Marcelo Figueras
La serie Lie to Me deriva de moldes ya probados (el personaje brillante y asocial a la Dr. House, el equipo de expertos que soluciona varios misterios a la vez al estilo C. S. I.) pero cuenta en su ventaja con un morbo del que sus predecesoras adolescen. Su fundamento teórico –la noción de que todos los que mienten revelan su pensamiento a través de tics, gestos o lo que aquí se llama microexpresiones, esto es expresiones faciales que para el lego suelen pasar desapercibidas- resulta irresistible para la mayoría de nosotros, porque todos mentimos de una u otra manera y en mayor o menor medida –y muy especialmente, porque todos querríamos evitar ser víctimas de la mentira.
Cada vez que en medio de la serie se explican las microexpresiones a través de imágenes de gente real –y no cualquier gente: Clinton, Bush, O. J. Simpson…-, uno siente un escalofrío que recorre su espalda. ¡Cuánto mejor nos iría si, al igual que el doctor Cal Lightman (Tim Roth, en la serie) pudiésemos descubrir a simple vista cuándo y cómo nos engañan los poderosos!
El fenómeno de la mentira es fascinante, en tanto el ser humano la ha elevado a la categoría de una de las bellas artes. Hay animales que se pretenden más de lo que son para seducir y reproducirse, y otros que se mimetizan con el entorno para protegerse o alimentarse, pero ninguna criatura viviente ha creado una maraña de engaños tan innecesarios como el hombre.
Como podría predicarse de prácticamente todos nuestros defectos graves, mentimos porque podemos. Aunque muchos de nuestros congéneres dicen cosas que no son con el mismo objetivo de los animales citados (para seducir y reproducirse, para protegerse y alimentarse), la mentira que nos define es aquella en la que nos embarcamos tan sólo porque suena menos salvaje que la verdad. Mentimos, pues, porque mentir es más fácil que ser honesto, y los hombres solemos privilegiar lo fácil a lo correcto aun cuando sabemos, o al menos intuimos, que la mentira de hoy nos conducirá al atolladero de mañana.
Dado que hoy nos cuesta más que nunca comprender cuál es el valor intrínseco de la verdad, la existencia de mucha más gente como el doctor Cal Lightman nos vendría bien. Ya que no podemos dejar de mentir por convencimiento, tal vez lo hagamos por el temor a ser descubiertos.
En este aspecto, como en tantos otros, también somos hijos del rigor.