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VII. Herencia de caudillos

¿Herencia también de la revolución un caudillo que se reparte con otro cuotas de poder, y estorba el desarrollo institucional? No sólo la cultura autoritaria de origen del sandinismo, inspirada en el marxismo ortodoxo, sino la cultura política del país toda, desde el siglo XIX, favorece la figura del caudillo que se alimenta, precisamente, del atraso democrático y sigue representando a la vieja sociedad rural que aún domina en Nicaragua pese a los amagos de modernización. ¿No fue, entonces, la revolución un factor de modernización? Su impulsos de transformar la sociedad lo fueron, pero no el esquema político vertical al que en términos ideológicos algunos de sus dirigentes militares se aferraron hasta casi el final.

Estos esquemas fueron derrotados por la realidad, pero no fueron derrotados en sus mentes, de allí que aquel acto trascendental de aceptación de la derrota electoral en 1990 se haya convertido luego en motivo de arrepentimiento, bajo aquella proclama inmediata de Daniel Ortega de "gobernar desde abajo".  Por eso es que ahora se niega a dejar la presidencia, porque la considera como un derecho personal que antes le fue arrebatado injustamente.

Aceptar la derrota de 1990 fue clave en un país en donde las elecciones habían sido una rareza, y los fraudes y golpes de estado la regla común, y la democracia se volvió irreversible a partir de aquella noche. Otros dirán que hay democracia porque la guerra de los contra forzó al Frente Sandinista a realizar las elecciones que perdió.

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19 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El periodista perfecto

El periodismo perfecto es aquel en el que quien escribe tiene como fuente y objeto de su artículo a sí mismo. No hay posibilidad de equivocarse. 

De ahí que sea un caso único: notifica a sus lectores todos los premios y galardones que ha recibido, los honores y conferencias de que ha sido objeto, los encuentros con famosos, y todo como sin darle mayor importancia, sólo de pasada. Considera que lo que a él le pasa es lo único interesante que sucede en el mundo. Y cuando pasa algo que aparentemente  no tiene que ver con él siempre consigue al final asomar su cabeza monda en la más rabiosa actualidad. Si Flaubert era Madame Bovary, él es la actualidad. Lo demás son manipulaciones de los enemigos políticos y de  la competencia. Encabezaba su periódico cada día con una sentencia moral. Y luego se permitía todas las inmoralidades. Era la enseña de su peculiar profesionalidad. 



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19 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La sangre en Chiapas

Toda sangre tiene su historia. Corre sin descanso en el interior laberíntico del cuerpo y no pierde el rumbo ni el sentido, enrojece de súbito el rostro y lo empalidece huyendo de él, irrumpe bruscamente de un rasguño de la piel, se convierte en capa protectora de una herida, encharca campos de batalla y lugares de tortura, se transforma en río sobre el asfalto de una carretera. La sangre nos guía, la sangre nos levanta, con la sangre dormimos y con la sangre despertamos, con la sangre nos perdemos y salvamos, con la sangre vivemos, con la sangre morimos. Se convierte en leche y alimenta a los niños en brazos de las madres, se convierte en lágrima y llora sobre los asesinados, se convierte en revuelta y levanta un puño cerrado y un arma. La sangre se sirve de los ojos para ver, entender y juzgar, se sirve de las manos para el trabajo y para la caricia, se sirve de los pies para ir hasta donde el deber la manda. La sangre es hombre y es mujer, se cubre de luto o de fiesta, pone una flor en la cintura, y cuando toma nombres que no son los suyos es porque esos nombres pertenecen a todos los que son de la misma sangre. La sangre sabe mucho, la sangre sabe la sangre que tiene. A veces la sangre monta a caballo y fuma en pipa, a veces mira con ojos secos porque el dolor los ha secado, a veces sonríe con una boca de lejos y una sonrisa de cerca, a veces esconde la cara pero deja que el alma se muestre, a veces implora la misericordia de un muro mudo y ciego, a veces es un niño sangrando que va llevado en brazos, a veces diseña figuras vigilantes en las paredes de las casas, a veces es la mirada fija de esas figuras, a veces la atan, a veces se desata, a veces se hace gigante para subir las murallas, a veces hierve, a veces se calma, a veces es como un incendio que todo lo abrasa, a veces es una luz casi suave, un suspiro, un sueño, un descansar la cabeza en el hombro de la sangre que está al lado. Hay sangres que hasta cuando están frías queman. Esas sangres son eternas como la esperanza.



