Marcelo Figueras
Lo que me arrasa de Aimee Mann es su capacidad de cantar a corazón abierto. En un mundo determinado a escapar compulsivamente de la verdad, Mann busca la sinceridad total con la obstinación de un espeleólogo. Pero por supuesto, semejante busca no acaba con la definición precisa de lo que siente o le ocurre, por más brillantemente que logre plasmarla. (“Tenés todo el aspecto de ser / el complemento perfecto / para una chica necesitada / de un torniquete”, dice en Save Me.)
Eso constituye apenas el principio. Sus pequeñas historias –porque cada canción, cabe decirlo, funciona en sí mismo como una short story; Paul Thomas Anderson sabía bien lo que hacía cuando concibió Magnolia- avanzan siempre hacia el diagnóstico. Y aunque la cura no exista, y la señal que indica la salida no aparezca nunca en la ruta (“Pensé que mi vida iba a ser diferente de algún modo / pensé que mi vida iba a ser mejor a esta altura / pero no lo es, y no sé dónde doblar’, canta en Thirty One Today), no se detendrá hasta por lo menos asumir que el cambio es necesario. No faltarán ocasiones en las que sienta que “la Historia muestra / que no existe una maldita posibilidad” (Pavlov’s Bell) de rescatarse a sí misma –les dije que era honesta. Pero aun así no dejará de preguntarse si “no será esta tu oportunidad, baby / de romper con las circunstancias” (Today’s the Day).
Mann es simplemente una escritora maravillosa, de una disponibilidad emocional que no he vuelto a ver desde Joni Mitchell. (Ah, por qué será que sólo las mujeres tienen el coraje necesario…) La santa patrona de todos aquellos que vivimos convencidos de formar parte de “las filas de los freaks / que sospechan que nunca podrán amar a nadie / excepto a los freaks / que sospechan que nunca podrán amar a nadie”.
En un momento clave de mi vida, sentí que el personaje que narra Deathly describía como nadie mi fragilidad emocional: “Así que por favor no saques a relucir tu encanto / porque ya tengo suficientes problemas / no, por favor no me elijas / porque un simple gesto de amabilidad podría resultarme / fatal”. De algún modo puedo decir que las canciones de Aimee Mann me acompañaron en el periplo, hasta que llegué al puerto para nada espectacular pero promisorio que tan bien interpretó Anderson en el plano final de Magnolia: la sonrisa que acude a los labios cuando uno comprende que, después de todo, quizás exista algo parecido a un buen futuro.
Por favor no se pierdan a Aimee Mann.