman agrega un poderoso ingrediente: el paralelismo que establece la historia entre la Europa actual y la Europa de la Restauración. Se trata de una bellísima novela escrita y formulada a la antigua y ya casi extinta manera de escribir ficciones: bien.



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14 de agosto de 2009
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Libros recientes recomendados

En la nueva colección recopilatoria que Anagrama llama "Otra vuelta de tuerca" nos encontramos con viejos conocidos, y para mí, que llevaba años sin leerle, por lamentable falta de 'material' tras su muerte temprana, ha sido de nuevo excitante (y perturbador) leer de un tirón las casi 500 páginas de los relatos autobiográficos de Thomas Bernhard originalmente publicados por separado con sus títulos respectivos: 'El origen', 'El sótano', 'El aliento, 'El frío', 'Un niño', y ahora acompañados por un prólogo de su traductor, Miguel Sáenz.

Junto a este libro extenso, el más breve: los (cinco) 'Sonetos a Grete Gulbransson' de Rilke, en Visor: un regalo inesperado de otro autor que también creíamos conocer del todo.

Sigo siempre a Cees Noteboom, y su hermoso cuento largo 'En las montañas de Holanda' (Siruela) no decepciona. También me ha alegrado ver traducido un pequeño pero intenso relato memorial del joven marroquí Abdelá Taia, 'Una melancolía árabe' (Alberdania), que leí el año pasado cuando salió en francés, su lengua literaria.

Y luego está 'Chile in my mind', pues en el Chile de Allende sucede el originalísimo thriller político 'Las manos cortadas', de uno de los mejores novelistas jóvenes españoles, Luisgé Martín, y chileno es Carlos Franz, autor del magnífico libro de narraciones unitariamente noveladas 'La prisionera', publicado por Alfaguara en Chile a fines del año pasado y ahora llegado a mis manos.

Aunque quizá el mejor libro narrativo de los últimos seis meses no se puede leer, sino sólo ver. Se trata de 'Une semaine de bonté', el catálogo que Mapfre sacó con motivo de la exposición del conjunto de las páginas de ese extraordinario collage de Max Ernst, que, en uno de mis primeros blogs de El Boomeran(g), llamé "una de las más grandes novelas del siglo XX". 

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14 de agosto de 2009
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VI. Las balas y los votos

¿Qué ha quedado entonces de toda aquella empresa histórica? Lejos de los ideales de origen, y sin ninguna de las ilusiones de transformación de la realidad del país cumplidas, pareciera no haber ninguna herencia de aquellos años dramáticos que conmovieron al mundo. Pero los logros y las consecuencias verdaderas de la revolución, sino se advierten, es porque son hoy parte de la sustancia del país.

Haber terminado con la obscena dictadura militar de Somoza, es el primero de los logros. Fue el Frente Sandinista el que logró movilizar al pueblo en aquella lucha, sobre todo a los jóvenes de todas las clases sociales, y a su habilidad política se debió la unidad de todas las fuerzas del país, la formación de un frente internacional de respaldo, y las exitosas negociaciones con el gobierno del presidente Carter para que Estados Unidos aceptara la salida de Somoza, lo que dio paso también, en última instancia, a la desaparición de la Guardia Nacional creada por los mismo Estados Unidos en 1927.

Y si el primer hecho trascendente de la revolución fue el fin de la dictadura, el último fue la admisión sin condiciones de la derrota electoral de 1990 la misma noche del 25 de febrero, y la entrega del poder tres meses después al nuevo gobierno electo en las urnas. Se necesitó valentía para sacar a Somoza, y también se necesitaba valentía para dejar el poder conquistado con las armas aceptando sin vacilaciones el mandato de los votos, porque el Frente Sandinista no estaba renunciando simplemente al ejercicio del gobierno, sino al ejercicio del poder revolucionario concentrado bajo su égida de partido hegemónico.

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14 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Más errores

Luego están los devotos de la ortografía, los que se hacen los ofendidos cada vez que se cuela una errata o una falta ante sus ojos escrutadores. Son una reminiscencia del escolar escrupuloso y atento, que gustaba lucir de una caligrafía pulcra y sin manchas de tinta. Gentes que desde pequeños han confundido la errata con el error, el fallo con la falta, y la fealdad con el pecado. 