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19 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Amábamos tanto a Aimee (2)

Lo que me arrasa de Aimee Mann es su capacidad de cantar a corazón abierto. En un mundo determinado a escapar compulsivamente de la verdad, Mann busca la sinceridad total con la obstinación de un espeleólogo. Pero por supuesto, semejante busca no acaba con la definición precisa de lo que siente o le ocurre, por más brillantemente que logre plasmarla. (“Tenés todo el aspecto de ser / el complemento perfecto / para una chica necesitada / de un torniquete”, dice en Save Me.)

         Eso constituye apenas el principio. Sus pequeñas historias –porque cada canción, cabe decirlo, funciona en sí mismo como una short story; Paul Thomas Anderson sabía bien lo que hacía cuando concibió Magnolia- avanzan siempre hacia el diagnóstico. Y aunque la cura no exista, y la señal que indica la salida no aparezca nunca en la ruta (“Pensé que mi vida iba a ser diferente de algún modo / pensé que mi vida iba a ser mejor a esta altura / pero no lo es, y no sé dónde doblar’, canta en Thirty One Today), no se detendrá hasta por lo menos asumir que el cambio es necesario. No faltarán ocasiones en las que sienta que “la Historia muestra / que no existe una maldita posibilidad” (Pavlov’s Bell) de rescatarse a sí misma –les dije que era honesta. Pero aun así no dejará de preguntarse si “no será esta tu oportunidad, baby / de romper con las circunstancias” (Today’s the Day).  

         Mann es simplemente una escritora maravillosa, de una disponibilidad emocional que no he vuelto a ver desde Joni Mitchell. (Ah, por qué será que sólo las mujeres tienen el coraje necesario…) La santa patrona de todos aquellos que vivimos convencidos de formar parte de “las filas de los freaks / que sospechan que nunca podrán amar a nadie / excepto a los freaks / que sospechan que nunca podrán amar a nadie”.

         En un momento clave de mi vida, sentí que el personaje que narra Deathly describía como nadie mi fragilidad emocional: “Así que por favor no saques a relucir tu encanto / porque ya tengo suficientes problemas / no, por favor no me elijas / porque un simple gesto de amabilidad podría resultarme / fatal”. De algún modo puedo decir que las canciones de Aimee Mann me acompañaron en el periplo, hasta que llegué al puerto para nada espectacular pero promisorio que tan bien interpretó Anderson en el plano final de Magnolia: la sonrisa que acude a los labios cuando uno comprende que, después de todo, quizás exista algo parecido a un buen futuro.

         Por favor no se pierdan a Aimee Mann.



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18 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Padecimientos

Mi número telefónico coincide en cinco dígitos con el de la farmacia más cercana. De manera que cada día atiendo varias llamadas equivocadas, en las que me preguntan si ha llegado algún que otro medicamento. Normalmente, les doy a las personas los datos correctos para que encuentren el dispensario, pero otras ?siete de la mañana de un domingo? sólo atino a decir: ?No señora, en esta casa no vendemos ese fármaco?. Si me dejo guiar por lo que busca la gente para aliviar sus padecimientos, tendría que concluir que las depresiones están en aumento. El noventa por ciento de los que llaman quiere algún ansiolítico o relajante, algo que ayude a desconectar de la cargante realidad. Las dificultades para transportarse, la doble moneda, las colas y el stress que provoca buscar determinados productos en el mercado negro, pueden llegar a desequilibrar a cualquiera. Especialmente si se ha vivido desde hace décadas bajo esa sensación de inestabilidad nacional, de provisionalidad y crispación. Por eso, trato de comprender ?y no insultar? a quienes me llaman a las horas más increíbles, pensando que se están comunicando con la farmacia. Noto en su voz ese tono de desespero que sólo se alivia cuando se toman alguna píldora que ayude a relajar y a dormir. Son las mismas personas que al otro día volverán al trabajo con los párpados a la mitad, aún bajo el efecto del calmante. Las pastillas los ayudarán a aceptar que el aire acondicionado esté apagado debido a las nuevas medidas de ahorro, que el ómnibus llegue una hora después de lo previsto o que el carnicero les venda un kilogramo de pollo al que le faltan diez gramos. Las ansiadas tabletas no pueden lograr que las cosas funcionen, pero al menos sirven para que deje de importarles.



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18 de agosto de 2009
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Antología francesa (3). Ultra-leche

"Toda agua es una leche". Me fascina la frase, que no es mía, sino de Gaston Bachelard. ¿Se le lee aún en Francia? Cuando yo era estudiante universitario, y a pesar del fragor de la lucha política anti-franquista, devorábamos con fruición las ensoñaciones poéticas del filósofo de la Champagne, que ya había muerto (en 1962) pero cuyos libros eran traducidos por las editoriales más a la moda entre los ‘sesentayochistas' españoles (el Fondo de Cultura Económica, la entonces recién creada Alianza Editorial). Me he acordado de él con motivo de una leche tóxica y un agua desbordada. En la obra suya que prefiero, ‘L´eau et les rêves', Bachelard tiene la visión del agua, y por extensión de todos los líquidos bebibles, como "una ultra-leche, la leche de la madre de las madres", y ahora mismo los niños españoles, y en especial los de ciertas zonas de Madrid y Toledo, corren el peligro de envenenarse no con la materia de los sueños bachelardianos sino con una sustancia igualmente densa y oscura, la melamina (un pegamento industrial), que unos fabricantes desaprensivos han añadido a la blanca nata de la leche infantil. Este fraude alimentario se inició en China, donde ha habido víctimas mortales, pero se han detectado en algunos comercios regentados por ciudadanos chinos partidas de esa leche adulterada que, tomada en dosis regulares, afecta gravemente al riñón y puede causar la muerte de los bebés. En mi barrio hay muchas y muy populares tiendas chinas, y yo, por mi noctambulismo y mi economía, compro en ellas a menudo, ya que, quizá aún rigiéndose por el horario de su país natal, "los chinos" (como son cariñosamente llamados) abren en la noche española y venden más barato. Madrid, además, ya tiene sus ‘chinatowns', lo que anima mucho el paisaje de una capital que antes de la emigración africana, latina y asiática era monótonamente esteparia.

      Lo malo es que no sólo Madrid y los territorios adustos de La Mancha por donde cabalgaba Don Quijote son esteparios. La mayor parte de la España del sur, del centro y el este es seca, y las noticias acuáticas que llegan no pueden ser peores. La Agencia Europea del Medio Ambiente (EEA) anuncia que España, más que los restantes países europeos de la cuenca mediterránea, va a sufrir en las próximas décadas un proceso de desertización, en el que llegará a extremos saharianos o hindúes la alternancia entre períodos de larga sequía y devastadoras precipitaciones torrenciales.

    He de decir, de forma egoísta, que me siento mejor preparado para esta catástrofe climática que la mayoría de mis amigos madrileños. Nací en un pueblo grande, Elche, cerca de Alicante, donde las temperaturas son muy templadas y apenas llueve durante todo el año, razón por la que en mi infancia empezaron a invadirnos los franceses, los ingleses, los belgas e incluso ‘bárbaros' más nórdicos para comprarse apartamentos y tomar el sol en bañadores sucintos. El resultado imprevisto es que ahora esa hermosa Costa Blanca tiene también el veneno pegajoso de una melamina urbanística, el gobierno y los ciudadanos sensibles han empezado la guerra contra la contaminación medio-ambiental y los turistas empiezan a trasladarse a zonas de un sur menos degradado, como Marruecos o el Mediterráneo turco. Pero vuelvo a mí. Como descendiente (al menos somático) de los bereberes norte-africanos que en el siglo VIII conquistaron mi tierra de origen, haciéndola una de las más arabizadas de la península durante casi siete siglos, sufro con resignación la sequía, el sol me oscurece la piel sin quemarla, y puedo subsistir largas horas a base de dátiles, aunque, ateo de todas las religiones, no sigo el Ramadán.

      Lo bueno es que también los hábitos vitales de mi región me preparan bien para lo que con más frecuencia, antes incluso de que se cumplan los oráculos de la EEA, se produce en España: las lluvias monzónicas. Siendo niño, y después de un verano agobiante pasado día y noche a la orilla del mar, mi ciudad se desbordaba, generalmente a fines de septiembre, con lo que los expertos llaman la gota fría, expresión que, bajo su apariencia verbal de tortura malaya, siempre me ha parecido esconder una lírica delicadeza. Ahora las gotas frías arrasan en pocas horas de lluvia intensa ciudades y pueblos muy diversos del país, y también, en varias ocasiones recientes, la mesetaria Madrid. Pero como se supone que somos un país seco y solar, las autoridades, quejosas de la sequía el resto del año, se dejan sorprender cada vez que diluvia y las calles se hacen ríos, las casas lagos, y la red de transporte público un océano de naves varadas. Bachelard de nuevo: "El agua nos lleva. El agua nos mece. El agua nos adormece". Me temo que el filósofo nunca imaginó que un día la peor la resaca sería la del biberón y las gotas de lluvia.