A esos les gusta convertirse en inquisidores y ven todos los defectos en los otros. Los creen voluntarios y dolosos, fruto de una naturaleza perversa, y por eso tratándose de escritura adornan sus descalificaciones con sentencias solemnes en las que asocian la gramática con la moral. Jamás se les pilla en falta porque ellos son el error. No merecen ni enmiendas ni fe de errores, sino una enmienda a la totalidad.



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14 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Jean Giono

Imagino que Jean Giono habrá plantado no pocos árboles durante su vida. Sólo quien cavó la tierra para acomodar una raíz o una esperanza de que venga a serlo podría haber escrito la singularísima narrativa que es ?El hombre que plantaba árboles?, una indiscutible obra maestra del arte de contar. Claro que para que tal cosa sucediese era necesario que existiese un Jean Giono, pero esa condición básica, afortunadamente para todos nosotros, era ya un dato adquirido y confirmado: el autor existía, lo que faltaba era que se pusiese a escribir la obra. También faltaba que el tiempo transcurriese, que la vejez se presentara para decir: ?Aquí estoy?, pues tal vez solo con una edad avanzada, como ya entonces era la de Giono, es posible escribir con los colores de lo real físico, como él lo hizo, una historia concebida en lo más secreto de la elaboración de ficción. El plantador de árboles Elzéard Bouffier, que nunca existió, es simplemente un personaje construido con los dos ingredientes mágicos de la creación literaria, el papel y la tinta con que en él se escribe. Y con todo, acabamos conociéndolo a la primera referencia que de él se hace, como alguien a quien estuviéramos esperando hace mucho tiempo. Plantó miles de árboles en los Alpes franceses, después esos miles, por acción de la propia naturaleza así ayudada, se multiplicaron en millones, con ellos regresaron las aves, regresaron los animales de los bosques, regresó el agua, allí donde no había nada más que secano. En verdad, estamos esperando la aparición de unos cuantos Elzéard Bouffier reales. Antes de que sea demasiado tarde para el mundo. P.S. Tiene razón el Sr. D. Duarte de Bragança, se trataba del Evangelio, no del Memorial, pero ya no la tiene cuando dice que yo atribuyo la paternidad de Jesús a un soldado romano. Ninguno de los millones de lectores que el libro ha tenido hasta hoy lo confirmaría. Conozco la tesis, pero, creo que por una cuestión de buen gusto, no la utilicé en la historia que escribí. En compensación, le dediqué unas cuantas páginas a la concepción de Jesus por José y María, sus padres. Me permito sugerirle al Sr. D. Duarte de Bragança que lea mi Evangelio. Atrévase, no sea tímido, le garantizo que la lectura le aprovechará.



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14 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El secreto de Campanella