 

(Publicado en Libération el 11 de octubre de 2008)

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18 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las vidas de Joseph Conrad

   

Hace un par de años, y coincidiendo con el ciento cincuenta aniversario del nacimiento de Joseph Conrad, Editorial Lumen le dedicó un homenaje particular editando la biografía de John Stape, un state of the art en lo que se refiere al aparato crítico referido al gran escritor de origen polaco. Quienes no tuvieran entonces ocasión, o mejor aún, quienes no hayan sentido nunca curiosidad por saber cómo era el hombre que vivía detrás de la imponente figura del escritor, puede aprovechar la aparición de la edición de bolsillo de aquella biografía y subsanar ahora tan lamentable error. Porque Stape lleva a cabo una operación fascinante, muy lejos de los ejercicios biográficos al uso.

                Conrad tuvo una vida - o  vidas, como dice Stape - plagada de sobresaltos, aventuras y situaciones extremas, con la particularidad de que encima tuvo un final feliz. En las reseñas biográficas se suele decir que hasta los veinte años fue un polaco errante, huérfano, sin patria y sin oficio ni beneficio. De los veinte a los cuarenta fue marino mercante inglés, por cierto que con una carrera profesional bastante calamitosa, o al menos no acorde con la imagen de marino que urdieron él mismo y sus hagiógrafos. (Leyendo a Stape da la sensación de que Conrad pasó más tiempo en tierra buscando empleo que embarcado, y que cuando se enroló en algún  barco casi siempre fueron fierros que se encontraban ya en la fase previa al desguace, aparte de que por lo general ejerció oficios de escasa categoría). En la tercera y última etapa de su vida, sin embargo, ejerció de figura indiscutible de la literatura universal.

                Como es lógico, tan singular trayectoria vital le suministró material de sobras para la veintena de libros que escribió. Y como es asimismo lógico, él manipuló, tergiversó y adaptó ese material tan arduamente recolectado, ocultando lo que debía ser ocultado y resaltando lo que de más valioso tenía. Cuando llegó a ser famoso y empezaron a salirle exégetas en las cuatro esquinas del mundo (incluso en Tokio hay actualmente una opulenta fundación Conrad dedicada a la investigación de su vida y obra), los aspectos más singulares y espectaculares de ese material previamente manipulado y reciclado fueron utilizados para urdir la casi divinizada figura pública que ha llegado hasta nuestros días. Es de resaltar que  una parte nada desdeñable de las tergiversaciones y exageraciones fueron propaladas por el propio Conrad. Quede claro sin embargo que todo ello (la manipulación del material biográfico) no es sólo una operación lícita sino que casi cabría decir que necesaria en el caso de un escritor, pues el único compromiso que tiene éste es con su literatura, y la verdad, la historia, la confesión o el testimonio quedan por entero supeditados a las exigencias narrativas. Ya vendrán después los biógrafos a desentrañar la otra verdad, la no literaria, el cómo ocurrió en realidad.

                Y en este sentido, John Stape ha realizado un trabajo impagable. Desde un punto de vista estrictamente profesional, no hay engaño posible: ochenta años después de la muerte de Conrad, ya no quedan con vida testigos directos que puedan aportarle a un biógrafo actual datos o testimonios directos y hasta ahora desconocidos. Y los innumerables e incondicionales entusiastas han rebuscado hasta lo indecible en archivos públicos y privados, bibliotecas y hemerotecas de medio mundo, de forma que tampoco por ahí cabía esperar ninguna novedad trepidante. Lo único realmente novedoso en el trabajo de Stape son las aportaciones de la correspondencia de Conrad, puesta a disposición del público desde 1980. La otra aportación digna de elogio realizada por Stape al cabo de tantos años de reunir y elaborar material no le va a gustar, en el caso harto improbable de que algún día llegue a leer estas líneas. Y me refiero al hecho de que, a juzgar por su trabajo,  John Stape es un hombre metódico, disciplinado y tenaz, de lenguaje sobrio y mente ordenada, pero absolutamente privado de imaginación, o incluso de creatividad. Y conste que lo digo como elogio, o como elemento positivo de cara a lector imaginativo y que ya tiene una idea previa bastante clara de todos los florilegios, exégesis y exageraciones tramadas para exaltar a la figura pública y lo único que quiere saber es qué  pasó. Y en este sentido Stape es insuperable, pues ha seguido los pasos de Conrad casi día a día y está en situación de decir a quién vio de verdad ese día, si dichos encuentros tuvieron consecuencias o no y, en caso de que sí tuvieran consecuencias, en qué forma fueron manipulados a la hora de crear tal personaje, embellecer tal secuencia famosa o aportar material para una trama determinada. Y sin entrar para nada en valoraciones o interpretaciones literarias. No es un crítico ni un teórico. Sólo el día a día. Quién fue quién en la vida real, y en qué forma entró a formar parte de las novelas. Y por si aún queda alguna duda, al final hay una serie de secciones que permiten al lector insaciable terminar de componer el personaje Conrad.   

Las vidas de Joseph Conrad

John Stape

Debolsillo

 



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18 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Opiniones

Hay quien tiene opiniones como quien tiene granos en la cara.

Otros en cambio las llevan, como si fueran bigotes o trenzas. Unos y otros son muy eficaces en las tertulias radiofónicas, donde las opiniones se excretan, y quedan luego preciosas sobre el suelo, listas para que resbalen los transeúntes. Antes de salir suelen producir una ligera crepitación a la que un tipo brillante denominó yocreísmo.



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18 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Carlos Paredes

No lo pensaba antes, cuando escuchaba la guitarra de Carlos Paredes, pero hoy, recordándola, comprendo que aquella música estaba hecha de alboradas, canto de pájaros anunciando el sol. Todavía tuvimos que esperar una década antes de que llegara otra madrugada abriéndose para la libertad, pero el inolvidable tema de Verdes Anos, ése cantar de extática alegría que al mismo tiempo se entreteje en arpegios de una sorda e irreprimible melancolía, fue para nosotros una especie de oración laica, un toque de reunión de esperanzas y voluntades. Ya era mucho, pero aun no era todo. Nos faltaba por conocer al hombre de dedos geniales, el hombre que nos mostraba lo bello y robusto que podía ser el sonido de una guitarra, y que era, a la vez que un músico e intérprete excepcional, un ejemplo extraordinario de sencillez y grandeza de carácter. A Carlos Paredes no era preciso pedirle que nos franquease las puertas de su corazón. Estaban siempre abiertas.

Verdes Anos, de Carlos Paredes



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18 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El deseo de ser piel roja

 

 

 

Cada sábado compro el periódico el ABC. También lo leo otros días, no es mi periódico "elegido" pero es mi primer periódico histórico. El primero que leí, el primero del que tengo memoria. Me separan muchas cosas de él. Me unen algunas. Algunas firmas y, sobre todo, el suplemento de "Artes y Letras". Lo leo cada sábado, incluso alguna vez he tenido el placer de colaborar. Ya van dos sábados que el suplemento no llega a mi pueblo gallego. Pero lo que sí viene en las tripas del periódico es una de esas revistas del "corazón". Una de esos suplementos que por unos céntimos te ofrece con cuerpos al sol, yates, amores veraniegos y otras banalidades de gente que no conozco, que no me importa o que conozco a mi pesar y no me importaría prescindir de ellos.

¿Quienes son Rafael Medina y Laura Vecino que pasan un romántico verano en Ibiza? ¿Quién Ariadne Artiles que pasa sus vacaciones con Dani Homedes? ¿Qué me importa que Magdalena de Suecia anuncie su compromiso con un tal Jonás?

¿Y a quién coño le importa que Urdangarín pase un día de playa con sus hijos y sobrinos?...Eso es solamente la primera página. En el interior se encuentran otras chorradas en colorines. Un negocio que no decrece. Alimento de televisiones. Personajes de revistas de cotilleo. Revistas de corazón sin corazón, sin interés y que, sin embargo, comen el coco y el corazón a muchos seres humanos.

Me acordé de aquél relato de Kafka. Me dieron ganas de escaparme. De huir. De fugarme libre de todo eso y ser un piel roja.

Mañana hablaré de leer a Kafka en la playa. Mucho más entretenido que cualquier revista de colorines.



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17 de agosto de 2009
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El Boomeran(g)
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