Me gustó El secreto de sus ojos, la nueva de Juan José Campanella. La película marca un viraje respecto de las comedias dramáticas que lo consagraron, desde El mismo amor, la misma lluvia a Luna de Avellaneda, pero en sentidos que van más allá del cambio de género.
    Basado en la novela La pregunta de sus ojos de Eduardo Sacheri, El secreto es un film que propone un misterio en dos tiempos: el espectador se pregunta cómo se resolverá un crimen ocurrido a mediados de los 70 (esta, obviamente, es una duda que concierne al pasado) y también qué pasará con el amor nunca confesado entre Benjamín Espósito (Ricardo Darín) e Irene Menéndez (magnífica Soledad Villamil), dilema que subsiste hasta el presente del relato. En buena medida la Buenos Aires de Campanella –tanto en su versión años 70 como en el presente- sigue siendo la misma de sus otros films: una ciudad fantasma, habitada por todos aquellos personajes del cine italiano, español y argentino a los que habíamos amado tanto en otras épocas, y que ya no parecen tener lugar en el cine de hoy. Pero el viraje hacia el thriller es mucho más que un cambio de registro.
    Cuando vi El mismo amor, la misma lluvia me pasó una cosa contradictoria. Por una parte aprecié la realización del film, que estaba muy bien hecho y bien narrado. (Acá en la Argentina las cosas son así: primero nos fijamos si la película está bien hecha, después consideramos si está bien narrada. En general nunca vamos más allá, porque la mayoría de los films sucumben antes de sortear alguna de las dos barreras.) Pero me inquietó el hecho de que la película tuviese por protagonista a un ser que yo encontraba detestable: un porteño prototípico, que traicionaba todo lo bueno que había recibido y a todas las personas que lo habían amado en la vida. Lo que me molestó entonces (hace mucho tiempo, sepan disculpar) no fue que la película eligiese como protagonista a un tipo despreciable, sino que de alguna manera me demandase que lo mirase con cariño porque estaba interpretado por Darín y Darín, cosa inevitable, es simpático y no se puede menos que quererlo. Este peligro que yo encontraba en la confusión de lo despreciable con lo amable (en el cine italiano clásico que Campanella conoce bien, los personajes salvajes pueden ser cómicos pero nunca dejan de ser salvajes), hizo que me negase a ver El hijo de la novia, que según decían estaba protagonizada por un personaje –interpretado por Darín, para colmo- que tenía mucho que ver con el Jorge Pellegrini de El mismo amor.
    Pero Luna de Avellaneda me gustó. Como me gustó lo que vi de Vientos de agua. Y ahora, en El secreto de sus ojos, encontré que el viraje (¿o debería decir, más bien, el viaje?) se había completado. Benjamín Espósito es un personaje en las antípodas de aquel de El mismo amor. Es un tipo que siempre ha sido íntegro y siguió siéndolo aun en las malas –mucho más de lo que él mismo se ha dado cuenta.
    La película, como ya dije, transcurre en dos tiempos: un presente en que Benjamín Espósito, ya jubilado del Poder Judicial argentino, decide convertir hechos de su pasado en una novela. El segundo tiempo es aquel de los hechos que pretende narrar, el crimen pasional de los 70 (violación seguida de homicidio) en cuya investigación se vio involucrado sin final feliz.
    La clave que une ambos tiempos es simple: para Espósito, el crimen (el pasado) no está cerrado. La novela que pretende escribir funciona como excusa para preguntarse por aquello que no se resolvió del todo a causa de la intromisión de la Historia –así con mayúsculas- en el dominio de lo privado.
    Tanto el crimen como la vida de Espósito quedaron en suspensión virtual al sobrevenir la dictadura militar. Porque en aquel entonces el país se convirtió en el reino del revés, con los victimarios convirtiéndose en próceres y la justicia –empezando por aquella que también solemos escribir con mayúsculas- utilizando la venda de los ojos para atarse las manos.
    Sobre el final, alguien dice lo siguiente (cito de memoria): “No va a ser fácil”. Y sin embargo uno se queda contento. Porque la vida y la Historia ya nos han probado que lo fácil no rinde, que lo fácil es un engaño: fáciles fueron las traiciones en que el Jorge de El mismo amor, la misma lluvia incurría, fácil fue mirar para otro lado y tolerar la dictadura en silencio, fácil es no hacerse cargo del pasado. Sostener lo bueno de esta vida es (casi) siempre difícil. Esa es la razón por la que Espósito no hace nada durante décadas para poner en juego el amor que siente por Irene: porque, conscientemente o no, sabe que un amor fundado sobre la injusticia –y el crimen del pasado sigue flotando entre los dos, como un fantasma-, sería tan sólo un amor mentiroso que, por ende, se depreciaría a sí mismo.
    Cuando uno está metido en esto del cine suele fijarse en detalles que al común de los espectadores se le pasan por alto. Por ejemplo el plano secuencia que arranca en el cielo, por encima de un estadio de fútbol, sobrevuela a los jugadores y finalmente llega a los protagonistas. Esta es la secuencia más espectacular de la película, pero a mí me llamaron mucho la atención otros dos detalles. El primero, lo bien hecho que está el maquillaje que se ve obligado a llevar la carga del tiempo sobre los actores. (La ficha técnica le otorga el crédito de lo que llama ‘maquillajes especiales’ a Alex Mathews.) Lo segundo fueron las fotos del pasado. Por lo general, hasta las producciones de Hollywood resuelven mal este recurso de meter el rostro del actor de hoy en medio de una foto vieja: siempre se nota la superposición, la impostura. Y sin embargo en la película de Campanella las fotos parecen viejas de verdad y los actores están perfectamente integrados.
    Lo que al principio me pareció un prodigio técnico se me fue revelando de a poco como un mérito mayúsculo. Porque lo que las fotos y el maquillaje cuentan es esencial a la historia, aquello que determina las acciones de Espósito y por añadidura las intenciones de Sacheri y de Campanella: si el pasado no está bien resuelto, no podremos aspirar nunca a plenitud alguna en el presente.
    Puede sonar a verdad de Perogrullo, pero en el contexto del cine de Campanella y de la historia argentina, El secreto de sus ojos afirma algo que es (casi) revolucionario: la clave de nuestro futuro está en la manera en que resolvemos nuestro pasado; un tiempo pretérito que, de no obtener el cierre y la clausura que amerita, nunca dejará de jodernos el presente.



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13 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Falta la ?Y?

Las memorias se escriben al final de la vida y los diccionarios con frases de un hombre se compilan cuando se le sabe acabado, incapaz de producir nuevas ideas. Quedar reducido a las páginas de un libro, cuando una vez se tuvo el micrófono ante un millón de personas, debe ser un consuelo tan insípido como la papilla que se le administra a un enfermo. El Diccionario de pensamientos de Fidel Castro, del investigador Salomón Susi Sarfati, viene a ser entonces la despedida del locuaz líder que inundó nuestra vida ?cada minuto de ella- con su incontrolada retórica. Según una nota de Prensa Latina, ?exquisito y minucioso en su selección, el autor divide el diccionario en 20 letras del alfabeto español (excepto k, q, w, x, y, z) … ?. Como tengo obsesión por esa penúltima consonante que da nombre a este Blog, me pregunto si en los más de mil 978 aforismos nunca habrá sido referido  a alguien de la ?Generación Y?. En esta Isla llena de Yordankas, Yohandris y Yunieskis, cómo es posible que ?la esencia del pensamiento? de quien estuvo casi cincuenta años en el poder, no contenga una alusión a nosotros. Parece ser que el libro sólo recoge conceptos, no personas, lo cual lo hace para mí un muestrario de entelequias, un compendio de nociones inaprensibles. Quizás hoy ?día de su 83 cumpleaños-  el orador de antaño esté ante este diccionario que han creado para halagarlo, para decirle que su obra perdurará y se leerá por los siglos de los siglos. Mirará el año de publicación y se preguntará si harán una edición ampliada con el contenido de sus próximas reflexiones. No notará que falta la ?Y?, esa pequeña e insignificante letra que no le ha salido como él hubiera querido: desinteresada, altruista, disciplinada y estoica. Quizás se regodee más en la ?R? de revolución o en la ?I? de imperialismo, pero su magna mirada no llegará al final del abecedario. Allí, agazapada y oculta está esa letra en forma de tirapiedras, con la liga tensada en dirección al mañana.



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13 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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LEONARD COHEN

 

 

 

Hace tiempo que no escucho en directo a Leonard Cohen. Esta noche lo haré en Vigo y pocas cosas me pueden prometer placeres como el de escuchar su voz. Su ronca voz que me acompaña desde que éramos casi adolescentes. El pertenece a esos poetas que cantan cosas que tienen que ver con nosotros, con nuestros sentimientos, con nuestro mundo, nuestros amores, nuestros deseos. Esta noche estará bien, así se llama una de sus más hermosas canciones, una canción hermosa como una suave, dulce, salada noche de amor. Me gusta Cohen por lo que dice, por como lo dice, por lo que es y por lo que parece. Me gusta que le guste Lorca, ¡sería imposible que no le gustara! Me gusta que se puedan tener setenta y cinco años y seguir siendo como aparenta ser. Me gustan las canciones de Cohen, sus poemas y ese que robó a Lorca. Me gusta Cohen cantado por Enrique Morente.

"Solo soy una estación en tu camino, yo se que no soy tu amante". Pero nos hace desear ser muchas estaciones, recorrer muchos caminos, tener muchos amores. Me emociona Cohen. Nunca olvidaré la primera vez que escuché su voz. Allí estaba entre los grandes del rock, del pop, de las músicas libres en el festival en el que todo el mundo quería estar. El, delgado, elegante, susurrante, un poco ronco y cantando: "Ahora Suzanne te toma de la mano y te conduce al río...y el sol se derrama como miel sobre nuestra señora del puerto y ella te enseña dónde mirar entre la basura y las flores...". Hoy, esta noche, otra vez soñaremos con Suzanne.

Mañana seré el que anoche escuchó cantar a Leonard Cohen.



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13 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Errores

No puede con el error. Sobre todo con el error propio. De forma que lo convierte en motivo de cien excusas, en error de los otros, en detalle sin importancia. 

Quien mejor lo lleva es quien vive del error y para el error. Ese que se acostumbra a no dar jamás una sola cifra correcta ni un solo detalle exacto, hasta alcanzar la gloria del error, que es la invención pura y llana.  Del error sistemático a la falsificación consciente hay un corto trecho que muchos recorren encantados, como quien se suelta en una pendiente.



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13 de agosto de 2009
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